Mexico surrealista: Nacos contra fresas

Fresas vs Nacos

Hay una escena inolvidable en la película “Amar te Duele” (México, 2001): un grupo de muchachos de.. digamos.. bajos recursos económicos, van en bola a romperle la cara a unos tipos ricos (con bats de béisbol y tubos de fierro) en venganza porque a uno de los suyos lo trataron mal. Esta escena ejemplifica perfectamente la vieja rivalidad entre Nacos (o sea los pobretones) y Fresas (o sea los riquillos).

No tengo idea de cómo se diga en otros países, pero “naco” en México es un término usado ampliamente, que no sólo se refiere al dinero sino a otro tipo de actitudes: por ejemplo, el cliché del naco es ir oyendo cumbias o vestirse sin gusto. Claro que una persona con dinero también puede oír cumbias, pero es raro encontrarla. Es por eso que la “naquez” se relaciona con el dinero aunque un pobre no necesariamente es naco y un rico no es necesariamente fresa ¿ok?.

Bueno, todo esto viene porque de un tiempo para acá me han invitado a antros que van de un extremo al otro: desde el típico antro fresa donde una cerveza cuesta 4 dólares hasta el congal naco donde 7 cervezas cuestan 6 dólares. Y la verdad es que hay cosas muy interesantes: entre chavos de la misma edad la música que oyen es casi la misma, canciones bailables de moda y rock retro de los años 80’s. Hay ciertas diferencias, claro, porque en el antro fresa se pone más música electrónica y en el naco le dan variedad, yendo del reggae al ska. O sea que en música ganan los Nacos.

La manera de vestirse también cambia y se nota muchísimo en las chavas: en el antro fresa se usa ropa pegadita, blusas ombligueras y pantalones a la cadera. En el antro naco es casi lo mismo, aunque de lejos se ve que no lo compran en las mejores tiendas. Sin embargo dejando a un lado la calidad de la ropa, es notorio que en las chicas “nacas” enseñan más: blusas sin hombros, faldas más cortas, tops. Aunque a los hombres nos parece perfecto (¡eso sí!) debo confesar que las fresas se ven mejor enseñando menos (diría mi abuelita que “¿quien compra la vaca cuando la leche es gratis?”). O sea que en gusto para vestirse ganan los Fresas.

Pero debo confesar que el ambiente en el antro naco es mucho mejor: nadie va en “pose”, si hay una bronca entre todos la arreglan, las meseras no se ponen roñosas con la propina y sobre todo, te atienden mejor. En el antro fresa parece que te sirven de malas o que tienes que darles dinero antes de que entres para que te atiendan bien.

Entrar a un antro naco es fácil: todo es cuestión de pagar la entrada que nunca cuesta más de 3 dólares (aunque las mujeres casi nunca pagan). Entrar a un antro fresa es tooodo un sufrimiento: casi nunca cobran la entrada pero tienes que hacer fila de 1 hora hasta que el tipo de la entrada se digne en fijarse en tí y te deje pasar. Y con lo que me choca esperar.

Así que si me preguntan, me quedo en el antro naco, aunque por dentro sea más feo: al fin que con 7 cervezas encima ni te fijas je, je.

Mexico surrealista: Guia para entender a las tribus chilangas

Tribus Chilangas

La Ciudad de México está llena de especímenes raros, si lo sabré yo que llevo toda mi vida acá. Tal vez compartimos algunos con otras ciudades (digo, las especies tienen que emigrar ¿no?), pero es bastante interesante estudiarlos como bichos de laboratorio. He aquí algunos de ellos:
1.- Punks: ¿Quién iba a pensar que aquellos punks de pelos parados y ropa rota que tanto miedo causaban a nuestras mamás, iban a terminar vendiendo caramelos en las entradas del Metro? Pues créanlo o no, es facilísimo encontrarlos en tan decorosa actividad. Su grito de guerra es “¿me compras un caramelo, chavo?”. Ver para creer

