Cuentos y Poemas Indigenas III

divisaron el rancho al pie de la lomada. Los perros olfatearon la presencia de Lorenzo en la brisa que bajaba de la cordillera lejano y salieron a su encuentro con ladridos cortos de júbilo. En el patio, una mujer con cuatro niños agarrados a su pollera, lo aguardaba como quien espera el último de los milagros!.

Pasaban los días con sus noches sin que el grito azotara su látigo de miedo. Todo sucedía lacio, repetido, anunciado desde el mismo comienzo del tiempo. Nada parecía turbar la paz campesina de ese paisaje apresado entre lomadas azules y cordilleras altas.

Esa noche, cuando todos dormían, Payún supo que él vendría! Y lo esperó hasta pasada la media noche, cuando el grito, como de un hachazo, partió en dos el aire quieto.

Él le respondió como si su grito fuera el eco de ese alarido quemante. Ese grito lastimero, casi quejido, se fue acercando con cada respuesta del chamán, hasta que todos sintieron que esa voz les recorría los sentidos como un aliento fétido.

Parado en el hueco de la puerta, Payún lo vio surgir de las sombras.

El brillo de sus espuelas alumbraron por un instante y pudo ver sus botas altas, el chaquetón negro envolviendo la bruma, el sombrero alón coronando su rostro invisible.

En ese pequeño relámpago, sus labios finos y apretados parecían aprisionar una mueca sarcástica debajo de una nariz aguileña, como pico de ave carroñera.

El chamán le buscó los ojos al amo de las tinieblas.

¡El aparecido no tenía ojos!

Avanzó hasta tenerlo al alcance de sus brazos. Entonces levantó las manos con las palmas hacia fuera y le mostró las cruces grabadas en la piel!

Un aullido bárbaro desgarró la noche y el amo de las tinieblas se desmoronó quemado por el fuego de su propio incendio! Un fuerte olor a azufre trasminaba las rústicas paredes del rancho.

Cuando amaneció y la vida regresaba a ocupar su sitio, un aire fresco, bajado de las cumbres, barría despreocupado unas cenizas oscuras como sopladas por golpes de alas.

Cuando le preguntaron a Lorenzo Ñelay por el mago Payún, el mestizo dijo…

– Se ha marchado…

Del amarillo tenue al rojo intenso

Había permanecido tanto tiempo mirando la cascada que sus sentidos se acostumbraron al rumor de las aguas despeñándose. Una quietud dolorosa apretaba el aire húmedo contra la piedra, quizá presagiando el cataclismo anunciado desde el propio origen de las cosas.

Primero fue como el quebrarse de una rama en silencio del bosque; luego el temblor sacado de lo hondo de la tierra, un estremecimiento prolongado recorriendo las colosales vértebras de la montaña, despertando sus vómitos de fuego.

Desde el cráter del Paillanhue, un humo oscuro sostenía sus culebras sobre el fondo blanco de las cumbres.

Payún contempló las primeras fumarolas como quién recibe una señal largamente esperada. Dándole la espalda al volcán, buscó el sitio donde el agua pura del torrente esconde, con paciencia de siglos, aquella greda prodigiosa. Con el puñado de arcilla regresó presuroso a la caverna y de rodillas, inclinado sobre la lumbre cansina de la hoguera, abrió la piel de su mano izquierda con el pequeño sangrador de cuarzo.

La sangre del chamán se fue mezclando con el barro sagrado hasta formar un amasijo luminoso. Mientras modelaba, mojaba con su saliva aquella tierra espiritualizada, para darle vida a esa pequeña y misteriosa reliquia. En sus ojos parecía reflejarse aquella extraña figura, alumbraba por los nacientes incendios que la lava encendía con sus lenguas invasoras.

Para ese mediodía, el sol era apenas un círculo de cobre viejo antes de desaparecer devorado por un cielo de cenizas. En cada explosión el volcán escupía sus entrañas de piedra líquida, en coágulos oscuros que agujereaban el aire caliente, como un monstruoso animal cavando su madriguera en el centro mismo de ese infierno. Luego de mínimas treguas, su tos geológica lanzaba de nuevo sus estupos fundidos, animando marejadas incandescentes.

Siete días estuvo el Pillanhue sacudiéndose con temblores que remecían su lastimada naturaleza. Después, en menguados estertores, con un escalofrío que recorría su nueva piel basáltica, se fue quedando dormido.

Una atmósfera agria, ácida, sostenía aún viva la lava morena que calcinaba con su escondido rescoldo el ramaje de los árboles moribundos.

Como luego de un combate, lentas humaredas trepaban penosamente los celajes de la cordillera, esfumando sus sombras duras.

Hacia el naciente un mar de cenizas disipaba la marca del horizonte, extendiendo su neblina plomiza hasta el infinito.

Nada parecía tener vida. Sólo el agua, como una víbora ciega, hurgaba en su memoria de limo buscando una salida por aquella tierra todavía quemante. Entre vapores sulfurosos, esa tinta negra se abría cauce ladera abajo. Paraba en diques de lava endurecida, para vencer con su húmedo instinto cada uno de los obstáculos que encontraba en su camino.

Cuando llegó a la angostura del Choroi, su pupila mostraba una lejía de cielo limpio, hasta reconocerse cristalina en el lecho del arroyo.

Una paz de muerte envolvía al paisaje desolado. Mantos de cenizas escaldaban las heridas de la montaña, mientras el viento golpeaba su sonaja contra los riscales, repitiendo como en sueños el murmullo helado de las cumbres.

En algún lugar cercano al viejo Pillanhue, la vida leudaba en secreto su eterna maravilla.

Escrito por Beatriz Bassino el 19 de Junio

DESDE AQUÍ (poesía mapuche)

Lafquén mío, en mis oídos

Resuena tu voz, tu canto.

Ayuyueimi

Con tu fuerza,

Tu poder.

Nehuén lafquén,

Te extraño

Aquí perdida en la ciudad huinca

Donde

Tu voz no escucho.

Eres fuerte y poderoso,

Con razón shumpal

Duerme en tus brazos.

Manquián se fue contigo

Y tantas quimei malén

De ti se han enamorado.

Escrito por Beatriz Bassino el 19 de Junio
APENADO ESTA MI CORAZÓN

Ya no quiero adornar mi cabello,

Ya no quiero cantar cuando el sol

Aparezca en la mañana.

Iré a la montaña a esconderme,

Para que nadie me mire,

Para que nadie me mire.

Voy camino

A la poblada montaña

La de espíritus palpables

Que quiero ver

Y no conozco.

Escrito por Beatriz Bassino el 19 de Junio
APENADO ESTA MI CORAZÓN

Ya no quiero adornar mi cabello,

Ya no quiero cantar cuando el sol

Aparezca en la mañana.

Iré a la montaña a esconderme,

Para que nadie me mire,

Para que nadie me mire.

Voy camino

A la poblada montaña

La de espíritus palpables

Que quiero ver

Y no conozco.


Escrito por Beatriz Bassino el 20 de Junio

Piedras ( Poema Mojeño)

Piedras, sobre piedras pisaremos,
el camino será penoso.
Huyamos por la noche, querida,
para que nadie nos vea.
Al amanecer estaremos allá,
en la playa del río, lejos de aquí.
Al amanecer estaremos lejos.
Allí viviremos juntos.
Un año viviremos allá, por lo menos.
¡Deja que tu madre diga lo que
quiera!
¡No tengas temor!
“Ahora ya viven juntos, juntos viven allá abajo”.

MIshé mishéra yikehá shatamá
hamnái sií hamé hamé kahuhayará
naibizií shatami hamnaisiní
mishé mitshé
yikehá meshberá naihuhá
mibebirá yakshetiká
mibebirá yakshetiká
shatabirá músh mamamú
naihuhami naihuhami
shatamibé mézizín
méinbéhayaín miwé yirisbishá
yumudyé yíris yumudyé
behayá shatañuñú kúshasha
méza fakuimú ñuñú mamá
mézakyi ñuñú zinahakinaká
zinahakinaká aná zinyé
mamá yiriyamú behá mamá

Escrito por Mª Carmen F… el 21 de Junio
CUENTO TRADICIONAL LAKOTA
NACIMIENTO DEL PERRO.

Shunka gimió al sentirse empujada bruscamente dentro de un saco grasoso de piel. Apenas había despertado y sin embargo ahí estaba, asida por el cuello y secuestrada de la entrada de la guarida de sus padres. Al principio pensó que seguía soñando dentro de la cálida cueva, acurrucada junto a sus hermanos y hermanas. Ella siempre se había sentido bastante segura bajo las raíces del gran abeto. Los retoños del árbol habían formado un círculo grueso a su alrededor, brindando un buen lugar para ocultar a una familia de cuatro cachorros peludos. Al menos eso es lo que los padres de Shunka habían esperado.

Pero Shunka no estaba soñando. Sus padres habían ido de cacería y habían dejado cerca a un tío para cuidar a los cachorros. El tío era muy joven y no tenía experiencia en estas cosas. Su atención había sido atraída por una ardilla que corría por un tronco caído, y mientras él estaba distraído, una criatura extraña había venido al campamento de los Lobos, atrapando a Shunka y a uno de sus hermanos. Los otros cachorros se había ocultado fuera de alcance al fondo de la guarida, así que no habían sido atrapados.

Shunka y su hermano fueron empujados y golpeados mientras eran cargados dentro de los sacos en las espaldas de las criaturas. Después de un largo y agitado tiempo, Shunka se asomó por encima del hombro de la Criatura de Dos Piernas. Allí, frente de ella, estaba un panorama maravilloso. En una pradera había un grupo de refugios que se erguían altos como árboles en un círculo, con cada entrada mirando al este, hacia el sol naciente. Muchas Criaturas de Dos Piernas salieron corriendo para saludar a las abuelas que volvían al campamento. Había mucho ruido y confusión. Todo era un remolino de nuevas vistas y nuevos sonidos y olores inusitados. Olores maravillosos saturaban el campamento. Shunka sólo había conocido el olor de la guarida de tierra, el aroma lechoso y dulce de su madre, y más tarde, cuando sus pequeños dientes blancos habían brotado, el olor a la carne agria que su padre regurgitaba como desayuno para sus hijos todas las mañanas.

Había sido por el olor de las ofrendas de su padre que las abuelas habían encontrado la guarida. Mientras buscaban raíces y hierbas, las experimentadas narices de las abuelas detectaron a los cachorros astutamente escondidos en la guarida bajo el árbol. De repente, Shunka sintió que era depositada rudamente en el suelo. A su lado gemía su hermano, asustado y confundido. “No te preocupes,” murmuró ella, “nos tenemos el uno al otro. Yo permaneceré contigo. Di ‘huká’, no tengo miedo.”

De cualquier manera él tenía miedo, a pesar de las valientes palabras de Shunka, y aulló con fuerza cuando un pequeño Dos Piernas lo abrazó estrechamente contra su pecho. “A-i-i-i,” él gritó. Los pequeños Dos Piernas rieron y lo alzaron para que todos lo vieran. “Este es mi cachorro,” dijo el pequeño Dos Piernas. “Mi abuela me lo ha dado como regalo.”

“Sí”, respondió la Abuela Unchí. “Y si cuidas de él tan bien como cuidarías a tu propio hermano, será tu compañero de confianza por el resto de sus días. ” Diciendo esto, levantó a Shunka y le habló suavemente. “Toma,” dijo la Abuela Unchí, tomando del fuego algunos pedazos de carne que olían muy bien, y dándoselos a la perra. “Shunka,” le dijo, “estoy muy complacida de haberte encontrado. Eres un gran regalo para mí. De ahora en adelante tendré a alguien que me ayude y una amiga para hacerme compañía.”

Y así fue que Shunka fue separada de su familia como una winú, una prisionera, y forzada a vivir en la aldea de las Criaturas de Dos Piernas por el resto de su vida. Pero la Abuela Unchí era bondadosa con ella, y alababa y reconocía su trabajo. Así que cuando Shunka tuvo su propia familia, ella llegó a ser una especie de hunka para las Criaturas de Dos Piernas. Se convirtió en un pariente por elección, y todos sus hijos y sus nietos también. Héchetu yeló. Eso es cierto.

Escrito por Ana Roslyn el 22 de Junio

Uno de los cantos más maravillosos de un ave que se pueden escuchar corresponde a un pequeño pajarito que vive en la selva amazónica y que se llama Uirapurú.

El Uirapurú está revestido de misticismo. Esto se debe a que, además de ser un canto de extrema belleza, tiene el aditivo de ser difí­cil de escuchar. Primero porque es un pájaro que vive en plena selva. Segundo porque emite su canto unos pocos minutos a la mañana, y lo hace mientras hace su nido, lo que hace durante cerca de quince días al año. Nada más.

Las leyendas que circulan en torno a este pájaro son variadas. Se habla de un joven guerrero, un enamorado y hasta de un dios que bajó a la tierra convertido en ave, lo que explica la calidad, sencillez y belleza de su canto.

También se cuenta que era el joven más hermoso de la tribu, amado y codiciado por las mujeres del lugar, pero que muere tempranamente en una batalla. Los lamentos de las mujeres de la tribu son escuchados por Dios quien transforma el alma del guerrero en un hermoso pájaro, que, como el joven, es difícil de encontrar, pero que llena con su canto el espí­ritu de quienes lo escuchan.

Pero la versión más conocida en el Brasil dice que el joven se había enamorado de la esposa del cacique, pero como esto era un amor imposible, el joven rogó a Tupá que haciera desaparecer ese dolor del amor, por lo que el dios lo transformó en un ave. En un ave con un encanto especial al que llamó Uirapurú, que, por cierto, significa el pájaro que no es pájaro.

Así­, una vez convertido, el joven cantaba todas las noches a su amada para hacerla dormir. Pero el cacique encantado con su voz quiso poseer al pájaro para que cantara para él. Fue entonces cuando el Uirapurú se alejó para siempre de la tribu y de su amada para cantar en la selva, para todos y para nadie.

Se dice que escuchar su canto trae suerte a quienes tienen este privilegio. Algunos buscan sus plumas como fetiche de buenaventura. Se cree que gracias a ello los hombres tendrán prosperidad y las mujeres encontrarán el amor.

Un aspecto encantador de este pájaro es que cuando canta, esos pocos minutos al año, el resto de la selva amazónica se calla. Todas las aves, animales, y hasta el rí­o dejan de sonar para poder disfrutar de la magia del canto del Uirapurú.

Escrito por Nuria Cugota Gomez el 22 de Junio

EL TATU Y SU CAPA DE FIESTA
(Mito Aymará Bolivia)

Las gaviotas andinas se habían encargado de llevar la noticia hasta los últimos

rincones del Altiplano. Volando de un punto a otro, incansables, habían

comunicado a todos que cuando la luna estuviera brillante y redonda, los animales

estaban cordialmente invitados a una gran fiesta a orillas del lago. El Titicaca se

alegraba cada vez que esto sucedía.

Cada cual se preparaba con esmero para esta oportunidad. Se acicalaban y

limpiaban sus plumajes y sus pieles con los mejores aceites especiales, para que

resplandecieran y todos los admiraran. Todo esto lo sabía Tatú, él quirquincho, ya

había asistido a algunas de estas fastuosas fiestas que su querido amigo Titicaca

gustaba de organizar. En esta ocasión deseaba ir mejor que nunca, pues

recientemente había sido nombrado integrante muy principal de la comunidad.Y

comprendía bien lo que esto significaba… Él era responsable y digno. Esas

debían haber sido las cualidades que se tuvieron en cuenta al darle este título

honorífico que tanto lo honraba. Ahora deseaba íntimamente deslumbrarlos a

todos y hacerlos sentir que no se habían equivocado en su elección.

Todavía faltaban muchos días, pero en cuanto recibió la invitación se puso a tejer

un manto nuevo, elegantísimo, para que nadie quedara sin advertir su presencia

espectacular. Era conocido como buen tejedor, y se concentró en hacer una trama

fina, fina, a tal punto, que recordaba algunas maravillosas telarañas de esas que

se suspenden en el aire, entre rama y rama de los arbustos, luciendo su tejido

extraordinario. Ya llevaba bastante adelantado, aunque el trabajo, a veces, se le

hacia lento y penoso, cuando acertó a pasar cerca de su casa el zorro, que

gustaba de meter siempre su nariz en lo que no le importaba.

Al verlo, le preguntó con curiosidad que hacía y este le respondió que trabajaba

en su capa para ponérsela el día de la fiesta en el lago, el zorro le respondió que

como iba a alcanzar a terminarla si la fiesta era esa noche. El quirquincho pensó

que había pasado el tiempo sin notarlo. Siempre le sucedía lo mismo… Calculaba

mal las horas… Al pobre Tatú se le fue el alma a los pies. Una gruesa lágrima

rodó por sus mejillas. Tanto prepararse para la ceremonia… El encuentro con sus

amigos lo había imaginado distinto de lo que sería ahora. ¿Tendría fuerzas y

tiempo para terminar su manto tan hermosamente comenzado?

El zorro captó su desesperación, y sin decir más se alejó riendo entre dientes. Sin

buscarlo había encontrado el modo de inquietar a alguien… Y eso le producía un

extraño placer. Tatú tendría que apurarse mucho si quería ir con vestido nuevo a

la fiesta. Y así fue. Sus manitos continuaron el trabajo moviéndose con rapidez y

destreza, pero debió recurrir a un truco para que le cundiera. Tomó hilos gruesos

y toscos que le hicieron avanzar más rápido. Pero, la belleza y finura iniciales del

tejido se fueron perdiendo a medida que avanzaba y quedaba al descubierto una

urdimbre más suelta. Finalmente todo estuvo listo y Tatú se engalanó para asistir

a su fiesta. Entonces respiró hondo, y con un suspiro de alivio miró al cielo

estirando sus extremidades para sacudirse el cansancio de tanto trabajo. En ese

instante advirtió el engaño… ¡Si la luna todavía no estaba llena! Lo miraba curiosa

desde sus tres cuartos de creciente…

Un primer pensamiento de cólera contra el viejo zorro le cruzó su cabecita. Pero al

mirar su manto nuevamente bajo la luz brillante que caía también de las estrellas,

se dio cuenta de que, si bien no había quedado como él lo imaginara, de todos

modos el resultado era de auténtica belleza y esplendor. No tendría para qué

deshacerlo. Quizás así estaba mejor, más suelto y aireado en su parte final, lo

cual le otorgaba un toque exótico y atractivo. El zorro se asombraría cuando lo

viera… Y, además, no le guardaría rencor, porque sido su propia culpa creerle a

alguien que tenía fama de travieso y juguetón. Simplemente él no podía resistir la

tentación de andar burlándose de todos… Y siempre encontraba alguna víctima.

Pero esta vez todo salió bien: el zorro le había hecho un favor. Porque Tatú se

lució efectivamente, y causó gran sensación con su manto nuevo cuando llegó, al

fin, el momento de su aparición triunfal en la fiesta de su amigo Titicaca.

Fuente: Cuentos y Leyendas Americanas.


Escrito por Griselda Susana Ordoqui el 22 de Junio

Hola! Les voy a contar la leyenda del Calafate (arbusto de la Patagonia que se cubre de flores amarillas perfumadas en primavera, luego se convierte en racimos de pequeñas frutas. Con ellos se hacen dulces y un licor exquisito al que los tehuelches llaman “Guacha-cay”).
Los bosques empezaban a tomar un tono característico anunciando el otoño y dando a los árboles una gama que va desde el amarillo tenue al rojo intenso, pasando por el dorado y naranja. Esta transformación se viene repitiendo año a año desde tiempos inmemoriales.

Los Tehuelches, verdaderos dueños de la tierra, conocían los secretos del sur patagónico en su permanente deambular de lugar en lugar.
Los guanacos, alimento y abrigo de esta gente, comenzaron a descender en tropillas hacia los valles encerrados en grandes cañadones, viejas cunas de antiguos glaciares, en un permanente rito milenario al que se suman los ñandúes en busca de abrigo y alimento.

Hacia el oeste, la espina dorsal de América que son los Andes, ha amanecido de nieve. El invierno llegará y ellos lo saben.
En esa época, las tribus tehuelches comenzaban su viaje hacia el norte a pie, donde el frío no era tan intenso. KOONEK (calafate en flor), la anciana curandera de la tribu, no podía caminar más, sus viejas piernas estaban agotadas; pero la marcha no se podía detener y es una ley natural cumplir con el destino. Ella lo comprendió. Las mujeres de la tribu le hicieron un KAU (toldo) con pieles de guanacos y juntaron abundante leña, prepararon CHARKIKAN (charque ahumado y salado), reunieron huevos conservados en sacos de grasa y se despidieron de ella con el GAYAU (canto identificatorio) de la familia, luego ella entonó con un hilito de voz, el milenario canto de la raza y envuelta en su KAI-AJNUN (capa pintada), fijó sus cansados ojos en la distancia, hasta que la gente de su tribu se perdió tras el filo de la meseta. Quedaba sola para morir, ya que los alimentos no le alcanzarían para pasar el invierno, aunque tal vez algún puma hambriento le acortara la espera.
“Mejor si me encuentra dormida, total es un ratito… “pensó
.
“Terro, terro repetían los teros, que en su idioma significa “malo,malo” y agregaban:- “No volveremos más. La “V” de los KAIKENES (avutardas) eran mil flechas que viajaban cielo al norte. Todos los seres vivientes emigraban, se quedaba sola sintiendo el silencio como un sopor pesado y envolvente
.
El cielo multicolor se fue extinguiendo lentamente en un oeste de mesetas grises y azuladas hasta perderse el último rayo de luz reflejado en los picos más altos del CHALTÉN (montaña sagrada de los tehuelches, hoy Fitz Roy).
Pasaron muchos soles y lunas, hasta que llegó ARISKAIKEN (primavera) con el nacimiento de los brotes, arribaron las golondrinas, los chorlos, los alegres chingolitos, las inquietas ratoneras, las charlatanas cotorras…
Los esbeltos flamencos vistieron de rosa una franja de cielo hacia el sur. El cuello de los cisnes le puso signos de interrogación a las lagunas ya deshieladas y el grito de las bandurrias se hizo eco en las barrancas.

Volvía la vida en todas sus expresiones. Sobre los cueros del abigarrado toldo de KOONEX (calafate), se posó una bandada de avecillas cantando alegremente.
De pronto se escuchó la voz de la anciana que desde el interior del KAU, les reprendía por haberla dejado sola durante el largo invierno. KIKEN (el chingolito), tras la sorpresa le respondió: -“Nos fuimos porque en otoño empieza a escasear el alimento, además durante el invierno no tenemos donde abrigarnos”.

-“Los comprendo , dijo la anciana,por eso de hoy en adelante, tendrán alimento en otoño y buen abrigo en invierno. Ya nunca más me quedaré sola…”. Luego calló.

Cuando la brisa volteó los cueros del toldo, en lugar de la anciana, se hallaba un hermoso arbusto espinoso de perfumads flores amarillas. Al promediar el verano, las flores se hicieron frutos y antes del otoño comenzaron a madurar tomando un color azul-morado de sabor exquisito y de gran valor alimenticio.

Algunos pajaritos no emigraron nunca más y los que se habían ido para no retornar, al enterarse de la novedad, regresaron para probar el nuevo fruto, del que quedaron prendados.

También los Tehuelches o Tsonekas lo probaron adoptándolo para siempre y desparramaron sus semillas de AIKE en AIKE (lugar en lugar), dándole el nombre de KOONEX (calafate). Desde entonces: “El que come calafate, vuelve”.

Esto es para ustedes amigos, espero les guste. Un saludo afectuoso.

Griselda Susana.

Escrito por Nuria Cugota Gomez el 25 de Junio

Cuento del Eqeqo (Leyenda de Puno – Perú)

Antiguamente, muchos milenios atrás, había un aymara cuyo nombre era Iqiqu. Era fornido, de estatura baja, humilde, bondadoso, caritativo y sonriente.
Iqiqu fue un hombre bueno que buscaba una vida armoniosa entre los hombres, y por dondequiera que andaba predicaba las buenas costumbres. Donde había problemas y llantos llevaba la solución, la consolación y la alegría.
Un día, por sus cualidades maravillosas, recibió poder de Apu Qullana Awki (Dios Padre Divino) que moraba en las alturas sagradas de Khunu Qullu (Montaña Nevada). Con este poder, Iqiqu había logrado realizar grandes hazañas. Dicen que manejaba grandes piedras, secaba el agua, trasladaba rocas y montañas solamente con hondas y su voz. Todo le obedecía; por eso le gente le seguía de cerca.
Iqiqu tenia una honda y una ch’uspa (bolsa). Así caminaba por las montañas, cerros, pampas y por las riberas del Lago. Al que lloraba le consolaba y hacía reír; al que no tenía productos se los proporcionaba; a los que querían casarse los juntaba para formar su hogar.
Un día vino el Awqa (ser maligno) con su gente sanguinaria. Su aspecto era de un hombre barbudo, de tez blanca y con genio muy malo. Awqa se portó muy cruel. Atemorizaba a los aymara y persiguió a Iqiqu. A los que le seguían los desbandó, a otros los asesinó ferozmente y a algunos los obligó para que no le apoyen.
Cierta vez Iqiqu llegó a un ayllu donde Awqa también había instalado su posada para seguir persiguiendo a Iqiqu. Mientras este iba promoviendo diferentes formas de ayuda mutua, Awqa y su gente malvada, lo rodearon y capturaron.
Lo torturaron y despedazaron el cuerpo de Iqiqu. La cabeza, los brazos, las piernas y otras partes del cuerpo fueron desparramados por todas partes del altiplano y en las cordilleras, a fin de que no vuelva a formarse el cuerpo, porque tuvieron miedo al poder que tenia Iqiqu.
Nuestros abuelos dicen que cada una de las partes del cuerpo de Iqiqu está tomando forma y ha empezado a revivir. Otros dicen que cada parte del cuerpo se ha levantado y está en camino hacia Wiñay Marka (Ciudad Eterna). Un día no muy lejano, indudablemente, llegarán a Wiñay Marka. Se juntarán y Iqiqu tomará una fuerza sobrenatural que reunirá y llevará adelante a su pueblo.
Renacerá la nación Aymara y tendrá mucho poder en el Universo.

Escrito por Nuria Cugota Gomez el 29 de Junio

Los Pumas Grises (Leyenda del Lago Titicaca)

El abuelo le dice a su nieta: “Mira este lago inmenso y azul, hijita. El lago Titicaca. En el fondo… están los pumas grises”.” ¿Qué pumas, abuelo? “, preguntó con mucha curiosidad la niña. “Pumas grises”… Eso significa “Titicaca” en nuestra lengua aymara. Es una historia antigua, muy antigua…
A lo lejos se escuchaba una hermosa y triste melodía de zampoña y el ulular del viento. El abuelo le contó que Apu Qullana Awki había creado el mundo, la tierra, el cielo, los animalitos… y la gente. Cuando terminó de crear, el Apu Qullana Awki fue a vivir a los cerros de nieve y dijo con voz muy poderosa: “Sean felices. Vivan tranquilos en este paraíso que les doy”. En aquellos tiempos, este lago era un valle hermoso. No había envidia ni peleas entre la gente. El único mandamiento del Apu Qullana Awki era no subir a la montaña sagrada, donde él vivía. Entonces el hombre le dijo: ” ¿Y por qué no vamos a subir? Queremos ser poderosos como él”. Así fue como desobedecieron. Pero cuando subían el cerro se escucharon unos terribles y escalofriantes rugidos…
Muy preocupado el abuelo musitó: “El Apu Qullana Awki hizo salir de las cuevas muchos pumas grises que devoraron a la gente. Casi todos murieron”. Entonces, el padre Sol, tata Inti, lloró sin consuelo durante cuarenta días y cuarenta noches. Las lágrimas del Sol fueron haciendo una laguna, un gran lago que ahogó a todos los pumas. La poquita gente que se salvó, dijo: “qaqa titinakawa… Ahí están los pumas grises… Titi-caca”.
La niña preguntó: ” ¿Así nació este lago, abuelo?”
“Y así renació nuestro pueblo, la gran nación aymara, agradecida del padre Sol, nuestro tata Inti y bendecida por la Pachamama”. Y por eso rezamos nuestras oraciones al tata Inti, al gran Wiracocha, a nuestra madre tierra… la Pachamama.
Pero el abuelo se puso triste y dijo a su nieta: “Mira el lago, hijita, el lago de los pumas grises.

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Beatriz Bassino
Enfermería profesional, administración… Escrito por Beatriz Bassino el 2 de Julio
Poema de un tehuelche
Che

caballero del viento…

despeinado…

tas perdido..

. No sabes los vientos

como están en nuestra Patagonia.

Impresionante.

Y con la sequía

no te das una idea

cuando sopla y sopla

levantando ese polvillo

que parece talco…

Naupa huen

un pique espectacular

la apertura, voraces mal todas

…. Marrones y arco iris…

Además las percas impresionates

en tamaño y la pelea…

Y con todas las moscas que te imagines

… Arriba, media… Baja,

no se perdían un movimiento del agua

y había muchas…

Bueno,

lo que si como dije

parece que vas en una nube

en los caminos

… Adentro de una nube de polvo.

Aguantemos despeinados,

total es la Patagonia y la queremos.

Uainge yenú/

Saludo amigo… En tehuelche

Escrito por Nuria Cugota Gomez el 3 de Julio
El Lenguaje de las Estrellas*

El Sol y la Luna tuvieron doce hijos, seis mujeres: Taiwa, Pawak, Shawa, Tiyaylli, Warawa, Tsaiwa; y seis varones: Apauki, Uniwa, Iwa, Jallka, amayami; que les gustaba cantar, bailar, conversar. Así, unos en el día otros en la noche, formando círculos o media lunas, conversaban con la gente que les rodeaba. Dicen que las estrellas eran muy alegres, que las personas se contagiaban de su entusiasmo y energía, que por esa razón, la gente canta cuando trabaja, danza cuando está satisfecha con su trabajo, conversa para ahuyentar la soledad y solidarizarse con los demás. En este sentido, antiguamente los Yayas decían que mantener alegre el espíritu era la principal garantía del desarrollo y bienestar de la comunidad.

