la muñeca(terror)

Ana tenía una pequeña muñeca de trapo a la que llamaba Perla. Era una muñeca simple, incluso anodina, pues no había nada en ella que, a primera vista, llamara la atención. A Ana no le gustaba nada aquella muñeca, pero sus padres no tenían dinero parar comprarle otra, así que, muy a su pesar, tenía que jugar con Perla.
“La odio”, les decía a sus padres. “Es una muñeca vulgar y aburrida.”
Perla se sentía muy infeliz cuando oía aquellas palabras, pero quería tanto a su dueña que siempre la perdonaba. Se decía a sí misma: ‘seguro que algún día Ana también me querrá a mi; sólo tengo que esperar’.
Un día, Ana invitó a unas amigas a su casa y todas sacaron sus muñecas para jugar. Pero en cuanto vieron a Perla, las niñas se echaron a reír.
“¡Qué muñeca tan fea!”, dijo una. “Tiene una cara sosísima, y no tiene vestidos de noche exclusivos, ni un peinado exclusivo, ni unos zapatos exclusivos.”
“Es súper normal”, dijo otra. “O sea, ¡es casi anti fashion!”
“Por el amor de Dior”, dijo la tercera mirando a Ana, “qué horror tener una muñeca que no es exclusiva, ¿no?”
Ana estaba terriblemente avergonzada. Veía las muñecas de sus amigas, todas con sus ropas exclusivas, sus rizos exclusivos y sus complementos exclusivos… y, mientras, ella tenía que conformarse con Perla.
Estaba harta, así que, aquella misma noche, Ana se metió en la cama y esperó a que su madre acudiera a darle el beso de buenas noches para decirle:
“Mamá, ya no puedo más. Quiero que me compréis una muñeca nueva. Una que sea fashion y cool, como la de mis amigas. Una muñeca exclusiva.”
La madre de Ana la vio tan decidida que tuvo que ceder:
“De acuerdo, hija, buscaremos una de esas muñecas que dices.”
Al oír aquello, Perla se sumió en una tristeza de trapo. Se pasó toda la noche despierta pensando en qué sería de ella cuando Ana tuviera una nueva muñeca y se deshiciera de ella. Aunque Ana siempre la trataba con desprecio, Perla la adoraba. La quería con toda su felpa.
Y de pronto, cuando el reloj marcó las tres de la madrugada, Perla tuvo una idea.
Caminó hasta el escritorio de Ana y se encaramó al panel de corcho en el que la niña colgaba sus dibujos.
‘Si quiere una muñeca exclusiva, tendrá una muñeca exclusiva’, se dijo.
Arrancó del corcho cinco chinchetas y las usó para hacerse… ¡piercings! Piercings en los labios, en las dos orejas y en las dos cejas. Cuando terminó, bajó del escritorio y fue a mirarse al espejo del ropero. Estaba satisfecha. Su aspecto era ahora absolutamente fashion. Absolutamente exclusivo.
Perla se acostó de nuevo en la cama e imaginó lo que sucedería a la mañana siguiente cuando Ana la viese. ¡Una muñeca con piercings!
‘Sin duda gritará de emoción al ver lo exclusiva que soy ahora’, se dijo la muñeca. ‘Y ya no pensará en deshacerse de mi. Tal vez incluso empiece a quererme. ¡Oh, eso sería fantástico!’
Pero lo que sucedió a la mañana siguiente fue algo para lo que ni siquiera Perla estaba preparada. Ana se despertó y, al abrir los ojos, no vio a su muñeca. Ni tampoco gritó de emoción. Porque Ana se había despertado muda, sorda de los dos oídos y ciega de los dos ojos.
Así fue como la niña descubrió que su muñeca siempre había sido la más exclusiva del mundo, pues era nada menos que una muñeca vudú. Y desde aquel día jamás se separó de ella. Es más, durante el resto de su vida trató a Perla con sumo cariño, mimándola como nadie había mimado nunca a una muñeca, porque sabía lo que podría pasarle si Perla sufría algún daño.
FIN

La Ciguapa

ciguapa es un personaje mítico que vive en el corazón rural de la República Dominicana, especialmente en las regiones montañosas. Aunque también se habla de ciguapas en Holguín, Cuba, parece que es un personaje típicamente dominicano y que habría sido llevado por los dominicanos que fueron a luchar por la Independencia cubana.

Las ciguapas son mujeres de tez morena con ojos negros rasgados y con el pelo negro, suave y lustroso. El pelo es tan largo que llega a constituir su única vestimenta. Para algunos son pequeñitas, con el cuerpo desproporcionado, mientras que para otros tienen piernas largas y delgadas. Incluso algunos dicen que su piel es azul.

Pero lo que verdaderamente distingue a la ciguapa “moderna” es que tiene los piés al revés, dirigidos hacia atrás, al igual que el Curupí guaraní y la Churel hindú.

Suelen salir de noche de los bosques y cuevas donde residen en nuestras montañas, emitiendo un gemido suave (hipido, corrientemente pronunciado jipido), que es su único medio de comunicación vocal. Son inofensivas, muy tímidas y temen a los humanos. Atraen a los caminantes de sexo masculino, los que desaparecen luego de haber sido seducidos.

 
Pueden atraparse en una noche de luna llena con el auxilio de un perro manchado (blanco y negro) y que sea “cinqueño” (polidactílico), es decir que tenga seis dedos (pero la mayoría de las personas cree que los perros solamente tienen cuatro dedos). Por esas condiciones, se puede decir que es prácticamente imposible atrapar las ciguapas.

Tomando la clasificación griega de las ninfas, las ciguapas podrían ser Oréades (ninfas de los montes y montañas) o, más bien, Napeas o Napías (ninfas de los valles de montañas y cañadas, tímidas pero alegres).

Aunque se desconoce el origen de este personaje, los indicios llevan a pensar que no es muy antiguo. La primera referencia es la de Francisco Javier Angulo Guridi, quien en 1866 escribió la tradición o leyenda “La Ciguapa”, que él llamó “novela”. Nadie sabe de donde obtuvo las informaciones para dicha obra: si es creación suya o relata una historia escuchada. Interesante es que no dice que las ciguapas tengan los piés al revés por lo que se ve que esto es algo añadido posteriormente.

Las ciguapas no aparecen entre los mitos y leyendas taínos narrados por fray Ramón Pané ni otros Cronistas de Indias ni tampoco aparecen representadas en los petroglifos ni en la alfarería arawaca. Este hecho, junto con la tardía aparición escrita del personaje, demuestra que no era parte de la tradición taína. Su semejanza con el Curupí o Curapa guaraní (aunque solamente en cuanto a los piés) debe considerarse solamente como una semejanza; es poco probable que esa tradición haya llegado en tiempos modernos a la República Dominicana, sobre todo teniendo en cuenta las diferencias notables entre los dos personajes míticos.

