CARGOS Y RESPONSABILIDADES

CARGOS Y RESPONSABILIDADES

Exponemos aquí, muy brevemente, la estructura que posibilita el mantenimiento de la Tradición Conchera y la realización de sus tareas espirituales.

Y comenzamos por resaltar una obviedad. Como corresponde en un auténtico trabajo del espíritu, tener mayor “Jerarquía” equivale a mayor responsabilidad, mejor servicio y entrega absoluta al Dador de la vida, a la Madre Tierra y al resto de los concheros.

En cuanto a la nomenclatura de los cargos y servicios, resulta un poco chocante a nuestra actual mentalidad las resonancias “militares” que provocan algunos de ellos. Para comprenderlo hay que adentrarse un poco en el túnel del tiempo, ver desde dónde han llegado hasta nosotros. Y hacerlo con mente abierta, descubriendo sin prejuicios la función que se esconde bajo apariencia llamativa.

Tata o General

Son los ancianos de la Tradición.

Este nombramiento se reserva para personas mayores y muy veteranas. Debe ser otorgado y firmado por varias Mesas Concheras, en reconocimiento a la entrega durante largos años, dedicación, humildad y sabiduría.

Su función primordial es aconsejar sabiamente y unificar. Su consejo es escuchado con respeto y obediencia por todos.

Otra de sus misiones es la curación física y psíquica de quienes están a su cargo, además de la armonía energética y espiritual.

Su único privilegio es danzar en primer lugar, porque en lo demás un buen Tata ha de estar preocupado de que nada falte al resto.

Capitán 1º

Heredero del Tata en una Mesa, es quien le sucederá a su muerte.

Sustituye al Jefe o Tata en sus obligaciones, le ayuda y hace cumplir y respetar su Palabra.

Ha de conocer bien todos los rituales pues es responsable de su continuidad en el tiempo.

En todo momento ha de corregir con delicadeza los errores observados y asumir sobre sí cualquier carga energética disturbadora, pues en la Tradición es el capitán de mayor rango el que ha de ser más humilde y conciliador.

Capitán 2º

Es el brazo izquierdo del Tata y su segundo heredero.

Debe apoyar en todo al Tata y al Primer Capitán, aunque pueda disentir aconsejando con sobria impecabilidad.

Lógicamente, también ha de conocer, como el Primero, todos los detalles del Ritual conchero.

Capitán 3º

Sustituye en caso de necesidad a los otros Capitanes.

Su misión más específica es desarrollar la armonía de instrumentos y voces.

Palabras

En cada Mesa Regional o en cada Ceremonia que se desarrolla, se nombran tres personas, a quienes se denomina como Palabras, para que lleven el peso del trabajo a realizar.

La tercera de ellas es, sobre todo, la encargada de la armonía.

Capitana de Armonía

Es una Malinche que por su serenidad, ductilidad, facilidad de aprendizaje, así como servicio, disposición o entrega ha desarrollado la madurez necesaria para cumplir con esta delicada función.

Debe atender al Tata. Camina a su derecha y le sustenta.

Dirige el grupo de Malinches, atenta para que cumplan bien su misión, procurando mantener la armonía entre ellas.

Malinches

Son las Sacerdotisas, portadoras de los Símbolos sagrados de la Tradición, expresiones de la fuerza femenina universal. Humildes servidoras del Señor y Dador de Vida

Han de recordar en su función que los Símbolos no les pertenecen, ni los pueden usar según su capricho personal.

Su arma es el sahumador, y su labor la de limpiar con el humo del copal

el aura de los espacios recorridos y de los participantes en cada Ritual.

Son las guardianas de su Jefe o Capitán y del Estandarte, que representa el poder de la Mesa.

Como los Sargentos, son canalizadoras de la fuerza del grupo y neutralizadoras de las energías distorsionantes que pudieran toparse en el camino (y esto a través de sus Símbolos: sahumador, agua, luz, cristal, campana…).

Alférez

Porta el Estandarte de la Mesa (el tótem, el Árbol sagrado de la tribu), que representa el poder energético que cubre y protege al grupo.

Su misión en los ceremoniales es mantenerlo siempre en alto, visible y vivo.

Lo cuida, repara y limpia.

Sargentos

Son los encargados de que se mantengan y respeten las formas en las columnas, círculos, velaciones, etc. así como la disciplina y armonía en el interior del grupo.

Cuidan activamente de la disciplina del grupo, de que no se disperse su energía. A través de ellos y de las malinches se canaliza la fuerza movilizada.

Tienen entera libertad de movimientos en todas las Ceremonias (siempre para hacer cumplir las formas), estando plenamente al servicio del Jefe, Capitán, o Primera Palabra, quien previamente les informará de cómo deben llevar a cabo su trabajo en el acto que comienza.

Todos estarán atentos a sus indicaciones, ya que son la parte activa del mensaje del Capitán.

Tienen también a su cargo cubrir las necesidades que por cualquier accidente imprevisto tuviera algún miembro del grupo.

Los Sargentos de Caracol, con el sonido del mismo, dispersan nudos de energía. Avisan en el cruce de caminos, en presencia de lugares o situaciones significativas, alertando de esta manera a toda la columna sobre las situaciones especiales que se presentan

No se mueven de su lugar y protegen el conjunto de la marcha.

LOS DANZANTES DEL ANAHUAC: IDENTIDAD Y CULTURA

LOS DANZANTES DEL ANAHUAC: IDENTIDAD Y CULTURA

EN LA CIUDAD DE MEXICO

TALLERES DE INVESTIGACION SOCIOLOGICA I AL IV

(1999 – 2001)

COORDINACION DE SOCIOLOGIA

FACULTAD DE CIENCIAS POLITICAS Y SOCIALES

UNAM

Indice

Introducción

Identidad, rito y danza: un esquema de análisis para abordar a los danzantes citadinos

Los danzantes del Anáhuac: análisis de algunos grupos de la ciudad de México.

El mundo danzante: la unidad en la diversidad

. Grupo de danzantes de Tlalpan

. Grupo de concheros de La Conchita

. Grupo Ollin Mazahtl del zócalo

. Grupo Movimiento de Cuauhtémoc del zócalo

La construcción de la identidad danzante: el tiempo, el espacio y el rito en la conformación de la mexicanidad

Conclusiones

INTRODUCCION

En el presente texto se aborda el proceso de conformación de la identidad en cuatro grupos de danzantes de la ciudad de México. Este trabajo es fruto de la investigación colectiva que desarrollamos en los Talleres de Investigación Sociológica con énfasis en la cultura, entre 1999 y el año 2001, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

La investigación se originó en la inquietud de los participantes de los Talleres por realizar un estudio sociológico que nos permitiese recorrer el camino de la investigación social, desde el planteamiento de un problema hasta la presentación de los resultados.

Durante los talleres I y II abordamos la temática teórica de la cultura, la subjetividad, las identidades sociales y todos aquellos fenómenos que forman parte de la dimensión simbólica de la sociedad. Solo entonces, estuvimos listos para iniciar nuestro propio camino en la indagación empírica de un fenómeno particular caracterizado por su gran contenido simbólico: la creciente presencia de grupos de danzantes mexicaneros en la ciudad de México. Elegimos como tema de investigación colectiva el de la conformación de la identidad danzante en cuatro grupos de la ciudad, y a ella nos dedicamos durante los dos últimos semestres correspondientes a los talleres III y IV.

Constatamos que a lo largo y ancho del país, las danzas con influencia prehispánica han sobrevivido a las dinámicas avasallantes de la modernidad. Practicamente no hay pueblo o comunidad, ni tampoco barrio o ciudad del país en la cual las danzas no estén presentes en las festividades religiosas y en algunas otras fechas con significación histórica local. En la ciudad de México las danzas se repiten, cada año, en cientos de fiestas en barrios, colonias y pueblos que celebran a sus santos patronos.

Pero no sólo las festividades religiosas o cívicas son ocasión de las manifestaciones rituales de los danzantes. También en plazas públicas, en días de la semana previamente establecidos, grupos de danzantes llevan a cabo sus ceremonias frente a un nutrido público conformado por turistas y por habitantes de la ciudad que asisten a presenciar los ritos dancísticos, o bien que se detienen unos momentos para admirarlos.

Se trata de grupos que se autodefinen como concheros, como danzantes o como mexicaneros. Algunos de estos grupos forman parte de organizaciones más amplias en las que se comparte una cosmovisión que incluye el aprendizaje y uso de la lengua náhuatl y una relación especial con el cosmos, con la naturaleza, con el pasado indígena azteca, etc. En este sentido, pueden ser concebidos como grupos cuya identidad se forja tanto en la reivindicación de una cierta etnicidad, como en la resistencia ritual.

Consideramos importante analizar el fenómeno de los danzantes, más allá de lo que representan, a primera vista, como simple espectáculo. Por ello, hicimos un esfuerzo por mostrar que detrás de la práctica de la danza, existe un universo simbólico que articula y da forma a la identidad danzante tanto en el plano individual como en el colectivo.

Algunas preguntas iniciales de la investigación fueron las siguientes:

¿Quiénes son los integrantes de dichos grupos? ¿Cómo, para qué, y para quienes danzan? ¿cuáles son los significados de su danza? ¿cuáles los de su arreglo, su vestimenta y otros elementos utilizados en la danza? ¿cómo se conforman y cómo se organizan los grupos de danzantes? ¿cómo se ingresa a un grupo y cómo se reparten los cargos en la organización jerárquica?

¿qué significa para ellos ser parte de un grupo o de una red de grupos? ¿cómo se relacionan con el mundo externo al grupo? ¿qué discursos enarbolan frente a la cultura occidental y frente a sus visiones de la ciencia, el arte, la religión, etc.? ¿cómo se integran al discurso de la mexicaneidad? ¿qué papel cumple en éste la lengua nahuatl? ¿cómo se relaciona el discurso de la mexicaneidad con el discurso oficial sobre la nacionalidad mexicana? ¿cómo se definen a sí mismos los “mexicaneros” en relación con la nación? ¿quién es el “otro” al que se opone la cultura de la mexicanidad?

¿cómo se relacionan con el espacio urbano? ¿cómo contribuyen a la fisonomía particular de dicho espacio? ¿cómo construyen la relación entre el espacio íntimo-personal de la danza, el del grupo y el del territorio en el que danzan? ¿cómo ponen en relación el tiempo mítico con su propio tiempo de vida? ¿cómo con el propio ritmo de la danza?

Así, el objetivo principal de la investigación fue el de conocer las maneras mediante las cuales los danzantes y los concheros de la ciudad de México construyen una identidad colectiva fundada en la recuperación y actualización de algunos elementos de culturas prehispánicas, en particular en la danza.

La identidad concebida como proceso de construcción colectiva antes que como atributo o esencia, fue el eje articulador de nuestra investigación. Pero la indagación acerca de cómo se construye la identidad no podía ser formulada como una pregunta directa. Fue necesario, por tanto, elaborar un esquema de análisis que nos permitiera reconstruir las prácticas y los discursos mediante los cuales los danzantes construyen su identidad hacia adentro del grupo y como forma de diferenciarse de los otros danzantes y del mundo occidental en general.

Fueron aproximadamente cinco meses de trabajo de campo, divididos en dos etapas. La primera, exploratoria, nos permitió darnos cuenta de la amplitud y heterogeneidad del mundo danzante. La segunda, propiamente de investigación de campo, fue de trabajo etnográfico que incluyó la observación participante, la realización de entrevistas a profundidad y, en general, el trabajo de acopio de información para nuestro análisis. En esta última etapa nos dividimos en cuatro equipos, cada uno de los cuales trabajó con un grupo danzante en particular.

Estos grupos, a quienes agradecemos su buena disposición para permitirnos entrar en su mundo, son los siguientes:

Grupo Azteca del Centro de Tlalpan

Grupo de Concheros de La Conchita

Grupo Ollin Mazahtl del Zocalo

Grupo Movimiento de Cuauhtémoc del Zocalo

Debemos señalar que, debido a la amplitud y complejidad del tema y dados los límites de tiempo a los que estuvimos sometidos, algunos aspectos fueron tratados de forma insuficiente,.

Sin embargo, esta investigación nos permitió estudiar un fenómeno casi olvidado por la sociología y aún por la antropología, y tener una primera experiencia de investigación de campo, propia del trabajo sociológico. Logramos conjuntar teoría y práctica y aprendimos a construir y reconstruir nuestro objeto de estudio a lo largo de la investigación.

Además, trabajar el tema de manera colectiva y horizontal, logró que adquiriéramos e intercambiáramos conocimientos, al interior del grupo de investigación, y nos permitió enriquecernos con la experiencia de la profesora e investigadores que nos brindaron su orientación y asesoría. A María Ana Portal, profesora-investigadora de la UAM-Iztapalapa y a Daniel Hernández Rosete profesor de esta facultad les agradecemos la valiosa asesoría que nos brindaron.

IDENTIDAD, RITO Y DANZA: UN ESQUEMA DE ANÁLISIS PARA ABORDAR A LOS DANZANTES CITADINOS.

Como se señaló antes, para abordar la conformación de la identidad danzante, en cuatro grupos de la ciudad de México, elaboramos un esquema de análisis para reconstruir los procesos mediante los cuales los miembros de un colectivo construyen los elementos discursivos y las prácticas rituales que les permiten identificarse como parte de un grupo, o de una red de grupos y, al mismo tiempo, mostrar sus particularidades frente a todo aquello que se considera se considera como exterior al colectivo.

Elegimos cuatro grandes dimensiones de análisis: el tiempo, el espacio, el rito y la danza y, de manera, central la propia noción de identidad. Para cada una de estas dimensiones distinguimos niveles de análisis, variables e indicadores, tal y como se muestra en el siguiente cuadro, que se convirtió en nuestra mejor guía de trabajo de campo, tanto para la observación del rito dancístico como para la realización de entrevistas a integrantes de cada grupo.

Esquema de análisis: Los danzantes de la ciudad de México

Dimensiones

De análisis
Niveles de análisis
Variables
Indicadores
Fuentes / Técnicas

Tiempo
Tiempo mítico
– Discurso sobre “lo prehispánico”.

– Deidades

– Concepción del tiempo
– Memoria colectiva

– Memoria individual

– Tiempo cíclico
Fuentes:

Bibliografía teórica: concepciones de cultura, identidad, resistencia cultural, etc.

Bibliografía sobre el tema: trabajos académicos sobre mexicaneros, danzantes, concheros, etc.

Documentos y páginas web de los propios grupos de mexicaneros, danzantes y concheros.

Técnicas:

Observación participante

Registro visual

Diario de campo

Historias de vida

Entrevistas

Historia
– Continuidades y rupturas

– Tradición oral
Interpretación de la historia nacional.

Historia colectiva

Historia personal
 
Tiempo interno (ritmo)
– Tiempo subjetivo
– Vivencia temporal del ritmo dancístico.
 
Espacio
Lugar simbólico (ciudad, plaza)
– Lugares sagrados

– Espacios sacralizados, sacralizables.
– Concepcón del espacio
 
Espacio ritual
– Organización espacial de la danza.
Formas espaciales de organización de la danza.
 
Espacio objetivo

(espacio urbano: ciudad de México)
– Ciudad de México

– Anonimato

– Percepción de la ciudad

Redes entre grupos

Movilidad geográfica
 
Identidad
Lo propio / lo ajeno

Formas de pertenencia

Tradición

Resistencia cultural

Ser danzante como estilo de v
– La visión del otro y de si mismo.

– Etnico v.s Occidente

– Linajes

– Jerarquías

-Relación individuo/grupo

– Relación con otros grupos

– Relación con “la nacionalidad” y con otras cosmovisiones
¿Quién es (son) el (los) otros.

Historia personal

Historia del grupo

(orígenes y desarrollo)
 
Rito y danza
Lo sagrado/ profano

Sincretismo

Religiosidad popular

Danza como espectáculo
– Símbolos: vestimenta, ornamentación, instrumentos, ofrendas.

– Relación con el público.
¿A quién se le danza?

– Porqué y para qué se danza?

Fechas en que se danza.

Fechas conmemorativas.
 

La identidad es un concepto teórico que permite organizar, explicar y comprender el sentido de la acción de los sujetos, así como formas de relación y comunicación específicas que dan origen a la cosmovisión que comparte un grupo.

La cosmovisión es una forma de representar el mundo, de vivir y de ser. En su dimensión intersubjetiva, está constituida por elementos culturales y puntos de partida comunes. Muestra la relación del hombre con su medio y con la sociedad; la mirada del yo y lo otro y la relación establecida culturalmente entre sujeto – objeto. Los elementos a partir de los cuales podemos mirar estas representaciones se ponen de manifiesto a través de diversos símbolos visibles en la danza; en ella, los danzantes representan y expresan su capacidad de nombrar y dar significado al mundo: construyen sentido.

Podemos afirmar, desde los primeros acercamientos, que al hablar de los danzantes nos referimos a una asociación heterogénea de personas – diferenciadas social y culturalmente – que se reúne temporalmente en un espacio particular para compartir como grupo el momento de la danza. La danza se vive como parte de una cultura, de una tradición que hay que rescatar: la prehispánica.

Esta cultura se identifica con tradiciones, creencias, rituales y producciones culturales, en general, que conducen hacia la asunción de un estilo de vida caracterizado por la intención de lograr, en el México de hoy, una historia vital semejante a la que atribuyen a la civilización azteca. Por ello, muchos danzantes, en su vida cotidiana, recurren a la medicina “natural”, al baño de temazcal, al aprendizaje de la filosofía y la historia náhual, a la organización en calpullis y a todas aquéllas formas de vida que, desde su perspectiva, muestran la superioridad de la cultura de sus antepasados.

La danza se verifica en un espacio público, sus ejecutantes han socializado el rito y, en cierta forma, se comportan de un mismo modo; pero también es un espacio íntimo que afecta su identidad personal. A través de una experiencia grupal, a pesar de la gran heterogeneidad de los integrantes del grupo, se recrea un rito común y una historia compartida por todos. Podría decirse que se conforma una identidad colectiva representada en el momento de la danza e interiorizada, por cada uno, en su propia vida cotidiana.

