Persistencia de la identidad indígena
Por Federico González
Esta ponencia tiene por título “Persistencia de la identidad indígena” y lleva implícito un interrogante: ¿Existe en nuestros días, está viva, la Tradición precolombina? Responderemos afirmativamente dada la evidencia testimoniada por cuarenta y cinco millones de indígenas en toda América y diremos que esto es así puesto que no puede subsistir verdaderamente nada alejado de las fuentes tradicionales, que son precisamente las que generan la posibilidad de una cultura, cualquiera que ésta fuera. Por lo tanto nuestra respuesta a la pregunta es un sí, basado en la experiencia y confirmado por prácticamente la totalidad de antropólogos, arqueólogos, simbolistas y otros investigadores.
Queremos destacar que este tema de la sobrevivencia de las antiguas culturas precolombinas es de vital importancia, puesto que generalmente se dá por descontado que estas culturas están muertas, o sólo sobreviven de ellas jirones inofensivos, etiquetados con el nombre de folklore que deben su validez al pintoresquismo exótico y colorido, superficial, de vestimentas, bailes, costumbres, leyendas, ceremonias, etc. Desde nuestro punto de vista, y si esto sólo fuera así, sería muy relativo el interés que nos despertarían estas culturas apenas sobrevivientes, más ligadas a la óptica del turismo que a la de la gnosis.
Por lo que deseamos señalar aquí dos puntos disímiles que servirán para dar coherencia a nuestro discurso:
a) La asimilación por parte de los indígenas americanos de determinados elementos del cristianismo, que ya existían en sus cosmogonías, comenzando por la cruz, y siguiendo por arcángeles, ángeles y santos, como imágenes de sus dioses. Estas asociaciones a su vez son más o menos claras en la actualidad según los lugares y pueblos indígenas, aunque debe destacarse por sobre todo matiz la capacidad autóctona de verdadera comprensión del cristianismo en su aspecto más elevado, el anagógico, mismo del que no eran conscientes todos los misioneros, y la mayor parte de los cristianos de hoy día. Esta síntesis o sincretismo, si se quiere, ha hecho posible, por otra parte, la supervivencia de la antigua tradición, aunque ésta jamás se dejó atrapar por la totalidad de los dogmas religiosos, y ha mantenido siempre hasta la actualidad el culto paralelo de otras teofanías y diversas expresiones soteriológicas, vinculadas con los estados de un Ser Universal -o nombres divinos- perdidos en la visión cristiana contemporánea. De más casi está decir que esta actitud mental y espiritual indígena ha llevado también a rechazar los usos y costumbres del hombre blanco occidental ya que no se corresponden en absoluto con su cosmovisión, donde el macro y el microcosmos juegan papeles y roles precisos y armónicos, totalmente alejados de un valor individual y separado, y mucho menos de exaltación competitiva de lo personal y culto a lo más material, grosero y finito. Aunque se debe hacer la salvedad de que ciertas manifestaciones han subsistido de manera bastante adulterada, tanto en su esencia como en las formas en que se expresan, y algunas particularidades aparecen como no fundamentadas claramente en la cosmovisión indígena Tradicional (análoga a la Cosmogonía Perenne y Unánime, expresada en símbolos y mitos presentes en sus monumentos y códices), sino degradadas, signadas por la superstición -que comparten con mestizos y blancos-, y la “brujería” más elemental.
Se tienen motivos fundamentales, dada la identidad de todo tipo evidente, para hablar de una Tradición Precolombina, aunque en realidad son numerosas las culturas y civilizaciones que existían, o mejor, coexistían a la época del descubrimiento, así como son muchas las que hoy subsisten con formas bastante distintas, asociadas a diversos símbolos de fauna, flora, regímenes de lluvias y agrarios, etc. Ya volveremos sobre ello más adelante, bástenos ahora tener presentes estos dos temas para adentrarnos en la comprensión de lo indoamericano actual, a saber: por un lado que las formas tradicionales indígenas se expresan muchas veces de modo cristianizado y al amparo de la religión católica, aunque conservando en mayor o menor grado su estructura Precolombina y que, en algunos casos, esta Tradición, heredera de la Gran Tradición Atlante, se ha ido contaminando hasta degradar de una manera grosera como lo acreditan ciertos indígenas, pseudoindígenas, o varios. Por otro, que hay motivos para hablar de una Tradición Precolombina común a los distintos pueblos aborígenes.
Pasemos ahora a la cuestión de la identidad indígena. El mismo enunciado de este tema es dual y supone una visión general de las culturas observadas desde el punto de vista europeo-occidental y no un asunto propio de las culturas aborígenes que jamás se preguntan esta cuestión, y por ende no tienen respuesta para ella. En primer lugar, diremos que un miembro de una comunidad americana tradicional no se ve a si mismo como un indio -y ya se sabe que ese mismo término es completamente espúreo- sino como el heredero de los dioses, la posibilidad de ser el hombre verdadero, es decir el Hombre Universal, el ser humano como intermediario creacional.
