Cuentos chinos: ignorancia tradicional, ignorancia alternativa

Cuentos chinos I

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La muerte es una terrible certeza.

Gran parte de las motivaciones humanas se encuentran en el intento por perpetuarse de alguna forma. Tener hijos, escribir un libro, conquistar imperios, construir grandes monumentos, son todas actividades que al menos en parte están movidas por nuestro deseo de no morir o, al menos, de no morir del todo.

Pero algunos sueñan con la inmortalidad real, con no morirse nunca. Los faraones egipcios se momificaban esperando revivir. Los emperadores chinos desde hace al menos tres mil doscientos años pusieron a sus sabios a determinar por qué estaban vivos y cómo podían mantener para siempre esa agradable condición.

La ciencia china, aunque avanzada, no daba para tanto. Pero los emperadores disponían de prácticas sumamente desagradables reservadas para quienes les causaban molestias, de modo que los sabios acudieron a las creencias populares para darle el secreto a sus monarcas y conservar la cabeza debidamente adosada al cuello, ya que a ellos tampoco les seducía mucho la idea de la muerte.

Una creencia popular era que la vida era una especie de energía llamada “chi” (o “qi”), que igual recorría el planeta que las piedras, los ríos y los seres vivos. A partir de esta creencia, los sabios rescataron o inventaron toda una serie de postulados que nunca se preocuparon por demostrar. Algunos de ellos:

1.- El chi recorre el cuerpo humano a través de 12 meridianos, y la enfermedad se produce cuando se interrumpe el flujo del chi.

2.- El chi recorre el planeta, de modo que para tener suerte hay que disponer las casas y las cosas de acuerdo al supuesto flujo del supuesto chi.

3.- El chi se encuentra en concentraciones especiales en el aire. Si aprendemos a respirar, podremos prolongar nuestra vida e incluso evitar la muerte.

4.- El chi se encuentra en el semen, que es la razón por la que (según esta visión) el hombre da a la mujer la vida (los hijos) qutándose él parte de su existencia, y por tanto al no eyacular viviremos más.

Como es obvio, estas cuatro propuestas están detrás de prácticas muy conocidas traídas “de la China milenaria” por cuentistas profesionales.

El chi y los 12 meridianos son la base de la acupuntura.

El chi y la disposición de las cosas es la base del feng-shui.

El chi y la respiración están detrás del tai-chi y del qi-gong o chi-gong.

El chi y la eyaculación son la base del chi-kung.

Hay todo un desarrollo sobre el chi yin y el chi yang, y numerosas teorías a cual más extravagante sobre el chi, cómo conservarlo, aumentarlo, mejorarlo, domarlo, lavarlo, peinarlo, vestirlo, aleccionarlo, purificarlo, fortalecerlo y sacarlo a pasear. Algún día volveremos sobre tales teorías.

Igualmente, es claro que muchas disciplinas indostanas (o hindúes, o indias) tienen sus orígenes en estas creencias. El “prana” como fuerza que viene del aire o el yoga sexual están estrechamente relacionados con la idea del “chi”. También lo dejamos para otro día.

Vamos a los hechos básicos, que son más importantes:

1.- Ninguno de los millones y millones de practicantes de las más demandantes prácticas relacionadas con el chi ha logrado evitar morirse.

2.- De hecho, pese a todas esas prácticas, la expectativa de vida en China antes de la llegada de la medicina con bases científicas era bajísima.

3 (y la más importante).- Nadie ha podido demostrar la existencia del chi.

Se han escrito numerosos volúmenes sobre el chi, se les cobran fortunas a millones de personas por enseñarles a manejar su chi o por decorarles la casa según el feng-shui, pero el “chi” sigue siendo un constructo hipotético no demostrado.

Los charlatanes disfrutan enormemente al hablar de “energía” o, sobre todo, de “energías”. Lo disfrutan tanto, de hecho, que nunca explican qué rayos quieren decir.

La energía no es algo misterioso o místico, es un fenómeno que la física entiende claramente, tanto que puede convertir algunos tipos de energía en otros (el movimiento de un río en electricidad, la electricidad en calor para la cafetera, etc.). La energía tiene características muy claramente definidas, como la intensidad, la frecuencia y la amplitud.