Incluso el nombre, que algunos creen que es taíno, proviene del créole “Zi gouape” (en francés “Petit gouape” – pequeño bribón). Pero ese es un monstruo masculino, muy diferente a las ciguapas.

También se ha propuesto la hipótesis de que tenga un origen africano. El problema está en el desarrollo tardío de la leyenda y su ausencia en otras poblaciones afroamericanas, incluyendo Haití.

Tal como dice el antropólogo Marcio Veloz Maggiolo, el rastro de la ciguapa quizás pueda seguirse hasta la India: la churel que menciona Rudyard Kipling en su novela Kim. En esta novela, Kipling describe a la churel: “Una churel es un fantasma peculiarmente maligno de una mujer que murió en la cuna. Ella ronda por los caminos solitarios, sus piés torcidos y dirigidos hacia atrás en los tobillos, y lleva a los hombres para tormentarlos.”

En su obra “My Own True Ghost Story”, Kipling dice: “También hay terribles fantasmas de mujeres que murieron en la cuna. Estas erran por los caminos al atardecer, o se ocultan en los cultivos cerca de un poblado, y llaman seductoramente. Pero responder a su llamado es muerte en este mundo y en el siguiente. Sus piés está torcidos hacia atrás de manera que todos los hombres sobrios pueden reconocerlas.”

Si tenemos en cuenta que la descripción más corriente que se hace de las ciguapas, que es una idealización de las mujeres taínas, se ajusta bastante a la de las mujeres hindúes, esta hipótesis de un origen oriental tiene mucho peso, más que cualquier otra. Un problema a resolver, de ser esa la hipótesis correcta, es explicar su llegada a nuestro país por lo que habría que analizar las inmigraciones durante el siglo 19.

Pero, cualquiera que sea el origen de este personaje mítico, las “ciguapitas” seguirán “jipiando” y llevando una vida tranquila en las montañas y montes dominicanos.

Ebano de la noche negra

EBANO DE LA NOCHE NEGRA
 
    Por ahí se dice que los negros no tenemos historias, señor. Y así, sentaditos como usté está escuchándome, mueven la cabeza como si uno les contara mentiras. Qué si yo le cuento de una negra bendita que tejía historias cuando éramos niños. Qué si le digo que a esa negra la conocieron nuestros padres, nuestros abuelos y los abuelos de nuestros abuelos. ¿Ah?… ¿No ve que ya está dudando?

    Pues esa negra se llamaba Mamá Lázara, y los muchachitos que ya nada teníamos que hacer en los sembríos la íbamos a buscar pa’ escucharla. Salíamos al camino, a eso de las seis, pa’ ir a su choza que lindaba con la playa. Sí señor. Allá donde ahora terminan los plantíos de calabaza y comienza la arena a enfrentarse con las olas.

    -¡Quiáce tanto neguito ocioso pol ahí!    -nos decía como peliando.

    Voz chascosa que espantaba a los chaucatos. Y los chaucatos avisan de la culebra; y el guardacaballo se come el gusano del lomo de las bestias; y el huanchaco pica la fruta pa’ comerse su gusano. Y Mamá Lázara contaba cuentos a las seis. Óigame, tan lindos sus cuentos como si los hubiera hecho con la espuma del mar, como el sol de la tarde que pinta los plantíos de luz colorá. Así de lindos eran sus cuentos. Pero pa’ gozarlos había que ser negro por dentro también. No d’esos quiay ahora, que ni agarran lampa, que ni saben trabajar.

    Nos juntábamos como moscardones mirándola a la anciana y ella empezaba:

  -Qué se van a acordal de Papá Samuel, si no le conocieron. Nego gande era mi Samuel, como una palma de coco de’sas que se levantan en las plazas de los pueblos…

  Los más creciditos sabíamos poco de ese negro Samuel, por oído nomás. Decían los viejos que a él lo trajeron en barco, por los tiempos en que don Alonso Gonzáles del Valle era dueño de todo lo que había acá. Decían también los viejos que ese blanco era remalo y que nunca le quitó el collar de bronce a Papá Samuel. Eso sólo se lo vino a quitar la gente de don Ramón Castilla, que Dios tenga en su gloria, ya cuando Samuel era muy viejo, ya cuando todo le daba lo mismo.

  A ella la mirábamos con cariño cuando se emocionaba con su recuerdo. Con lástima también: toda hueso y pellejo, unas cuantas crenchas blancas que ni le cubrían bien el cráneo, y los nudillos tiesos como requiebros de raíz agarrando el bastón de huarango. Un ojo muerto en lágrimas y con el ojo bueno mirando más allá de la reventazón, más allá de las gaviotas.

  -Poque nadies se acuelda de mi nego Samuel. De joven doblaba la herradura del caballo con una mano… Y con l’otra, podía tranquilizá una res de un sopapo… ¡ No había varón como él!

  Eso nos gustaba de las historias de Samuel. Más que un buchito de miel de caña. ¡Con tanta exageración! Como esa de que había heredao el gran grito de los mandingas, de los abuelos de nuestros abuelos.

  -En ese tiempo nos habíamos apalencao sin sabé que ya entonce éramos libres poque el Mariscal Castilla lo había querío así. Papá Samuel estaba reviejo y no podía peliar, cuando su vecino, el mulato Matías Mogollón, le robó el agua de las acequias y le faltó de palabra. Entonce Papá Samuel se subió al cerro de las lechuzas y desde ahí se quedó mirando todo lo que había sembrao el enemigo con su agua. Temblaba de pura cólera mi marío. ¡Qué rabia que hasía, Jesú!… Recoldando las mañas de los brujos de Changó y Obatalá, tomó aigre hasta el tuétano de sus güesos. Largo rato aguantó ese aigre poniéndose morao. Y con toda la rabia que le nasía de las verijas, gritó… ¡Gritó!… Y mucho grito fue ese, óiganme. Tan fuelte que mató los pajaritos, las vacas, los piajenos, los puelcos; arrancó de cuajo los huarangos, quebró las cañas del maíz que Matías Mogollón había plantao. Mató a su mujé y a sus hijos rompiéndole los oídos, y al mismo enemigo que se quedó ahí tirao botando espuma po’ la boca. Con ese gran grito del mandinga, se acabó el pleito po’el agua…

      Y ya no quiero seguir recordando más historias, porque una noche Mamá Lázara nos iba a contar la última sin saberlo. Era que nadie sabía qué estaba esperando ella pa’ morirse, así tan viejita y dando lástima. Por Cristo que esa noche no nos iba a cansar con cuentos de negros cimarrones ni de fantasmas que se roban la fruta. ¡No! Algo viejo le comía el tuétano esa noche de Jueves Santo.  Algo que era de Papá Samuel.