Por otra parte, las distintas tradiciones indígenas no se identifican entre sí, y tienden a considerar a los integrantes de otras naciones, tribus, o mismo clanes, como extranjeros, cuando no enemigos, dadas las rivalidades y las guerras que han tenido a lo largo del pasado -y que posibilitaron en gran parte su propia conquista-, muchas de las cuales se perpetúan en la actualidad, a nivel local y aún familiar, en forma de enconos.
Eso se debe a que cada pueblo en sí se considera el Centro del Mundo y piensa que su cultura y su lengua es la que mantiene viva la posibilidad del Ser en ese mundo, que se perpetúa gracias a su hacer sagrado (sacrificio) y al conocimiento de los misterios cosmogónicos y metafísicos, que les fueron revelados a sus ancestros en el Origen. Los pueblos indígenas de América no mantienen mucha comunicación entre sí, ni la han mantenido, salvo a través de un sencillo comercio de trueque y las constantes guerras, (que por otro lado forman parte de su concepción dialéctica del cosmos) que han generado y generan siempre interrelaciones y todo tipo de secuelas. Por lo tanto no sienten que pertenecen a un tronco ancestral común, ya que cada pueblo tiene el propio, que enraiza directamente con lo vertical, o divino. Esto hace que un indígena tradicional contemporáneo no se sienta “indio”, o perteneciente a una “raza”; ni siquiera solidario con la idea de América o Nuevo Mundo, y tampoco con la del país republicano a que “pertenece” actualmente. Sólo desde hace aproximadamente 20 ó 30 años han comenzado, junto con la irrupción de los medios de comunicación, y la “universalización” del globo terráqueo, a conocerse entre ellos y a tratar de entablar algún contacto directo, lo que se ha dado tan sólo entre algunos grupos y tomando en común temas no estrictamente ligados con su tradición metafísica y cosmogónica propios de los chamanes y jefes autóctonos, sino secundarios, aunque muy importantes, acerca del trato social, económico y cultural que han padecido y siguen padeciendo de cara a la pretendida civilización del hombre blanco, su crueldad, su deshumanización y su injusticia.1
Sin embargo, y a pesar de que los indios americanos no se conozcan o se hayan tratado poco entre ellos, para un observador imparcial, sus culturas se encuentran íntimamente ligadas, como ya hemos dicho en cuanto comparten una misma cosmogonía y símbolos, mitos y ritos análogos, además de un cierto tipo humano común y otros innumerables rasgos y costumbres que los emparentan a la gran mayoría de ellos entre sí. Hemos de señalar de paso que lo mismo sucede con los distintos pueblos europeos, aunque la situación, por diversos motivos no es exactamente la misma.
De otro lado, las comunidades indígenas actuales son “primitivas”, en el sentido que poseen una clara y sencilla sabiduría sin complicaciones, otra mentalidad, o sea que su punto de vista es más sintético que el del hombre blanco, su intuición mayor y directa sin necesidad de discursos y su conocimiento de los ciclos y ritmos naturales y cósmicos más profundo, al punto de llevarlos tan encarnados que constituyen casi parte de su ser, lo que paradójicamente dificulta la comunicación con el mundo moderno, al cual, por otra parte, se le suele conocer de manera incompleta.
En la actualidad hay varios movimientos y asociaciones interétnicos y muchos de ellos pretenden unir distintas tribus en una misma república moderna, o en el conjunto continental, tratando de “concientizar” al indígena, generalmente en cuanto a sus derechos humanos constantemente avasallados, a sus propiedades perennemente en disputa, y a reconocerse como una minoría explotada y marginada, en el mejor de los casos: tolerada, aunque como un lastre productivo, y vivida como un peso muerto en los países de mayoría indígena, donde se los menosprecia, rechaza, e inclusive por un complicado proceso de culpa, se les teme.
Esta incipiente comunicación de los pueblos indígenas, de cara al hombre blanco, se ha visto desde el comienzo, desgraciadamente, influida por la política continental y mundial y algunos de los líderes indígenas, muchos de los cuales no conocen el significado verdadero de su Tradición, están condicionados por ideologías extrañas a sus naciones y que nada tienen que ver con ellas, sino con el hombre blanco, tal el marxismo (que pretende disminuir el valor de la Tradición interpretándolo materialmente y desvirtuándolo al ponerlo al nivel económico de una mera lucha de clases), aunque la mayor parte de las comunidades autóctonas rechaza estas actitudes.