Dicen que un día Inti Tayta, Pura Mama y sus hijos estuvieron muy enfermos y tuvieron que retornar junto a su padre Pachakamak Desde entónces no han vuelto, pero su energía, su alegría, sus cantos, sus diálogos se transmiten en cada parpadeo de las estrellas y en el brillo de los luceros; que por esa razón los Yayas*** conocen el lenguaje de las estrellas, dialogan con ellas y saben en que momento se debe sembrar, saben determinar con precisión los días y los meses que transitan en este estrecho camino del tiempo.

Ariruma Kowii**

*Relato de su obra “Diccionario de nombres kichwas” (Kichwa shutikunamanta shimiyuk panka), Ecuador, 1998.
**Escritor Kichwa. Nació en Otavalo, Ecuador, en 1961. Maestro en Letras en Estudios de la Cultura en la Universidad Andina Simón Bolivar-Ecuador.
***Ancianos, personas de mucho respeto en la comunidad

Cuentos y Poemas Indigenas II

Escrito por Nuria Cugota Gomez el 11 de Junio

Origen de los Ríos Chaqueños

Leyenda Toba VOCABULARIO

NICHAJ: Jabalí.
QUIRIOC: Tigre.
NORERÁ: Zorro
DIORNÉ: Venado.
YUCHAN: Palo borracho.
LERMÁ: Vizcacha.
GUACANIC: Estrella.
TAGA: Aloja.
SALARNEK: Cacique.
CHIGUISI: Nutria.
KOIPAC: Palo.
YUIOMA: Laguna del pescado.
NOLAJUIJK: Indígenas.
NILLAC: Peces.
TOIGUIT: Armado (pez).
HUESERA: Pacú (pez).
CHALMEE: Surubí (pez).
NUHAC: Sábalo (pez).
SASINEC: Dorado (pez).
GUAYAIBÍ: Nombre de un árbol.
GUAVIYÚ: Nombre de un árbol.
DAICÓ: Arrayán.
IBIRÁ JUS: Nombre de un árbol.
PINDÓ: Palmera.
NECTRANK: Agua.
CAINARAN: Pesca.
TUYETÉ: Río.
PIN PIN: Tambor fabricado con
un tronco de palo borracho
cortado transversalmente
en dos y cubierto con un
cuero de vizcacha.

YAGUA-RATAY: Árbol que anuncia
lluvia cuando florece.

MBURUCUYA: Pasionaria (enredadera).
GÜEMBÉ: Planta parási ta, salvaje.
CHACA: Pulsera hecha con vegetales.

La cosecha de la algarroba había terminado. La tribu iba al lugar donde realizaban los festejos que, infaliblemente, realizaban luego de cumplir trabajos prolongados.

Se reunieron en un claro del bosque esperando a los que tendrían a su cargo la “representación” y que aparecieron a los pocos instantes.

Eran cuatro disfrazados: uno de nichaj, otro de quirioc, el tercero de norerá y el último de diorné. Les acompañaban varios hombres que simulaban ser cazadores.

Desde que el juego comenzó, y en el que debían atraparse entre sí, actuaron a la perfección, imitando las características y las voces de cada uno de los animales que representaban.

Así se ponían frente a frente, trepaban a los árboles, se perseguían tratando de darse alcance, luchaban unos con otros y usaban de todos los medios y astucias empleados por los animales, cuyo disfraz había adoptado cada uno, cuando tratan de poner su vida a salvo.

Los hombres, a su vez, intentando atraparlos, no los perdían de vista, los asediaban, los corrían y atacaban con el mismo ardor y entusiasmo que si se hubiera tratado de una partida de caza.

Las carreras y las luchas se prolongaron durante mucho tiempo, con gran alegría de los que presenciaban tan singular torneo.

Cuando oscureció y el cielo se cubrió de estrellas, se dio comienzo a la danza.

Empezó a oírse el monótono son del pin pin, un tambor hecho con un tronco de yuchán partido transversalmente en dos y cubierto con un cuero de lermá, que tocaba incansable el director del baile, colocado en el centro del espacio destinado para la fiesta.

Comenzaron con la “Guacanic”, la danza preferida por los tobas, que consideran a las estrellas como los ojos de sus antepasados, en cuyo honor la bailaban.

Formando varias ruedas, tomados de la mano y mirando siempre hacia arriba, danzaban, siguiendo el compás que, valiéndose del pin pin, marcaba el que oficiaba de director.

Estos compases, lentos y espaciados al principio, aumentaban de velocidad a medida que el tiempo transcurría y crecía el entusiasmo de los bailarines, cuyos cuerpos seguían con movimientos rítmicos las variantes marcadas por el pin pin.

Acompañaba a este son el tintineo característico que hacían, al chocar unos con otros, las piedritas, los amuletos y las semillas, colgados de los cinturones y de las chacas, pulseras vegetales usadas por los bailarines rodeando sus brazos y sus piernas.

Un coro masculino dejaba oír sus tonos graves, al que se unían las notas agudas que entonaban las mujeres.

La tagá, mientras tanto, servida en vasijas de barro, iba de boca en boca, levantando los ánimos de los concurrentes, multiplicando su alegría y aumentando su entusiasmo.

Así pasaron la noche entera. Con ella terminó la fiesta y cuando el sol volvió a aparecer por oriente, sus rayos llegaron hasta los hombres y las mujeres que, vencidos por el cansancio y embotados por efecto de la abundante aloja ingerida, dormían su fatiga al reparo de los árboles.

Varios días después de realizarse esta fiesta llegó a la tribu del salarnek Chiguisi, un extranjero que dijo llamarse Koipac.

Luego de una cosecha tan pródiga y de los festejos ruidosos con que la cele-braron, los ánimos de los indígenas se hallaban predispuestos para ver y recibir al recién llegado con simpatía.

Si a ello se agrega la astucia que empleó el extranjero a fin de granjearse la amistad de los naturales, se encontrará la razón por la cual lo acogieron con afabilidad, no descubriendo sus intenciones aviesas sino cuando les fue imposible deshacerse de él.

Así fue que, en lugar de corresponder a la buena acogida que se le dispensó, quiso al poco tiempo imponer su voluntad y usurpar los derechos de quienes eran los verdaderos dueños de la región.

Lo consiguió siempre y ocasionó múltiples daños a quienes sólo debía favores.

Llegó un momento en que todos le temieron, convencidos que poseía un poder maléfico conferido por el demonio.

Temerosos de las fuerzas sobrenaturales y de los enviados de los genios malos, nadie se atrevía a lanzar contra él sus flechas con puntas de ñuatí curuzú, cuyas espinas venenosas eran infalibles.

Koipac, por su parte, se reía de ellas sabiéndose invulnerable al más activo de los venenos.

El no reconocía derechos ajenos y actuaba de acuerdo a los dictados exclusivos de su voluntad y de su conveniencia, sin importársele el perjuicio que sus actos podrían ocasionar.

Los toldos de la tribu de Chiguisi se hallaban en las cercanías de Yuioma, la laguna del pescado, cuyas aguas brindaban a los nolajuijk abundantes nillac, entre los que había: toiguif, hueserá, chalmee y nuhac.

Las aguas de la laguna guardaban celosas al pez sagrado, un sasinec de tamaño extraordinario, padre de los peces y que proveía a la laguna de esos animales.

Un día, los indígenas vieron, consternados, que Koipac se dirigía a pescar.

Llevaba el arco y las flechas de guayaibí. Marchaba decidido por el sendero que conducía a Yuioma, entre guaviyús, daicós, ibirá jus, pindós, florecidos yaguá-ratais, trepadoras mburucuyás, güembés de tallos retorcidos y lianas decorativas, que con sus guirnaldas de hojas formaban verdes cascadas suspendidas de las copas de los árboles.

Enterado Chiguisi de las intenciones de Koipac, le salió al encuentro para prohibirle que diera muerte al pez sagrado, al sasinec, cuya desaparición traería como consecuencia el fin instantáneo de todos los peces, con los que los naturales quedarían privados de tan importante alimento.

Koipac, como siempre, recibió la advertencia con desdén, y acompañando sus palabras con un gesto burlón, preguntó:

— ¿Es algún privilegiado el sasinec de que me hablas, para que con él se tengan miramientos que no alcanzan a los otros peces?

— ¡Es el padre de los peces que viven en la laguna y el que proporciona abundante alimento a la tribu…! — respondió indignado el cacique.

— Pues tengo deseos de probar si es verdad eso — concluyó Koipac empecinado.

En vista de que sus palabras no convencían al malvado el salarnek Chiguisi decidió rogarle que no lo hiciera. Pero no obtuvo mejores resultados y tal como lo tenía dispuesto, Koipac llegó a la laguna de los peces.

La tribu, desesperada, veía con horror la grave falta que iba a cometer el perverso Koipac atacando al dorado, al que ellos profesaban veneración y respeto; pero sabían, por otra parte, que nada ni nadie hubiera podido evitarlo pues los poderes maléficos que poseía el extranjero lo hacían invencible.

Poco después, Koipac, con el arco tendido apuntaba al pez sagrado que, como si conociera sus intenciones, lo desafiaba no alejándose del lugar.

Koipac, creyéndose elegido de la suerte al ver que la presa se le brindaba generosa, tomó puntería y en un instante la fl echa, despedida con fuerza, atravesó el cuerpo del sasinec.

Instantáneamente se produjo algo inesperado. Algo que no estaba en los cálculos del presuntuoso Koipac y que sus poderes maléficos no podían conjurar.

Las aguas de la laguna crecieron en forma vertiginosa no tardando en desbordarse.

En el semblante del malvado Koipac se pintó el terror más espantoso al suponer que podía ser alcanzado por la avalancha de las aguas que corrían por la llanura sin que nada las detuviera.

Delante de ellas iba el extranjero, quien habiendo arrojado el arco y las flechas que le entorpecían los movimientos retardando su carrera, huía desesperado tratando de evitar ser alcanzado por el agua que, deliberadamente, seguía sus rastros amenazando con ahogarlo.

Pero la carrera se prolongaba tanto que de vez en cuando la fatiga vencía al indio que se veía obligado a detenerse para recuperar energías.

Esos instantes eran aprovechados por las aguas para detenerse también y esparcirse por el llano formando lagos y lagunas que, al llegar hasta donde se hallaba Koipac, lo obligaban a recomenzar la carrera interrumpida. Esto sucedió muchas veces y en una gran distancia, hasta que Koipac, completamente rendido, cayó sin poderse levantar más.

Las nectrank lo cubrieron, deteniéndose, desde el momento que ya habían cumplido su propósito: castigar al matador del pez sagrado.

El camino seguido por ellas desde que salieran de Yuioma persiguiendo al malvado y desaprensivo Koipac, hasta su total rendición, marcaron un curso de agua que dio abundante cainarán a los habitantes del Chaco, respetuosos adoradores del sasinec sagrado.

Ese fue el primer tuyeté que regó las llanuras boscosas del Chaco, según decían los tobas, el que a su vez dio origen a los otros, encargados de ofrecer su linfa clara a los habitantes de la región, a sus animales y a sus plantas, como una ofrenda de vida que el sasinec sagrado ofreció a quienes lo habían venerado como enviado de los dioses.

REFERENCIAS

Los ríos de la llanura chaqueña corren por terrenos de muy poco declive, siendo por consecuencia de curso indeterminado.

Por la misma razón sus aguas se deslizan con lentitud.

En verano, época que se caracteriza por la abundancia de copiosas lluvias, las barrancas de las orillas suelen desmoronarse, y los ríos, al crecer, se desbordan, salen de sus lechos y las aguas invaden la superficie de la tierra que, siendo impermeable, las retiene formando bañados, y lagunas.

Las materias orgánicas arrastradas por los ríos en sus recorridos, quedan depositadas allí donde las aguas se han detenido, fertilizando las tierras, lo que se traduce en exuberante vegetación, característica de esa zona.

Los ríos principales: el Pilcomayo, el Bermejo (con su afluente el Teuco), el Araguay, el Salado, el Guaycurú, que corren de. Noroeste a sudeste, desaguan en el Paraguay o en el Paraná.

Esta leyenda fueextraída de la Biblioteca “Petaquita de Leyendas”, de Azucena Carranza y Leonor M. Lorda
Tomo XIX: URPILA (Torcaz)

Escrito por Nuria Cugota Gomez el 11 de Junio

Material compilado y revisado por la educadora argentina
Nidia Cobiella ( NidiaCobiella@Educar. Org )

“La Azucena del bosque”
Hace muchos, muchos años, había una región de la tierra donde el hombre aún no había llegado. Cierta vez pasó por allí I-Yará (dueño de las aguas) uno de los principales ayudantes de Tupá (dios bueno). Se sorprendió mucho al ver despoblado un lugar tan hermoso, y decidió llevar a Tupá un trozo de tierra de ese lugar. Con ella, amasándola y dándole forma humana, el dios bueno creó dos hombres destinados a poblar la región.

Como uno fuera blanco, lo llamó Morotí, y al otro Pitá, pues era de color rojizo.

Estos hombres necesitaban esposas para formar sus familias, y Tupá encargó a I-Yará que amasase dos mujeres.

Así lo hizo el Dueño de las aguas y al poco tiempo, felices y contentas, vivían las dos parejas en el bosque, gozando de las bellezas del lugar, alimentándose de raíces y de frutas y dando hijos que aumentaban la población de ese sitio, amándose todos y ayudándose unos a otros.

En esta forma hubieran continuado siempre, si un hecho casual no hubiese cambiado su modo de vivir.

Un día que se encontraba Pitá cortando frutos de tacú (algarrobo) apareció junto a una roca un animal que parecía querer atacarlo. Para defenderse, Pitá tomó una gran piedra y se la arrojó con fuerza, pero en lugar de alcanzarlo, la piedra dio contra la roca, y al chocar saltaron algunas chispas.

Este era un fenómeno desconocido hasta entonces y Pitá, al notar el hermoso efecto producido por el choque de las dos piedras volvió a repetir una y muchas veces la operación, hasta convencerse de que siempre se producían las mismas vistosas luces. En esta forma descubrió el fuego.

Cierta vez, Moroti para defenderse, tuvo que dar muerte a un pecarí (cerdo salvaje – jabalí) y como no acostumbraban comer carne, no supo qué hacer con él.

Al ver que Pitá había encendido un hermoso fuego, se le ocurrió arrojar en él al animal muerto. Al rato se desprendió de la carne un olor que a Morotí le pareció apetitoso, y la probó. No se había equivocado: el gusto era tan agradable como el olor. La dio a probar a Pitá, a las mujeres de ambos, y a todos les resultó muy sabrosa.

Desde ese día desdeñaron las raíces y las frutas a las qué habían sido tan afectos hasta entonces, y se dedicaron a cazar animales para comer.

La fuerza y la destreza de algunos de ellos, los obligaron a aguzar su inteligencia y se ingeniaron en la construcción de armas que les sirvieron para vencer a esos animales y para defenderse de los ataques de los otros. En esa forma inventaron el arco, la flecha y la lanza. Entre las dos familias nació una rivalidad que nadie hubiera creído posible hasta entonces: la cantidad de animales cazados, la mayor destreza demostrada en el manejo de las armas, la mejor puntería… Todo fue motivo de envidia y discusión entre los hermanos.

Tan grande fue el rencor, tanto el odio que llegaron a sentir unos contra otros, que decidieron separarse, y Morotí, con su familia, se alejó del hermoso lugar donde vivieran unidos los hermanos, hasta que la codicia, mala consejera, se encargó de separarlos. Y eligió para vivir el otro extremo del bosque, donde ni siquiera llegaran noticias de Pitá y de su familia.

Tupá decidió entonces castigarlos. El los había creado hermanos para que, como tales, vivieran amándose y gozando de tranquilidad y bienestar; pero ellos no habían sabido corresponder a favor tan grande y debían sufrir las consecuencias.

El castigo serviría de ejemplo para todos los que en adelante olvidaran que Tupá los había puesto en el mundo para vivir en paz y para amarse los unos a los otros.

El día siguiente al de la separación amaneció tormentoso. Nubes negras se recortaban entre los árboles y el trueno hacía estremecer de rato en rato con su sordo rezongo. Los relámpagos cruzaban el cielo como víboras de fuego. Llovió copiosamente durante varios días. Todos vieron en esto un mal presagio.

Después de tres días vividos en continuo espanto, la tormenta pasó.

Cuando hubo aclarado, vieron bajar de un tacú (algarrobo) del bosque, un enano de enorme cabeza y larga barba blanca.

Era I-Yará que había tomado esa forma para cumplir un mandato d e Tupá.

Llamó a todas las tribus de las cercanías y las reunió en un claro del bosque. Allí les habló de esta manera:

Tupá, nuestro creador y amo, me envía. La cólera se ha apoderado de él al conocer la ingratitud de vosotros, hombres. Él los creó hermanos para que la paz y el amor guiaran vuestras vidas… Pero la codicia pudo más que vuestros buenos sentimientos y os dejasteis llevar por la intriga y la envidia. Tupá me manda para que hagáis la paz entre vosotros: iPitá! IMoroti! ¡Abrazaos, Tupá lo manda!

Arrepentidos y avergonzados, los dos hermanos se confundieron en un abrazo, y tos que presenciaban la escena vieron que, poco a poco, iban perdiendo sus formas humanas y cada vez más unidos, se convertían en un tallo que crecía y crecía…

Este tallo se convirtió en una planta que dio hermosas azucenas moradas. A medida que el tiempo transcurría, las flores iban perdiendo su color, aclarándose hasta llegar a ser blancas por completo. Eran Pitá (rojo) y Morotí (blanco) que, convertidos en flores, simbolizaban la unión y la paz entre los hermanos.

Ese arbusto, creado por Tupá para recordar a los hombres que deben vivir unidos por el amor fraternal, es la “AZUCENA DEL BOSQUE”.

Escrito por Nuria Cugota Gomez el 11 de Junio
EL SALTO DEL GUAIRÁ
LEYENDA GUARANÍ
VOCABULARIO

CAPIBARA: Carpincho

CURUMÍ: Chiquillo

PAYÉ: Amuleto

GUAYACA: Bolsita donde llevaba el payé.

ÑAÑA YAÚ: Genio o fantasma del mal.

GUAVIROBA: Canoa.

YUCHÁN: Palo borracho

En lecho de piedras corría el río. Sus orillas cubiertas de vegetación albergaban aves vistosas de colorido plumaje y flores maravillosas de tonos brillantes. Aves y flores se confundían entre sí y al mirar no se sabía, en el abigarrado espectáculo que ofrecía la naturaleza, si se trataba de flores que volaban o de pájaros posados en las ramas. Tucanes, loros y guacamayos se unían a las orquídeas, a las achiras, a los yuchanes, a las palmeras y a las magnolias, para brindar el magnífico encanto de la selva tropical.

Enmarcada por la pujante vegetación de la floresta, se levantaba la toldería de la tribu de Capibara. Entre todos sus hijos, Capibara distinguía al único varón, Guairá, su curumí, como lo llamaba. Desde pequeño se habituó Guairá a andar con su padre, por el que sentía tanto cariño como admiración. Con su padre salía de caza, con él había aprendido a manejar el arco y la flecha, a dirigir la canoa, a tejer cestos, a pescar con f lechas o con anzuelos. Nadie había que entendiera al cacique mejor que su hijo, ni ninguno que supiera complacerlo con mayor fidelidad que el pequeño curumí.

Capibara, como todos los indígenas, era muy supersticioso. Creía en daños, en maleficios, en payés y en genios malignos. Para precaverse de cualquier ma1 que pudiera alcanzarlo, usaba, pendiente de su cuello; una guayaca, consistente en una bolsita bien cerrada conteniendo tres plumas del ala de un caburé. Es el caburé o caburey, una pequeña ave de rapiña a la que se le atribuyeron poderes mágicos. Por eso, el llevar tres plumas de este animal, o bien de urutaú, otra ave milagrosa, según los guaraníes, significaba una seguridad para su poseedor, que así atraía todo lo bueno que pudiera ocurrirle, alejando los peligros y teniendo su vida asegurada contra los enemigos, las enfermedades o los accidentes. No es de extrañar entonces que Capibara tuviera buen cuidado de asegurarse que su mágica guayaca no faltara jamás de su cuello.

Uno de los peligros que amenazaban de continuo a Capibara, era Ñañá taú. Este genio dañino y perverso odiaba a Capibara y no perdía oportunidad tratando de ocasionarle algún mal. Sin embargo, nunca logró su deseo, pues el cacique estaba bien protegido por su payé. Pasaron los años y el cariño y el compañerismo de Guairá y de su padre se habían afianzado en tal forma que siempre se los veía juntos y en el más cordial entendimiento. Guairá no tenía más amigo que su padre, a tal punto que los muchachos de su edad, que fueron sus compañeros de juegos cuando chicos, se habían alejado de él por completo, seguros de que su compañía, lejos de agradar al hijo del cacique, parecía fastidiarlo y molestarlo.

En cierta oportunidad Capibara y su hijo salieron a cazar a la selva lejana donde abundaban el guanaco y los jaguares. Iban bien provistos de armas y de alimentos, pues la excursión iba a ser larga a causa de la distancia que separaba la tribu del bosque al que se dirigían. Fueron días muy felices los que pasaron Capibara y Guairá tratando de conseguir las mejores piezas de caza, haciendo el mayor despliegue de astucia, de inteligencia y de viveza, acuciados por su espíritu guerrero y batallador. Muy contentos hubieran regresado a la toldería si un acontecimiento nefasto y de tanta importancia para ellos no hubiera llenado de congoja a los cazadores.

Sin saber cómo, ni cuándo, ni dónde, la guayaca, que colgaba del cuello de Capibara y contenía el mágico payé había desaparecido. Tal vez, en el entusiasmo de la caza, al pasar por 1os intrincados senderos que debían abrir en la selva, debió quedar enganchada entre las ramas de los árboles o de las plantas que, tupidas, crecían allí. Capibara llegó desfalleciente, con una pena muy honda en su corazón y una falta absoluta de confianza en sus fuerzas, sólo explicables si se tiene en cuenta la fe inquebrantable que tenía en las propiedades mágicas del amuleto perdido. Desde ese día se vio desmejorar a1 cacique, y todos pensaron que Ñañá Taú iba a lograr, por fin, lo que se propusiera durante tanto tiempo sin conseguirlo: la muerte del odiado Capibara, que enfermó de un mal extraño.

Su hijo vivía desesperado. Trató de inmediato de hacer buscar otro payé para su padre, otras tres plumas del ala del caburé o del urutaú; pero hasta e momento no lo había conseguido. Resultaba tan difícil lograrlo, que eran muy pocas las personas privilegiadas que lo poseían. No desfalleció el muchacho y salió él mismo en busca del ansiado talismán.

Antes de partir, al despedirse de su padre, le dijo confiado:

– Trata de mantenerte hasta mi vuelta, padre… Yo buscaré y traeré para ti el payé que reemplace el que perdiste en la selva. ¡No desesperes, padre, que mi cariño me ayudará a conseguir lo que tanto deseas!

Capibara lo dejó partir; pero su desesperanza era tan grande que tuvo el convencimiento del fracaso de los buenos deseos de su excelente hijo.

Pasaron varios días. El cacique desmejoraba con rapidez y ya no había nada que lo levantara de su postración, hasta que un amanecer, cuando la vida renacía en la tierra, Capibara perdió la suya, yendo su alma a reunirse con las de sus antepasados.

Momentos antes había llamado a su esposa para decirle:

-Siento que me voy a morir… Y no volveré a ver a mi Curumí..

Dile a Guairá que mi último pensamiento ha sido para él y que en sus acciones seguiré viviendo…

No bien hubo pronunciado estas palabras, en un suspiro muy hondo, se extinguió la vida del cacique.

Algunos días después llegó Guairá sin haber conseguido el tan ansiado amuleto, y al enterarse de la fatal noticia de la muerte de su padre, su desesperación no tuvo límites.

Desde ese instante se 1o vio taciturno y silencioso, vagar por los lugares que recorriera tantas veces con el amado caclque.

En cierta oportunidad, no pudiendo resistir la pena que lo consumía, dijo a su madre:

-Madre, mi vida aquí es un martirio. El recuerdo de mi padre no me abandona y creo que voy a morir. Ñaña Taú, no conforme con su muerte, extiende su venganza hasta mí, a quien odia tanto como odiara a mi padre, sin duda por el gran cariño que él me tenía… Buscaré alivio a mi gran dolor en la naturaleza… Remontaré el río en mi canoa y trataré de hallar la paz que aquí me falta… Después volveré…

Nada dijo la madre; pero la pena se pintó en su rostro moreno. Guairá desató las amarras de su guaviroba, se embarcó en ella, y en un atardecer de verano, se alejó por las aguas del Paraná en busca de alivio para su pena. Navegó varios días, sin noción exacta del lugar adonde deseaba llegar.

Sus ojos, incapaces de gozar de la belleza que lo rodeaba, miraban sin ver. Cuando en un momento de lucidez trató de orientarse, se sorprendió. El lugar donde se hallaba le era completamente desconocido y no sabía qué rumbo tomar.

De pronto creyó ver una figura borrosa, que surgía de entre las plantas de la orilla para desapa­recer de inmediato, luego de haber atraído hacia ese lugar a la frágil canoa.

– ¡Es Ñañá taú, que ni siquiera acá, me permite vivir en paz! ¡Su maldad no tiene límites!

Trató de cambiar el rumbo de la canoa volviendo en la dirección que traía al llegar; pero le fue imposible. No pudo hacerla retroce­der a pesar de sus esfuerzos inauditos.

La guaviroba, contra su voluntad, seguía adelante…

En un momento Guairá se sintió perdido. Había llegado a un lugar alto, cubierto de rocas erizadas. Volvió a reunir todas sus fuerzas para detener, por lo menos, la embarcación; pero su empeño fue en vano.

La canoa y su ocupante cayeron al vacío seguidos por una gran avalancha de agua que 1os envolvió, arrastrándolos con su empuje arrollador, deshaciéndolos contra las piedras, y cubriendo el grito lanzado por el infeliz Guairá, con el atronador estrépito del torrente despeñándose en el abismo. Así se formó el salto del Guairá, tan peligroso e imponente por ser el producto del odio y del rencor de Ñañá taú, el maléfico genio guaraní.

Los llamados Saltos del Guairá en Paraguay y Sete Quedas en Brasil no existen más, los tapó el agua del progreso (la Represa de Itaipú), y si el río está muy pero muy bajo se ve sólo la punta de ese peñón. La siete caídas están debajo del lago de Itaipú.
EL CABURÉ El caburé es una pequeña ave de rapiña. De plumaje color pardo con manchas blancas, más visibles en el pecho, tiene dos manchas oscuras en la parte superior del cuello. Sus patas son fornidas y la cabeza grande es desproporcionada con relación al resto del cuerpo.

Su mirada es feroz y serena y con ella cautiva a otras aves, a las que mata para devorarles las entrañas y la cabeza. Sobre la base de esta virtud de dominar a las otras aves, a las que atrae e hipnotiza, las gentes sencillas y supersticiosas le adjudicaron poderes magnéticos que hicieron extensivos a los hombres. Así afirmaban que el caburé o sus plumas, muy difíciles de conseguir, atraían los buenos acontecimientos al que llevara consigo tres de dichas plumas, librándolo de todo peligro y asegurándole éxito en las empresas. A este amuleto los guaraníes lo llamaban payé y los quichuas huacanque o guacanque.


Escrito por Alejandra Almirón Cartier el 11 de Junio

Atahualpa Yupanqui

CAMINITO DEL INDIO

Caminito del indio,
sendero coya
sembrado de piedras.
Caminito del indio
que junta el valle
con las estrellas.

Caminito que anduvo
de sur a norte
mi raza vieja
antes que en la montaña
la Pachamama
se ensombreciera.

Cantando en el cerro
llorando en el río,
se agranda en la noche
la pena del indio.

El sol y la luna
y este canto mío
besaron sus piedras,
camino del indio.

En la noche serrana
llora la quena
su honda nostalgia.

Y el camino sabe
cuál es la coya
que el indio llama.
Se levanta en la noche
la voz doliente
de la baguala.
Y el camino lamenta
ser el culpable
de la distancia.

Escrito por Alejandra Almirón Cartier el 11 de Junio

Poema de los Quichua Amazónicos

Muñeco de trapo

Brinca hacia acá, muñeco de trapo,
sal por allá muñeco,
muñeco de trapo.

Sal por allá, muñeco de trapo,
brinca por acá, niñito,
niño de trapo,
niña de trapo,
sal por acá muñeco.

Brinca por allá, niño de trapo.
La mamá de Fernando es de trapo,
el papá de Fernando es de trapo.
Salgan por acá, viejitos,
dicen los niños.

Brinca por acá, Tabalo,
Sal por allá, muñeco,
sal por acá, muñeco,
muñeco de trapo,
mamá de trapo,
papá de trapo,
sal por acá, muñeco,
sal por acá, Tabalo.

(Poema jocoso referido al juego que los nativos realizan con el Chaucha Huahua o muñeco de trapo que simboliza la fertilidad y se acostumbra a colocar en la cama entre los recién casados).

Escrito por Nuria Cugota Gomez el 12 de Junio

En el México antiguo al perro lo llamaban itzcuintli. Aún hoy a los niños se les llama escuincles, por juguetones.

Se supone que junto con los primeros pobladores que cruzaron el estrecho de Behring, llegaron los primeros perros a nuestro continente.
Las dos razas más famosas de perros mexicanos fueron lampiñas o pelonas, de piel arrugada y color cenizo.

Por eso se cuenta que los antiguos los colocaban a dormir sobre partes doloridas, a fin de curar el reumatismo o calentarse los pies. Dicen que el calor de los perritos calmaba los dolores de los enfermos.

