Año internacional de la física, hay que joderse

Año internacional de la física, hay que joderse

No mire usted ahora, pero los promotores del pensamiento irracional deben estar echando humo por las orejas normales y por algunos otros orificios paranormales de cuyo nombre no quiero acordarme.

Resulta que la ONU decidió proclamar a 2005 como Año Internacional de la Física.

En lugar de hacer las “Jornadas de la psicofonía patológica”, el “Año internacional de la astrología”, la “Celebración kármica del desplumamiento de incautos y ayuda al bien morir de los crédulos mediante medicinas alternativas” o, cuando menos, la “Semana del investigador que investiga cómo ganar más plata”, los tontazos de la ONU se ocupan de la física.

¿Qué ha hecho la física por mí?, preguntarán indignados los creyentes que, a fuerza de escuchar los sonoros rebuznos de Josep Guijarro, Javier Sierra, Jotajota Benítez, Bruno Cardeñosa y el resto del pequeñísimo club de “los que cobran”, están convencidos de que la ciencia nada bueno tiene, nada válido ofrece, ningún conocimiento aporta, sólo es una conspiración dogmática, cerrada y fascista cuya única razón de existir es combatir a personajes tan importantes como creen ser estos pobres ilusos en sus delirios nocturnos.

Pues nada, la verdad. La física no ha hecho nada.

Como todo mundo sabe, las telecomunicaciones no son producto de los conocimientos del electromagnetismo, la aeronáutica y otras disciplinas “FODYC” (fascistas-oficiales-dogmáticas-y-cerradas, para abreviar). Internet, los teléfonos celulares o móviles, el teléfono, la televisión y la radio en la que medran los arriba mentados, son resultado de profundas investigaciones paranormales, cómo no.

Tampoco vaya usted a pensar que los avances en la la óptica, la electrónica, los materiales y la mecánica, o algún otro conocimiento FODYC usado en la cirugía son producto de los descubrimientos de la física y su aplicación al mundo real. Como todo hijo de Von Däniken sabe, nos los trajeron los extraterrestres.

En la lucha por una energía renovable y limpia, que permita un mundo sostenible, no están los físicos que fingen desvivirse para crear, digamos, baterías de hidrógeno y otras opciones al petróleo. Para eso tenemos a los psicofoneros, a Paco Porras y a Walter Mercado.

Los físicos creen ciegamente en una cosa llamada “Tabla periódica” que, alegan desde su posición FDC, enumera y contiene a todos los elementos del universo, incluidos muchos que no existen pero que podrían existir, dependiendo del número de protones de sus núcleos, cuando los parapitólogos insisten, sin tener que dar ninguna prueba, en que hay “materiales que no conocemos” y que nos traen los extraterrestres todos los sábados a la decimosexta cerveza.

Si la física ha creado mejores mezclas de cemento (conretos u hormigones) para crear edificaciones más resistentes, seguras y baratas, tal cosa palidece ante la capacidad de los investigadores soplapitos de encontrar caras en el cemento, que para eso sí hay que estudiar.

Todo el mundo sabe que es más importante fotografiar “fantasmas” que inventar la fotografía, aunque sea a color.

Los físicos tratan de explicar el universo, los parnormalólogos explican de un plumazo y, especialmente por un módico precio, todo lo que no está en el universo.

No es raro, pues, que los ocultistas empiecen este año con un dejo de amargura en la parte posterior del paladar. Otra vez el mundo “oficial” y FODYC los hace a un lado para celebrar a unos tarados que nunca han hecho nada.

Otra vez no quitarán las materias FODYC de las escuelas (biología, química y, sobre todo, física) para llamarlos a ilustrar a la juventud sobre sus maravillosas disciplinas que tanto han dado a la humanidad.

¿Quién podría comparar a un Einstein, pobre papanatas que además tocaba muy mal el violín, con Pedro Amorós, que además de ser un investigador de tres pares de cojones y cuatro pares de cojines es, además, tan simpático? ¿Qué podría hacer un baboso como Max Planck junto a Manolo Capella, que es simpatiquisísimo y además se ocupa de cosas trascendentes como la ouija y no de tonterías como la composición subatómica de la materia? ¿Qué papel puede reclamar para sí Newton cuando tenemos en el horizonte a Jaime Maussán? ¿Y qué aporta un simulador como Stephen Hawking (que ni siquiera tiene programa de radio) junto a la sapiencia, dedicación investigadora y aportaciones sociales de Íker JIménez?

No, si van a tener razón, lo del Año Internacional de la Física es una ofensa contra todo irracional que se respete y que, además, respete, venere y engrandezca día a día su irracionalidad.

Ya vendrán tiempos mejores para el ocultismo irracional. De momento, tendrán que aguantar que durante un año los físicos se sientan importantes, aunque todos sepamos que ninguno de ellos le llega ni a la suela de los zapatos a gente tan preparada como los investigadores del mundo misteriológico.

Cuentos chinos: ignorancia tradicional, ignorancia alternativa

Cuentos chinos I

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La muerte es una terrible certeza.

Gran parte de las motivaciones humanas se encuentran en el intento por perpetuarse de alguna forma. Tener hijos, escribir un libro, conquistar imperios, construir grandes monumentos, son todas actividades que al menos en parte están movidas por nuestro deseo de no morir o, al menos, de no morir del todo.

Pero algunos sueñan con la inmortalidad real, con no morirse nunca. Los faraones egipcios se momificaban esperando revivir. Los emperadores chinos desde hace al menos tres mil doscientos años pusieron a sus sabios a determinar por qué estaban vivos y cómo podían mantener para siempre esa agradable condición.

La ciencia china, aunque avanzada, no daba para tanto. Pero los emperadores disponían de prácticas sumamente desagradables reservadas para quienes les causaban molestias, de modo que los sabios acudieron a las creencias populares para darle el secreto a sus monarcas y conservar la cabeza debidamente adosada al cuello, ya que a ellos tampoco les seducía mucho la idea de la muerte.

Una creencia popular era que la vida era una especie de energía llamada “chi” (o “qi”), que igual recorría el planeta que las piedras, los ríos y los seres vivos. A partir de esta creencia, los sabios rescataron o inventaron toda una serie de postulados que nunca se preocuparon por demostrar. Algunos de ellos:

1.- El chi recorre el cuerpo humano a través de 12 meridianos, y la enfermedad se produce cuando se interrumpe el flujo del chi.

2.- El chi recorre el planeta, de modo que para tener suerte hay que disponer las casas y las cosas de acuerdo al supuesto flujo del supuesto chi.

3.- El chi se encuentra en concentraciones especiales en el aire. Si aprendemos a respirar, podremos prolongar nuestra vida e incluso evitar la muerte.

4.- El chi se encuentra en el semen, que es la razón por la que (según esta visión) el hombre da a la mujer la vida (los hijos) qutándose él parte de su existencia, y por tanto al no eyacular viviremos más.

Como es obvio, estas cuatro propuestas están detrás de prácticas muy conocidas traídas “de la China milenaria” por cuentistas profesionales.

El chi y los 12 meridianos son la base de la acupuntura.

El chi y la disposición de las cosas es la base del feng-shui.

El chi y la respiración están detrás del tai-chi y del qi-gong o chi-gong.

El chi y la eyaculación son la base del chi-kung.

Hay todo un desarrollo sobre el chi yin y el chi yang, y numerosas teorías a cual más extravagante sobre el chi, cómo conservarlo, aumentarlo, mejorarlo, domarlo, lavarlo, peinarlo, vestirlo, aleccionarlo, purificarlo, fortalecerlo y sacarlo a pasear. Algún día volveremos sobre tales teorías.

Igualmente, es claro que muchas disciplinas indostanas (o hindúes, o indias) tienen sus orígenes en estas creencias. El “prana” como fuerza que viene del aire o el yoga sexual están estrechamente relacionados con la idea del “chi”. También lo dejamos para otro día.

Vamos a los hechos básicos, que son más importantes:

1.- Ninguno de los millones y millones de practicantes de las más demandantes prácticas relacionadas con el chi ha logrado evitar morirse.

2.- De hecho, pese a todas esas prácticas, la expectativa de vida en China antes de la llegada de la medicina con bases científicas era bajísima.

3 (y la más importante).- Nadie ha podido demostrar la existencia del chi.

Se han escrito numerosos volúmenes sobre el chi, se les cobran fortunas a millones de personas por enseñarles a manejar su chi o por decorarles la casa según el feng-shui, pero el “chi” sigue siendo un constructo hipotético no demostrado.

Los charlatanes disfrutan enormemente al hablar de “energía” o, sobre todo, de “energías”. Lo disfrutan tanto, de hecho, que nunca explican qué rayos quieren decir.

La energía no es algo misterioso o místico, es un fenómeno que la física entiende claramente, tanto que puede convertir algunos tipos de energía en otros (el movimiento de un río en electricidad, la electricidad en calor para la cafetera, etc.). La energía tiene características muy claramente definidas, como la intensidad, la frecuencia y la amplitud.

Esto nos queda muy claro cuando usamos un radiorreceptor: las distintas estaciones emiten energía en forma de ondas electromagnéticas de distinta frecuencia, de modo que no se interfieren unas a otras. Cuando escuchamos radio en el 98.1 de FM lo que estamos escuchando son ondas emitidas a una frecuencia de 98.1 kilohertzios. En AM, tales ondas habrán sufrido una modulación en su amplitud, pero en FM habrán sido moduladas en su frecuencia. A nosotros esto nos tiene sin cuidado porque el receptor de radio se encarga de demodular la señal, interpretarla y decodificarla para convertir la energía electromagnética nuevamente en sonido de modo que podamos disfrutar las fantasías de charlatanes en programas de radio hablada.

¿En qué frecuencia está el chi? ¿Cuál es su amplitud? ¿Cuál es su lugar en el espectro electromagnético? A todas estas preguntas, los expertos en vender chi (y “energías” místicas en general) responden con un atronador silencio.

Más silencio podemos disfrutar si nos explican cómo se transmite el chi por los ríos y por el cuerpo humano y por el aire, y cuál es el mecanismo fisiológico que tienen los pulmones para extraer del aire que respiramos no sólo oxígeno, sino “chi”. Y cómo se conserva el “chi” en el semen, si se puede medir cuánto hay y cuál es el mecanismo por el cual se almacena en el cuerpo.

Y, sobre todo, sería excelente contar con su explicación de por qué el chi se comporta distinto de todas las demás formas de energía del universo, claro.

Si fueran honestos, lo menos que podrían decir es que creen que el chi es una fuerza mágica y, por tanto, sobrenatural. Pero no lo dicen, porque gustan de contar fábulas diciendo que todo lo que se ha dicho sobre el chi es producto de las experiencias de monjes fabulosos y sabios sobrehumanos que, sin excepción, procedieron a morirse a tiempo sin que al chi le importara en lo más mínimo.

Es decir, tienen una creencia supersticiosa sin bases reales, sustentada en una tradición oral que no se sustenta en la experiencia real. Y eso venden. Y eso compran sus víctimas.

Otro día desmontaremos, también, las patrañas sobre cada una de las disciplinas relacionadas con esta fuerza que no existe. Baste de momento tener presente que cuando nos hablan de la “energía” del “chi” están hablando de una fantasía. El “chi” no es más real que las hadas. Sin embargo, la gente paga hoy por usar el “chi” aunque, por supuesto, nos negaría su dinero si le propusiéramos que nos lo diera a cambio de bailar en el bosque con los duendes.

Y,sin embargo, creen en este duende maravilloso, hijo como tantas otras teorías de la ignorancia de otros tiempos. No se puede condenar a quienes en el pasado creyeron en estas fantasías, ya que estaban empeñados en entender y controlar su mundo.

Pero cuando se ha demostrado más allá de toda duda que esa teoría era una falsa forma de entender la realidad, sí se puede (y se debe, cómo no) cuestionar a quienes siguen vendiendo productos ya caducados, sobre todo cuando lo hacen sabiendo que lo suyo es un timo.

Cuentos chinos II: ignorancia tradicional, ignorancia alternativa

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Cada tantos años, occidente “descubre” oriente y abre la bocota admirado, confundiendo lo “distinto” con lo “mejor”.

Hacia fines del siglo XIX, por ejemplo, una señora sabia en asuntos de dinero, Madame Helena Petrovna Blavatsky, luego de haber trabajado en un circo y como asistente de una médium fraudulenta en “sesiones espiritistas” chapuceras, tuvo la genial idea de inventar que la “sabiduría de oriente” (en particular del Tibet) resumía todo el conocimiento mundial y todas las religiones del planeta y percibió, con extrasensorial claridad, que eso, bien comercializado, podía ser un negocio fantástico. Con esa convicción, declaró que había sido “elegida” para llevar a occidente las maravillas de la sabiduría de oriente a tantos dolarucos la botella. Inteligente, doña Helena se fue directamente a Estados Unidos, país siempre dispuesto a consumir cualquier pavada y pagar por ella con dólares de verdad.

El resto es historia: Helenita fundó la Sociedad Teosófica en Nueva York en 1875, embaucó cantidades prodigiosas de pazguatos, amasó una saludable fortuna y vivió en la opulencia hasta que pasó “al otro lado del velo” en 1891. La manchita en todo el tema ocurrió cuando doña Helena se fue a fundar una sucursal de su empresita en la India, a ver si podía embaucar a los hindús con sus propios cuentos, pero tuvo que salir del país luego de que la acusaron de hacer trampa en las “materializaciones” que eran parte de su repertorio de ilusionista.

La herencia de Madame Blavatsky para los impostores que la siguieron fueron sus fantasías sobre el “cuerpo astral” y su estúpida convicción de que la hipnosis era una disciplina ocultista (tontería que siguen ordeñando numerosos farsantes).

EL yoga llegó a Estados Unidos por esos años, para morir y renacer varias veces, la más reciente en la última década,

En las décadas de 1950-60, hizo su fortunita un fascineroso que firmaba libros delirantes con el seudónimo de Lobsang Rampa, apelativo mamarrachesco que, juraba, era el nombre que tenía en el Tibet antes de transmogrificarse en estupenda metempsicosis al cuerpo del insignificante fontanero irlandés que ocupaba, un tal Cyril Henry Hoskins, que nunca fue a los Himalayas y que, según los budistas, no sabía un carajo partido por la mitad de budismo tibetano.

Por supuesto, las almas crédulas que se sintieron arrebatadas por las ficciones vertidas en libros como El tercer ojo y El cordón de plata no están para dejar que los budistas tibetanos les vengan a joder el invento, y se tragan completita la rueda de molino con la que les ha hecho comulgar un irlandés vivaracho.

China ha sido redescubierta una y otra vez por occidente desde el primer viaje de Marco Polo.

La más reciente oleada de supercherías chinas vino de la mano de un personaje tan inteligente y confiable como Richard M. Nixon, Tricky Dick. Cuando decidió hacer su acercamiento a China, hizo que el tirano de aquél entonces, el salvaje, ignorante pero listísimo Mao Zedong (que por entonces llamábamos Mao Tse Tung) pusiera en marcha a todo su equipo de propaganda para asombrar al yanqui con las maravillas del comunismo chino.

Antes de relatar las triquiñuelas con las que embaucaron a Ricardito Triquiñuelas, hay que entender la esquizofrenia que marcó la relación entre el Camarada Mao y las tradiciones chinas. Apenas termnada la revolución china, decidió que su especial marca de comunismo estaba refundando la historia desde cero, y que todo lo viejo y anterior era repelente, desagradable, ignorante y “burgués”. Esta filosofía gubernamental se mantuvo hasta la masacre organizada llamada, no sin sorna, la “Revolución Cultural”, en la cual hordas de fanáticos, en su mayoría jóvenes y que en su miserable vida habían visto a un burgués de verdad como los que votan al PP en España y al PAN en México, procedieron a destruir la riqueza cultural china y a apalear a sus científicos y artistas, poniéndolos a hacer labores campesinas para “reeducarlos” pues eran, se supone, “decadentes y burgueses”. Esto representó un salto hacia atrás para China del cual tardaría mucho en reponerse.

Pero antes de la visita de Nixon, Mao, que era un salvaje ignorante (y que nunca se lavaba los dientes, según su médico personal) pero muy listo, se dio cuenta de que no había logrado derogar las tradiciones chinas y que, para remate, su inepto manejo de la economía, que en 1959-1961 mató a millones de hambre, dejaba en el desamparo médico y consecuentemente encabronados a grandes sectores de su populoso país, razón por la cual, con la elegancia propia del sincero chaquetero, maromero y acomodaticio, decretó que la antigüedad china era, de repente, un legado cultural valiosísimo que había que rescatar, preservar y honrar estruendosamente.