Esto nos queda muy claro cuando usamos un radiorreceptor: las distintas estaciones emiten energía en forma de ondas electromagnéticas de distinta frecuencia, de modo que no se interfieren unas a otras. Cuando escuchamos radio en el 98.1 de FM lo que estamos escuchando son ondas emitidas a una frecuencia de 98.1 kilohertzios. En AM, tales ondas habrán sufrido una modulación en su amplitud, pero en FM habrán sido moduladas en su frecuencia. A nosotros esto nos tiene sin cuidado porque el receptor de radio se encarga de demodular la señal, interpretarla y decodificarla para convertir la energía electromagnética nuevamente en sonido de modo que podamos disfrutar las fantasías de charlatanes en programas de radio hablada.

¿En qué frecuencia está el chi? ¿Cuál es su amplitud? ¿Cuál es su lugar en el espectro electromagnético? A todas estas preguntas, los expertos en vender chi (y “energías” místicas en general) responden con un atronador silencio.

Más silencio podemos disfrutar si nos explican cómo se transmite el chi por los ríos y por el cuerpo humano y por el aire, y cuál es el mecanismo fisiológico que tienen los pulmones para extraer del aire que respiramos no sólo oxígeno, sino “chi”. Y cómo se conserva el “chi” en el semen, si se puede medir cuánto hay y cuál es el mecanismo por el cual se almacena en el cuerpo.

Y, sobre todo, sería excelente contar con su explicación de por qué el chi se comporta distinto de todas las demás formas de energía del universo, claro.

Si fueran honestos, lo menos que podrían decir es que creen que el chi es una fuerza mágica y, por tanto, sobrenatural. Pero no lo dicen, porque gustan de contar fábulas diciendo que todo lo que se ha dicho sobre el chi es producto de las experiencias de monjes fabulosos y sabios sobrehumanos que, sin excepción, procedieron a morirse a tiempo sin que al chi le importara en lo más mínimo.

Es decir, tienen una creencia supersticiosa sin bases reales, sustentada en una tradición oral que no se sustenta en la experiencia real. Y eso venden. Y eso compran sus víctimas.

Otro día desmontaremos, también, las patrañas sobre cada una de las disciplinas relacionadas con esta fuerza que no existe. Baste de momento tener presente que cuando nos hablan de la “energía” del “chi” están hablando de una fantasía. El “chi” no es más real que las hadas. Sin embargo, la gente paga hoy por usar el “chi” aunque, por supuesto, nos negaría su dinero si le propusiéramos que nos lo diera a cambio de bailar en el bosque con los duendes.

Y,sin embargo, creen en este duende maravilloso, hijo como tantas otras teorías de la ignorancia de otros tiempos. No se puede condenar a quienes en el pasado creyeron en estas fantasías, ya que estaban empeñados en entender y controlar su mundo.

Pero cuando se ha demostrado más allá de toda duda que esa teoría era una falsa forma de entender la realidad, sí se puede (y se debe, cómo no) cuestionar a quienes siguen vendiendo productos ya caducados, sobre todo cuando lo hacen sabiendo que lo suyo es un timo.

Cuentos chinos II: ignorancia tradicional, ignorancia alternativa

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Cada tantos años, occidente “descubre” oriente y abre la bocota admirado, confundiendo lo “distinto” con lo “mejor”.

Hacia fines del siglo XIX, por ejemplo, una señora sabia en asuntos de dinero, Madame Helena Petrovna Blavatsky, luego de haber trabajado en un circo y como asistente de una médium fraudulenta en “sesiones espiritistas” chapuceras, tuvo la genial idea de inventar que la “sabiduría de oriente” (en particular del Tibet) resumía todo el conocimiento mundial y todas las religiones del planeta y percibió, con extrasensorial claridad, que eso, bien comercializado, podía ser un negocio fantástico. Con esa convicción, declaró que había sido “elegida” para llevar a occidente las maravillas de la sabiduría de oriente a tantos dolarucos la botella. Inteligente, doña Helena se fue directamente a Estados Unidos, país siempre dispuesto a consumir cualquier pavada y pagar por ella con dólares de verdad.

El resto es historia: Helenita fundó la Sociedad Teosófica en Nueva York en 1875, embaucó cantidades prodigiosas de pazguatos, amasó una saludable fortuna y vivió en la opulencia hasta que pasó “al otro lado del velo” en 1891. La manchita en todo el tema ocurrió cuando doña Helena se fue a fundar una sucursal de su empresita en la India, a ver si podía embaucar a los hindús con sus propios cuentos, pero tuvo que salir del país luego de que la acusaron de hacer trampa en las “materializaciones” que eran parte de su repertorio de ilusionista.

La herencia de Madame Blavatsky para los impostores que la siguieron fueron sus fantasías sobre el “cuerpo astral” y su estúpida convicción de que la hipnosis era una disciplina ocultista (tontería que siguen ordeñando numerosos farsantes).