Para seguir aclarando nuestro panorama acerca de la identidad indígena debemos recordar el grado y la diferencia de aculturación de los diversos pueblos y las formas que ésta ha tomado en cada caso. En efecto, numerosos grupos están mucho más cerca de la cultura occidental que otros y sus miembros son bi o trilingües y por lo tanto con un acceso mayor a los medios de comunicación, e intercambio cultural; de otro lado, hay comunidades indígenas ricas y otras pobres, y el mismo concepto de propiedad: reserva, ejido, propiedad comunitaria y privada, varía de acuerdo a los diferentes pueblos y estados. La ubicación geográfica es en este asunto determinante, y puede observarse que los indios que en general habitan cerca de las grandes ciudades, o en lugares accesibles, están lógicamente más aculturizados que los que viven en sitios remotos y aún hoy casi impenetrables. Es prácticamente una ley que estos últimos conservan su Tradición y su identidad en escala mucho mayor que aquellos que han sido absorbidos totalmente por el cristianismo y la cultura de consumo, hasta el punto de ser, o querer convertirse en “ladinos”, para lo cual, casi con regularidad dejan de usar el traje regional que cambian por camisa y pantalón, y sobre todo, no usan ya su calzado, sino zapatos. Esto es casi dejar su condición de indios, a lo que va unido la pérdida de la memoria tradicional, por el corte voluntario con las propias raíces. Este fenómeno ha sido y es constante desde la época de la conquista. Por cierto hay excepciones a la regla y se da el caso de ciertas comunidades indígenas que han guardado sus tradiciones hasta hoy pese a su contacto con extranjeros de todo tipo y la cercanía de grandes ciudades y medios de comunicación. Esta situación se presenta particularmente en los Estados Unidos de América, donde numerosas comunidades, en reservas, o en pequeñas ciudades o pueblos, han incorporado determinados elementos del “american way of life” (heladera, televisión, automóvil, tractor, casa de material, etc.), aunque conservando sus tradiciones y ritos. Sobre el particular, o sea sobre el grado de aculturación, o pérdida de los valores tradicionales, de ninguna manera se puede generalizar y es necesario tomar cada caso en particular, lo cual no es tan engorroso como a simple vista parece, puesto que existen actualmente elementos para efectuar una evaluación equilibrada, tomando como base las manifestaciones emanadas de los propios autóctonos.
Igualmente hemos de considerar a los pueblos indígenas que no quieren comunicarse con el hombre blanco, con los mestizos, o alguien en particular. Son la mayoría, y aunque uno pueda acercarse a ellos son impenetrables y salvo algún caso particular nada dirán de sí mismos ni de nada. Estas comunidades se han retirado a las más elevadas y abruptas montañas, o viven en las profundidades de la selva, aunque no siempre se encuentran tan aisladas, y hace ya largos años que evitan todo contacto con el universo profano de los invasores, al precio de soportar las condiciones físicas más extremas y una pobreza completa.
Por otra parte, el tema del indigenismo, en las modernas repúblicas americanas o la toma de conciencia del “problema” indígena nace a finales del siglo pasado, con el desarrollo de la Etnología, y es precisamente en un país “indígena” como México, donde alcanza su mayor evolución, ya que esta república no sólo se encuentra a la cabeza de América Latina en cuanto investigación arqueológica e histórica, sino también en antropología, y en el trato de las diferentes instancias relativas a la vida de los aborígenes y su inserción en el “mundo moderno” y el ámbito nacional. Numerosas instituciones, organismos y medios, así oficiales (los distintos Institutos Nacionales Indigenistas, propios de cada país, cuyas políticas han sido discutidas y debatidas constantemente) como internacionales o privadas (nos place destacar aquí la importante labor cumplida por el Instituto Indigenista Interamericano, fundado en 1940 y dependiente de la Organización de Estados Americanos y su órgano de difusión la revista “América indígena”), contribuyen actualmente a esclarecer y actualizar las diversas modalidades de su cultura, así como ponen en evidencia el abandono de que son objeto por parte del Estado y la sociedad civil en general.
En realidad los indios así como la naturaleza y el paisaje americano han sido descritos, al igual que su cultura, “creencias”, y usos y costumbres, por los cronistas españoles y también portugueses, franceses e ingleses desde los primeros tiempos del descubrimiento, comenzando por el almirante Cristóbal Colón y siguiendo por una legión de escritores, casi todos sacerdotes (aunque no faltaron licenciados y guerreros), que dejaron asentado con mayor o menor fortuna, y muchas veces por encargo de los reyes europeos, sus impresiones acerca de los naturales, indagando en su historia y en sus orígenes. A ellos han seguido los libros escritos por los indios en su propia lengua pero con caracteres latinos, y la literatura mestiza o criolla del siglo XVII y XVIII, mucha de ella basada en documentos de los autóctonos, o en sus narraciones transmitidas de una manera directa. Hay que agregar los relatos posteriores de viajeros, y desde mediados del siglo pasado el interés científico y universitario tanto en la arqueología como en la etnología, cada vez más sostenido hasta los tiempos actuales (aunque con una visión literal, utilitaria y material que no hace sino reflejar la época y el estado de la ciencia oficial a que pertenecen).