2.- Menonita: Los menonitas son unos tipos que vienen de Chihuahua (creo) y que viven al natural (no en pelotas, claro, sino que no aceptan cosas artificiales). En la Ciudad de México venden quesos en los cruces de automóviles. Es fácil identificarlos porque siempre llevan overol y sombrero tejano (y por su piel rosadita)

3.- Microbusero: El naco entre los nacos, con su infaltable novelita erótica en la parte de atrás de su pantalón. Hace algunos años los hicieron vestirse de corbata y camisa para que se vieran más decentes (¿?) Aunque todos llevan su corbata a bordo, mejor la cuelgan del espejo, del asiento o la usan amarrada en la frente. Como el Karate Kid, pero en macuarro.

4.- Rastafari: Muchos confunden a los “Rastas” con los “Hippies”, pero como ellos mismos también se confunden, mejor echarlos a todos en el mismo saco. Se la pasan vendiendo pulseritas y collares que ellos mismos elaboran en plazas como Coyoacán

5.- Darketos: El otro día me tocó sentarme junto a un grupo de éstos en un bar. Como ese día había hecho mucho calor y ellos no se despojan de su ropa negra de terciopelo, aquello olía peor que sudor de chango (nunca he olido a un chango, pero así me imagino que debe de oler).

6.- Payasitos: Así, en diminutivo. Se suben al transporte público a tratar de arrancar una sonrisa a la gente por unos pesos ¿pero como lo van a lograr si todos los payasos de la ciudad hacen exactamente lo mismo desde hace 15 años? “A ver señor payasooo, a mi suegra la mató la lecheee porque le cayó una vaca encima” Horrible, ya que ensayen otros chistes por favor.

7.- Fresas: Hay fresas que sí tienen dinero y fresas “wannabe” que se la pasan presumiendo lo que no tienen. No importa: todos se visten igual, ellas con ropa pegadita y ellos con camisas sin fajar. Y te piden dinero a la entrada del cine (¿? ¿o sea como?)

8.- Limpiaparabrisas: Niños que viven de aventarle agua mugrosa con jabón a los coches para después limpiarlos con un hulito. Los carros -claro- quedan peor, así que lo más conveniente es agitar las manos negándose a recibir ese servicio antes de que ataquen. De todos modos no te libras, pero por lo menos hiciste el intento.

Mexico surrealista: Bodas a la mexicana

Bodas a la mexicana

Una amiga mía que vive en Mérida me preguntaba el otro día si era cierto que en las bodas de acá del DF la novia avienta su ramo y el novio el liguero. Eso me causó extrañeza, porque yo suponía que en todo México las bodas se celebraban igual –aunque ahora veo que no-. Una boda chilanga (y no sé de qué otras partes de nuestro país) tiene algo de ceremonioso y algo de ridículo. No hay el glamour de una boda como las que salen en las películas gringas, sino que más bien son un poco nacas, sean del estrato social que sean.

Para empezar, el coche donde viajarán los novios debe estar bellamente adornado con listones y moños, como si los que van adentro fueran regalos. Eso no tiene nada de extraordinario si no fuera porque el conductor debe hacer sonar su bocina estruendosamente por las calles para anunciar que una novia va pasando (el sonido debe oírse “pii pii pipi pii”). El colmo de la ridiculez es que los demás conductores estamos obligados a hacer sonar nuestra bocina también, como saludo. Eso equivale a decirles “no saben en la que se meten, babosos”.

La recepción –o sea, después de la ceremonia- está llena de bellos detalles que se convertirán en recuerdos imborrables. Los novios deben de “abrir pista” bailando en medio de todos, causando tanta diversión como ver volar a una mosca –o sea, nula-. Debe ser una canción bonita y lenta, para que la novia luzca. Después viene el baile de todos contra todos: salsa, cumbia o merengue es bueno para menear el bote. En el repertorio musical no debe faltar la canción esa de “caballo de la sabanaa porque estás vieejo y cansaado” ni la de “eeehhh, mi amigo Charlie Broooown, Charlie Brooown”.