En este entorno, la “medicina” tradicional china volvió por sus fueros, no porque sirviera para un carajo, sino porque era la opción ante la incapacidad del maoísmo de dotar de médicos a mil millones de habitantes. En otras palabras, se le permitió a la gente hacerse tonta con remedios inútiles para que se murieran sin protestar más que lo justo.

Y entonces, Richard Nixon, el señor Watergate en persona, decide visitar China. Y la enorme máquina de propaganda china (máquima eficientísima, como era indispensable para mantener el control sobre mil millones de súbditos del camarada) se puso en marcha. Una de las brillantes ideas fue promover la antigua superstición de la acupuntura como “anestesia”, para lo cual se anelgesió químicamente a una serie de pacientes (según lo relata el médico personal de Mao, Li Zhisui, que por supuesto era médico de verdad, ¿a poco creía alguien que el Gran Hombre chino se iba a curar con agujitas y tés?) se les pusieron agujas y se les hicieron operaciones asombrosas mientras Nixon dejaba escapar babas de metro cuarenta de largo.

No pasaron días antes de que los estadounidenses se interesaran por aprender acupuntura y usarla no para anestesiar nada, sino para curarlo todo cobrando montones de dólares. Porque la acupuntura, como todas las disciplinas de curanderismo silvestre, asegura que puede curarlotodo, absolutamente todo, sin excepciones y con mínima incomodidad para el paciente.

(Uno de los rasgos distintivos de la magia es la afirmación de que se puede obtener algo a cambio de nada, o algo grande a cambio de muy poco. Las leyes que funcionan en el universo, en particular las de la termodinámica dicen, si las desnudamos de fórmulas, que no se puede sacar de un sistema más energía de la que se depositó previamente en él. Por eso son imposibles las máquinas de movimiento perpetuo, aunque de cuando en cuando aparezcan desvergonzados en la televisión jurando que han conseguido esta quimera. En el caso de la medicina, por decir algo, la magia promete cura total sin problemas, cuando la medicina seria y con bases científicas apenas puede ofrecer tratamientos que pueden ser largos, incómodos, molestos, con posibles secuelas indeseables y que no van a funcionar con un 100% de seguridad.)

Éste es el cuento de la medicina tradicional china.

Parafraseando al Skeptic’s Dictionary: la medicina “tradicional” china no se basa en conocimientos de fisiología, bioquímica, nutrición, anatomía ni los métodos que sabemos que efectivamente curan enfermedades; tampoco sabe, ni le importa un pepino saber, de química celular, circulación sanguínea, funciones nerviosas, hormonas, enzimas, cromosomas, genes, endorfinas y demás cosas con nombres raros. Los “meridianos” por los que “corre” el “chi” (véase en este blog Cuentos chinos I) no se relacionan ni con el sistema nervioso ni con el aparato linfático ni el circulatorio, ni mucho menos con los órganos.

Lo más interesante es que en China, actualmente, se publican 46 revistas médicas profesionales a cargo de la Asociación Médica China… y por supuesto que en ninguna de ellas se trata ni la acupuntura ni la herbolaria tradicional china, porque esas patrañas son para consumo de memos, y los médicos chinos lo saben.

Porque, y éste es el quid del asunto, la “maravillosa medicina tradicional china” consiguió, en sus miles de años, que cientos de millones de personas murieran, jóvenes y en medio de atroces sufrimientos, a causa de enfermedades que hoy, en la medicina con bases científicas, son curables, tratables o incluso prevenibles.

En 1949, un año después del triunfo de la revolución china, la tasa de mortalidad era de 40 por mil, pese a todos los hongos, los tés y las agujitas mágicas. En los últimos años se ha reinstalado la inteligencia en China y esto se ha traducido en un mayor acceso de la gente a la medicina de verdad, la que no puede asegurar nada, pero nos da probabilidades infinitamente mejores. Hoy, esa cifra de 40 por mil se ha reducido a 6.7 por mil, coincidiendo exactamente con la difusión de medicina real entre la población china. La mortalidad infantil se ha bajado hasta 25/1000 (para comparar, las tasas actuales son: EE.UU.-6.8, Japón-3.3, México-23.7, España-4.5, India-59.6 y Mozambique-199). La expectativa de vida en 1948 era de 36 años, hoy es de más de 71.

Eso es lo que ha logrado la medicina con bases científicas en China. Evidentemente, ha conseguido lo que miles de años de supersticiones ignorantes y de aproximaciones empíricas no consiguieron resolver. China ha pasado de la medicina tradicional o alternativa a la medicina de verdad, con resultados demostrables.

Y es en este punto donde algunos ingenuos decididos a pasmarse con cualquier cuento, deciden que quizá su mejor apuesta para vivir vidas más largas, más sanas y más felices es… abandonar la medicina de verdad para pasarse a la medicina tradicional china.

Mayor imbecilidad es difícil encontrar.

Cada quién tiene derecho a optar por la medicina tradicional o alternativa, por rendirse como un australopiteco a las creencias más idiotas y abrazar la ignorancia tradicional o alternativa.

Lo que debería ser considerado un delito es que esas mismas personas lleven a sus hijos a que subnormales con diplomitas que no valen el papel en el que están impresos les claven agujitas o les receten tés de yerbajos con polvos serenados. Eso viola el esencial derecho de todo ser humano a una correcta atención a la salud. Y también violan esos derechos fundamentales los distintos centros de “medicina tradicional china” que se dejan cobrar hasta 132 euros por una “hidroterapia del colon” que no es sino una simple lavativa (inútil), y 90 euros por “consulta” (para que quede claro que le sale más barato un médico de verdad) anunciando curas que no pueden proporcionar en modo alguno.

Publicidad engañosa, violación de derechos fundamentales, cuentos chinos que ni los chinos se creen y una constelación de miserables buitres del dolor humano. Bonita colección para que las judicaturas le echen una ojeada, si los dejan las querellas que se ponen los famosos, famosillos, famosuelos y famosejos que nos plagan.

Jodorowsky: los delirios de un artista metido a curandero

Jodorowsky: los delirios de un artista metido a curandero

Actualización 24 de octubre de 2007: Desde que se publicó esta entrada, hemos recibido un bombardeo incesante de correos de adeptos de Jodorowsky, empezando por su hijo Adán, que me escribió muy ofendido (y luego se opuso a divulgar nuestro intercambio de correos, valiente él) más o menos a ritmo de un orate de la iglesia de Jodorowsky The Greatest por semana.

Al mismo tiempo, esta entrada se convirtió en objeto de una rebatinga monumental en la Wikipedia en español, pues los incondicionales del gurú se ocupan de mantener la limpieza y pureza de la entrada de la Wikipedia dedicada a exaltar al farsantesco actorcillo retirado, (en realidad hay una feroz censura y defensa de todo lo que hieda a esotérico, engañabobos, estupefaciente, místico y estafístico en dicha enciclopedia supuestamente “pública”, en la práctica secuestrada por los newageros). Por estos días, otro sesoplano deseoso de quedar bien con Alejandro Jodorowsky (o el propio chamán de pega, que manda a sus adeptos y a su hijo pero no se atreve a intercambiar opiniones conmigo, ni a insultarme como sus mensajeros, y menos tratar demostrar que me equivoco) ha vuelto a borrar el enlace de esa entrada a ésta, que sería la única visión crítica colada en el terso y uniforme mundo del pensamiento único en loor a Jodorowsky. Es un halago ver que tal gentuza arde de furia con mis sencillas observaciones sobre su ídolo de pies de barro y medios de vida sospechosamente desconocidos (¿hacienda francesa, anyone?).

(Actualización a 13 de junio: una lectora que asegura haber trabajado con Jodorowsky en su casa de París, me escribe para informarnos de que efectivamente tenía yo razón, el tipo que se contorsionaba cantando en el programa de Jodorowsky era su hijo, Adán Jodorowsky, que también se hace llamar “Adanowsky”, y me aclara que quien ayudó a Alejandro a tirar el tarot no fue “su hija Valerie”, como escribí equivocadamente, sino su esposa actual, Marianne Costa, que comparte la empresita familiar en la que destaca igualmente Cristóbal Jodorowsky, otro de los hijos del actor. Me señala también la lectora que la hija de Jodorowsky no se llama Valerie, es una persona normal, no se dedica a chupar del negociete de Alejandro.)
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El jueves 1º de junio enciendo el televisor y me encuentro, en la 2 de Televisión Española, una toma en la que se presenta un escenario enorme delimitado por tres megapantallas que, en un delirio de modestia y discreción, presentan el nombre “Jodorowsky” en letras de al menos dos metros de alto. Al centro del escenario aparece en una sillita un personaje que habla cansinamente soltando lugares comunes del new age, reciclajes de Paulo Coelho, trozos de Juan Salvador Gaviota para bobos, y lo reconozco como Alejandro Jodorowsky…

La televisión española le ha pagado dinero público a un vividor que, no exento de valor artístico (como veremos), se ocupa desde hace años de hacerse de oro con la más basta y chupaflautera charlatanería, la venta de un delirio llamado “sicomagia”. Es el programa llamado Carta Blanca, supuestamente dedicado a personajes de la cultura y donde distintos presentadores no profesionales harán lo que quieran durante 90 minutos cada uno.

Ésta es la oportunidad de Alejandrito, que además es pesado, pesado, pesado… como siempre, lo conozco hace años… pedante de mundial de pedantes, soberbio hasta la autoadoración, lo bastante arrogante como para decir que el tarot sólo lo entiende él (pero usted puede comprar un tarot diseñado por él, aunque ya le dijo que de todos modos usted es un idiota que no va a entender un carajo), el elegido de la “sicomagia” y, según versión proporcionada por él, un sujeto de una inteligencia preclara y una capacidad artística incomprendida por un mundo de patanes, un genio sólo comparable a un paquete que incluyera a Salvador Dalí, André Breton, Albert Einstein y Johann Sebastian Bach.

Pero todo tiene un principio.

Alejandro Jodorowsky en México

Cuando yo era un chaval, la escena de la intelectualidad mexicana dejaba espacio para muchos simuladores y farsantazos. Uno del montón de simuladores con la cabeza llena de aire que se fingían supermodernos era el joven dramaturgo y seudofilósofo seudooriental Alejandro Jodorowsky, desembarcado en México desde Chile, donde nació en el pueblo de Tocopilla, lo que en la delirante interpretación Jodorowskyana lo “predestinó” porque el tal pueblo está en el paralelo 22 y el tarot tiene 22 arcanos mayores.

Lo repito, porque vale oro molido para entender la enorme dureza de rostro de Alejandro Jodorowsky: estaba predestinado para ser tarotista porque el tarot tiene 22 arcanos mayores y el pueblo de Tocopilla está en el paralelo 22.

Así, hijos míos, se justifica cualquier loquera del mundo. Puede sacar conclusiones así con cualquier número imaginable.

Y venga a divertirse, siempre que sea cobrando.

En México, Jodorowsky hizo algunas cosas interesantes en teatro (su obra ingenuojipiteca El juego que todos jugamos o la dirección de El diario de un loco con el gran actor Carlos Ancira, en la que la obra de Gogol y la excelente actuación de Ancira valieron seguramente más que su dirección), dibujaba un cómic seudoorientalista harekrishnero yogopédico (“Fábulas pánicas”) en el diario de la ultraderecha (El Heraldo) y buscaba la fama a como diera lugar.

Entre 1968 y 1973, alcanzó renombre (como pedantazo seudovanguardista) con tres películas lamentables: Fando y Lis, basada vagamente en ua obra de Fernando Arrabal y que logró escandalizar a los asistentes al festival de cine de Acapulco (que era lo único que pretendía), la mil veces peor El Topo, que para remate lo llevaba a él de protagonista como héroe de western subdesarrollado y a su hijo Brontis como soprotagonista infantil, y la absolutamente infumable: La montaña sagrada con más parientes suyos en nómina.

Para júbilo de los mexicanos, Alejandro decidió poco después irse a Francia, donde tuvo una carrera no despreciable como guionista de comic en la revista Metal Hurlant, pero volvió a México en 1989 para perpetrar una cuarta película, Santa Sangre, donde ahora nos asestó a sus hijos Adán y Axel como protagonistas y a otros de sus parientes en el elenco, estuvo implicado en alguna de las adaptaciones de la novela “Dune” al cine (su versión fue tirada a la basura por el productor De Laurentiis) y se ocupó de desarrollar lo que él llama “sicomagia”.

Cualquier ocurrencia cura, porque lo digo yo

Alejandro Jodorowsky, como se diría en los años 60, “se quedó en el viaje”, frase que se utilizaba con cierta frivolidad para indicar a los jóvenes que nunca se recuperaban de una experiencia o “viaje” con psilocibina, peyote, hongos, LSD o cualquier otro psicodisléptico alucinógeno. Muchos de los que vivimos esa época conocimos a alguno de esos jóvenes que, creyéndose que “expandían su conciencia” metiéndose potentes sustancias peligrosísimas y descontroladas (pero muy “naturales”), acabaron en un siquiátrico de por vida o cuando menos se frieron el cerebro con gran eficacia.

En lo artístico y en lo filosófico, pues, Jodorowsky se quedó en el viaje del happening sesentero de vanguardia fácil, esa actitud adolescente llamada pour épater la bourgeoisie, o “para dejar estupefacta a la burguesía”, o para escandalizar a las buenas conciencias, que es lo mismo, con algunos elementos simples: 1. Herejía anticristiana, mucha y de carácter basto y poco sutil, con referencias que sean indudablemente ofensivas para los creyentes, 2. Uso explotador de personas deformes, dementes, discapacitadas, mutiladas o excesivamente delgadas, gordas, altas o bajas, 3. Sexo, mucho, con abundantes referencias vagamente sicoanalíticas y de preferencia con toques sadomasoquistas, incestuosos o prohibidos de otra forma que también ponen de pestañas a las antedichas “buenas conciencias”, 4. Sangre a cubetadas, resultado de potente violencia sin más motivo que su efectismo visual, y si posible una buena cantidad de mierda, personas defecando y cosas así de profundas, 5. Situaciones absurdas concatenadas sin motivo alguno, fingiendo significado donde obviamente no lo hay (acá siempre tuve la impresión de que estos pobres pensaban que el teatro del absurdo, como la maravillosa Esperando a Godot de Beckett, en realidad no significaba nada, y que bastaba juntar cosas absurdas a lo orate para ser “profundo” y merecer reconocimiento; la historia ha concluido que Beckett y Ionesco son unos genios del teatro y los imitadores como Jodorowsky y Arrabal son unos intrascendentes condenados al olvido).

Fuera de esos 5 puntos, no hay nada de sustancia, de interés, de profundidad. Allí llegó el rollo Jodorowskyano y allí se momificó hacia 1970, lo cual en esos años, en plena época hippie de revolución sexual, de rebeldía política y de verdaderos genios que hacían cosas extravagantes más o menos parecidas pero muy bien (como Dalí) era asunto cumplido y bastante para hacer famoso a un chaval desvergonzado y obsesionado, pero que hoy en día no da para hacer arte ni “magia” que valga un pepino.

Jodorowsky y el “movimiento pánico” que generó junto con Fernando Arrabal, Topor y otros, se basaron en su visión peculiar del simbolismo, dada su creencia inamovible en el sicoanálisis (y cierta envidia por haber nacido demasiado tarde para ser surrealistas, me atrevo a suponer), asunto que puede estar muy bien para un artista que pretende encontrar símbolos para provocar ciertas emociones pero que cuando se vende para “curar” personas con problemas emocionales graves, preocupaciones o situaciones psiquiátricas es de una irresponsabilidad sublime.

Cómo ser engreído y llenarse de plata en el intento

La idea detrás de la “sicomagia” es que, según Jodorowsky, todo el mundo tiene exactamente el mismo imaginario simbólico sexual-sanguinario-freaky-copromítico que distingue a Jodorowsky. Ésta es la base, porque determina, por dogma de fe, que Jodorowsky entiende la mente humana mejor que nadie, es la “mente humana” arquetípica y perfecta, en la que cabe la mente de todos los demás, y por ello es precisamente Jodorowsky el elegido para inventar los rituales simbólicos que curarán los males de las personas. Así, Jodorowsky (y sus parientes, que cobran en la misma nómina y siempre viajan en manada) son los únicos sicomagos de verdad (o al menos eso afirmó durante décadas, ahora al parecer da clases a sicomagos), son los que saben qué ritual externo será “entendido” por el “inconsciente” (y aquí sigue sin haber demostración de la existencia del inconsciente, como no la hay de su hermano, el subconsciente) para “curar” al paciente.