Uno de ellos, de tamaño mediano, es el xoloitzcuintli, que significa perro monstruoso.

También se le llama perro mudo porque no ladra. Los otros, llamados techichi, eran pequeños, de patas cortas.

Nacían con pelo, pero después los depilaban untándoles ungüento de trementina. Los criaban como animales domésticos y los hacían engordar. Su carne se vendía en el tianguis. Los españoles la consideraban tan sabrosa que cambiaban piezas de res por esos animalitos. Así se extinguieron.

Como era el animal más apegado a la familia y fiel a su dueño, se le sacrificaba a la muerte del amo para que su alma acompañara a la del difunto. Se suponía que de esta manera le facilitaba el difícil camino al Mictlan o mundo de los muertos.

Escrito por Beatriz Bassino el 13 de Junio

Romance en lengua de indio mexicano

Cada noche que amanece
quanto saco mi biscucho
las presco piento poscando.
Onas pillacas latrones
que me lo estaban mirando
que me bay tieso con dieso
mi carañona poscando.
Alcon diable se lo dijo
como me estaba pupado,
me rompieron mi poxento,
serradura con candado:
Y ortado mis callos tres
que un año que me a criado
para ir mi copempernasion
do estado mi marquesado.
Quanto tomo esporision
lo an de comer mis pasallo
questo mi primo el marques
tenemos ya gonguistado.
Y todos los pisorrey
la provision me lo han dado
qui todo el corregidor
por mi mano an de pasado.
Y me ponga orca y cuchillo
para que pien castagado
estén todas los pillacos
que mi mantado no aco.
Si ai las cojo los latrones
que an ortado los mis callos
por vida de Don Felipe
se sas tripa de sacallo.
Que aunque sea hecho chismole
yo conosere mis callos,
que ono permejo es,
otro como rosio blanco.
La otro mi callo es prieto,
so cabes colorado,
que mi sorrado ocho dias
para mercar estas callo.
Ya no lo tengo remedio,
no es pueno si me a horcado
mas pale tenco pasiencia
qui a diablo se lo ha llevado.
Yo me ire en el probisor
y ante ella me querellado,
para que me paporesca
condra dodos los culpados.
Y me manta dar so carta
para que descomulgado
estén los pillacos todos
que comido de mis callos.
Yo no cate la deguela
apagado con agua de jarro,
porque su almina lo lleve
con el infierno del diablo.
Y estos billacas parsande
que mi sacado al tabrado
no ay respeto a la bersona
que dicen yo soy Don Pablo.
Y mi mujer Polonilla
que es una santa cristiano,
que quando se va a la misa
lleva rosario en la mano.
Luego se puelpe a su casa
mi comita aderesando,
y pajando su miscueso
zas ijo esta totrinando.
Tanto tiene atreviemiento
que ya me tiene afrendando,
no hay justicia de la dierra
que lo orque estas pillacos.
O, joro a quien me pario
y por vida de Don Pablo,
que su cabesa y miscueso
la horca a destar clabado.

Escrito por Nuria Cugota Gomez el 13 de Junio
Algunas cosas las he pillado otras no.

Escrito por Nuria Cugota Gomez el 13 de Junio

LA FLOR Y EL CANTO
Brotan las flores,
están frescas, medran,
abren su corola.
De tu interior salen las flores del canto:
tú, oh poeta, las derramas sobre los demás.

(Cantares Mexicanos , f. 33 v. , lin. 19 s. Anónimo de Chalco)

En Español
En Náhuatl

La Amistad Ante Todo
He aquí:

que sean tres

nuestras flores,

¡Acaban con nuestro hastío,

con nuestra pesadumbre!

Oh amigos míos,

daos gusto:

no en todo tiempo en la Tierra:

¡Solamente plenamente dará resultado

la amistad!

Iz Catqui Tla Yetetl
Iz catqui tla yetetl

toxochio Ayhuaye

ihuan tocuic

quipolohua telel

ah in totlaocol in. Ohuaya Ohuaya

Yya tocnihuan Aya

xon ahuiyacan

ah mochipa tlalticpac

zan cen on quizaz

in icniuhyotli Ohuaya Ohuaya

Cuentos y Poemas Indigenas-4391

Escrito por Dark Crow (foro Tradiciones Indigenas) el 25 de Mayo

A mi hija mayor ya fallecida le gustaba que se le leyera cuentos indigenas. En cierto modo a memoria de ella estare colocando aqui varios. Su hermanita con la que vivo espero le gusten cuando crezca un poco.

k’uaki / el zopilote
K´uaki/Zopilote

Escribió: Benjamín González Urbina
U n día el zopilote despertó de madrugada, parpadeo repetidas veces, volteo sus ojos con el propósito de agudizar su mirada, levantó los pies para confirmar que estaba bien, ¡De pronto! Se sacudió pensando en muchas cosas.

Se quedó estático como si estuviera ausente, tal parecía como si anduviera muy lejos, estaba pensando y en voz clara exclamó: Los años han transcurrido y yo de aquí de estos lugares jamás me he movido, muchos animales hermanos míos venían a visitarme pero, , hace ya algún tiempo que nadie se aparece, ¿Cual será la causa por la que no vienen? , estuviera muy bien si yo fuera a verlos, llevarles un fraternal saludo que al cabo pronto regresare, nada pierdo con ir, allá voy.

Dio un salto, extendió sus alas elevándose lo mas que pudo, cuando se encontraba muy arriba empezó a mirar que solamente unos cuantos árboles existían porque los humanos a cada rato incendiaban los pastos, las flores, a los árboles y los animales allí se quemaban, a parte los hombres deforestaban derribando mas y mas árboles.

Siguió volando y vio muchos caminos a los que hoy llamamos carreteras, así también a las cosas que se movían haciendo mucho ruido, fue entonces que empezó a descender volando lo mas bajo que pudo y fue entonces que miró a muchos animales como son; los venados, zorrillos, tejones, conejos, coyotes, armadillos, víboras bien aplastados, quienes los habían aplastado fueron las cosas esas que hasta cimbran la tierra al caminar y que los hombres nombran camiones.

El cuervo al ver aquel cuadro tan desolador sintió una enorme tristeza, hablo de la siguiente manera: Mis hermanos por los caminos y los incendios se están terminando, los hombres no recuerdan y ni piensan que nosotros nos estamos extinguiendo, si a nosotros nos matan ellos también se acabaran por que no podrán vivir sin árboles y sin nosotros que a diario alegramos sus vidas y por todo lo que realizamos a favor de ellos.

Me siento realmente mal al ver todo tan triste y yo solo no podré hacer nada para remediar esta situación, entonces, ahora si de plano me boy a sentar a llorar. Se paró en un palo viejo, se cubrió los ojos y lloró y lloró sintiendo pena por los que vio muertos y por lo que se está terminando.

Es obligación de los mortales cuidar de toda clase de animales, es por eso que les pido a los niños, jóvenes y señores que, nuevamente brinquen y canten las aves, que se alegre el mundo con sus cantos, con el aullar de los coyotes, que los campos vuelvan a reverdecer por los árboles que se planten y que estén en pie.


Escrito por Nuria Cugota Gomez el 25 de Mayo

Canto Triste (de Nezahualcoyotl)

Oye un canto en mi corazón:
me pongo a llorar,
me lleno de dolor:
nos vamos entre flores,
hemos de dejar esta Tierra:
¡Estamos prestados unos a otros:
iremos a la casa del Sol!
¡Póngame yo un collar
de variadas flores:
en mis manos estén,
florezcan en mí guirnaldas.
Hemos de dejar esta Tierra:
estamos prestados unos a otros:
iremos a la casa del Sol!

Nezahualcoyotl (1402-1472) fue un rey y poeta de Texcoco muy famoso por su filosofía, inteligencia, dirección, y liderazgo.

Escrito por Beatriz Bassino el 25 de Mayo

Mi pobre aporte, no encontre nada en lengua mapuche, pero tengo un libro en los dos idiomas y espero haberlo escrito todo correctamente, solo me falto una especie de n minúscula, que se usa para cambiar el sonido de la palabra y quise suplantarla con la n, pero separa las palabras, ni modo, mi teclado no entiende de lenguas aborígenes.

Me olvidaba el libro se llama “Testimonios de un cacique mapuche” Pascual Coña.

Petu ûlkantulu ka trêpukultrukelu feichi domo, ñuwiñnpêruin feichikuñawen, inalkiawin ñi pêrun, rûk ûiawin loko-kachilla meu; ka weluwelutumekei ñi n’amun en traf pûlli meu, êl’eyûketuyefin têfachi wirkolechi loko-kachilla.

Feichi kûñatuiauchi wentru en domo ká ûlkantukein; kiñeke kûñawn ûlkantukei.

Feichi wentru fei pi ñi ûl:
Amuleiyu, kûña;
Trankilmi, kûña;
Têfei rêan, kûña.
Feichi domo ká fei pi ñi ûlkantun:
Amuleiyu, chachai
Kanshakilmi, chachai
Iñche kanshalan, chachai

Rumenka pikeufui ñi ûlkantun en, ñi konpakefel mêten ñi lonko ñi pial en, fei ûlkantukefuin, rûnkûiauluwente loko-k’achilla.

Estos son los cantos de los mapuches mientras trillaban el trigo o la cebada, lo hacian los hombre y las mujeres,

Traducción:

Mientras que canta y toca esa mujer, trillan las parejas al compás del tambor; como danzando bordean en saltos el montón de espigas; las plantas de los pies se deslizan en contacto con el suelo hacia atrás y adelante y, así refregando las espigas amontonadas del trigo, las desgranan..

Las parejas de hombres y mujeres cantan también; un par después del otro romancean.

El canto del hombre dice así:
Sigamos adelante, compañera;
Que no te caigas, compañera;
Allí hay un hoyo, compañera;
La mujer contesta cantando de esta manera:

Sigamos, compañero;

No te canses, compañero;
Yo no me canso, compañero.

Tienen muchas versiones y variantes en sus cantos; todo lo que se les ocurria cantaban, mientras avanzaban a saltos sobre las espigas de trigo.

Escrito por Ana Roslyn el 29 de Mayo
Canción Leyenda.

EL PÁJARO CHOGÜÍ
Polka
Indio Pitaguá

Cuenta la leyenda
que en un árbol se encontraba
encaramado
un indiecito guaraní.
Que sobresaltado
por el grito de su madre
perdió apoyo, y, cayendo se murió.
Y que entre los brazos maternales
por extraño sortilegio
en chogüí se convirtió.

Chogüí, chogüí, chogüí, chogüí
qué lindo está mirando acá.
Mirando allá, volando se alejó.
Chogüí, chogüí, chogüí, chogüí
qué lindo es, qué lindo va
perdiéndose en el cielo azul turquí.

Y desde aquel día
se recuerda al indiecito
cuando se oye, como un eco, a los chogüí;
es el canto alegre y bullanguero
del precioso naranjero
que repite su cantar;
canta y picotea la naranja
que es su fruta preferida,
repitiendo sin cesar:
Chogúi, chogüí, chogüí, chogüí…


Escrito por Ana Roslyn el 29 de Mayo

Anahí o la leyenda de la flor del ceibo

Referencia

Es tradicional la fiereza de la tribu “Guayaquí”, de la familia de los guaraníes. Sus hombres y sus mujeres eran belicosos y celosos defensores del lar nativo.

Los Españoles los creían muchas veces verdaderos brujos, y los castigaban como a tales, es decir, con la hoguera. Las luchas entre indios y españoles dio lugar a una de las más bellas leyendas de las tierras que bañan el Paraná y el Uruguay.

La de la flor de ceibo.

Había en la tribu Guayaquí una indiecita que amaba su tierra natal al extremo de recorrer sola los bosques conversando con las aves, con las flores, con los animales que poblaban el bosque. Era conocida por la dulzura de su voz que de continuo entonaba los cánticos propios de su raza. Cuando ella cantaba, hasta el río rumoroso parecía callar para escucharla.

Un día, un gran pájaro de blanquísimas alas llegó navegando por el río; de él bajaron hombres barbudos cubiertos por metales relucientes que parecían dueños del rayom
transformándose por momentos en monstruos de cuatro patas y dos cabezas que atropellaban todo lo que encontraban en su camino.

La tribu de Anahí decidió defender la tierra nativa superando el terror que los embargaba ante aquellos monstruos desconocidos que más que hombres parecían creación del mismo Añangá.

Pelearon, pelearon días y días, semanas enteras. Pero iban siendo echados poco a poco de sus bosques, de sus ríos, de sus sierras. Anahí, pese a su juventud luchaba como los más valientes. Su voz ya no cantaba más, gritaba la venganza y la guerra y animaba a los hombres y mujeres de la tribu. Pero un día aciago cayó prisionera. Llevada al campamento español, logró en la noche zafar sus ligaduras y golpeando malamente a
un centinela ganó nuevamente el bosque, con tan poco fortuna que volvió a caer en manos de sus captores.

El soldado herido por Anahí murió. Sospechada de bruja, porque nadie podía admitir que con aquel cuerpo esmirriado y con su juventud pudiera haber dado muerte de un golpe al soldado, y atribuyéndole ayuda diabólica, fue condenada a morir en la hoguera.

Atada al palo de la ejecución y prendido el fuego de los leños, las llamas comenzaron a abrazarla. Pero Anahí, en medio de las llamas, en vez de gemir comenzó a cantar una canción en la que pedía a Tupá por su tierra, por su tribu, por sus bosques, por sus ríos.

Su voz se elevó al cielo, y al nacer el día, el cuerpo carbonizado de Anahí se había convertido en un robusto tronco de un árbol hermoso del que pendían racimos de
rojas flores.

Esa es la leyenda del ceibo, nuestra flor nacional.

ANAHÍ Canción.
(Leyenda de la flor del ceibo)

Anahí…
las arpas dolientes hoy lloran arpegios que son para ti
recuerdan a caso tu inmensa bravura reina guaraní,
Anahí,
indiecita fea de la voz tan dulce como el aguaí.
Anahí, Anahí,
tu raza no ha muerto, perduran sus fuerzas en la flor rubí.

Defendiendo altiva tu indómita tribu fuiste prisionera
Condenada a muerte, ya estaba tu cuerpo envuelto en la hoguera
y en tanto las llamas lo estaban quemando
en roja corola se fue transformando…
La noche piadosa cubrió tu dolor y el alba asombrada
miro tu martirio hecho ceibo en flor.
Anahí, las arpas, dolientes hoy lloran arpegios que son para ti
recuerdan a caso tu inmensa bravura reina guaraní,
Anahí,
indiecita fea de la voz tan dulce como el aguaí.
Anahí, Anahí,
tu raza no ha muerto, perduran sus fuerzas en la flor rubí.

Canción de Osvaldo Sosa Cordero basada en la leyenda del ceibo.

Escrito por Ana Roslyn el 29 de Mayo

En estas tierras coloradas, reinan muchos mitos y leyendas, entre los cuales se encuentra la del pito güé o también llamado benteveo o bichofeo, pitaguá, quetubí, pitojuan entre otros (Ahora que lo pienso… ¡Qué nombres!)
Éste es un pájaro (foto) que habita en nuestro país, Argentina, desde Buenos Aires, San Luis y Mendoza hasta el límite norte, de Jujuy a Misiones. Su grito agudo y prolongado es el que da origen a su nombre, ya que las personas que habitan en estas regiones creen oír esas palabras.

“Yo desconocía completamente al mito que envolvía a este curioso pájaro, hasta que una tarde cuando estábamos tiradas tomando sol con mi amiga de toda la vida en el patio de mi casa, en mi ciudad natal, un benteveo se nos acerca y nos sorprende con su original canto. Inmediatamente, mi amiga se pone de pie y lo ahuyenta agitando las manos y gritando ” ¡Fuera pito güé! ¡Fuera!”
” ¿Por qué lo echaste? ” le pregunté casi entre risas al ver la cómica escena.
” ¿Acaso no lo sabés? El pito güé cuando canta anuncia embarazo…”

Creo que nunca me reí con tantas ganas como en esa tarde de verano, me causaba mucha gracia ver que una de mis mejores amigas fuera tan supersticiosa…

Pasaron los años, y me olvidé del asunto, hasta el día de hoy.
Estábamos con mi vecina hablando sobre temas que ocurrían en nuestra vecindad, cuando me cuenta que la hija del dueño de los departamentos está embarazada, y comenta “Ya me parecía… La semana pasada escuché a un pito güé cantando en el patio”.

Según la creencia popular, cuando este pajarito grita cerca de nuestra casa puede significar dos cosas: Si grita al mediodía nos avisa la llegada de gente inesperada, parientes, amigos o desconocidos. O si simplemente lo hace en cualquier momento del día anuncia un nacimiento. Yo no sé si creer o no en estas cosas (sobre todo en lo último) pero por las dudas, si lo oigo gritar en mi ventana creo que no dudaré en invitar a mi amiga para que lo ahuyente, o al menos por el momento 😉

Existe una leyenda guaraní que trata sobre el benteveo, es muy larga para transcribirla, pero si quieren leerla y conocer más acerca de este famoso pájaro, aquí les dejo el link: ”

“Benteveo o Bienteveo”http://www.agenciaelvigia.com.ar/benteveo_o_bienteveo.htm

HISTORIA CHOLONES E HIBITOS

Hasta antes del ingreso de los misioneros franciscanos al sur de la provincia de Mariscal Cáceres, en el Alto Huallaga y el Alto Huayabamba estaban asentados dos grupos nativos; los hibitos y los cholones. Los primeros habitaban áreas comprendidos entre los ríos Abiseo y el Gelache (afluentes del Huayabamba), formando grupos con vínculos familiares (clanes) que vivían dispersos. Los segundos estaban más al Sur, en las inmediaciones del río Mishollo y Chontayacu (afluentes del Huallaga en las proximidades de Tocache), igualmente dispersos en varios caseríos, pero más gregarios y menos huraños que los hibitos.

Dedicados fundamentalmente a la caza y la pesca, estos grupos se caracterizaban por su gran movilidad espacial. Por esta razón no es posible señalar con mayor precisión la ubicación geográfica de estas etnias, pues cambiaban constantemente sus áreas de poblamiento, según los requerimientos de la caza y pesca.

CHOLONES E HIBITOS

Lo que también los hacía diferentes de los demás grupos nativos de San Martín, es el hecho de poseer lenguas únicas y con alguna similitud a las de las tribus amazónicas.

Desde 1580 los franciscanos avanzaron desde Huánuco hacia el Alto Huallaga, donde establecieron varios pueblos y reducciones. En 1676 ingresaron a Mariscal Cáceres, al sector de los cholones e hibitos, los mismos que fueron reducidos en Jesús de Ochanache durante casi un siglo. Debido a que hablaban diferentes lenguas y poseían culturas exclusivas, estos grupos no lograron integrarse; vivían en constante antagonismo, hecho que determinó que los frailes los trasladen y separen a cuatro pueblos por ellos fundados: los hibitos fueron reubicados en Jesús de Pajatén (a orillas del río Pajatén, próximo a su desembocadura en el Gelache) y Jesús de Monte Sión (más al interior del actual caserío, distrito de Campanilla); los cholones en San Buenaventura del Valle (más al interior del actual caserío) y en Pampa Hermosa (a orillas del río Chontayacu, en las proximidades de Uchiza). Estos últimos dieron origen a la formación de Uchiza, mientras que los hibitos poblaron el pueblo colonial de Pachiza (1789).

Desde fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, se produce un fuerte debilitamiento en la actividad misional de los franciscanos, hecho que se profundiza con el advenimiento de las luchas por la Independencia, al no encontrar en el nuevo Estado Republicano un efectivo apoyo para su labor. Esta situación determinó para que los franciscanos abandonaran no sólo sus centros misionales, sino también el país.
Las reducciones entonces desaparecieron y los hibitos y cholones iniciaron un proceso de dispersión que duró hasta inicios del presente siglo y cuyos últimos rezagos fueron vistos, todavía, en los años 30 para el caso de los hibitos y en la década del 50 para el caso de los cholones.

A diferencia de los motilones del Mayo y otras etnias del Norte de San Martín, los cholones e hibitos, por su naturaleza errática y su cultura hermética, rápidamente se desintegraron, dispersándose en pequeños grupos que se alejarían más al interior de la selva, hacia los llanos amazónicos, de donde primitivamente, al parecer, procedieron.

Por esta razón, su participación en el proceso de poblamiento de Mariscal Cáceres, fue nula y no se dejó sentir. En la actualidad no se les conoce descendientes y sólo quedan algunos vocablos de su habla, como veremos más adelante.

Fuente: Museo Regional Los Pinchudos – Juanjui

Las críticas de Bernal Díaz del Castillo a la “Historia de la conquista de Méxic

de López de Gómara

Se ha dicho —lo ha dicho Prescott— que los dos pilares en que reposa la historia de la conquista de México por los españoles son las crónicas de Gómara y de Bernal Díaz del Castillo. Ahora bien, estos dos pilares, más que como tales, con su inmutable simetría, yo los veo como sensibles columnas termométricas que varían de continuo según se producen en el ambiente determinadas alteraciones.

En la actualidad asistimos a un alza de Bernal Díaz, quien parece haber sobrepasado definitivamente a Gómara, sin que a éste le queden ya posibilidades de recuperar el terreno perdido. Yo mismo, en el XXVI Congreso de Americanistas, celebrado en Sevilla en 1935, rompí una lanza en favor de Bernal —con la edición de cuya crónica me ocupaba entonces—. Me hice eco de las críticas al uso contra Gómara y le llamé panegirista de Cortés, adulador servil y no sé si alguna cosa más.

Lo que, en realidad, me pasaba entonces, es que no había leído con suficiente detenimiento a Gómara. No es que yo quiera sugerir que todos aquellos que mantienen hoy la actitud mantenida por mí en 1935 están en el mismo caso, no. Pero lo cierto es que, habiendo leído a Gómara con mayor atención, y habiendo cotejado su obra con la de Bernal Díaz, he llegado a conclusiones bastante distintas a las de entonces, hasta el punto de que el presente trabajo viene a ser una lanza rota en favor de Gómara, o, por lo menos, un intento para reestablecer un equilibrio tan fuertemente alterado hoy en favor de Bernal Díaz.

Como es bien sabido —acepto aquí la versión corriente; véase el estudio que sigue—, este conquistador, siendo ya viejo, emprendió el relato de la Conquista. Llevaba algunos capítulos escritos cuando llegó a sus manos la obra de Gómara. La primera impresión que le produjo su lectura fue el desaliento; pensó que su relato nunca podría competir con el del clérigo, y estuvo a punto de abandonarlo, pero siguió leyendo, y se encontró —según él nos dice— con que la obra de Gómara estaba tan llena de falsedades que se animó a proseguir la suya, con ánimo de rebatirlas.

Quiero volver con la pluma en la mano, como el buen piloto lleva la sonda, descubriendo bajos por la mar adelante, cuando siente que los hay, así haré yo en decir los borrones de los cronistas; mas no será todo, porque si parte por parte hubiesen de escribir, sería más la costa de recoger la rebusca que en las verdaderas vendimias.
Hoy, en líneas generales, se da por buena esta opinión de Bernal Díaz. Su historia de la Conquista es la verdadera, como él la llamó. Esto parece implicar que la de Gómara no lo es. Y sobre ello quisiera llamar brevemente la atención del lector.

Antes de seguir debo hacer una observación. Yo no creo en la imparcialidad histórica en el sentido que la historiografía liberal positivista ha dado a este término, el de la existencia de una verdad exclusiva, única, que se puede alcanzar. Cuando yo estudiaba química en el bachillerato —y hago esta salvedad porque no estoy muy al tanto del estado actual de la cuestión— había un cierto número de cuerpos simples más allá de los cuales no se podía llegar en la descomposición de una materia que se suponía única. De manera análoga podría explicarse lo que yo entiendo por verdad histórica. Los hechos se han producido, sin duda, en determinada manera, de manera única; pero en su averiguación, como en el análisis de los mismos, nosotros no podemos ir más allá del punto de vista de quienes los han presenciado y los han vivido, dando cuenta de ello. El punto de vista del narrador inmediato es el cuerpo simple con que tropezamos en nuestra investigación. Cuando los actores o testigos que narran los hechos son varios, podremos reunir sus puntos de vista en grupos afines, pero si hay disparidad entre ellos, en la selección que nosotros hagamos entrará un nuevo factor que será, querámoslo o no, nuestro propio punto de vista, tan condicionado, tan limitado por una serie complicada de factores, como lo son aquellos que sometemos a examen. No creo, como normalmente ha venido aceptándose, que una mayor distancia proporcione por sí sola una mejor visión de los hechos históricos.

Un caso típico de lo que voy diciendo es el que se produce con la historia de la conquista de América por los españoles. Según quienes sean los que la escriben, conforme a sus razas y creencias, las opiniones se enfrentan bravamente, y las plumas prolongan las luchas que narran. En el congreso de Americanistas antes aludido, hubo sesión en que los congresistas estuvieron a punto de llegar a las manos, al ponerse a discusión la figura y la obra del padre Las Casas. “!Qué espectáculo deplorable!”, pensaba yo. Si la vida es siempre lucha y conflicto, la narración de esta lucha, la historia, tiene que ser apasionada, parcial.

Podremos darnos por contentos si la pasión se mantiene dentro de términos nobles y si el relato de los hechos no se falsea deliberadamente; pero lo que no podremos evitar nunca es que el hecho estudiado varíe según el punto de vista de quien lo contempla y analiza.

Temo hacer demasiado larga esta digresión pero la creo precisa para que se vea con claridad adónde quiero ir a parar. Admitiendo la relatividad, el contingentismo del conocimiento histórico, adquirimos una mayor libertad de movimientos, una mayor validez para nuestras conclusiones, puesto que reconocemos a priori su limitación.

Vengamos concretamente al problema planteado por la historiografía de la conquista de México,a la apreciación de sus dos textos básicos. En nombre de una pretendida imparcialidad histórica se prefiere hoy la obra de Bernal a la de Gómara. ¿Por qué? ¿Es realmente Bernal más sincero, más desapasionado que Gómara en el relato de los hechos? Espero poder demostrar que no. ¿Son razones literarias, de estilo, las que motivan la preferencia? Tampoco. Porque si bien es cierto que la obra de Bernal tiene condiciones únicas de espontaneidad y frescura, la de Gómara es uno de los productos más bellos del idioma castellano. Pero, entonces, ¿a qué se debe la preferencia? ¿A qué se deben las frecuentes reediciones de Bernal, mientras Gómara, que tuvo éxito sin precedentes a raíz de su publicación, es hoy un autor que se encuentra con dificultad y que pocas personas han leído —fuera de los especialistas, claro estᗠtanto en España como en México?

La preferencia se debe a lo que antes he dicho del punto de vista. A que por las páginas de Bernal, no obstante sus continuadas protestas de lealtad y admiración, corre un descontento apenas reprimido contra Cortés, un deseo enconado de rebajar sus méritos, mientras en las de Gómara se glorifica al conquistador. Y así el punto de vista de Bernal viene a coincidir con el de una época que se ha esforzado por nivelarlo todo, que ha visto con recelo a los hombres geniales, sobre todo en el campo de la acción política y guerrera. Entiéndase bien que yo no soy antidemócrata —que si lo fuera, no estaría aquí—. Lo que hago es señalar ciertas tendencias del pensamiento democrático que en el terreno de la investigación histórica han llevado a actitudes plenamente demagógicas. No me cabe la menor duda de que la conquista de América es una empresa de tipo popular, que la masa juega en ella papel destacado, pero lo que esta masa da de sí cuando no encuentra hombres superiores que alumbren sus ideales y encaucen sus energías, lo vemos en la conquista de las islas, en las guerras civiles del Perú y en toda una serie de episodios que no es preciso recordar aquí.

Cortés, con todos sus defectos —dejaría de ser hombre si no los tuviera— era un hombre superior. Y esto es lo que no quería admitir Bernal: el carácter de excepción que tiene la personalidad de Cortés. Para Bernal, Cortés era un buen capitán y nada más, un buen capitán, fruta que abundaba entonces entre los españoles. Para Gómara, Cortés era un genio. Y hoy los historiadores ven con simpatía el testimonio de Bernal, por la misma razón que los hace exhumar devotamente cualquier declaración de cualquier criada que pueda ser desfavorable al conquistador, en su proceso de residencia. Todo ello, claro está, en nombre de la imparcialidad histórica.

Las cosas se aclararían, tal vez, si admitiéramos que tan parcial es Bernal Díaz como Gómara, que sus puntos de vista son opuestos, lo cual se manifiesta sobre todo cuando enjuician la obra de Cortés. Gómara, el capellán del marqués del Valle, que tiene con él estrecha relación durante su estancia en España, escribe su vida y recibe dinero por hacerlo. En cambio Bernal, soldado que hubiera quedado en el anónimo de no remediarlo él mismo, le tiene enemiga a Cortés porque éste maneja siempre con gran desenvoltura la primera persona del singular, olvidándose de los méritos de sus compañeros, que no eran escasos. Bernal le acusa sin ambages.

Y esto digo que cuando Cortés, a los principios, escribía a Su Majestad, siempre por tinta le salían perlas y oro de la pluma, y todo en su loor, y no de nuestros valerosos soldados. Según entendimos, no hacía en su carta relación de Francisco Hernández de Córdoba, ni de Grijalva, sino de él solo, a quien atribuía el descubrimiento, la honra y loor de todo, y dijo que ahora al presente que aquello estuviera mejor por escribir y no dar relación de ello a Su Majestad, y no faltó quien le dijo que a nuestro rey y señor no se le ha de dejar de decir lo que pasa.
Si Cortés falsea la verdad, según Bernal Díaz, es con miras interesadas, para conseguir mercedes del emperador, sin acordarse para nada de los demás. Cuando estuvo en España, “no curó de demandar cosa ninguna para nosotros que bien nos hiciese, sino solamente para él”. Ésta era acusación muy dura en boca de Bernal, quien no era precisamente un dechado de desinterés y que tampoco tenía escrúpulo en falsear la verdad. De continuo se lamenta por su pobreza y desamparo, en desacuerdo con los datos documentales que poseemos referentes a la última época de su vida, que es cuando extrema las lamentaciones.