La ceremonia transcurre sin contratiempos hasta que alguien se le ocurre que es tiempo de “la víbora de la mar”. Horror de horrores. A la novia la suben a una silla y al novio a otra, y el velo de ella sirve como puente entre los dos. Acto seguido, todos los invitados hacen una fila como de conga, y bailan por todo el salón pasando en medio de los dos novios ¿El chiste? tirar al novio de la silla ¿para qué? para que se caiga ¿y que ganan con eso? Misteeeerioooo.

Como si no fuera suficiente ridículo, la novia tiene que aventar su ramo hacia atrás, donde una turba de mujeres solteronas se pelearán para ganarlo –ya que según la tradición la que se lo gane se casará pronto-. La novia hará dos intentos falsos de aventarlo y las mujeres se aventarán como perras en celo. Cabe decir que al final el ramo quedará destrozado y que las solteronas no se casarán ni ese año, ni nunca. ¡Ahhh! Pero el novio también cuenta. Le tiene que quitar el liguero a su amada (con fondo musical sensual “ta ra ra ra ra rá”) y aventarlo a los solterones, que harán graciosada y media por agarrarlo (como pellizcarle las partes nobles al de al lado para que no lo tome).

Así, la boda es un ritual entre primitivo y cómico. Aquí hago una recomendación para quitar la peor de las rutinas en las bodas: la novia debe pasar con su zapato en la mano para que las mujeres le pongan algo de dinero y el novio pasa sin saco para que los hombres le pongan billetes con alfileres. Es como limosnear, pero en fino. Ese dinero lo ocuparán para pagar la luna de miel –idealmente- aunque siempre acaba para completar el pago del salón donde se hizo la fiesta. Bueno, pero por hacer tanto ridículo, bien vale la pena darles un billetito.

Mexico surrealista: Tlahuac o cuando la gente se pone loca

El linchamiento en Tláhuac

Hace como 3 años iba viajando en un microbús –que iba despacio- cuando oí desde la calle que una señora gritaba “¡se roban a mi hijo!”. Como estaba cerca de la puerta, me bajé junto con otros pasajeros y detuvimos al supuesto secuestrador –que iba en un auto viejísimo. Resultó que el señor era el esposo de la tipa –que estaba borracha- y se habían peleado, así que decidió llevarse al niño. Nosotros perdimos el tiempo, nos sentimos como inútiles y todo se arregló con la llegada de un policía de tránsito (que nada tenía que hacer ahí).

Este ejemplo muy tonto me va a servir para dar mi opinión acerca del caso Tláhuac. Para el que no lo sepa, es un asunto que se dio en la Ciudad de México y cuya historia resumida es así: unos policías estaban tomando fotos afuera de una escuela primaria, supuestamente porque estaban tratando de descubrir a unos vendedores de droga. Alguien se dio cuenta de que apuntaban hacia donde estaban los niños y gritó “¡son robachicos!”. Resultado: la gente se les fue encima, los golpearon y a dos de ellos los quemaron ¡vivos!. El tercer policía está muy grave y al parecer no la va a librar.

Hay varias cosas más que decir: las cámaras de televisión grabaron cuando los policías pedían ayuda. Los refuerzos nunca llegaron y la ejecución se llevó a cabo en vivo, en un noticiero, ya que había un helicóptero grabando todo. Desde el momento en que agarraron a los supuestos robachicos, hasta que llegaron los refuerzos pasaron 3 horas ¿por qué? Misterio…

El ejemplo que di al principio me viene como anillo al dedo, porque en ese caso yo –sin deberla ni temerla- me fui sobre el supuesto secuestrador, ya que pensé que la víctima era la mujer ¿qué me llevó a actuar así? No lo sé, pero me imagino que en Tláhuac la gente fue alborotada con el mismo principio: alguien grita, y todos van a la bola.