EL yoga llegó a Estados Unidos por esos años, para morir y renacer varias veces, la más reciente en la última década,

En las décadas de 1950-60, hizo su fortunita un fascineroso que firmaba libros delirantes con el seudónimo de Lobsang Rampa, apelativo mamarrachesco que, juraba, era el nombre que tenía en el Tibet antes de transmogrificarse en estupenda metempsicosis al cuerpo del insignificante fontanero irlandés que ocupaba, un tal Cyril Henry Hoskins, que nunca fue a los Himalayas y que, según los budistas, no sabía un carajo partido por la mitad de budismo tibetano.

Por supuesto, las almas crédulas que se sintieron arrebatadas por las ficciones vertidas en libros como El tercer ojo y El cordón de plata no están para dejar que los budistas tibetanos les vengan a joder el invento, y se tragan completita la rueda de molino con la que les ha hecho comulgar un irlandés vivaracho.

China ha sido redescubierta una y otra vez por occidente desde el primer viaje de Marco Polo.

La más reciente oleada de supercherías chinas vino de la mano de un personaje tan inteligente y confiable como Richard M. Nixon, Tricky Dick. Cuando decidió hacer su acercamiento a China, hizo que el tirano de aquél entonces, el salvaje, ignorante pero listísimo Mao Zedong (que por entonces llamábamos Mao Tse Tung) pusiera en marcha a todo su equipo de propaganda para asombrar al yanqui con las maravillas del comunismo chino.

Antes de relatar las triquiñuelas con las que embaucaron a Ricardito Triquiñuelas, hay que entender la esquizofrenia que marcó la relación entre el Camarada Mao y las tradiciones chinas. Apenas termnada la revolución china, decidió que su especial marca de comunismo estaba refundando la historia desde cero, y que todo lo viejo y anterior era repelente, desagradable, ignorante y “burgués”. Esta filosofía gubernamental se mantuvo hasta la masacre organizada llamada, no sin sorna, la “Revolución Cultural”, en la cual hordas de fanáticos, en su mayoría jóvenes y que en su miserable vida habían visto a un burgués de verdad como los que votan al PP en España y al PAN en México, procedieron a destruir la riqueza cultural china y a apalear a sus científicos y artistas, poniéndolos a hacer labores campesinas para “reeducarlos” pues eran, se supone, “decadentes y burgueses”. Esto representó un salto hacia atrás para China del cual tardaría mucho en reponerse.

Pero antes de la visita de Nixon, Mao, que era un salvaje ignorante (y que nunca se lavaba los dientes, según su médico personal) pero muy listo, se dio cuenta de que no había logrado derogar las tradiciones chinas y que, para remate, su inepto manejo de la economía, que en 1959-1961 mató a millones de hambre, dejaba en el desamparo médico y consecuentemente encabronados a grandes sectores de su populoso país, razón por la cual, con la elegancia propia del sincero chaquetero, maromero y acomodaticio, decretó que la antigüedad china era, de repente, un legado cultural valiosísimo que había que rescatar, preservar y honrar estruendosamente.

En este entorno, la “medicina” tradicional china volvió por sus fueros, no porque sirviera para un carajo, sino porque era la opción ante la incapacidad del maoísmo de dotar de médicos a mil millones de habitantes. En otras palabras, se le permitió a la gente hacerse tonta con remedios inútiles para que se murieran sin protestar más que lo justo.

Y entonces, Richard Nixon, el señor Watergate en persona, decide visitar China. Y la enorme máquina de propaganda china (máquima eficientísima, como era indispensable para mantener el control sobre mil millones de súbditos del camarada) se puso en marcha. Una de las brillantes ideas fue promover la antigua superstición de la acupuntura como “anestesia”, para lo cual se anelgesió químicamente a una serie de pacientes (según lo relata el médico personal de Mao, Li Zhisui, que por supuesto era médico de verdad, ¿a poco creía alguien que el Gran Hombre chino se iba a curar con agujitas y tés?) se les pusieron agujas y se les hicieron operaciones asombrosas mientras Nixon dejaba escapar babas de metro cuarenta de largo.

No pasaron días antes de que los estadounidenses se interesaran por aprender acupuntura y usarla no para anestesiar nada, sino para curarlo todo cobrando montones de dólares. Porque la acupuntura, como todas las disciplinas de curanderismo silvestre, asegura que puede curarlotodo, absolutamente todo, sin excepciones y con mínima incomodidad para el paciente.