    -Así, anciano como estaba, no podía lavalse solo mi Samuel. Yo, de tan vieja, me cansaba de lavalo en su tremenda humanidá. Y las vecinas de otras sementeras, venían a ayudá… Po’que era un olgullo lavalo al nego Samuel tan gande. ¡Es que todo gande tenía él!  Como que era un gusto pa’ cualquié mujé lavale sus cosas que Dios le dió. Desde la primera vez que lo lavaban, ya siempre querían vení a ayudá. Derpué que habían tocao sus cosas, ya no querían a sus maríos…

  Estirábamos la jeta, pelábamos los dientes pa’ reír. Pero hasta entonces, nunca nos había contado cómo murió Samuel. Y en Jueves Santo se le ocurrió contarlo, como pa’ hacernos rechinar los dientes de susto.

    -Estaba ya muy viejo Papá Samuel. Ya ni podía encontrá su ropa en un cordel y siempre se orvidaba ónde había dejao las cosas. Así, una vez se orvidó el camino de la plantación a la casa.  En  Semana  Santa jué,  me  acueldo. Caminó  lejos, derpué de su café, pa’ ir a soltá el agua de la cequia. Pue nunca volvió. Las lechuzas me contaron cómo se peldió: desesperáo, enloquecío, todos los caminos le paresían lo mismo. Entonce escuchó un cantito meloso que venía buscando atajo po’ el mar: “Nego Samuel déjate amar po’ las mujeres de la mar”… ¿Y qué creen que dijo Samuel?… “Me voy pa’l mar”, eso dijo. Se aldentró con pisada fuelte po la arena de la playa, hasta que’l agua le daba po la sintura. Luego, hasta el pecho. Derpué, hasta las orejas. Y flotando ensima del agua, le seguían llegando cancioncitas melosas: “Nego Samuel, déjate amal que somo mitá mujé, mitá pescao”.  ¿Y  acaso conosen de eso, neguitos mostrencos?

  -Sirenas, abuela… Mitá mujé, mitá bacalao… -decíamos ñatos de risa, puro ojo saltón, puro diente pelao.

  -Eso que nunca vieron una… Así es que se jué aldentrando. Me lo contó la lechuza, como que la mar no me lo iba a devolvé nunca…

  Fue lo último que quiso contar Mamá Lázara ya con las estrellas sobre su cabeza. Como que en Jueves Santo, por Cristo nuestro señor, se ven las estrellas más grandes; como que en esos días aflora el pescado hasta la orilla y los entierros de los antiguos asoman por la arena. Como que en esas noches, los perros se vuelven locos ladrando a los muertos.

    El tiempo quiso cambiar entonces. Ya la neblina venía ganándole a la playa, al arenal, a los sembríos. Mamá Lázara mascaba su recuerdo mirando con el ojo sano tanta curiosidad. Toda decrepitud y harapos, y sus nudillos venosos ajustando el bastón.

    -Mucha niebla, abuela… -temblábamos de frío o de miedo; de miedo y de frío, nadie sabe.

    -Y eso que ahora no oyen los tambores que’toy oyendo. Son los cueros de tanto mandinga sumergío allá abajo. Y a esos tambores, les acompaña el cajón de Papá Samuel…. Está sonando aldentro del mar…

  Ahí sí que nadie quería reír, señor. Ojos grandes la miraban. Pura boca abierta con la bemba caída, como que nosotros también estábamos oyendo esos tambores, mi don. En la neblina se sentían pasos fuertes, de gente grande. ¡Óigame! Unos pasos que hacían temblar la playa. A Mamá Lázara no le daban miedo; parecía conocer de esas cosas y con el ojo sano quería ver adentro de la niebla.

      -Con miedo ¿no?… ¡No he conocío nego cobalde!

  Después de gritarnos así, ya no volvió a hablar. Tampoco quiso mirarnos.  Soltó el bastón de huarango, se puso de pie y caminó despacito.  Primero un paso, luego otro. Solita enfiló pa’ la playa, con sus piernas cansadas de tantos años.  Se iba neblina adentro con sus brazos flacos por delante.  Sí señor.  Casi agarrándose de la niebla.  Y esos pasos fuertes del otro lado. Y ese olor a mar enfermo.

  Vimos la sombra enorme de Papá Samuel abrazándola: negro gigante cubierto de estrellas de mar, algas, yuyos, malaguas. Un remolino de viento que arrastraba cangrejos y plumas de gaviota, se los llevó a los dos.

  ¿Que no me cree, señor?… ¿Cómo va a ser?… Mire usté sinó esos dos peñones adentro del mar. “Parece que estuvieran mirándose desde siempre”, dicen los viajeros.

    Y es que se quedaron allí… para toda la vida, señor.