(Antes, el irresponsable Jodorowsky trató de curar enfermedades de verdad, incluso haciéndole al cirujano psíquico, porque lo impresionó cierta famosa farsante mexicana, la bruja Pachita, cuyo hijo hacía supuestas operaciones síquicas más falsas que un euro con la jeta de Jodorowsky, pero el resultado fue lamentable y, como el chileno es un orate pero no un tonto, se dio cuenta de que por ese camino podía acabar en la trena, en chirona, en el frescobote, en cana, adentro, así que ahora se ocupa de males del corazón menos sujetos a responsabilidades ante los tribunales.)

La “sicomagia” jodorowskyana, hay que repetirlo, se apoya en enormes cantidades de rollos sicoanalíticos que nadie ha demostrado pero que el ignorantazo Jodorowsky no sólo cree a pie juntillas, sino que ¡confunde con la psiquiatría!: traumas, inconsciente, psicoanálisis, complejo de Edipo, sublimaciones, y unas obsesiones sexuales que dan cierto patetismo a la figura del chileno si es que él las tiene. Pero no es sólo sicoanálisis, es el sicoanálisis peculiar según Jodorowsky, o sea que si usted tiene problemas emocionales puede elegir entre acudir a un psicólogo, a un psiquiatra o a un actor y director de cine con delirios místicos que en su puta vida estudió nada de comportamiento, neurociencias, sueño, neuroquímica o psiquiatría.

La elección es obvia, ¿no?

¿Cómo es un ritual simbólico surgido de la absurda mente de alguien que se quedó en la sicodelia simplona de los años 60 para asustar a sus papás y demostrarles que es un rebeldote de ultravanguardia, cómo es este ejemplo de pensamiento desordenado en toda su fuerza? Por ejemplo, a una viuda trista que nunca tuvo hijos le hizo la “recomendación sicomágica” (forma elegante de decir que le soltó la primera estupidez mamerta que le salió del frito encéfalo) que consiguiera un huevo fértil de gallina y se lo metiera en la vagina hasta que naciera el pollito, con lo cual, supone el orate Jodorowsky, ella “sabrá” lo que es traer una vida al mundo y ya no estará triste por ser una viuda sin hijos.

¿Juát? ¿Qué coños tiene que ver el empollar un huevo de gallina en la vagina (con todo lo poco higiénico y poco probable que evidentemente es para la gente normal) y expeler un pollito medio ahogado con tener un hijo de verdad humano, propio, con futuro, y amarlo, disfrutarlo, educarlo, verlo crecer? Pues obviamente nada, pero Alejandro se queda convencido de que es un genio. ¿Ha demostrado alguna vez Jodorowsky que esa “curación” realmente es lo mejor para darle la paz emocional y espiritual a una viuda triste que no tuvo hijos? No, pero qué importa si lo puede hacer, escribirlo en un libro e impresionar a sus posibles compradores…

Así tiene y difunde como “sicomagia” cualquier cantidad de delirios simbólicos: que la impotencia y la eyaculación precoz se curan robándole la ropa a mamá y diciéndole a la amante que se ponga la ropa de mamá para proceder al coito, con lo cual, cree Jodorowsky sin tener ninguna necesidad de demostrarlo, se “sublima” el supuesto “complejo de Edipo” resultado del incesto que él cree que está presente en “todas” las familias. ¿Cómo lo sabe? No lo dice (uno sospecha que no lo sabe, le da igual, le basta creerlo). ¿Puede demostrarlo? Ni de coña.

No abundaremos sobre su otro ritual sicomágico simbólico que implica recomendar, en televisión y cobrando dinero de verdad de los contribuyentes españoles, cagarse literalmente en la tumba de los abuelos para luego limpiarla y perfumarla. (Pregúntese usted si el tal Jodorowsky lo habrá hecho alguna vez, y la respuesta le dará una medida de la honestidad de este autoproclamado “sicomago”.)

Mentir por dinero es ser sicomágico

Pero todo esto no sería sino un delirio de un farsante ambicioso o una condición psiquiátrica digna de atención si no fuera porque Jodorowsky, con los rollos adicionales del sicochamanismo y la sicogenealogía (él ve su árbol genealógico y le diagnostica sus enfermedades, en serio) se ocupa constantemente de mentir para darse lustre. En 1997 ya alucinaba que “Los científicos creen que ellos van a arreglar el mundo, pero son los artistas quienes pueden curar a la gente”, con ese desprecio a la ciencia propio del que nada sabe de ella. Cuando fue a México, en 1999, a presentar uno de sus libros de “sicomagia”, lo entrevistó mi brother César Güemes (fino periodista cultural), soltó que: “Voy a modificar un poco las cosas a partir del concepto del sicochamanismo, pero ya con asesoramiento de médicos. Ese es el siguiente paso”. Hoy, en 2006, sigue sin aparecer un médico de verdad que avale los delirios siconegociantes, sicofumados y sicoengreídos de Jodorowsky, ¿lo dudaba usted?. Pero luego Alejandro se va a Chile y allí resulta que en México en vez de presentar un libro, le había dado un curso de “sicomagia” a docenas de médicos y sicoanalistas… ¡cosa de la que nadie se enteró en México!

Sus frases no tienen desperdicio: “…admiro y aprecio a los charlatanes, porque curan. Un charlatán cura más que un médico, porque a veces los médicos envenenan…”

Si usted entiende esto, explíquemelo, es decir, “a veces” los médicos “envenenan” (podría ser, ser médico no es garantía de no cometer errores), y ésta es la razón, la causa, la explicación de que un charlatán cure más que un médico… ¡no seas payaso, Jodorowsky!

En el programa, que se suponía que era de entrevistas, pero no se fije usted mucho, Jodorowsky ofreció algo de la estética arriba delineada, los cinco puntos con la participación entusiasta y cobrando (como siempre) de su familia. Ejemplo de ello fue la canción que interpretó alguien que parece (lo apostaría) otro hijo suyo, convulsionando ante una mujer tremendamente gorda vestida de corista. ¡Wow, qué motherno!

Porque en el programa uno descubre que las entrevistas son sólo pretexto para que Jodorowsky cobre mientras anuncia sus productos, hablando de la sicomagia, del tarot, de su genialidad y chingonería iniciática, de promover sus libracos y tirar el tarot, que según Alejandrín tiene que ser “tirado” entre dos. Cualquiera que haya estudiado la curiosa superstición del tarot sabe que esto no es tal, pero es una ocurrencia que generó Jodorowsky para duplicar el salario que se le cobra al gil (en este caso el fisco español), porque quien le ayuda a tirar el tarot en pantalla es, ¿por qué no me sorprende?, su hija Valerie.

Con los ingresos del fisco y de los fascinados compradores de libros, Jodorowsky se puede dar el lujo de “no cobrar” por leer el tarot en París, ciudad que contamina desde hace algunas décadas, y así asegurar públicamente que dispone de una “pureza” que supuestamente lo legitima… Pero al final del lamentable programa muestra el cobre dedicando varios minutos a lo que mejor hace: darse autobombo hablando de “mi libro”, y “mi otro libro” y “mi último libro que estoy haciendo” para que usted, entusiasmado porque realmente parece que Alejandro sabe de qué recarajos está hablando, mañana ponga su dinero otra vez en el bolsillo del simulador chileno.

Si en asuntos de otros terrenos el actual gobierno español parece tener claras las cosas y la brújula en buen estado de funcionamiento, en cuanto al mundo de la irracionalidad, la charlatanería y el embuste seudomédico está más perdido que Hugh Hefner en un monasterio: a los “reconocimientos” oficiales a rituales curanderistas no probados y sólidamente criticados por la medicina como la acupuntura y la homeopatía agrega ahora el salario, la producción, los salarios familiares y, suponemos, el viaje y la manduca de Alejandro Jodorowsky para zumbarnos por televisión sus delirios nunca demostrados.

Y además es pesado el tipo…

Lo que la gente busca en Internet

Lo que la gente busca en Internet

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El servicio Sitemeter que nos proporciona el recuento de visitas a este blog (demostrando que tenemos más visitantes que, incluso, el sitio de Santi Molezún, con un promedio de casi 100 visitantes diarios) permite también ver qué búsquedas estaban haciendo los internautas en los más importantes motores (Google, Yahoo!, MSN, Altavista) para llegar a este cocedero de embaucadores.

A veces las búsquedas de la gente son bastante obvias. Palabras o conceptos simples como “auriculoterapia” o “jaula de Faraday” que arrojan entre sus resultados referencias a nuestro blog.

Pero en otras ocasiones las búsquedas son sumamente reveladoras. Por ejemplo, “cómo saber si poseo la habilidad de la telekinesis” (asunto que merece que un día le demos un repaso a J.B. Rhine, a su desorden experimental y a los vivales que siguen ordeñando el nombre del desprolijo investigador)

Otro busca “fotos del padre Marcial Maciel”. Sí hemos mencionado a este gurú de la ultraderecha católica mexicana que tanto poder detenta en el Vaticano, en México y en España, pero resulta curioso que a alguien le interese conocer la faz de este personaje, misma que puede conocer aquí cuando era jovencito (actualmente tiene 84 años). Ahora que, si está interesado en las andanzas de este iluminado, bien puede también visitar esta página de Pepe Rodríguez donde se relatan las acusaciones de abusos sexuales que ocho alumnos de Maciel hicieron ante el Vaticano sin lograr conmover a Juan Pablo II, y recorrerse este sitio que detalla cómo el PP español le dio 4 millones de euros del erario al grupo (por algo a los Legionarios de Cristo, el grupo de Maciel, se les conoce también como los Millonarios de Cristo), o repasar este otro sitio que da cuenta de la vinculación entre Marcial Maciel Degollado y la esposa del presidente de México (y aspirante impaciente a sucederlo) Martha Sahagún.

Otra búsqueda que nos alucinó (o flipó, como se dice en España) es “viagra dilucion homeopatica”. Tan curiosa búsqueda lleva a dos sitios que contienen esas tres palabras, nuestro blog y un artículo llamado “Psicosexología y homeopatía”, incluido en el área de “Medicina natural” (por supuesto) de un sitio llamado “sexovida.com”. En el delirante artículo que osan firmar el Lic. Norberto Litvinoff, psicólogo y sexólogo, y Alberto Chislovsky, analista junguiano (es decir, ninguno de los dos es médico), se suelta la siguiente vaguedad: “Se están por realizar estudios con la dinamización homeopática del Viagra, que no sólo exacerbaría sus potencialidades eréctiles, si no que además carecería de contraindicaciones, dada la naturaleza propia de la fabricación del remedio homeopático…”

Pues si se están por realizar les podemos ir informando que al diluir el o la Viagra pasa exactamente lo mismo que cuando se diluye cualquier cosa: sus efectos disminuyen.

De algunas cosas que la gente busca, los datos sólo los hay en inglés, así que aprovechamos esta oportunidad para trasladarlos al castellano. Tal es el caso del mayor experimento homeopático de la historia: el suicidio masivo por homeopatía de un grupo de ciudadanos belgas.

Hace pocos meses, para protestar por la enorme estupidez de las aseguradoras belgas, que decidieron empezar a cubrir el 20% de los gastos homeopáticos de sus asegurados a costillas, por supuesto, de todos los asegurados del país, 23 belgas decidieron probar la falsedad de la fantasía homeopática de que “diluir y agitar” una sustancia la hace “más potente”. Para ello, hicieron un coctel mortal que incluía veneno de víbora, belladona, arsénico y leche de perro (el riesgo acá estaba en ordeñar a un pitbull y salir con las dos manos enteras, al parecer). Dado que la disolución común en los pseudoremedios homeopáticos es la llamada 30C, decidieron diluir su atroz mezcla siguiendo las indicaciones que Hahnemann se sacó de la manga. Una dilución 30C significa que la sustancia (en este caso el veneno), se diluye 10^60 (10 a la 60 potencia) veces, es decir, un 10 seguido de 60 ceros. Para darse una idea de lo que significa esa dilución tan común en el delirio homeopático, vale la pena señalar que todo el planeta Tierra tiene solamente 10^50 moléculas (un 10 seguido de 50 ceros). Según los homeopateadores, esa dilución es tremendamente poderosa, y tal es el nivel de dilución al que venden mejunjes en sus tiendas de magia. Diluidos en alcohol (al modo homeopático) y debidamente agitados, los ingredientes del coctel mortal, según los homeópatas, liberarían sus espíritus enormemente potenciados, matando a quien los tomara con mayor eficacia que si se los hubieran tomado sin diluir ni dinamizar (o sucusionar). Allá fueron los escépticos y tras ellos la radio y la televisión. Se preparó el brebaje siguiendo las prácticas homeopáticas y los 23 salvajes cientificistas se tomaron cada uno el equivalente a varios comprimidos o gotas homeopáticas: un vaso del resultado. ¿Adivina usted lo que pasó después? Pues que los muy cabronazos no se murieron. Ni siquiera sintieron cosquillas en las tripas, sólo los naturales efectos de un vaso de alcohol puro.

Varios llegan por acá buscando las palabras “el retorno de los brujos”, nombre de aquel famoso tamal de Louis Pauwels y Jacques Bergiere que tan famoso fuera en los años 60 y 70, y que hizo que muchos se interesaran en todo tipo de misticismos y esoterismo. El libro es un compendio de cosas que comparten la característica singular de no funcionar pero de ser “interesantes” a primera vista, desde catedrales hasta ovnis, desde Gurdjieff hasta la teoría de la Tierra cóncava, casi todas las charlatanerías conocidas entonces entraban en tal tabique. Obviamente, el título de este blog es un antihomenaje a las imbecilidades que coleccionaron los dos amigos.

Una cantidad asombrosa de visitas (al menos una docena de los más de seis mil visitantes que han pasado por acá en tres meses) buscan “las hadas de Cottingley”, el famoso fraude de dos niñas aficionadas a la fotografía que llegó a creer incluso Arthur Conan Doyle, quien por desgracia nunca compartió la seria racionalidad de su creación, Sherlock Holmes. Para quienes están interesados en el tema, vale la pena que vean las fotos originales aquí (pueden hacer clic en cada una de las fotos para verla en grande) y después, ya habiendo constatado que las hadas parecen recortes planos, ir aquí para ver una de las ilustraciones del poema de Alfred Noyes “Un hechizo para un hada”, publicado en 1914 en el libro Princess Mary’s Gift Book de Claude Shepperson, uno de cuyos ejemplares, tres años después, recortaron, colorearon y dotaron de alas las hacendosas Frances Griffiths y Elsie Wright para verle la cara de bobos a los adultos que las rodeaban.

Al menos un visitante llegó acá buscando “fenómenos para anormales”. Aunque no hay modo de saber si lo escribió así por malicia o por ignorancia, yo prefiero creer en la mala leche humana y opto por la malicia.

Otros ya buscan con clara intencionalidad, como el que llegó a estos lares con la búsqueda “quiropractica ¿ciencia o fraude?”, pero algunas búsquedas tienen un cierto pathos que no puede sino preocupar a alguien con imaginación despierta. Búsquedas como “magnetoterapia infertilidad” nos hacen pensar en alguien, quizá una pareja, buscando ilusionadas algún remedio a su infertilidad (por supuesto, los vendedores de imancitos dicen que sus rayos mágicos “curan la infertilidad” sin importar a qué se deba, y por supuesto mienten), o alguien que buscó “sofrología éxito deportivo” y nos hizo pensar en un atleta decidido a triunfar como fuera, antes de enterarnos de que existe, realmente, un libro llamado Sofrología y éxito deportivo de una doctora Edith Perreaut-Pierre. Sería interesante saber a qué se refiere la doctora, pero no vamos a sacudir los 14 euros que cuesta el tomo.