Claro que yo nunca pensé en quemar vivo al tipo, como lo hicieron con los policías. Ahí fue donde la situación se le salió de las manos a los habitantes de Tláhuac y se convirtió en un drama de equivocaciones: los golpearon, pensaron que no fue suficiente y los asesinaron. Las policía llega, y como no sabe a quien agarrar, se lleva a los que quiere y mete a todos a la cárcel. Pero como los refuerzos nunca llegaron a tiempo, el presidente decide quitar al jefe de la policía, por inútil. El jefe de la policía pide que también se despida al jefe de la seguridad a nivel federal porque tampoco llegó. Error tras error.

Total que todo lo que hagan no va a hacer que los policías asesinados recuperen la vida. Entiendo que hay frustración porque la seguridad de la capital está francamente mal pero eso no debe llevarnos a portarnos como cavernícolas. Y para los que digan que violencia no genera violencia: a los pocos días en dos lugares distintos pensaban hacer lo mismo, tomando la justicia por su propia mano ¿Llegaremos a un punto donde será todos contra todos? esperemos que no.

Mexico surrealista: Guia del trasporte en el DF

Guía del transporte para
la Ciudad de México

¡Señor, señora, señorita! ¿piensa visitar próximamente la Ciudad de México? ¿Tiene que venir a un congreso y no sabe cómo moverse dentro de la ciudad? ¿Ha oído leyendas urbanas acerca de microbuses que chocan? ¡no se diga más! ¡lea esta guía sobre el transporte de la ciudad y aprenda el arte de ir de un lado a otro!

Aviones: El aeropuerto de la Ciudad está en medio de la Ciudad (¿?). Antes estaba afuera, pero lo rodearon miles de casas así que al bajar del avión ya se siente uno empapado del smog, de la muchedumbre y del calor de la gente. Afuera del aeropuerto hay una estación del metro, de fácil acceso, aunque casi todos prefieren subirse a los taxis del lugar. Si vas a un hotel del centro de la ciudad por lo menos pagarás 13 dólares para llegar ¡es una ganga! (si, como no)

Taxis: Y ya que mencionamos los taxis hay que aprender varias cosas: hay taxis que están pintados de verde y blanco, de verde y gris, o de blanco y amarrillo, de blanco rojo y amarillo, o de blanco y rojo o de blanco nada más. Todos son taxis, no se confunda, mientras tengan su copete en la parte de arriba que diga taxi, tenga la seguridad de que no se está subiendo al coche de don Chucho. Ahora bien: hay taxis piratas, pero distinguirlos es cosa de chilangos. Para mayor seguridad tome su taxi donde haya varios formados.

Microbuses: hay varios mitos alrededor de los microbuses, pero solo hay una cosa cierta: o se van rapidísimo como alma que lleva el diablo, o se van lento como tortuga. Nunca van a una velocidad normal y lo malo es que uno nunca sabe cuál le va a tocar. Los choferes de microbús se caracterizan por oír cumbias a todo volumen y por su legendaria educación para pedirte que te muevas al fondo de su “unidad” (como ellos la llaman). Regularmente tu compañero de viaje lleva comiendo un vaso con elotes y patas de pollo o una torta desparramada de jamón. Disfrute su viaje, es una experiencia religiosa.

Metro: El mejor transporte de la Ciudad, sin duda. En el metro puedes ir de un lado a otro por solo 2 pesos (20 cvs. de dólar), aunque es fácil perderse si no te sabes las estaciones. Para eso, consígase un mapa de la red y métase a la estación más cercana. Si usted es señora, señorita o niño de menos de 8 años, váyase a los vagones de adelante en los que no dejan pasar a señores gordos y apestosos. Si usted es señor gordo y apestoso, se puede subir a cualquier otro vagón.

Hay horas en las que el metro va tan lleno que puede sentir como le late el corazón al de junto. Lo mejor de todo es que algunas personas suben a amenizarte el viaje cantando, y solo le debe de dar una moneda para que se callen. Si siente que le da el “patatús” hay unas palancas rojas en cada puerta para que venga un policía a auxiliarle, pero si la toca sin motivo le darán de patadas entre todos. Así es aquí.