donde los océanos se encuentran

Donde todos los océanos se encuentran, aflora una isla pequeña. Allí, desde siempre, vivían Lania y Lisíope, ninfas hermanas al servicio del mar. Que en el manso regazo de la playa, venía a depositar sus ahogados.
Cabía a Lania, la más fuerte, tirarlos de la rompiente. Cabía a Lisíope, la más delicada, lavarlos con agua dulce de la fuente, envolverlos en las sábanas de lino que juntas habían tejido. Cabía a ambas devolverlos al mar para siempre.
Y en la tarea que nunca sé agotaba, pasaban las hermanas sus días de pocas palabras.
Fue en uno de esos días que Lania, viendo un cuerpo de bruces aproximarse ondulando, entró en las olas para buscarlo y asiéndolo por los cabellos lo trajo hasta la arena. Ya estaba casi llamando a Lisíope cuando, al virarlo de cara al sol, percibió que era un hombre joven y lindo. Tan lindo como nunca antes había visto. Tan lindo, que prefirió ella misma buscar agua para lavar aquella sal, ella misma, con su peine de concha, desenredar aquellos bucles.
Sin embargo, al envolverlo en la sábana ocultándole cuerpo y rostro, tan grande fue su sufrimiento que, en un susto, se descubrió enamorada.
No, ella no devolvería aquel mozo, pensó con furia de decisión. Y rápida, antes de que Lisíope llegara, corrió hacia una lengua de piedra que estrecha y cortante avanzaba mar adentro.
-¡Muerte!- llamó en voz alta llegando a la punta. -¡Muerte! Ven a ayudarme.
No demoró mucho y sin ruido, la Muerte satió de dentro del agua.
-Muerte, -dijo Lania con ansia. -Desde siempre he aceptado todo lo que tú me traes y trabajo sin nada pedir. Pero hoy, a cambio de tantos que te devolví, pido que seas generosa y me des al único que mi corazón escogió.
Tocada por tamaña pasión, convino la Muerte, instruyendo a Lania: durante la marea descendente debería colocar el cuerpo del mozo sobre la arena, con la cabeza volteada hacia la mar. Cuando la marea subiese, tocando sus cabellos con la primera espuma, él volvería a la vida.
Así lo hizo Lania. Y así aconteció que el mozo abrió los ojos y la sonrisa.
Pero en vez de sonreír sólo para ella que lo amaba tanto, pronto sonrió más para Lisíope y sólo para Lisíope tenía ojos.
De nada valían las insistencias de Lania, las disculpas con que intentaba apartarlo de la hermana. De nada valía adornarse, cantar más alto que las olas. Cuanto más exigía, menos conseguía. Cuanto más lo buscaba para sí, más a la otra pertenecía.
Entonces un día, antes del amanecer, arrodillada sobre la punta de la piedra, Lania llamó nuevamente:
-¡Muerte! ¡Muerte! Ven a atenderme.
Y cuando la Silenciosa llegó, en llanto y rabia le pidió que atendiese sólo el último de sus pedidos. Llevarse a la hermana. Y más nada quería.
Seducida por tamaño odio, convino la muerte. E instruyó: debería acostar a la hermana sobre la arena lisa de la marea descendente, con los pies vueltos hacia el mar. Cuando, subiendo el agua, el primer beso de sal la acariciase. Ella se la llevaría.
Y así fue que Lania esperó una noche de luna, cálida y perfumada, y acercándose a Lisíope le dijo:
-Está tan linda la noche, hermana mía, que preparé tu cama junto a la brisa, allá donde la arena de la playa es más fina y más lisa.
Y conduciéndola hasta el lugar donde ya había puesto su almohada, la ayudó a acostarse, cubriéndola con el lino de la sábana.
En seguida, sigilosa, se deslizó hasta un árbol que crecía a la orilla de la playa y subió hasta la primera rama, escondiéndose entre las hojas. De ojos bien abiertos esperaría para ver cumplirse la promesa.
Pero la noche era larga, en la brisa venía aroma de jazmín, el mar apenas murmuraba. Y poco a poco abrazada al tronco, Lania se durmió.
Duerme Lania en el árbol, duerme Lisíope cerca del agua, cuando un rayo de luz de luna vino a despertar al mozo que duerme, casi llamándolo allá afuera con todo su encanto. Y él se levanta y sale. Y trastornado de perfumes camina, vaga lentamente por la isla hasta llegar a la playa y parar junto a Lisíope. En el suelo, el rostro de ella parece hacerse más dulce, boca entreabierta en una sonrisa.
Sin osar despertarla, el joven se acuesta a su lado. Después bien despacio, extiende la mano, hasta tocar la mano delicada que emerge de la sábana.
Sube el amor en su pecho. En la noche, la marea sube.
Ya era de día cuando Lania, trepada en la rama, despertó. Luz en los ojos, procuró la claridad. Vio la almohada abandonada. Vio la sábana ondulando a lo lejos. De la hermana ningún vestigio.
La Muerte hizo lo convenido, -pensó bajando para correr al encuentro del mozo. Pero no corrió mucho. Delante de sus pasos, estampada en la arena, topóse con la forma de dos cuerpos acostados lado a lado. La marea ya había borrado los pies, en breve llegaría a la cintura. Pero en la arena mojada la marca de las manos se mantenía unida, como a la espera de las olas que subían. 

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El mago de la música

Vivía hace muchos, muchos años un músico

que había comenzado a tocar en su tierna infancia.

Cuando llevaba los bueyes a pacer,

solía cortar una caña,

hacía de ella una flauta y tocaba con tanto arte,

que los bueyes dejaban de tascar la hierba

y le escuchaban, aguzadas las orejas.

Los pájaros del bosque

se callaban y hasta

las ranas enmudecían

en los pantanos.

Iba de noche al prado,

donde reinaba la alegría:

mozos y mozas cantaban,

bromeaban, se reían;

en fin, los jóvenes siempre

son bullangueros.

Las noches eran tibias,

la tierra emanaba un cálido vaho,

y todo en torno rebosaba una inefable belleza.

Pues bien, en cuanto llegaba el músico

y se ponía a tocar la flauta,

los mozos y las mozas

quedaban quietos y callados.

Y a cada uno le parecía

que algo dulce, muy dulce,

llenaba su corazón, y se le

antojaba que una fuerza enigmática

lo levantaba en vilo y

lo elevaba más y más alto,

hasta el límpido cielo azul,

esmaltado de luminosas estrellas.

Permanecían los pastores sin moverse,

olvidados de que les dolían las manos y los pies

de tanto trabajar durante el día,

olvidados del hambre que los torturaba.

Todos escuchaban al músico,

embargados del deseo de que aquel

embrujo durase toda la vida.

La flauta enmudecía de pronto,

pero nadie se atrevía a

moverse por temor

a espantar el eco mágico

que se esparcía tremolante

por el robledal y se

elevaba hasta el cielo mismo.

Volvía a dejar oír su voz la flauta,

emitiendo esta vez una melodía triste.

Y sentían todos una gran congoja…

Regresaban al anochecer los mujiks

y las mujeres que

trabajaban las tierras del señor,

oían la música aquella y se detenían a escucharla,

subyugados por su encanto.

Y ante ellos desfilaba toda su vida, r

osario de miserias y amarguras,

con el malvado señor, el juez y los capataces.

Y sentían tal tristeza,

que les acometía el deseo de llorar a voz en grito,

como se llora a los difuntos, como si a sus hijos

se los llevaran a la guerra.

Pero de pronto tocaba el músico un aire alegre.

Los mujiks y las mujeres arrojaban a un lado

del camino sus guadañas, rastrillos y horquilla,

se ponían en jarras y venga a bailar en alegre zarabanda.

Bailaba la gente,

bailaban los caballos,

bailaban los árboles en el robledal,

bailaban las estrellas, bailaban las nubes,

todo bailaba con desbordante júbilo.

Así era el músico mago:

podía hacer con el corazón

humano lo que se le antojaba.

Creció el músico,

se hizo un violín y se fue a ver mundo.