Finalmente, hoy tenemos también a alguien que busca “qué enfermedades cura la orinoterapia”. La tremenda cochinada de beberse uno sus propios meados (llevándole la contraria a su cuerpo, algo que suena bastante antinatural) metiéndose de vuelta lo que el cuerpo echa fuera es una práctica no del todo inocua, y menos si uno tiene problemas de exceso de ácido úrico, gota u otras afecciones, aunque los pipiterapeutas (o meadomédicos) digan que “no hay contraindicaciones”. Quienes sufren insuficiencias renales pueden tener, sí, una pequeña reacción secundaria y morirse. El hecho real es que no hay ninguna base para las afirmaciones delirantes que hacen estos curanderos respecto de los beneficios de esta práctica. Claro que habrá que ver si los seguidores de la “medicina ayurvédica” que promueve la orinoterapia también abrazan encantados otros “remedios milenarios” del ayurveda, como comer heces de cabra para la indigestión.

Sólo vale la pena señalar que hasta proponentes de esta porquería como las “doctoras” Beatrice Barnett y Margie Adelman advierten que quienes beben su propia orina pueden sufrir efectos secundarios nocivos como náusea, migrañas, forúnculos en la piel, urticaria, espinillas, palpitaciones, diarrea, ansiedad y fiebre. Para que lo tengan presente antes de beberse ese apetitoso vaso de meados.

Tales son los enredados caminos por los que la gente aterriza en este blog. Todos, claro, son bienvenidos. Incluso los que vienen a hacer berrinche y a desearnos lo peor.

Carta abierta sobre la pseudomedicina

Carta abierta sobre la pseudomedicina

Podríamos hablar mucho acerca de la ley que desde el 1º de enero justifica el odio al fumador, en tiempos donde no se permite discriminar legalmente ya a casi nadie excepto a los fumadores, que han pasado a ocupar el espacio de otras minorías objeto del escarnio legalizado y hoy habitante del gulag de nicotina.

No creo que quienes hicieron dicha ley entendieran esto. Optaron por la represión y no la educación o la concienciación, o el control de los fabricantes de productos de tabaco, para inventar provocar la salud por decreto, y así deberemos vivir, aunque el ordenamiento en cuestión nos haga pensar en lo que El Quijote le explicaba a Sancho Panza sobre la labor de legislar:

No hagas muchas pragmáticas, y, si las hicieres, procura que sean buenas y, sobre todo, que se guarden y cumplan; que las pragmáticas que no se guardan lo mismo es que si no lo fuesen, antes dan a entender que el príncipe que tuvo discreción y autoridad para hacerlas, no tuvo valor para hacer que se guardasen, y las leyes que atemorizan y no se ejecutan vienen a ser como la viga, rey de las ranas, que al principio las espantó, y con el tiempo la menospreciaron y se subieron sobre ella.

(Por otro lado, el aplauso entusiasta, la adhesión sin restricciones y los votos unánimes del Partido “Popular” por esta iniciativa habrían bastado para dispararle las alarmas a gente de una izquierda menos pudiente.)

La firme decisión casi estalinista que anima esta ley de salud por orden superior contrasta, desgraciadamente, con un descuido gravísimo en otros temas relativos a la salud, y no queda sino preguntarse por qué.

Como preguntarle al aire no da respuestas muy sólidas (dijera lo que dijera Bob Dylan), estoy preparando una carta abierta a las máximas autoridades electas españolas para plantear tales preguntas, y deseo compartir el primer borrador de la misiva con las lectoras y los lectores de este blog, para que me ayuden a que sea más clara y efectiva, a detectar omisiones y a expresar si consideran que sería oportuno enviarla a título colectivo, convocando la firma pública, o me embarco yo solo porque de todos modos no le van a hacer caso.
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Señor Presidente de Gobierno Don José Luis Rodríguez Zapatero
Señora Ministra de Sanidad y Consumo Doña Elena Salgado
Señores Diputados y Senadores

España se ha convertido sin duda alguna en el verdadero paraíso de los pseudomédicos, sin que esto haya llamado la atención que merece por sus efectos en la salud general de la población, por lo endeble de las bases sobre las que se funda la creencia en estas prácticas y porque estos efectos no están cuantificados ni debidamente estudiados. Estas omisiones deben resolverse para proteger a las víctimas de las estafas y timos pseudomédicos.

Los pseudomédicos que disfrutan de patente de corso en el país no tienen en lo más mínimo los conocimientos, preparación, experiencia y capacidad necesarios para diagnosticar correctamente las enfermedades ni mucho menos para señalar las terapias adecuadas para su curación o control. Y sin embargo, lo hacen de manera impune, masiva y abierta.

Lo que practican, la pseudomedicina, se disfraza con diversos nombres como “medicina alternativa”, “complementaria”, “natural”, “tradicional” que no significan en realidad nada.

Bajo la máscara de palabras y conceptos que tienen una indudable aceptación popular, se ocultan numerosas formas de la superchería de la salud cuyos practicantes y beneficiarios económicos actúan al margen de la ley pero sin verse afectados por ella.

Para atender pacientes, recetar remedios y cobrar sin responsabilizarse por posibles daños a los pacientes, basta afirmar, sin más bases que el deseo de hacerlo, que uno se dedica a las “medicinas alternativas”: homeopatía, acupuntura, flores de Bach, sales de Schüssler, quiropráctica, naturismo, hipnoterapia, ayurveda, reiki, qi-gong, herbolaria tradicional, medicina china, fitoterapia, imposición de manos, medicina cuántica (o “quántica”), energética, magnetoterapia, cristaloterapia, hidroterapia del colon, chamanismo, apiterapia, iridología, holística, taquiónica, psiónica, reflexoterapia, auriculoterapia, cromoterapia, biorresonancia, biomagnética, radiestésica, piramidoterapia, gemoterapia, shiatsu, aromaterapia, do-in, kinesiología, macrobiótica, Si Jun Zi Tang, terapia neural, moxibustión, antroposófica, musicoterapia, sofrología, Faldenkrais y literalmente cientos más.

Todas estas prácticas tienen en común ciertos elementos que deberían, supone uno, preocupar a los responsables políticos de la salud y el bienestar de sus gobernados:

Ninguna tiene ninguna validación científicamente sólida de sus postulados, ni en el laboratorio ni en las pruebas clínicas que se exigen a todo medicamento o dispositivo médico genuinos.
Ninguna cuenta, por lo mismo, con estudios sólidos sobre sus efectos secundarios dañinos o perjudiciales, así como sus contraindicaciones, como los que se exigen a todo medicamento o dispositivo médico genuinos.
No se les exige responsabilidad por malpraxis, por daños a los pacientes o por errores diagnósticos con consecuencias graves, como se exige a los médicos y a los fabricantes de medicamentos y dispositivos médicos genuinos.
Todas niegan rotundamente la validez de la ciencia y de la medicina basada en el conocimiento científico (fisiología, anatomía, bioquímica, farmacología, etc.) y luchan por evitar que sus clientes acudan a los médicos y sigan tratamientos que han sido probados en el laboratorio y clínicamente.
Todas tienen como único sustento publicitario algunas evidencias anecdóticas cuidadosamente seleccionadas por los propios interesados (los pseudomédicos y los acaudalados fabricantes de pseudomedicamentos).
Ninguna ha realizado jamás una sola aportación sólida, real y relevante a la salud pública, como serían, digamos, la vacuna contra la rabia, la penicilina, la anestesia o la síntesis de la insulina.
Todas están actualmente empeñadas en obtener un reconocimiento por parte del estado (sin cumplir los requisitos que se exigen a los médicos, medicamentos y dispositivos médicos genuinos) con objeto de poder obtener parte del dinero de los seguros médicos privados e incluso de la seguridad social, especialmente en Europa.
Todas se difunden libremente, sin estar sujetas a las exigencias de publicidad no engañosa a las que está sujeto el resto de la economía.

No es que sean, como los abortistas de tiempos por fortuna idos, sujetos que trabajan en la oscura clandestinidad, a los que se llega conectando con los barrios bajos, no. Están en la televisión, con espacios fijos como el espacio televisual de media hora que disfruta varios días a la semana un personaje llamado Txumari o Chumari Alfaro, donde se ocupa de recomendar al público cualquier cantidad de remedios extravagantes y no probados, sin pruebas de que sus pócimas funcionen y sin asumir responsabilidad alguna si no funcionan o hacen daño.

Los pseudomédicos se anuncian abiertamente en los diarios, la radio y la televisión, prometiendo curas milagrosas, soluciones mágicas, respuestas inmediatas y resultados milagrosos sin atenerse a ninguna norma ética sobre la publicidad. Aseguran que lo curan todo y que no tienen efectos secundarios, afirmaciones comprobadamente engañosas que conllevarían una sanción para cualquier otro actor económico que las hiciera en los medios de comunicación.

Incluso, los pseudomédicos no se ven afectados por descubrimientos como los que publicara la prestigiosa revista médica británica The Lancet en agosto de 2005, demostrando por medio de cuidadosos análisis que la homeopatía no tiene efectos superiores a los de cualquier otro placebo. Esos descubrimientos, que significarían el fin de disciplinas enteras o de medicamentos de gran venta en el mundo de la medicina, han sido ignorados por igual por los poderes públicos y por los propios pseudomédicos.

Así, quienes se ocupan de hacer las estadísticas de salud en España no han tenido tiempo de ver cuántas personas acuden a estos curanderos, pseudomédicos o médicos brujos, cuánto dinero se gasta anualmente en consultas con personas que practican el intrusismo médico y la simulación, y en los medicamentos, tratamientos y terapias que estas personas recetan.

Muchísimo menos existen estadísticas sobre los fallecimientos provocados directamente por estos tratamientos o indirectamente al abandonar el paciente su tratamiento médico al convencerlo el mercader pseudomédico de que no le ayudará, ni sobre los efectos que tienen sobre la calidad y expectativas de vida del paciente, ni menos sobre el costo que implica para la sanidad pública el atender a personas agravadas por las más diversas prácticas pseudomédicas.

Ni qué decir que parece estar ausente también el control hacendario sobre tales ingresos para garantizar que aporten lo justo a las arcas públicas, de lo que se congratulan los pseudomédicos junto con colegas suyos del mundo esotérico como los astrólogos, videntes, adivinos y brujos en general.

Por el contrario, empresas dedicadas a la promoción de todo tipo de prácticas esotéricas, paranormales y pseudocientíficas como Alfeón, de Irún, se ufanan abiertamente de recibir subsidios gubernamentales del INEM procedentes de los fondos europeos para realizar cursos especializados de disciplinas paramédicas, cuando su director no tiene ninguna preparación reconocida como profesional de la medicina o la paramedicina legítimas.

Evidentemente, se entiende que al haberse creado una percepción popular que indica que las prácticas curanderistas que simulan ser “medicinas alternativas” tienen alguna efectividad o bondad, y al ser cuestión de cierta “corrección política” el laissez faire en estos temas, por no incomodar a votantes que acuden masivamente a dejar su dinero en manos de pseudomédicos, se podría pensar que tocar el tema desde los poderes públicos sería políticamente poco conveniente.

Pero, en esa lógica, si la percepción popular dijera que hay “brujas”, un gobierno electorero y populista bien podría mirar para otro lado si cada semana una o dos mujeres de avanzada edad y dueñas de gatos negros fueran quemadas vivas en las plazas públicas españolas.

El asunto no debería pues enfocarse por su valor electoral, si tal fuera el caso, sino como un asunto esencial de salud pública y de la responsabilidad que tienen los gobiernos de garantizar que sus representados no sean engañados y tengan acceso a la mejor salud posible, como lo dispone la Constitución Española.

Igualmente, es posible que alguno de ustedes, representantes electos, sustente creencias firmes y muy respetables respecto a la eficacia de una o más prácticas pseudomédicas. Sin embargo, en la medida en que estas prácticas no sean validadas científicamente, seguramente es claro que tales creencias pertenecen al ámbito íntimo de las convicciones religiosas o la afición a un deporte, y por tanto no pueden ni deben normar la política pública de sanidad y de protección a la población en general.

El Artículo 43 de la Constitución Española establece:
1. Se reconoce el derecho a la protección de la salud.

2. Compete a los poderes públicos organizar y tutelar la salud pública a través de medidas preventivas y de las prestaciones y servicios necesarios. La ley establecerá los derechos y deberes de todos al respecto.

Y el Artículo 51 dice, por su parte:
1. Los poderes públicos garantizarán la defensa de los consumidores y usuarios, protegiendo, mediante procedimientos eficaces, la seguridad, la salud y los legítimos intereses económicos de los mismos.

2. Los poderes públicos promoverán la información y la educación de los consumidores y usuarios, fomentarán sus organizaciones y oirán a éstas en las cuestiones que puedan afectar a aquéllos, en los términos que la ley establezca.

Lo cual nos lleva al punto esencial de esta carta abierta, el de ruegos y preguntas a sus señorías.

¿Consideran sus señorías, el señor Presidente de Gobierno, sus Ministros y los Diputados y Senadores, que mediante el silencio complaciente con embusteros, timadores y simuladores se está protegiendo la salud como lo exige el artículo 43 de la constitución?

¿Dirían sus señorías que mirar para otro lado es una forma de organizar y tutelar la salud pública?

¿Consideran sus señorías que se están estableciendo las medidas preventivas necesarias cuando cualquier persona sin ninguna preparación, certificación ni demostración puede fingir que diagnostica y cura, cobrando por ello?

¿Afirmarían sus señorías que el silencio absoluto de la ley es la forma adecuada de establecer los derechos de los pacientes y los deberes de quienes medran con su dolor y desesperación?

¿Es, a juicio de sus señorías, la desatención total una forma válida de garantizar la defensa de los consumidores y usuarios de las pseudomedicinas?

¿Sería opinión de sus señorías que desoír los hechos es un procedimiento eficaz para proteger la seguridad, la salud y los legítimos intereses económicos de las víctimas?

¿Es convicción de sus señorías que la omisión total es la mejor forma de promover la información y la educación de los consumidores y usuarios de la charlatanería médica, de fomentar a las organizaciones que critican a esta moderna brujería?

¿Consideran sus señorías que la sordera selectiva es la mejor manera de oír a las organizaciones en las cuestiones que pueden afectar (y afectan día a día) a un número indeterminado de ciudadanos?

En caso de que la respuesta a éstas preguntas sea “No”, ruego respetuosa y encarecidamente que se emprendan las medidas necesarias para conocer las dimensiones que tiene en lo sanitario y lo económico la presencia y accionar permanentes de las legiones de pseudomédicos que hoy actúan libremente, proceder a exigirles a todos ellos que cumplan con los mismos requisitos de demostración de las propiedades de sus elementos terapéuticos en el laboratorio y en estudios clínicos y que, mientras tales propiedades, así como sus contraindicaciones, no hayan sido debidamente validados por los medios habituales de la ciencia y no se haya demostrado satisfactoriamente que disponen de “conocimientos” y no únicamente de creencias huecas, se establezcan las medidas necesarias para evitar que los pacientes sigan siendo víctimas de los pseudomédicos, los pseudorremedios y el abuso de su ignorancia.

Al expresar estas preguntas lo hago con todo respeto y la máxima consideración a la alta investidura que el voto popular le ha conferido a todos los destinatarios, y por tanto espero que, respetando el derecho de petición que me concede el artículo 29 de la Constitución Española, se le dé a la presente respuesta pronta y completa.

Atentamente,

De medicamentos y pócimas

De medicamentos y pócimas

(Nota: El trabajo, un congreso de fotos, preparar una exposición, colaborar en la producción de una fotonovela y otras actividades absolutamente inaplazables y altamente absorbente, de las que ya hablaremos en su oportunidad, han hecho mella en las actualizaciones del blog, pero no en las visitas, ya que abril fue el mes de más visitas con casi 12 mil. Trataremos de enmendarnos, en lo posible.)

(Nota 2: Los comentarios a este blog deberán ser enviados, temporalmente, a la dirección nahual55@gmail.com.)

Al escuchar a los curanderos, médicos brujos y demás fauna despotricar contra la medicina con bases científicas (a la que llaman “medicina oficial” como si se tratara de un balón para el campeonato mundial de fútbol), es claro que pretenden ocultar el proceso que sigue un medicamento para llegar al mercado.

Como traductor, un buen pedazo de las últimas semanas lo he dedicado a la traducción al español del protocolo para un estudio clínico de un determinado medicamento del que, obviamente, no puedo decir mucho, salvo que se está haciendo con varios cientos de pacientes en todo el mundo y que sirve potencialmente para salvar vidas en un grupo de pacientes muy reducido que sufren, simultáneamente, dos afecciones bastante serias. El estudio durará varios años.