Para dar ahora una imagen de lo vivas que están estas culturas y su multiplicidad pasaremos a citar algunas de las muchísimas lenguas en que se expresan aún hoy los indoamericanos y el número de hablantes que las practican. Todas estas etnias en un grado u otro conservan sus tradiciones, ritos, costumbres, etc. y tienen sacerdotes-chamanes entre ellos; los aborígenes que las integran se sienten parte de una tradición que involucra a sus ancestros temporales, imagen de los orígenes primordiales, y a toda su vida, su tribu, en definitiva, su ser; por lo que puede decirse que a pesar de los V siglos transcurridos desde el descubrimiento se puede comprobar la persistencia de su identidad, aunque no es como “indígenas” tal cual ellos se perciben, o al menos no sienten la necesidad de compartir con otros americanos a los que han oído tal vez nombrar en el mejor de los casos, o desconocen totalmente, pero a los que no ubican en ningún lugar preciso, ya que en general ignoran todo lo referido a la geografía, a menos que no sea lo que les circunda o lo recorrido en determinada zona. Por otra parte, ya que diremos algo de la distribución de las lenguas añadiremos que en algunas comunidades la ignorancia de los idiomas europeos, que funcionan como “lingua franca”, es, a veces, del 50%; se podrá tener una idea del aislamiento en que vive el indio a la fecha, y el por qué si bien tiene una identidad, dada por la tradición, no se siente indio, en cuanto a lo que nosotros entendemos por tal: un miembro de una raza que puebla un inmenso continente. Vayamos a las cifras:
Existen tres millones de hablantes quechuas en el Perú, millón y medio en el Ecuador, al igual que en Bolivia; en Argentina llegan a cien mil, por lo que podemos calcular que son unos seis millones de personas que utilizan esa lengua, de las cuales el 40% no dominan el castellano. El aymara es hablado por trescientas treinta mil personas en Perú y un millón ciento setenta mil en Bolivia y Chile. Ochocientos ochenta mil se comunican en náhuatl, el 90% de los paraguayos se expresan en guaraní, mientras sólo el 50% lo hacen en castellano. El maya yucateco se habla en todo Yucatán, en Guatemala el quiché, el k”ek”chí, el cackchiquel, el mam, aparte de casi otras veinte lenguas son usadas cotidianamente. En México el otomí, el tarasco, el mixteco, el tzotzil, el zapoteco y otras decenas de idiomas se hallan vivos, y utilizados cada uno de ellos por cientos de miles de gentes, al igual que los de la Patagonia Argentina y Chile, en especial el araucano, o tehuelche que es practicado por 550.000 parlantes.
En las selvas y montañas de Brasil, Colombia y Venezuela, se hablan decenas de lenguas. En los Estados Unidos, el Canadá y entre los esquimales -estos últimos suman sesenta y dos mil- la situación es análoga, y aún si pudiera decirse más desordenada; en EE.UU. es confusa, ya que constantes migraciones, antes y después de la invasión europea, el hecho de que fueran nómadas, y la propia organización histórico-política del país hacen sumamente dificultosa, si no imposible esa tarea, al igual que la de catalogar de manera exacta las distintas tribus o naciones indígenas. Lo que agrava la situación es que muchos pueblos tienen idénticas costumbres, símbolos, mitos y ritos y distintas lenguas, y a la inversa, pueblos de la misma lengua poseen diferencias en su estructura cultural, y aún grandes rivalidades en el uso y manejo de la tradición común.
Quien se ocupe de estas culturas, ha de actuar con sumo cuidado, tratando de estudiar cada caso cultural particular, a la vez que lo articula a la estructura de conjunto; de otro lado ha de investigar los materiales emanados no sólo por la Lingüística sino por la Historia, la Arqueología, etc. y en todos ellos encontrará datos tradicionales necesarios, aparte de lo que pueda significar su conocimiento y contacto directo, su “trabajo de campo”, por llamarlo así, no sólo con los indígenas sino con la geografía de América, con su tierra, aún en formación, así se trate de montes, valles o sierras, lugares todos donde se asentaron las antiguas culturas tradicionales, sitios donde aún algunas subsisten, pese a los traslados de que han sido objeto. Si se ha especializado en algún área en particular es lógico que estudie las vecinas para encontrar analogías y diferencias; en realidad numerosos investigadores han actuado de esta manera ampliando el marco de referencia hasta abarcar la totalidad de América. Otros aún han ido más lejos al punto -y esto ha sucedido desde las primeras crónicas sobre los nativos- de comparar su cultura con la de los griegos y romanos, y particularmente con la historia y tradición judía, que como cristianos -algunos de ellos convertidos- conocían bien; no han faltado quienes han mencionado el origen atlante de estas culturas.