Y diré con tristeza de mi corazón, porque me veo pobre y muy viejo, y una hija por casar, y los hijos varones ya grandes y con barbas, y otros por criar, y no puedo ir a Castilla ante Su Majestad para representarle cosas cumplideras a su real servicio, y también para que me haga mercedes, pues se me deben bien debidas.
Si comparamos estas afirmaciones con los resultados que arrojan los documentos aludidos, veremos que hay que andar con sumo tiento con lo que Bernal dice. Tenía la misma codicia desenfrenada de todos sus compañeros, lo cual no disimula, pues da la busca de riquezas como uno de los móviles de la Conquista. “Murieron aquella crudelísima muerte por servir a Dios y a su Majestad, y dar luz a los que estaban en tinieblas, y también por haber riquezas, que todos los hombres comúnmente venimos a buscar.”

Bernal tenía mentalidad de resentido. Reprocha a Cortés siempre el que se haya quedado con la parte del león en el botín de la Conquista. Y tampoco soporta que su nombre no destaque en el relato de la empresa. Como su papel debió ser secundario, tiene que alzar el nivel de todos y rebajar el de Cortés, para ponerse así en primer plano. Porque no sólo era el deseo de riquezas el que movía a Bernal, sino también el de gloria, tan típico entre los hombres de esta época renacentista. Al final de su obra hay un breve diálogo, que no llega a serlo plenamente, con “la buena e ilustre Fama”, en que para nada recata su despecho.

La Fama da grandes voces, y dice que fuera justicia y razón que tuviéramos buenas rentas; y asimismo pregunta que dónde están nuestros palacios y moradas, y qué blasones tenemos en ellas diferenciados en las demás, y si están en ellas esculpidos y puestos por memoria nuestros heroicos hechos y armas.
También pregunta la Fama dónde están las tumbas de los conquistadores, y Bernal le responde:

que son los vientres de los indios, que los comieron las piernas y muslos y brazos y molledos y pies y manos, y lo demás fueron sepultados, y sus vientres echaban a los tigres y sierpes y halcones que en aquel tiempo tenían por grandeza en casas fuertes, y aquéllos fueron sus sepulcros, y allí están sus blasones.
La codicia, el deseo de gloria y el resentimiento se dan la mano en el remate del diálogo.

A esto que he suplicado a la virtuosísima Fama, me responde y dice que lo hará de muy buena voluntad, y dice que se espanta cómo no tenemos los mejores repartimientos de indios de la tierra, pues que la ganamos, y Su Majestad lo manda dar, como lo tiene el marqués Cortés, no se entiende que sea tanto, sino moderadamente.
Si Cortés deja a sus compañeros sin la recompensa merecida, el relato de Gómara les quita hasta la última esperanza de obtenerla, pues pasa por alto sus hazañas. De aquí que Bernal envuelva a los dos en sus reproches. Con frecuencia repite que si Gómara escribió en la forma que lo hizo, ensalzando tan sólo a Cortés y dejando de consignar los hechos de los demás capitanes y soldados es porque “le untaron las manos”, le dieron dinero para ello. Las noticias de Gómara son falsas; pero el falsificador es Cortés. “Y en lo que escribe va muy desatinado, y a lo que he sentido, no tiene él la culpa, sino el que le informó.”

Según Bernal, tanto peca Cortés por falsear la verdad, como Gómara por meterse a relatar lo que no ha visto. Es típico en todas las guerras el desprecio de los conbatientes por la gente de la retaguardia, y la indignación que les produce que hablen de hechos militares sin haber tomado parte en ellos. Bernal, que tenía muy bien puesto su orgullo de soldado, zahiere de continuo a Gómara por este motivo. El “no me extraña que no acierte lo que dice, pues lo sabe por nuevas”, el “no le informaron bien”, contrasta vigorosamente con la precisión de sus propios recuerdos: “Ahora que lo estoy escribiendo se me representa todo delante de mis ojos como si ayer fuera cuando esto pasó”. Un licenciado “que era muy retórico y tal presunción tenía de sí mismo”, a quien Bernal mostró su manuscrito, le reprochó que hablara demasiado de sí. Le replica Bernal que sólo puede hablar de la guerra quien en ella ha estado; “más el que no se halló en la guerra, ni lo vio ni entendió ¿cómo lo puede decir? ¿Habíanlo de hacer las nubes o los pájaros que en el tiempo que andábamos en las batallas iban volando, sino solamente los capitanes y soldados que en ellas se hallaron?”

Esto va contra Gómara. Quien, para mayor desesperación de Bernal, poseía un estilo que da gran realce a su narración. Bernal aparenta no concederle importancia, pero otra le queda dentro. “Y quien viere su historia, lo que dice creerá que es verdad, según lo relata con tanta elocuencia, siendo muy contrario de lo que pasó.” “Y no miren la retórica y ornato, que ya cosa vista es que es más apacible que no está tan grosera.” Que esta modestia de Bernal es falsa, y que no le eran tan indiferentes las galas literarias como él pretendía, se ve en el diálogo aludido con los licenciados, pues éstos le dijeron de su manuscrito “que va según nuestro común hablar de Castilla la Vieja y que en estos tiempos se tiene por más agradable, porque no van razones hermoseadas ni policía dorada, que suelen poner los que han escrito, sino todo a las buenas llanas, y que debajo de esta verdad se encierra todo buen hablar”.

Gómara, que no ha estado en la conquista, Gómara, que posee talento literario, es, para colmo de desdichas, clérigo. Ahora bien, Bernal comparte la ideas del propio Cortés y de tantos otros conquistadores respecto a la actuación de los clérigos en Indias. Todo lo que en él hay de respeto y veneración por los frailes, lo hay de animadversión hacia los clérigos. No precisa espigar demasiado en su libro para encontrar frases como éstas:

He querido traer esto aquí a la memoria para que vean los curiosos lectores, y aun los sacerdotes que tienen cargo de administrar los santos sacramentos y doctrina a los naturales de estas partes, que porque aquel soldado tomó dos gallinas en pueblo de paz, aína le costara la vida, y para que vean ahora ellos de qué manera se han de haber con los indios, y no tomarles sus haciendas… Y tenían los indios estos cumplimientos con los clérigos; mas después que han conocido y visto algunos de ellos, y los demás, sus codicias, y hacen en los pueblos desatinos, pasan por alto, y no los querrían por curas en sus pueblos, sino franciscos o dominicos, y no aprovecha cosa que sobre este caso los pobres indios digan al prelado, que no lo oyen. !Oh, qué había que decir sobre esta materia! Mas quedarse ha en el tintero.
Con este bagaje de fobias que Bernal tiene contra Gómara, no cabe esperar que la sonda de que antes nos habló funcione con precisión. En efecto, la mayoría de sus comentarios tienen carácter de simples exabruptos.

Desde el principio, medio ni cabo no hablan de lo que pasó en la Nueva España; que es todo burla lo que escriben acerca de la Nueva España; en todo escriben muy viciosos. ¿Y para qué yo meto tanto la pluma en contar cada cosa por sí, que es gastar papel y tinta? Yo lo maldigo, puesto que lleve buen estilo; y si todo lo que escribe de otras crónicas de España es de esta manera, yo los maldigo como cosa de patrañas y mentiras, puesto que por más lindo estilo lo diga.
Todo esto nos interesa como índice de un estado de espíritu del que no podemos prescindir para valorar debidamente las críticas propiamente dichas que Bernal hace a Gómara. Mi trabajo no tiene carácter de confrontación exhaustiva, que sería muy conveniente hacer, pero que estaría desplazada aquí. Es una simple llamada de atención

¿Cuales son, concretamente, los reparos que Bernal hace a Gómara en el relato de los hechos? Son muchas las ocasiones en que la observación que suele poner Bernal al concluir sus capítulos, “esto es lo que pasa, y no la relación que sobre ello dieron al cronista Gómara”, “aquí es donde dice el cronista Gómara muchas cosas que no le dieron buena relación”, etc. no se encuentra justificada después de una atenta confrontación de los textos. Véase en ambos autores el relato de los preparativos de Cortés para su empresa, o el del encuentro con Jerónimo de Aguilar, o el de la entrevista con los emisarios de Moctezuma en San Juan de Ulúa. Yo confieso ingenuamente que no encuentro ninguna diferencia esencial que justifique las observaciones y salvedades hechas por Bernal Díaz. Sin duda él, que poseía un gran sentido del detalle, una memoria de fidelidad sorprendente, podría apreciar pequeñas diferencias que se escapan a nuestra atención. Pero su comentario es siempre desproporcionado. Y que no cabe hablar de una gran exactitud en el manejo de la sonda nos lo prueban dos episodios que quiero subrayar. Bernal, en deseo de contradecir a Gómara, no sólo manifiesta discrepar de él al concluir relatos de episodios fundamentalmente idénticos, sino que le hace decir a Gómara cosas que en éste no aparecen por ninguna parte. Así ocurre al hablar de la estancia de los españoles en Cempoal. Dice Bernal Díaz:

Aquí es donde dice el cronista Gómara que estuvo Cortés muchos días en Cempoal, y que se concertó la rebelión y liga contra Moctezuma; no le informaron bien, porque, como he dicho, otro día por la mañana salimos de allí. Y dónde se concertó la rebelión, y por qué causa, adelante lo diré.
Ahora bien, si consultamos el relato de Gómara, veremos que para nada habla de que en Cempoal se formase la liga contra Moctezuma. Lo que dice es que el cacique de Cempoal, “el cacique gordo”, se quejó a Cortés de la tremenda esclavitud a que estaban sometidos —lo mismo que dice Bernal— y que la rebelión y la liga contra el monarca azteca se planearon más tarde en Quiahuiztlán —como dice Bernal también—.

Lo mismo ocurre con el relato de la ocupación de Cingapancinga. Afirma Bernal: “Y esto de Cingapancinga fue la primera entrada que hizo Cortés en la Nueva España, y fue de harto provecho, y no, como dice el cronista Gómara, que matamos y prendimos y asolamos tantos millares de hombres en lo de Cingapancinga”. Veamos lo que dice Gómara y encontraremos que para nada habla de combate, por la sencilla razón de que no lo hubo, pues los naturales no ofrecieron resistencia, y la fuerza de Moctezuma abandonó el lugar. “Y rogó a Cortés [relata Gómara] que no hiciesen mal a los vecinos y que dejasen ir libres, mas sin armas ni banderas, a los soldados que lo guardaban. Fue cosa nueva para los indios.” Las muertes de millares de indios no aparecen por ningún lado, estaban en la cabeza de Bernal, en su deseo frenético de desacreditar a Gómara.

Hasta aquí las críticas de Bernal son injustificadas. Hay otro aspecto en ellas que merece examen más cuidadoso: el referente a lo dicho por Gómara de la actuación de Cortés. En esto se fue, sin duda, la mano a Gómara. Su libro habría salido ganando con llamarse Vida de Hernán Cortés, en lugar de la Conquista de México.2Hay en él una concentración exclusiva de la atención sobre el héroe extremeño, un continuo atribuirle toda clase de hazañas, que pueden justificar la exclamación indignada de Bernal:

Cortés ninguna cosa decía ni hacía sin primero tomar sobre ello muy maduro consejo y acuerdo con nosotros, puesto que el cronista Gómara diga “hizo Cortés esto, fue allá, vino de acullá”, y dice otras tantas cosas que no llevan camino, y aunque Cortés fuera de hierro, según lo cuenta Gómara, en su historia, no podía acudir a todas partes.
Admitamos que tiene Bernal razón en esto, como la tiene en la apreciación de hechos de detalle: que no fue Cortés quien entró en el río de Alvarado, que no fue Cortés, sino Alvarado, quien por primera vez penetró la tierra dentro a poco de desembarcar los españoles, etc. Todo esto está muy bien; pero con lo que ya no podemos estar conformes es con el continuo plural de Bernal Díaz, con el “acordamos”, “ordenamos”, “hicimos”, que reduce a Cortés a simple instrumento en manos de sus capitanes. “Parece ser que a los soldados nos daba Dios gracia y buen consejo para aconsejar que Cortés hiciese las cosas muy bien hechas.” “Y digamos cómo todos a una esforzábamos a Cortés y le dijimos que cuidase su persona, que ya allí estábamos.” Con todo lo unilateral que es la visión de Gómara al prescindir de los compañeros de Cortés, yo la creo menos inverosímil que ésta de Bernal al darnos un Cortés sometido a las opiniones de una camarilla.

Siento no tener datos más precisos sobre la organización de la jerarquía militar en aquella época. Desde luego, entonces no existían los que hoy llamamos Estados Mayores, con su misión especifíca de preparar las decisiones de los jefes. Pero entonces, como hoy y siempre, la decisión, con asesoramiento previo y sin él, era atributo del jefe y no de los subordinados. El propio Bernal se contradice en esto, pues al darnos su semblanza del carácter de Cortés, insiste en que era muy porfiado.

Y era muy porfiado, especial en las cosas de guerras, que por más consejo y palabras que le decíamos en cosas desconsideradas de combates y entradas que nos mandaban dar cuando rodeamos la laguna; y en los peñoles que ahora llaman del Marqués le dijimos que no subiésemos arriba en unas fuerzas y peñoles, sino que le tuviésemos cercado, por causa que de las muchas galgas que desde lo alto de la fortaleza venían desriscando, que nos echaban, porque era imposible defendernos del ímpetu y golpe con que venían y era aventurar a morir todos porque no bastaría esfuerzo, ni consejo, ni cordura; y todavía porfió contra todos nosotros, y hubimos de comenzar a subir, y corrimos mucho peligro, y murieron ocho soldados, y todos los más salimos descalabrados y heridos, sin hacer cosa que de contar sea, hasta que mudamos otro consejo.
Todo esto va dicho contra Cortés, pero se vuelve en contra de la afirmación de que el conquistador era llevado y traído por las opiniones de sus capitanes. La realidad debió ser exactamente la contraria. Lo que pasa es que Cortés era tan hábíl, y tenía tal manera de exponer sus planes a sus hombres, que éstos llegaban a creer que se les habían ocurrido a ellos. Es muy justa la reflexión de Orozco y Bernal al hablar de la prisión de Moctezuma. “El general tenía formado su proyecto, mas, como siempre, aparentaba acomodarse a la opinión ajena, a fin de no ser solo en la responsabilidad, caso de haberla.”

Ésta es la verdad, y Bernal intenta en vano deformarla. Cuando la destrucción de los navíos, el propio Bernal reconoce que la idea salió de Cortés. “Y según entendí, esta plática de dar con los navíos al través, que allí le propusimos, el propio Cortés lo tenía ya concertado, sino quiso que saliese de nosotros, porque si algo le demandesen que pagase los navíos, que era por nuestro consejo, y todos fuésemos en los pagar.” Luego se indigna mucho porque Gómara afirma que el conquistador mantuvo su plan dentro del mayor secreto posible y da a entender que los soldados lo conocían.

Aquí es donde dice el cronista Gómara que cuando Cortés mandó barrenar los navíos que no lo osaba publicar a los soldados que querían ir a México en busca del gran Moctezuma. No pasó como dice, pues ¿de qué condición somos los españoles para no ir adelante y estarnos en parte que no tengamos provecho y guerras?
Muy bien esta apreciación de la bravura —y de la codicia— de los españoles; pero es lástima que Bernal se contradiga una vez más, pues el mencionar las manifestaciones de unos soldados deseosos de que Cortés renuncie a la empresa, les hace decir: “Y que ahora fueran buenos los navíos que dimos con todos al través, o que se quedaran siquiera dos para necesidad, si se ocurriese, y que, sin darles parte de ello ni de cosa ninguna, por consejo de quien no sabe considerar las cosas de fortuna, mandó dar con todos al través”.

Realmente, estas famosas imparcialidad y veracidad acrisoladas de Bernal Díaz embrollan las cosas de modo tremendo. Si los soldados habían sabido que iban a ser destruidos los navíos, ¿a qué se quejan luego de que no se lo habían comunicado? El mentir requiere buena memoria, amigo Bernal. Más valdría que te hubieras limitado decir que Cortés se asesoraba en ocasiones con algunos de sus capitanes, pero sin dar a entender siempre que son ellos y los soldados quienes todo lo deciden, como si Cortés no existiera. La guerra no se decide a base de comités y votaciones, como quiere indicar Bernal al relatarnos la reunión celebrada en Cholula cuando los españoles se creen expuestos a un ataque de los naturales.

Luego aquella noche tomó consejo Cortés de lo que habíamos de hacer, porque tenía muy extremados varones y de buenos consejos; y como en tales casos suele acaecer, unos decían que sería bien torcer el camino e irnos por Guaxocingo; otros decían que procurásemos haber paz por cualquier vía que pudiésemos y que no nos volviésemos a Tlaxcala; otros dimos parecer que si aquellas traiciones dejábamos pasar sin castigo, que en cualquier parte nos tratarían otras peores, y pues que estabamos allí en aquel gran pueblo y había hartos bastimentos, les diésemos guerra, porque más la sentirían en sus casas que no en el campo, y que luego apercibiésemos a los tlaxcaltecas que se hallasen en ello; y a todos pareció bien este postrer acuerdo.
Cortés no abre la boca. Claro que a veces se le escapa a Bernal que es él quien decide en momentos graves, como en la bifurcación de los caminos que conducen a México: “Entonces dijo Cortés que quería ir por el que estaba embarazado”. Pero ésta es la excepción. El Cortés de Bernal es tan opaco como lo son sus compañeros en Gómara; pero si en Gómara hay omisión, en Bernal hay deformación.

Un último ejemplo: el relato de la prisión de Moctezuma, Bernal nos dice en él quiénes componen la camarilla de Cortés, esa camarilla que es órgano consultivo y ejecutivo, sin la que el conquistador no da un paso. Naturalmente que Bernal forma parte del grupo. “Cuatro de nuestros capitanes, juntamente, y doce soldados de quien él se fiaba, y yo era uno de ellos.” Son ellos y no Cortés quienes idean apoderarse de Moctezuma, quienes precisan hasta los menores detalles de la forma en que ha de realizarse la atrevida prisión. Cortés —claro, un hombre tan irresoluto— no ve bien cómo va a ser posible detener a Moctezuma en medio de sus guerreros. “Y replicaron nuestros capitanes, que fue Juan Velázquez de León, y Diego de Ordaz, y Gonzalo de Sandoval, y Pedro de Alvarado, que con decirle que ha de estar preso,que si se altera o diere voces que lo pagará su persona, y que si Cortés no lo quiere hacer luego, que les dé licencia, que ellos lo pondrán por obra.” Creo que no hay mejor comentario a esta desenvoltura de Bernal, que como vamos viendo nada tiene que envidiar a la de Gómara, que aquel párrafo de la segunda carta de relación de Cortés en que alude a la primera, perdida: “Y aún me acuerdo que me ofrecí en cuanto a la demanda deste señor, a mucho más de lo a mí posible, porque certifiqué a V. A. que lo habría preso, o muerto, o súbdito de la corona real de V. M.” Es decir que la idea de la prisión del soberano estaba concebida por Cortés desde que había tenido noticias de su existencia.

Bastará con admitir, de las afirmaciones de Bernal, la existencia de un grupo de capitanes —lo de los soldados ya parece más dificil— con quienes Cortés se asesoraba antes de tomar las decisiones graves; pero sin que este grupo fuera el eje de la conquista, el inspirador y el fortalecedor de Cortés, como Bernal nos dice. De todas maneras, las críticas señaladas no justifican que la obra de Gómara esté sepultada en el descrédito y el olvido. Téngase en cuenta que Bernal no refuta el relato de Gómara en su conjunto más que en los exabruptos mencionados. Deja pasar sin contradicción los hechos esenciales de la Conquista: guerra de Tlaxcala, matanza de Cholula, entrada en México, lucha con Narváez, huida de la capital, cerco y toma de la misma, viaje a las Hibueras. Y que no se me diga que es porque Bernal anuncia su propósito de no volver a mencionar a Gómara poco después de relatar la primera entrada de México: “Y porque ya estoy harto de mirar en lo que el cronista va fuera de lo que pasó lo dejaré decir”. Eso es superior a las fuerzas de Bernal, quien vuelve a la larga contra Gómara siempre que encuentra, o cree encontrar ocasión para ello. Así lo hace, por ejemplo, al comentar el salto de Alvarado: “Digo que en aquel tiempo ningún soldado se paraba a verlo si saltaba poco o mucho, porque harto teníamos que salvar nuestras vidas”.

Antes de terminar, quisiera observar algo que brindo a la atención de algún estudioso pacienzudo. Insístase más en el cotejo de los textos de Bernal y Gómara, y quizá se encuentre que éste le prestó a aquél un precioso servicio, ayudándole a dar forma a su obra, a distribuir los capítulos, etc. Es una simple sugerencia que yo no puedo justificar plenamente; pero creo que Gómara no sólo estimuló a Bernal, sino que lo sirvió de pauta en su relato. Esto ya de por sí sería un mérito para Gómara, autor que merece nuestra atención por muchos conceptos. Edítese y estúdiese en buena hora a Bernal —nadie menos sospechoso que yo para decirlo, pues dediqué cerca de cuatro años a una edición de su crónica que la guerra de España me impidió concluir— pero que no sea el resentimiento quien estimule la pasión por Bernal y el olvido de Gómara. Porque su obra —como la propia de Cortés— podrá discutirse cuanto se quiera, pero nunca ignorarse.

Tiempo, México, junio-julio, 1940

Tenochtitlan

http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/sites/fondo2000/vol2/05/htm/sec_1.html

A VECES los libros se convierten en guías para un turismo imposible que nos lleva a lugares que ya no existen y nos presenta con personas que ya no viven. Aunque la inmensa ciudad de México está asentada sobre el mismo espacio geográfico que ocupara la gran Tenochtitlan, es evidente —y lamentable— que el Valle de Anáhuac ya no cuenta con las faccciones ni el semblante que definieron su belleza de hace siglos. Sólo por libros sabemos que este majestuoso valle, que se eleva a más de dos kilómetros por encima del nivel del mar, mostraba un limpio paisaje de lagos como espejos, bosques como alfombras e imponentes montañas y volcanes nevados que se dejaban ver sin el estorbo de la moderna contaminación.

FONDO 2000 presenta aquí una selección del célebre libro Tenochtitlan en una isla, de Ignacio Bernal, quien, a través de hondas investigaciones entre los restos de nuestra memoria prehispánica y gracias también a incansables lecturas de las primeras crónicas españolas de la Conquista, realizó una de las mejores descripciones de lo que él mismo definió como “un cuadro de fantástica belleza”. Más que hacer un minucioso panegírico de las grandezas de la civilización azteca, Bernal se preocupó por desentrañar las diversas etapas en el poblamiento del Valle de Anáhuac que precedieron a la época del esplendor mexica, realizando un recorrido historiográfico, por las sucesivas generaciones que “perecieron víctimas de sus locuras y destrozadas por los eternos bárbaros”.

Nacido en la ciudad de México en 1910, Ignacio Bernal dedicó su vida al estudio de la antropología y llegó a se director general del Instituto Nacional de Antropología e Historia de 1968 a 1970; ocupó en dos ocasiones la dirección del Museo Nacional de Antropología (1962-68 y 1970-76) y desempeñó diversos encargos diplomáticos. Prolífico autor de artículos, ensayos y libros, Bernal fue miembro de El Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua así como de la de Historia. En 1969 recibió el Premio Nacional y a lo largo de su vida obtuvo numerosas distinciones internacionales.

Como un moderno Bernal Díaz del Castillo, Ignacio Bernal es un testigo privilegiado del grandioso paisaje de nuestro pasado. El lector de estas páginas recorrerá los espacios de un paisaje sumergido en la noche de los tiempos, una planicie ahora sembrada de edificios y cuadriculada por miles de kilómetros de asfalto, que antiguamente mostraban maravillosos lagos y fértiles tierras, los cuales, en palabras del propio autor, “son también los creadores y destructores de los pueblos que allí vivieron. Ahora, secos, cobran venganza de la ciudad haciendo de ella un barco que se hunde lentamente”.

Los nuevos bárbaros
Con la caída de Tula , otra gran oleada de pueblos nómadas se dirige como un torbellino hacia el sur, invade las tierras de los pueblos sedentarios y arrasa todo a su paso. Son los cazadores bárbaros que se enfrentan de nuevo a los agricultores civilizados. Tula vencida, no quedaba ningún poder lo bastante fuerte para oponerse a sus incursiones. Conocemos a estos nómadas con el nombre genérico de chichimecas. Esta palabra no indica una tribu específica sino más bien un conjunto de grupos, a veces bastante diferentes, que se alían en ciertos momentos y en otros combaten entre ellos, pero cuyo rasgo común es un seminomadismo.

La palabra chichimeca en náhuatl significa, según se dice, “linaje de perros”. No debemos dar a este nombre el sentido infamante que tendría entre nosotros, ya que muy probable se refiere a un nombre tribal en que el perro es el tótem de la tribu, como es tan frecuente encontrar en otras varias partes de América y aun, a veces, en el centro y noroeste de México. Con el tiempo, el significado de este nombre se amplió hasta incluir no sólo a los chichimecas originales, sino a todos los recién llegados o a los emigrantes que llevaban vida nómada. Por lo tanto, en un sentido general, vino a simbolizar la oposición entre el chichimeca bárbaro y el tolteca culto. Es posible también, como lo ha sugerido Jiménez Moreno, que el nombre chichimeca provenga de una vieja leyenda de origen huichol. Cuentan que la madre de los dioses habló a un leñador anunciándole un diluvio en el que morirían todos los hombres, para salvarse debía encerrarse en un tronco hueco, en la curiosa compañía de una perra. Esto hizo el leñador y como la diosa cerró muy bien el tronco, éste flotó hasta que pasó la inundación y salieron el leñador y su perra. Se instalaron en una cueva y él salía diariamente a cortar leña. Como el leñador era el único hombre sobreviviente, le extrañaba muchísimo que, al regresar a la cueva, todos los días encontrara agua del río y tortillas calientes. Presa de curiosidad decidió esconderse y entonces vio que la perra se quitaba la piel y se convertía en una mujer. Mientras iba al río a traer agua, el leñador quemó la piel de la perra. La mujer inmediatamente empezó a gritar sintiendo terribles dolores en la espalda, y es que tenía la espalda quemada al igual que la piel de la perra. El leñador le echó el agua con la que se preparaba la masa para las tortillas y con eso se alivió. Después se casaron y sus hijos explican las palabras “linaje de perros”. Tal vez sea el recuerdo de esta historia lo que hizo que al aparecer los chichimecas en el valle de Puebla les arrojaran el agua del nixtamal, llamándolos hijos de perros.

A primera vista resulta un poco difícil entender cómo estos cazadores nómadas pudieron reunir la fuerza suficiente para asediar y aun vencer a los grandes imperios establecidos. Pero las ruinas de Chalchihuites y especialmente de La Quemada, así como sitios en Durango, Querétaro y otros indican que estas tribus, aunque fundamentalmente nómadas, no lo eran del todo. Habían construido centros donde probablemente se reunían para las fiestas o para comerciar, que sirvieron de núcleo de atracción a grupos esparcidos. Durante siglos recibieron influencias teotihuacanas y toltecas y muchos rasgos civilizados. La Quemada, en Zacatecas, es una ciudad de extensión considerable rodeada de muchas otras poblaciones que dependían de alguna fuente permanente de abastecimientos. Esta fuente no podía ser sino la agricultura; es decir que, en este caso, como en varios otros, se habían formado en el área de los nómadas islotes agrícolas más ricos y poderosos. En otras palabras, la frontera de Mesoamérica se extendía más al norte que en el siglo XVI. Estos sitios demuestran la existencia de grupos con una cohesión más o menos permanente y una población bastante mayor que la que jamás hubiera podido tener una simple tribu de cazadores-recolectores. Sin embargo, La Quemada, con todo y su tamaño y el evidente esfuerzo que representa, está lejos de llegar a los refinamientos de otras ciudades de su época. Los edificios son de piedra sin tallar y sin empleo de mezcla. Las paredes no están revestidas de estuco y no encontramos ningún rastro de murales o de escultura. Esto es cierto en todos los sitios al norte de Mesoamérica.

Es probable que de esta ciudad, o de otras similares, salieran los innumerables grupos que en diversos momentos se lanzaron a la conquista de sus vecinos del sur.

Entre todos estos grupos se mueve uno de mínima importancia y que quizá sólo asistió como espectador, o cuando menos con un papel insignificante, a la ruina del imperio tolteca. Debía, con el tiempo, ilustrarse extraordinariamente; se trata de los mexicas, que aparecen por primera vez en el escenario de la historia.

Los datos más antiguos que poseemos sobre ellos son semihistóricos y semilegendarios. Se cuenta que salieron de una cueva situada en una isla llamada Aztlán, de donde, por cierto, deriva su nombre de aztecas, aunque éste era más bien su nombre de “mexicas”, de aquí el mexicano de hoy. Con el tiempo y las grandezas se harán llamar “culhuas”, para indicar con ese término su descendencia tolteca, es decir, civilizada.