Dondequiera que se pusiese a tocar,

la gente lo agasajaba como a un invitado grato,

y luego le llenaba el zurrón para

que no tuviera que ayunar por el camino.

Muchos años estuvo el músico recorriendo

el mundo y alegrando a las gentes sencillas.

Pero los señores le tomaron un odio mortal,

ya que dondequiera que tocase,

los mujiks dejaban de obedecerles.

Sí, el músico era para los

señores como una raspa el ojo,

como una espina en la garganta.

Por ello resolvieron deshacerse de él.

A más de uno incitaron para que asesinase al músico

de una cuchillada o lo echase al río.

Pero nadie quiso perpetrar tan horrendo crimen:

los hombres sencillos amaban al músico,

y los capataces le temían, creyéndole un mago.

Entonces, los señores se pusieron

de acuerdo con los demonios.

Ya sabéis que los señores y los

demonios son astillas de un mismo palo.

En cierta ocasión, cuando el músico iba por un bosque,

los demonios enviaron a su encuentro

doce lobos hambrientos.

Cerraron los lobos el paso al músico,

haciendo entrechocar sus colmillos,

los ojos ardiéndoles como ascuas.

El músico no llevaba consigo

más que el violín y el zurrón.

“En fin -se dijo-, está visto

que ha llegado mi última hora”.

Sacó el músico del zurrón su

violín para tocar por última vez,

antes de que le llegara la muerte;

se recostó en un árbol y pasó el arco por las cuerdas.

Dejó oír el violín su voz, semejante a la de un ser vivo,

y un dulce temblor estremeció el bosque.

Quedaron inmóviles árboles y arbustos,

no se movía ni una sola hoja.

Los lobos, petrificados, abiertas las fauces,

escuchaban con las orejas aguzadas,

olvidados de que estaban hambrientos.

Dejó de tocar el músico,

y los lobos, como dormidos,

se adentraron lentamente en el bosque.

Siguió el músico su camino.

El sol se había puesto ya tras el bosque

y sólo iluminaba las cimas de los árboles,

vertiendo sobre ellas raudales de oro.

Reinaba en torno un silencio tan profundo,

que se hubiera oído el volar de una mosca.

Se sentó el músico en la orilla del río,

sacó del zurrón el violín y empezó a tocar.

Tocaba tan bien, que la tierra y

el cielo le escuchaban arrobados.

Y cuando tocó una polca,

todo alrededor empezó la danza.

Las estrellas se arremolinaban como la nieve

en los días de ventisca,

las nubecillas bogaban por el cielo,

y los peces se entusiasmaron tanto, que

el río bullía como agua puesta al fuego.

El dios de las aguas tampoco

pudo resistir la tentación y

se puso asimismo a danzar con tanto brío,

que el río salió de madre;

los diablos se asustaron y abandonaron l

os remansos dormidos.

Furiosos rechinaban los dientes,

pero no podían hacer nada contra el músico.

Viendo que el dios de las aguas

causaba daños a los hombres,

anegando huertos y campos, el músico dejó de tocar,

guardó el violín en el zurrón y

prosiguió su incesante deambular.

Iba el músico por el camino y se

le acercaron corriendo dos señoritos.

-Hoy tenemos fiesta- le dijeron.

Toca para nosotros, señor músico.

Te pagaremos espléndidamente.

El músico quedó pensativo:

anochecía y no sabía dónde podría hallar albergue.

Además, tenía el bolsillo vacío. Por eso dijo:

-Está bien, tocaré.

Los señoritos llevaron al músico a un palacio.

Había allí un sinfín de señoritos y señoritas.

Sobre una mesa se veía una enorme y honda vasija.

Los señoritos y las señoritas se

acercaban a ella; uno tras otro,

hundían en la vasija un dedo y se untaban en los ojos.

Se acercó a la vasija el músico,

mojó en ella un dedo y se lo pasó por los ojos.

Apenas hubo hecho esto, vio que quienes

había allí no eran señoritos y señoritas,

sino brujas y diablos y que aquello no era un palacio,

sino el infierno.

“¡Vaya -se dijo el músico-, ya veo a

qué fiesta me han traído los señoritos!

¡Bien, ahora os tocaré!”.

Afinó el violín y pasó el arco por las cuerdas.

El infierno estalló entonces en mil pedazos,

y las brujas y los diablos se

dispersaron en todas direcciones.

 

soledad

Le fui a quitar el hilo rojo que tenía sobre el hombro, como una culebrita. Sonrió y puso la mano para recogerlo de la mía. Muchas gracias, me dijo, muy amable, de dónde es usted. Y comenzamos una conversación entretenida, llena de vericuetos y anécdotas exóticas, porque los dos habíamos viajado y sufrido mucho. Me despedí al rato, prometiendo saludarle la próxima vez que le viera, y si se terciaba tomarnos un café mientras continuábamos charlando.
No sé qué me movió a volver la cabeza, tan sólo unos pasos más allá. Se estaba colocando de nuevo, cuidadosamente, el hilo rojo sobre el hombro, sin duda para intentar capturar otra víctima que llenara durante unos minutos el amplio pozo de su soledad.