Pensamos que han contribuido con su testimonio a conservarlas, como todos los estudiosos, americanos y europeos, que se han ocupado de ellas, hasta la presente fecha, lo han hecho directa e indirectamente. Directamente puesto que por su labor, muchas veces bastante sacrificada, hemos logrado comprender estas culturas hasta donde se puede, desde luego, y podemos percibir entonces sus valores tradicionales, diferentes y análogos, con otros pueblos del mundo, y compartir con ellos sus concepciones sobre la cosmogonía, el significado de la vida, la sacralidad de los ritos cósmicos y las leyes en que se organiza la Inteligencia Universal. Indirectamente, porque al valorizar su cultura y tradición por medios letrados y universitarios se consigue que las instituciones oficiales se ocupen de los indígenas, a los que no sólo debe otorgárseles los mismos derechos que a los demás integrantes de las distintas repúblicas modernas, sino también a su cultura, la que debe ser respetada, incluso conservada, como fragmentos vivos amenazados de casi inmediata extinción; por otra parte también se obtiene la aceptación de sus formas tradicionales por los propios indígenas y mestizos que las ven apreciadas, lo cual vuelve sus ojos a su propia identidad, de cara a la anarquía completa de la sociedad de consumo y el mundo moderno.
Anteriormente hemos mencionado que en la actualidad las culturas precolombinas subsisten en estado “primitivo”, pese a que muchas de ellas constituyeron en el pasado grandes civilizaciones. Esa misma forma en que se manifiestan es para nosotros parte de su atractivo porque expresan de modo sintético su cosmogonía y su metafísica, la que es percibida y vivida de manera directa y de acuerdo al ritmo y los ciclos en que se produce el Universo entero. A través de un trato directo con la naturaleza el indígena conoce su origen sobrenatural y los espíritus y deidades que la conforman; esta realización es y ha sido constante a lo largo de su vida al extremo de constituir su identidad, ya que él de ninguna manera es ajeno a este proceso. Las cosas, los seres y los fenómenos se encuentran en perfecto devenir y nosotros con ellos en un mundo permanentemente animado y en proceso de creación, y por lo tanto cualquier signo está simbolizando directamente ese proceso que él conforma. De hecho la creación perenne se manifiesta de acuerdo a los símbolos que en cantidad indefinida existen en ella. Por ese motivo la cosmogonía indígena se mueve en su propio medio y es ritualizada a cielo abierto, o en ranchos, o tiendas con muy pocos elementos ceremoniales, todos ellos extraídos del entorno.
Los mitos son el paradigma de estos ritos y sus símbolos aritmético- geométricos, y minerales, vegetales y animales, se corresponden con los movimientos del sol (en el día y año), la luna (mes, año), venus, las pléyades, y otras entidades celestes, de fácil observación y cuyos ritmos evidentes son fundamentales en su pensamiento; igualmente en lo que concierne a los espíritus o deidades atmosféricas, o intermediarias: en especial los vientos y todo lo ligado a la lluvia. Por otra parte, como decíamos, esa cosmogonía se describe de manera muy sencilla y se percibe de modo directo; este modelo cosmogónico se encuentra presente en todo el continente americano, con algunas leves diferencias secundarias y perfectamente explicables. He aquí la comunicación del antropólogo G. Reichel-Delmatoff, referida a los indios Kogi de Colombia2: -“Partiendo de un concepto dualístico, de opuestos complementarios, se amplían luego las dimensiones, a una estructura de cuatro puntos de referencia. Es este un concepto estático, bidimensional, en el cual, en un plano horizontal se divide el mundo en cuatro segmentos. El modelo paradigmático son los cuatro puntos cardinales: Norte, Sur, Este y Oeste. Asociada con ellos encontramos nuevamente una larga serie de otros aspectos, personajes míticos, animales, plantas, colores y actitudes. En primer lugar, los progenitores de los cuatro clanes principales, junto con sus mujeres respectivas, ocupan los cuatro puntos cardinales y son sus ‘Dueños’. En segundo lugar, se asocian con estas direcciones los animales que se relacionan con los clanes: en el Norte el marsupial y su mujer el armadillo; en el Sur el puma y su mujer el venado; en el Este el jaguar y su mujer el cerdo salvaje, y en el Oeste el búho y su mujer la culebra. Ya que se trata de clanes patri y matrilineales en que la pertenencia se hereda de padre a hijo y de madre a hija, la relación de los opuestos complementarios se expresa en el hecho de que el animal ‘femenino’ (armadillo, venado, cerdo, culebra) es precisamente la presa y comida preferencial del animal ‘masculino’ (marsupial, puma, jaguar, búho). Son pares de antagonistas simbólicos. Siguen luego las asociaciones de colores: Norte-azul, Sur-rojo, Este-blanco y Oeste-negro. Por otro lado, el color rojo (Sur) se clasifica entre los colores claros y forma así, junto con el blanco (Este) un ‘lado bueno’, en oposición al ‘lado malo’ formado por el Norte y el Oeste que tienen colores ‘obscuros’. Las asociaciones con cada punto cardinal son múltiples pues cada clan es al mismo tiempo ‘Dueño’ de ciertos otros animales, de plantas, minerales, fenómenos atmosféricos, objetos manufacturados, bailes, cantos y otros elementos más.