Un “estudio clínico” es algo que ocurre después de mucho tiempo de experimentos de laboratorio, principalmente con animales y en ocasiones con voluntarios selectos, que permiten determinar en principio si el medicamento sirve para algo y qué efectos secundarios tiene.

Con base en los datos reunidos después de años de trabajo, se presenta una solicitud a las autoridades correspondientes para que autoricen un ensayo clínico. Esto implica involucrar a gran cantidad de médicos y hospitales que realizarán el ensayo, empezando por reclutar a una muestra estadísticamente representativa de personas que padezcan la afección a la que va destinado el medicamento.

Si usted nunca los ha visto, los formularios de “consentimiento informado” que firman los pacientes que participan en ensayos clínicos son documentos que describen, al máximo detalle, lo que se pretende conseguir y lo que puede pasar, los efectos benéficos del fármaco que se está probando y hasta los más infrecuentes y más nimios efectos secundarios que se han podido observar. El paciente puede hablar en cualquier momento con los médicos que realizan el estudio, con representantes del laboratorio y con las autoridades, además de que, por supuesto, puede retirarse del estudio en el momento en que le dé la gana y sin dar ningún motivo.

Los médicos reciben indicaciones precisas sobre cómo deben manejar a los pacientes, sobre cómo actuar ante cualquier reacción adversa y, sobre todo, tienen la total libertad de suspender el ensayo en cualquier momento si consideran que es lo mejor para un paciente. La supervisión del ensayo corre a cargo no del laboratorio que pretende hacer negocio, sino de auditores médicos independientes, estadísticos sin conflicto de intereses y autoridades.

Los pacientes se dividen al azar en al menos dos grupos, uno que recibirá el fármaco que se está estudiando y otro que recibirá un placebo o sustancia sin efectos. Aquí entra en juego el famoso procedimiento de “doble ciego”, que quiere decir que ni el paciente ni el médico saben si el paciente está recibiendo una sustancia activa o un placebo. El médico o el hospital identifican a sus pacientes por números y reciben cajas identificadas con los números de los pacientes, sin saber cuáles cajas tienen una u otra sustancia.

Por supuesto, se puede “eliminar el ciego” si el paciente tiene un problema grave de salud que pudiera relacionarse con el fármaco en estudio, para poder atenderlo adecuadamente.

Durante estos años se hacen estudios de laboratorio, análisis clínicos, tomas de presión arterial, electrocardiogramas (todo esto sin costo para los pacientes) y demás análisis para ver qué efectos tiene o no el medicamento en cuestión.

Cada dato, cada peculiaridad, cada elemento relevante se consigna de forma documental y es analizado por personas que no tienen relación ni con los médicos ni con los pacientes. Los resultados generales se analizan con las mejores herramientas estadísticas, con dobles comprobaciones.

El esfuerzo es enorme, el gasto es serio, se tiene el máximo cuidado con los datos, con los pacientes, con los médicos. Todo para eliminar cualquier posibilidad de que los resultados obtenidos del ensayo estén contaminados o sean poco confiables por una u otra causa.

En muchos casos, se decide no llevar el fármaco al mercado porque sus efectos son pocos o sus riesgos resultan demasiado elevados. En otros, los estudios revelan que la relación beneficio-riesgo del fármaco es tal que amerita incluirse en el arsenal médico para alguna afección. Pero no sin que paneles de expertos independientes revisen los resultados y analicen cada detalle.

Por ejemplo, pueden preguntar: ¿qué diferencias tienen los efectos de este medicamento en las mujeres de Europa del Norte y en los hombres de ascendencia nigeriana?, ¿es igual de seguro para jóvenes y para adultos mayores?, ¿aumenta o no el riesgo de usarlo si el paciente además tiene un problema cardiaco?

Si el estudio no puede responder a ésas y a muchísimas otras preguntas, es posible que sea necesario repetirlo.

Los laboratorios actúan así no porque sean buenas personas, sino porque una metida de pata les puede costar verdaderas millonadas en demandas. Baste recordar el caso de la talidomida (actualmente uno de los fármacos prometedores en la lucha contra el SIDA) que no se estudió adecuadamente en mujeres embarazadas. Cuando salió al mercado y fue consumido por mujeres embarazadas, provocó terribles deformaciones en los hijos de estas mujeres (principalmente miembros faltantes o tremendamente subdesarrollados). El laboratorio en cuestión sigue pagándole pensiones a muchos afectados por la talidomida.

Con todo ese cuidado, con todas esas salvaguardas médicas, bioquímicas, clínicas y estadísticas, llega a ocurrir que algún medicamento resutla tener efectos que no se midieron o no se detectaron, por error en el protocolo experimental o por cualquier otra causa. A veces estos efectos son buenos, a veces son malos. Si son malos, salen en los periódicos.

Compárese eso con la forma en que los curanderos y médicos brujos lanzan al mercado sus ocurrencias: encuentran algo que según algunas personas sirve “para algo” (ese algo puede ser “la diabetes”, “las quemaduras”, “el cáncer”, “la constipación” o cualquier otra afección definida de manera imprecisa y precientífica), lo registran a su nombre como pócima y lo venden en tiendas naturistas o en sus consultorios y otros morideros de ingenuos.

¿Funciona? ¿Para quién? ¿Bajo qué condiciones? ¿Se puede usar si se tienen otras afecciones? ¿Reacciona o no con tales o cuales hormonas, enzimas, neurotransmisores, proteínas, células, tejidos?

Ni puta idea.

Así de fácil.

¿Que la raíz de chaparrolina es “buenísima para la diabetes”? Pues no pregunte usted si es para la diabetes de tipo 1 o de tipo 2, porque allí ya se encuentra de frente con la colosal ignorancia de estos tipejos. ¿Es buena para la diabetes aunque el paciente tenga una disfunción renal y tendencia a acumular potasio? Pues no lo saben, ni les importa. “La diabetes”, en el mundo desordenado de los curanderos, es una sola cosa, y se atiende así nomás. Las palabras “creatinina” o “lipidiasis” los dejan con cara de más pendejos que de costumbre.

Pero, ¿cuáles son los efectos secundarios de la raíz de chaparrolina?

Tampoco lo saben.

Lo que suelen decir es que, como es “natural”, no tiene efectos secundarios. Cualquier pócima naturista que uno busque en Internet trae aparejada la afirmación de que “no tiene efectos secundarios”.

¿Cómo lo saben? No lo saben ¿Qué estudios han hecho? Ninguno. ¿Cómo pueden asegurar tal cosa? Con el descaro propio del timador.

No hay nada que uno consuma que no tenga efectos secundarios en mayor o menor medida, y dependiendo de una multitud de factores que los practicantes de las pseudomedicinas ignoran del todo y omiten aprovechando que la mayoría de sus víctimas también ignoran. Todas las sustancias, incluso las “puras” tienen más de un efecto en el cuerpo humano. Esto, hábilmente, lo ocultan. “Es bueno para el hígado”, dicen y estiran la manita para cobrar.

Cualquier cosa “natural” puede tener gravísimos efectos secundarios para algunas personas, dadas las condiciones adecuadas y dependiendo de su propia fisiología y bioquímica. Y lo “natural” no siempre es “bueno” por definición, aunque así nos lo vendan. La muy natural Amanita muscaria es el clásico hongo o seta venenoso, e igualmente “naturales” son el veneno de víbora de cascabel y la hiedra venenosa. Y “naturalísimo” es el polen responsable de alergias que pueden ser de naturaleza francamente alarmante.

Así que lo “natural” no es “bueno” ni viceversa.

¿Por qué confiar más entonces en lo que dice un ignorante de tomo y lomo, que de anatomía no sabe más que de fisiología, al que la química le es ajena y la biología celular le resulta algo que no puede ni pronunciar?

Ciertamente, los laboratorios en ocasiones, violentan la ética para obtener dinero. Es entonces, cuando los laboratorios se comportan como lo hacen los curanderos, que se les debe someter alguna a todas las acciones legales que correspondan. Igual que a los curanderos que, en base a ocurrencias y tradiciones no demostradas en lo más mínimo, sin supervisión, sin la obligación de hacer estudios de ningún tipo, sin tener que preocuparse por nada que no sean sus delirios y sus deseos de llenarse el bolsillo, ponen sus productos al alcance de cualquier persona en pseudofarmacias “naturistas”.

Y yo regreso al trabajo.

El cementerio de las patrañas

El cementerio de las patrañas

“No moriré del todo, amiga mía”, decía el mexicano Manuel Gutiérrez Nájera en su poema Non omnis moriar, expresando así su esperanza de que su poesía lo sobreviviera un poco. Y sí, algunos de sus poemas, como Para entonces se han mantenido como ejemplos dignos del movimiento romántico tardío en la literatura mexicana, dándole así la razón al escritor.

Lo mismo podría decir líricamente, “no moriré del todo”, cualquier tontería, invención, fingimiento u ocurrencia del mundo de la superchería organizada.

Una vez aceptada por los embusteros profesionales alguna proposición, por descabellada que sea, e integrada en su desorganizada visión mágia del mundo, nunca la abandonarán. No importa que se demuestre más allá de toda duda que se trata de un cuento. Pensemos en el “Triángulo de las Bermudas”, en las afirmaciones peyoteras de Von Däniken, en el “vídeo lunar” de Benítez, en el cuento del “fantasma” de la película Tres hombres y un bebé, en Uri Geller, en Ingo Swann (bueno, Ingo está un tanto desaparecido desde 2002, parece que ahora le va mejor como pintor que como prodigio de la “visión remota”), e incluso en la “Cara de Marte”, ilusión óptica debida a la baja resolución de las cámaras de las Viking que ya se ha demostrado claramente que era un simple juego de sombras en la superficie marciana, lo cual no ha obstado para que algunos insignes imbéciles que se venden como “marsfaciólogos” siguen defendiendo como algo “real”, como un “legado” de alguna “civilización marciana” que sólo existe en sus delirios y em sus ganas de sentirse importantes.

Pero la vida media de las distintas “ideas mágicas” es en realidad muy variable. Algunas, por ejemplo la adivinación “leyendo” las entrañas de animales sacrificados, son ya sumamente infrecuentes, sobre todo en el mundo occidental, pese al gran cartel del que disfrutaron durante siglos. Otras formas de adivinación, como la cromiomancia, que es la adivinación del futuro quitando las telas de una cebolla, o la unicomancia, que acude a la contemplación de las uñas como ventana al porvenir, no parecen tener mucho cartel en el mundo charlatanesco del siglo XXI… pero, en cualquier momento, como verdaderos no-muertos al estilo de las tradiciones que recogió Bram Stoker en Drácula, pueden empujar la tapa de su ataúd, levantarse y volver a caminar entre los vivos, desplumando ingenuos de la mano de algún esperpento esotérico. En cambio, otras supersticiones igualmente bastas y groseras, como la astrología o el zahorismo, siguen más o menos sobreviviendo al mismo nivel y, claro, desplumando ingenuos.

De entre todas las formas de paranormalidad propuestas en los últimos años, hay algunas que me llaman la atención especialmente, porque, luego de nacer y refulgir de manera intensísima en los años 70 y 80, se han marchitado a tal grado que hoy apenas son parte menor del amplísimo mundo del delirio: distintas variedades de curalotodos, ungüentos milagrosos, bálsamos de Fierabrás y otras falsas panaceas entre las que destacan el agua de Tlacote y la corteza de tepezcohuite, las “pulseras biomagnéticas antiartritis” y el “biorritmo”.

De “milagro singular” a “uno del montón”

El “agua de Tlacote” es un cuento del presunto ingeniero Jesús Chain (o Chahin) Simón. Este personaje apareció en el mundo de la farsa curanderil mexicana por allá de la década de 1970 (si no me falla la memoria), acompañado de su hermano, ofertando un curalotodo llamado “Chaina” que vendía por correo a precio de oro y que, como se pudo determinar, no servía más que para hacerle una transfusión de dinero a las cuentas de los hermanitos.

Años después, en 1991 o 92, Jesús Chain se materializó en el estado de Querétaro como orgulloso dueño de un ranchito que, oh, casualidad, tenía un pozo de agua milagrosa, noticia que se empezó a difundir intensamente pero con muchísimo cuidado, hay que decirlo. En el proceso mercadotécnico, y con la experiencia de su anterior curalotodo, Chain evitó meticulosamente cualquier posible acusación de fraude. Es decir, no vendía el agua, sino las “consultas” que daban unos presuntos médicos y enfermeras que tenía contratados, y algunos otros productos; el agua era “gratis” si uno esperaba en fila tres o cuatro días en condiciones de terrible insalubridad, con un límite, si mal no recuerdo, de tres litros por cráneo. Pero todo lo demás que vendía engordó debidamente su cuenta bancaria, sin que el agua famosa sirviera para otra cosa que para quitar la sed.

El “agua de Tlacote” (nombre del rancho, claro) ejemplifica de manera muy clara una especie de ciclo por el que pasan todos los curalotodos, panaceas o preparados milagrosos.

Primero, se anuncian con bombo y platillo ante el mundo crédulo como maravillas que demostrablemente curan los más atroces padecimientos (la chaína era anticancerígena, supuestamente, mientras que el agua de Tlacote se publicitaba en sus inicios como cura contra el SIDA), entre los cuales siempre se encuentran afecciones crónicas y progresivas que imponen una tremenda carga psicológica entre quienes las padecen, como la diabetes y la artritis.

Los rumores se disparan, apoyados con entusiasmo por algunos cabecitas huecas que recorren el mundo buscando una nueva tontería irracional en la cual creer. Que si Magic Johnson vino a tomar el agua por su VIH, que si vino gente de la presidencia de la república (no hubiera sido nada raro, ya que el por entonces presidente ilegítimo de México, Carlos Salinas, tenía hasta bruja particular), que si los científicos están confundidísimos (Chaín decía con todo descaro que el agua de Tlacote “pesaba memos que el H2O” y la iban a estudiar los científicos durante “billones de años”) y extravagancias desvergonzadas por el estilo…

Viene una época dorada de la sustancia maravillosa. Los medios de comunicación se dan por enterados y, con esa falta de espíritu crítico que a diario exhiben en todos los idiomas existentes, le dan difusión al asunto, privilegian lo sensacionalista por encima de lo razonable, entrevistan a convencidos e incluyen la pócima en los chistes malos con los que salpican la televisión basura. Si se manejan bien los contactos, hay atención internacional y entusiastas a control remoto. El dinero fluye a raudales, el “inventor” o “descubridor” es invitado a recorrer el mundo repitiendo sus patrañas para cobrar más, sonriendo rozagante ante las cámaras de TV, dictando conferencias huecas y autocomplacientes, y cobrando con infinita dulzura.

Al cabo de un tiempo, hay personas que denuncian que han sido engatusadas y que el preparado en cuestión no les cura ni un uñero. Hay algún muerto. Los médicos, que ya sabían del asunto, son finalmente entrevistados por medios que sufren un súbito acto de contrición y explican que eso es un cuento absurdo y que hay gente perjudicada. Los entusiastas moderan las afirmaciones originales: el mejunje milagroso se convierte en “un auxiliar en el tratamiento de…” y se citan casos de gente que dice que el tratamiento “le ayudó” y que “se sintió mejor”.

Al cabo del ciclo, el milagro que todo lo sanaba, que daba resultados que, según el comerciante, tenían “asombrados a famosísimos médicos” queda simplemente en “una de las herramientas al alcance de la terapéutica alternativa”. Todos los que participan del chanchullo, cobrones o creyentes, se ponen de acuerdo para olvidarse de que originalmente se suponía que curaba el cáncer, el SIDA, la diabetes, la artritis y el dolor de amores. Y todos se ponen a buscar el siguiente milagrazo qué vender mientras la “terapéutica alternativa” sigue sin poder curar nada de ninguna relevancia.

En México, este ciclo lo siguió de manera precisa otro supuesto descubrimiento que no fue sino el abordaje de un biopirata. Se trata de la corteza del árbol de tepezcohuite (Mimosa tenuiflora), el “árbol de la piel” usado por los mayas chiapanecos para tratar quemaduras leves y otras lesiones superficiales de la piel.

Básicamente, el Dr. León Roque patentó en 1986 la forma de uso tradicional maya del tepezcohuite (corteza tostada y molida en polvo) y se puso a venderlo como milagro contra las quemaduras, con la inmensa tontería de que el polvo de tepezcohuite era algo así como la piel artificial que se obtiene mediante cultivo de tejidos.