FIN

Pedro de Miguel

Aprendiz de Samurai

Aprendiz de Samurai  Autor: Lo Desconocido. Hoy era un día feliz para Kan, hoy cumplía 12 años y su padre habíaprometido concederle el mayor de los tesoros. Una espada de Samurai.Naturalmente no sería una espada de doble diamante como la de su padre,sería una sencilla espada katana. Lo demás habría de ganárselo por simismo. Era un inmenso honor el que le hacía su padre. A partir de ahoradejaba de ser un niño para convertiste en todo un aprendiz de Samurai. Unbrillante futuro se presentaba por delante si estaba dispuesto a aprendery a trabajar. Y kan lo estaba desde lo más profundo de su corazón.  Su padre Kazo estaba frente a él, solemne e imponente como era natural ensu persona. El anciano Samurai aparentaba mucha menos edad de la querealmente tenía, solo su larga cabellera blanca y unos ojos llenos desabiduría rebelaban su verdadera edad. Su armadura de General Samuaireflejaba los dorados rayos del sol como si fuera de oro mientras que losdobles diamantes engastados en la empuñadura de su propia espada katanaformaba un doble arco iris enlazado en su base. Kazo había luchado milbatallas y formado a cientos de Samurais, y por fin hoy iba a instruir asu propio hijo. Un acontecimiento que llevaba esperando desde hace doceaños. En sus manos sostenía la futura katana de su hijo, un arma poderosaque debía usarse con sabiduría. Kan debía entender que lo más importantede un Samuai no era su arma, sino su sabiduría y su honor.  La cara de Kan resplandeciente de honor y gozo al recibir su espada, llenóel corazón de su padre de un orgullo como nunca antes había sentido. Ahoraya era oficial, el joven aprendiz había superado todas las sutiles trampasque se le habían tendido y por sus propios méritos se había convertido enuno más del clan.  Esa misma noche, después de las celebraciones y las risas, padre e hijo sesentaron juntos alrededor de la hoguera. La noche era cálida y en el cielolucían las estrellas como luciérnagas en un estanque, la Luna llenabrillaba con fuerza, como si quisiera arropar al joven Samurai con susrayos de luz.  – Hijo mío – La voz de Kazo era grabe, relajante y penetrante como lascaricias de una madre – Hoy has dado un paso muy importante en tu vida.Has dejado de ser una persona normal, has dejado el bosque paraintroducirte en el camino de la vida por el sendero del Samurai. Hassuperado la trampa invisible que tienden los fantasmas del miedo y delfracaso. Nunca luches contra los fantasmas del miedo, ellos harán quetodos los problemas parezcan agolparse para vencerte y doblegarte, cuandoestos fantasmas te ataquen, no te defiendas, sigue adelante enfentandote alos problemas uno a uno. Ese es el único secreto del éxito hijo mío.  – Si padre, estas semanas las dudas recorrían mi mente – Kan miraba a laLuna en busca de fuerzas para expresar lo que había sentido – no sabía sisería capaz de llegar al final, tenía miedo de entrar en la senda delSamurai por miedo al fracaso, por miedo a decepcionarte, por miedo a quese rieran de mi los demás mientras no domine todas las técnicas como lohace un Samurai de verdad. Era un dolor intenso – dijo mientras su mano seposaba en su estomago – como si me clavaran afiladas agujas en elestomago. Pero me di cuenta que si no empezaba, habría fracasado aun antesde intentarlo. – Sus ojos se clavaron en los de su padre – No se sillegaré algún día a ser un Samurai tan bueno y poderoso como tú padre,pero ten por seguro que lo intentaré hasta con el ultimo vestigio de mialma, nunca me rendiré al camino. Siempre seguiré adelante.  Kazo no podría estar más orgulloso. Su hijo poseía una fuerza que leconduciría allí donde el quisiera. Por que nadie mejor que el viejoSamurai sabía que él mayor secreto para conseguir en la vida lo que sedesea es el no rendirse jamas. A su tierna edad ya conocía ese secreto sinduda llegaría muy lejos, mucho más lejos que su padre el General deGenerales.  – Hijo, ahora eres parte de los Samurais y por lo tanto has de regirtecomo tal – El viejo Samurai cogió un grueso leño y se lo paso a su hijo. -Parte este leño hijo mío, se que puedes hacerlo.  – Pero padre, este leño es muy grueso, – dijo el joven abatido – y yo solotengo doce años, aun no soy un hombre maduro. No tengo la fuerzasuficiente.  – Claro que tienes la fuerza hijo, pero tu fuerza no esta en tus músculos- sentenció a la vez que rodeaba con su grande y cálida mano el estrechobrazo de su hijo – Si no en tu cabeza, es en tu inteligencia y en tufuerza de voluntad donde posees la energía suficiente para realizar todoaquello que desees. Si piensas que no eres capaz de hacerlo… seguramentenunca serás capaz. Sin embargo, si estás convencido de que es posible, ydesde el fondo de tu corazón brilla la verde llama de la esperanza y la feen ti mismo. Podrás hacer lo que desees, solo habrás de buscar el medio.  – Pero padre… – Kan quería creer a su padre, era un Samurai y losSamurais nunca mienten. Entonces debía existir una forma… pero cual -¡Ya se! Ahora yo también soy un Samurai, ¡puedo hacer lo imposible!  Y desenfundando por primera vez su espada katana lanzó con todas susfuerzas un terrible golpe contra el tronco… consiguiendo que la katanase incrustara fuertemente dentro del tronco. Kan intentó sacarla de untirón, pero sus esfuerzos eran inútiles. Estaba demasiado fuertementeenganchada. Se estaba poniendo muy nervioso, y si no fuera por que lacálida mano de su padre le calmó, como tantas veces había hecho depequeño, se habría echado a llorar.  – Tu intento ha sido digno de elogio Kan, pero has de aprender antes dehacer. – El viejo samurai tomo entre sus manos la espada de su hijo y conun giro rápido de muñeca extrajo la espada del tronco. – Has de fijarte pequeños objetivos, fáciles de cumplir con tus capacidades,para conseguir lo que deseas. – Dicho esto devolvió la espada a su hijo. -Primero intenta crear una zanja en el tronco, no de un golpe directo, sino de dos curvos que te ayuden a debilitar la rama.  Kan lanzó un tajo curvo y cortante que hizo saltar unas astillas deltronco, a continuación lanzó otro en dirección opuesta que hizo que casila mitad del tronco se dispersara por el suelo. Animado repitió laoperación y unos instantes después el grueso tronco reposaba en el suelo,partido en dos pedazos y un montón de astillas.  – Tienes razón padre! El tronco entero era demasiado para mí, pero poco apoco he logrado debilitarlo y al final yo he vencido. Si hubiera pensadoque no podía, nunca lo hubiera intentado. Pero decidí que era capaz, quedebía de existir una manera de cortarlo y la encontré!  – Siempre existe una manera – La voz del viejo Samurai penetro en losoídos de su hijo grabando estas palabras a fuego – siempre existe unamanera de lograr lo que deseamos.  – Y para ello debemos hacer lo que sea padre – Pregunto inocentemente Kan.  Kazo se alarmo, no quería que su hijo le interpretara mal, siempre habíaque regirse por el honor y la generosidad, pero una vez que vio lainocente mirada de su hijo, la calma se apoderó otra vez de su corazón.  – Hijo, Puedes conseguir todo lo que desees en la vida solo con que ayudesa otras personas a conseguir lo que ellas desean.  – No entiendo padre.  – Tu sabes que el granjero siempre recoge más de lo que siembra ¿No esasí? – Kazo sabía que su hijo había ayudado a sembrar a sus vecinos y sehabía quedado maravillado al ver como crecían las planas día a día y comode un puñado se semillas surgían, con el tiempo, cientos de sabrososfrutos – Pues igual que el granjero siempre recoge más que lo que siembra,tu debes saber que no estas solo y has de ayudar todo lo que puedas a tuequipo, si lo haces así después recogerás la cosecha más fructífera quenunca ayas soñado.  Kan quedó pensativo, todavía era muy joven para entender todas laspalabras de su padre, pero el sabía que su padre siempre había sidogeneroso y gracias a ello había llegado a ser un general de generales, poreso decidió firmemente que él haría lo mismo.  – Padre, tengo una duda que me atormenta – Se sinceró Kan – antes no te laquise decir por que hoy es un día de dicha. Pero no concuerda con lo queme acabas de decir.  – ¿Si hijo?  – Ayer conté a mis amigos del pueblo que me iba a convertir en Samurai,que aprendería los secretos de nuestro arte y que me convertiría en eltipo de guerrero más poderoso que existe – los ojos de Kan se clavaron enel crujiente fuego – y los otros niños se rieron de mí, me dijeron que eraun blandengue, que todo eran mentiras y que tuviera cuidado por que lo másseguro es que me dieran una paliza los verdaderos Samurais por mentiroso yque luego me echarían a la hoguera. ¿he de ser generoso también con esosniños padre?  – Hijo… – Una sonrisa de comprensión surcaba los labios del viejoSamurai, a él le había pasado lo mismo en su juventud y sabía que lasmismas personas que hoy criticaba y ridiculizaban a su hijo, mañana seríansus más fervientes admiradores por su valentía y coraje – Hay una formamuy fácil de evitar las criticas…  -¿Cual es padre? – Pregunto entusiasmado Kan  – … simplemente no seas nada y no hagas nada, consigue un trabajo debarrendero y mata tu ambición. Es un remedio que nunca falla.  – ¡Pero Padre! Eso no es lo que yo quiero, yo quiero ser fuerte y poderosocomo tú, tengo aspiraciones y sueños que quiero cumplir en la vida. Y solotengo esta vida para hacer esos sueños realidad ¿Como me pides que hagaeso?  – Entonces Kan, ten mucho cuidados con los ladrones de sueños – dijo Kazomisterioso – ¿Los ladrones de sueños? – El niño Samurai miro temeroso a sualrededor  – ¿Que son? ¿demonios de la noche? ¿Duendes malignos? ¿Seres tenebrosos?  – No hijo, son tus amigos y personas cercanas a ti – Los ojos de su hijolo miraban con una expresión triste, como si le acabara de caer el mundoencima – No te preocupes, solo son amigos tuyos, mal informados quequieren protegerte, quieren todo el bien para ti y que no sufras, por esointentarán detenerte en todos los proyectos que hagas, para evitar quefracases y te hagas daño.  – Pero entonces son como los fantasmas del miedo y del fracaso, quieren mibien y sin embargo me infringen el mayor daño que puede existir. Róbamemis sueños, mis ambiciones y por tanto las más poderosas armas que tengode alcanzar lo que yo quiero. Si nunca lo intento… nunca lo conseguiré.Es cierto que si lo intento puedo fracasar, sin embargo también puedotener éxito y conseguir lo que yo quiero!  – Eso es hijo y además, sin quererlo, acabas de descubrir tus tres armasmás poderosas.  – ¡Cuales! dímelo – su ilusión ante la perspectiva de tener más armas eraenorme.  – La primera el Entusiasmo, si crees en lo que haces y de verdad te gustapodrás conseguirlo todo y debes creerlo con todos los vestigios de tu ser.  Kan asintió con la cabeza temeroso de interrumpir a su padre.  – La segunda ¡El Empuje! Has de aprender y trabajar, aprender y trabajar ydespués… enseñar, aprender y trabajar. Solo con el trabajo conseguirástus objetivos. Si pretendes aprovecharte de la gente solo encontraras elfracaso, sin embargo, si trabajas con honor, en equipo y siempre intentassuperarte… no habrá nada que pueda pararte.  Kan posó la mano en su corazón y se prometió a si mismo, en absolutosilencio que siempre trabajaría con honor y que nadie le pararía.  – Y tercero la Constancia – los ojos de Kan preguntaban a su padre que erala constancia, acaso no era lo mismo que el empuje – La Constancia hijomío, es la capacidad de aguantar en los tiempos duros y seguir trabajandopara que vengan los tiempos buenos, la constancia es el Arte de ContinuarSiempre! Tú ahora acabas de empezar y mañana empezarás a practicar con losSamurais. Al principio, después de cada entrenamiento, te dolerán losmúsculos y estarás cansado, tendrás ganas de abandonarlo todo por quepensarás que esto es demasiado duro para ti. Pero si eres Contante ycontinuas aprendiendo y practicando, poco a poco tu cuerpo se iráadaptartando y desarrollando, así como tu mente. Y veras como cada vez lascosas te resultarán más fáciles y obtendrás más resultados y másfácilmente. Los comienzos son siempre duros hijo, y solo si eres Contantetendrás el éxito asegurado.  Kazo vio como su joven hijo asentía medio dormido. Ya era tarde y hoyhabía aprendido más que en toda su vida. EL viejo Samurai cogió a su jovenhijo y ahora aprendiz de su arte en sus brazos, levantando, a pesar de suavanzada edad, como si de una pluma se tratara.  Su hijo le susurro algo al oído como “gracias papa!” antes de quedarsedormido. El general de generales se preguntó si realmente su hijo seguiríaal pie de la letra todos los consejos que hoy había aprendido. Sabía quesi así lo hacía llegaría aun más alto de lo que él, general de generales,había logrado.  Fin 