“Los cuatro puntos de la estructura cósmica los encontramos luego en muchísimas versiones microcósmicas. El mundo está sostenido por cuatro hombres míticos; la Sierra Nevada se divide en cuatro sectores; las poblaciones construidas según el plan tradicional (como Seráncua) tienen cuatro entradas y alrededor de ellas se encuentran cuatro lugares sagrados donde se depositan ofrendas. Las casas ceremoniales también tienen una estructura cósmica pues en éstas hay cuatro grandes fogones alrededor de los cuales se sientan los miembros de los cuatro clanes principales. Por cierto, en la casa ceremonial, la línea divisoria que separa el círculo en dos segmentos, agrupa a los indios nuevamente en pares antagónicos y los del lado derecho’ (rojo) ‘saben menos’ mientras que los del ‘lado izquierdo’ (azul) ‘saben más’, pues estos últimos se encuentran más cerca de las fuerzas negativas que rigen el universo.
“Pero un esquema de cuatro puntos lleva a un quinto, un punto central, un punto de en medio. El simbolismo del ‘punto de en medio’ es de suma importancia para los Kogi. Es el centro del universo, es la Sierra Nevada, y es el punto central del círculo de la casa ceremonial donde están enterradas las principales ofrendas y donde se sienta Máma cuando quiere ‘hablar con dios’. En las prácticas de adivinación el individuo coloca sobre el suelo cuatro objetos rituales o grupos de objetos: piedras, semillas, conchas, orientándolos según los puntos cardinales. Pero en el centro coloca un diminuto banquito tallado de piedra o de madera. Es su ‘asiento’, su ‘puesto’, desde el cual la esencia de su ser, una réplica diminuta e invisible de su persona, recibe las contestaciones a las preguntas que formula. La importancia cosmogónica de la orientación ritual, se repite luego en muchos otros detalles de la cultura”.3
Para los indoamericanos tradicionales el mundo se está haciendo ahora, la creación entera es un experimento del que participan activamente como sujetos, su vida es eso, -aunque ellos no lo enuncien en estos términos- al contrario del hombre moderno que ve al mundo como estático y a sí mismo como un observador fuera de cualquier proceso, por lo que la existencia se convierte en una representación teatral tristísima, donde se repiten mecánicamente los parlamentos y se reiteran cíclicamente los roles sin que los sujetos adviertan siquiera la pesadilla en que se encuentran sumergidos.
El indio tradicional está en la vida, o mejor, es la vida, y él es eso, su aprehensión de símbolos es, por así decirlo, intuitiva y directa. Los contemporáneos para comprender los signos han de utilizar un camino indirecto, donde los mecanismos lógicos y racionales juegan un importante papel. La visión actual de los integrantes de la Tradición precolombina es esquemática y sencilla; la de la cultura europea es complicada en cuanto se utilizan estructuras complejas y largos recorridos; en la arquitectura del templo, y en los ritos que en él se practican resulta este hecho evidente si comparamos una sencilla ceremonia a cielo descubierto, o en una choza o tienda cultual, con una misa pontificial celebrada en una catedral gótica.
Tarahumaras, yaquis, mayos, huicholes, phurépechas, náhuas, totonacas, mixtecos, zapotecos, lacandones, tzotziles, tzetzales, yucatecos, quichés, cakchiqueles, tzutuhiles, arahuacos, guajiros, guambias, quechuas, aymaras, guaraníes, otavalenses, tarabucos, mapuches, e indefinidas tribus de la selva amazónica brasileña, colombiana, peruana, venezolana y ecuatoriana, son algunos de los pueblos que aún mantienen vivas sus tradiciones y creencias sólo en el área latinoamericana, aunque están completamente amenazados por el mundo moderno, materialista y profano, que los atrae con la seducción de sus engañosas promesas y la idea de un progreso inexistente. Todas ellos llevan vestimentas y usan lenguas que los identifican inmediatamente y los distinguen del hombre blanco. Expresan su ontología, mediante su cosmovisión y metafísica, muchas veces de manera totalmente cristianizada, o alterna, en la que se practican ritos en la iglesia y en otros lugares sagrados, o propiamente precolombinos, donde la actuación chamánica, y en muchos casos la ingestión de sustancias psicotrópicas, juegan un papel decisivo.