El tepezcohuite o tepescohuite es un árbol cuya corteza es rica en taninos, y los taninos se conocen desde hace mucho como coadyuvantes en la cicatrización, aunque tienen efectos secundarios que nunca tuvo en cuenta Roque León, sin contar con que la corteza es rica en alcaloides, que también causan resultados no siempre deseables. Como fuera, la idea de que el tepezcohuite ayuda a las quemaduras tiene bases científicas, aunque dista mucho de ser un milagro.

Por cierto, en la tragedia de San Juanico, cuando una gasera estalló en el poblado de San Juan Ixhuatepec, en México, en 1984, muchos médicos desesperados por la gran cantidad de pacientes quemados echaron mano del tepezcohuite, sólo para descubrir que no era tan útil como otros medicamentos y que causaba problemas imprevistos al usarse para tratar quemaduras graves, de modo que falló en la verdadera y trágica prueba de fuego (y así lo relataron, sin que hicieran mucho caso los medios, los médicos de la Cruz Roja y de los hospitales del Instituto Mexicano del Seguro Social).

Pero lo de las quemaduras fue sólo el principio. En pocos meses, la fábrica de chifladuras de Roque León ofrecía al público champús de tepezcohuite para la calvicie, chicle de tepezcohuite para las caries, cremas rejuvenecedoras de tepezcohuite, jabón limpiador de tepezcohuite y cualquier cantidad de loqueras que evidentemente no tienen nada que ver con las verdaderas propiedades del tepezcohuite pero que engordaron con emoción las cuentas bancarias del biocorsario.

Por supuesto, ante las críticas, con esa delicada capacidad de los charlatanes de hacerse las víctimas, Roque León aullaba como gato al que le pisan la cola, afirmando que lo discriminaban “porque era mexicano”, que lo perseguían “las farmacéuticas transnacionales”, que era víctima de una “conjura de la medicina oficial” y las gansadas habituales. Por supuesto que en medio de tantos sollozos y desgarramientos de vestiduras, el embustero nunca respondía a las críticas puntuales que se le hacían.

Hoy, por supuesto, las afirmaciones sobre “milagros” curativos en el caso de las quemaduras ya no se hacen, pero el tepezcohuite aparece por todos lados en la farmacopea naturista y en los mejunjes New Age que suelen incluir otras verduras consideradas magicoides, como la sávila y el áloe vera.

De nuevo, se pasa de “milagro singular” a “uno del montón”.

Misterios del biomagnetismo

No vamos a repetir lo que ya escribimos en la entrada Los imanes mágicos (no, usted no es un clavo) sobre los mitos de la “magnetoterapia”, no. Aquí de lo que se trata es de la original y única “pulsera biomagnética”.

¿Se acuerdan? Una pulsera en forma de óvalo trunco con dos bolitas, pirindolos, chimisturrias o chimostretas en los extremos, así, pues, en versión de luxe.

Al principio era de cobre y se suponía que curaba la artritis como por arte de magia. Luego se convirtió en “biomagnética” y allí empezaron los problemas.

La versión original de este timo se la disputan al menos dos descarados de altos vuelos. Según la versión de Manuel L. Polo, el estremecedor descubrimiento lo consiguió precisamente Manuel L. Polo, quiropráctico afincado en la isla de Mallorca, en el año de 1973. Por su parte, Omar Garate Gamboa, personaje populista de la radio chilena, asegura que el verdadero inventor de la acojonante pulsera biomagnética o “pulsera de los once poderes” es sin duda alguna Omar Garate Gamboa.

De ser una cura milagrosa para la artritis, la pulsera en cuestión pasó a ser fuente de “buenas vibraciones” (lo que no quiere decir nada) e incluso se aparecieron vivillos como los del Hipnólogos asociados que le venden (de verdad, no me lo estoy inventando) un cassette llamado “Reprograme su pulsera biomagnética”.

Ya olvidado lo de la artritis, la pulserología se vino a hacer un maridaje con la “magnetoterapia” sin que nunca nadie nos pudiera explicar qué tiznaos era eso del “biomagnetismo”, que no pasa de ser una fumada. Hoy es, claro, “parte de la terapéutica”.

¿El guaguancó es un biorritmo?

Los biorritmos fueron un verdadero delirio en los años 70 que hoy están integrados en la parafernalia general del ocultismo tarambana.

Empecemos por la teoría: se supone, según algunas observaciones no sistemáticas de Hermann Swoboda (profesor de psicología, 1873-1963)y Wilhelm Fliess (médico y numerólogo, 1859-1928) que hay dos ciclos inalterables en la vida desde el momento del nacimiento, uno “femenino” de 28 días (que luego se llamó “emocional”) y otro “masculino” de 23 días (que se transmutó en “físico”). En la década de 1920, Alfred Telscher (ingeniero), agregó uno más, el “intelectual”, uno intelectual de 33 días. Se supone que en la mitad de cada uno de estos ciclos tenemos “alta energía” la mitad de los días y “baja energía” la otra mitad.

Y el “se supone” no es por molestar, sino porque no hay registros precisos de las observaciones en cuestión, realizadas siempre en poblaciones demasiado pequeñas y con mediciones altamente subjetivas. Los “ocho arcones de documentación” que Swoboda juraba tener fueron, decía él, robados por los rusos en la ocupación de Viena a fines de la Segunda Guerra Mundial.

Entonces, todo lo que pasa en la vida está regido simplemente por esos tres ciclos. Con eso se entiende todo. El paraíso del seudointelectual, pues, como anota James Randi. Ni siquiera se puede alterar tal ciclo, aunque todos los ciclos vitales que conocemos (como el de la menstruación, el de vigilia-sueño, el de hambre-saciedad, el de sed-hidratación, etc.), están sujetos a numerosísimas interacciones e influencias que los pueden alterar gravemente. La peculiaridad que tendrían los biorritmos, de ser ciertos, sería uno de los más asombrosos descubrimientos de la biología y la psicología.

Los biorrírmicos decidieron tomar cada ciclo y partirlo en dos, se supone que la mitad es de “descarga de energía” o “positivo” y la otra de “regeneración de energía” o “negativo”, y hay amenazantes “días críticos” que son siempre que alguno de los ciclos pasa por el imaginario punto cero entre lo positivo y lo negativo. Si dos ciclos pasan al mismo tiempo por ese punto, es muy crítico y si pasan los tres, échese a temblar. (No, tampoco explican qué misteriosas “energías” se descargan y regeneran.)

¿Cómo lo saben? Pues nada, que no lo saben. Es una ocurrencia, un constructo hipotético que nadie demostró nunca… porque no era necesario demostrarlo para venderlo.

Y además genera unas gráficas con un aspecto científico que tira de espaldas, como la siguiente, los supuestos biorritmos del cantante Bono de U2 para el 16 de marzo de 2005.

(Usé a Bono como pretexto para recordar a todos que pueden colaborar con los proyectos de este personaje para perforar pozos en África, tarea mucho más valiosa que cualquiera en la que se empeñen los embusteros.)

Los biorrítmicos aseguran que, por ejemplo, la mayoría de los accidentes y malos momentos ocurren en los “días críticos”.

Bueno, sí. Los días críticos, dobles críticos y triples críticos forman el 20% de todos los días de un período determinado. Pero además estos angelitos consideraban como relevantes también los días “medio críticos” (el anterior y el posterior a un día crítico). Así, viene resultando que más del 60% de los días de la vida son “críticos”. O sea, que la mayoría de los accidentes ocurren en el 60% de los días. Pues sí. Con o sin biorritmos.

Con base en esta teoría llena de agujeros y basada en nada, en los años 60 y 70 hubo una verdadera locura biorritmera. Llegó a haber hasta calculadoras de mano (de las enormes de allá de fines de los 70, con pantalla de diodos) que calculaban el biorritmo, los infaltables libros llenaron los estantes de las librerías, los “expertos” cobraron consultas, los “estudiosos” se broncearon bajo las luces de los estudios de televisión, los refriteadores escribieron los consabidos artículos sensacionalistas en las revistas esotéricas.

Por supuesto, varias personas pusieron a prueba las afirmaciones de los mercaderes del biorritmo, y en todos los casos se demostró que no había ninguna evidencia que siquiera sugiriera que esta hipótesis tenía visos de corresponderse con la realidad. Pero la locura siguió. No importaba que el Dr. Franz Hallberg de la Universidad de Minnesota, el profesor Colon Pittendrigh de la Universidad de Stanford o Robert Bailey, de los laboratorios Bell de Piscataway, Nueva Jersey, estudiaran las afirmaciones y determinaran que no se correspondían con los hechos.

Cuando James Randi escribió su libro Flim-Flam! (Fraudes pararnormales, Tikal Ediciones, Girona) en 1982, el asunto de los biorritmos tenía todavía una presencia tal que mereció que se le dedicara todo un capítulo a su desmontaje (he acudido aquí a los datos de Randi, precisamente). Sin embargo, ahora el biorritmo no es nada que predomine por encima de otras explicaciones simplonas como la astrología o los ajustes de los chakras.

Donde uno muere, otros se levantarán

Los embustes no se destruyen, sólo se transforman.

Ésta podría llamarse la Cuarta Ley de la Tontodinámica.

Para una persona normal, si se ha demostrado que algo no funciona, no es necesario darle mil vueltas. Si no funciona, no funciona. Punto. Siguiente.

Pero las cosas no se hacen así en el mundo del embuste y el pensamiento desordenado y revuelto. Siempre es posible hacer la machincuepa del “donde dije digo digo Diego”.

Y eso cuando no se multiplican los milagros.

Uno de mis acercamientos más aterradores con la capacidad de autoengaño (que es mucho más potente que la capacidad de engañar a otros) fue precisamente en 1988, cuando se dieron a conocer los estudios de datación de carbono 14 que confirmaban lo que ya se sabía según los registros históricos y la versión de la propia iglesia católica de la época: la “sábana santa” de Turín era un lienzo confeccionado y pintado en el siglo XI o XII como falsa reliquia (en una época de reliquias a tutiplén, como mencionamos en la entrada anterior sobre el grial).

Antes de que algunos ignorantazos de la física atómica como Javier Sierra argumentaran verdaderas tonterías como que los incendios cerca de los cuales estuvo el lienzo “alteró” los resultados (esto es una estupidez, el fuego no altera en lo más mínimo la proporción del isótopo carbono 14 respecto del carbono 12, que por algo las fogatas prehistóricas se datan también con Carbono 14 y sistemas similares de descomposición de isótopos), un autotitulado “sindonólogo” mexicano reaccionó con la velocidad del rayo y decretó que, a la luz de ese descubrimiento, la sábana santa no era un milagro, sino tres.

¿Su hipótesis, la idea con la que dio conferencias y escribió artículos e hizo radio y todo eso que hacen los charlatanes? Pues que la sábana santa era una especie de “pensamientografía retrocognitiva” o alguna oratez similar. Dicho de otro modo, decía que la imagen de la sábana sí es la de Jesucristo muerto en su sepulcro, pero fue obtenida psíquicamente con un viaje astral-temporal por parte de algún iluminado, que trasladó la imagen de Cristo desde el pasado para plasmarla con energías psíquicas en la sábana en cuestión.

Habrá pretextos sin charlatanes. Pero no hay charlatán sin pretextos.

O, como dicen en mi pueblo, que son muy mal hablados, “se inventaron los pretextos, se acabaron los pendejos”.

Es por eso que el cementerio de las patrañas está tan despoblado, finalmente.

Poliomielitis, siglo XXI

Poliomielitis, siglo XXI

Para mi amigo de la infancia, Enrique,
afectado por la poliomielitis,
que jugaba de portero en los recreos,
donde quiera que esté.

Una frecuente acusación irracional de los curanderos y otros embaucadores similares, así como de supuestos “investigadores de lo paranormal” y de muchos de sus más fanatizados seguidores, es que la medicina es únicamente un negocio que se aprovecha de, e incluso provoca, el dolor, las enfermedades y los sufrimientos de la gente, cuando las “verdaderas curaciones” son algo sencillo y las conocen las “medicinas alternativas”.

Esta visión conspiradora implica que no hay médicos honestos en el mundo, ni hay investigadores químicos o farmacobiológicos que no sean parte de la conspiración. Ellos son malvados. Hay que huir de ellos.

Acusaciones terribles como que “los médicos perpetúan la enfermedad” se sueltan con una facilidad propia de quien no tiene una percepción clara de la gravedad de sus palabras.

Estas afirmaciones, obviamente, provocan miedo entre quienes no están al tanto del nivel lamentable del debate por parte de los que sostienen la fe en lo paranormal. En su infinito desprecio por un conocimiento que no comprenden ni quieren comprender, mucho se guardan los cienciófobos de decir que la viruela, por ejemplo, no fue erradicada por bailes vudú, por acupunturistas, quiroprácticos o cualquier otra forma de curanderismo irracional, sino por la medicina con bases científicas.

Pero esto sería anecdótico de no ser porque, en parte debido a estos temores, se causa un dolor terrible y evitable.

Por ejemplo, parece increíble, que hoy en día sigue habiendo niños que contraen la poliomielitis debido a que muchas personas creyentes en diversas supersticiones le temen a que sus hijos sean vacunados.

Cuidado, no es que sus gobiernos no los atiendan, no es que no haya medicamentos o sean caros. Es que cuando los vacunadores van a sus casas, los padres impiden que los niños se vacunen.

La vacuna es un verdadero milagro de la ciencia: una gota administrada en la boca de un niño con un gotero. Nada más. Ni agujas ni sahumerios, ni invocaciones a Changó, ni imposición de manos, ni auras, ni energías imaginarias, nada que no sea una pequeña gota de vacuna en la boca del niño.

Y sin embargo hoy en día hay muchos casos de polio, sobre todo en países como la India, en los que supersticiones bastas y cavernarias como la medicina ayurvédica se oponen a la medicina moderna. Y por cada niño diagnosticado se calcula que hay 200 sin diagnosticar.

El objetivo de las organizaciones dedicadas a la salud es erradicar la poliomielitis para el año 2005. Los cienciófobos tienen el objetivo de impedirlo.

Veo un documental reciente, Un médico indio recorre un barrio pobre. Las madres ordenan a sus hijos esconderse para no ser sometidos a la malévola vacuna. Los niños huyen. El médico tiene que hacer investigación policiaca. “Me dicen que no hay niños, pero en la ropa recién lavada hay camisas de niños”, explica, y se lanza a luchar tratando de usar la razón para convencer a los padres de que no pasará nada, que no es miembro de una conspiración horrenda y cruel, que no quiere dañar a sus hijos, al contrario, quiere evitarles que sufran una parálisis poliomielítica que arruine sus vidas.

Pero el mito en la India es que la vacuna de la polio, esa gota, “esteriliza” a los que la toman. Es un mito fácilmente refutable con los millones de hijos que tenemos quienes fuimos vacunados en los tiempos de la gran epidemia de polio. Pero las pruebas no llegan, o no cuentan, o son miradas como parte de la conspiración. Y entonces, en las campañas nacionales de vacunación, le cierran las puertas a los voluntarios que traen la sospechosa gota. Los gurús de los grupos económicamente más desprotegidos en la India siguen difundiendo el rumor de que la vacuna causa impotencia en los niños. La ignorancia hace el resto.

¡Triunfos de la cienciofobia y la sabiduría milenaria!

El médico recuerda a unos padres indios que le dijeron que, si insistía, permitirían que su hijo fuera vacunado, pero después matarían al niño estrellándolo contra el piso.

Una niña pakistaní ha desarrollado la enfermedad. La trabajadora social explica: no la pueden enviar a la escuela y con esa “tara” no se podrá casar, de modo que estará protegida mientras vivan sus padres; cuando los padres mueran… ocurrirán cosas “impensables”.

(Según la autora india Phoolan Devi, lo “impensable” es muy sencillo: en las áreas más atrasadas de esos países, la mujer que no tiene un marido que la proteja, una mujer que no “pertenece” a nadie, está “a disposición” de todos los hombres, lo cual quiere decir que legalmente, según las iluminadas tradiciones milenarias, puede ser violada diariamente por quien así lo desee, entre otras vejaciones.)

¡Vivan la medicina alternativa y la superstición tradicional!

Los brotes de poliomielitis en Nigeria, que tiene la mayoría de los casos del mundo junto con India, también son atacados con campañas de vacunación. El mito de la esterilización causada por las vacunas se mezcla en este país y en el resto del África occidental amenazada por la polio con uno aún más atroz, que seguramente aplaudirán los cienciófobos occidentales (bien comidos y vacunados, claro): la vacuna contiene el virus del SIDA introducido por occidente para matar a los africanos.