MI situación económica me obliga a irme al norte

Mi situacion economica me obliga irme al norte
Oyeme, mi hija, que te vienes al norte, pero te vienes a sabiendas de lo que realmente encontraras aca. No quiero que un día me digas que no te dije toda la verdad… la verdad que muchos compatriotas se les olvida contar cuando están abriendo las maletas repletas de regalos en sus países natales, estos hermanos que no quieren hablar de lo que duele.

Te cuento la verdad, para que tu hagas una decisión a sabiendas de lo que vas a ganar y perder.

La vida por estos lares es dura, y si te vienes, no pienses que todos tus problemas se resolverán aquí, es mejor que te vengas sin problemas y con una actitud de trabajo que te dara la fuerza de seguir adelante cuando no encuentres las caras amigas de tu familiares, de tus amigos o de tus compañeros de trabajo. Aquí vienes a pagar el derecho de silla, aquí te amarras bien los pantalones y a empujar pa’ delante olvidándote de lo que fuiste en tu país. Aprenderás mucho, quedándote o viniéndote. Si te vienes conocerás muchos lugares, personas, eventos interesantes y si te quedas, pues valoras lo que tienes y lo disfrutaras como se debe.

No te cuento estas cosas para desanimarte, al contrario, quiero que vengas a estos lares dispuesta a trabajar muy duro. Fíjate que muchas veces para hacerme un salario decente necesito hasta tres trabajos, pero de eso no hay problema, aquí hay trabajos por doquier. Eso si los salarios son bajísimos y el costo de vida es carísima, es por eso que debes conformarte a vivir en una casa repleta de personas para poder pagar la renta y mandar el resto a tu familia en tu país. Hay mí’ hija, cuando mandas el dinero no te queda ni para un hot dog, pero que le vamos hacer, así es la vida. Mira aquí uno matándose para mandar unos centavitos y cuando estos son recibidos allá por nuestro familiares, los malgastan porque piensan que el dinero aquí lo cortamos de los árboles – no se quien empezó esta mentira- pero es una mentira gordotota. Porque es cierto que les mandamos el dinero porque nosotros nos sacrificamos de todo y allá ellos gastando el dinero que lo hicimos con el sudor de sangre. Yo creo, que lo gastan de esta forma porque a ellos no les ha tocado sufrir para entender como nos ha costado hacer esos centavitos, bueno aquí le paro, mi hijita… solo te diré que lo que mas me duele es la soledad, la soledad por no hablar bien el Ingles, la soledad de vivir en otra cultura, la soledad de no ser completamente parte de esta sociedad, eso mi hija cala en los huesos y te empuja las lagrimas para afuera.

No te cuento estas cosas para que te desanimes, te las cuento para que entiendas que iniciar una nueva vida en otro país no es fácil, pero al mismo tiempo cuando te adaptas disfrutas el placer de vivir en una nueva tierra, pero te advierto que tu ya no serás la que eres, serás parte de la nueva raza híbrida del Norte.

Silvia Porras

Madre de agua

Cuentan los ribereños, los pescadores, los bogas y vecinos de los grandes ríos, quebradas y lagunas, que los niños predispuestos al embrujo de la Madre de Agua, siempre sueñan o deliran con una niña bella y rubia que los llama y los invita a un paraje tapizado de flores y un palacio con muchas escalinatas, adornando con oro y piedras preciosas.
La Leyenda

En la época de la Conquista, en que la ambición de los colonizadores consistía no sólo en fundar poblaciones sino descubrir y so¬meter tribus indígenas para apoderarse de sus riquezas, salió de Bogotá (Santa Fé) una expedición rumbo al río Magdalena.

Los indios guías descubrieron un poblado, cuyo cacique era un joven fornido, hermoso, arrogante y valiente, a quien la soldadesca capturó con malos tratos y luego fue conducido ante el conquistador. Este lo abrumó a preguntas que el indio se negó a contestar no sólo, por no entender el español, sino por la ira que lo devoraba. El capitán en actitud altiva y soberbia, para castigar el comportamiento del nativo ordenó amarrarlo y azotarlo hasta que confesara dónde guardaba las riquezas de su tribu, mientras tanto iría a preparar una correría por los alrededores de aquel sector.

La hija del avaro castellano estaba observando desde la ventana de sus habitaciones y con ojos de admiración y amor contemplaba a aquel coloso, prototipo de una raza fuerte, valerosa y noble.

Tan pronto salió su padre, fue a rogar enternecida al verdugo para que cesara el cruel tormento y lo pusiera en libertad. Esa súplica, que no era una orden, no podía aceptarla el vil soldado porque conocía perfectamente el carácter enérgico, intransigente e irascible de su superior… pero… ¿qué hacer? Era un ruego dulce y lastimero de una niña encantadora. Sí. Tenía que ceder… no debla ser tan despiadado. Al fin y al cabo era su hija… y al el padre lo llegase a reprender, él se disculparía diciendo que habla sido orden de su querida hija.

La joven española de unos quince anos, de ojos azules, ostentaba una larga cabellera dorada, que más parecía una capa de artiseda amarilla por la finura de su pelo.

La bella dama miraba ansiosamente al joven cacique, fascinada por la estructura hercúlea de aquel ejemplar semisalvaje.

Cuando quedó libre, ella se acercó. Con dulzura de mujer en morada lo atrajo y se fue a acompañarlo por el sendero, internándose entre la espesura del boscaje. El aturdido indio no entendía aquel trato… ¿Cómo podía tener aquel ogro una hija de sentimientos diferentes? ¿Seria otra trampa? pensaba Indeciso el hombre. Al verla tan cerca… él se miró en sus ojos… azules como el cielo que los cobijaba… tranquilos como el agua de sus pocetas… puro como las florecillas de su huerta.

Ya lejos de las miradas de los esbirros de su padre lo detuvo, Y… allí besó sus carnes acardenaladas… ¡aquellas heridas le laceraban el alma…!
Conmovida y animosa le manifestó su afecto diciéndole: ¡huyamos…! ¡Llévame contigo…!
¡Quiero ser tuya…!

El lastimado mancebo atraído por la belleza angelical, rara entre su raza, accedió… la alzó intrépido, corrió… cruzó el río con su amorosa carga y se refugió en el bohío de otro indio amigo suyo, quien lo acogió fraternalmente, le suministró materiales para la construcción de su choza y les proporcionó alimentos. Allí vivieron felices y tranquilos. La llegada del primogénito les ocasionó más alegría.

Una india vecina, conocedora del secreto de la joven pareja y sintiéndose desdeñada por el indio, optó por vengarse: escapó a la fortaleza a informar al conquistador el paradero de su hija.

Excitado y violento el capitán, corrió al sitio indicado por la envidiosa mujer a desfogar su ira y veneno mortal.

Ordenó a los soldados amarrarlos al tronco de un caracolí de orilla del río. Entretanto, el niño le era arrebatado brutalmente de los brazos de su tierna madre.

El abuelo le decía al pequeñín: “Morirás, indio inmundo… ¡No quiero descendientes que manchen mi nobleza! ¡Tú no eres de mi estirpe…! ¡Tu tumba será el río…! Furioso se lo entregó a un soldado para que lo arrojase a la corriente, ante las miradas desorbitadas de sus martirizados padres, quienes hacían esfuerzos sobrehumanos de soltarse las ligaduras y lanzarse al caudal inmenso a rescatar a su hijo… pero todo fue inútil.

Vino luego el martirio del cacique para atormentar a su hija, humillarla y llevarla sumisa a la fortaleza.

El indio fue decapitado ante su joven consorte quien gritaba lastimeramente… Por último la libertaron a ella… pero… enloquecida y desesperada por la perdida de sus dos amores, llamando a su hijo, se lanzó a la corriente y se ahogo.

Por eso, en noches tranquilas y estrelladas se oye una canción de arrullo tierna y delicada, tal parece que surgiera de las aguas, o se deslizara el aura cantarina sobre las espumas del cristal.

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