Al esperar en el andén a que pase el metro, debe tomar en cuenta que no puede asomarse mucho a las vías: no porque te vayas a caer, claro, sino porque a veces hay ratones que se le quedan viendo desde abajo. Y sonría al pasajero de junto: seguramente pensará que usted está loco y no lo molestará en todo el viaje. Garantizado.

Mexico surrealista: Llevese la torta

¡Acá las tortas!

Tengo un amigo de cierto país de África (no digo cuál) que cuando llegó a México se sorprendió de las tortas de milanesa. Dice que allá a nadie se le ha ocurrido empanizar un bistec y mucho menos meterlo entre dos panes; sobra decir que para él es una cosa exquisita y que ya está haciendo planes de abrir su negocio de tortas mexicanas.

Tal vez en otros países la palabra “torta” signifique algo diferente. En México “torta” se le llama a abrir un pan y meterle alguna cosa (como jamón, queso o cualquier otra comida seca). Es muy parecido a los internacionales “sandwiches”, pero la diferencia está en que el pan utilizado es doradito por fuera.

La gracia de la torta mexicana está en que para darle variedad se le puede poner casi cualquier cosa adentro. Hay tortas famosas, como la “hawaiana” que lleva jamón, queso derretido y piña, o la incomible “cubana” que tiene jamón, pierna de cerdo, quesos, y todo lo que el cocinero tenga a la mano (aguacates, jitomate, cebollas, mostaza, mayonesa, crema, frijoles, otra cosa que le llaman “pierna” pero que quién sabe de qué esté hecha, salchichas, etc etc).

Para acompañar la torta hay dos cosas tradicionales: unos chiles encurtidos en vinagre -o chiles chipotles- y un refresco frío, de preferencia de sabor “rojo” (si no sabes de qué es el sabor rojo, yo tampoco, pero así se pide).

Hay tortas con tantos ingredientes, que la boca no se puede abrir para darle la mordida y hay que ir comiéndosela por pisos. Cuenta la leyenda que un tipo quiso darle la mordida a una torta cubana y abrió tanto la mandíbula que tuvieron que operársela. En algunos lugares de México hicieron sus propias versiones de la torta -como en Guadalajara- ciudad famosa por sus tortas ahogadas y que están hechas de un pan más duro que una piedra (llamado virote) y atiborradas de carne de puerco. Como muchos dientes se quebraron tratándola de comer, los infames la remojaron en chile aguado y se te deshace en las manos. Comerla es un arte.

Aún con todo esto, los puestos de tortas callejeros han bautizado a su creaciones con nombres originales. La torta Lambada (llamada en honor del baile aquél de los ochentas) tiene pierna, huevo y chorizo. La torta Trevi (bautizada por la cantante Gloria Trevi) lleva más pierna que todas las demás. Y hay una torta llamada 5-0 (que nació el día que la selección alemana de fútbol le ganó con ese marcador a México) que lleva de todo menos huevos ¿Por qué será?

Mexico surrealista: Como mejorar un museo

Tortura museística

Uno de los peores museos a los que he ido está en Aguascalientes. Es tan aburrido que ni siquiera me acuerdo a qué estaba dedicado, sólo que eran habitaciones con algo adentro y que nos cobraron un dineral para entrar. Sin embargo, el mejor al que he ido está también en Aguascalientes y que presenta la obra del pintor Saturnino Herrán: el museo en sí es bonito y limpio, pero el que hacía las visitas nos contaba historias de amoríos del pintor y la pobreza que lo llevaba a dibujar por los dos lados de un mismo papel.

Esta diferencia en los museos es la que me ha llevado a pensar que la gente no va a los museos porque le parecen aburridos y poco novedosos. Así, es preferible ir al supermercado a ver anaqueles de cosas que no tienes en tu casa, que meterse a ver la escultura de la Xocoyotzin en un lugar en el que ni siquiera puedes hablar fuerte.