Lo que a nosotros nos interesa es apreciar cómo se constituye la identidad del ser danzante a partir de las interrelaciones espacio – temporales, mediante formas particulares de ver el mundo; desde la selección del espacio, hasta el reconocimiento de un discurso común y una cosmovisión en la que el pasado —la vuelta al origen— y el futuro —el proyecto de refundación— se interrelacionan de manera peculiar.

En un mundo caracterizado por la complejidad cultural, la enorme oferta de sentidos, la fragmentación de los referentes simbólicos, y la “pluralización de los mundos vitales”, nos preguntamos si es posible decir que, actualmente, estas danzas son un recurso de creación o recreación de grupos sociales que logran refuncionalizar la tradición prehispánica en un contexto urbano y cosmopolita caracterizado por el anonimato y por una enorme heterogeneidad. Pensamos que la respuesta es afirmativa. Los danzantes ponen al día, de manera compleja y no pocas veces contradictoria, ese mundo que consideran, si bien perdido, reactualizable para el México de hoy. El fenómeno se enmarca, sin duda, en lo que otros autores han denominado como “posmodernidad religiosa”, que “se realiza mediante una suerte de desplazamientos que van de la institucionalización de lo religioso hacia la subjetivación de la experiencia religosa”. Este proceso, de “relocalización” de lo religioso dice Renée de la Torre, “vacía los dogmas universales y los recipientes de la fe y los dirige hacia los nuevos sincretismos de las creencias ”.

El rito de la danza no es solamente un fenómeno sujeto a un espacio y un tiempo histórico, sino que en sí mismo crea e imagina tiempos y espacios simbólicos. Espacio social donde se concreta el tiempo como temporalidad particular que contribuye a cierta construcción cultural: la de la identidad danzante. La visión del espacio como “tiempo comprimido”, esto es como tiempo memorizado acerca de los lugares y espacios experimentados, permite ubicarlo como el “material fundamental de la expresion social”. De allí que, como dice Harvey, “cada proyecto de transformación de la sociedad debe rasgar la compleja red de las concepciones espaciales y temporales y de sus prácticas”

Para los fines de nuestra investigación, por espacio entendemos aquel territorio que contiene la historia, los ritos, los mitos y, en síntesis, las huellas del pasado compartido y de las costumbres de un grupo particular. Encierra, por tanto, un carácter simbólico que permite a sus ocupantes afirmarse dentro de él constituyendo vínculos que conforman la identidad en todos los niveles posibles. La percepción social del espacio está, necesariamente, ligada a la cultura. Cada sociedad ocupa y ordena el espacio de una manera particular: lo habita y torna comunicable.

El espacio como “red de vínculos de significación que se establece al interior de los grupos, con las personas y las cosas”, comprende las relaciones proxémicas (de persona a persona) y cósicas (de personas con objetos) Ojo equipo edurne completar cita siempre situadas dentro del ámbito de la significación cultural de un grupo”. Ojo equipo Edurne completar cita

El espacio sagrado aparece como recurso ontológico (del ser) frente a la nada, frente al caos, a lo que no es propio. “No puede hacer uno suyo un territorio si no lo crea de nuevo, es decir, si no le consagra.” Ojo equipo Edurne completar cita Por ello, apropiarse de un espacio requiere resignificarlo.

El espacio urbano, como espacio público se vive, se usa y se construye en términos materiales y, sobre todo, simbólicos. La ciudad, como espacio multicultural, incluye lugares públicos en los que subsisten diversas manifestaciones culturales que invocan el pasado mexicano. Las danzas de los mexicaneros son expresiones de un pasado que se vive y recrea en el presente.

El tiempo, por su parte, debe ser entendido como el continuum de la significación de las relaciones sociales, con una duración, un ritmo y una frecuencia particulares. “Las realidades sociales, las formas de organización social que hoy podemos distinguir en el mundo pueden ser reconocidas en su especificidad histórica precisamente, por las maneras en las que se elabora la relación entre los modos del tiempo”

El tiempo se vive como pasado histórico y como referente mítico. El tiempo mítico, el que se recrea en la danza, es un pasado hecho presente. Pero no un pasado cualquiera, es una vuelta al origen, es un tiempo circular, reversible y recuperable. En el mito y la historia se mezcla lo tradicional y lo moderno, construcciones humanas con objetivos distintos sobre el pasado que se expresa en su contenido y narración.

El tiempo mítico, sagrado, cósmico, establece una fuerte relación entre el pasado sagrado (tiempo) y la recreación de lo divino en la realidad (cosmos), “… el tiempo surge con la primera aparición de una nueva categoría de existentes. He aquí porqué el mito desempeña un papel tan considerable: es el mito lo que revela cómo ha llegado a la existencia una realidad”. El mito es el relato de cómo se creó el cosmos, el origen del mito implica el origen del tiempo. Ojo equipo Edurne completar cita El mito de la vuelta al origen, como todo mito, constituye el horizonte básico de inteligibilidad del mundo danzante. Mito, dice Raimon Panikkkar, “es aquello en lo que crees sin creer que crees en ello”. Por ello cuando es creído y vivido desde dentro no requiere ser examinado profundamente.

El cambio cíclico del tiempo no solo marca intervalos de principio – fin – principio; es la anulación del pasado profano de cada individuo que forma parte de una comunidad religiosa. No es solo su purificación (cristiana), es la reactualización de la fiesta y el ritual. El mito como origen del tiempo, es el origen del cosmos, de los dioses y de la historia del hombre. Los danzantes reactualizan los acontecimientos míticos. Al abrir el espacio profano a los dioses o elementos de la naturaleza, se regresa a la creación.

La identidad, vista como proceso, es siempre histórica. A medida que se transforman las condiciones históricas, el grupo modifica sus propias formas de organización social; los limites del grupo, las reglas de interacción y las marcas de identificación, pueden transformarse en ese tipo de “conciencia social” que es la identidad. Con ésta, los sujetos interpretan el pasado, se explican el presente y se proyectan hacia el futuro como un ser distintivo que los diferencia de los otros, y les permite la reproducción o modificación de sus condiciones de existencia materiales y simbólicas, de acuerdo con sus intereses y sus posibilidades históricas. Ojo equipo Edurne completar cita

La identidad es, también, producto de procesos ideológicos de la realidad social, que buscan organizar en un universo coherente (a través de un conjunto de representaciones culturales, normas, valores, creencias y signos) el conjunto de relaciones reales o imaginarias que los hombres han establecen entre sí y con el mundo material, necesarias para la producción y reproducción social.

De esta manera, si se considera que las identidades son producto de procesos ideológicos con los que los hombres buscan organizar en un universo simbólico coherente el conjunto de sus relaciones sociales, sería posible, en el campo genérico de la identidad, identificar diferentes tipos o niveles de identidad en los que participan los sujetos sociales, dependiendo de los límites entre el adentro y el afuera y, en consecuencia, de los intereses o intenciones con que han sido establecidos esos límites. Para el caso que nos ocupa, podemos distinguir por lo menos dos niveles de identidad de los que los danzantes participan. El primero es el del propio rito que incluye la asistencia a los ensayos y las presentaciones públicas y en la cual cada danzante sólo es tal por el lugar que ocupa en el espacio y tiempo de la danza. El segundo es el de la elección del estilo de vida que, se presume, debe corresponderse con los valores y creencias compartidos por los danzantes.

La identidad tiene, en primer lugar, una “dimensión locativa” en el sentido en que a través de ella el individuo se sitúa dentro del campo (simbólico) o, en sentido más amplio define el campo donde situarse. Es decir, el individuo asume un sistema de relevancia y define la situación en que se encuentra. En segundo lugar tiene una “dimensión selectiva” en el sentido en que el individuo, “una vez que haya definido sus propios límites y asumido un sistema de relevancia, esta en condiciones de ordenar sus preferencias y de optar por algunas alternativas descartando o difiriendo de otras”. Por último, la identidad tiene una “dimensión integrativa ” en el sentido en que a través de ella el individuo dispone de un marco interpretativo que le permite entrelazar las experiencias pasadas, presentes y futuras en la unidad de una biografía. Ojo equipo Edurne completar cita

La identidad puede ser vista, también, a partir de las dos dimensiones que la afectan directamente: tiempo y espacio. Estas se revelan en formas especificas, pero son sus papeles cambiantes de predominio los que crean nuevas tensiones y conducen a un reajuste de las maneras en las cuales los grupos deciden quien pertenece a un conjunto con características comunes y quien no. Ambas dimensiones se encuentran siempre presentes. Sin embargo, el predominio de una u otra afecta drásticamente las formas en que los grupos humanos, e incluso los individuos, pueden ser identificados.

Maria Ana Portal y Carlos Aguado entienden por identificación “la acción de dos procesos inseparables: por un lado, el proceso por el cual un grupo o una persona se reconoce como idéntico… a otro. Este movimiento de significación va de adentro hacia fuera. Por otro lado, se da un proceso por el cual otro u otros identifican a un grupo o sujeto, confiriéndole determinada cualidad”. Las identificaciones sociales, dicen, “se construyen a partir de la manera particular en que cada grupo social logra espaciar y definir el ritmo de sus prácticas colectivas, significándolas y recreándolas.” Ojo equipo Edurne completar cita

Con respecto al rito de la danza, es posible decir que éste es, probablemente, la más antigua manifestación artística, y su importancia ritual y cultural es preponderante en toda comunidad. Es uno de los lenguajes no verbales que expresa sentimientos, símbolos y lenguaje mediante el movimiento corporal, la música, la coreografía y la indumentaria y armas que la adornan. Así, la danza satisface desde sus comienzos una necesidad individual y social. Tiene una íntima relación con el culto, como uno de sus más importantes medios de expresión. La danza, como rito, pone de manifiesto los valores del grupo siendo para sus integrantes el vehículo para llegar a la comunicación directa con los dioses. Ojo equipo Edurne completar cita

La danza mexica es, sobre todo, una danza ritual. El ritual expresa la condición humana de lo sagrado y lo profano. Lo sagrado visto como lo ajeno, lo otro, pero también como el objetivo que se desea alcanzar. Tanto lo sagrado como lo profano son dos formas de estar en el mundo, de vivir y representar la realidad. El lugar que ocupan los sujetos en cualquiera de estas dos formas, depende la sociedad y la cultura en la que se desenvuelve. Ningún individuo queda fuera de alguno de éstas dos posiciones que dependen de la experiencia cotidiana y de la historia de la cultura.

LOS DANZANTES DEL ANAHUAC: ANALISIS DE ALGUNOS GRUPOS DE LA CIUDAD DE MEXICO

EL MUNDO DANZANTE: LA UNIDAD EN LA DIVERSIDAD.

La danza Mexica/Azteca-Chichimeca o Mexicanera se considera como una de las danzas de conquista pues representa la resistencia cultural y la apropiación de nuevos elementos dados por la fusión de dos culturas. La llamada mexicanidad pretende rescatar las culturas prehispánicas y toma fuerza en los años sesenta aproximadamente. La mexicanidad enarbola un discurso que busca explicar no sólo la condición actual de las culturas indígenas, sino también intepretar la simbología indígena frente al discurso científico. En este sentido, ella también se asume como la portadora de la verdadera interpretación del legado indígena.

A pesar de que los grupos danzantes han proliferado y se han multiplicado en nuestro país en los últimos años, han sido poco estudiados. Si bien es cierto que las danzas de conquista y las festividades religiosas dedicadas a los santos patrones de pueblos y barrios han sido objeto de estudio de muchos antropólogos, los danzantes mexicaneros han sido dejados de lado. Al parecer, sólo Lina Odena Güemes se acercó al tema en un trabajo titulado “Los restauradores de la mexicanidad”, en el que muestra la génesis del movimiento y, en especial, del Movimiento Confederado Restaurador de la Cultura del Anáhuac. En dicho trabajo, la autora muestra los orígenes mestizos de dichos movimientos y la alta dosis de racismo que ha caracterizado a algunos de ellos.

Más allá de algunas diferencias evidentes entre los grupos de danzantes, todos invocan un pasado común y se sienten herederos de una de “las civilizaciones más antiguas y hermosas que hallan existido en cualquier momento sobre el planeta”

El discurso de la mexicanidad apela a una identidad no sólo con respecto a los danzantes, sino que propone a la población mexicana, en general, asumirse como parte de una historia común hegemonizada por la cultura náhual, como una cosmovisión y una forma de organización social que debe revalorarse. Así, el movimiento chicano mexicano-mexica hace un llamado a todos los habitantes del Aztlán y del Anáhuac, incluso a los descendientes de europeos, para que “aprendan nuestra historia e identidad mexica, pero desde nuestro punto de vista indígena”

Pero hay quienes excluyen de su misión a quienes no desciendan de las razas originarias. El movimiento llamado Fuerza Nacionalista Azteca, en una carta abierta, dirigida a todos los mexicanos para “emprender una cruzada nacional de emergencia contra el hambre, la carestía y el desempleo”, señala que ha llegado el momento de pasar de la resistencia a la reconstrucción, “dando cumplimiento al mandato de Cuauhtémoc para levantar nuestro querido Anáhuac y retomar el camino de la Mexicayotl, de nuestra mexicanidad.” Para lograrlo, dicen, se debe acabar con la “ideología del mestizaje”, ya que los mexicanos legítimos son “producto de la evolución genética natural (…) con un rostro y un corazón propios que hoy se levanta de la destrucción, la dispersión y la confusión”

Alejados de las demandas indígenas que de manera tan visible han enarbolado varias organizaciones en nuestro país, en especial a partir de la presencia del EZLN como un actor político de primera importancia, los movimientos de la mexicanidad, en general, centran su discurso en la vuelta al origen, al mundo armónico, justo y bello que les fue arrebatado hace más de 500 años. Así, el movimiento Fuerza Nacionalista Azteca señala: “Hoy, cuando en la política se habla de transición democrática, de reforma del Estado y de refundar la nación; nosotros preferimos hablar de Restauración y Reconstrucción del Anáhuac porque se trata de retomar y continuar el Gran Proyecto de la Confederación de Anáhuac, destruida por los invasores a partir del 13 de agosto de 1521, donde se construía una sociedad igualitaria, asentada sobre kalpullis (sic) autosuficientes confederados, con una auténtica autonomía e intercambio justo, de respeto a las tradiciones, costumbres y formas de gobierno”

Algunos elementos que parecen ser consustanciales a la mexicanidad son: una actitud frente al mundo respetuosa de la naturaleza y un reconocimiento de la lengua náhuatl como la portadora del saber. La reconciliación con el pasado prehispánico pretende rescatar ese conocimiento en función de una sociedad que parece desintegrarse, en la cual los valores de cohesión se han perdido y han dado paso a la violencia, la drogadicción y demás problemas sociales. Por otro lado, dicen buscar esa armonía que existía en el pasado entre el hombre y la naturaleza, de la que cada vez se aleja más el hombre moderno. Para los líderes de los grupos danzantes de la mexicanidad la sociedad azteca era una forma de organización social perfecta. Las mujeres mexicas, señala Iztakuauhtli, líder del grupo Ollin Mazatl del Zócalo, mantenían una esbelta figura gracias al consumo de aguas de manantial, las casas brillaban como espejos de plata de tan limpias que estaban, los hombres y mujeres lograron ser jóvenes siempre y, por ello, danzaban hasta los 90 años de edad. A decir de este líder “los psicólogos recomiendan actualmente que para eliminar la depresión la gente estrene ropa, cambie de aspecto y salga a divertirse. Esto lo sabían los mexicas y lo practicaban constantemente para mantenerse jóvenes y ágiles.”

La situación lamentable del México actual es fruto, para ellos, de la invasión europea, mal llamada conquista. Los españoles, dicen, eran “salvajes asesinos y seres humanos inmorales (que) quemaron nuestras bibliotecas, esclavizaron a nuestra gente, robaron nuestra riqueza y (…) nos dejaron como el pueblo culturalmente castrado que hasta hoy seguimos siendo”

Los danzantes mexicaneros no son, como podría parecer en un primer momento, un grupo desordenado que se forma en el momento en el que algunos llegan a danzar. Existen centros organizados con un nombre que los caracteriza. Dicho nombre siempre es náhuatl y denomina a círculos de danza donde hay ensayos y ceremonias. Se organizan, además, en subdivisiones territoriales y se conforman en grupos que se asumen como familias que pertenecen a cierto calpulli.

Actualmente se conocen tres modalidades de las danzas mexicaneras: la azteca-chichimeca —que parece ser la más antigua—, la danza azteca-mexica y la conchera. Encontramos una clara diferencia entre la conchera y las otras dos pues ésta representa la incorporación de elementos cristianos en una estructura ritual prehispánica que rompe en muchas cosas con la danza azteca, en la que nosotros nos enfocamos.

Ya decíamos que la danza mexica se caracteriza por la reivindicación de la cultura prehispánica bajo el discurso de pureza o retorno al origen. Esta danza se recrea a partir del mito de creación náhual, el cual reconoce a cuatro deidades, creadoras del universo, que en la mitología náhual, están representadas por un color, un rumbo y un elemento.

Deidades creadoras del universo

RUMBO
DEIDAD
ELEMENTO
COLOR

Norte
Tezcatlipoca
Tierra
Negro

Sur
Huitzilopochtli
Agua
Azul

Oriente
Quetzalcóatl
Viento
Blanco

Poniente
Xipetotec
Fuego
Rojo

Cielo
Tonatiuh
Universo
 
Tierra
Tonantzin
Centro
 

Si bien tuvimos un acercamiento a un grupo de concheros, nuestra investigación se enfoca al estudio de los danzantes mexica – aztecas, y mexica-chichimecas. Su vestimenta consiste en un taparrabos de piel o manta, vistosos penachos ornamentados con plumas de pavorreal, águila, faisán, quetzal; atecocolis (cascabeles) sujetos a los tobillos, pectoral o pechera de pieles y motivos prehispánicos. La música se interpreta con el sonido del caracol y sonajas que se tocan al ritmo del huehuetl. El huehuetl es el instrumento principal que da ritmo a sus danzas, este es un tambor elaborado con madera de ahuehuete y piel.

Pese a la gran similitud que existe actualmente entre la danza mexica-chichimeca y la mexica-azteca, algunos danzantes las diferencian por la vestimenta o por el ritmo de cada una. En la primera se usan pieles y taparrabos, y sus pasos son más rápidos, aunque dichas diferencias no son tan estrictas en la práctica.