La resistencia a las vacunas viene por parte de familias y jefes locales. Algunos jefes aceptan la oferta de enviar a analizar muestras de la vacuna para determinar que no sea dañina, que no tenga sino agua, agentes conservantes y virus de la poliomielitis debilitado. Pero otros ni siquiera admiten eso, después de todo, los análisis los harán científicos similares a los que hicieron la vacuna.

¡Vivan la iluminación del pasado y las venerables costumbres!

Africare, la Organización Mundial de Salud, UNICEF, los organismos nacionales de salud… todos son impotentes ante la superstición. Siempre quedan niños sin vacunar. Siempre hay el peligro de que la polio recurra a partir de un solo caso si hay otros niños sin vacunar.

En Sierra Leona, por ejemplo, los grupos de vacunación se juegan la vida para entrar a los 2/3 del país controlados por los rebeldes con el único objetivo de vacunar niños. Este documental en inglés relata parte de sus esfuerzos, apoyados por los “cascos azules” de Naciones Unidas.

Cada niño arrastrándose hoy por las calles de la India, Pakistán, Bangladesh, África occidental, Angola, Somalia, Haití, etc., cada niño con poliomielitis nacido en el siglo XXI es un dedo acusador apuntado a los cienciófobos, a los brujos, a los conspiranoicos.

¿Se harán cargo de ello o simplemente ni siquiera están enterados de tales tragedias humanas cuando enfilan sus baterías contra “la medicina” y “la ciencia” en general?

Cuidado: esto no significa que no deba mejorarse la investigación, que se deba descomercializar a la medicina o que las ideas ultraneoliberales que hoy dominan no deban ser atacadas, impugnadas y rechazadas. Tampoco significa que deba aceptarse que la ambición de las grandes farmacéuticas domine la investigación farmacológica. Mucho menos niega los errores, tanto de buena fe como hijos de la codicia. Pero estos defectos nos dicen no que la medicina sea inválida o temible, sino que las sociedades deben tener un mucho mayor control de la investigación farmacéutica y la medicina (como debería tenerlo sobre curanderismos, parapsicólogos, hipnotistas, adivinadores, médiums y sanadores) y, sobre todo, que debemos luchar por una sociedad más justa, mejor educada, capaz de pensar críticamente.

Pero quienes no “creen” en la medicina y luchan denodadamente contra ella, ni siquiera son parte del esfuerzo por controlar a los grandes monopolios. Les basta con denunciarlos y luego se ponen a defender a quienes aseguran que las afecciones se curan con un CD de “autohipnosis”.

La lucha del pensamiento crítico y el conocimiento certero contra la superstición y el ocultismo a veces puede parecer enormemente banal, una forma de perder el tiempo con discusiones bizantinas entre desocupados.

Sí, con frecuencia lo parece. Pero lo que hay detrás incluso de la discusión más trivial sobre la existencia de duendes son las consecuencias últimas del pensamiento mágico y supersticioso. Ante estas consecuencias, como las fotografías captadas por el ojo privilegiado de Sebastião Salgado, como todo el documental The last child sobre la lucha mundial para erradicar la poliomielitis, toda abstracción misteriológica se reduce a una complicidad repugnante con el sufrimiento ajeno.

Estos hechos le dan dimensión a lo que, de otro modo, sería sólo un barato ejercicio intelectual de burguesitos aburridos.

Homeopatía a petición popular

Homeopatía a petición popular

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El servicio de conteo de visitas a este blog full-contact nos informa, entre otras cosas, de las palabras de búsqueda en Google o Yahoo mediante las cuales los visitantes caen en las redes de nuestro influjo. En las últimas semanas resulta que muchos llegan acá buscando datos sobre la homeopatía, patraña que hemos mencionado, pero sin profundizar en ella.

En atención a esta anónima petición popular, responderemos ahora preguntas tan apasionantes como: ¿por qué los homeópatas van al médico?, ¿qué carajos es eso del efecto placebo?, ¿por qué no hacen investigación científica los homeopatitas?, ¿cuál es la historia de este simpático embuste? y cosillas similares.

Vamos, pues, de vuelta a fines del siglo XVIII, cuando no existía la medicina con bases científicas, cuando las chusmas morían como moscas en epidemias de peste (cólera, vómito negro y cosas así), cuando los médicos eran todavía practicantes más bien mágicos y cuando conceptos como la higiene simplemente no existían. La anatomía estaba en muchos aspectos donde la dejó Leonardo Da Vinci y, realmente, salvo algunos aspectos de la cirugía surgidos de la práctica en el campo de batalla y algunos conocimientos de herbolaria, poco podía hacer la medicina para resolver problemas de salud, sin contar con que se realizaban prácticas salvajes como el desangrado (en la creencia de que el “exceso de sangre” era causante de algunos males), ocasionándole graves daños a los enfermos. La sangre era considerada uno de los cuatro humores que movían al cuerpo.

Toda forma de medicina se basa, evidentemente, en una “teoría de la enfermedad”. Dicho de otro modo, según la idea de lo que causa la enfermedad viene la forma de curarla. La teoría de la enfermedad todavía era, en el siglo XVIII, la de los humores.

¿De mal humor y de buen humor?

La forma cotidiana de hablar del buen y mal humor tiene sus orígenes en la teoría de la enfermedad de Praxágoras popularizada por Hipócrates, que si bien fue un innovador en el siglo V antes de nuestra era, disponía de muy pocos datos reales sobre el funcionamiento del cuerpo humano.

Nos dice el sitio Universo E

Esta teoría bioquímica clásica considera que el cuerpo, como la personalidad, están regidos por dos fuerzas principales, una es el calor y la otra es el frío. Éstas actúan entre sí moderándose mutuamente, manteniendo un equilibro dentro del cual el cuerpo se encuentra saludable y sin padecimiento alguno, pero una vez que se aísla una de estas fuerzas es cuando se presenta el dolor, cuando una de estas fuerzas se encuentra pura, por ejemplo, cuando sobreviene la fiebre. Pero incluso en esos momentos cuando aparece la fiebre, se presenta el frío para lograr un balance, ya que el enfermo siente escalofríos y la fiebre dura tan solo un corto período hasta que se alcanza el equilibrio.

Dentro de esta teoría también se considera que, aunque las fuerzas principales son el frío y el calor, nunca se presentan solas, dependiendo del caso específico, pero siempre están mezcladas con lo seco y lo húmedo, lo cual conforma los cuatro humores del cuerpo: sanguíneo, flemático, colérico y melancólico que tienen repartidas estas propiedades, por ejemplo, el flemático es frío y húmedo, mientras que el melancólico es frío y seco.

La medicina de entonces, fundamentalmente no científica, creía que había que sacar del cuerpo lo que estaba mal (sangre, bilis, etc.) para que con ello se fuera la enfermedad. Las lavativas y los vomitivos, junto con las sangrías, eran la base del curanderismo de entonces.

Hahnemann y una nueva teoría de la curación

En estos tiempos, un médico de Sajonia (Alemania), Christian Firedrich Samuel Hahnemann, se dio cuenta inteligentemente de que con frecuencia los médicos mataban más enfermos de los que curaban con sus prácticas. Metido en esta preocupación, cuando traducía el libro Materia Medica de Cullan al alemán, se encontró con la “explicación” de que la quinina (que no se había aislado, pero se conocía como corteza peruana o cinchona) actuaba por su “efecto tónico en el estómago”. Evidentemente, tal explicación es una tontería que no explica nada.

Hahnemann procedió a autoadministrarse una buena dosis de cinchona dos veces al día para ver qué efectos tenía, y descubrió admirado que a él le provocaba efectos similares a los de las enfermedades que supuestamente la cinchona ayudaba a curar. Y decimos que a él le provocaba estos efectos porque no se los causa a todas las personas sanas, ya que según el doctor William E. Thomas Hahnemann tenía los síntomas de lo que se conoce hoy como hipersensibilidad a la quinina, una leve alergia.

Basado en su observación de que la quinina parecía producir en una persona aparentemente sana los mismos síntomas que, por otra parte, curaba en las personas enfermas, Hahnemann dio un salto cuántico desprovisto de toda lógica científica y decidió que entonces “lo similar se cura con lo similar” o, como dicen los curanderos homeópatas cuando quieren sonar interesantes, similia similibus curantur, lo que quiere decir que en la creencia de Hahnemann con base en ese solo experimento sin control alguno, para curarse un síntoma cuando esté enfermo, debe usted administrarse una sustancia que provoque precisamente esos síntomas en una persona sana. A esto le llamó “Ley de los similares”.

Tal tontería equivale a recomendar echarse ácido sulfúrico en las quemaduras porque a las personas sin quemaduras el ácido sulfúrico les provoca los mismos síntomas (quemaduras, ardor, enrojecimiento y destrucción de tejidos).

Don Samuel Hahnemann era un bienintencionado, pero de ciencia sabía más bien poco. Sus seguidores por lo menos han heredado ese desprecio profundo por la ciencia.

Con base en esa peregrina teoría sacada de una sola experiencia, Hahnemann procedió a desarrollar toda una terapéutica para curar lo similar con lo similar. Su teoría era que en lugar de sacar lo malo, para curar el cuerpo había que ayudarlo a restablecer la “fuerza vital” del propio cuerpo.

¿Cuál fuerza vital? Pues la vis vitalis en la que se creía hasta que aprendimos la bastante fisiología y química como para darnos cuenta de que tal cosa no existe. Pero Hahnemann no dejaba de creer en la teoría de los humores, simplemente le aplicó otra terapia.

Hahnemann desarrolló su terapia basado en sus puras ocurrencias. Por ejemplo, creía que cantidades mínimas de una sustancia bastaban para curar enfermedades, y, de hecho, tenía la inexplicable convicción de que mientras más pequeña fuera la cantidad de la sustancia, más grande era su potencia curativa en el retablecimiento del equilibrio de los humores gracias a la fuerza vital. Otra creencia irracional de Hahnemann era que el poder curativo se intensificaba si se sometía a la sustancia, diluida en agua o líquido similar, a un vigoroso sacudimiento, que llamó “sucusión”. La creencia ya supersticiosa de Hahnemann era que al sacudir la dilución (o “sucusionarla”) ésta liberaba poderes inmateriales y espirituales responsables de la curación. Por tanto, cada trocito de sustancia podía diluirse una enorme cantidad de veces sin que perdiera potencia, al contrario.

Según sus cálculos, se podía, por ejemplo, hacer una tintura alcohólica de una planta y diluirla sucesivamente hasta que hubiera finalmente una parte de la tintura original por cada billón (un uno con doce ceros) de la dilución final, o 1:1,000,000,000,000. Las diluciones son tales que no queda ni una sola molécula de la sustancia original en el remedio que se le administra al paciente. Pero según Hahnemann, no importa, porque está “el espíritu” del agente curativo.

A esto le llamó, con tremenda pomposidad, la “Ley de infinitesimales”.

Si a alguien le interesa abundar sobre el proceso absolutamente
anecdótico e incierto que usó Hahnemann para determinar qué efectos supuestamente tenían algunas sustancias sobre personas supuestamente sanas, puede visitar en inglés la página de homeopatía del Skeptic’s Dictionary o leer, también en inglés, Homeopathy in Perspective de Anthony Campbell. Baste decir que su sistema dependía de lo que “sentía” una persona con una sustancia, y que ni siquiera se ocupaba de repetir las pruebas para ver si era confiable.

Y es que Hahnemann se concentraba en los síntomas y no en las causas de los síntomas, es decir, las enfermedades, porque creía firmemente que era “inheremente imposible conocer la naturaleza interna de los procesos de la enfermedad y, por tanto, era inútil especular sobre ellos o basar el tratamiento en teorías”.

Va de nuevo porque la frase es parte del dogma homeopático, es “INHERENTEMENTE IMPOSIBLE CONOCER LA NATURALEZA INTERNA DE LOS PROCESOS DE LA ENFERMEDAD Y, POR TANTO, ERA INÚTIL ESPECULAR SOBRE ELLOS O BASAR EL TRATAMIENTO EN TEORÍAS”.

(Cuando un curandero homeópata del siglo XXI le cuente a usted la trola de que ellos “tratan el verdadero origen de la enfermedad”, recuérdele esta bonita frase de su gurú, a ver qué contesta.)

Como científico, el bienintencionado y supersticioso Hahnemann era un total impresentable.

El caso es que enunció sus creencias en el libro Organon de la medicina homeopática (1810) y se quedó tan contento como un ratón encima de un queso, tanto que se puso a escribir su segundo libro: Teoría de las enfermedades crónicas (1812). Tal es toda su obra.

Quedarse en el pasado: un bonito negocio

Hahnemann no era científico, cosa que no era su culpa, y ciertamente los demás sanadores, curanderos o médicos de principios del siglo XIX tampoco lo eran. De hecho, el gran éxito inicial de las terapias de Hahnemann se debió a que, al no desangrar, hacer vomitar y aplicarle lavativas de mercurio a los pobres enfermos, les administraba cucharadas de nada que, cuando menos, no les jodían más la salud. Esto permitía que los procesos curativos naturales de los enfermos pudieran funcionar sin interferencias.

Ojo, la homeopatía no “causaba” la curación, simplemente evitaba que otras prácticas médicas tontas perjudicaran a los enfermos. Los remedios de Hahnemann eran más humanitarios y menos peligrosos que la alternativa a principios del siglo XIX. Y eran inocuos.

El problema vino a lo largo del siglo XIX, cuando la medicina se desarrolló en las líneas del conocimiento científico y la homeopatía optó por quedarse en el mundo medieval de los humores, la vis vitalis, las sucusiones, el “espíritu inmaterial” de las sustancias de Hahnemann y, sobre todo, la misma farmacopea del Organon de Hahnemann y el mismo sistema para investigar “curaciones”.

Mientras tanto, Pasteur postulaba una teoría de la enfermedad que sustituía satisfactoriamente a la teoría de los humores: la de los gérmenes patógenos. En resumen, esta teoría establece que muchas enfermedades son causadas por pequeños seres microscópicos (bacterias, protozoarios, virus). A diferencia de la anterior teoría de los humores, ésta se pudo comprobar por muchos medios hasta que, efectivamente, sabemos con certeza que muchas enfermedades son causadas por agentes patógenos. Y aprendimos a tratar esas enfermedades.

Y los homeópatas seguían en la teoría de los humores, las sucusiones, el “espíritu inmaterial” de las sustancias de Hahnemann y el mismo sistema para encontrar “curaciones”.

Luego la fisiología nos fue enseñando que otras enfermedades se deben a desarreglos funcionales del cuerpo, funcionamientos incorrectos, falta de algunas sustancias (como la insulina, cuya falta es el origen de la diabetes), exceso de otras, etc. Y aprendimos a tratar muchas de esas enfermedades.

Y los homeópatas seguían en la teoría de los humores, las sucusiones, el “espíritu inmaterial” de las sustancias de Hahnemann y el mismo sistema para encontrar “curaciones”.

La anatomía nos vino a explicar cómo muchas otras enfermedades son ocasionadas por problemas anatómicos, como una aorta bifurcada o una fístula rectal, y aprendimos a tratarlos.

Y los homeópatas seguían en la teoría de los humores, las sucusiones, el “espíritu inmaterial” de las sustancias de Hahnemann y el mismo sistema para encontrar “curaciones”.

La genética nos ha enseñado que muchas otras enfermedades o afecciones tienen su origen en alteraciones dañinas de nuestro material genético. La embriología nos ha alertado de problemas en el desarrollo que va de la fecundación del óvulo al nacimiento.

Y los homeópatas seguían en la teoría de los humores, las sucusiones, el “espíritu inmaterial” de las sustancias de Hahnemann y el mismo sistema para encontrar “curaciones”.

El lector avezado habrá percibido que hay un patrón discernible acá. O sea, que los homeópatas no han avanzado un milímetro desde 1812.

Ése es el problema.