Así que he hecho anotaciones para que los museólogos hagan más entretenidas sus exposiciones:

En primer lugar, deben mostrar cosas que nadie se espere o que les haga trabajar la imaginación. Un día me metí a las bodegas del Museo de Antropología y había cosas interesantísimas, pero que nunca van a poner: estaba una canoa de los aztecas (semidestruida) y también una caja de cráneos con la bocota abierta, como si le fueran a dar una mordida a un taco. Ahí está nuestro objeto a exponer: en vez de un cuadro del Mercado de Tlatelolco yo pondría esa canoa con los cráneos adentro, y una cédula que dijera:

“Los aztecas iban de un lado para otro en éstos pedazos de troncos, donde cargaban barbacoa para ir comiendo. La barbacoa no la hacían de borrego –por que no había- así que seguro la hacían de perro o de otro animal conocido”

Esta solución tiene la ventaja de que los niños que la vean se van a imaginar a los cráneos comiendo un perro y nunca olvidarán que en Tenochtitlan había canoas.

En segundo lugar, hay que hacer más creíble nuestra historia. No sé porqué a los aztecas siempre los ponen con la ropa bien lisita, si en su época no había planchas. Si cuando quitas una playera del tendedero está toda hecha chicharrón, ya me imagino en esa época. Otro detalle: las mujeres siempre las pintan con el cabello lustroso y bien peinado. Mentiras: cada vez que se me acaba el shampoo y me baño con jabón de ropa, el cabello me queda pajoso así que no creo que en esa época fuera diferente. Un azteca “normalito” debería de ir como si se acabara de levantar o como cuando te paran los testigos de jehová los domingos: en bata y con chanclas.

Por último: los textos son aburridísimos. Cosas del estilo “en el año de 1910 los revolucionarios se levantaron en armas contra las huestes de Porfirio Díaz” duermen a cualquiera. Que diferencia que entraras a una sala de museo y te encontraras con un maniquí vestido de revolucionario que te apunte a la cara con un fusil, y cuyo texto se lea:

“¡MUERAN PERROS!…
gritaban los calzonudos y comenzaban a disparar contra los soldados de Díaz. Era una verdadera carnicería pero ni modo que los enfrentaran con resorteras”

Esto es mejor a que los niños se queden con la idea de que en la guerra se gritan cosas como “atrás, malandrines” o “no los quiero matar, pero si me obligan saco la pistola”. Preferible el toque dramático.

Mexico surrealista: DF vs Guadalajara un combate milenario

Guadalajara en un llano,
México en una laguna

Dicen los que saben, que la palabra Chilango es ofensiva para los que viven en el DF: según esto lo que significa es “hijo de cualquier chile”, en el sentido que le quieran ver. En cambio, para los que viven en Guadalajara y regiones circunvecinas lo ofensivo es que les digan “Jalisquillos”, que porque tienen el orgullo tan alto, que hacerlos menos es lo peor que puede uno hacer. Bueno, eso dicen los que saben ¿eh?

A mi la verdad no me ofende que me digan “chilango” y no conozco a nadie que se ofenda por eso. Es más, hasta es agradable en vez de usar el horroroso “defeño” tan de moda estos días. En cambio hace poco fui a Guadalajara y le dije “Jalisquillo” a un amigo. Se rió -seguramente por educación- pero no estoy seguro si en otras condiciones me hubiera partido la cara.

De cualquier manera, en un espíritu meramente antropológico y de investigación para ésta prestigiada revista electrónica, hice un análisis concienzudo de las diferencias entre los dos tipos de gente (los chilangos y los jalisquillos, sin ofender, claro):

Las mujeres de Guadalajara son guapísimas. En el DF hay guapísimas pero no son tantas. En Guadalajara para donde voltees hay una mujer guapa, pero desgraciadamente ellas lo saben, así que algunas son bastante pesadas. En el DF también son pesadas, y sin ser guapas, así que no sé que sea mejor.