En general, para unos y otros la estructura de la danza es la siguiente:

Antes de dar inicio se coloca una ofrenda al centro, ésta contiene por lo general flores, agua, sahumerio y frutas que son repartidas al final del rito. En la ofrenda y en la estructura de la danza nunca deben faltar los cuatro elementos representados por el huehuetl (tierra), el caracol (viento), sahumerio (fuego) y el agua (que se bebe después de la danza). Especialmente el fuego y el viento se utilizan según el principio de la energía dual; el fuego es un elemento masculino y por tanto, es conveniente que lo porte una mujer. El caracol es un elemento femenino y debe ser utilizado por un hombre.

La figura y el orden de los elementos de la ofrenda no tienen una posición casual. Representa al cosmos en la tierra; así el sahumerio, justo al centro, simboliza al sol y al fuego.

La danza inicia con tres toques de caracol ejecutados generalmente por un hombre —aunque esta restricción tiene cada vez menos fuerza—, que se acompañan con el balanceo del sahumerio prendido —portado por una mujer—. Con el sahumerio se purifican todos los elementos que forman parte de la danza: instrumentos, ofrenda, danzantes. Realizado esto y con los danzantes en posición se invoca a los cuatro rumbos, al cielo y a la tierra con su respectiva deidad, y se les dedica la danza, la ofrenda y el sonido del caracol. En general son seis las danzas obligatorias, pero este número puede variar dependiendo de la duración y del tipo de celebración. Las danzas pueden representar a fenómenos o elementos naturales a deidades y/o animales. Pero estos elementos pueden estar integrados en una sola; por ejemplo la danza de Ehecatl, divinidad que a su vez representa a un elemento natural: el viento; la danza del colibrí que representa a su vez a una deidad: Quetzalcoatl. Cada danza se compone de pequeños fragmentos en los que se ejecuta un paso inicial, un paso base llamado “planta”, un paso que cambia varias veces conocido como “flor”, y un paso final, que es similar al primero que se ejecutó.

Antes de iniciar y terminar cada danza se realiza un mismo paso que consiste en marcar con los pies una cruz: la cruz de los cuatro rumbos, de los cuatro elementos, diferente de la cruz católica a la que hacen referencia los concheros. La danza, recrea, a su vez, el mito de la creación, es decir el tiempo circular.

Al final de las danzas se agradece a cada rumbo por haber hecho posible el rito, el grupo se concentra alrededor de la ofrenda, se hincan e inician los cantos. Cualquiera de los integrantes puede elegir el canto que desea dedicar. Estos cantos hacen alusión al universo y a los elementos que lo integran. Después de los cantos, el jefe del grupo dice: “por eso, a través de las generaciones decimos, cuatro veces, mexica tiahui, mexica tiahui, mexica tiahui, mexica tiahui”, que significa “adelante mexica”.

En la última etapa de la danza cada integrante expresa su impresión del rito recién celebrado; pueden también dar gracias al resto del grupo, y al público, por haber compartido ese momento con ellos. Al inicio y al final de cada intervención se evoca personalmente y después en coro a “Ometeotl”.

Para quienes la ejercitan, la danza es un acto ritual que incorpora al sacrificio como parte de su sentido más profundo. Para los danzantes, los movimientos que se generan en cada celebración se corresponden con cuatro diferentes niveles de conciencia. El primer nivel es el Mitotilztli o gozo, fiesta y alegría humanas; en éste la danza se manifiesta como una relación humana, en la cual a través del movimiento del cuerpo se logra la interrelación entre los hombres. Los danzantes son el centro y el motivo principal de la danza. El segundo nivel es el Macehualiztli. En éste el danzante pasa del gozo al autosacrificio por medio de la abstinencia, a fin de lograr desprenderse de todo lo externo. Aquí, la fiesta será reemplazada por un ofrecimiento consciente del danzante a través del sudor, el cansancio y hasta el sangrado de los pies. El tercer nivel es el de la Chitontequiza, acto de girar y “desprender al cosmos” a través del movimiento de la danza. Por medio de estos movimientos cósmicos el danzante intenta integrarse a las fuerzas de la naturaleza y el cosmos. El cuerpo en movimiento, pasará a formar parte de un todo armonioso. En el cuarto nivel llamado Teochitotenquiza, el danzante aspira a convertirse en un vínculo entre la energía creadora y la humanidad toda. Este cuarto nivel es la expresión más elaborada de lo que un danzante puede lograr con su dedicación, esmero, disciplina y autosacrificio.

En la danza mexica-azteca las funciones o cargos de los danzantes son llamadas “palabras”, estas otorgan responsabilidades y llevan implícita una jerarquía que se reconoce al interior del grupo aunque ello no represente un rol estricto y permanente (a diferencia de lo que sucede con los grupos concheros). Tres integrantes representan a “las palabras”, y son elegidos por el jefe del grupo. La primera palabra le corresponde a quien “abre los rumbos” y pide permiso; la segunda palabra al quien le ayuda a éste o, incluso, a quien lo llega a suplir en caso necesario. Al encargado de la tercera palabra le corresponde regir las danzas. En ocasiones, un representante de la cuarta y última palabra se encarga de la distribución de los danzantes a fin de mantener una formación circular.

Esta organización espacial tiene como objeto la fluidez y concentración de energía, esto permite entrar en equilibrio. En su discurso, y en su práctica ritual, se manifiestan los símbolos de dualidad: lo femenino y lo masculino, el día y la noche, la vida y la muerte. La integración de estos elementos simbólicos se encuentra en el “Ometeotl” quien representa a los “dadores de vida” y a la energía dual. Ometeotl es padre y madre a la vez y a través de él se explica el mito de la creación. En la danza, se supone, los opuestos entran en equilibrio, como sucede con Ometeotl, gracias a la propia organización del espacio danzante.

En la filosofía mexica, este mito aparece representando por dos señores (o dos dioses), Ometecutli (dos señor) y Omecíhuatl (dos señora), que tuvieron cuatro hijos a los cuales se les asignó un rumbo (tezcatlipocas) para crear el universo:

Tezcatlipoca significa “espejo humante” y representa las habilidades mentales de los sujetos. Tezcatlipoca negro, conocido simplemente como Tezcatlipoca, representa el rumbo norte, le corresponde el elemento tierra y en su rumbo se encuentra el Miktlampa, la región de los muertos. A Tezcatlipoca rojo le corresponde el oeste, el elemento aire, es el rumbo de Ziwatlampa, es el Xipe Totec. Tezcatlipoca azul, conocido como Huitzilopochtli, corresponde al rumbo sur, la tierra del fuego, la región del Wiztlampa. Tezcatlipoca blanco, conocido como Quetzalcóatl, la serpiente de agua, viene del rumbo del este, de la región de Tlahuiztlampa.

Son cuatro rumbos, cuatro fronteras del universo donde suceden todos los hechos humanos, cuatro elementos y cuatro eras cosmogónicas que se repiten de manera cíclica en la historia, y que aparecen en el calendario azteca y maya. En la danza, el saludo a las cuatro direcciones equivale al saludo a la creación, a su recuerdo y recreación. Mircea Eliade recupera una narración de las tribus algonkinas y siux sobre el ritual que reproduce la creación del universo. Éste se lleva a cabo en la cabaña sagrada. En ambos casos, se mantiene una estructura ritual muy semejante; la necesidad ontológica por “instalarse en un territorio” para fundar el mundo y una idea particular de ese mundo que es representación del cosmos.

Veamos ahora algunas de las principales características de los cuatro grupos analizados.

Grupo de danzantes de Tlalpan

Los danzantes de Tlalpan se reconocen como integrantes de la categoría de danzantes mexica-aztecas. La asociación fue creada el 4 de septiembre de 1999. Actualmente se reúnen los sábados en la explanada delegacional a partir de las 19:00 horas. Xolotl Martínez, Cuauhtli y Marlene fueron sus fundadores. La trayectoria de Xolotl es anterior a la creación del grupo de Tlalpan; participó como jefe del grupo que desde hace diez años danza en el centro de Coyoacán. Después, por iniciativa propia, conformó el grupo “Cuailama” que desde hace 5 años, se reúne en el centro de Xochimilco. Su trayectoria aún continúa: en febrero de este año creó un nuevo grupo para danzar en la Ciudad Universitaria, frente a la Biblioteca Central.

Xólotl, fundador de los grupos de Xochimilco, Coyoacán y Tlalpan, es danzante desde niño, pero abandonó su práctica por mucho tiempo para dedicarse a las artes marciales, aunque regresó a la danza mexica que para él es “arte, disciplina, meditación y ritual”. Lo anterior porque la danza como disciplina, dice, “enseña obediencia, deber, principios de la mexicanidad como respeto a la naturaleza, y a vincularnos con lo que vemos y con lo que no vemos también”.

Xólotl marca una clara separación entre la danza religiosa conchera y la mexica. “Yo respeto mucho a los concheros pero yo nunca podría hacer lo que ellos están haciendo (…) ya no tenemos que hacerle el juego a la iglesia. La iglesia ya tiene su parte (…) Entonces, nosotros hacemos la danza guerrera, azteca-chichimeca, definitivamente nos vamos a las raíces, con la parte más ortodoxa, con los conocimientos ancestrales. Con todo respeto y conciliación pero cada quien ya tiene delineado su trabajo”

Este personaje, cuyo discurso sobre la danza y la mexicanidad es amplio y bien elaborado, se presenta como el líder del grupo de Tlalpan. Sin embargo, a decir de otros dos líderes, Marlene y Cuautli, el grupo se ha independizado de Xolotl.

El grupo de Tlalpan, sin nombre aún, está conformado por 25 miembros aproximadamente, con una presencia equilibrada de hombres y mujeres. Las edades de sus integrantes oscilan entre los 15 y los 40 años, aunque en su mayoría son jóvenes de 25 a 35 años. Hay estudiantes, amas de casa, obreros, religiosas y empleados de oficio, tales como albañiles, pintores de brocha gorda y comerciantes.

Este colectivo está conformado, a su vez, por subgrupos: una familia de concheros, un grupo de religiosas vecinas del mismo centro delegacional, y un grupo de jóvenes que se reúnen en otros círculos. Entre todos los miembros hay un acuerdo tácito de revalorar la cultura prehispánica, ya no cristianizarla sino vivirla como es actualmente. ¿Y cómo es en un contexto urbano? Mucho más diversa, no es pura sino mestiza de raza y de religión.

Los danzantes de Tlalpan pertenecen a distintos grupos sociales y cumplen con diversos roles a la vez. Así, podemos tener un sujeto danzante que pertenece a una familia, desempeña un trabajo, tiene un circulo de amigos, practica alguna religión y a su vez, tiene intereses particulares independientes de la danza. Gilberto Giménez plantea que a mayor amplitud de los círculos sociales, hay un reforzamiento de la identidad personal. El individuo asume un rol, se incorpora al colectivo e interioriza los elementos simbólicos de éste, su inclusión no es forzozamente homogénea ni estricta.

Como mencionamos anteriormente gran parte de la riqueza en el estudio de los danzantes, radica en la diversidad de sujetos que participan en la danza. En un mismo círculo hay una gran variedad de personas, todas reunidas en un grupo heterogéneo que se unifica en un acto ritual para crear algo en conjunto, oración en movimiento dirán las religiosas. Como Amparo, religiosa salvadoreña de origen campesino de 34 años de edad, quien proviene de una familia con “mucha tradicón”. En 1992 trabajó en una comunidad indígena totonaca, en Veracruz, y eso la hizo tomar conciencia “del ser indígena que lleva en la sangre”. “Allí empecé a vibrar otra vez con lo mio”. Esto la condujo, años más tarde, a la danza mexica, en la que se inició hace un año, ante una invitación abierta que el grupo hizo.

Para ella la danza es “oración en movimiento”, y Dios y Ometeotl son lo mismo, sólo cambian de nombre. Donde nos reunimos allí está El, dice refiriendose a Dios. A ella danzar la hace sentirse “con una paz muy fuerte, una paz interior, una armonía que no me deja estar pasiva, sino que me invita a ponerme en dinamismo”. Su familia, sin embargo, no sabe que ella es danzante porque “en su cabeza no cabe cómo una monja puede andar en esos rollos”.

El de Tlalpan es un calpulli incluyente, ya que permite la participación de personas con diferente percepción acerca de la danza, no importando su sexo, edad, religión, ideología, o situación económica. Pero además, se invita al público a participar en el rito sin ningún requisito previo o condición posterior.

Todos sus miembros comparten el interés por la danza y por el rescate de las prácticas prehispánicas, independientemente de que su incorporación varíe de acuerdo a las expectativas personales – que van desde la búsqueda de espacios alternativos de expresión con fines espirituales o de esparcimiento hasta terapéuticos o de socialización – los individuos logran conformar una identidad colectiva que le otorga sentido al rito de la danza. En general, observamos que mientras algunos privilegian la recuperación de la tradición, para otros la danza es, sobre todo, un acontecimiento místico, pero todos coinciden en la recuperación de la tradición náhual.

Dentro de las actividades alternativas que realizan como grupo, además de la danza, están las excursiones a centros rituales, temazcales, asistencia a eventos de otros círculos de danzantes por festividades patronales así como celebraciones que coinciden con el calendario azteca, tales como los equinoccios, día de muertos, etc. Estas actividades cohesionan a sus integrantes a partir de experiencias compartidas; se genera entonces la necesidad de saberse reconocido, de tener un lugar y ser aceptado más allá del ritual colectivo de la danza. La dimensión subjetiva y temporal de la identidad permite que éste sea un proceso que nunca está acabado. El círculo de la danza es un espacio en continuo movimiento. Este espacio en movimiento esta íntimamente relacionado con el tiempo- ritmo interior —de cada sujeto— y exterior —de la danza misma—. El tiempo tampoco es fijo, avanza en distintos ritmos, que no necesariamente se miden con el de un reloj.

Esta forma de pertenencia es dinámica y no está sujeta a un solo espacio. Muchos de los danzantes de Tlalpan se reúnen a continuar la danza en otros lugares y con gente de otros grupos aunque parece haber finalmente, una adjudicación a un grupo particular.

No hay requisitos particulares para ingresar al colectivo, en la mayoría de los casos el interés surge por la curiosidad o por invitación de otros miembros ya integrados. Pese a que la mayoría de los integrantes no tiene un antecedente familiar que los motivara, ellos coinciden en la idea de difundir la danza entre sus descendientes y entre aquellos que se encuentren dentro de su círculo social.

“…mi hermana fue la primera en entrar a la danza, ella entró porque los vio (a los danzantes del grupo de Tlalpan) y le llamaron mucho la atención… ella fue la que me invitó y desde la primera vez que dancé me gusto tanto que me integré y ahora es una parte importante de mi vida…”

“… mi interés por la danza fue desde que era niño, el sonido del huehuetl me hacia sentir algo en el pecho, como un hueco… yo veía a los danzantes del Zócalo y luego ya más grande entre al grupo de Xochimilco porque vivo cerca de allí…”

“Una amiga de la escuela me invitó a Coyoacán y allí fue donde empecé. No fue nada más como ejercicio, sino también como un desahogo.”

“…yo vengo de una familia con mucha tradición… en 1992 trabaje en una comunidad indígena totonaca en Veracruz y en una mixteca en Oaxaca, esta experiencia me hizo tomar conciencia de mi ser indígena que además llevo en la sangre, allí empece a vibrar otra vez con lo mío, me sentí identificada con la comunidad y fue este mismo antecedente el que me llevó a la danza.”

“Tengo toda la vida de ser danzante, mis abuelos eran danzantes…”

En las celebraciones de Tlalpan se representan los cuatro puntos cardinales, las cuatro eras de la creación, los cuatro numerales del calendario y los cuatro elementos vitales que mantienen el equilibrio entre el hombre y el cosmos: tierra, aire, fuego y agua.

Estas danzas se realizan al atardecer, para acompañar al sol durante su tránsito hacia la noche y de allí hasta su renacimiento al amanecer. Algunos de ellos danzan descalzos, mientras otros lo hacen con sandalias de cuero trenzado y suela delgada. Interpretan la música con teponaztles y el huéhuetl.

Los danzantes de Tlalpan realizan su ceremonia en círculos concéntricos alrededor del huehuetl y del altar. En el centro está ubicado el capitán o dirigente del Calpulli, en el primer círculos los integrantes más antiguos del grupo. En un círculo posterior se ubican los principiantes o las personas que quieran incorporarse en ese momento.

Al entrar, cada danzante es purificado por el humo del copal que emana del sahumerio; esta acción es ejecutada por una mujer, quien purifica con movimientos circulares en forma de cruz: izquierda-derecha / arriba-abajo. Los movimientos hacia la izquierda simbolizan la energía, hacia la derecha la fuerza, hacia arriba la vida y hacia abajo la muerte.

Enseguida se pide permiso a cada punto cardinal, a los cuatro vientos, para iniciar la ceremonia, levantando la mano izquierda hacia el lugar indicado, haciendo círculos en forma de cruz con el sahumerio y tocando el caracol para purificar el lugar en el que se va a danzar.

El dirigente del calpulli es el que ofrece la primera danza, éste puede elegir la danza que quiera. Por lo general, éstas se inician por el lado izquierdo y cada una dura aproximadamente quince minutos. Al terminar cada representación el líder invita a otro integrante a que dirija y ofrezca la siguiente danza y así sucesivamente.

Sus movimientos corporales son ágiles, algunos son volados o cruzados, con saltos y giros. Para ellos, cada paso tiene una significación: cuando hacen giros o vueltas completas representan al aire; cuando se avanza como aplanando el piso se representa la tierra; cuando realizan un paso zigzagueante simbolizan al agua; cuando ejecutan un brinco en el mismo sitio o cuando realizan saludos representan al fuego.

Para terminar se hace el ritual de agradecimiento a los cuatro vientos, repitiendo el ritual del permiso y agregando una reverencia. En este momento cualquier miembro del grupo puede hacer una oración, compartir un poema o cantar una canción en náhuatl.

Finalmente los danzantes agradecen el apoyo de los acompañantes, comparten el agua que fue purificada en el altar, semillas de amaranto y fruta y reiteran la invitación para la siguiente reunión.