Eran, por lo pronto, una pequeña tribu dirigida por cuatro jefes-sacerdotes cuya única posesión de valor era un bulto en el que estaba envuelta la estatua de un dios, hasta entonces desconocido: Huitzilopochtli. Este dios, al triunfar su tribu, se convertiría en el gran dios del Anáhuac. Después de largas emigraciones se habían instalado en los alrededores de Tula, y ahí había tenido lugar un acontecimiento mitológico-astronómico que tanto había de pesar en sus destinos futuros. Cuenta su leyenda que vivía en Tula una señora viuda, de conducta irreprochable, que había tenido una hija y cuatrocientos (es decir, innumerables) hijos. Un día estaba esta piadosa señora barriendo el templo y se encontró una bola de plumas que guardó en su seno. Pasados algunos meses notó que estaba encinta y, un poco más tarde, su hija y sus hijos se dieron cuenta de ello. Indignados ante lo que consideraban como una ligereza de su madre, decidieron matarla. Armáronse los 400 hijos y marcharon contra la viuda. En ese momento oyó una voz dentro de ella que le decía: “No temas”; y nació un hijo grande y vigoroso armado de todo a todo, como la Minerva clásica. Llevaba en las manos no sólo el átlatl y el escudo, sino una nueva arma divina de efectos definitivos: la serpiente de fuego, que es el rayo, con la cual cortó la cabeza de su hermana y mató a los innumerables hermanos. Este guerrero prodigioso era nada menos que el dios Huitzilopochtli.

Es curioso comprobar cómo se conservó viva y profundamente creída la historia de este nacimiento y la eficacia infinita de la serpiente de fuego. En 1521, en los últimos días de la defensa de la capital azteca contra Cortés, Cuauhtémoc decide que ha llegado el momento de recurrir al arma suprema. Se implora al dios Huitzilopochtli y se viste a un guerrero joven y valiente con los vestidos de un antiguo emperador conocido como gran general victorioso. Sobre todo se le pone en la mano el arma del dios con la cual podrá vencer a los españoles. Sale a la lucha, pero tras una ligera escaramuza en la que sólo logra tomar prisioneros, tiene que retirarse. El arma divina había fracasado. La conquista era, pues, inevitable.

Pero volviendo al mito del nacimiento de Huitzilopochtli, la viuda significa la Tierra, de donde nacen todas las cosas; la hija es la Luna y los 400 hijos son las estrellas que palidecen y desaparecen totalmente al levantarse el Sol representado por el dios Huitzilopochtli. Siendo éste el dios de los mexicas, su identificación con el Sol es de primera importancia, pues los convierte en el “pueblo del Sol”, como lo ha dicho brillantemente Alfonso Caso.

Serán, por lo tanto, los representantes del Sol en la Tierra y los encargados de mantenerlo con vida. Esta dignidad y esta obligación van a pesar fuertemente sobre su historia y nos explican muchos de sus episodios. Pero dejemos esto para más tarde, ya que por ahora sólo se trata de una tribu de ínfima importancia.

El fin del siglo XII y los primeros años del siglo XIII ven sucederse una serie de interminable de pequeñas invasiones chichimecas que sólo son un preludio de la gran invasión de 1224, la de los chichimecas llamados de Xólotl. Éstos parecen proceder de una región cercana al valle del Mezquital. Su jefe, Xólotl, los lanza en una carrera de conquistas que había de acabar, como en todos los casos, por establecer una nueva dinastía y un nuevo imperio sobre las ruinas de los anteriores. En los códices pictóricos, este grupo de Xólotl aparece como un cazador vestido con pieles de venado y habitando cuevas.

“Cuando se establecieron nuestros antepasados, nuestros primeros, quienes vinieron a gobernar el país incultivado de las yerbas y los árboles, el páramo; los bienes que traían consigo eran codornices, serpientes, conejos y venados y los comían cuando pasaban a sus años y días en las caminatas. Dieron buen ejemplo los demás porque levantaron y conservaron sus pueblos y su señorío sólo con la ayuda del Ipalnemoani, porque en todo vive el Señor del mundo”.

En pocos años parecen haberse apoderado de una gran parte del valle de México y tras algún otro intento establecen su capital en un nuevo sitio llamado Tenayuca. En este lugar levantan una pirámide que sería continuamente ampliada por sus sucesores; resulta muy importante hoy día, pues es el único monumento chichimeca del valle de México que conocemos bien. Toma muchos de sus elementos arquitectónicos de templos más antiguos; pero inaugura cuando menos una nueva idea más económica: el colocar dos templos separados sobre un solo basamento. En sus primeras épocas, una enorme escalinata lleva a los dos santuarios. Más tarde es separada en dos secciones iguales por una ancha alfarda. En esta forma cada uno de los templos conserva su independencia y tiene la misma importancia. Uno de ellos estaba dedicado al representante principal de la civilizaciones antiguas, Tláloc, el dios de la lluvia; el otro, al gran dios tolteca-chichimeca, Tezcatlipoca.

El templo de Tenayuca, hábilmente explorado y en parte reconstruido hace unos años, resulta una de las visitas interesantes que hace en los alrededores de la ciudad de México. Sus numerosas superposiciones están construidas con el mismo sistema: un núcleo de piedra y tierra revestido de pequeñas piedras, recubierto a su vez de una gruesa capa de estuco. Independientemente de la magnitud del edificio mismo, se admiran las espléndidas serpientes y cabezas que lo rodean y que, siguiendo en parte la tradición inaugurada en Tula, forman el “muro de serpientes”. Se han encontrado en Tenayuca alrededor de 800 serpientes de formas y tamaños diversos.

Indudablemente que se trata en conjunto de un edificio dedicado al culto solar, especialmente al de sol poniente, el sol moribundo que tanto preocupará al alma indígena. Así este aspecto del culto solar, como el muro de serpientes, como los dos templos colocados sobre la misma base, serán imitados siglos más tarde en Tenochtitlan, sólo que en proporciones mucho mayores. Allí Tláloc seguirá reinando en uno de los templos, pero en el otro encontraremos a Huitzilopochtli en vez de a Tezcatlipoca, puesto que se trata del gran templo mexica donde naturalmente su propio dios habrá tomado el sitio principal. Este cambio en realidad es menor de lo que pudiera imaginarse a primera vista, ya que Huitzilopochtli no es sino un Tezcatlipoca de cuño más reciente.

Xólotl, con todo y la construcción que empieza de este santuario de Tenayuca, sigue siendo fundamentalmente un nómada y por tanto cambia continuamente de residencia. Las crónicas nos dicen que sus agentes no sembraban, lo que no es exactamente cierto. No sembraban maíz, pero sí algunas otras semillas. Aunque eran fundamentalmente cazadores, completaban el producto de la caza, para entonces bien escasa en el valle de México, con cosechas temporales que no necesariamente implican una permanencia fija en un sitio determinado.

Xólotl es un nuevo Mixcóatl. Nos lo representan las fuentes como otro conquistador siempre victorioso y como el terror de los pueblos que lo rodean. Podría fácilmente compararse a Gengis Khan; los dos son la avalancha que viene de las estepas y que, como un Atila —a pie— seca todo a su paso. Además, tanto Xólotl como Mixcóatl son los primeros en usar en la América Media el arco y la flecha, arma mucho más eficaz que el átlatl de los viejos sedentarios.

Si Xólotl no tiene la fortuna de procrear un hijo tan ilustre como Quetzalcóatl, en cambio se convierte en el origen de un linaje que había de reinar casi sin interrupción hasta la conquista española. Sus descendientes, además de ocupar el trono chichimeca, se mezclarán con todas las familias reinantes; entre ellos se cuenta otra de las figuras más extraordinarias del México antiguo, Nezahualcóyotl, el rey poeta de Tezcoco.

Los restos de los toltecas venían sufriendo persecuciones sin cuento a manos de los nuevos pueblos dominantes. En una forma muy pintoresca, la historia tolteca-chichimeca nos relata la forma en que, civilizando a los chichimecas, lograron una vida más fácil.

“Durante un año los colonos hicieron sufrir mucho a los toltecas, porque querían destruirlos. Por eso los toltecas suplicaron a su dios y amo llorando de tristeza y de tribulaciones y le dijeron: ‘Señor nuestro, amo del mundo, por quien todo vive, nuestro Creador y Hacedor, ¿ya no nos brindarás aquí tu protección? Los xochimilcas y los ayapancas nos molestan mucho porque desean destruir nuestro pueblo. Tú sabes bien que no somos muchos. Que no perezcamos a manos de enemigos. Compadécete de nosotros que somos tus vasallos y aleja la guerra. Dios hombrudo, escucha nuestro lamento y llanto. Que no seamos destruidos. Antes bien, que el poderío de nuestros enemigos sea aplastado y que perezca su pueblo y su dominio, su nobleza y su gente’. Y luego él contestó y ellos escucharon una voz que les dijo: ‘No estéis tristes ni lloréis. Yo ya lo sé. Ya os digo, Icxicóuatl y Quetzalteuéyac, idos al cerro de Colhuaca, allá están los chichimecas, grandes héroes y conquistadores. Destruirán a vuestros enemigos, los xochimilcas y ayapancas. No lloréis. Idos ante los chichimecas e imploradles insistentemente. Observadlo bien. Todo esto os lo mando’.”

Después de seis días de marcha, llegaron al cerro de Culhuacan y encontraron a los chichimecas dentro de la cueva. Tras una serie de ritos mágicos, obtuvieron los embajadores toltecas que salieran los chichimecas junto con su intérprete, necesario ya que hablaban una lengua distinta. A continuación, dijeron los embajadores: “Escucha, Couatzin (el interprete), venimos a apartaros de vuestra vida cavernaria y montañesa”. Terminada la conversación, ambas partes entonan un canto prácticamente ininteligible para nosotros y los chichimecas entienden por fin el fondo del mensaje. Consiste éste en proponerles un acuerdo por medio del cual los toltecas civilizarán a los chichimecas y éstos les ayudarán en la guerra contra sus opresores. “Nos buscan”, dicen, “por motivo de su guerra y la vara tostada y el escudo son nuestra suerte y nuestro destino”. Terminada la conferencia, los embajadores toltecas ennoblecen a los jefes chichimecas, perforándoles el septum de la nariz en la forma tradicional con el hueso del águila y del jaguar. Y como dice la crónica, “aquí terminan los caminos y los días”.

Esta extraordinaria transacción, en la cual cada parte permuta los productos que posee —los toltecas la civilización, los chichimecas la fuerza armada—, produce con el tiempo magníficos resultados. Veremos la fusión de las dos fuerzas, tradición y novedad, producir el imperio mexica. Este proceso que la crónica indígena nos muestra en forma mágica y simplificada, se desarrollará durante los siglos XIII y XIV. Y nos recuerda lo que ya había acontecido con los nonoalcas en Tula. Los chichimecas, rodeados de los viejos pueblos sedentarios que habían conquistado, sin hacerlos desaparecer, absorbieron poco a poco la vieja cultura tolteca. Es el caso típico entre Grecia y Roma.

Esta fusión se acelera con la llegada, bajo el reinado de Tlotzin, nieto de Xólotl, de una serie de emigrantes más cultos portadores de antiguos conocimientos. Los más interesantes son los que las crónicas nombran los “regresados”. Probablemente se trate de un pueblo que había vivido en el valle, emigró a la Mixteca, adquiriendo allí la refinadísima cultura de esa gente y después volvió al valle de México, de donde el nombre con que la conocemos. Posiblemente a estos “regresados” se deba la fina orfebrería mexica, descendiente directa del estilo mixteco, así como el arte de pintar los jeroglíficos y los libros históricos que tan desarrollado se encontraba en esa región oaxaqueña. Se dice que estos emigrantes, junto con otros que llegaron en ese época, levantaron las primeras casas de Tezcoco hacia 1327 e introdujeron entre un grupo chichimeca la agricultura, la cerámica y muchos otros adelantos. Debido al aumento que en esta época tiene el nivel de los lagos, las chinampas vuelven a ser una importante fuente de productos.

Los cambios causan un cisma, ya que una parte de los chichimecas, más reaccionaria que la otra, se negó a aceptar estas novedades y trató de imponerse; pero fue vencida y desde ese momento el grupo más adelantado obtiene el predominio y lleva a la monarquía chichimeca a convertirse, un siglo más tarde, bajo el reinado ilustre de Nezahualcóyotl, en el centro mismo de la cultura indígena, lo que con el tiempo valió a Tezcoco el nombre de la “Atenas americana”.

Para llegar a este momento glorioso, la monarquía chichimeca fue —como la España de los Reyes Católicos— una monarquía sin capital fija. Sólo a mediados del siglo XIV se instala definitivamente en Tezcoco, volviéndose sedentaria. Pero antes de proseguir con la historia de estos chichimecas, nos es necesario estudiar en somera revista cuando menos algunos de los grupos más importantes que se habían instalado en diversas fechas en el valle de México. Sin ellos serán ininteligibles los acontecimientos ocurridos en los siglos XIII a XVI.

Durante el tiempo de la supremacía chichimeca en el valle de México se conserva un último reducto, Culhuacan, donde han venido a refugiarse los toltecas vencidos. Allí reina, durante el siglo XIII y parte del siglo XIV, una dinastía que legítima o ilegítimamente se hace descender de los reyes de Tula y por tanto de Quetzalcóatl. A esto debe su prestigio. Además, aprovecha hábilmente esta situación, ya que había de ser un imperativo que el gobernante tuviera sangre tolteca. Por ello vamos a ver a los jefes de los nuevos grupos que entran en el valle desear un jefe o una mujer de la casa de Culhuacan. Para los señores de Culhuacan, estas alianzas dinásticas permiten, cuando menos, una sombra de independencia.

Habíamos dejado a los mexicanos en Tula, convirtiendo a su dios en sol; ni por esta transformación divina había de mejorar rápidamente su situación. Así los vemos ir de sitio en sitio hasta que después de 1215 llegan al valle de México, donde siguen cambiando continuamente de residencia. En general son mal recibidos en todas partes y a poco tiempo de instalados expulsados, ya que su conducta resulta insufrible a sus vecinos. Rápidamente adquirieron una fama —bien merecida— de pendencieros, crueles, ladrones de mujeres, falsos a su palabra. Por otro lado, en extremo valientes, “los mexicanos se sostuvieron únicamente mediante la guerra y despreciando la muerte” como dicen los Anales de Tlatelolco.

La “Historia de Tlatelolco desde los tiempos más remotos” menciona su pobreza y su simplicidad primitivas: “su indumentaria y sus bragueros eran fibra de pluma, sus sandalias de paja entretejida, asimismo sus arcos, sus morrales”. La descripción de los mexicanos en este nivel cultural nos recuerda a los nómadas del norte de Mesoamérica, en donde, hasta el siglo XVI, el modo de vida casi no cambió ya que no participaron de la civilización con la que lindaban al sur. El descubrimiento de la cueva de la Candelaria, cerca de Torreón, ha mostrado algunos objetos probablemente similares a los usados por los mexicas en la época de su peregrinación. En efecto, en la Candelaria se conservaron cosas de madera o de tela que la humedad ha destruido en otras partes: sandalias de fibra, arcos o lanzadores, cuchillos de piedra con mango de madera pintada, redes utilizadas como bolsas, gruesas mantas coloreadas con que se envolvía a los muertos, etcétera.

Por fin, no sabemos bien cómo, lograron establecerse en Chapultépec, donde, gracias al valor estratégico del lugar, permanecieron bastantes años, posiblemente hasta una fecha que varía entre 1299 y 1323. El cerro famoso, de gran valor estratégico, donde años después los emperadores mexicanos mandarían grabar sus retratos en la roca viva, donde edificarán una casa los virreyes españoles, donde tendrá lugar la defensa heroica de los Niños Héroes y Maximiliano dejará un espléndido palacio, es hoy —muy justamente— el Museo de Historia Mexicana. Aquí los mexicanos conocieron los primeros años de una tranquilidad relativa.

Para entonces tenían una cultura más avanzada y aun bastante completa. Habían aprendido algo de las técnicas agrícolas, aun de las más avanzadas, como la de las chinampas. En los momentos de crisis volvían a su pobreza original, pero conocían —aunque no pudiera utilizarla— la civilización de sus vecinos. Así sabemos que ya tenían entonces libros pintados, un calendario, fiestas cíclicas y aun construcciones de piedra, por muy rudimentarias que hayan sido. Pero Huitzilopochtli velaba, y logró hacerlos cada vez más odiosos a sus vecinos hasta que se formó una coalición contra ellos encabezada por los tepanecas y la gente de Culhuacan. Por traición lograron los aliados que salieran los hombres de su fortificación y mientras tanto cayeron sobre las mujeres y los niños. Con esto desmoralizaron a los mexicanos y los vencieron llevándolos prisioneros. El jefe, Huitzilíhuitl el Viejo, fue sacrificado en Culhuacan y los demás quedaron cautivos de los culhuas. Un poema antiguo narra este episodio:

La margen de la tierra se rompió
funestos presagios se levantaron sobre nosotros
el cielo se dividió sobre nosotros
y sobre nosotros bajó Chapultépec
aquel por quien todo vive…

Se dice con toda razón
que los mexicas no existen más
que en ninguna parte más está la raíz de su cielo;
mas aquel por quien todo vive dice:
“oh, aunque ya no seas grande, no llores”.
Él no será privado de sus criaturas.

¿Entonces por qué permanece alejado?
Su corazón llora
porque perecerán sus vasallos.
Por el escudo volteado hacia varios lados
perecimos en Chapultépec.
Yo, el mexicano.
El colhua se cubrió de gloria, el tepaneca se cubrió de gloria.
Los mexicas fueron llevados como esclavos hacia los cuatro puntos cardinales.
El jefe Huitzilíhuitl se deplora
cuando en Culhuacan pusieron en su mano la bandera del sacrificio.
Mas los mexicas, que escaparon de las manos enemigas
los viejos se fueron al centro del agua…
allí donde los tules y la caña se mueven susurrando…

Después dice el mexicano Ocelopan:
“Qué felices son los nobles señores Acolnauácatl y Tezozomoctli,
quienes ganaron este país mediante ejercicios de penitencia.
Quizá no sea favorable la palabra de los príncipes de Azcapotzalco.
Ojalá que el tepanécatl no lleve a vuestros hijos al país de los muertos
que no nos sobrevenga enemistas y sangre”.

Poco después de la terrible derrota de Chapultépec, Achitómetl, rey de Culhuacan, les da tierras en Tizapan con la esperanza secreta de que las innumerables serpientes de ese sitio destruyan a los mexicanos, pero irónicamente cuenta la crónica que “los mexicanos se alegraron grandemente en cuanto vieron las serpientes y las asaron y cocieron todas y se las comieron”. Cuando los emisarios del rey de Culhuacan le contaron esto, dijo desolado: “Ved pues cuán bellacos son: no os ocupéis de ellos ni les habléis”.

Con todo y la atracción de tan deliciosos banquetes, los mexicanos no duraron mucho en Tizapan; su dios velaba y no les permitía establecerse en el lujo, muy relativo, de un festín de serpientes.

Según la Crónica mexicáyotl les dijo Huitzilopochtli: “Oíd, no estaremos aquí sino más allá donde se hallan quienes apresaremos y dominaremos; mas no iremos inútilmente a tratar familiarmente a los culhuacanos, sino que iniciaremos la guerra; os lo ordeno, pues, id a pedirle a Achitómetl su vástago, su hija doncella, su propia hija amada; yo sé y os la daré yo”.

Incontinenti fueron los mexicanos a pedir a Achitómetl su hija doncella; rogáronsela diciéndole: “Todos te suplicamos nos concedas, nos des tu collar, tu pluma de quetzal, tu hijita doncella, la princesa, noble nieta nuestra que la guardaremos allá en Tizapan”. Y al punto dijo Achitómetl: “Está bien, mexicanos, lleváosla pues”. En cuanto llegaron a Tizapan dijo Huitzilopochtli: “Matad, desollad os lo ordeno, a la hija de Achitómetl y cuando la hayáis desollado vestidle el pellejo a algún sacerdote. Luego id a llamar a Achitómetl”. Los mexicanos hicieron lo ordenado y Achitómetl, habiendo aceptado la invitación, se presenta con hule, incienso, papel, flores, tabaco y alimentos para ofrecérselos al dios. Coloca su ofrenda a los pies del pretendido dios que se encontraba en un cuarto oscuro, pero al hacer fuego para quemar el incienso se da cuenta de que el dios no es sino un sacerdote vestido con la piel de su hija. “De inmediato, llamó a gritos a sus copríncipes y a sus vasallos diciéndoles: ‘¿Quiénes sois vosotros, ¡oh culhuacanos!, que no veis que han desollado a mi hija? No durarán aquí los bellacos, matémoslos, destruyámoslos y perezcan aquí.”

La consecuencia de esta horrible historia es naturalmente otra guerra en la que los mexicanos son expulsados de Tizapan; como nadie quiere aceptarlos, se ven obligados a refugiarse en el agua, en los pantanos, a esconderse entre los juncos. Huitzilopochtli, terrible e inmutable, sigue ordenándoles todo lo que han de hacer. La vida casi acuática de esta gente en estos momentos permite a los sacerdotes del dios dar su dictado supremo, el más hábil de cuantos habían pronunciado: la fundación de Tenochtitlan sobre una isla. Insignificante el principio, este acontecimiento debía tener las más grandes repercusiones sobre el futuro de México.

La Crónica mexicáyotl en forma poética narra este episodio. Nos cuenta que estando desterrado y sin sitio en el cual colocar el templo de su dios Huitzilopochtli se les aparece de nuevo y les ordena que sigan buscando hasta encontrar el lugar preciso que, desde el principio de los tiempos, él tiene señalado para la fundación de la capital mexicana. “Dentro del carrizal, se erguiría y lo guardaría él, Huitzilopochtli, y ordenó a los mexicanos. Inmediatamente vieron el ahuehuete, el sauce blanco que se alza allí y la caña y el junco blanco y la rana y el pez blanco y la culebra del agua y luego vieron había una cueva. En cuanto vieron esto lloraron los ancianos y dijeron: ‘De manera que aquí es donde será, puesto que vimos lo que nos dijo y ordenó Huitzilopochtli, el sacerdote’… Luego volvió a decir Huitzilopochtli: ‘Oíd que hay algo más que no habéis visto todavía e idos incontinenti a ver el Tenoch en el que veréis se posa alegremente el águila, la cual pone y se asolea allí por lo cual os satisfaréis, ya que es donde germinó el corazón de Copil. Con nuestra flecha y escudo nos veremos con quienes nos rodean, a todos los que conquistaremos, apresaremos, pues ahí estará nuestro poblado, México, el lugar en que grita el águila, se despliega y come, el lugar en que nada el pez, el lugar en que se desgarrada la serpiente y acaecerán muchas cosas’. Y llegados al sitio vieron cuando erguida el águila sobre el nopal come alegremente desgarrando las cosas al comer y así que el águila los vio agachó muy mucho la cabeza, aunque tan sólo de lejos la vieron y su nido todo él de muy variadas plumas preciosas, y vieron, asimismo, esparcidas allí las cabezas de muy variados pájaros. E inmediatamente lloraron por esto los habitantes y dijeron: ‘Merecimos, alcanzamos nuestro deseo, puesto que hemos visto y nos hemos maravillado de donde estará nuestra población. Vámonos y reposemos’…”

“Asentaremos luego el Tlachzuitetelli y su Tlalmomoztli. Así, pues, paupérrima y misérrimamente hicieron la casa de Huitzilopochtli; cuando erigieron el llamado oratorio era todavía pequeño, pues estando en tierra ajena cuando se vinieron a establecer entre los tulares y los carrizales de dónde habían de tomar piedra o madera, puesto que eran tierras de los tepanecas así como de los tezcocanos encontrándose en el lindero de los culhuacanos, por todo lo cual sufrían muchísimo. Todo esto en el año 2-casa (1325) de que naciera Jesucristo, nuestro Salvador, fue cuando entraron, llegaron y se asentaron dentro del tular y el carrizal, dentro del agua en Tenochtitlan los ancianos mexicanos aztecas”.

La fundación de Tenochtitlan resulta no sólo el episodio más característico de toda la historia azteca, sino el que mejor nos revela su modo de ser, esa combinación de inteligencia práctica y habilidad política mezclada al fanatismo y al desdén del sufrimiento.

Así, es interesante hacer notar, en primer lugar la selección aparentemente absurda, en realidad extraordinaria, que los sacerdotes hicieron del sitio en que habían de fundar su ciudad. Un pequeño islote, casi un pantano del que sólo sobresalían una rocas, rodeado de cañaverales, en el lago de Tezcoco. Sitio tan poco atractivo, que ninguno de los innumerables habitantes anteriores lo había ocupado. Los brillantes directores aztecas deben haber comprendido el valor estratégico y político que representa este sitio. Tratándose de una isla la defensa era muy fácil, ya que sólo podía atacársela por agua; pero además estaba colocada en los confines de tres reinos, por lo que en realidad, siendo de los tres, no era de ninguno. Daba a los nuevos pobladores una posición de relativa independencia y les permitía apoyarse en cualquiera de sus vecinos, en contra de los otros.

En el transcurso del siglo siguiente habían de aprovechar a fondo esta ventajosa posición y los vamos a ver, como mercenarios de Azcapotzalco, atacar a los demás, luego aliarse con Tezcoco para vencer a los tepanecas y así sucesivamente, hasta colocarse por encima de todos, conservando siempre su ciudad libre de ataques enemigos. Desgraciadamente no nos es posible saber hasta qué punto los jefes se dan cuenta de todas estas ventajas; pero es evidente, a través de toda la historia de la peregrinación, que aunque sea confusamente, buscaban un sitio similar, una “tierra prometida”, y que estaban decididos, por todos los medios, a llevar a su pueblo a la hegemonía de los valles.

Con el tiempo, la isla había de presentar otra gran ventaja; ésta de tipo comercial. El sistema de transporte que prevalecía en el México antiguo era tan primitivo que solamente el hombre podía utilizarse como animal de carga. Como la rueda no pasó de ser un juguete, no había vehículo alguno de tracción. En estas condiciones, el transporte de mercancías, sobre todo cuando se trataba de alimentar una ciudad grande, se convertía en un problema prácticamente insoluble. En cambio una sola canoa, con poco esfuerzo, podía hacer el trabajo de muchos hombres durante varios días. Este factor constituye seguramente una de las causas del desarrollo extraordinario que pronto había de alcanzar Tenochtitlan. Otra vez el lago parece dictar los destinos mexicanos.

Otras de sus armas eran la austeridad y el fanatismo. No permitiendo durante siglos que la población se quedara nunca permanentemente en parte alguna, obligándola continuamente a moverse, impedían así la acumulación de riquezas, el aprovechamiento de tierras cultivadas, o la formación de costumbres de ocio y de lujo, los hombres aztecas estaban eternamente preparados para la guerra o para el sacrificio, justamente porque tenían tan poco que perder, porque su vida estaba lejos de ser agradable. La pobreza misma del sitio escogido los obligaba a tratar continuamente de arrebatar a sus vecinos más ricos todas las cosas que ellos no tenían, o si no podían hacerlo por la fuerza, a trabajar sin descanso para obtenerlas por comercio; así vemos, por ejemplo, que a poco de fundada su ciudad se dedican a reunir una gran cantidad de peces, camarones, anfibios y otros productos de la laguna para permutarlos por madera o piedra para construir el templo de su dios, aun antes que sus propias casas. Trabajo, austeridad, fanatismo.

Ya es tiempo de preguntarnos quién es ese Huitzilopochtli que a través de siglos guía a su pueblo convirtiéndolo en un “pueblo elegido”. En las crónicas siempre aparece como el dios supremo cuya voz es escuchada con temor y reverencia por los sacerdotes. Evidentemente se trata de un pequeño, muy pequeño grupo —tal vez no más de cuatro personas— de sacerdotes-directores que, usando del artificio de la voz divina, guían a su pueblo y forman el destino de los mexicas. Lo interesante del caso es que desde el principio de su historia se tiene la impresión muy clara de que seguían un verdadero programa preestablecido, programa que se desarrollará a través de siglos; de una concepción de gobierno brutal pero genial que, seguida al pie de la letra por esta pequeña, indomable élite, llevará a su pueblo a través de miles de peligros, privaciones y sacrificios, hasta obtener el triunfo final, el imperio. El pueblo es empujado sin consideración a su cansancio o a su hambre, con todo y las mujeres y los hijos que se mueren, contra todo, hacia el destino que esta élite le ha prometido. Claro que es imposible pensar en que los mismos dirigentes pudieran haber establecido y seguido este plan, casi diabólico, a través de tanto tiempo. Pero los primeros formaron el “tipo” que fue seguido por sus descendientes hasta el fin. Huitzilopochtli habla sin descanso, en todas las ocasiones importantes, como el más cruel pero también como el más hábil de los políticos. Nunca se cansa, nunca se detiene, nada le basta. Durante quince generaciones su voz temible abruma al pueblo de trágicos consejos de violencia sin un minuto de reposo.

El triunfo —mucho más tarde— ha de significar para Huitzilopochtli, como para todos los pueblos que triunfan brutalmente, el principio del fin. Al momento del apogeo mexica ya no oímos su voz poderosa repercutir a través de las crónicas. Ya el pequeño grupo de jefes se ha convertido en una vasta aristocracia que no puede tener ni la fuerza ni la coherencia originales. El imperio y la riqueza habrán de gastar la voluntad inquebrantable de los primeros tiempos.

El momento culminante de la historia de estos sacerdotes geniales y terribles, el momento en que mejor vemos trabajar su brillante inteligencia, es justamente éste de la fundación de su ciudad.

Sabían que para un pueblo como ellos, sólo este sitio de Tenochtitlan, despreciado por todos lo demás, les daba la posibilidad de llegar al fin de sus ambiciones, de convertirse en un gran poder. Empiezan por comprender que sólo si son forzados querrán los mexicas vivir en esa isleta pantanosa. Tal vez por ello los obligan a representar el drama que había de costar la vida a la hija de Achitómetl de Culhuacan. Entonces ya no es cuestión de escoger; ya no queda sino el lago, eterno centro de los destinos del México antiguo. Pero no bastaba la compulsión física; era necesaria la compulsión moral. Entonces resulta que al establecerse en el lago se cumplen las profecías, ya que en el lago descubren muy a su satisfacción la famosa águila, sobre el tunal, sobre la piedra, comiéndose a la serpiente, en el sitio mismo donde había sido arrojado el corazón de Copil.