En Guadalajara me ha tocado ver gente bien creída, manejando con el estéreo a todo volumen con un brazo afuera de la ventanilla (vi uno tomando su caguamota de cerveza enfrente de un poli, lo juro). En el DF no hacemos eso, porque si llevas el brazo afuera te roban el reloj. En Guadalajara hace un calor de los mil demonios, lo que obliga a las mujeres a llevar minifalda para regocijo de los caballeros. En el DF no hace tanto calor, pero como somos tan nacos llevamos bermudas en verano “nomás para que las piernas agarren color”.

Me dijo un taxista que es una vergüenza que en Guadalajara –que es tierra de machos bravíos- haya tantos homosexuales que se pasean por la calle sin ningún pudor. Yo lo que digo es que en el DF es una vergüenza que haya tantos diputados haciendo como que trabajan y que se pasean por las calles sin ningún pudor. Mejor gays que diputados, creo.

En Guadalajara tienen el equipo de fútbol con mayor tradición en México: las chivas. En el DF tenemos al América, que es el equipo con mayor tradición para atacar y ofender. En Guadalajara la gente se siente orgullosa de ser de allá. En el DF ya sólo buscamos cualquier puente vacacional para salirnos de ésta espantosa nata de smog.

Sin embargo, eso de ser chilango también tiene sus ventajas: puedes comer tacos en cada esquina sin temor a enfermarte. En Guadalajara tienen sus tortas ahogadas, pero créanme: nada te quita la emoción de pedir un taco al pastor y ver cómo vuela la piña en el aire para caer en tu plato, como lo hacen todos los taqueros defeños. Mejor tacos que tortas.

Así que en realidad si hay diferencias, pero esa es la diversión de éste país ¿no?

Mexico surrealista: Alimentos nacos

Alimentos nacos

Si eres persona fina, sabrás que las comidas de alta alcurnia tienen cierto orden: no se vale comerse el postre primero, usar la cuchara para partir las crepas o empujar los chícharos con el dedo para que se suban al tenedor. Tampoco se vale hacer un triangulito con la tortilla para sopear los frijoles o aventar pedazos de pan a la sopa de fideo para hacer “chopitas”. No no no no, la cosa es ser muy refinados y finos en la mesa, y hasta se han hecho manuales para eso.

Por el contrario, cuando se trata de comer en la calle hay algunas comidas naquísimas. No exagero, sólo si eres muy naco te atreverías a comer algo de lo siguiente en público:

Esquites con pata de pollo: los esquites son –para el que no lo sepa- granos de maíz cocidos con hierbas (muy ricos por cierto) pero no sé a quién se le ocurrió echar patas de pollo a la olla donde se cuece el maíz. Así, cuando pides un vaso te dan los granos en un vaso y una pata de pollo asomándose coquetamente por el borde. Si eres naco comerás primero todo el maíz y luego chuparás alegremente los dedos de la pata con un sonoro “¡sssrrlllp!”. Si no eres naco ni te acerques.

Patas de pollo y mollejas: Pues si la gente pedía las patas de pollo con los esquites ¿por qué no darles las puras patas? Así que la evolución del platillo anterior es una olla con patas y mollejas. Te las dan en un vaso rebozado de salsa Valentina (el condimento por excelencia de los nacos).

Mango: el mango –la fruta, pues- no es naco por sí mismo. El chiste está en la manera en que los nacos se lo comen: arriba del bote de la basura para no escurrir en el piso y con el jugo chorreando por los brazos hasta llegar a los codos. Otra manera de comerlo es quitándole la cáscara hasta la mitad y chuparlo hasta llegar al hueso, luego agarrarlo por el hueso pelón y quitar la cáscara de lo que falta para chupar el resto. Como siempre en el hueso le quedan pelitos, hay que peinarlos con los labios y sacarse de entre los dientes los que se queden atorados. No falla.