Grupo de Concheros de La Conchita

Este grupo de concheros se reunía originalmente en el Centro delegacional de Coyoacán, pero fue desalojado por las autoridades y ahora realiza sus ensayos en la Casa de la cultura Jesús Reyes Heroles y sus presentaciones rituales en la plaza de la Conchita, en la misma demarcación política.

La composición social de este grupo es claramente pluriclasista: en él participan estudiantes, profesionistas, empleados y obreros.

Los de La Conchita, se consideran herederos culturales de los antepasados prehispánicos, en especial de los guerreros aztecas que lucharon contra los españoles durante la guerra de conquista. Sin embargo no tienen empacho en asumir y aceptar la conquista española y en venerar a las imágenes católicas. Este hecho marca una diferencia fundamental con otros grupos danzantes: asumen abiertamente el sincretismo cultural y la cruz, la Virgen y los santos patrones son, para ellos, símbolos fundamentales de su identidad. Los concheros, dice el capitán de la congregación de La Conchita, nos asumimos como peregrinos y como rezanderos.

Entre los grupos de concheros son marcados los linajes, en ellos existen varios niveles de integración que implican una progresión incluyente, de naturaleza militar. Las jerarquías se adquieren, casi siempre, en forma hereditaria. Algunos concheros famosos, ya fallecidos, son invocados incluso en las canciones que acompañan sus danzas. Así los de La Conchita le cantan al “alma de Rodríguez sabe Dios en donde andarás, todos rogamos por él, su alma en descanso estará”. O bien: “Vamos todos los concheros, vamos todos en unión al frente Felipe Hernández y su gran corporación”.

El danzante conchero retoma y hace suyos elementos católicos y los incorpora a las prácticas tradicionales prehispánicas. Su ideología está basada en un sincretismo cultural y religioso que se manifiesta mediante un ritual en el que se canta y se danza. El conchero representa la conquista consumada, considerada por el danzante no como una derrota sino como un triunfo de la cultura mexicana que pervive bajo otros símbolos a los que se les da el carácter religioso enseñado por los antepasados. Los objetivos principales de su ritual son el homenaje a Dios, la ofrenda y la penitencia, “El danzante conchero danza para Dios”

A diferencia de los danzantes mexicas, quienes acompañan sus danzas con instrumentos musicales prehispánicos, los concheros entonan canciones que denotan, claramente, su doble pertenencia: a la mexicanidad y a la catolicidad. Así, entonan: “Cuando nuestra América fue conquistada de todos los habitantes ninguno dijo nada. Esto sucedió en la gran Tenochtitlán”. O bien cantan: “Cuando el rey Cuauhtémoc habló con gran decoro y aunque le quemaron los pies no soltó el tesoro, cuando los españoles en su gran delirio engañaron al indio con vidrio”. Pero también cantan: “Ya se anuncia la salida del estado de Michoacán a ver la gloriosa imagen a la feria de San Juan”. O bien: “Santo Cristo milagroso, padre de mi corazón, alza tu bendita mano y échanos tu bendición”.

La identificación de cada grupo o “mesa” de concheros, se establece mediante el porte de un estandarte en el cual se indica la fecha y lugar de conformación del grupo, así como su nombre y la imagen del santo que identifica a su congregación. Su organización es jerárquica, sus cargos son hereditarios y se clasifican en grados militares: capitán de conquista, Sargento, Alférez, Malinche, Soldados, principiantes o novicios. Es importante mencionar que como Capitán General reconocen a Hernán Cortés.

El capitán es el encargado de la tradición conchera, es decir, debe ser un gran experto y conocedor de los rituales dancísticos, los mitos y de la oratoria. Es el líder indiscutible del grupo y resalta incluso más que los capitanes de la danza azteca. En la congregación de La Conchita el capitán es el llamado “Jefe Sonora”, un hombre maduro, al que respetan y obedecen todos los integrantes del grupo.

Después del capitán se encuentra el sargento, quien se encarga de vigilar el orden en el grupo y generalmente dirige la danza. En el caso de nuestro grupo, el sargento era el encargado de dirigir la danza, mientras el capitán se dedicaba a cantar, tocar la guitarra de concha de armadillo, e iniciar cada fragmento de entrada, señalando con los pies la cruz sobre el piso, y utilizando, cada vez, el grito de los concheros: “El es Dios”.

La Malinche, una mujer encargada de proteger el fuego y el sahumerio, es la que saluda a los puntos cardinales, el alférez porta el estandarte, el “caracolero” toca el caracol, los soldados sólo danzan y, en la parte exterior del círculo de la danza, los novicios aprender sus primeros movimientos dancísticos.

Para ser parte de un grupo como éste hay que pasar por una ceremonia de iniciación, que consiste en un juramento frente a las imágenes católicas y ante los demás concheros, como símbolo de su compromiso con lo sagrado.

Cuando se trata de celebrar a un santo patrón, generalmente el ritual inicia con una ceremonia, de ahí se dirigen a la iglesia con paso de marcha. Al llegar a la iglesia se entona el canto de permiso, frente a la imagen católica festejada, y después se traza con el pie una cruz en el piso, en la que se invoca a los cuatro puntos cardinales, para dar inicio, propiamente, a la danza. Al finalizar se canta la despedida, el ritual de agradecimiento y la retirada frente a la imagen; viene después la comida colectiva y el agradecimiento a cada uno de los grupos de anfitriones y del capitán hacia cada uno de sus soldados.

El origen de la Danza Conchera, transmitido a través de la tradición oral, se sitúa en la Batalla del Cerro de Sangremal en Querétaro, el 25 de julio de 1531. Ellos asumen que fue en ese momento en el que, después de una batalla sangrienta entre cristianos y chichimecas —en la cual triunfaron los cristianos—, vino la conciliación. La cruz de Quetzalcóatl, la de los cuatro vientos (Ollin), se fundió con la cruz católica del Apóstol Santiago, dando como resultado la Cruz de Sangremal, ésta simboliza también la sangre derramada por los combatientes. Este acontecimiento se encuentra además presente entre sus cantos: “Santísima cruz del cerro de Sangremal, donde corrió la sangre en medio del encinal…”

Sus alabanzas están dirigidas a imágenes cristianas, cada una ubicada en un rumbo y zona específica:

RUMBO
DEIDAD
UBICACIÓN

Norte
Virgen de Guadalupe
Villa o Basílica de Guadalupe

Sur
Santo Señor de Chalma
Santuario de Chalma

Oriente
Señor del Sacromonte
Amecameca

Poniente
Señora de los Remedios
Santuario de la Virgen de los Remedios

Centro
Templo de Santiago Tlatelolco
Tlatelolco

Las festividades principales en cada uno de estos lugares corresponden a una fecha específica y la asistencia a ellos es considerada como una obligación; sin embargo, todo el año se celebran diversas fiestas a las cuales los grupos pueden ser invitados y su asistencia es voluntaria. Estas invitaciones fortalecen el contacto, las relaciones y el reconocimiento entre los diversos grupos.

Entre las características de la tradición conchera, se encuentra el uso de instrumentos, como la guitarra de concha de Armadillo, llamada mecahuéhuetl, esta es una modificación del laúd, que es un clarín de mano que tiene como cuerpo la concha del armadillo; las sonajas, los atecocolis o huesos de fraile y el caracol. Cada uno de los elementos que conforman su atuendo forma parte del ritual, cada uno tiene su significado y su importancia, como ejemplo de esto, citamos la estrofa de la siguiente alabanza: “las conchas de armadillos, todas en reunión fueron de conquista, de la santa religión”

La vestimenta de los hombres consta de un faldón, un pectoral y una tilma o capa, las cuales son adornadas con motivos prehispánicos, lentejuelas y con plumas pequeñas que delinean los bordes; las mujeres portan un vestido recto abierto a los lados; actualmente usan telas sintéticas con el objeto de simular la brillantez de las piedras preciosas. Esta indumentaria se complementa con rodilleras y brazaletes.

Usan también un penacho adornado con plumas de avestruz o pavorreal, la importancia de portar este adorno no se reduce a simple ornamento, sino que tiene también significados especiales tanto de reconocimiento, como de conexión espiritual, es una parte más de sus simbolismos: “las plumas son las antenas de comunicación con el dador de vida… las plumas que porta el danzante se ganan con la danza” En el caso del grupo de La Conchita, sin embargo, el día de la fiesta de su patrona, la virgen de la Concepción, los danzantes vistieron ropa negra y un paliacate sujetando su cabello.

A diferencia de las danzas mexicaneras, los movimientos de los concheros son lentos, pausados y cadenciosos. Su danza se compone de tres partes: “el permiso” o “saludo a los cuatro vientos” al iniciarse la danza; el desarrollo de los pasos característicos y un “acelerado” en la parte final. Los cambios coreográficos y musicales son indicados por el guía de la danza al grito de “ ¡Él es Dios¡”.

Los concheros en el siglo XXI

Los concheros en el siglo XXI

Danzas frente al templo de la parroquia de la Divina Pastora, San Francisquito. Foto Diario de Querétaro.

Diario de Querétaro

José Gerardo Bohórquez

Los habitantes originarios de México adoraban a sus dioses cantando y bailando delante de ellos. Siguiendo esta costumbre, la tradición conchera se originó en el Bajío, especialmente en Querétaro, y desde ahí “conquistan” el valle de México, Tlaxcala y hasta zonas chicanas de los EUA. Hay quien reconoce a Tlaxcala como matriz de los danzantes, pero no hay evidencia de ello. Entre ellos “conquista” significa la unión de palabras, la reciprocidad entre los grupos de la danza. El lema más común de los concheros es “Unión-Conformidad-Conquista”. La palabra es obligación de por vida con la danza.

Dice la tradición que el 25 de julio de 1531 se da la refundación de Querétaro, con la ayuda de Santiago Matamoros cabalgando por aquel cerro y marcando su territorio con la cruz de Sangremal. Los chichimecas derrotados reconocieron a la cruz con el saludo de “Él es Dios” y le hicieron un mitote, danzando por primera vez ante ella. Una danza fue representada en el año 1680, en la dedicación del Templo de la Congregación de Guadalupe en Querétaro y la realizaron los indios chichimecas “montaraces”. Desde el siglo XVI la Iglesia Católica prohibió que las danzas indígenas se efectuaran dentro de los templos. Esto permitió que su organización siguiera en manos de los propios danzantes.

A los danzantes, agrupados en mesas, se les llama “concheros” en alusión a sus instrumentos de cuerda cuya caja está formada con conchas de armadillo, aunque ahora pueden ser solo de madera. De la misma manera su vestuario ha cambiado, en las últimas décadas de la nahuilla, corona, carcax, arco, vara y flecha chichimecas, semejante a los matachines de los altos de Jalisco, hasta la actual usanza azteca, que tiene como instrumentos el teponaztli, huehuetl, caracol marino, y huesos de fraile, a manera de cascabeles. Algunas mujeres son llamadas “malinches” y pueden ser sahumadoras que con el copal saludan a los cuatro vientos y barren aquel espacio sagrado. Unos a otros se llaman “compadritos”. Cultivan la danza y la música, la flor y el canto, en el xuchil, que elaboran con flores y frutas, simbolizando la fertilidad y la abundancia, y por medio de alabanzas y pregones.

En sus cuarteles, casas de sus capitanes, está depositada “la palabra”, en la mesa, en el oratorio; es el lugar donde efectúan sus velaciones y se hacen presentes las ánimas de sus antepasados. Estas ánimas de los conquistadores de los cuatro vientos son llamadas a través de las “cuentas”, que son ceras que al encenderlas mandan su mensaje, un augurio que es interpretado para realizar un trabajo que corrija y limpie o haga daño a alguien.

La principal fiesta conchera en Querétaro es la Santísima Cruz de los Milagros, que se celebra el 14 de septiembre, día de la exaltación de la Santa Cruz. Ésa es la tradición indígena (del 12 al 15 de septiembre ) que corresponde al VI etzalcualiztli en el calendario nahua, en el que celebran el brote del maíz tierno, xilotl, la xilocruz de la Diosa Xilonen, Chicomecoatl, la Santa Cruz de Nuestro Mantenimiento, que se entrelaza con el chimal chichimeca-otomí.

En las velaciones nocturnas la muerte y lo femenino están presentes; en las danzas diurnas, la vida y lo masculino, con el sol naciente. Precisamente al amanecer se dan las “barridas” o limpias de malas voluntades y envidias donde se usa la “cuenta” o vela blanca.

Tres familias se distinguen en Querétaro como las principales familias concheras: los Aguilar, los Rodríguez y los Sánchez, veamos ahora su situación.

Los Aguilar

En 1872 el compadre Atilano Aguilar, indio otomí chichimeca originario de San Pablo Tolimán, fue el conquistador de la palabra general “Él es Dios”. Según la tradición, toma el mando de la “Santa Obligación”, que a su vez está ligada a la cofradía de la Santa Cuenta, una sociedad que en época de conflicto, en la Revolución y en la época cristera, era secreta por la misma situación de revuelta. Para pertenecer a ella habría que ser danzante, curandero y nahual. Esta cofradía no debe confundirse con los grupos más recientes de la mexicanidad, aunque algunos afirman que se trata de rechazar toda la influencia doctrinaria de la dominación española. No todos sus miembros son indios; son, además de concheros, brujos-nahuales, sacerdotes indígenas a los que les es revelado un misterio. Afirman que pueden pasar de un espacio a otro en cortos periodos de tiempo y crean una forma animal. Son chamanes: hombres medicina. Conocen los secretos para descifrar y tender la “cuenta”; según algunos hay “cuentas” de colores: las velas blancas y las rojas, a las que se les pasa copal y flores para conseguir amores. Las negras no las utilizan en sus velaciones más abiertas, por tener un carácter negativo, porque se utilizaban para perjudicar a sus semejantes. En muchos grupos, sobre todo del Bajío, se pasaba entre los presentes una charola con mariguana, al tiempo que se cantaba la alabanza de Santa Rosita, que en su letra dice: “Santa Juanita, Mariguanita, es mi remedio…”. Había además gajos de peyote, que sólo podían tomar los jefes principales.

El bastón de mando se otorga por herencia o por merecimiento dado por el consejo de capitanes. La familia Aguilar es muy amplia y tienen varias mesas. Por mencionar sólo algunas: Antonio (finado), que recibió un premio de la cultura y las artes, de ellos viven todavía Margarito, Andrés, Ramón, Candelario, Gregorio y otros. Una rama de la familia son los Luna Retana, hijos de Ignacio Luna Aguilar (finado), algunos de ellos son Pascual (finado), Ignacio y Manuela, que con su “Danza Azteca Chichimeca Santiago de Querétaro” ha participado en el Equinoccio, en la Zona Arqueológica El Cerrito, incorporándose de esta manera a las corrientes surgidas en el siglo XX.

En la Mesa Real de Conquista del Señor General Narciso Aguilar (finado), se asiste también con Cruz Maldonado Aguilar y Pascual Moreno de Dios a la velación del 14 al 15 de agosto que el grupo de danza de Sanjuaneros realiza en honor a la Virgen de San Juan de Los Lagos, en el Barrio de San Francisquito. Esta fecha se celebra en varios barrios indígenas queretanos y corresponde a la “Tonanzin Agosto”, la maduración de la siembra y el apogeo de las cañas frescas de maíz y de la estación de lluvias. Dicha obligación la preside Imelda Mendoza Hurtado. Una peregrinación que viene de La Cañada a San Francisquito es acompañada por concheros que encabeza la señora Natalia Becerra.

Los Rodríguez

El Capitán General Manuel Rodríguez Campos (finado), de la Mesa de la Santa Cruz de la Misión de los Milagros, descendiente de un sobrino nieto de Conin, según un documento de 1558, afamado como curandero, llevó la “conquista” a Los Ángeles, California, en EUA, e incluso hasta España. Fue premiado en 1951 por la prensa nacional como el mejor danzante de la República Mexicana y actuó en la película “Rondalla”. El presidente Ávila Camacho lo abanderó cuando viajó como representante de las danzas autóctonas y participó en los grupos de coreografía de Amalia Hernández. Varios concheros del D.F. y de Guanajuato han tenido también este tipo de intervenciones.

Por su parte, su heredero, Capitán General Manuel Rodríguez Colchado, de la Unión de Danza Azteca de Querétaro, participó en enero de 2008 en un encuentro de los “Patrocinadores Internacionales de los Pueblos Indígenas” que incluía conferencias como: identidad cultural y globalización, derechos indígenas y metodología y estrategias efectivas. También hubo danzas y rituales ceremoniales. Dentro de los patrocinadores se enlistaban: Ford Foundation, Mitsubishi International Corporation Foundation, Levi Strauss Foundation, Appleton Foundation y otros más. Hubo asistentes de México, Centro y Suramérica, con participación del Grupo Ecológico de la Sierra Gorda de Querétaro.

Otro General, Manuel Rodríguez González, de la Mesa de la Santa Cruz de los Milagros del Espíritu Santo, muestra como prueba de su ascendencia conchera un documento de 1772. Recibió la presea municipal “Fray Isidro Félix Espinoza” en julio de 2004 de manos del presidente municipal de Querétaro, Armando Rivera. Tiene relación con grupos de poder y asiste a eventos oficiales como La Guardia de Honor en el Monumento Ecuestre del Apóstol Santiago el 25 de julio de 2008, en el 477 Aniversario de la Fundación de Querétaro, donde entregó el bastón de Mando al presidente municipal, Manuel González Valle, en el lugar donde fueron vencidos los indios chichimecas. El 21 de marzo asisten al equinoccio en La Peña de Bernal para “cargarse de energía” y fomentar el turismo, y no acuden a la tradición indígena de Tolimán y Bernal, de subir a la Peña el 3 de mayo, día de la Santa Cruz, inicio de la temporada de lluvias, en forma semejante al IV Hueytozoztli nahua, la ida al cerro de Tlaloc.

El primogénito de este General, que también se llama Manuel, habla de la Era de Acuario, siguiendo las ideas de la Nueva Mexicanidad de tipo New Age. Declara su sincretismo diciendo que practica la religión de los mexicanos y el catolicismo, como se hablan dos idiomas.