Todo esto nos mueve a pensar que si las culturas son símbolos vivos, aparte de cuestiones humanitarias, y si, sobre todo, nos lamentamos de la destrucción de aquella en la que nos hemos educado, la europea, ¿cómo no interesarse en la supervivencia de los que aún conservan su Tradición viva aunque fuese fragmentariamente? Una persona que se dedique a la investigación de lo Precolombino, en cualquier rama que fuere, tarde o temprano terminará encontrándose con el indio de hoy, de carne y hueso. También si sabe mirar se encontrará con una Tradición viva que, con leves diferencias, regla la vida de 45.000.000 de personas, o aún más. Se encontrará asimismo con una forma de ser indígena, con algo difícil de definir que puede tomar el modo del silencio, la atención, la más extrema sencillez junto a la más increíble metáfora, una serenidad y diafanidad extremas unidas a un completo sentido del humor y la paradoja… Igualmente, si le ha tocado vivir en América, o nacer allí, podrá valorizar el hecho asombroso de la geografía americana, su exhuberancia y variedad inagotable, su extensión, y los constantes movimientos telúricos que generan permanentemente catástrofes de distinto tipo: terremotos, erupciones volcánicas, desbordes y cambios de ríos, etc. Esta perpetua “novedad” del continente conforma parte esencial de la Tradición Precolombina, ya que sus culturas se gestaron en este medio, y por lo tanto con situaciones de geografía sagrada particulares a su período cíclico.4 Por lo que pensamos que estas culturas deberían ser estudiadas con mayor cuidado y profundidad, sobre todo por aquellos que han nacido en América, y por una serie de prejuicios culturales no han podido acercarse con el debido respeto ni atención a un medio que tienen muy cerca y que podría depararles muchas sorpresas, ya que muchos de los que se han aproximado, lo cual ha sido frecuente en los E.E.U.U., han terminado por identificarse con él y su cosmovisión. De todo lo dicho creemos que se pueden sacar las siguientes :
Conclusiones
1 – Existe una identidad indígena de acuerdo a la pertenencia a una Tradición que se remonta a más allá de los tiempos históricos; esa Tradición común está viva, aunque diseminada en corpúsculos, los cuales prácticamente se desconocen entre sí, y que han comenzado a contactarse merced a problemas comunes respecto al hombre blanco.
2 – Algunas veces cuesta reconocer el meollo o la espiritualidad de sus mitos, ritos y símbolos por la amalgama con elementos cristianos; en otros casos, como en los ritos de fecundación, imploración de lluvias, y todo lo ligado con la agricultura y la generación, altamente sagradas para ellos, las ceremonias son más arcaicas; ni qué decir que en las iniciaciones guerreras y todo lo ligado al chamanismo, la Tradición se presenta casi intacta.
3 – Consideramos que si se protegen ciertos sitios y monumentos históricos, incluso señalándolos como “patrimonio de la humanidad” y se gastan presupuestos en su conservación, con qué mayor razón debieran ser protegidas las culturas indígenas, algunas de ellas fragmentos vivos de la Tradición. En este sentido es obvio que el fomento al estudio de las lenguas indígenas dentro de las mismas comunidades, así como la educación bilingüe, son factores de integración, e identificación, como es obvio, aunque no tenemos aquí el espacio para tratar en extenso el tema.
4 – Los estudiosos e interesados en las culturas indígenas, por la misma valoración de esas culturas y por su familiaridad con ellas, pueden hacer tal vez más de lo que piensan para su preservación, así como ellas les pueden retribuir generosamente en orden de conocimientos. Para eso es necesario que tanto ellos como los propios indígenas se pongan en la perspectiva de los autores de esa cultura y no en la moderna, y así vayan al fondo mismo de su Tradición, que es tan válida hoy como cuando fue creada, y que por lo tanto es capaz de generar nuevos frutos en cualquier momento.
Notas:
(1) Los indígenas que no son monolingües hablan, según donde viven, el castellano, portugués, o inglés; esos idiomas se constituyen en lingua franca para los que habitando un mismo país, o comarca, no conocen las lenguas de otras tribus. Lo que también muestra que lo que tienen en común es en relación con los hombres blancos (en este caso la lengua), pero no en cuanto a ellos entre sí.
(2) Los Kogi son una tribu de dos mil indios de habla chibcha que habita en la actualidad las faldas meridionales de la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia, y guardan aún hoy completamente su visión cosmogónica, tradicional y metafísica, la que se expresa por medio de variados ritos, símbolos y prácticas culturales. G. Reichel-Dolmatoff (La Antropología Americanista en la Actualidad, 1989, tomo I) ha estudiado este pueblo y sus conceptos cosmogónicos, religiosos y sociales.