Pepitas: las pepitas de calabaza asadas con sal es la botana clásica junto con los garbanzos y las habas enchiladas. Las pepitas se comen abriéndolas con los dientes (cuenta la leyenda que un dentista tuvo que sacar una que se quedó incrustada en los dientes delanteros de su paciente y murió ¿?). Cada vez que quitas una cascarita la guardas en tu mano y -ya que no te quepan- las avientas por la ventana o dejas tu montoncito debajo del asiento para que la esposa se lo lleve.

Chicharrones de harina: Como no tengo una foto de éste, trataré de explicarlo bien: el chicharrón de harina es una especie de.. eh.. chicharrón pero de harina ¿si se entendió? Cuando yo era chico uno iba al carrito del chicharronero y se pedía con limón y chile. A algún ingenioso se le ocurrió ponerle encima nopales con cebollas y cilantro. A otro más se le ocurrió echarle ¡cueritos de cerdo!. Por allá los venden con col, zanahorias y mayonesa o hasta con frijoles. Creo que el siguiente paso será echarle un bistec encima.

El Mexico surrealista: El pais de las colas

El país de las colas

Si hay algo que caracteriza a nuestro país es la manía de hacer cola en todos lados. La “cola” para el que no lo sepa y viva en otro país, es hacer fila, hacer línea o formarse una persona atrás de otra (como le quieran decir). La “cola” se forma en cualquier lugar y con cualquier motivo: hay colas memorables, como la cola para comprar tortillas o la cola para pagar el teléfono.

Estamos tan acostumbrados a las colas que las incorporamos a la vida mundana sin mayor problema. Si estás formado en el banco y necesitas llenar un papelito le puedes encargar tu lugar en la cola a la persona de adelante (“¿me guarda mi cola?”). Sin embargo la cola es algo de respeto: sabemos que para inscribirte en la escuela hay que llegar temprano a hacer la cola, o que una película en el cine es muy buena cuando hay cola.

Si de repente ves mucha gente amontonada en un puesto de tacos, puedes preguntar al de hasta atrás que dónde va la cola para formarte. O el taquero puede decir “hagan cola” para poner orden (y no, como seguro muchos pensarán, que le dijeron a Jennifer López de niña “haz cola, mi’ hijita”).

El lugar en la cola es algo sagrado. No te puedes mover ni un centímetro a un lado porque el de atrás ya te ganó el lugar. Además tienes que estar atento a avanzar en cuanto lo haga el de adelante, porque te pueden saltar o gritar. Lo imperdonable en México es tratar de meterte en la cola: si llegaste tarde o tienes un amigo hasta adelante de la cola tienes que ser muy discreto para poder meterte porque o si no todos los de atrás comenzarán con la rebatinga de “¡vete a la cola!” “¡a la cola, a la cola!”.

Hay veces en que la cola es enormeee, como cuando hay que pagar la luz o te quieres inscribir en un concurso de belleza. Muchas veces la cola sigue por calles y calles y ahí no tienes más remedio que aguantarte a que llegue tu turno. Sin embargo lo peor que te puede pasar en una cola es que:

1) te toque un mal vecino de cola: gruñon, que huela mal, que haga payasadas, que se enoje de todo o que esté renegando que está formado
ó
2) que hayas estado formado muchísimo tiempo en la cola para que al final te des cuenta que debiste formarte en otra cola o que cerraron justo cuando ibas a llegar. De muerte.

Sin embargo la característica más admirable de la cola es que tienen vida propia. Yo lo he comprobado en numerosos experimentos científicos controlados (casi): si estás en un lugar cualquiera y te paras como haciendo una cola, siempre habrá gente que se forme atrás de tí aunque no sepa para qué se está formando. Comprobadísimo, lo juro. Y lo mejor: si tienes un montón de personas atrás y te mueves de un lado a otro sin avanzar (sólo hacer como que estás avanzando) la cola empezará a moverse como por arte de magia. Chécalo la siguiente vez que hagas cola.

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