Los Sánchez

Son descendientes de Ignacio Teodoro Sánchez, que aparece con este mismo nombre en los siglos XVI y XIX, en el XVI, como cabeza de la danza junto con los primeros que bailaron ante la Santa Cruz de Piedra, Juan Bautista Criado y Juana Chichimeca Criado. Posteriormente su prole sostuvo la palabra y dirigió La Cuenta. En 1840 proclamó: “¡Viva la Independencia! Vivan para siempre nuestras tropas chichimecas, a la dirección del caudillo general, al mando y voz de Don Ignacio Teodoro Sánchez, primer promotor en el año 14. Sedle todos sumisos y obedientes y estad siempre alerta con vuestro carcaj, arco y flecha, vigilando y sosteniendo la santa independencia”.

Adelantándose un siglo a la guerra cristera declaró: “La religión de la América Septentrional es y será la católica, apostólica y romana sin mezcla de ninguna otra, a costa de nuestras vidas hasta derramar la última gota de nuestra sangre cuando haya otra nación que quiera destruirla”.

Recientemente algunos afirmaban que la Mesa de los Sánchez, que estaba en la calle 21 de marzo del Barrio de San Francisquito, ya no existía. Sin embargo, hasta nuestros días se encuentra la Mesa del capitán Manuel Sánchez Mateos a la que afirma pertenecer la Capitana autorizada para la conquista en Altos y Bajíos y la Gran Tenochtitlan, Ana María Álvarez Gutiérrez, heredera de la Mesa de la Virgen de San Juan de los Lagos, de Lomas de Casablanca, Querétaro, que preside el grupo de danza Quetzalcóatl Querétaro. El Bastón de Mando se lo dio el general de generales, Ramón Aguilar Badillo, el 20 de agosto de 2006.

Ella dice que busca formas de conquista más apegadas a nuestras tradiciones ancestrales (como los grupos de la mexicanidad) respetando y rescatando nuestra tradición.

El 19 de marzo de 2007 entrega un Bastón de Mando al presidente municipal de Corregidora, Germán Borja García. Llevó a cabo una escenificación y adaptaciones coreográficas, el día del equinoccio de los años 2007 y 2008, realizando un culto en la pirámide prehispánica del Cerrito, un lugar donde se “cargan de energía” junto con los grupos New Age; sin embargo, no siguen la tradición indígena de “El Pueblito” en el municipio de Corregidora que tiene sus fiestas en febrero, en el inicio del año nahua, cuando se da a luz al sol, llamado I Atlcahualo.

Otras Danzas

En otros barrios de origen indígena en Querétaro existen también grupos de danzantes, como en La Cañada, donde existen varios grupos; por ejemplo, La Danza Guerreros Aztecas que dirige Gerardo González. En El Pueblito hay danzas en las fiestas de febrero. En barrios del siglo XX como Lomas de Casablanca hay diversos grupos con vestimentas aztecas que bailan en la fiesta de La Virgen de San Juan de los Lagos, patrona de dicha colonia.

Por otra parte, hay también grupos de “apaches” en lugares como San Sebastián, (La Otra Banda de la época colonial ), o en zonas suburbanas como Menchaca o Peñuelas. Los apaches que retoman la tradición de los “Moros y cristianos”; se trata de grupos sin linaje de ancestros concheros. En Querétaro luchan contra los invasores franceses, reivindicando la soberanía indígena. Un grupo quiso hacerlo contra los norteamericanos y las autoridades municipales en turno se los impidieron.

Folklore

Hay puestas en escena como espectáculo, presentando las costumbres musicales y dancísticas de varias regiones del país y del estado, incluyendo danzas prehispánicas, derivadas de una investigación mimética no original, pero que pueden tener valores estéticos y creatividad.

En México desde hace varios años el ballet folklórico, las grabaciones en disqueras, la participación en películas e incluso la influencia de estas danzas en la música contemporánea de diverso tipo, como el rock, han tenido un efecto positivo en los jóvenes que revaloran nuestras raíces.

En el caso de Querétaro, hay un taller de danza folklórica y bailes de salón, como servicio social, en la Universidad Tecnológica de Querétaro, que dirigen los hermanos Gerardo y Flor Cruz Oros, incluyendo lo prehispánico.

Esoterismo

El 8 de marzo de 2008 Bernardo Ríos Rodríguez Bueno, Comendador de la Comandancia de Santiago Andamaxei (nombre otomí de Querétaro); miembro de la Orden Suprema Militar del Templo de Jerusalem, que está extendida en Europa, América y Medio Oriente, llevó a cabo la Investidura Templaria de Postulantes a Damas y Caballeros Templarios para México.

Incluyeron en sus actividades una ceremonia prehispánica en la Zona Arqueológica El Cerrito con elementos rituales como incienso (sic), teponaxtle y caracoles, donde el copal nahua y el incienso del viejo mundo se fusionaron.

Conclusión

¿Nos encontramos frente a la muerte de la palabra Él es Dios? Los Aguilar son guardianes de la tradición; los Rodríguez hacen un viaje a la posmodernidad y la globalización; los Sánchez van de la primera danza de la conquista, la santa independencia, hasta llegar al new age; otras danzas sin abolengo ni alcurnia reivindican la soberanía indígena; en el folklore aparece la danza como espectáculo; con el esoterismo se da el encuentro de los caballeros de las cruzadas con los bailarines incansables otomí-chichimecas.

Según esto, en Querétaro no hay mexicanidad radical, que quiera renegar de todos los elementos derivados de la religión católica y de la cultura hispana, como la veneración de los santos y el uso de conchas y mandolinas, para ser “puramente” mexicas.

Es claro como en estas celebraciones y sus ritos se dejan ver no solo las actuales creencias y esperanzas del pueblo, sino sus raíces ancestrales, como un todo donde el tronco y las ramas del catolicismo popular no podrían vivir sin la savia milenaria que lo alimenta.

Así que, durante el siglo XXI todavía escucharemos el saludo “Él es Dios, compadrito”.

La Reconquista espiritual de los pueblos indígenas

ENTRE EL GOZO Y LA OFRENDA

La Reconquista espiritual de los pueblos indígenas

(Publicado en Febrero 1997)

ÍNDICE

– Introducción

– La mexicanidad

– Pinceladas de una batalla florida

– El corazón de los mexicanos

– Un puente de Wiricuta entre Europa y Amerrikúa

– Apuntes sobre la fusión de Tradiciones

Introducción

Ansiosos por ubicarnos en una adecuada perspectiva frente a lo Nuevo que está llegando, se nos hace cada vez más urgente y necesario realizar un doble movimiento convergente desde las dos esquinas tradicionales que dan nacimiento a la Conchería: el Cristismo como retorno al espíritu vivo del maestro Jesús y su mensaje de un futuro que ya está aquí; y la Mexicanidad, como expresión directa y aún palpitante de las antiguas enseñanzas y experiencias que nos transmitieron los ancianos Tlatoanis de la sagrada tierra del Anáhuac.

Este es el doble camino que hoy se ofrece ante vuestro ojos, sabiendo que la fusión se realiza en el corazón no dual del Ser que Yo Soy, y que lleva por título general Concheros del Nuevo Milenio. Por un lado ‘El Canto de la Tierra y la Danza de las Estrellas’, sobre el nuevo Cristianismo, el Grial y los Antiguos Misterios… y por otro ‘Entre el gozo y la ofrenda’, sobre la Mexicayotl eterna, la unidad de Tradiciones y la Virgen de Guadalupe. La idea directriz es que estas publicaciones sigan evolucionando con vuestra ayuda, cada una por su lado, para ofrecernos una amplia gama de orientaciones y puntos de vista que nos permitan profundizar en nuestro trabajo cotidiano como danzantes y guerreros del espíritu, servidores y defensores de la Luz del Christos.

Ciertamente que las reflexiones personales y los resúmenes de ciertas obras que os iremos ofreciendo no sustituyen las lecturas directas de los libros en cuestión, cosa que os recomendamos especialmente (Velasco Piña, Marte Trejo, Arturo Meza, Grupos Mexicas, etc.). Así mismo debe quedar muy claro que este trabajo se refiere exclusivamente a los danzantes y compadres hispanekas, cuyo destino como pueblo (y por tanto como grupo espiritual) difiere sensiblemente del papel que está viviendo y vivirá nuestra amada Tenochtitlán y la generalidad de los pueblos de México. Por tanto, y sin que sea necesario establecer un ‘secretismo’, fuera de tiempo y ajeno a la transparencia de nuestros días, hay que comprender que estas reflexiones y puntos de vista no se adecúan ni critican en forma alguna la situación de la Tradición Conchera en su origen mexicano, sino que forman parte de nuestro derecho incontrovertible a la libre adecuación hispana (cumpliendo los principios tradicionales que nos han sido transmitidos de manera precisa y sistemática por nuestra jefa Nanita, y cuya enseñanza ha corroborado el jefe Ernesto en diferentes ocasiones).

De manera que se nos hace de nuevo imprescindible recordar el Círculo de más de doscientos guerreros hispanekas y una docena de concheros mexicanos que, dirigido por la Jefa Nanita, se formó en una de las últimas etapas del Camino de Santiago 92, (en ausencia del capitán Jesús León de Insignias Aztecas que se unió al círculo la noche del día 23 en la Plaza del Obradoiro, Santiago de Compostela), y que contaba entre sus filas a varios Capitanes o Palabras de la Tradición: Salvador Zarza, Toltekayotzin, la comadre Vicky, el compadre Chango, el compadre Hugo…, además del sargento Leo, Xabier Carasusan, que después sería capitán 2º de nuestra Mesa, etc.

Todos ellos, junto a nosotros, fueron testigos de la afirmación tajante de nuestra amada Nanita (ante mi personal requerimiento de que no aceptaría el cargo a no ser que se tuviera en cuenta el diferente futuro interno que esperaba a Hispania, respecto al que parecía propio de su propio país México) de que me otorgaba total libertad de acción en lo que se refiere a las decisiones propias del desarrollo de la Mesa Conchera Hispana, siguiendo mi buen criterio y sabiendo que siempre me atendría de la manera más adecuada a la enseñanza conchera que los jefes del Linaje invisible nos habían transmitido con gran precisión, pudiendo pedir consejo siempre que lo necesitara a mi hermano el capitán Jesús León.

Aún le insistí en que de mejor grado apoyaría con gusto otra elección que no fuera la mía, negándose a ello con lágrimas en los ojos, y afirmando que mi desconocimiento actual de la Tradición era sólo transitorio y sin importancia pues los Jefes invisibles así lo afirmaban sin género de dudas. Más tarde tuvo unas palabras a solas con un servidor en las que, de acuerdo con el mandato interno que me fue comunicado, acepté de una vez y para siempre el compromiso pendiente, asegurando la expansión y supervivencia del Linaje invisible en tierras hispanas y europeas. Linaje que a su vez llegó a un acuerdo de colaboración y ayuda energética y espiritual conmigo, y nuestra Mesa, y que hasta la fecha, y más aún desde la liberación de Nanita, ha cumplido satisfactoriamente a rajatabla sin género de dudas. Como todos sabéis, en la madrugada del 25 de Julio del 92 quedó fundada, en la Velación del Monte do Goio, la Mesa Conchera del Señor Santiago.

Sólo me queda pediros que a partir de este momento seleccionéis todos los trabajos que os parezcan adecuados para continuar con esta doble saga que comienza en el I Consejo Conchero 97, escribiendo los artículos y reflexiones que consideréis oportunas y poniéndoos en contacto con las Palabras regionales que coordinarán las siguientes publicaciones. Confío en que también podamos resumir los coloquios y comentarios de grupo que se vayan planteando a lo largo del Consejo y, más tarde, en los círculos de danza regionales. Que estas reflexiones sobre la antigua manera mexicana de concebir la vida nos ayuden a profundizar en nuestra propia singladura interna.

La mexicanidad. Mexhicayotl.

“Cada vez veo más a los danzantes como guardianes

encargados de velar por la Luz del Templo,

siempre reconocidos por su entrega, su disciplina,

y por la ciencia y la belleza que rodea siempre a todo cuanto realizan”

“Ánimas Conquistadoras de los Cuatro Vientos

sabe Dios donde andarán,

todos roguemos por ellas”

Con el permiso de Tonacatecuhtli, nuestro padre Sol.

Con el permiso de Tonacacihuatl, nuestra Madre Tierra.

Con el permiso de los Guías y de la Jefa Nanita.

Mexhikayotl es parte de un Conocimiento que practicaban los antiguos mexicanos y significa Universalidad. Así pues es también parte de una sabiduría, de una forma de vivir, de pensar y de sentir que con el paso de los años se plasmó en una Tradición que ha llegado hasta hoy intacta en su esencia, renovada en sus formas, siempre invitándonos y enseñándonos (entre otras cosas y sobre todo) a ser, a vivir y convivir en la Armonía del Uno que está en todo y todas las cosas.

Esta tradición ancestral del mundo nahuatl ha sabido conservar viva la llama del Fuego Sagrado y las antiguas costumbres que legaron los sabios para su mantenimiento y renovación (al igual que todos los grandes pueblos del norte y sur del continente americano desde el mundo atlante) gracias a la entrega, esfuerzo y sacrificio de muchos guerreros, hombres y mujeres de bien, auténticos mexicanos que ofrendaron sus vidas con conocimiento, en amor a los suyos, a su pueblo, a su tribu, al cielo, a la tierra, el sol, la luna y las estrellas.

Abarca tanto el conocimiento de lo que está ‘arriba y abajo’ como de lo que está ‘cerca y junto’ (Tloke-nahuake) y varios rangos de disciplinas y actividades que van desde la agricultura y el arte a la astronomía, la astrología, la medicina, la filosofía y todas las áreas de la vida en general. Todo ello en consonancia y tomando como modelo y gran maestra a la naturaleza, que con su ritmo y su palpitar gobierna y ordena la vida de acuerdo a sus propios ciclos, expresados a través de Tonantzin nuestra Madre Tierra, de la que somos hijos y herederos.

Una de las formas más antiguas y poderosas que todos los pueblos han practicado para revivir sus esencias y enseñar y transmitir su sabiduría, conocimientos, y la ‘correcta manera de vivir’ es la danza ritual, una de las disciplinas más completas, profundas y bellas de Mexhicayotl, una inseparable vertiente de la gran sabiduría antigua.

A su vez ha llegado hasta nosotros, adaptada en algunas de sus formas a la tradición cristiana, la Danza Conchera, cuyos ritos y costumbres han salvaguardado a través del tiempo lo esencial de la Gran Tradición Americana basada en el encuentro con la Armonía de todo y todas las cosas con el ‘cerca-junto’.

Cuando hablamos de la Danza y de la Mexhikayotl tratamos siempre de hacerlo con humildad y respeto, pues sólo así podemos proyectarnos y ubicarnos adecuadamente ante la tremenda fuerza y poder emanados del ceremonial mágico. También la ciencia y las profundas enseñanzas que subyacen a la práctica deben ir siempre acompañadas de una actitud de arte, belleza y armonía. Sólo así es posible completar las Cuatro Esquinas de la Gran Cruz en movimiento: Nahui Ollin, cuatro rumbos-puntos magnéticos, cuatro estadios de la conciencia que el danzante debe recorrer y atravesar: agua, fuego, aire y tierra. cada elemento un rumbo, un templo-santuario, un punto de ofrenda y peregrinación.

Para el camino unas pocas armas simples pero eficaces: la voluntad inflexible, el amor incondicional y un constante equilibrio interno para poder escuchar la voz de la sabiduría.

Antiguamente los ciclos social-productivo y mágico-religioso se hallaban imbricados, unidos, y la danza, como instrumento de sincronización y armonización con los ciclos naturales y vitales, siempre ha estado, está y probablemente estará presente en la vida de los hijos-hijas herederos de la madre Tierra.

Aunque hoy en día la espiral de los tiempos nos ha apartado en gran medida del ritmo y los ciclos marcados por el Tonalamatl (Gran Libro de los días y los destinos) que comprende un periodo de 260 días dividido en veinte grupos de trece días cada uno, su ciclo interno, subjetivo, espiritual, permanece vigente en nosotros porque en realidad es permanente y atemporal. Sin embargo el nuevo esfuerzo de sincronización está en marcha y así como el paso zenital de las Pléyades por el meridiano de Méxhico-Tenochtitlan cada cincuenta y dos años marca el término de un ciclo y el comienzo de otro, siempre sucederá que mientras un solo danzante sobreviva, la Fiesta del Fuego Nuevo prevalecerá como símbolo de renovación humana y espiritual.

Para cuando llegue el momento el danzante se prepara precisa, minuciosamente, sin dejar un sólo detalle al azar. Se atavía con todos los elementos ceremoniales que con el tiempo ha ido aprendiendo a identificar y comprender adecuadamente, desde los puntos en las articulaciones de su cuerpo hasta la manera de usar sus plumas (ihuitl), sus cascabeles (ayoyotes), su sonaja (ayakaztli)…

Cuando ejecuta su danza lo hace con totalidad, con el cuerpo y el espíritu, convirtiéndose en ‘Mitotoani’, canal, mensajero. Cada danza tiene un espíritu propio, como Tonatiuh (la danza del Sol), Ehekatl (la del Viento) o Tonantzin (de la Madre Tierra). Evocar e invocar al espíritu en la danza significa abrirnos al sonido, al movimiento, a las enseñanzas y la sabiduría de nuestros antepasados.

Pero solamente poco a poco, ‘con grande amor y con gran paciencia’ como dice uno de los cánticos concheros (alabanzas), tras innumerables esfuerzos y pruebas, la danza nos va revelando sus maravillas y secretos, sus significados, su mensaje.

Nanita siempre bailaba la Danza del Sol y, pese a sus casi 90 años, nos mostraba que lo esencial de la danza es su espíritu, que ella nos transmitía con la fuerza de un Sol que todo lo traspasa. Todavía hoy al bailar esta danza todos nos acordamos de ella, como si estuviera entre nosotros como siempre, en medio del círculo. Humilde, sencilla, firme, serena.

Una gran ceremonia de danza viene siempre precedida de una gran ceremonia de velación, en la que, a lo largo de una noche en vela, por medio de cánticos, ‘entre músicas y flores’ como dice otra de las alabanzas, se invoca el espíritu de las almas liberadas de los cuatro rumbos y de los antepasados sabios, para revivir la comunión espiritual que limpia, revivifica y renueva.