Una vez asentados los mexicanos en su isla y construido el primer templo de su dios, que no fue sino un pobre edificio que desaparecerá en el esplendor futuro, comprenden que no es posible ir demasiado aprisa. Aún no son siquiera dueños del islote en que se han refugiado. Aprovechando sus cualidades principales, el valor y la habilidad guerrera, se convierten en mercenarios del poder más cercano a ellos constituido en este tiempo por los tepanecas que reinan en Azcapotzalco. Éstos les imponen además de la obligación de ayudarlos en la guerra, una serie de tributos, a veces excesivos, a cambio de su protección. Son, por tanto, en parte mercenarios y en parte tributarios de los tepanecas. Éstos, para molestarlos, les pedían como tributo cosas imposibles; por ejemplo, debían llevarles patos de la laguna que pusieran huevos en el momento de ser entregados.

En 1367, siempre en provecho de Azcapotzalco, destruyen Culhuacan, el último centro de alguna importancia donde todavía, como una verdadera supervivencia histórica, reinaban gentes que se consideraban toltecas. Este evento tiene una importancia futura, ya que abría la “sucesión tolteca” que años más tarde los mexicanos reinvindicarán en su provecho. En 1371, la otra fracción mexicana, los tlatelolcas, toman Tenayuca, que conquistan también para provecho de Azcapotzalco y a expensas de los señores chichimecas de Tezcoco.

Cinco años más tarde, se consideran lo bastante importantes para tener un rey, como lo han hecho ya los de Tlatelolco. Entonces, con su gran habilidad política, no lo piden a la casa reinante de Azcapotzalco, la aparentemente más fuerte, sino que eligen a un descendiente del desposeído rey de Culhuacan. Este primer señor de los mexicanos se llamaba Acamapichtli. Esta selección, a primera vista insignificante, iba a darles un cierto derecho a reivindicar a su favor la sucesión tolteca, puesto que se considerarían de aquí en adelante como los legítimos herederos de los viejos reyes. Había de germinar esta idea y este vago derecho en forma tan fructífera, que cien años más tarde los mexicanos serían dueños no sólo de casi todo el imperio tolteca sino aun de tierras mucho más extendidas, pretendiendo ser los reivindicadores de una herencia ancestral.

Pero esta gloria futura todavía está en la mente de los dioses. Por lo pronto, Acamapichtli, dominado por Azcapotzalco, se lanza en una larguísima guerra contra la gente del valle de Morelos, guerra que no debía terminar sino muchos años después de su muerte y cuyos episodios relataremos más tarde.

Ya hemos hablado mucho de los tepanecas de Azcapotzalco. Es necesario regresar un poco atrás para ocuparnos de este grupo que va a llenar el escenario político del valle hasta la segunda década del siglo XV. Esta gente, originaria del valle de Toluca, había conservado en grado bastante alto la civilización tolteca, ya que esa región no parece haber sido invadida en el siglo de confusión que sucede a la caída de Tula. Una vez en el valle, establecen su capital en el sitio que había servido de epílogo a la civilización teotihuacana: Azcapotzalco, hoy día un barrio al noreste de la ciudad de México. Este acontecimiento sucede hacia 1230. Durante poco más de un siglo, Azcapotzalco progresa lentamente bajo una serie de reyes oscuros. Pero hacia 1363 ocupa el trono un hombre extraordinario, Tezozómoc, bajo cuyo reinado, que dura hasta 1426, Azcapotzalco se convierte en la ciudad más importante del valle.

El largo reinado de Tezozómoc está marcado por una serie interminable de guerras. Ya vimos que, utilizando como mercenarios a los mexicanos, conquista Culhuacan. Esta victoria abre a la ambición tepaneca todo el sur del valle y la posibilidad futura de pasar a los llanos de Morelos. Vimos también cómo conquistaron Tenayuca, la hasta poco antes capital de los señores chichimecas. Esta nueva conquista despierta su apetito hacia la posibilidad de englobar finalmente todo el antiguo imperio de Xólotl. En efecto, con momentos de tregua y otros de guerra, Tezozómoc no abandona un instante su empresa hasta lograr mucho más tarde el triunfo total.

Pero para lograr sus fines necesita consolidar su posición en la región del sur del valle de México, absorbiendo un grupo considerable de señoríos independientes de los que no nos hemos ocupado aquí para no hacer aún más confusa esta historia, pero que daban a los valles centrales durante le siglo XIII y la mayor parte del XIV un carácter feudal a base de muchos pequeños señoríos en continuas luchas, alianzas y rupturas. Esta situación recuerda la de Italia en época similar, donde vemos el mismo juego eterno y vano de ligas más movedizas que la arena, de estériles batallas y de efímeras victorias.

Habiéndose apoderado de todo el centro del valle entre Culhuacan y Tenayuca, podía Tezozómoc proseguir tanto hacia el norte como hacia el sur. En esta dirección ya hemos visto que lanza sus mercenarios como punta de flecha sobre la región de Morelos. Al norte quedaban, aislados y listos para ser vencidos, por un lado Xaltocan y por otro el poderío chichimeca. Xaltocan cae hacia 1400 y entonces ya sólo falta llevar a su fin la conquista de Tezcoco y de su imperio.

Este imperio había sido dividido en señoríos, lo que facilitó la empresa. Así lo vemos caer uno a uno. Cuando Ixtlilxóchitl sube al trono de Tezcoco, probablemente en 1409, la situación ya es angustiosa y su reinado de nueve años se pasa en continuas alertas y falsas promesas de paz de parte de Tezozómoc.

El problema se plantea desde los primeros días del reinado. En 1410, Ixtlilxóchitl convoca a la ceremonia de su jura como soberano chichimeca. A ella no asisten, según su historiador descendiente del mismo nombre, sino dos señores. Los demás se excusan pretextando la defensa de las fronteras. Pero la ausencia más ominosa a esta ceremonia es la de Tezozómoc, el viejo tirano, que no sólo se niega a asistir, sino que pretende competir en la sucesión ya que ambos reyes eran descendientes de Xólotl. Manda a Ixtlilxóchitl una embajada portadora del supremo insulto: una carga de algodón en bruto para que le sea devuelta en mantas tejidas. Esto indica, según la costumbre indígena que considera a Ixtlilxóchitl como una débil mujer que sólo es capaz de hilar algodón. El problema es crucial para Ixtlilxóchitl. Si devuelve el algodón con palabras injuriosas manteniendo así su dignidad, esto significa de inmediato la guerra contra Tezozómoc. Ixtlilxóchitl. no tiene ejércitos ni armas preparadas. Entonces se somete, para ganar tiempo. Manda reclutar soldados, fabricar armas y concentrar en el centro mismo de su país todas las fuerzas, hasta entonces dispersas en sus posesiones lejanas.

Así, al principio las pretensiones del rey tepaneca parecen no tener éxito, e Ixtlilxóchitl toma el poder muy a pesar de su rival. Se casa con una hermana de Chimalpopoca de México, por cierto nieta de Tezozómoc, y empieza a reinar.

En 1414 Ixtlilxóchitl ve claramente que la situación se vuelve cada vez más desesperada. Decide en ese año hacer jurar a su hijo, Nezahualcóyotl, como su heredero. Con ello piensa obtener dos ventajas: salvar , si no su reino, cuando menos el derecho futuro de su dinastía, y además saber cuáles señores le son aún leales. Era difícil definir esto sin una ceremonia que claramente deslindara los campos, ya que Tezozómoc emplea no sólo la guerra, sino la astucia, la traición, las alianzas y aun la corrupción para allegarse amistades en el campo opuesto.

Ixtlilxóchitl da cita a todos los jefes cerca de Huexotla en una gran llanura donde ha mandado construir un trono. Llegado el día, se desarrolla pomposa ceremonia conforme a los viejos ritos toltecas: pero en presencia de muy pocas personas importantes, pues la mayor parte ha preferido no asistir por temor a Tezozómoc.

El lamentable resultado de esta junta inicia la agonía del trono de Ixtlilxóchitl. Éste, con un nuevo ejército, logra empezar otra campaña, al principio victoriosa, ya que invade terrenos de Azcapotzalco y aun dice su cronista (muy favorable a él y por tanto difícil de aceptar íntegramente) que Tezozómoc, perdido, pidió la paz. Ixtlilxóchitl la acepta, considera la guerra terminada y manda disolver su ejército. El hecho es que en 1418 las tropas de Tezozómoc están a las puertas de Tezcoco: muchos de sus antiguos enemigos se han pasado a su campo e Ixtlilxóchitl se encuentra casi solo.

Acompañado de su hijo Nezahualcóyotl, y rodeado de sus últimos fieles, se hizo fuerte en un bosque donde, viéndose perdido, se retiró a una barranca profunda. Bajo un gran árbol caído pasó la noche en compañía de su hijo y de dos capitanes. Al salir el sol, al día siguiente, llegó un soldado a decirle que lo habían descubierto y que a gran prisa venía gente armada para matarlo. Entonces pidió a los soldados que lo dejaran solo, llamó a su hijo y le dijo: “Hijo mío muy amado, brazo de león, Nezahualcóyotl, ¿adónde te tengo de llevar que haya algún deudo o pariente que te salga a recibir? Aquí ha de ser el último día de mis desdichas y me es fuerza el partir de esta vida; lo que te encargo y ruego es que no desampares a tus súbditos y vasallos, ni eches en olvido de que eres chichimeca, recobrando tu imperio que tan injustamente Tezozómoc te tiraniza y vengues la muerte de tu afligido padre, y que has de ejercitar el arco y las flechas. Sólo resta que te escondas entre estas arboledas porque no con tu muerte inocente se acabe en ti el imperio tan antiguo de tus pasados”.

Después de tan tierna escena, el pequeño príncipe se esconde y entre las ramas ve cómo los enemigos matan a su padre, Una vez idos, recoge el cuerpo y ayudado por algunos amigos adereza el cadáver y lo quema. Ixtlilxóchitl fue el primer emperador chichimeca quemado según los ritos y ceremonias toltecas en vez de ser enterrado en una cueva con sus antepasados.

Con la muerte de Ixtlilxóchitl comienza el “gobierno en exilio” de la dinastía chichimeca representada por el joven Nezahualcóyotl, “el coyote hambriento”, legítimo heredero del imperio. Este muchacho, de juventud tan azarosa, había de convertirse en la figura más ilustre de su siglo por lo pronto tiene que refugiarse de un sitio a otro, perseguido implacablemente por el odio de Tezozómoc, que deseaba verlo desaparecer ya que era el único rival legítimo que quedaba. Poco después se establece en Tlaxcala y a veces en la corte de su tío Chimalpopoca.

Nos relatan las crónicas innumerables episodios más o menos verídicos, de las aventuras que ocurrieron a Nezahualcóyotl durante su exilio. Los peligros no le impidieron, como dice su descendiente, irse “por diversas partes de las tierras no dejando reino, ciudades, provincias, pueblos y lugares que no entrase en ellos para conocer los designios y voluntades de los señores de estas partes. En unas le recibían con mucho regocijo; en otras muy secretamente, avisándole que se guardase de sus enemigos. A veces disfrazado entraba y oía lo que se decía de él, averiguando por tanto la opinión de los señores y las órdenes de Tezozómoc”. Tanto preocupaba su vida al tirano que hasta dicen que lo soñó dos veces. “La una hecho águila real, que le daba grandes rasguños sobre su cabeza y que parecía que le sacaba las entrañas y el corazón y que le despedazaba los pies”.

En medio de aventuras sin cuento, escapando siempre de la ira de Tezozómoc, protegido a veces por su astucia y otras por los muchos parientes importantes que tenía, el joven Nezahualcóyotl ve pasar con amargura los años del exilio, pero mientras él tiene la juventud que le permite esperar, su rival, el viejo Tezozómoc, está cada vez más enfermo no de enfermedad sino de años, “y era tan viejo, según parece en las historias y los viejos principales me lo han declarado, que lo traían como a una criatura entre plumas y pieles amorosas metido y siempre lo sacaban al sol para calentarlo y de noche dormía entre dos braseros de fuego grandes que jamás se apartaba de la calor porque le faltaba la calor natural”. Como era de esperarse en estas circunstancias, por fin muere el tirano en 1426, y un aire de independencia sopla entonces en el valle.

El largo reinado de Tezozómoc, 63 año tuvo una importancia mucho más grande que la simple consolidación de la supremacia tepaneca. Tezozómoc fue el primero que, desde los días ya lejanos de la caída de Tula, logró unir bajo su dominio directo o indirecto, por medio de su quíntuple alianza”, todo el valle de México, gran parte de los otros valles circundantes y aun terrenos mucho más lejanos, ya que sus tropas llegaron hasta la región de Taxco. Esto marcó el fin de innumerables pequeños señoríos que se habían dividido esas tierras como una consecuencia de la dispersión de los toltecas. A los tepanecas, en cierto modo, cabe el honor de haber puesto fin a esta situación. al reunir esos feudos semiindependientes, preparan la unificación mayor que harán los mexicas.

Pero Tezozómoc gobernaba un grupo que no era realmente local, ya que hablaba el matlatzinca, en vez del náhuatl, y cuyas raíces por tanto no pudieron ser tan hondas. Ésta era la debilidad profunda de su imperio, oculta durante su brillante reinado, pero que a su muerte debía aparecer muy claramente.

La extraordinaria inteligencia de Tezozómoc, ayudada por su perfidia y su falta total de escrúpulos, fue completada por la fortuna de una larguísima vida que le permitió llevar a cabo su obra. Logró así prestigio incomparable. Pero su obra, como todas las obras de violencia, no podía perdurar.

No sólo utilizó la guerra como arma de expansión, sino una tortuosa política de alianzas y traiciones que le habían de valer el apoderarse de un número de sitios que no había podido vencer con su fuerza militar, o cuya conquista lo hubiese obligado a una serie de campañas. Apoyó su proceder con una sistemática serie de alianzas dinásticas. Con el tiempo había casado a muchos de sus hijos y nietos con los herederos de casi todos los señoríos del valle de México. A través de su dispersa familia intervino en los asuntos de todas las ciudades y se convirtió en el señor indiscutido de la región.

Desgraciadamente tenemos pocos datos sobre este personaje, que sería muy interesante conocer más a fondo. Aparece y desaparece fugazmente en las crónicas; pero lo poco que sabemos de su personalidad nos hace pensar que, mucho mejor que César Borgia, habría servido como modelo para El príncipe de Maquiavelo.

Dejó en la mente de sus sucesores políticos una nueva fórmula del arte de gobernar, fórmula admirablemente adaptada a las calidades de los mexicanos que, como dice Jiménez Moreno, “aprendieron en la escuela de Tezozómoc de Azcapotzalco”. Los vamos a ver pronto aplicar brillantemente esos principios de realismo brutal. Pero antes necesitamos regresar un poco hacia atrás para estudiar lo que durante los años del esplendor tepaneca aconteció en Tenochtitlan.

A la muerte de Acamapichtli, el primer señor, sube al trono su hijo Huitzilíhuitl, que siempre por cuenta de Tezozómoc, guerrea victoriosamente contra varios pueblos del valle y sobre todo continúa la lucha contra la gente del valle de Morelos, capitaneada ésta por el señor de Cuernavaca.

Entre las pausas de la lucha, nos cuenta la Crónica mexicáyotl cómo Huitzilíhuitl se enamora de la hija del señor de Cuernavaca: “Su corazón fue solamente a Cuernavaca, por lo cual inmediatamente envió a sus padres a pedirla por esposa”.

Pero el padre de la joven era un brujo: “Llamaba a todas las arañas así como al ciempiés, la serpiente, el murciélago y el alacrán, ordenándoles a todos que guardasen a su hija doncella, que era bien ilustre, para que nadie entrase donde ella ni bellaco alguno la deshonrara; estaba encerrada y muy guardada hallándose toda clase de fieras por todas puertas del palacio; a causa de esto había muy gran temor y nadie se acercaba al palacio. A esta princesa la solicitaban los reyes de todos los poblados porque querían casarla con sus hijos; pero su padre no aceptaba ninguna petición”.

En cuanto oyó el de Cuernavaca que el señor de México solicitaba a su hija, dijo a los enviados: “¿Qué es lo que dice? ¿Qué podrá él darle? Lo que se da en el agua, de modo que, tal como él se viste con ropa de lino acuático, así la vestirá. Y de alimentos ¿qué le dará? ¿O acaso es aquel sitio como éste donde hay de todo, viandas y frutas muy dilectas, el imprescindible algodón y las vestiduras? Idos a decir todo esto a vuestro rey antes que volváis aquí”. Muy afligido se hallaba Huitzilíhuitl al saber que había sido rechazada su petición cuando en sueños se le apareció el dios Tezcatlipoca y le dijo: “No te aflijas, que vengo a decirte lo que habrás de hacer para que puedas tener a la doncella. Haz una lanza y una redecilla con las cuales irás a casa del señor de Cuernavaca donde está enclaustrada su hija. Haz también una caña muy hermosa; ésta adórnala cuidadosamente y píntala bien plantándole además en el centro una piedra muy preciosa, de muy bellas luces. Irás a dar allá por sus linderos, donde flecharás todo e irá a caer la caña en cuyo interior está la piedra preciosa allá donde está enclaustrada la hija del rey de Cuernavaca y entonces la tendremos”. El enamorado hizo exactamente lo que el dios le había indicado y cuando cayó la caña la doncella la vio bajar del cielo, la tomó, la rompió por el medio y vio dentro la piedra preciosa. Quiso, muy femeninamente, asegurarse de que era buena la piedra, mordiéndola; pero se la tragó y ya no pudo sacarla, con lo cual se halló embarazada. Siendo el señor de México la causa del embarazo, su padre se la dio por esposa.

Al leer cuidadosamente la crónica, nos damos cuenta de que esta página de amor es bastante menos romántica de lo que parece a primera vista; en realidad, así como la joven demuestra su interés al morder la piedra para ver si era fina, el móvil verdadero del señor de México era menos la pasión que el deseo de obtener la rica producción de algodón de la región de Morelos y desquitarse justamente de lo que le reprochaba su futuro suegro, o sea, de andar vestido de ropa tejida con plantas acuáticas. A partir de estas fechas se podía adquirir ropa de algodón en el mercado de Tlatelolco.

A la muerte de Huitzilíhuitl, en 1417, lo hereda Chimalpopoca, nieto, por su madre, de Tezozómoc de Azcapotzalco.

Este parentesco fue muy provechoso a los mexicanos, ya que el abuelo de su nuevo rey les exigía cada vez menos tributos. Probablemente se deba al parentesco de Chimalpopoca con Tezozómoc el que haya sido elegido al rango supremo, pues apenas tenía doce años cuando subió al trono. Los diez años de su reinado fueron poco importantes en los anales mexicanos. En 1426 muere cargado de años y de gloria el viejo Tezozómoc y estalla entre dos de sus hijos una guerra, pues ambos pretendían ser sus herederos.

Chimalpopoca comete el peor error que pueda hacer un gobernante: apoya al hermano que pierde la batalla. El vencedor, Maxtla, manda matar a la mayor parte de los que, partidarios de su hermano, han conspirado contra él. Chimalpopoca fue encarcelado y parece que ahí se le ahorcó a los 22 años de edad.

Con la muerte de Tezozómoc y el fin poco glorioso de su nieto Chimalpopoca, llegamos al momento más importante de la historia mexicana, cuando se inicia una nueva etapa que lleva a Tenochtitlan a la hegemonía sobre los valles centrales.

Fernando de Alva Ixtlilxóchitl: el rescatista de las tradiciones prehispánicas

INTRODUCCIÓN

Una de las etapas menos conocidas por los mexicanos es, sinduda, el México prehispánico; de aquí que se deduzca que si bien no nosagrada la lectura –mucho menos histórica-, los elementos con los que podemoscontar para describir un pasaje de la antigüedad mexicana sean nimios. Estasituación ha comprometido, entonces, que el conocimiento sobre nuestras raícesindígenas sólo tenga unos cuanto visos, con lo que estaremos expuestos a caeren malas interpretaciones sobre nuestra historia.

Al respecto de esta literatura sobre el México prehispánicohan existido innumerables plumas que han tratado de difundir sus conocimientospara dar a conocer el proceso por el que se llevó a cabo ese encuentro de dosmundos. Entre estos escritores localizamos a los religiosos, Sahagún,Motolinia, Duran, entre otros, y los participantes directos, como podrían serCortés y Bernal Díaz del Castillo. Este tipo de historiadores seríannetamente españoles, mientras que otro grupo estaría representado por loscronistas mestizos que se encargaron de rescatar la historia indígena a la luzde una educación ya españolizada, como es el caso de Chimalpahin, AlvaradoTezozómoc y Alva Ixtlilxóchitl). Este hecho lo afirma Léon-Portilla:

“En México mismo, especialmente a principios del XVII, varios indígenas o mestizos como don Fernando Alvarado Tezozómoc, Chimalpain e Ixtilixóchitl, descendientes de la antigua nobleza indígena, escribieron en idioma náhuatl o en castellano sus propias historias, basadas principalmente en documentos de procedencia prehispánica. Imbuidos ya en la manera europea de escribir la historia, sus imágenes del mundo antiguo pueden describirse, no obstante como los primeros intentos indígenas de defender ante el mundo español sus tradiciones e historia”

Posteriormente se podría hacer referencia de historiadoresque poseen ya mejores herramientas para hacer una historia más objetiva y que dépie a la controversia, como el caso de Ignacio Manuel Altamirano en su Paisajesy Leyendas o, bien, García Izcalbaceta en sus Indagaciones…, los cualescrearon todo un debate en cuanto a que la aparición de la virgen María fue tansólo una invención. Cuestión que hasta nuestros días continua siendo tema deestudio, ya sea por enigmático –poco probable- o porque uno de los límites alos que se enfrenta el historiador es la fe intocable del humano.

Actualmente, podemos apreciar trabajos más elaborados y quetambién han dado pie a la crítica sobre la temática del México prehispánicoy poshispánico, en este caso no podía faltar Edmundo O´Gorman con su Invenciónde América, la cual abriría el horizonte sobre ese manejo de la sociedad através de la religiosidad, para conseguir fines políticos o económicos. Otambién podemos apreciar el caso de los historiadores que han buscado rescatary hacer de dominio público los escritos y poesías indígenas, entre los queresaltarían León-Pórtilla y Garibay (aquí también figura O´Gorman).

De esta forma podemos reconocer que el trabajo realizado poralgunos personajes de oficio histórico ha contribuido seriamente a reconocer lahistoria de ese México que muchos creen perdido, pero que nada hacen paraencontrarlo. En este sentido, urgiría en las aulas una buena dosis de historiadel México Antiguo para reconocer cómo fue el proceso que condujo al mestizajey no caer en fanatismos como el de “yo odio a los españoles porque nosconquistaron” o frases de ese estilo.

Con el propósito de reconocer un episodio de esa historia dela que ya he hecho tanta publicidad, opté por escoger a un personaje que nofigurará como español “puro” (si así puedo llamarle) y que tampococontuviera elementos netamente indígenas. Por esta razón me incliné por leera Fernando de Alva Ixtlixóchitl, que si bien tenía por descendencia el linajetexcocano, fue también un hombre que pasó por ese proceso de mestizaje, en elcual recibió una educación a la española, dejando de lado la idolatría delos dioses aztecas para recibir el catolicismo.

Asimismo, Ixtlilxóchitl representa a ese linaje texcocanodel que sobresale el rey Nezahualcóyotl como emisario de las buenas artes y delcual se encargará de rescatar los escritos y códices que mejor pueda pararealizar una historia sobre él y enaltecerlo.

El presente trabajo tiene como propósito reflejar esa funciónque Ixtlilxóchitl representa como un rescatista de las tradiciones prehispánicas,que si bien ya podían haberlo realizado los clérigos (donde resalta Sahagún)él expone su historia con el ahínco que representa hablar de los antepasadosque enorgullecen tras memorizarlos.

Este trabajo busca visualizar si en verdad Ixtlilxóchitlpugnó por el rescate de la fuentes indígenas para realizar una historia quelos enalteciera o, en el mejor de los casos, los rememorara.

EL RESCATISTA DE LAS TRADICIONES PREHISPÁNICAS

A Ixtlilxóchitl se le debe gran parte de la historia quehabla de Nezahualcóyotl, ya que es de suponer que tendría mayor interés enhacer alusión sobre este personaje por haber sido antepasado suyo. La obra deIxtlilxóchitl puede localizarse en sus Obras Históricas, las cuales setraducen en la práctica a dos espesos libros que exponen sus historias desde elnacimiento de la cultura tolteca hasta la elección de Cuauhtémoc en Tenochtitlán.De entres estos escritos el que se refiere a las hazañas y creaciones del reyNezahualcóyotl fue llamado “Historia de la nación chichimeca”.

Así, comenzaré a relatar algunos pasajes que Ixtlilxóchitlnos regala dentro de “La historia de los señores tultecas”, dondedescribe a esta cultura como la primigenia del pensamiento indígena mexicano,por lo que abunda mucho en tratar acerca de su cosmogonía, la cual giraba entorno a la dualidad; es decir daban relevancia equitativa tanto a lo masculinocomo a lo femenino. Dentro de sus creencias los toltecas decían haber nacido detal dualidad que era representada por dos dioses: Tonacatecuhtli yTonacacihuatl, como lo definiría mejor Ixtlixóchitl:

“Los ídolos de los tultecas que antiguamente tuvieron, fueron los más principales que fue Tonacateuhtli, y hoy en día está su personaje en el cu más alto, que es dedicado al sol, de este pueblo, que quiere decir dios del sustento y [a] su mujer tenían [por] otra diosa, y dicen que este dios del sustento era figurado al sol y su mujer a la luna, y otras diosas que llamaban las hermanas del sol y la luna, que todavía hay pedazos de ellas en los cues de este pueblo”

Asimismo hace un repaso de esa leyenda en la que se describelas diferentes etapas por las que ha pasado el hombre en la conformación de sushistoria, relatando, por ejemplo que:

“y dicen que el mundo fue criado en el año ce técpatl, y este tiempo hasta el diluvio le llamaron Atonatiuh, quiere decir, edad del sol de agua, porque se destruyó el mundo por diluvio. (…)duró esta edad y mundo primero, como ellos le llaman, mil setecientos dieciséis años, que se destruyeron los hombres con grandísimos aguaceros y rayos del cielo y toda la tierra sin quedar cosa alguna”

En estas líneas cabría reflexionar que si bien Ixtlilxóchitlexplica una historia indígena americana muy alejada en espacio geográfico ypensamiento –según mi parecer- nos regala una serie de analogías que hablansobre la similitud en el relato del diluvio, tal y como lo relata el AntiguoTestamento. Y no conforme con este anacronismo explica líneas atrás que tambiénel relato se asemeja en cuanto al nacimiento de los hombres de un hombre y unamujer, cuando, como ya quedo asentado, vimos que este nacimiento se dio pordioses (o si somos más directos de la naturaleza, recordemos que Tonacacihuatly Tonacatecuhtli son luna y sol, respectivamente), por lo que cuál similitudexiste si queda asentado en el nuevo Testamento que Adán y Eva fueron yahumanos creados por Dios. por si esto no fuera poco también relata que:

“y se escondieron y se metieron dentro de las aguas los más altos montes cáxtol moletltli, que son quince codos; y de aquí, añaden asimismo otras fábulas, y de cómo tornaron a multiplicar los hombre de unos pocos que escaparon de esta destrucción dentro de un toptlipetlacali, que casi significa este vocablo arca cerrada; y como después, multiplicándose los hombres, hicieron un zacuali muy alto, y fuerte que quiere decir, la torre altísima, para guarecerse en él cuando se tornase a destruir el segundo mundo.”

Estos párrafos no permiten la duda en cuanto a que Ixtlilxóchitl,quien escribía principalmente para los religiosos y nobles españoles, trata demoldear una historia indígena a los parámetros de la fe católica, la cualpredominaba en su tiempo como un factor de consolidación del poder ante los indígenasque pretendían convertir. Y es que, lo vuelvo a repetir, las líneas de Ixtlilxóchitlno permiten margen de duda para reconocer que, o bien trata de hacer la moldurade la que hable, o simplemente no puede ir en contra de los valores que lefueron enseñados; es decir que su educación ya occidentalizada no lepermitiera traer al presente las ideas antiguas, tal y como son para reafirmarque el catolicismo es la única fe del mundo. Si no es así, cómo explicar queIxtlilxóchitl haga analogías tales como un arca de Noé y una torre de Babelen la ideología indígena.

Más adelante, Ixtlilxóchitl relata la cronología de losreyes toltecas, en este apartado resalta su gran intelectualidad, puesto que encada crónica que hace de los reinados de esta cultura, anexa –supongo quepara una mejor ubicación cronológica- los personajes europeos que gobernabanal mismo tiempo que los reyes toltecas. Esta situación da a entender queIxtlilxóchitl no era un neófito en letras y que posiblemente su estatus denoble le permitía el acceso a los libros provenientes de Europa, donderesaltaban los escritos griegos y la literatura religiosa medieval. Paraejemplificar mejor esta situación expondré un párrafo de Ixtlixóchitlnarrando el tiempo de gobierno de un rey tolteca:

“Cumplidos los cincuenta y dos [años] murió el rey Nacáxcoc, heredándole su hijo Mitl que fue en el año de 5 calli, y ajustado este tiempo con la nuestra, fue en el de 822, al sexto año de pontificado de Pashal romano, y el octavo año del imperio de Ludovico primero de este nombre y emperador romano, y en España, el rey Ramiro I de este nombre, y al primer año de su gobierno.”

Es así que Ixtlixóchitl da cuenta de la cronología toltecahasta su decadencia. Dentro del relato tolteca encontramos la presencia deQuetzalcóatl, aquel humano o, mejor dicho semidios, a los ojos de nuestroautor, que proveyó a la sociedad tolteca de los conocimientos que llevaron aesta cultura a ser una de las más prósperas de Mesoamérica; él, el barbado ybuen hombre, que prometió regresar para enmendar su culpa, fue el que debióincorporar la duda en los indígenas para no exteriorizar su rechazo a los españoles.Asimismo no debemos obviar al gran sabio Topiltzin sobre el que Ixtlixóchitl dagran relación.