(Uno de los rasgos distintivos de la magia es la afirmación de que se puede obtener algo a cambio de nada, o algo grande a cambio de muy poco. Las leyes que funcionan en el universo, en particular las de la termodinámica dicen, si las desnudamos de fórmulas, que no se puede sacar de un sistema más energía de la que se depositó previamente en él. Por eso son imposibles las máquinas de movimiento perpetuo, aunque de cuando en cuando aparezcan desvergonzados en la televisión jurando que han conseguido esta quimera. En el caso de la medicina, por decir algo, la magia promete cura total sin problemas, cuando la medicina seria y con bases científicas apenas puede ofrecer tratamientos que pueden ser largos, incómodos, molestos, con posibles secuelas indeseables y que no van a funcionar con un 100% de seguridad.)

Éste es el cuento de la medicina tradicional china.

Parafraseando al Skeptic’s Dictionary: la medicina “tradicional” china no se basa en conocimientos de fisiología, bioquímica, nutrición, anatomía ni los métodos que sabemos que efectivamente curan enfermedades; tampoco sabe, ni le importa un pepino saber, de química celular, circulación sanguínea, funciones nerviosas, hormonas, enzimas, cromosomas, genes, endorfinas y demás cosas con nombres raros. Los “meridianos” por los que “corre” el “chi” (véase en este blog Cuentos chinos I) no se relacionan ni con el sistema nervioso ni con el aparato linfático ni el circulatorio, ni mucho menos con los órganos.

Lo más interesante es que en China, actualmente, se publican 46 revistas médicas profesionales a cargo de la Asociación Médica China… y por supuesto que en ninguna de ellas se trata ni la acupuntura ni la herbolaria tradicional china, porque esas patrañas son para consumo de memos, y los médicos chinos lo saben.

Porque, y éste es el quid del asunto, la “maravillosa medicina tradicional china” consiguió, en sus miles de años, que cientos de millones de personas murieran, jóvenes y en medio de atroces sufrimientos, a causa de enfermedades que hoy, en la medicina con bases científicas, son curables, tratables o incluso prevenibles.

En 1949, un año después del triunfo de la revolución china, la tasa de mortalidad era de 40 por mil, pese a todos los hongos, los tés y las agujitas mágicas. En los últimos años se ha reinstalado la inteligencia en China y esto se ha traducido en un mayor acceso de la gente a la medicina de verdad, la que no puede asegurar nada, pero nos da probabilidades infinitamente mejores. Hoy, esa cifra de 40 por mil se ha reducido a 6.7 por mil, coincidiendo exactamente con la difusión de medicina real entre la población china. La mortalidad infantil se ha bajado hasta 25/1000 (para comparar, las tasas actuales son: EE.UU.-6.8, Japón-3.3, México-23.7, España-4.5, India-59.6 y Mozambique-199). La expectativa de vida en 1948 era de 36 años, hoy es de más de 71.

Eso es lo que ha logrado la medicina con bases científicas en China. Evidentemente, ha conseguido lo que miles de años de supersticiones ignorantes y de aproximaciones empíricas no consiguieron resolver. China ha pasado de la medicina tradicional o alternativa a la medicina de verdad, con resultados demostrables.

Y es en este punto donde algunos ingenuos decididos a pasmarse con cualquier cuento, deciden que quizá su mejor apuesta para vivir vidas más largas, más sanas y más felices es… abandonar la medicina de verdad para pasarse a la medicina tradicional china.

Mayor imbecilidad es difícil encontrar.

Cada quién tiene derecho a optar por la medicina tradicional o alternativa, por rendirse como un australopiteco a las creencias más idiotas y abrazar la ignorancia tradicional o alternativa.

Lo que debería ser considerado un delito es que esas mismas personas lleven a sus hijos a que subnormales con diplomitas que no valen el papel en el que están impresos les claven agujitas o les receten tés de yerbajos con polvos serenados. Eso viola el esencial derecho de todo ser humano a una correcta atención a la salud. Y también violan esos derechos fundamentales los distintos centros de “medicina tradicional china” que se dejan cobrar hasta 132 euros por una “hidroterapia del colon” que no es sino una simple lavativa (inútil), y 90 euros por “consulta” (para que quede claro que le sale más barato un médico de verdad) anunciando curas que no pueden proporcionar en modo alguno.

Publicidad engañosa, violación de derechos fundamentales, cuentos chinos que ni los chinos se creen y una constelación de miserables buitres del dolor humano. Bonita colección para que las judicaturas le echen una ojeada, si los dejan las querellas que se ponen los famosos, famosillos, famosuelos y famosejos que nos plagan.