Las velaciones son una verdadera fiesta en la que la tribu, o gentes de diferentes grupos de la Danza, celebran esta antiquísima ‘costumbre’ de todos los pueblos indígenas. Se ofrendan luces y flores mediante determinadas formas rituales acompañándose con cantos y rezos. ‘Dar las Mañanitas’ significa saludar la Luz del Amanecer y revivir la victoria en la batalla de la Luz sobre la oscuridad.

El camino de la danza no es un camino para el beneficio personal, ni para volverse más fuertes o superiores. Es una ofrenda, un sacrificio, una manera de vivir que nace desde dentro del ser, un camino con corazón, lleno de rosas y de espinas, pleno de sabiduría y marcado por una gran disciplina.

Dentro de la Mexhikayotl el grado de Quetzalcoatl es el más alto rango, la más alta distinción que significa la síntesis de la Inteligencia, el Amor y la Voluntad: Huichilopoztli-Quetzalcoatl-Tezcatlipoca. En la correcta armonización de los tres niveles radica la clave de paso que abrirá las puertas del progreso. Vida-muerte, Luz-Oscuridad, constituyen las dos caras de la dualidad permanente que ha de encarar el guerrero danzante. El reconocimiento de la Luz y de las fuerzas de la victoria, frente a la experiencia de la sombra y del dolor, la Sabiduría de Quetzalcoatl como ser total que abarca la síntesis de los dos principios.

La inteligencia y la sabiduría de la danza se van revelando poco a poco, batalla tras batalla, pluma tras pluma, y sólo llega tras toda una vida de entrega, sacrificio y servicio. La paz mental, el claro discernimiento, la tranquilidad y la humildad ayudan al danzante a ser un digno aspirante para recorrer el camino del conocimiento. Un grado de equilibrio dentro y fuera de ella, en su vida personal y en la vida de la tribu es necesario.

Cultivar un sentido de autocontrol, de voluntad y de disciplina son también parte esencial del camino. El danzante vive entregado a una misión, es (entre otras cosas) un místico que aspira a recorrer la senda del Sol, a cuidar su fuego, recibir su Luz y sentir su calor. Es un depositario de la Tradición, y tal vez un día será su ‘guardián’: hombre-mujer, guerrero comprometido a dar lo mejor de sí mismo como ofrenda a esta herencia sagrada , a su tribu, a su pueblo.

Es necesario aspirar a superarse cada día, a vencer la pereza, la inercia. Para muchos éste es el paso más difícil de dar pues implica un total abandono de las motivaciones personales y en muchas ocasiones una gran dosis de esfuerzo y sacrificio.

Una firme aspiración, el intento inquebrantable y una cierta sobriedad, ayudan a mantener el cuerpo siempre listo para la batalla.

Finalmente, a medida que el danzante va recorriendo rutas y caminos, se encuentra con que todo su propósito está basado en un profundo amor a la Tierra y a todos los seres que la habitan. Si no siente este amor significa que todavía no está preparado para ser un danzante o que el camino es otro. Además las pruebas pueden llegar a ser terribles para los que se aventuran en este camino sin el debido respeto, sin la necesaria humildad, sin una adecuada disposición del corazón.

Fe, devoción y servicio desinteresado son las avenidas principales que conducen al ‘recto sendero’ para comprender la esencia de la Danza, que es ante todo una ofrenda a Dios y al espíritu de nuestros antepasados, las Ánimas Conquistadoras de los Cuatro Vientos, que alcanzaron la Luz, tal y como lo nosotros lo haremos algún día.

Como en todas las Tradiciones, la experiencia y la sabiduría de las antiguas costumbres queda en manos de los ancianos y ancianas de la tribu. Los ‘tatas’, guías mayores de la Tradición, constituyen un ejemplo vivo de las enseñanzas mediante su bondad, su dedicación y su entrega. Faustino Rodríguez (‘de los volcanes el guardián’ como reza la alabanza), Guadalupe Jiménez Sanabria: ‘Nanita’ (realizando su última danza en diciembre del añoo 93 a sus 89 años, poco antes de su partida en el Tepeyac), Ernesto Ortiz (con 96 todavía entre nosotros) son ejemplos de vidas plenas dedicadas a la fe, a la sencillez, al servicio. Toribio Jiménez, Esteban Puebla, Manuel Luna y tantos otros.

Mucha gente no entiende el hecho de que la Danza, siendo un legado con antiguas y profundas raíces prehispánicas, utilice las fórmulas cristianas en sus ceremonias y rituales. Ello es comprensible por el hecho de que generalmente se ignora el ‘proceso’ que tuvo lugar en México y en general en toda América, después de la ‘conquista’.

Ese proceso, que prácticamente borró del mapa a todo un pueblo, a toda una cultura, y que inevitablemente tuvo que ocurrir para completar un ciclo karmático, no impidió que, gracias a los guardianes de la Tradición, la esencia del antiguo conocimiento quedara a salvo, eso sí, a costa del sacrificio (que nunca alcanzaremos a imaginar) de los seres de luz que tuvieron que encender sus conciencias a un grado nunca antes conocido para salvaguardar en ‘secreto’ la llama sagrada del espíritu de los antepasados.

Gracias a ello, bajo el estandarte del Señor Santiago, Correo de los Cuatro Vientos, y el manto de la Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, se conservan las prácticas, la fe y las creencias de un pueblo y una raza, la mexhica, que hunde sus raíces en la noche de los tiempos.

La Mexhikayotl como Tradición Sagrada trasciende los símbolos concretos externos y reconoce la unidad esencial entre todos los reinos de la naturaleza, entre ellos el reino humano, por encima de costumbres, razas y continentes.

Ser un digno portador de la tradición, los símbolos y la palabra Mexhikayotl implica un compromiso profundo con uno mismo, con los demás, con la tierra, el cielo, y el Universo.

Se necesita comprender que no es un camino personal, sino de servicio, de entrega: ‘en el dar está el recibir’. El danzante es pleno y total en su ofrenda, en su ‘dar’. Pero ese dar tiene que ser continuo. Las enseñanzas de la jefa fueron místicas y guerreras a la vez, dulces, pero también duras y severas. La tradición ‘guerrera’ del ‘Justo Combate’ remarca los tres aspectos del ser en el Uno Ometeotl.

Cuando los danzantes dicen ‘Él es Dios’ (In Teotl) y se besan las manos, están mostrando que son guerreros consagrados a la vida impersonal y desde ese momento se expresan desde su centro, con fuerza, con dignidad, con humildad.

El correcto uso de la palabra es una de las facetas más importantes de las enseñanzas (si no la que más). La palabra es creación, es vida, y siempre en todo momento y lugar ha de ser justa, sincera, porque es sagrada. El danzante se expresa con claridad, usando siempre su cabeza, manifestando siempre su corazón.

Cuando nos ponemos los huaraches es para acariciar la Tierra, cuando nos ponemos la banda en la frente es para trabajar, para actuar y como símbolo de protección y respeto. Cuando nos ponemos las plumas es para volar.

Para todo ser humano una de las fases más transcendentales del vuelo místico es atravesar el Valle de la Muerte, el Mictlán, para llegar al Omeyoakan y renacer de nuevo, pero ya limpios, en libertad.

Micuixtli, la Muerte, siempre nos recuerda lo que somos, seres espirituales irradiando Luz, y cuando toca a nuestra puerta es hora de partir. Hoy a mi, mañana a ti. Para eso ‘levantamos la Cruz’: ayudamos a recoger la ‘sombra’ mediante un bello ceremonial encaminado a facilitar, tanto al alma del difunto como a sus familiares, un tránsito post-mortem en armonía, equilibrio y paz. Constituye un servicio bello, profundo, humano. Como en toda ceremonia, se ofrendan copal, flores, velas, se canta, se reza. Al final casi se convierte en fiesta.

Se lleva a cabo a los nueve días del fallecimiento y se trata de dejar el camino limpio y despejado en el ‘más allá’. Somos seres de Luz, sí, pero cuando encaramos la muerte ésta nos obliga a ‘soltar’, limpiar, a procesar miedos, apegos, cualquier cosa dentro del mundo material, emocional, mental. Sólo así es posible volar ligeros, desprendidos, caminar libres.

El sacrificio y la ofrenda de la raza roja han sido tales que los misterios relacionados con la muerte y el desapego forman parte casi de su vida cotidiana. Por eso cuando un mexhica se eleva en su danza, lleva en sus plumas el orgullo de un pueblo y al mismo tiempo la ligereza de quien no posee nada.

El mundo moderno con su materialismo oculta la muerte y ésta, enojada, se muestra impasible y certera, invitándonos a cruzar, a dar el salto, a elevar la vibración y abandonar todo lo denso. El miedo a volar es similar al que siente el pajarillo cuando le toca su hora antes de abandonar el nido. Para alcanzar ligereza y desplegar las alas del espíritu, para llegar a ser verdaderos danzantes tenemos que llevar lo menos posible encima.

Los cambios que están sobreviniendo van a exigirnos un fuerte proceso de alineamiento, limpieza emocional, aclarar la mente, purificaciones físicas.

De pronto se puede perder el interés por las rutinas diarias, el interés por nuestros trabajos mundanos o en la vida social. El mundo no ofrece soluciones gratis, hay que ponerse a trabajar y se tiene que hacer en grupo, en tribu, en beneficio de familias y comunidades. Para mantener vivos los vórtices de entrada a las energías grupales, de los meridianos y los puntos de poder, los danzantes y grupos afines deben recorrer las rutas sagradas en la forma que enseña la tradición: con limpieza, con respeto, ofrendándose con devoción, con alegría.

Vamos con fe a nuestros santuarios y a donde nos invitan, sin pedir nada a cambio. Vamos danzando, vamos cantando, vamos rezando, limpiando, transmutando, purificándonos y purificando nuestro entorno. A ‘paso de camino’ serpenteando con el sonido de los cascabeles y el de las caracolas saludando a los cuatro vientos. Con el ritmo del huehuetl y el corazón de la Tierra. No hay posibilidad de volverse atrás, las Tribus del Sol ya están en marcha, las del norte, las del sur, las del oriente y las del poniente.

Desde aquella memorable noche del 25 de Julio del 92 en el Monte del Gozo y la reunión posterior en la Catedral de Santiago, casi sin pausa hemos revoleado nuestros Estandartes, aireado nuestros penachos, sonado nuestras mandolinas, sonajas y ayoyotes por varias partes de Hispania, por los cuatro rumbos, por muchos lugares de México. hemos dado los primeros pasos. Creo que hasta ahora se han dado con respeto, con dignidad.

El mensaje que actualmente se irradia desde el Tepeyac, el Santuario Guadalupano, Virgo-Tierra, Viento del Norte-Tonantzin, es el que siempre ha sido desde que Ella se apareció en sus sagradas colinas: su deseo de que muchos grupos se unan para orar, meditar, sanar y trabajar juntos en métodos prácticos y espirituales para ayudar a anclar el Rayo Femenino para la Tierra y para la Humanidad.

En este nuevo tiempo en que vivimos, que reviste un significado especial para nuestros pueblos y comunidades, así como para todos en general, necesitamos tomar conciencia de nuestro pasado y de lo que significa el tiempo presente. Se ha dicho que el despertar del espíritu indígena se va a dar también en Occidente, en medio del mundo ‘civilizado’. Y eso será inevitable cuando los hombres y mujeres empecemos a ser conscientes del uso del destino y de nuestro libre albedrío para continuar la tarea que desde siempre llevaron nuestros abuelos y abuelas de pelo blanco, los que no vinieron a buscar con voracidad, y que con paso lento pero seguro llegaron al grado de Águilas y Jaguares.

¡In Tlanestia in Tonatiuh! ¡Que vuestro Sol sea brillante

Pinceladas de una batalla florida

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Si bien Venus-Quetzalcoatl es la Estrella de la Sabiduría (que anuncia el advenimiento del Sol de la Presencia: Christos), para conquistar sus caminos celestes hemos de realizar primero un largo peregrinaje sobre la Tierra. Antes de que la voz interna del Vidente despierte en nuestro interior, hemos de borrar todo el farragoso almacén de nuestra historia personal. Y este trabajo de limpieza equivale a la realización de la experiencia individual del Espejo Humeante de Tezcatlipoca, la disolución de toda memoria del pasado influyendo en cada uno de los pequeños actos de nuestra vida cotidiana. Una penetración en las profundidades oscuras de la personalidad oculta e inconsciente y una recuperación de las antiguas tradiciones de nuestro pueblo, destruídas por una espada de fuego disfrazada de cruz.

Es esta energía de la recapitulación la que nos hace esclavos o libres, nos da fuerza de voluntad o debilidad, nos empuja hacia grandes metas o tan sólo nos permite sobrevivir al borde de la inanición y dominados por los vicios incontrolados. Borrar el pasado y librarlo de toda carga emocional, social y biológica, para que el Ser luminoso -el ‘Otro de Luz’ o ‘Serpiente Emplumada’- alcance la libertad de ver y nos conduzca hacia la cumbre de la montaña de donde nunca más hemos de bajar.

Este espejo de la memoria vive con autonomía en nuestro interior y nos trae los recuerdos con los que nos asociamos a lo largo del tiempo, pero si un día logramos liberar y vaciar esta memoria de las percepciones de los sentidos, entonces Tezcatlipoca se convierte en una puerta hacia otras dimensiones y en un ‘Espejo del tiempo contrario’ que nos muestra las posibilidades intergalácticas del futuro.

Y no olvidemos a Xolotl, su hermano gemelo, verdadera esencia del astro Sol. Pues si Quetzalcoatl-tonal intenta realizar el Reino o Plan de Dios sobre la Tierra a través de sus múltiples pruebas y duras batallas que reflejan el sentido arquetípico de la ‘anunciadora’ Venus, es su Espíritu Xolotl (la fuerza del Nagual) el que puede alcanzar los huesos de los antepasados y convertirse en el verdadero Sol. Jesús por fuera y Cristo por dentro.

El Guerrero Alado o solar es también un Monje y un Sabio, hijo espiritual de Tezcatlipoca el señor de la noche, uno que ha transmutado todos sus venenos en medicina y miel, todas sus escamas en plumas. Alguien que ha elevado la energía de la Madre Universal hasta abrir su corazón al amor, y traspasar la frontera de la nuca para inundar de luz celeste la cabeza. Y el guerrero danza en el sueño como en la vigilia, el Sol brilla dentro de su Ser a la mañana y a la tarde, en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad. Ometeotl, la eterna dualidad creativa sobre la Tierra: el día y la noche, lo brillante y lo oscuro, el tonal y el nagual, la parte izquierda y derecha del cuerpo o del cerebro, Quetzalcoatl y Tezcatlipoca. Y nadie puede alcanzar la luz sin pasar serenamente por la oscuridad, nadie puede alcanzar el cielo sin atravesar consciente y amorosamente los desafíos y las profundas cuevas de la tierra.

2

¡Oh mi señor Tatewari,

manifiesta tu Presencia en este fuego sagrado,

ahora que he cumplido con mi obligación para contigo.

Sal al calor y hazme sentir tu caricia y tu palabra oculta.

Déjame ser de los elegidos

para cabalgar por las sendas de otros mundos,

allá en Wiricuta!’

La luz sólo puede alcanzarnos cuando la llamamos desde el corazón. Nunca puede llegar por casualidad, si es que algo así como el azar existiese en el mundo. Hay que pagar el precio de la búsqueda voluntaria y nadie quiere molestarse en ello, porque dejarse llevar por la oscuridad es lo más fácil (trabajo absurdo y destructivo, ansia de acumulación, distracciones abotargantes, familia ajena al amor y a la entrega, ruido y polución, negatividad mental y agresividad…). Cada vez la lucha entre luz y oscuridad es más universal. Y no se trata de un simplificador dualismo mental, sino de la última batalla antes de la desaparición del poder de la mente separativa sobre la nueva Tierra de Luz. Y el señor oscuro se introduce en la medicina científica, en lo que comemos, en la música apabullante, en la droga y los excesos sexuales, en el cine y la televisión cotidianas, en las guerras tecnológicas y tribales, en los fanatismos religiosos, en la industria polucionante, en la violencia del capital financiero, etc.

Estamos en medio de la gran batalla y los próximos ocho años sólo verán un recrudecimiento de la misma y no su desaparición. Entonces tendrás que elegir claramente uno de los dos bandos y poner toda tu vida en el combate activo y la transformación.

El fin del dualismo y de las polaridades viene acompañado por el incremento de las posturas duales y de los enfrentamientos entre extremos. La última separación será la que dividirá a la humanidad en dos partes bien diferenciadas: los que están al servicio de la Luz y los que están al servicio de la mente apegada a la materia y al personalismo. Y no podemos seguir con esos planteamientos seudomísticos del ¿tú todavía estás apegado a la dualidad? Mientras inspire y expulse, mientras haya día y noche, mientras distinga yo y tú, mientras pueda tener salud o enfermedad, etc., hay un componente dual que es imposible evitar, aunque lo esencial sería mantenerse consciente en cada instante (con sol y con luna, tomando o echando el aire, sano o enfermo…) y vivir la realidad tal y como es, como una oportunidad para evolucionar y aprender por medio del momento, sea aparentemente bueno o malo.

3

Hunab Ku, Kan Kin, o la Presencia Divina es el centro del universo, el eje del Sol central, la expresión de las energías del Padre.

Tonantzin, Coatlicue, la Guadalupana, son expresiones de la Madre Cósmica y Terrena, la mediadora de la Trinidad (‘Hija del Padre, Madre del Hijo y divina Esposa del Santo Espíritu’).

Quetzalcoatl es el Hijo de Amor-Sabiduría, el Viento (Ehecatl), con su movimiento sinuoso, que empluma a la serpiente y disemina por el mundo su mensaje de libertad, comunicándolo a todos los corazones para que escojan libremente su futuro entre la luz y la oscuridad.

El Tewantinsuyo o Tierra de los Cuatro Vientos, también llamada Amerrikúa o el Anáhuac eterno, nos ofrece una enseñanza milenaria radicalmente distinta a la de los científicos académicos que hoy tan estoicamente sufrimos. La evolución no es progresiva sino que avanza en círculos de espiral, retornando siempre a los mismos desafíos eternos, esperando el momento de que, como raza, encontremos mejores respuestas a las que se hallaron en ciclos anteriores. Así que todo vuelve una y otra vez al mismo lugar, y los mismos desafíos que destruyeron la vida en otros planetas de nuestro sistema solar hace millones de años vuelven de nuevo a presentarse ante nosotros (polución, energía atómica, violencia y destrucción, drogas degenerativas, manipulación genética, guerra química, explotación, hambre, supertecnología abusiva, depredación de los recursos naturales, superpoblación…). Es el Ourobouros, la serpiente que se muerde la cola, el Tonalpohualli azteca o el Tzolkin maya, el tiempo cíclico de Gurdjieff, un periodo de cincuenta y dos años (4×13) que parece reproducir (en múltiplos centenarios) los ciclos evolutivos de todo proceso (y posible progreso) humano.