Y todo eso sin contar lo que sabemos que no es cierto de las propuestas de Hahnemann, es decir:

a) Los efectos de una sustancia no aumentan al disminuir su cantidad, sino al revés,

b) Sacudir cualquier cosa no aumenta sus efectos,

c) Las sustancias químicas no tienen espíritu curativo inmaterial, y

d) Sin duda alguna, los síntomas no se curan con sustancias que causen los mismos síntomas para restablecer la armonía de los humores, sino que sino que los síntomas son indicaciones del verdadero origen de la enfermedad, que se cura con las acciones necesarias para eliminar la enfermedad: aparatos correctivos, medicamentos antibióticos, complementos nutritivos, sustitutos de sustancias (insulina, hormonas), intervenciones quirúrgicas y un vasto arsenal médico que ha logrado lo que Hahnemann no pudo conseguir: aumentar la cantidad y calidad de vida de las personas donde quiera que se apliquen sus principios (véase en este mismo blog el tremendo efecto de la medicina con bases científicas en China a guisa de ejemplo).

De la esquizofrenia como modo de vida: cómo ser homeópata sin volverse loco

Hay algunas partes de las afirmaciones actuales de la homeopatía que son verdaderamente alucinantes ya que contradicen sus creencias. Por un lado, los homeópatas niegan que la enfermedad tenga como causa los gérmenes patógenos, pero por otro lado aseguran que las vacunas (creadas precisamente para crear en nuestro organismo los anticuerpos necesarios para luchar con éxito contra gérmenes patógenos como el virus de la viruela) son “como la homeopatía”. No sólo es mentira, sino que es doloso y esquizofrénico. ¿Cómo es que las vacunas sirven para protegernos de algo que no existe?

Los homeópatas suelen no responder ante esto, pero llevan religiosamente a sus hijos a vacunar. (Cuando lo hacen, nos envían el sutil mensaje de que al menos parte de su cerebrito sabe perfectamente que lo suyo es un embuste.)

Los homeópatas dicen que todo es cuestión de que el cuerpo recupere el equilibrio de calor, frío, humedad y sequedad de los humores de la teoría de Praxágoras.

Pero estos señores suelen llevar gafas. Es más, llevan gafas en la misma proporción que el resto de la humanidad. ¿Por qué no se curan devolviéndose al equilibrio de los humores? ¿Será porque saben que su afección es un defecto anatómico para el que deben echar mano de los conocimientos de la ciencia?

Cuando tienen apendicitis (causada por una infección del apéndice a cargo de, lo adivinó usted, gérmenes patógenos, en este caso bacterias), los homeópatas no se toman cuatro chochitos ni se meten un supositorio de belladona (paréntesis: la belladona sirve para todo según los homeópatas, no hay uno que no la recete en abundancia). Se van a que los médicos (de verdad) los anestesien (con sustancias que no causan que se despierten, sino que causan que se duerman), los abran y les saquen el apéndice (con grandes protecciones contra infecciones, como es la higiene y la creación de campos estériles para la operación), les receten antibióticos para que su herida no se infecte (con los “inexistentes” gérmenes patógenos) y los manden a casa, listos a seguir embaucando a otros miembros de su misma especie con latinajos de similia similibus curantur y otras cosas que, en estos tiempos, tienen un parecido notable con los conjuros de Harry Potter.

Hay un desafío que solemos hacerle a los curanderos y médicos brujos que niegan la teoría de los gérmenes patógenos como causantes de enfermedades: ¿estarían dispuestos a dejarse inocular el virus de la rabia, convencidos de que no se morirán porque los virus no causan enfermedades? O, para no irnos a lo terriblemente mortal: ¿estarían dispuestos a dejarse inocular una buena infección intestinal?

La respuesta es, por supuesto, que no.

En mi pueblo decimos: “No hay borracho que coma lumbre”.

Naturaleza, atención personal y placebos

Cualquier médico avezado le dirá a usted que la gran mayoría de las consultas que hacemos a los médicos son innecesarias. Es decir, vamos al médico buscando tratamiento para enfermedades y afecciones de los que puede encargarse perfectamente nuestro cuerpo sin necesidad de ayuda externa.

En el caso de la gripa, por ejemplo, hay una máxima clásica: “con medicinas, siete días, sin medicinas, una semana”.

Por supuesto, cualquier curandero, médico brujo, sanador, naturista, homeópata, cromatoterapeuta o cualquier miembro de la tribu de los charlatanes, tendrá el mismo éxito.

Muchas veces vamos al médico para que atienda nuestros síntomas, y muchas veces ni eso puede hacer, como sabemos con tristeza quienes tenemos dos gripas al año y a quienes los “antigripales” (medicamentos para controlar los síntomas de la gripa, principalmente el moqueo, con antihistamínicos, y el dolor de cabeza y generalizado, con analgésicos) no nos causan efectos perceptibles, con lo que debemos aguantar a pie firme los embates virales. En todo caso, los médicos nos dan algo para los síntomas y dejan que la naturaleza siga su curso.

Pero cuando estamos enfermos necesitamos algo más que antihistamínicos o analgésicos, necesitamos atención humana, que nos hagan caso, que nos cuiden, y por desgracia, debido a los bajos presupuestos que nuestros gobiernos asignan a la salud, los médicos de los sistemas estatales de salud generalmente no pueden ofrecernos esa atención personalizada. Su tiempo es limitado, trabajan en exceso, atienden a demasiados pacientes.

Entonces, el frasquito con pildoritas o jarabe es flaco consuelo.

Y allí es donde los charlatanes hienden sus garras en las carnes de sus víctimas: les dan tiempo, les dan palabras amables (es su negocio), les dan consejitos, hacen todo lo que debería hacer el médico familiar. Establecen una relación personal con el paciente que siempre se agradece. No pueden curarnos, pero sicológicamente pueden apoyarnos como deberían hacerlo todos los médicos (y si no lo hacen no es, como quieren los charlatanes, culpa de los médicos, sino de los sistemas de salud que deberíamos ocuparnos en mejorar antes de acudir a pelamangos especializados en cobrar por no hacer nada).

Finalmente, hay enfermedades reales sujeto de tratamientos reales cuya curación puede acelerarse o producirse simplemente si el paciente cree que lo están ayudando. Los estudios científicos sobre medicamentos usan generalmente a dos grupos de pacientes, uno al que se le administra el medicamento en estudio y otro al que se le administra una sustancia inocua (azúcar, agua de colores, cápsulas con polvo de maíz) que en general se conoce con el nombre de placebo. Obviamente ni el médico que administra el tratamiento ni los pacientes saben a quién se le está dando medicamento y a quien remedios de mentiritas (a este sistema se le conoce como “prueba de doble ciego”).

Lo interesante es que, en todos los estudios, algunas personas del grupo que recibe el placebo informan que se sienten mejor, y en algunos casos la mejoría se puede medir y observar.

Actualmente, la ciencia seria está estudiando esto, que se conoce como “efecto placebo”, y los datos disponibles indican que parte el efecto placebo se debe precisamente al desarrollo natural de las afecciones, parte proviene de la interacción humana con un cuidador en el que se confía y parte proviene de las creencias personales respecto de la efectividad del tratamiento, de modo que una determinada forma de pensar puede estar ayudando a controlar alguna enfermedad o sus síntomas.

Estas tres cosas, el curso normal de la enfermedad, la atención personalizada y el efecto placebo (que es en parte provocado por los dos anteriores) explica bastante claramente cómo es que tantas personas que visitan a homeópatas sienten alguna mejoría. No tiene nada que ver, por supuesto, con la eficacia de sus remedios, que como hemos visto son totalmente inocuos. Pero esto nos dice que sigue habiendo aspectos de los procesos de las enfermedades que deben seguirse estudiando.

(Pero por supuesto la medicina con bases científicas es la responsable de hacer estos estudios, las prácticas supersticiosas de curación no estudian, no investigan y, ciertamente, no avanzan.)

¿Qué tiene de malo entonces la homeopatía?

Hasta cierto punto, en el mundo de las prácticas supersticiosas relacionadas con la salud, la homeopatía es una de las menos peligrosas directamente. La herbolaria aplicada sin conocimientos farmacobiológicos adecuados puede administrarle a las personas sustancias dañinas. La acupuntura puede causar daños neurológicos leves. Los quiroprácticos dejan ocasionalmente a sus pacientes parapléjicos al manipular salvajemente el cuello. La homeopatía es, en ese sentido, bastante inocente, como lo era cuando se le ocurrió a Hahnemann hace casi dos siglos.

Pero sí hay peligros.

Los tres peligros clave para quienes se hacen atender por homeópatas son el diagnóstico incorrecto, la evitación de un tratamiento médico efectivo y el ocultamiento de la verdad.

Los homeópatas no cuentan con las baterías de estudios, análisis, experiencia clínica, datos estadísticos y conocimientos anatomofisiológicos que tienen los médicos para hacer diagnósticos acertados. Y todos sabemos que, pese a todo ese arsenal, los médicos pueden equivocarse. Ahora calcule usted cuánto pueden equivocarse quienes solamente pretenden hacer un diagnóstico conversando con sus pacientes acerca de sus síntomas y haciendo algunas manipulaciones más bien inútiles.

Un diagnóstico acertado y oportuno es indispensable para un tratamiento correcto. Alguien que se haga tratar por homeópatas o por cualquier otro charlatán del curanderismo disminuye sus posibilidades de curación al retrasar o no acceder a un diagnóstico claro. Muchas enfermedades avanzan, y por ello su detección a tiempo es clave. Un ejemplo clarísimo es el cáncer, que cuando se diagnostica a tiempo tiene muchísimas posibilidades de tratamiento. Estando bajo el influjo de un homeópata, para cuando la víctima reaccione puede ser demasiado tarde.

La evitación del tratamiento médico es también un peligro latente. Los homeópatas basan gran parte de su “prestigio” en el ataque constante a la medicina con bases científicas (a la que llaman “alópata”, palabra inventada por ellos con objeto de insultar a quienes no comparten sus creencias), y por tanto suelen desanimar a sus clientes a que visiten a médicos de verdad. El peligro de esto es clarísimo, ya que las enfermedades que nuestro cuerpo no puede curar por sí mismo tienden a evolucionar y a complicarse, reduciendo la cantidad y calidad de nuestras vidas.

Finalmente, aunque a veces lo nieguen en público, los homeópatas creen en una serie de postulados demostrablemente falsos, sustentados en la magia y en las conclusiones sacadas muchas veces de la nada por parte de Hahnemann. Lo que creen es falso, y por tanto lo que le ofrecen a sus clientes, así sea con la mejor de las intenciones, es mentira. Todos, sanos o enfermos, tenemos derecho a obtener la información más completa, avanzada y certera acerca de nuestro cuerpo y mente, de nuestro estado de salud y de nuestras perspectivas de diagnóstico y pronóstico. Vivir menos y vivir peor es mucho más dañino cuando además, se vive en la mentira.

Lo de Hahnemann fue una equivocación, una teoría errónea, hija de la ignorancia de su tiempo como tantas otras. Lo de los homeópatas de hoy es totalmente imperdonable. Hahnemann propuso prácticas menos dañinas que las de la medicina de principios del siglo XIX, pero inútiles. En su momento, fueron benéficas, pero insistir en ellas desconociendo con tozudez de pollino los avances del conocimiento de casi doscientos años sólo puede ser producto de una profunda incapacidad mental o de una disposición absoluta a mentir con todo descaro para mantener vivo un negocio que debió desaparecer al surgir Louis Pasteur y que hoy sólo puede causar más daño que beneficios a sus víctimas.

¡Los grandes logros de la medicina alternativa!

¡Los grandes logros de la medicina alternativa!

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Pese a haber nacido en el corazón de la Ciudad de México y vivido allí durante décadas, hace cinco años vivo en Gijón, a orillas del Cantábrico, ciudad en extremo agradable, segura, alegre, protestona, guerrera, culta y llena de curiosidades. Una de esas curiosidades que siempre me llamó la atención es un monumento a Alexander Fleming, sobre todo cuando me enteré que éste es el primer monumento que se le hizo en el mundo al padre de la penicilina.

Hoy me entero que la creación de este monumento se debe a un artículo que un pediatra gijonés, Avelino González, escribió en el diario local El Comercio exaltando las maravillas de la penicilina, lo cual hizo que la población (no el gobierno, originador de tantas estatuas y monumentos inútiles, convenencieros y con frecuencia autoelogiadores) se uniera, aportara fondos y comisionara el busto del investigador.

Escribió el doctor González:

No era admiración, era verdadero asombro lo que yo veía en mis enfermitos tratados con esta droga; eran milagrosos sus resultados.

Pero aún fue mayor mi asombro y mi agradecimiento cuando mi nieto mayor cayó enfermo con una angina maligna estrepocócica y con localización cardiaca. Ni uno solo de esos enfermos se salvaban antes de la penicilina, pero tuve el placer de ver los resultados maravillosos de ella en mi nietecito de dos años, que no sólo salvó la vida, sino que no le dejó el menor rastro o lesión.

En esta era de antibióticos y enfermedades resistentes y nuevos antibióticos, hemos olvidado sin duda el verdadero cambio que produjo la penicilina.

Durante miles de años, en todo el mundo, pese a todas las charlatanerías, curanderismos, sanaciones, terapias imaginarias, chamanismos y brujerías, la gente se moría por causa de las mismas infecciones, sin cesar, sin paliativo. Y de pronto un medicamento obtenido mediante métodos confiables lo cambió todo.

Lo cambió todo no es cualquier cosa. Donde no sobrevivía nadie sobrevivieron millones.

Muy probablemente yo y la mayoría de los que estamos vivos hoy tenemos una deuda con Fleming. La historia de la enfermedad humana, de la lucha contra el dolor, se alteró radicalmente cuando Fleming identificó el principio activo del hongo penicillium, lo reprodujo en laboratorio, se determinó la dosificación adecuada y se empezó a producir industrialmente para llegar de manera accesible a millones y millones de enfermos.

De un día para otro dejaron de producirse cantidades incalculables de muertes o de dolencias prolongadas e incapacitantes. Como verdadera magia. Fleming consiguió lo que ningún charlatán de la “medicina natural” ha hecho nunca: tomar un elemento de la naturaleza, estudiarlo, conocerlo, investigarlo y convertirlo en un bien para toda la humanidad.

Lo mismo hizo Pasteur cuando desarrollo la teoría de los gérmenes como causantes de la enfermedad, teoría que ha demostrado ser cierta mientras que las demás teorías son falsas. (La teoría de los humores de la homeopatía, la teoría de las temperaturas del naturismo, la teoría de los doshas de la medicina ayurvédica, etc., etc., etc.) Y cuando puso a prueba su teoría con la vacuna antirrábica (donde antes morían todos se salvaron millones).

(Probablemente lo que no se imaginó Pasteur es que habría personas que vivirín gracias a las vacunas se dedicarían a la charlatanería y a negar la eficacia de la medicina que les salvó la vida. Calcule usted el tamaño del desagradecimiento que se necesita para caer tan bajo.)

Por supuesto, las medicinas alternativas no inventaron ni descubrieron, entre otras muchísimas:

la anestesia
la asepsia
los trasplantes de órganos
los antirretrovirales (esperanza de los sidóticos)
las vitaminas (absolutamente todas)
la insulina
las vacunas
el trabajo con células madre
la aspirina
el demerol (analgésico que controla el dolor más terrible)
la adrenalina (sin la cual cualquier infarto, shock o reacción anafiláctica pueden acabar en muerte)
el litio (medicamento contra la esquizofrenia)
el aciclovir (el mejor tratamiento contra el herpes genital)
el albuterol (broncodilatador del que depende la vida de muchos, entre otros los asmáticos)
la nitroglicerina (vida para muchas personas con afecciones cardiacas)
la carbamazepina (anticonvulsivo para epilépticos)
la ciclosporina (para evitar el rechazo en trasplantes)
las píldoras anticonceptivas, todas
el sildenafil (la mágica Viagra, pues)
el somatrem (ayuda al crecimiento en niños de crecimiento atrofiado)

Éstos y otros muchos medicamentos son, para millones de personas, milagros tan grandes como fue en su momento la penicilina y como siguen siendo todos los antibióticos.

Compárese con los grandes logros de la medicina alternativa, que en los últimos cien años han ofrecido, como avance salvador de vidas que ha impactado favorable y dramáticamente la salud pública:

Ninguno
Nada
Ni por asomo
¿Eh?
No, en serio
Hay que ser bastante miserable, irresponsable y desvergonzado para dedicar la vida a decirle a las víctimas de enfermedades que esta segunda lista es más impresionante que la primera, y que la disciplina que generó la primera lista “no sirve”, “es inútil”, “es dañina” y similares alucinaciones, mientras que se venden milagros inexistentes basados en la segunda lista de nulidades económicamente rentables.

¿O no?

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