(3) El autor citado también afirma: “Subyacente a muchas formas de pensar y de actuar de los indios de la Sierra Nevada de Santa Marta, se observa un concepto de dualismo que se expresa sobre muy diversos planos. A nivel del individuo, como ente biológico, es el cuerpo humano que da el modelo, formado por la ideación de principios opuestos pero siempre complementarios. Son la aparente simetría bilateral del cuerpo y las diferencias sexuales lo que da la norma. Sobre otro nivel, el del grupo social, encontramos una división dualista entre ‘gente de arriba’, ‘gente de abajo’, no referente a la situación altitudinal de su habitat respectivo sino agrupándose así ciertos clanes, que forman grupos opuestos pero complementarios. Las poblaciones mismas están divididas en dos partes y una línea divisoria invisible, pero reconocida por todos, separa la aldea en dos segmentos. Las casas ceremoniales también se imaginan como divididas en dos mitades, cada una con su propio poste central; una línea diametral entre las dos puertas opuestas, divide el plan circular de la construcción en un ‘lado derecho’ y un ‘lado izquierdo’. Ya en un nivel cósmico, esta misma división separa el universo en dos lados, determinados por el sol, el cual, dirigiéndose de Este a Oeste, divide al mundo en un lado derecho y un lado izquierdo. Los dualismos de este tipo son innumerables: hombre-mujer, macho-hembra, mano derecha-mano izquierda, calor-frío, luz-obscuridad, etc., se asocian con ciertas categorías de animales y de plantas, con colores, vientos, enfermedades y, desde luego, con conceptos del Bien y del Mal. Entonces el simbolismo con este concepto de dualismo básico, se manifiesta continuamente, en todas las prácticas mágico-religiosas. Por cierto, muchas de estas manifestaciones dualísticas tienen esencialmente el carácter de antagonistas simbólicos que, en el fondo, comparten una sola esencia; tal como existen divinidades tribales que en un solo ser reúnen aspectos benéficos y maléficos, cada hombre lleva en sí mismo esa polaridad vital del Bien y el Mal.
“Los Kogi creen en la existencia de un principio del Bien (derecho) cuya permanencia y función benéfica está determinada por la existencia simultánea de un principio del Mal (izquierdo). Así, para asegurar la existencia del Bien es necesario fomentar el Mal ya que, si éste desapareciese, por no encontrar una justificación de su existencia, se eliminaría al mismo tiempo el Bien. Es necesario pues que el individuo cometa pecados que atestigüen la influencia activa del Mal. Es aquí donde yace, según los Kogi, el principal problema de la condición humana: en equilibrar estas dos fuerzas opuestas pero complementarias, y en establecer entre éstas una relación armónica. El concepto básico se denomina yulúka, lo que podría traducirse por ‘estar de acuerdo’, ‘ser igual’, ‘estar identificado’. Este estar ‘de acuerdo’, el saber equilibrar las energías productivas y destructivas, en el camino de la vida que lleva del Oriente hacia el Occidente, es pues el principio fundamental de la conducta humana; así pues el Máma, al pesar en sus manos las hojas de coca u otros objetos ritualizados, primero trata de establecer este equilibrio hasta que, por fin, la mano derecha, es decir el principio del Bien, ‘pesa más’. Más adelante las asociaciones continúan. El universo, el huevo cósmico, se interpreta como un útero, el útero de la Madre Universal, dentro del cual vive aún la humanidad. Asimismo la tierra es un útero, la Sierra Nevada lo es, cada cerro, cada casa ceremonial, cada casa de vivienda y, finalmente, cada entierro. Las cavernas y grietas de la tierra se interpretan como orificios del cuerpo de la Madre. Los grandes ‘nidos’ construidos en forma de un embudo formado por varas, y rellenos con paja en analogía con el pubis, que se levantan sobre las casas ceremoniales, son el órgano sexual de la Madre dispuesta a ser fecundada por el cielo donde se depositan ofrendas que representan un concepto de fertilización. Estas son ‘puertas’ que se abren hacia el nivel cósmico de ‘arriba’. De lo más alto del interior del techo cónico de la casa, baja un hilo que representa el cordón umbilical y es sentado en el centro de la casa donde el Máma establece el contacto con las fuerzas sobrenaturales, etc.” Discúlpesenos estas largas citas, pues el autor sintetiza aquí una cosmogonía que podríamos llamar “ejemplar” para el conjunto de la Tradición Precolombina, perfectamente asimilable u homologable con toda cultura tradicional.
(4) Véase por ejemplo el dios Kabrakan del Popol Vuh, su relación con los terremotos -con su hermano practicaban estos juegos, con los montes- y de todo el texto quiché con los volcanes de esa geografía. Igual el dios unípede taíno “Hurakán” -del cual deriva el nombre de ese fenómeno meteorológico, etc.- directamente emparentado con el quiché homónimo.