Cada danzante crea, con sus pasos de danza, una tela de araña que atrapa a las dos hermanas: Conciencia y Energía, y así colabora con la Gran Tejedora que hila nuestras vidas sobre el Telar celeste. Invoca a los Cuatro Poderíos del Mundo para que tomen cuerpo en el Círculo sagrado y les pide permiso para comenzar su ofrenda. Así va reuniendo su lado derecho con el izquierdo, hasta disolver toda dualidad y manifestarse como la unidad del instante sin tiempo y por tanto sin mente. Es Ometeotl, el Uno que ha integrado el cambio continuo de sus dos lados complementarios y siempre interrelacionados. Delante y detrás, derecha e izquierda, arriba y abajo, el danzante une lo masculino y lo femenino, el cielo con la tierra, la acción con la relajación, el futuro con el pasado… manteniéndose siempre presente en el instante vivo del Corazón llameante del guerrero arcoiris.

Se trata de dispersar la energía femenina emergente por todos los lugares sagrados de nuestra tierra a través de la danza, para acabar con la discriminación del patriarcado ya decadente y conseguir una igualdad operativa y armoniosa entre hombres y mujeres, entre el cerebro derecho y el izquierdo, entre la mente y el corazón amoroso, entre la magia y la razón. El movimiento integra nuestro ser con el cosmos, retornando al tiempo en que fuimos unidad, danza sagrada de nuestros abuelos siguiendo el ritmo del amanecer, siguiendo el paso de Tonahtiu que asciende… Cada uno danzando como una llama ardiente que calcina sus propios problemas, como una avanzadilla de los que han ofrecido su vida para purificar al monstruo de mil cabezas llamado civilización, como una espiral que gira en círculos cada vez más amplios invocando los poderes del fuego y del agua, del viento y la tierra.

La Danza sagrada no se convoca en cualquier lugar (su objetivo esencial es el de ligarnos con el universo de la cruz: arriba, abajo y las cuatro direcciones horizontales), y en todo su desarrollo las esferas cósmicas giran alrededor del centro galáctico. Es un ritual de ofrecimiento en el que limpiamos nuestros cuerpos energéticos, expresamos los profundos sentimientos corporales del físico (en comunicación directa con el espíritu y la mente), y despertamos las zonas prohibidas del cerebro atrofiadas de modernidad y especialización. El huehuetl o el teponaztle, los ayoyotes y las sonajas, marcan su ritmo poderoso y sostenido, hasta crear como una cierta hipnosis de grupo, capaz de conducir a estados alterados de conciencia y de poner en marcha procesos de actualización del inconsciente que están fuera de la comprensión racional.

A un lado y a otro, dando vueltas en ambas direcciones. Dentro y fuera, arriba y abajo, izquierda y derecha, el círculo de danza se mueve al unísono y sin descanso. El 12:60 ha dejado el paso al 13:20, el tiempo mundano al ritmo lento y concienzudo de las ceremonias sagradas, la muerte al no-tiempo. No sólo es importante lo que se hace, las antiguas Formas de contacto con lo invisible (copal, cirios, flores, canto, danzas…), sino sobre todo cómo se hace, el estado interno del oficiante y aún del partícipe. El observador avezado parece encontrarse por primera vez cara a cara con un verdadero no-hacer, en el que priman la conciencia y energía del grupo sobre los pasos concretos de la dancita; el ‘prenderse’ del momento sin tiempo sobre las virguerías de los bailes guerreros; la disponibilidad, atención y la alegría compartida sobre la precisión de los procesos sacerdotales y ceremoniales, en los que paradójicamente los ancianos y Guías de la Tradición hacen especial hincapié. ‘El verdadero conchero acude a la Virgen para rezar humildemente, para dejar caer unas lágrimas al entrar en el templo y sentirse unido a todo, para entregar su corazón en las alabanzas, para recuperar la pureza de la infancia mientras se purifica rezando, para manifestar en grupo la armonía de la creación y la fraternidad de los Hijos de Dios’.

4

Toda enfermedad es fruto de una desarmonía en el libre flujo de las energías, que a su vez están bloqueadas por barreras emocionales del pasado que actúan desde el subconsciente alterando cualquier relación ordinaria con el entorno y las gentes que nos rodean. Primero se crean agujeros en el aura, verdaderas ‘vías de agua’ que despilfarran la energía vital allá por donde vamos, luchando contra el entorno natural con nuestras ‘leyes mentales’ y sin saber el nombre de nuestro dragón interno: miedos, vicios, depresiones, pobreza, descontrol emocional, excesos sexuales, drogas, trabajo absurdo, autocastigo, un falso orgullo personal, ansia de posesiones, tensiones musculares, fantasías e ideales descontrolados, etc. Más tarde las vísceras, los órganos y el sistema inmunológico resultan destruídos, creando las condiciones para el cáncer (eso somos, cánceres en la piel, en el agua y en la atmósfera de la Madre Tierra), el infarto (explosión incontrolada y volcánica de nuestras energías emocionales), el sida (desnudos y sin defensas ante el ataque del entorno como si fuera la respuesta de la Tierra a tanta destrucción), etc.

Y cuanto más metidos estamos en la espiral descendente más difícil es la cura y más alto el precio iniciático a pagar. Cuantas más veces hayamos matado químicamente las pequeñas alteraciones o avisos corporales que hasta el momento nos han llegado, más complicada será la manifestación de la salud, porque cada una de esas situaciones ha de recapitularse corporalmente para borrarla definitivamente de nuestro inventario, inscrito en el mental celular.

Los agujeros en el aura expanden energía roja por el mundo, que al unirse a otras fuentes del mismo tipo crean las discusiones y las luchas, hasta el punto que un 90% de las relaciones sociales son caminos para robar la energía al otro, para comportarnos como depredadores de la vitalidad ajena (a través de la imposición, del lamento o del interrogatorio) dejando a un lado la fuente inagotable de energía en la que todos podemos beber, y por medio de la cual regalamos energía a los que nos rodean sin caer en las trampas de la identificación egótica a las palabras, del apego a las emociones, o del rechazo de las sensaciones que son aparentemente desagradables.

Y es aquí donde juegan un papel esencial los Elementos-madre de cada persona, los lugares de poder en donde la integración con la naturaleza resulta casi inmediata, la justa respiración que despierta la fuerza de la Gran Diosa dormida en la base de nuestra columna, el silencio mental y la paz emocional, el trabajo de los cuatro elementos serpentinos, la vía de la recapitulación de los guerreros-jaguar y la de la ensoñación de los guerrreros-águila, las danzas y las caminatas de poder, la alimentación sana, las vigilias nocturnas en soledad, la meditación y la observación del cielo, el relajamiento dirigido, etc.

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El ascenso de Tonatiuh cada mañana, relata Marte Trejo en su magnífica obra sobre las tradiciones del México antiguo, es precedido por la serpiente de luz del amanecer -Xiuhcoatl-, antes de que el magnífico rostro de Huichilopoztli (primer brillo o sol del amanecer, el colibrí antes de transformarse en águila) ciegue por unos momentos nuestra visión con el resplandor y la belleza del día.

Ipalnemohuani es la inmensidad sin límite y sin tiempo que lo inunda todo, la fuerza primigenia de lo increado. Quizás lo más parecido a ese concepto del Dios impersonal sin nombre ni forma, antes de convertirse en Padre-Madre de la creación (Tloquenahuaque: ‘el cerca y el junto’). Es la energía dual que crea el Nahui Ollin, la cruz del movimiento de la mente universal y que, desde el centro del cielo, da nacimiento a las cuatro direcciones, unificadas en la conciencia crística del centro de las galaxias.

Nuestro Sol es hijo de Orión y nuestro origen se encierra en esta nebulosa de misterio (donde también nacieron las Pléyades), con su Can mayor y menor (Sirio y Procyon) y las cuatro estrellas que le rodean (Rigel, Bellatrix, Betelgeuse y Salph). En el 92, el 25 de Julio, día de nuestro Señor Santiago y del Despertar del Corazón de Hispania, comenzaba una nueva cultura galáctica. Habían nacido los Hijos de las Pléyades, porque nuestro nuevo Sol central de la galaxia, el que se manifestará a lo largo del próximo milenio, estará situado en la constelación de las Pléyades, hacia donde somos ahora conducidos por el llamado Cinturón de Fotones.

Las Pléyades han de limpiar el camino de Orión, y para ello los hijos e hijas de Acuario deben dar nuevo sentido a la vida de la humanidad y recuperar la antigua ruta del Espíritu. Han de ayudar a que desciendan los verdaderos Guardianes de la Tierra que son trece, y nos aguardan en los intersticios de las dimensiones del universo, dispuestos para encarnar su presencia en los lugares más activos y poderosos actualmente de la Tierra. Los primeros llegaron en el 87, el 88, el 90, el 92, el 93 y el 95, pero aún no se ha completado su descenso que tiene como límite el eclipse solar del año 99.

En cada Viento o dirección del mundo, que corresponde a los Cuatro Seres Alados (que el cristianismo denomina Arcángeles y el hinduismo Señores del Karma), se toca el caracol y el eco de los vientos responde y da su aprobación para acceder al lugar sagrado. Al final se invoca al Dios sin nombre ni forma, y después al Dios padre-madre, así como a los Símbolos venerados y a las Almas liberadas de los Cuatro Vientos, arrodillándonos en tierra para recitar las oraciones y invocaciones de petición de permiso que dan comienzo a la ceremonia.

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Hoy las mujeres recuperan sus poderes mágicos para participar activamente, en igualdad de condiciones con el hombre, en la nueva Civilización Andrógina que nacerá con dolor en los primeros años del Tercer Milenio. Ésa será la verdadera unidad de Ometeotl, y nunca el retorno peligroso y relativamente facilón al fanático matriarcado de las ideas rígidas, supersticiones y prejuicios de lejanos tiempos de oscuridad. Cualquier distinción entre seres humanos que lleven a una más o menos sofisticada discriminación, con la creación de grupos cerrados y círculos de ‘elegidos’, es una ofensa al espíritu humano y a su total libertad para escoger el camino de luz u oscuridad al que va a dedicar sus esfuerzos en los próximos diez mil años.

Luz significa entrega, disolución, borrado de memoria emocional, aceptar cualquier situación que se nos presente como una oportunidad de servicio, obediencia a la ley cósmica, amor incondicional y confianza en las presencias invisibles del cielo y de la tierra, y sobre todo en la profunda sabiduría del Plan Crístico. Oscuridad significa miedo, precaución, desconfianza, valorar el pasado, distinguir bien entre lo que me gusta y me disgusta, buscar la propia satisfacción por encima de todo, aferrarse a las cosas y a las gentes, valorar la mente personalista por encima del silencio impersonal, y las emociones de atracción-repulsión por encima del sentimiento desinteresado.

Por si fuera poco son las mujeres quienes deben unificar las dos polaridades de Ometeotl, equilibrando de nuevo las enseñanzas de los templos masculinos (Chichén Itzá, Kabah…) con la de los templos femeninos (Uxmal, Monte Albán…). Los sucesos astrológicos del año 94 con las progresivas conjunciones de Urano y Neptuno (por primera vez en la historia conocida), dieron paso a esta posibilidad que habíamos estado esperando durante tanto tiempo y que había sido preparada con antelación en Centroamérica a través de la apertura de las pirámides mayas (respetando en cada uno la esencia del trabajo que habrá de realizar en el próximo futuro), que ha sido realizada durante los últimos siete años. Marte Trejo sigue añadiendo que las pirámides femeninas brillaban con color violeta y las masculinas con color dorado, mientras que el aura de todas era de arcoiris, gama que representa el legado de nuestro futuro.

Por todas partes nacen las nuevas Semillas de Estrellas; en todos los rincones del mundo se implanta el nuevo código genético que llamamos GNA (acompañado de microórganos sutiles que muy pronto sustituirán a los órganos ‘físicos’ del cuerpo); en todos los pueblos existen avanzadillas de la conciencia que conectan y canalizan fuerzas estelares y angélicas capaces de iluminar la ruidosa barahúnda del momento presente; muchos son los corazones que se abren a la reciente Infusión Crística que comenzando en el año 87, está llegando a su punto álgido en el período 94-99. Y esto es independiente de los sexos, de las capas sociales, de las razas, de la cultura, de las ideas políticas, de la edad y del lugar de nacimiento. Lo esencial es que estas gentes se mueven en una frecuencia distinta, son conscientes de la necesidad del servicio y del trabajo en red, y saben que o nos salvamos juntos (las gentes de buena voluntad) o ninguno nos salvamos.

Manejan nuevos conceptos capaces de romper las limitaciones del pasado y no proyectan sus problemas en el exterior sino que confían en la fuente viva de la Presencia dentro de sus corazones.

7

Ni aún hoy, en que el Puente de Wiricuta se mantiene abierto entre los dos pueblos de Hispania y de México, podemos decir que los mexicanos son de manera pura indígenas o españoles, sino tan solo los portaestandartes de la raza verde (amarillo dorado del Sol y azul de la Tierra), la de los amantes de la ley divina que se expresa en la naturaleza humana y planetaria, y que está compuesta por hijos de todas las razas, naciones y religiones del mundo. Los indígenas y los españoles son el pasado, pero no sólo los indígenas de América, sino nuestros antepasados medievales, devotos del dios Pan y adoradores de las fuerzas del cielo y de la tierra. Por eso no podemos elegir ninguno de los dos bandos (el pasado o el futuro) ya que somos una nueva raza transmutada, aunque es fácil comprender que no podríamos avanzar evolutivamente sin integrar también en nosotros la sabiduría de nuestros abuelos indígenas y las realizaciones místicas y elevadas de la despectivamente llamada ‘brujería medieval’.

Por eso volvemos a los antiguos lugares de poder y manejamos una nueva concepción del tiempo, basada en la sabiduría antigua. Para nosotros las montañas y las cuevas, los dólmenes y los menhires, los centros de peregrinación ancestral y los nuevos focos devocionales. Para ellos las pirámides y los lugares sagrados de las misteriosas civilizaciones maya, olmeca, tolteca, azteca, teotihuacana o chichimeca. Todos tratamos retornar al conocimiento sagrado unificado que existió antes de que las luchas fratricidas separasen los dos polos de la creación, el masculino y el femenino, dando a uno de ellos poder y control sobre el otro, y rompiendo el equilibrio de fuerzas que mantiene a la luz de la creación en un continuo proceso creativo. Esta Tradición inmortal o Filosofía perenne fue un día considerada como el Centro de Armonía del Universo, ya que es la ley que rige la vida de la Confederación Galáctica en la que, dentro de muy pocos años, entraremos como miembros de pleno derecho, después de haber extirpado de nuestros campos la cizaña del poder y la violencia.

Cada centro ceremonial recibe un cierto tipo de energía, determinada por las fuerzas telúricas del lugar y por su capacidad para asimilar las poderosas radiaciones de uno u otro de los focos de emisión estelar que se vierten como una sutil lluvia luminosa e invisible sobre la superficie de la tierra. Hay que comprender que la ecosfera planetaria está encerrada en una costra muy densa e impenetrable a la luz, que podríamos llamar psicosfera, creada por la infinita producción de emociones negativas que se emiten cada día, como humo negro, de cada una de las cabezas y corazones de los habitantes de este atormentado planeta azul.

Sólo en los Lugares de poder natural y en los Centros ceremoniales activos, es posible abrir Puertas Dimensionales (con la participación unificada de gran número de personas despiertas) para que pueda llegar hasta nosotros la ayuda de los Hermanos invisibles y Seres Angélicos que tienen a su cargo la evolución de la Conciencia sobre la Tierra. Del lejano cosmos nos llegan las vibraciones (ondas y corpúsculos) que emiten las estrellas, los agujeros negros, el alma de las diferentes galaxias, etc., y en estados alterados de la conciencia se captan las cuerdas del universo, ‘las interlineas de alto poder y que permiten autogenerar grandes cantidades de energía bautizadas como fuerza galáctica o fuerza G’, que siempre han sido usadas de manera mágica por los chamanes de las diferentes épocas, como intermediarios entre el cielo y la tierra.

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De pie frente al amanecer, con los dos pies abiertos y descalzos, bien en contacto con la tierra, las manos abiertas hacia el cielo para recibir la energía, el vientre relajado, los ojos fijos en el Sol naciente y las rodillas flexionadas. Se inhala la energía recogiéndola del interior de la tierra y se asciende por las rodillas hasta el circuito central, que asciende paso a paso desde el perineo (puerta de la serpiente) y la zona sacra, lumbar, dorsal y cervical hasta ascender a la cabeza a través de la nuca (puerta del águila) y llegar a la coronilla (puerta del cielo). Sentir el calor en el cuerpo y al cerrar los ojos la nube azul va expandiéndose como una esfera alrededor de nuestro cuerpo. Al espirar dejar que las energías fluyan suavemente desde la frente, a través de la lengua, por la garganta, pecho, ombligo, bajo vientre y zona sexual, para recomenzar de nuevo.

Desde las llamadas ‘experiencias cumbre’ hasta los primeros pasos de un principiante en el aprendizaje de la meditación, están en función con el tipo de ondas cerebrales que somos capaces de producir en un momento dado de nuestra vida. Dicho de otro modo: el quantum de energía de que disponemos a nivel mental (silencio y unificación), emocional (ausencia de emociones negativas) y vital (energía respiratoria y sobre todo sexual), caracteriza todas las posibilidades de contacto con lo invisible (sueños, visiones, canalizaciones…), de buena suerte, de salud y protección ante las ‘casualidades’ de la vida, y de claridad y creatividad mental que somos capaces de asumir en lo cotidiano. Cualquiera sabe hoy que los ritmos alfa son necesarios para la creatividad y la expansión mental y deben desarrollarse por técnicas adecuadas de relajamiento, de concentración o de meditación, aunque muchas veces la audición de música clásica o la creación de un poema son suficiente excusa para desarrollarlos autónomamente. Por su parte los ritmos theta se asocian con el sueño profundo y con la actividad del tálamo en los primeros años de la vida (sensaciones de placer y dolor).