Ixtlilxóchitl, a pesar de la subjetividad que maneja encuanto a su credo religioso, busca enaltecer, como dije anteriormente, lacultura prehispánica para evitar su olvido. En este sentido cabe exponer lo queél piensa sobre otros autores que manejaron, también, la historia del MéxicoAntiguo:

“Muchas historias he leído de españoles que han escrito las cosas de esta tierra, que todas ellas son tan fuera de los que está en la original y las de todos éstos, y entre las falsas, la que en alguna cosa conforma es la de Francisco Gómara, clérigo, historiador que fue del emperador Don Carlos, nuestro señor, que tenga Dios en su gloria, y no me espantó que como son relaciones de pasada unos dicen cestas y otros ballestas , como se suele decir, por demás por decir una cosa dicen otra, hablan unos de pasión, otros de afición, y otros cuentan fábulas compuestas por palabras sucedidas y ciertas , y otros no entendiendo bien la lengua y lo que lo viejos les dicen, como a mi me ha sucedido muchas veces con los naturales, siendo nacido y criado entre ellos”

Aquí bien se aprecia la forma en la que Ixtlixóchitl deseahacer la historia y, por lo tanto, el objetivo que busca al realizarla: el hechode poner gran énfasis en los testimonios, habla sobre que el historiador creeque sería la información de primera mano y la más confiable, en consecuencia.Ixtlixóchitl hace patente que para escribir una historia verdadera es necesariotener gran cuenta de los hechos que conforman a la sociedad a la que se quiereestudiar; es decir no es viable que una persona, como él dice, que no sepa lalengua del lugar del que quiere hacer crónica o, bien, si no sabe nada sobre lapoblación que la conforma, va a ser muy difícil que haga una historia queresulte veraz. En este aspecto estoy de acuerdo con Ixtlilxóchitl, es necesarioestar vinculado en un buen porcentaje con aquello que se quiere estudiar, pues sóloesto permitirá que nos comprometamos con nuestro estudio y tenga una finalidadbásica para la región o lugar donde vivimos.

Regresando a los escritos de Ixtlilxóchitl es necesariorecordar que uno de los temas por los que es más conocido es, sin duda, el quehabla sobre Texcoco durante la época de Nezahualcóyotl. En su Obras Históricasexplica qué circunstancias hicieron que Nezahualcoyótl no pudiera ingresar enbuenos términos al reino de su padre Ixtlilxóchitl el viejo, las peripeciasque tuvo que soportar durante su exilio y cómo fue la llegada al reino y elauge que obtuvo Texcoco a su llegada. Es por esta razón que creo importantehacer un recuento de esas líneas para darnos una idea de quién fue Nezahualcóyotly qué significó para Mesoamérica durante su mandato. Esta circunstanciapermitirá reconocer la inclinación de Ixtlilxóchitl por hacer la historia deuno de sus antepasados.

Los texcocanos, durante el tiempo de Ixtlilxóchitl el viejo,tenían rencillas con los guerreros tepanecos (que vivían en una regióncercana a Texcoco: Atzcapotzalco) por que éstos buscaban ampliar su territorioy Texcoco obstaculizaba sus pretensiones. Por esta razón Nezahualcóyotl tieneque apoyar a su padre en la guerra contra estos personas desde pequeño.

Los tepanecas eran liderados por el jefe militar Tezozómoc,y a pesar de que los texcocanos eran gente agresiva siempre llevaban las deperder en el combate contra los tepanecas. Esta situación se repetíarepetidamente y un día no favorable para los texcocanos, las huestes tepanecasmatarían a Ixtlilxóchitl el viejo. El príncipe, por entonces, Acolmiztlitendría que huir después de presenciar el sacrificio de su padre.

Tras su huida, líder tepaneca, Tezozómoc, ofrecería unarecompensa para aquél que lograra la captura del texcocano y lo llevara ante él.Acolmiztli, para estos efectos, no tuvo otra alternativa que esconderse en losmontes y tratar de sobrevivir en este ambiente, cuestión que le daría elnombre de Nezahualcóyotl (coyote hambriento o ayunado) tras haber vividohambres y fríos. Es hasta el año de 1420 cuando varias mujeres, entre ellassus tías, interceden por él ante Tezozómoc y logran una tregua que lepermitiría a Nezahualcóyotl vivir en la Ciudad de México y terminar susestudios.

Con la muerte de Tezozómoc acaecida en el año de 1427 sepensaba que la persecución de la cual era objeto Nezahualcóyotl cesaría; sinembargo al líder tepaneca le sucedería su hijo llamado Maxtla, el cual tendería,también, infinidad de emboscadas al príncipe texcocano. Así, pues, Nezahualcóyotlbuscó apoyo en otros pueblos y lo encontró con el Itzcoátl, señor de México,que había sufrido de igual manera los combates de los tepanecas.

Para el año de 1428 derrotan al enemigo y, según AlvaIxtlilxóchitl, Maxtla muere a manos de Nezahualcóyotl. A partir de estemomento se lleva a cabo una reorganización política, que traería la creaciónde la Triple Alianza formada por Texcoco, con Nezahualcóyotl, Tenochtitlán,con Itzcoátl y Tlacopan, con Totoquiyauhtzin. Con respecto a este último señoríose entiende la anexión como una forma en la que los tepanecas tendrían unarepresentación justa dentro de la nueva organización con el fin de evitar laguerra.

En 1431, Nezahualcóyotl es declarado formalmente soberano deTexcoco y a partir de entonces da rienda suelta a sus ideas innovadoras. Conrespecto a la administración pública: Nezahualcóyotl se sirvió de la divisiónde tierras para una mejor organización. Así se tenían las tlatecalli (tierradel rey), tecpantlali (tierra de palacios), teopantlalli (tierra de templos,pillali (tierra de nobles y señores) y calpulli (tierras exclusivas del pueblo,las cuales no podían ser vendidas, solamente heredadas). Dentro del palacio eraauxiliado por sacerdotes y nobles que se encargaban de aconsejarlo cuando sucedíanproblemas con el pueblo, el cual era regido por alguaciles. No contento con estoNezahualcóyotl convocaba cada 80 días a juntas de discusión sobre losproblemas que tenía el pueblo con el fin de resolverlos. Acudían a estassesiones la familia del tlatoani, sacerdotes, nobles y alguaciles.

En cuanto a construcción, Nezahualcóyotl hizo edificargrandes palacios dentro de Texcoco, de los que figuran los atribuidos aHuitzilopóchtli y Tezcatlipoca. El palacio en el que residía conteníainfinidad de habitaciones, en la cual moraban los sacerdotes y los creadores dearte. Este edificio contenía uno de los archivos más grandes de documentos indígenas,así como un jardín botánico y los inconfundibles baños reales en los que eltlatoani solía descansar. En el año 1430 llevo a cabo, en la Ciudad de México,la siembra del Bosque de Chapultepec y la construcción de la atarjea quedistribuye el agua en la región.

El arte de la guerra de Texcoco es uno de los puntos másdiscutidos. Por una parte, Alva Iixtilixóchitl afirma que Nezahualcóyotl matópor su propia mano a 12 reyes, participó en 30 batallas y sujeto a 44 reinos.En suma se entiende que Texcoco fue una gran máquina militar que utilizaba laguerra con el fin de extender territorios y dominar a los pueblos sometidos; sinembargo, por otra parte, Nigel Davies explica que Texcoco no tuvo esa gran tácticamilitar, puesto que Nezahualcóyotl dependió demasiado de la alianza con losmexicas (que si eran grandes guerreros) cuando llevaba a cabo batallas contraotros pueblos. Esto se puede entender, quizá, a partir del pensamiento deNezahualcóyotl quien estaba en contra del sacrificio de vidas humanas o, bien,por la actitud estadista y diplomática que cumplía dentro de la TripleAlianza, lo que hacía que los mexicas fueran los verdaderos protagonistas en laguerra.

Con respecto a esto último, Ixtlilxóchitl explica, apoyadoen la poesía generada por Nezahualcóyotl, que concebía al Tloque Nahuaquecomo ese dios único e invisible que fomentaba el amor y estaba en contra de lossacrificios. No obstante hay que recordar que estas ideas fueron ya descritaspor los toltecas -en particular por Quetzalcóatl- por lo tanto debe tomarseesto como uno de los elementos más a la serie del historiador texcocano quehace referencia al pensamiento católico como universalmente único einfranqueable. Para ejemplificarlo esta la referencia que hace Ixtlilxóchitlsobre la edificación del templo en honor a este Tloque Nahuaque:

“(…)le edificó un templo muy suntuoso, frontero y opuesto al templo mayor de Huitzilopóchtli, el cual demás de tener cuatro descansos, el cu y el fundamento de una torre altísima estaba edificado sobre él con nueve sobrados, que significaban nueve cielos; el décimo que servía de remate de los otro nueve sobrados, era por la parte de afuera matizado de negro y estrellado, y por la parte inferior estaba todo engastado de oro, pedrería y plumas preciosas, colocándolo al Dios referido y no conocido, noi visto hasta entonces, sin ninguna estatua ni formar su figura.”

La vida íntima de Nezahualcóyotl gira en torno a una mujerllamada Azcalxochitzin, que él toma como esposa genuina mediante un actoindigno, según palabras de su nieto Ixtlixóchitl. Esta mujer era hermana deuno de sus vasallos más respetables, el cual se llamaba Cuacuauhtzin. Con elfin de poseer a esta mujer Nezahualcóyotl prepara una emboscada y mata a suvasallo. Sin embargo muy caro pagó este episodio, pues a partir del año 1446(dos años después de la ejecución del vasallo) sobreviene una plaga delangostas que acaba con las cosechas y que es rematada con una gran helada en elaño de 1450. Esto trajo consigo la necesidad del alimento y, por consiguiente,los constantes problemas con la población.

José Luis Martínez en su Nezahualcóyotl, incluso hacereferencia que la gente “truequeaba” a sus hijos por maíz por laextenuante hambruna que existía. Como consecuencia la Triple Alianza decidesuspender el pago de tributos y, además, se ve en la necesidad de repartir lasreservas de maíz para evitar conflictos. Ixtlilxóchitl ve esto como un castigode los dioses por la reprobable acción de Nezahualcóyotl. Para el año de 1464a Nezahualcóyotl le ocurrieron sucesos dolorosos en torno a su familia: algunosde sus hijos fueron muertos de diversa manera y su esposa original no lograbaconcebir el heredero que tanto ansiaba, aunado a esto se viene una insurrecciónchalca que lo mete en problemas.

Agobiado por esta situación decide pedir el consejo de lossacerdotes, los cuales le explican que remediaría sus males sólo si ofrendabauna gran cantidad de vidas humanas a los dioses. Nezahualcóyotl llevó a caboesta acción, pero los males siguieron presentes. A partir de ese momento vivecon la duda sobre la eficacia de los dioses que adoraba y decide buscar por otrolado la verdad. Según esto, Nezahualcóyotl se oculta en el bosque deTetzcotzinco por cuarenta días en los que rinde homenaje al dios no conocido(en el que pensaba ya desde hace tiempo) a través de poemas y reflexiones sobresu existencia. Al término de su sacrificio a Nezahualcóyotl se le resuelvensus problemas y entonces comienza a intuir que existe un único dios que es eldador de la vida.

Es evidente nuevamente que Ixtlilxóchitl da rienda suelta asu fe, puesto que da a entender que las doctrinas o, mejor dicho, los ritos quellevaban a cabo los antiguos mexicanos eran obras demoníacas que debían sererradicadas por la fe católica. Y es que no se discute el hecho de que así seexpresaran casi todos los religiosos con respecto al sacrificio humano e,incluso, la antropofagia, como lo demuestra un pasaje de un relato que ofreceFray Bernardino de Sahagún en su Historia general de las cosas de la Nueva Españaes que durante las fiestas en honor del dios Xipe Totec (Tlacaxipehualiztli), aMoctezuma se le enviaba un pozole con el muslo de algún muchacho sacrificado enhonor al dios.

Ahora si nos detenemos a pensar la utilidad que ha tenido,incluso hoy, la obra de Ixtlilxóchitl podemos expresar que sus relatosrepresentan la nueva voz de los indígenas que se pagaron tras la conquista. Yes que aquí quisiera detenerme para realizar o, mejor dicho traer a la reflexión,la opinión de Luis González de Alba, con respecto a esos mitos que se generantras la parcialidad de conocimiento que se tiene de nuestra historia antigua:

“Cuando los aztecas lograron independizarse de Azcapotzalco, un siglo antes de la llegada de Cortés, resolvieron que no les gustaba la historia como estaba relatada en los códices de los pueblos que habitaban el valle mucho antes que ellos, pues el pueblo azteca no aparecía en tales relatos o no con la suficiente importancia. (…)Así que, como los nuevos ricos que se crean ancestros nobles, los gobernantes aztecas fueron los primeros, 100 años antes que los españoles, en ordenar la quema de códices porque “dicen muchas mentiras”. Y reescribieron la historia con ellos en primer plano.

Nada nos da una más exacta idea de la naturaleza implacable del poder que ejercían los aztecas, como el tributo de sangre que impusieron a Tlaxcala, comenta Laurette Sejourné. Ocurrió así: tras un sitio extenuante, Tlaxcala se rindió, pero “¿qué tributo podía exigir Tenochtitlán a una ciudad tan pobre? Fue entonces cuando se decretó que se convertiría en un campo de batalla permanente para capturar hombres destinados a alimentar al Sol”, una “idea ingeniosa” de los aztecas. “Es indiscutible que la necesidad cósmica del sacrificio humano constituyó un slogan ideal, porque en su nombre se realizaron las infinitamente numerosas hazañas guerreras que forman su historia y se consolidó su régimen de terror”, continúa Sejourné en La traición a Quetzalcóatl, y concluye: “Parece evidente que los aztecas no actuaban más que con un fin político. Tomar en serio sus explicaciones religiosas de la guerra es caer en la trampa de una grosera propaganda de Estado

Hemos recuperado, con creces, nuestro pasado indígena. Ahora falta recuperar nuestra herencia española, sobre la cual se asienta, nada menos, que el nuevo país y la nueva población emergidas no de la derrota, como se le ha enseñado a tantas generaciones de mexicanos nacidos para perder, sino de la victoria que los pueblos indígenas, guiados por Cortés, obtuvieron “en 13 de agosto, a hora de vísperas, día de señor San Hipólito, año de 1521, gracias a nuestro señor Jesucristo y a nuestra señora la virgen santa María, su bendita madre, amén”. Bernal Díaz del Castillo. Los estrategas de esa victoria, Cortés y sus hombres, se volvieron después los nuevos opresores, y así pasaron otros 300 años: una historia muy repetida en este agobiado país, pero seguimos sin entenderla y cantando al caudillo del momento”

Es así como la obra de Ixtlilxóchitl da la visión conjuntade estas dos culturas que vinieron a mezclarse para conformar el mestizaje.Ixtlilxóchitl no se deja llevar por una sola postura, en este sentido, si bienlogra a veces embaucar con tanta flor religiosa, tambipen aporta grandes datossobre la civilización indígena exaltándola. No se verá en Ixtlixóchitl esahistoria que ofrece a los españoles como dioses auténticos, como vimos conGonzález de Alba, que vinieron a conquistar a unos “huarachudos”torpes para la guerra, ni tampoco encontraremos esa historia que ofrece a losindígenas como victimas de las circunstancias, dóciles ante el hierro (cuandose ha visto con mayor presencia que la duda radicó en creer a los españoleslos enviados, o el mismo, Quetzalcóatl); con lo que nos haria formarnos la malaidea de aborrecer “todo lo que suene a español”.

Es de esta manera que los historiadores deben contribuir aldescubrimiento de una historia que nos acerque más a reconocer los verdaderoshechos. Si bien cada quien dice tener su “Historia verdadera”, cadacual deberá decir porqué está seguro de lo que afirma; en estos tiempos estáde moda aquello de “papelito habla”, entonces debemos hacerlo valerpara que podamos contribuir si bien con una historia completamente verdadera sicon algo innovador que permita ampliar más el objeto de estudio. Es, pues, bajoeste esquema que Ixtlixóchitl escribe su historia, él, a diferencia de los indígenas,estaba consciente de que iba a realizar una historia que iba a ser consultada ysometida a crítica, por esto no evadió nunca el hecho de describir unahistoria que hablara más sobre Texcoco, como un sucesor chichimeca, paraenaltecerlo frente a la historia arrasante de los mexicas, como únicosportadores de información sobre el México antiguo.

Ixtlilxóchitl representó ese sentimiento del mexicano porconocer sobre sus raíces sin dejar de voltear a ver la otra parte de su ser quele permite definirse como mexicano: la parte española.

CONCLUSIONES

Las Obras históricas de Fernando de Alva Iixtlilxóchitl permitenreconocer los primeros pensamientos mestizos sobre el origen de su cultura.

Ixtlixóchitl estaba grandemente influido por la ideología occidental, por lo que en muchas partes de su escrito refleja su religiosidad; no obstante a pesar de quitarle objetividad ofrece una visión que puede someterse a discusión para ampliar el horizonte de conocimiento.

La obra de Ixtlixóchitl permite hacer una diferencia entre Ixtlixóchitl el viejo (padre de Nezahualcóyotl), Ixtlixóchitl II (hijo de Nezahualpilli y a la vez nieto de Nezahualcóyotl, y aquí radica la confusión) y Fernando de Alva Ixtlixóchitl (quien fue bautizado como Hernando de Peraleda Ixtlixóchitl).

La obra de Ixtlixóchitl da cuenta de los orígenes de la civilización mesoamericana, ubicando su génesis en los toltecas y sublimación con los aztecas tras el sacrificio de Cuauhtémoc.

La obra de Ixtlixóchitl brinda un recorrido sustancioso sobre la vida de Nezahualcóyotl, rey texcocano que refleja el auge que obtuvieron los habitantes de América en cuanto a poesía, construcción y legislación. Se habla incluso que Texcoco figuró como la Atenas de América.

BIBLIOGRAFÍA

ALVA Ixtlilxóchitl, Fernando, Obras Históricas (edición,estudio introductorio y un apéndice documental por Edmundo O´Gorman), Tomo I,UNAM, México, 1997, p.272-273.

DAVIES, Nigel, El Imperio Azteca, Alianza Editorial, México,1999, p. 193.

LEÓN Portilla, Miguel, Los antiguos mexicanos a través desus crónicas y cantares, FCE, México, 1961, p.9

MARTÍNEZ, José Luis, Nezahualcóyotl, SEP-Setentas, México,1981, p. 13

HEMEROGRAFÍA

Luis González de Alba “La ciencia en la calle” en La Jornada, 11de octubre de 2000

DATOS DEL AUTOR:

Javier Cervantes Mejía,

Estudiante de la Facultad de Humanidades de la UniversidadAutónoma del Estado de México.

Brevísima relación de la destrucción de las Indias

Brevísima relación de la destrucción de las Indias
[Crónica de Indias: Texto completo]
Fray Bartolomé de las Casas

Brevísima relación de la destruición de las Indias, colegida por el obispo don fray Bartolomé de Las Casas o Casaus, de la orden de Santo Domingo, año 1552

ARGUMENTO DEL PRESENTE EPÍTOME

Todas las cosas que han acaecido en las Indias, desde su maravilloso descubrimiento y del principio que a ellas fueron españoles para estar tiempo alguno, y después, en el proceso adelante hasta los días de agora, han sido tan admirables y tan no creíbles en todo género a quien no las vido, que parece haber añublado1 y puesto silencio y bastantes a poner olvido a todas cuantas por hazañosas que fuesen en los siglos pasados se vieron y oyeron en el mundo. Entre estas son las matanzas y estragos de gentes inocentes y despoblaciones de pueblos, provincias y reinos que en ella se han perpetrado, y que todas las otras no de menor espanto. Las unas y las otras refiriendo a diversas personas que no las sabían, y el obispo don fray Bartolomé de las Casas o Casaus, la vez que vino a la corte después de fraile a informar al Emperador nuestro señor (como quien todas bien visto había), y causando a los oyentes con la relación de ellas una manera de éxtasis y suspensión de ánimos, fué rogado e importunado que de estas postreras pusiese algunas con brevedad por escripto. Él lo hizo, y viendo algunos años después muchos insensibles hombres que la cobdicia y ambición ha hecho degenerar del ser hombres, y sus facinorosas obras traído en reprobado sentido, que no contentos con las traiciones y maldades que han cometido, despoblando con exquisitas especies de crueldad aquel orbe, importunaban al rey por licencia y auctoridad para tornarlas a cometer y otras peores (si peores pudiesen ser), acordó presentar esta suma, de lo que cerca de esto escribió, al Príncipe nuestro señor, para que Su Alteza fuese en que se les denegase; y parecióle cosa conveniente ponella en molde, porque Su Alteza la leyese con más facilidad. Y esta es la razón del siguiente epítome, o brevísima relación.

FIN DEL ARGUMENTO

PRÓLOGO

Del obispo fray Bartolomé de las Casas o Casaus para el muy alto y muy poderoso señor el príncipe de las Españas, don Felipe, nuestro señor

Muy alto e muy poderoso señor:

Como la Providencia Divina tenga ordenado en su mundo que para direción y común utilidad del linaje humano se constituyesen, en los reinos y pueblos, reyes, como padres y pastores (según los nombra Homero), y, por consiguiente, sean los más nobles y generosos miembros de las repúblicas, ninguna dubda de la rectitud de sus ánimos reales se tiene, o con recta razón se debe tener, que si algunos defectos, nocumentos2 y males se padecen en ellas, no ser otra la causa sino carecer los reyes de la noticia de ellos. Los cuales, si les constasen, con sumo estudio y vigilante solercia3 extirparían. Esto parece haber dado a entender la divina Escriptura de los proverbios de Salomón. Rex qui sedet in solio iudicit, dissipatomne malum intuitu suo. Porque de la innata y natural virtud del rey, así se supone, conviene a saber, que la noticia sola del mal de su reino es bastantísima para que lo disipe, y que ni por un momento solo, en cuanto en sí fuere, lo pueda sufrir.

Considerando, pues, yo (muy poderoso señor), los males e daños, perdición e jacturas4 (de los cuales nunca otros iguales ni semejantes se imaginaron poderse por hombres hacer) de aquellos tantos y tan grandes e tales reinos, y, por mejor decir, de aquel vastísimo e nuevo mundo de las Indias, concedidos y encomendados por Dios y por su Iglesia a los reyes de Castilla para que se los rigiesen e gobernasen, convirtiesen e prosperasen temporal y espiritualmente, como hombre que por cincuenta años y más de experiencia, siendo en aquellas tierras presente los he visto cometer; que, constándole a Vuestra Alteza algunas particulares hazañas de ellos, no podría contenerse de suplicar a Su Majestad con instancia importuna que no conceda ni permita las que los tiranos inventaron, prosiguieron y han cometido [que] llaman conquistas, en las cuales, si se permitiesen, han de tornarse a hacer, pues de sí mismas (hechas contra aquellas indianas gentes, pacíficas, humildes y mansas que a nadie ofenden), son inicuas, tiránicas y por toda ley natural, divina y humana, condenadas, detestadas e malditas; deliberé, por no ser reo, callando, de las perdiciones de ánimas e cuerpos infinitas que los tales perpetraran, poner en molde algunas e muy pocas que los días pasados colegí de innumerables, que con verdad podría referir, para que con más facilidad Vuestra Alteza las pueda leer.

Y puesto que el arzobispo de Toledo, maestro de Vuestra Alteza, siendo obispo de Cartagena me las pidió e presentó a Vuestra Alteza, pero por los largos caminos de mar y de tierra que Vuestra Alteza ha emprendido, y ocupaciones frecuentes reales que ha tenido, puede haber sido que, o Vuestra Alteza no las leyó o que ya olvidadas las tiene, y el ansia temeraria e irracional de los que tienen por nada indebidamente derramar tan inmensa copia de humana sangre e despoblar de sus naturales moradores y poseedores, matando mil cuentos5 de gentes, aquellas tierras grandísimas, e robar incomparables tesoros, crece cada hora importunando por diversas vías e varios fingidos colores, que se les concedan o permitan las dichas conquistas (las cuales no se les podrían conceder sin violación de la ley natural e divina, y, por consiguiente, gravísimos pecados mortales, dignos de terribles y eternos suplicios), tuve por conveniente servir a Vuestra Alteza con este sumario brevísimo, de muy difusa historia, que de los estragos e perdiciones acaecidas se podría y debería componer.

Suplico a Vuestra Alteza lo resciba e lea con la clemencia e real benignidad que suele las obras de sus criados y servidores que puramente, por sólo el bien público e prosperidad del estado real, servir desean. Lo cual visto, y entendida la deformidad de la injusticia que a aquellas gentes inocentes se hace, destruyéndolas y despedazándolas sin haber causa ni razón justa para ello, sino por sola la codicia e ambición de los que hacer tan nefarias obras pretenden, Vuestra Alteza tenga por bien de con eficacia suplicar e persuadir a Su Majestad que deniegue a quien las pidiere tan nocivas y detestables empresas, antes ponga en esta demanda infernal perpetuo silencio, con tanto terror, que ninguno sea osado desde adelante ni aun solamente se las nombrar.

Cosa es esta (muy alto señor) convenientísima e necesaria para que todo el estado de la corona real de Castilla, espiritual y temporalmente, Dios lo prospere e conserve y haga bienaventurado. Amén.

BREVÍSIMA RELACIÓN DE LA DESTRUICIÓN DE LAS INDIAS

Descubriéronse las Indias en el año de mil y cuatrocientos y noventa y dos. Fuéronse a poblar el año siguiente de cristianos españoles, por manera que ha cuarenta e nueve años que fueron a ellas cantidad de españoles; e la primera tierra donde entraron para hecho de poblar fué la grande y felicísima isla Española, que tiene seiscientas leguas en torno. Hay otras muy grandes e infinitas islas alrededor, por todas las partes della, que todas estaban e las vimos las más pobladas e llenas de naturales gentes, indios dellas, que puede ser tierra poblada en el mundo. La tierra firme, que está de esta isla por lo más cercano docientas e cincuenta leguas, pocas más, tiene de costa de mar más de diez mil leguas descubiertas, e cada día se descubren más, todas llenas como una colmena de gentes en lo que hasta el año de cuarenta e uno se ha descubierto, que parece que puso Dios en aquellas tierras todo el golpe o la mayor cantidad de todo el linaje humano.

Todas estas universas e infinitas gentes a todo género crió Dios los más simples, sin maldades ni dobleces, obedientísimas y fidelísimas a sus señores naturales e a los cristianos a quien sirven; más humildes, más pacientes, más pacíficas e quietas, sin rencillas ni bullicios, no rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear venganzas, que hay en el mundo. Son asimismo las gentes más delicadas, flacas y tiernas en complisión6 e que menos pueden sufrir trabajos y que más fácilmente mueren de cualquiera enfermedad, que ni hijos de príncipes e señores entre nosotros, criados en regalos e delicada vida, no son más delicados que ellos, aunque sean de los que entre ellos son de linaje de labradores.

Son también gentes paupérrimas y que menos poseen ni quieren poseer de bienes temporales; e por esto no soberbias, no ambiciosas, no codiciosas. Su comida es tal, que la de los sanctos padres en el desierto no parece haber sido más estrecha ni menos deleitosa ni pobre. Sus vestidos, comúnmente, son en cueros, cubiertas sus vergüenzas, e cuando mucho cúbrense con una manta de algodón, que será como vara y media o dos varas de lienzo en cuadra. Sus camas son encima de una estera, e cuando mucho, duermen en unas como redes colgadas, que en lengua de la isla Española llamaban hamacas.

Son eso mesmo de limpios e desocupados e vivos entendimientos, muy capaces e dóciles para toda buena doctrina; aptísimos para recebir nuestra sancta fee católica e ser dotados de virtuosas costumbres, e las que menos impedimientos tienen para esto, que Dios crió en el mundo. Y son tan importunas desque una vez comienzan a tener noticia de las cosas de la fee, para saberlas, y en ejercitar los sacramentos de la Iglesia y el culto divino, que digo verdad que han menester los religiosos, para sufrillos, ser dotados por Dios de don muy señalado de paciencia; e, finalmente, yo he oído decir a muchos seglares españoles de muchos años acá e muchas veces, no pudiendo negar la bondad que en ellos veen: «Cierto estas gentes eran las más bienaventuradas del mundo si solamente conocieran a Dios.»

En estas ovejas mansas, y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas, entraron los españoles, desde luego que las conocieron, como lobos e tigres y leones cruelísimos de muchos días hambrientos. Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte, hasta hoy, e hoy en este día lo hacen, sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas e varias e nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad, de las cuales algunas pocas abajo se dirán, en tanto grado, que habiendo en la isla Española sobre tres cuentos de ánimas que vimos, no hay hoy de los naturales de ella docientas personas. La isla de Cuba es cuasi tan luenga como desde Valladolid a Roma; está hoy cuasi toda despoblada. La isla de Sant Juan e la de Jamaica, islas muy grandes e muy felices e graciosas, ambas están asoladas. Las islas de los Lucayos, que están comarcanas a la Española y a Cuba por la parte del Norte, que son más de sesenta con las que llamaban de Gigantes e otras islas grandes e chicas, e que la peor dellas es más fértil e graciosa que la huerta del rey de Sevilla, e la más sana tierra del mundo, en las cuales había más de quinientas mil ánimas, no hay hoy una sola criatura. Todas las mataron trayéndolas e por traellas a la isla Española, después que veían que se les acababan los naturales della. Andando en navío tres años a rebuscar por ellas la gente que había, después de haber sido vendimiadas, porque un buen cristiano se movió por piedad para los que se hallasen convertirlos e ganarlos a Cristo, no se hallaron sino once personas, las cuales yo vide. Otras más de treinta islas, que están en comarca de la isla de Sant Juan, por la misma causa están despobladas e perdidas. Serán todas estas islas, de tierra, más de dos mil leguas, que todas están despobladas e desiertas de gente.

De la gran tierra firme somos ciertos que nuestros españoles por sus crueldades y nefandas obras han despoblado y asolado y que están hoy desiertas, estando llenas de hombres racionales, más de diez reinos mayores que toda España, aunque entre Aragón y Portugal en ellos, y más tierra que hay de Sevilla a Jerusalén dos veces, que son más de dos mil leguas.

Daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son muertas en los dichos cuarenta años por las dichas tiranías e infernales obras de los cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce cuentos de ánimas, hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar engañarme, que son más de quince cuentos.

Dos maneras generales y principales han tenido los que allá han pasado, que se llaman cristianos, en estirpar y raer de la haz de la tierra a aquellas miserandas naciones. La una, por injustas, crueles, sangrientas y tiránicas guerras. La otra, después que han muerto todos los que podrían anhelar o sospirar o pensar en libertad, o en salir de los tormentos que padecen, como son todos los señores naturales y los hombres varones (porque comúnmente no dejan en las guerras a vida sino los mozos y mujeres), oprimiéndolos con la más dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas. A estas dos maneras de tiranía infernal se reducen e ser resuelven o subalternan como a géneros todas las otras diversas y varias de asolar aquellas gentes, que son infinitas.

La causa por que han muerto y destruído tantas y tales e tan infinito número de ánimas los cristianos ha sido solamente por tener por su fin último el oro y henchirse de riquezas en muy breves días e subir a estados muy altos e sin proporción de sus personas (conviene a saber): por la insaciable codicia e ambición que han tenido, que ha sido mayor que en el mundo ser pudo, por ser aquellas tierras tan felices e tan ricas, e las gentes tan humildes, tan pacientes y tan fáciles a sujetarlas; a las cuales no han tenido más respecto ni dellas han hecho más cuenta ni estima (hablo con verdad por lo que sé y he visto todo el dicho tiempo), no digo que de bestias (porque pluguiera a Dios que como a bestias las hubieran tractado y estimado), pero como y menos que estiércol de las plazas. Y así han curado de sus vidas y de sus ánimas, e por esto todos los números e cuentos dichos han muerto sin fee, sin sacramentos. Y esta es una muy notoria y averiguada verdad, que todos, aunque sean los tiranos y matadores, la saben e la confiesan: que nunca los indios de todas las Indias hicieron mal alguno a cristianos, antes los tuvieron por venidos del cielo, hasta que, primero, muchas veces hubieron recebido ellos o sus vecinos muchos males, robos, muertes, violencias y vejaciones dellos mesmos.

DE LA ISLA ESPAÑOLA

En la isla Española, que fué la primera, como dijimos, donde entraron cristianos e comenzaron los grandes estragos e perdiciones destas gentes e que primero destruyeron y despoblaron, comenzando los cristianos a tomar las mujeres e hijos a los indios para servirse e para usar mal dellos e comerles sus comidas que de sus sudores e trabajos salían, no contentándose con lo que los indios les daban de su grado, conforme a la facultad que cada uno tenía (que siempre es poca, porque no suelen tener más de lo que ordinariamente han menester e hacen con poco trabajo e lo que basta para tres casas de a diez personas cada una para un mes, come un cristiano e destruye en un día) e otras muchas fuerzas e violencias e vejaciones que les hacían, comenzaron a entender los indios que aquellos hombres no debían de haber venido del cielo; y algunos escondían sus comidas; otros sus mujeres e hijos; otros huíanse a los montes por apartarse de gente de tan dura y terrible conversación. Los cristianos dábanles de bofetadas e puñadas y de palos, hasta poner las manos en los señores de los pueblos. E llegó esto a tanta temeridad y desvergüenza, que al mayor rey, señor de toda la isla, un capitán cristiano le violó por fuerza su propia mujer.

De aquí comenzaron los indios a buscar maneras para echar los cristianos de sus tierras: pusiéronse en armas, que son harto flacas e de poca ofensión e resistencia y menos defensa (por lo cual todas sus guerras son poco más que acá juegos de cañas e aun de niños); los cristianos con sus caballos y espadas e lanzas comienzan a hacer matanzas e crueldades extrañas en ellos. Entraban en los pueblos, ni dejaban niños y viejos, ni mujeres preñadas ni paridas que no desbarrigaban e hacían pedazos, como si dieran en unos corderos metidos en sus apriscos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría el hombre por medio, o le cortaba la cabeza de un piquete o le descubría las entrañas. Tomaban las criaturas de las tetas de las madres, por las piernas, y daban de cabeza con ellas en las peñas. Otros, daban con ellas en ríos por las espaldas, riendo e burlando, e cayendo en el agua decían: bullís, cuerpo de tal; otras criaturas metían a espada con las madres juntamente, e todos cuantos delante de sí hallaban. Hacían unas horcas largas, que juntasen casi los pies a la tierra, e de trece en trece, a honor y reverencia de Nuestro Redemptor e de los doce apóstoles, poniéndoles leña e fuego, los quemaban vivos. Otros, ataban o liaban todo el cuerpo de paja seca pegándoles fuego, así los quemaban. Otros, y todos los que querían tomar a vida, cortábanles ambas manos y dellas llevaban colgando, y decíanles: “Andad con cartas.” Conviene a saber, lleva las nuevas a las gentes que estaban huídas por los montes. Comúnmente mataban a los señores y nobles desta manera: que hacían unas parrillas de varas sobre horquetas y atábanlos en ellas y poníanles por debajo fuego manso, para que poco a poco, dando alaridos en aquellos tormentos, desesperados, se les salían las ánimas.

Una vez vide que, teniendo en las parrillas quemándose cuatro o cinco principales y señores (y aun pienso que había dos o tres pares de parrillas donde quemaban otros), y porque daban muy grandes gritos y daban pena al capitán o le impedían el sueño, mandó que los ahogasen, y el alguacil, que era peor que el verdugo que los quemaba (y sé cómo se llamaba y aun sus parientes conocí en Sevilla), no quiso ahogarlos, antes les metió con sus manos palos en las bocas para que no sonasen y atizoles el fuego hasta que se asaron de despacio como él quería. Yo vide todas las cosas arriba dichas y muchas otras infinitas. Y porque toda la gente que huir podía se encerraba en los montes y subía a las sierras huyendo de hombres tan inhumanos, tan sin piedad y tan feroces bestias, extirpadores y capitales enemigos del linaje humano, enseñaron y amaestraron lebreles, perros bravísimos que en viendo un indio lo hacían pedazos en un credo, y mejor arremetían a él y lo comían que si fuera un puerco. Estos perros hicieron grandes estragos y carnecerías. Y porque algunas veces, raras y pocas, mataban los indios algunos cristianos con justa razón y santa justicia, hicieron ley entre sí, que por un cristiano que los indios matasen, habían los cristianos de matar cien indios.

LOS REINOS QUE HABÍA EN LA ISLA ESPAÑOLA

Había en esta isla Española cinco reinos muy grandes principales y cinco reyes muy poderosos, a los cuales cuasi obedecían todos los otros señores, que eran sin número, puesto que algunos señores de algunas apartadas provincias no reconocían superior dellos alguno. El un reino se llamaba Maguá, la última sílaba aguda, que quiere decir el reino de la vega. Esta vega es de las más insignes y admirables cosas del mundo, porque dura ochenta leguas de la mar del Sur a la del Norte. Tiene de ancho cinco leguas y ocho hasta diez y tierras altísimas de una parte y de otra. Entran en ella sobre treinta mil ríos y arroyos, entre los cuales son los doce tan grandes como Ebro y Duero y Guadalquivir; y todos los ríos que vienen de la una sierra que está al Poniente, que son los veinte y veinte y cinco mil, son riquísimos de oro. En la cual sierra o sierras se contiene la provincia de Cibao, donde se dicen las minas de Cibao, donde sale aquel señalado y subido en quilates oro que por acá tiene gran fama. El rey y señor deste reino se llamaba Guarionex; tenía señores tan grandes por vasallos, que juntaba uno dellos dieciséis mil hombre de pelea para servir a Guarionex, e yo conocí a algunos dellos. Este rey Guarionex era muy obediente y virtuoso, y naturalmente pacífico, y devoto a los reyes de Castilla, y dió ciertos años su gente, por su mandado, cada persona que tenía casa, lo hueco de un cascabel lleno de oro, y después, no pudiendo henchirlo, se lo cortaron por medio e dió llena mitad, porque los indios de aquella isla tenían muy poca o ninguna industria de coger o sacar el oro de las minas. Decía y ofrescíase este cacique a servir al rey de Castilla con hacer una labranza que llegase desde la Isabela, que fué la primera población de los cristianos, hasta la ciudad de Sancto Domingo, que son grandes cincuenta leguas, porque no le pidiesen oro, porque decía, y con verdad, que no lo sabían coger sus vasallos. La labranza que decía que haría sé yo que la podía hacer y con grande alegría, y que valiera más al rey cada año de tres cuentos de castellanos, y aun fuera tal que causara esta labranza haber en la isla hoy más de cincuenta ciudades tan grandes como Sevilla.

El pago que dieron a este rey y señor, tan bueno y tan grande, fué deshonrarlo por la mujer, violándosela un capitán mal cristiano: él, que pudiera aguardar tiempo y juntar de su gente para vengarse, acordó de irse y esconderse sola su persona y morir desterrado de su reino y estado a una provincia que se decía de los Ciguayos, donde era un gran señor su vasallo. Desde que lo hallaron menos los cristianos no se les pudo encubrir: van y hacen guerra al señor que lo tenía, donde hicieron grandes matanzas, hasta que en fin lo hobieron de hallar y prender, y preso con cadenas y grillos lo metieron en una nao para traerlo a Castilla. La cual se perdió en la mar y con él se ahogaron muchos cristianos y gran cantidad de oro, entre lo cual pereció el grano grande, que era como una hogaza y pesaba tres mil y seiscientos castellanos, por hacer Dios venganza de tan grandes injusticias.

El otro reino se decía del Marién, donde agora es el Puerto Real, al cabo de la Vega, hacia el Norte, y más grande que el reino de Portugal, aunque cierto harto más felice y digno de ser poblado, y de muchas y grandes sierras y minas de oro y cobre muy rico, cuyo rey se llamaba Guacanagarí (última aguda), debajo del cual había muchos y muy grandes señores, de los cuales yo vide y conocí muchos, y a la tierra deste fué primero a parar el Almirante viejo que descubrió las Indias; al cual recibió la primera vez el dicho Guacanagarí, cuando descubrió la isla, con tanta humanidad y caridad, y a todos los cristianos que con él iban, y les hizo tan suave y gracioso recibimiento y socorro y aviamiento7 (perdiéndosele allí aun la nao en que iba el Almirante), que en su misma patria y de sus mismos padres no lo pudiera recibir mejor. Esto sé por relación y palabras del mismo Almirante. Este rey murió huyendo de las matanzas y crueldades de los cristianos, destruído y privado de su estado, por los montes perdido. Todos los otros señores súbditos suyos murieron en la tiranía y servidumbre que abajo será dicha.

El tercero reino y señorío fué la Maguana, tierra también admirable, sanísima y fertilísima, donde agora se hace la mejor azúcar de aquella isla. El rey del se llamó Caonabó. Éste en esfuerzo y estado y gravedad y cerimonias de su servicio, excedió a todos los otros. A éste prendieron con una gran sutileza y maldad, estando seguro en su casa. Metiéronlo después en un navío para traello a Castilla, y estando en el puerto seis navíos para se partir, quiso Dios mostrar ser aquella con las otras grande iniquidad y injusticia y envió aquella noche una tormenta que hundió todos los navíos y ahogó todos los cristianos que en ellos estaban, donde murió el dicho Caonabó cargado de cadenas y grillos. Tenía este señor tres o cuatro hermanos muy varoniles y esforzados como él; vista la prisión tan injusta de su hermano y señor y las destruiciones y matanzas que los cristianos en los otros reinos hacían, especialmente desde que supieron que el rey su hermano era muerto, pusiéronse en armas para ir a cometer y vengarse de los cristianos; van los cristianos a ellos con ciertos de caballo (que es la más perniciosa arma que puede ser para entre indios) y hacen tanto estragos y matanzas que asolaron y despoblaron la mitad de todo aquel reino.

El cuarto reino es el que se llamó de Xaraguá; éste era como el meollo o médula o como la corte de toda aquella isla; excedía a la lengua y habla ser más polida; en la policía y crianza más ordenada y compuesta; en la muchedumbre de la nobleza y generosidad, porque había muchos y en gran cantidad señores y nobles; y en la lindeza y hermosura de toda la gente, a todos los otros. El rey y señor dél se llamaba Behechio; tenía una hermana que se llamaba Anacaona. Estos dos hermanos hicieron grandes servicios a los reyes de Castilla e inmensos beneficios a los cristianos, librándolos de muchos peligros de muerte, y después de muerto el rey Behechio quedó en el reino por señora Anacaona. Aquí llegó una vez el gobernador que gobernaba esta isla con sesenta de caballo y más trecientos peones, que los de caballos solos bastaban para asolar a toda la isla y la tierra firme, y llegáronse más de trescientos señores a su llamado seguros, de los cuales hizo meter dentro de una casa de paja muy grande los más señores por engaño, e metidos les mandó poner fuego y los quemaron vivos. A todos los otros alancearon e metieron a espada con infinita gente, e a la señora Anacaona, por hacerle honra, ahorcaron. Y acaescía algunos cristianos, o por piedad o por codicia, tomar algunos niños para ampararlos no los matasen, e poníanlos a las ancas de los caballos: venía otro español por detrás e pasábalo con su lanza. Otrosí, estaba el niño en el suelo, le cortaban las piernas con el espada. Alguna gente que pudo huir desta tan inhumana crueldad, pasáronse a una isla pequeña que está cerca de allí ocho leguas en la mar, y el dicho gobernador condenó a todos estos que allí se pasaron que fuesen esclavos, porque huyeron de la carnicería.

El quinto reino se llamaba Higüey e señoreábalo una reina vieja que se llamó Higuanamá. A ésta ahorcaron; e fueron infinitas las gentes que yo vide quemar vivas y despedazar e atormentar por diversas y nuevas maneras de muertes e tormentos y hacer esclavos todos los que a vida tomaron. Y porque son tantas las particularidades que en estas matanzas e perdiciones de aquellas gentes ha habido, que en mucha escritura no podrían caber (porque en verdad que creo que por mucho que dijese no pueda explicar de mil partes una), sólo quiero en lo de las guerras susodichas concluir con decir e afirmar que en Dios y en mi conciencia que tengo por cierto que para hacer todas las injusticias y maldades dichas e las otras que dejo e podría decir, no dieron más causa los indios ni tuvieron más culpa que podrían dar o tener un convento de buenos e concertados religiosos para robarlos e matarlos y los que de la muerte quedasen vivos, ponerlos en perpetuo cautiverio e servidumbre de esclavos. Y más afirmo, que hasta que todas las muchedumbres de gentes de aquella isla fueron muertas e asoladas, que pueda yo creer y conjecturar, no cometieron contra los cristianos un solo pecado mortal que fuese punible por hombres; y los que solamente son reservados a Dios, como son los deseos de venganza, odio y rancor que podían tener aquellas gentes contra tan capitales enemigos como les fueron los cristianos, éstos creo que cayeron en muy pocas personas de los indios, y eran poco más impetuosos e rigurosos, por la mucha experiencia que dellos tengo, que de niños o muchachos de diez o doce años. Y sé por cierta e infalible sciencia que los indios tuvieron siempre justísima guerra contra los cristianos, e los cristianos una ni ninguna nunca tuvieron justa contra los indios, antes fueron todas diabólicas e injustísimas e mucho más que de ningún tirano se puede decir del mundo; e lo mismo afirmo de cuantas han hecho en todas las Indias.

Después de acabadas las guerras e muertes en ellas, todos los hombres, quedando comúnmente los mancebos y mujeres y niños, repartiéronlos entre sí, dando a uno treinta, a otro cuarenta, a otro ciento y docientos (según la gracia que cada uno alcanzaba con el tirano mayor, que decían gobernador). Y así repartidos a cada cristiano dábanselos con esta color: que los enseñase en las cosas de la fe católica, siendo comúnmente todos ellos idiotas y hombres crueles, avarísimos e viciosos, haciéndoles curas de ánimas. Y la cura o cuidado que dellos tuvieron fué enviar los hombres a las minas a sacar oro, que es trabajo intolerable, e las mujeres ponían en las estancias, que son granjas, a cavar las labranzas y cultivar la tierra, trabajo para hombres muy fuertes y recios. No daban a los unos ni a las otras de comer sino yerbas y cosas que no tenían sustancia; secábaseles la leche de las tetas a las mujeres paridas, e así murieron en breve todas las criaturas. Y por estar los maridos apartados, que nunca vían a las mujeres, cesó entre ellos la generación; murieron ellos en las minas, de trabajos y hambre, y ellas en las estancias o granjas, de lo mesmo, e así se acabaron tanta e tales multitudes de gentes de aquella isla; e así se pudiera haber acabado todas las del mundo. Decir las cargas que les echaban de tres y cuatro arrobas, e los llevaban ciento y doscientas leguas (y los mismos cristianos se hacían llevar en hamacas, que son como redes, acuestas de los indios), porque siempre usaron dellos como de bestias para cargar. Tenían mataduras en los hombros y espaldas, de las cargas, como muy matadas bestias; decir asimismo los azotes, palos, bofetadas, puñadas, maldiciones e otros mil géneros de tormentos que en los trabajos les daban, en verdad que en mucho tiempo ni papel no se pudiese decir e que fuese para espantar los hombres.

Y es de notar que la perdición destas islas y tierras se comenzaron a perder y destruir desde que allá se supo la muerte de la serenísima reina doña Isabel, que fué el año de mil e quinientos e cuatro, porque hasta entonces sólo en esta isla se habían destruído algunas provincias por guerras injustas, pero no de todo, y éstas por la mayor parte y cuasi todas se le encubrieron a la Reina. Porque la Reina, que haya santa gloria, tenía grandísimo cuidado e admirable celo a la salvación y prosperidad de aquellas gentes, como sabemos los que lo vimos y palpamos con nuestros ojos e manos los ejemplos desto.

Débese de notar otra regla en esto: que en todas las partes de las Indias donde han ido y pasado cristianos, siempre hicieron en los indios todas las crueldades susodichas, e matanzas, e tiranías, e opresiones abominables en aquellas inocentes gentes; e añadían muchas más e mayores y más nuevas maneras de tormentos, e más crueles siempre fueron porque los dejaba Dios más de golpe caer y derrocarse en reprobado juicio o sentimiento.

DE LAS DOS ISLAS DE SANT JUAN Y JAMAICA

Pasaron a la isla de Sant Juan y a la de Jamaica (que eran unas huertas y unas colmenas) el año de mil e quinientos y nueve los españoles, con el fin e propósito que fueron a la Española. Los cuales hicieron e cometieron los grandes insultos e pecados susodichos, y añadieron muchas señaladas e grandísimas crueldades más, matando y quemando y asando y echando a perros bravos, e después oprimiendo y atormentando y vejando en las minas y en los otros trabajos, hasta consumir y acabar todos aquellos infelices inocentes: que había en las dichas dos islas más de seiscientas mil ánimas, y creo que más de un cuento, e no hay hoy en cada una doscientas personas, todas perecidas sin fe e sin sacramentos.

DE LA ISLA DE CUBA

El año de mil e quinientos y once pasaron a 1a isla de Cuba, que es como dije tan luenga como de Valladolid a Roma (donde había grandes provincias de gentes), comenzaron y acabaron de las maneras susodichas e mucho más y más cruelmente. Aquí acaescieron cosas muy señaladas. Un cacique e señor muy principal, que por nombre tenia Hatuey, que se había pasado de la isla Española a Cuba con mucha gente por huir de las calamidades e inhumanas obras de los cristianos, y estando en aquella isla de Cuba, e dándole nuevas ciertos indios, que pasaban a ella los cristianos, ayuntó mucha de toda su gente e díjoles: “Ya sabéis cómo se dice que los cristianos pasan acá, e tenéis experiencia cuáles han parado a los señores fulano y fulano y fulano; y aquellas gentes de Haití (que es la Española) lo mesmo vienen a hacer acá. ¿Sabéis quizá por qué lo hacen?” Dijeron: “No; sino porque son de su natura crueles e malos.” Dice él: “No lo hacen por sólo eso, sino porque tienen un dios a quien ellos adoran e quieren mucho y por haberlo de nosotros para lo adorar, nos trabajan de sojuzgar e nos matan.” Tenía cabe sí una cestilla llena de oro en joyas y dijo: “Veis aquí el dios de los cristianos; hagámosle si os parece areítos (que son bailes y danzas) e quizá le agradaremos y les mandará que no nos hagan mal.” Dijeron todos a voces: “¡Bien es, bien es!” Bailáronle delante hasta que todos se cansaron. Y después dice el señor Hatuey: “Mira, como quiera que sea, si lo guardamos, para sacárnoslo, al fin nos han de matar; echémoslo en este río.” Todos votaron que así se hiciese, e así lo echaron en un río grande que allí estaba.

Este cacique y señor anduvo siempre huyendo de los cristianos desque llegaron a aquella isla de Cuba, como quien los conoscía, e defendíase cuando los topaba, y al fin lo prendieron. Y sólo porque huía de gente tan inicua e cruel y se defendía de quien lo quería matar e oprimir hasta la muerte a sí e toda su gente y generación, lo hubieron vivo de quemar. Atado a un palo decíale un religioso de San Francisco, sancto varón que allí estaba, algunas cosas de Dios y de nuestra fee, (el cual nunca las había jamás oído), lo que podía bastar aquel poquillo tiempo que los verdugos le daban, y que si quería creer aquello que le decía iría al cielo, donde había gloria y eterno descanso, e si no, que había de ir al infierno a padecer perpetuos tormentos y penas. Él, pensando un poco, preguntó al religioso si iban cristianos al cielo. El religioso le respondió que sí, pero que iban los que eran buenos. Dijo luego el cacique, sin más pensar, que no quería él ir allá, sino al infierno, por no estar donde estuviesen y por no ver tan cruel gente. Esta es la fama y honra que Dios e nuestra fee ha ganado con los cristianos que han ido a las Indias.

Una vez, saliéndonos a recebir con mantenimientos y regalos diez leguas de un gran pueblo, y llegados allá, nos dieron gran cantidad de pescado y pan y comida con todo lo que más pudieron; súbitamente se les revistió el diablo a los cristianos e meten a cuchillo en mi presencia (sin motivo ni causa que tuviesen) más de tres mil ánimas que estaban sentados delante de nosotros, hombres y mujeres e niños. Allí vide tan grandes crueldades que nunca los vivos tal vieron ni pensaron ver.

Otra vez, desde a pocos días, envié yo mensajeros, asegurando que no temiesen, a todos los señores de la provincia de la Habana, porque tenían por oídas de mi crédito, que no se ausentasen, sino que nos saliesen a recibir, que no se les haría mal ninguno (porque de las matanzas pasadas estaba toda la tierra asombrada), y esto hice con parecer del capitán; e llegados a la provincia saliéronnos a recebir veinte e un señores y caciques, e luego los prendió el capitán, quebrantando el seguro que yo les había dado, e los quería quemar vivos otro día diciendo que era bien, porque aquellos señores algún tiempo habían de hacer algún mal. Vídeme en muy gran trabajo quitarlos de la hoguera, pero al fin se escaparon.

Después de que todos los indios de la tierra desta isla fueron puestos en la servidumbre e calamidad de los de la Española, viéndose morir y perecer sin remedio, todos comenzaron a huir a los montes; otros, a ahorcarse de desesperados, y ahorcábanse maridos e mujeres, e consigo ahorcaban los hijos; y por las crueldades de un español muy tirano (que yo conocí) se ahorcaron más de doscientos indios. Pereció desta manera infinita gente.

Oficial del rey hobo en esta isla que le dieron de repartimiento trescientos indios e a cabo de tres meses había muerto en los trabajos de las minas los docientos e setenta, que no le quedaron de todos sino treinta, que fue el diezmo. Después le dieron otros tantos y más, e también los mató, e dábanle más y más mataba, hasta que se murió y el diablo le llevó el alma.

En tres o cuatro meses, estando yo presente, murieron de hambre, por llevarles los padres y las madres a las minas, más de siete mil niños. Otras cosas vide espantables.

Después acordaron de ir a montear los indios que estaban por los montes, donde hicieron estragos admirables, e así asolaron e despoblaron toda aquella isla, la cual vimos agora poco ha y es una gran lástima e compasión verla yermada y hecha toda una soledad.

Cumple 50 años La filosofía náhuatl de León-Portilla

Cumple 50 años La filosofía náhuatl de León-Portilla

JOSE GALAN

La filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes, obra de Miguel León-Portilla, investigador emérito del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, cumplió 50 años de su publicación. Por su relevancia, esta tesis de doctorado en filosofía con especialización en historia prehispánica -que le valió el reconocimiento Summa cum Laude- ha sido reditada en 10 ocasiones por esta casa de estudios, y también traducida al ruso, alemán, francés e inglés y, más recientemente, al checo.

Con esa investigación, el destacado universitario se convirtió en el primer especialista en tratar dicho tema de forma sistemática, ya que hasta entonces sólo se habían hecho alusiones de su existencia. Por ejemplo, en un manuscrito en náhuatl que está en la Biblioteca del Palacio Real, en España, Fray Bernardino de Sahagún mencionó en un margen a “los filósofos”.

El libro, expuso su autor, consiste en el estudio de los planteamientos que los antiguos mexicanos se hicieron referentes a problemas como cuál es la raíz de los seres humanos, qué hay en el más allá, qué se puede decir de la divinidad, qué es lo más valioso en la Tierra, y otra serie de reflexiones que pensadores de todas las latitudes se han hecho.

Los pueblos nahuas tenían una visión propia del mundo y una concepción del tiempo y del espacio; sobre los seres humanos pensaban acerca de educación, historia, derecho, moral o arte, como se plasma en las páginas del libro, subrayó. Ahí también se abordan los orígenes de ese pensamiento, desde los teotihuacanos y toltecas; y en las recientes ediciones, se hacen consideraciones críticas en torno a la filosofía náhuatl, añadió el investigador.

A diferencia de hace 50 años, refirió, hoy la sociedad acepta la existencia de un corpus filosófico náhuatl. “Al principio hubo gente que se reía y decía que estaba loco, que cómo los indios lo iban a tener, que eran casi salvajes”. A ello, su maestro y tutor de tesis doctoral, Angel María Garibay, respondía: “Esos hombres, creadores de un arte extraordinario, de Teotihuacán, Monte Albán, Cholula o Palenque, ¿no pensaban?”

BIBLIOGRAFÍA PARA LA INVESTIGACIÓN DE LA CULTURA MEXICA.

BIBLIOGRAFÍA PARA LA INVESTIGACIÓN DE LA CULTURA MEXICA.

Por. Arqlgo. Marco Cervera Obregón.

INTRODUCCIÓN.

El año de 1521 marcó el inicio del fin de un pueblo que en poco más de un siglo se transformó de ser una sociedad conquistada en una sociedad conquistadora. Tradicionalmente a este pueblo se le ha denominado como aztecas sin embargo sabemos que este término no es el correcto pues el nombre que ellos realmente se daban era el de mexicas, los seguidores de Mexi mejor conocido como Huitzilopochtli.

Hasta el momento el pueblo azteca o mexica es el mejor conocido en toda la historia prehispánica mexicana debido sobre todo a la gran cantidad de información con que contamos para su estudio. Fuentes escritas, documentos pictográficos (Códices) las evidencias arqueológicas y la información que proporciona la antropología física y la lingüística se conjugan para dar un basto conglomerado de elementos que permiten conocer a los investigadores de muy diversas disciplinas la historia el arte y arqueología del pueblo mexica.

La presente bibliografía es producto del Seminario Mexica impartido por el Dr. Leonardo López Luján en la Escuela Nacional de Antropología e Historia durante el año de 1998. Posterior a este me ví en la tarea de complementarla y actualizarla con efecto de poder utilizarla durante mis investigaciones y asesorías a diversos colegas y amigos además de poder presentarla a mis alumnos de la Cátedra de Cultura Mexica en la Universidad Nacional Autónoma de México. Cabe destacar que esta bibliografía es tan solo una aproximación a las fuentes de investigación más importantes a las cuales las nuevas generaciones de investigadores puedan acercase. Figuran en la misma algunos de los trabajos y autores que de forma particular han desarrollado investigaciones en temas concretaos relativos a la cultura mexica. La bibliografía ha sido dividida por temática un tanto en acuerdo al plan de trabajo del Seminario Mexica de la ENAH en combinación con el Seminario de Cultura Mexica de la ENEP Acatlán impartido por quien esto suscribe.

En esta bibliografía figura el nombre de los principales exponentes de la investigación mexica desde los conquistadores del siglo XVI, pasando por los frailes como Bernardino de Sahagún hasta los investigadores modernos que inician con la labor netamente científica de interpretación como don Antonio de León y Gama. La participación de los diversos representantes de la investigación moderna y sus obras en materia del mundo mexica figuran también en esta bibliografía por ello nombres como el de: Ángel María Garibay, Miguel León Portilla, Alfredo López Austin, Pedro Carrasco ,Robert Barlow, Eduard Calnek, Nigel Davies, H.B. Nicholson, Ross Hassig, Eduardo Matos, Felipe Solís, Leonardo López Luján, Elizabet Hill Boone, entre otros tantos son algunos de los autores fundamentales para el mejor acercamiento a esta importante civilización.
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