Existen tres maneras bien diferenciadas de reaccionar ante los estímulos externos:

1.- Ritmos alfa persistentes que no desaparecen al abrir los ojos ni al concentrarse: son adultos con imaginación auditiva y táctil mas que visual. Ante un problema estas personas no usan imágenes mentales.

2.- Las alfa llegan al cerrar los ojos y relajarse, y desaparecen al abrirlos o cuando se desarrolla un esfuerzo mental. Son personas que crean imágenes para resolver problemas, son adaptables y versátiles, combinan datos con rapidez.

3.- No tienen ritmos alfa significativos y piensan con imágenes visuales. Actúan de forma rápida y precisa ante un problema cuando la solución está al alcance de la imaginación visual, pero lo hacen peor cuando es una abstracción o imagen complicada, ya que se confunden y aturrullan.

Estas tres divisiones (un poco ‘cientifistas’ para el tema que estamos tratando) son importantes para comprender las diferencias básicas que separan a las gentes emotivas y psíquicas, de aquéllas que se manejan a través de la presencia en el instante.

No son pocos los llamados ‘guías’ (sobre todo los que trabajan a la americana) que inventan un método y lo hacen universal, considerándolo válido para todo tipo de personas y desarrollando un marketing de unificación que produce efectos negativos colaterales (frustración, sensación de impotencia, confusión…). Cuando a mucha gente que nos rodea les funciona algo y a nosotros no, es difícil no sentirse desplazado, e incluso presionado a mentir en los círculos de integración de las experiencias.

La sabiduría antigua (de la que aún quedan dignos representantes) hacía mucho hincapié en estas diferencias que venían cualificadas por las diferentes configuraciones de la energía en el vientre. Los videntes se centraban en distinguir con claridad de dónde surgían las hebras de energía que caracterizan para siempre nuestro contacto con el Misterio del Nagual, y de esa manera distinguían a los ensoñadores y recapituladores, así como las cuatro direcciones a las que cada uno de ellos podía pertenecer.

Así lo que para unos es un camino de crecimiento y sobriedad, para otros es un obstáculo que puede alterar toda su vida interna. Que alguien cuya conciencia no ha quedado atada al pasado a través de las emociones (por disponer de una diferente estructura energética), sea empujado a sumergirse día tras día en ellas, sólo conduce a un cortocircuito explosivo que generará mucha agresividad y pérdida del rumbo espiritual. Personalmente me siento integrado de manera estructural en el primer grupo de personas auditivas y táctiles, más que visuales, capaces de desarrollar estados de gran profundidad incluso en las ruidosas batallas de la vida cotidiana. La intuición no viene siempre con imágenes, sino que hay momentos en que se manifiesta como un ‘insigth’ instantáneo y completo. Mientras que otras gentes necesitan visiones para encauzar su vida, y las encuentran en estados de meditación o relajación. Unas terceras ven en todo momento imágenes, pero sin profundidad suficiente para convertir su visión en guía, ya que las manifestaciones subconscientes interfieren sin descanso en estas visiones que podríamos considerar mejor como simples pensamientos mentales.

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La Tradición ha desarrollado a lo largo de milenios, y en el corazón de sus más bravos guerreros y sacerdotisas, un sin fin de métodos probados para alcanzar otras dimensiones de la Conciencia. A lo largo de los siglos y las persecuciones, estos métodos han ido reduciéndose a unos pocos por la desaparición de los ancianos sabios que disponían del poder suficiente para transmitirlos. Hoy algunos caminos son sólo recuerdos en la mente colectiva, cenizas de otros tiempos de gloria en que los viejos atlantes de piedra recorrían por la noche los valles sagrados de México y Centroamérica.

De cualquier manera el aprendiz que se pone en línea con cualquiera de estos vastos senderos: sustancias sagradas, ensoñación, danzas, recapitulación, contacto con los invisibles de la Tierra, etc., se encontrará siempre con graves problemas al contactar con el camino elegido, pues cada uno de ellos conduce a una puerta dimensional en la que su nuevo poder acumulado (por la limpieza de la importancia personal, el ahorro sexual, la respiración consciente, los ayunos y retiros, los temascales, las caminatas, la danza de poder frente al fuego…) fortalecerá en primer lugar a su parte oscura, haciendo salir a la superficie, en versión actualizada, las peores pesadillas de infancia, los miedos escondidos, las obsesiones que alimentaste en la juventud, o tus sueños irrealizados. Entonces da comienzo la batalla contra tus fantasmas complacientes, que sólo desean darte placer y sensaciones de seguridad, o aterrorizantes. A pesar de esto el camino debe seguir para encontrar los secretos de la vida y del universo, sin paralizarse por los peligros que esta búsqueda lleva consigo e intentando desarrollar la mayor impecabilidad posible para estar seguros ante los sofisticados acechos de la mente subconsciente.

Y cada mañana se eleva la voz de la invocación al Sol naciente, con el fuego al oriente, la vida y las nuevas criaturas al poniente, la noche y el lugar de los muertos al norte, el manto de las estrellas al sur, y el corazón del cielo y las galaxias al centro.

Se observa el astro dorado en profunda meditación con los ojos abiertos, y luego comienza la danza lentificada, como una meditación en movimiento, una ofrenda al rey del cielo. Después, sentados de nuevo, escuchamos los sonidos del tambor llamando a los poderes del mundo y el canto espontáneo y mágico que surge de nuestro pecho-vientre. A nuestro lado se eleva el humo del copal sagrado que despierta el Espíritu unificándolo con toda la naturaleza que nos rodea y que eleva nuestra oración hasta Dios. Con los ojos cerrados absorbemos la esencia del copal y acariciamos el viento con las plumas de águila que sostenemos en la mano derecha. Invocamos los poderes de nuestro Viento, esencia del gran Quetzalcoatl en su función de Ehekatl, que como Mercurio es mensajero de los dioses, y como Hurakán es dador de vida. Fuego, tierra y aire, unidos al sentimiento íntimo que es agua y a la Conciencia que es luz transcendente, forman el cuadrado del mundo. Es como si hubiéramos tomado de las esencias del mundo (hongos San Pedro, híkuri, ayahuasca o semillas de ollolliuqui) y pudiéramos fundirnos con el alma de la tierra que se revela por medio de la carne de los dioses.

Y es entonces cuando siento mi naturaleza esencial, la cualidad que Dios ha dejado en mi energía para manifestar su destino espiritual en este mundo y en los otros: mujer remolino haciendo girar vertiginosamente el karma de los que le rodean; guerrero-águila dueño de su propio destino y visionario de grandes futuros; mujer élfica de los lugares sagrados; poeta y músico de los ritmos del tiempo, que expresa su alegría en cada aliento; mujer que convoca las nubes y que hace soñar; hijo del rayo que atrae las tormentas y maneja la energía en cualquier cuerpo… hombre o mujer guerrero-mariposa, Papaloztli, capaces de ver más allá de las apariencias en el mundo real del Espíritu.

Sin saber cómo, un día realizaremos el secreto del tiempo y podremos engancharnos a la eternidad. Entonces cada instante se vuelve pleno y sin huellas, dándonos la energía suficiente para vivir otro instante más. Pero no se trata de un presente sin raíces, ni de un futuro visionario y efervescente. La intuición, los sueños, las canalizaciones y las visiones completan la circunferencia, pero sólo cuando el círculo está presente, cuando el buen sentido, la amistad, la creatividad, el servicio, la paz interna y la alegría se manifiestan de manera concreta y nos impiden perdernos en fantasmagóricas utopías. Tengamos siempre presente la idea original de la creación humana, avivemos el fuego interno, despertemos la visión lúcida y global, y no dejemos pasar el tiempo sin retornar una y otra vez humildemente a la purificación de la mente, del cuerpo y de las emociones. Don Juan Mathus insiste: ‘lo más difícil en la vida es mantener el talante de un guerrero’, renovar el Intento original de asumir el cambio y acabar con las pendejadas matutinas. Pero la Tierra también cuenta, y la nueva conciencia planetaria está guiada por sus ciclos y espirales, así como por los aportes de energías sutiles que le alcanzan en estos especiales tiempos de purificación desde las más importantes estrellas del sistema galáctico al que pertenecemos.

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Cada ser humano dispone de una sabiduría supletoria que se pierde en la noche de los tiempos y que podríamos considerar como una especie de archivo colectivo racial. Para alcanzar esta sabiduría que está impresa en nuestros genes, se hace imprescindible elevar las energías desde la base de la serpiente hasta los cielos cerebrales del águila, trabajando intensamente por el despertar y el perfeccionamiento de nuestros sentidos sutiles. Para purificar el oído, escucha los sentidos internos, camina con los ojos tapados, descifra el canto del riachuelo y descansa en vigilia auditiva durante largas noches.

Para purificar la vista, observa las cosas con los ojos abiertos hasta dejar de verlas, concéntrate sin parpadear en una vela, centra tu atención en el centro de la frente percibiendo los colores sutiles, u observa el sol reflejado en el agua que fluye. Para purificar el gusto siente el sabor de cada una de las plantas que te rodean, concéntrate en la punta de la lengua, elimina los sabores dulces y salados, o descubre con los ojos cerrados un cierto sabor determinado que se confunde con otros que sean muy parecidos. Para purificar el olfato concentra tu atención en la punta de la nariz, medita en ‘anapana’ hasta que percibas olores de rosas y flores exóticas por todo, trabaja la respiración lentificando cada fase y reteniendo el aliento, o distingue a las gentes con los ojos cerrados sólo con la ayuda del olfato.

Por último, para purificar la sensación del tacto permítete masajes sensitivos, despierta la energía corporal en las relaciones amorosas muy prolongadas y llevadas al ralentí, camina desnudo por la naturaleza, y medita en ‘vipassana’ recorriendo los diferentes niveles del cuerpo (piel, músculos, huesos, órganos, energía…) hasta que sientas tu cuerpo como una esfera gigantesca hecha de energía pura.

Mantener etapas de silencio externo, meditar en el silencio interno, dormir sobriamente y alimentarse de manera equilibrada y limpia, realizar temascales de purificación, peregrinar y ascender a las grandes montañas, transmutar las emociones negativas y abandonar las murmuraciones y las fantasías, revitalizar la doble serpiente de nuestras energías para irradiar energía desde nuestros centros mayores, ser maestros del sueño para poder recibir mensajes y conocer a otros hermanos de la luz…

En el borde de sol comienza el camino

Un abismo de poder y conocimiento del futuro.

La boca que devora el nuevo ciclo,

y que te muestra los logros a realizar.

Una puerta viva entre las dimensiones

mientras tu mente calmada está en vigilia.

Viendo como si estuvieras allí, muy lejos,

adivinando las respuestas imposibles.

Un salto a otras realidades que es hijo del vacío,

y nieto de la energía disponible ante el abismo.

Un ojo abierto en el cielo tormentoso

que encuentra el profundo azul de la noche estrellada.

Es posible comunicar con Tatewari el fuego,

y oír cantar al Deva del gran bosque,

e incluso hablar con la lluvia y el ciervo

pero nada es como la danza de la luna y las estrellas.

Es el tiempo del sol negro, donde no llega la luz,

la oscuridad interna de nuestra memoria-espejo.

Pero en la cueva del alma la luz nos enseña

y la voz del ver nos muestra lo oculto.

Detrás se revela el tesoro fulgurante,

el diamante-rayo que destruye a los que se creyeron débiles.

y sólo por esa creencia renunciaron a su fuerza.

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Un Guerrero del Arco Iris,

un Hijo del Sol,

un integrante de los Seres de Trueno,

es a la vez un Danzante,

un Chamán,

un Invocador de la Presencia del Espíritu

y un Poeta.

Al final de círculo encontramos un nuevo comienzo en el que se trata de tender un puente entre cuatro Fuerzas: la primera constituída por los Maestros Ascendidos, la sucesión de Guías de los Linajes de la Luz que encarnaron sobre la Tierra, y los servidores del mensaje del Cristo vivo (en los planos visibles de la Tierra o invisibles, ya desencarnados); la segunda por las Jerarquías celestes (Arcángeles, Serafines, Señores del Karma, Espíritus del Sol…), los Ángeles Guardianes, los Hermanos de Luz de las Estrellas… como expresión del Padre; la tercera por los Devas de los Cuatro elementos y las cuatro direcciones, los espíritus Elementales que acompañan a los cuatro Reinos naturales y a las Cuatro Estaciones, los Guardianes de los Lugares de Poder y las manifestaciones sutiles de nuestra Madre Tierra; y la cuarta y última integrada por el corazón luminoso de los Hijos del Sol que a través de sus llamados, invocaciones e Intentos encauzan la Gracia del Padre hasta su manifestación en la Materia-Vida. Hay que señalar también que las dos primeras Fuerzas explicitadas (Maestros y Seres Angélicos) han fusionado sus senderos hasta el punto de que todo se manifiesta como un Trinidad: Maestros ascendidos-Humanos-Espíritus Elementales.

La otra mexicanidad

La otra mexicanidad

Greco Sotelo

Cada primer domingo de noviembre llegan en procesión a la iglesia de Santiago Tlatelolco, de paso hacia el destino final: la Basílica de Guadalupe. Descargan sus mochilas para vestir sus cuerpos con el peso de la leyenda compartida. La transformación por el atuendo, la mutación simbólica es tan efectiva hoy como antes. El propósito, sin embargo, es muy distinto. El reportaje de Greco Sotelo es ilustrador al respecto, y pone al lector frente a una comunidad que quizá esta semana no estará tan ocupada gritando vivas a “los héroes que nos dieron patria”, como en la búsqueda y afirmación de su (“otra”) mexicanidad.

Aquellos mexicanos, hombres, mujeres y niños que huyeron de la conquista -dice Sotelo- vienen de regreso, atraídos por ella y con un propósito común: el encuentro devoto con Tonantzin-Guadalupe, la Madre Sintética de quienes habitamos este territorio, la Gran Bisagra entre pasado y presente, “la que pudo perdonar al Cortés que todos llevamos dentro, la que supo consolar a nuestro íntimo Cuauhtémoc”.

La “mexicanidad”: ríos de familias emplumadas lanzándose contra los muros de la Basílica de Guadalupe. La “mexicanidad”: desconfiados, hoscos danzantes guerreros vociferando contra el tímido sajón que se repliega sobre sus pasos en el Zócalo. La “mexicanidad”: santo y seña de modernos tenochcas inconformes, cofradía de la desilusión, círculo mágico contra la historia y la perversión de Occidente, tibio resguardo del copal amnésico.

El llanto se extiende, las lágrimas
[gotean allí en Tlatelolco.
Por agua se fueron ya los mexicanos;
semejan mujeres; la huida es
[general…

Es el 8 de noviembre de 1998, sobre la calzada de Guadalupe. Aquellos mexicanos que huyeron de la conquista vienen de regreso, apegados, amorosos, atraídos por ella. Hace exactamente 479 años, otro 8 de noviembre, el capitán español Hernán Cortés penetró en la ciudad de México con el fin de ganar para su Dios y para sí mismo a una nación de paganos. De México-Tenochtitlan a México Distrito Federal, esa nación no parece haber cambiado mucho en su raíz profunda: el alma indígena. Pero la memoria es corta y complaciente en unos; larga, triste y revanchista en otros.

Llorad, amigos míos,
tened entendido que con estos hechos
hemos perdido la nación mexicana.

“El mundo indígena prehispánico es nuestro gran mito de origen -señala el doctor Antonio Rubial, reconocido colonialista de la UNAM-, de allí esa fácil identificación con un paraíso perdido. Según la `mexicanidad`, en el mundo prehispánico todo era armonía y belleza, un espacio idílico donde el hombre y la naturaleza vivían sin contradicciones”. Los errores, los desajustes, los cataclismos naturales y sociales, el odio entre las almas, el divorcio irreparable de nuestra Madre nutricia y protectora: males todos oriundos del hombre blanco, del falso Quetzalcóatl que violentó de una vez para siempre la prístina inocencia del indígena. “Yo creo que hay que retomar las raíces lo más que se pueda -afirma Nadia Morales, de 21 años, contemplando los grupos de danzantes-: el sincretismo fue utilizado por los indígenas de una manera inteligente, para mantener sus tradiciones. Pero ahora no existe necesidad de eso”.

Hacia las 11 de la mañana, sobre el atrio de la iglesia de Santiago Tlatelolco, nutridos grupos de hombres, mujeres y niños han descargado sus mochilas para vestir sus cuerpos con el peso de una leyenda compartida. Se quitaron las chamarras, los suéteres, las camisas; se zafaron los pantalones, los zapatos. Luego, en un ambiente de regocijo general, se amarraron el maxtli sobre la cadera, la tilma sobre los hombros, las ajorcas de ayoyotes en los tobillos y -quienes pudieron costearlo- el copil de plumas sobre la orgullosa frente. La transformación por el atuendo, la mutación simbólica es tan efectiva ahora como antes. El propósito, sin embargo, es muy distinto. El guerrero negro con su penacho de plumas; el “conchero” de vistoso faldón; la “Malinche” reverente con su sahumerio y sus banderas tienen ahora un propósito común: el encuentro devoto con la Tonantzin-Guadalupe.

Mientras la procesión se fragua en Tlatelolco, mítico lugar de sacrificios, una vieja decrépita es depositada intempestivamente por un coche sobre el camellón de la calzada de Guadalupe, a pocos metros de la rampa que conduce a la Basílica. Increíblemente vieja y encorvada, su cuerpo derrengado viste un traje hechizo con glifos prehispánicos en pegotes azules. Avanza con dificultad, el magro cuerpo descoyuntado, sosteniendo una sonaja de lata. No tendrá menos de 95 años, aunque es imposible saberlo, porque apenas habla. Jovita, su acompañante, la ayuda a reclinarse sobre una banca del camellón: “Nosotros nos adelantamos, porque ella por su edad se queda atrás, y la peregrinación viene muy aprisa. Ella me dijo que viene aquí desde que tenía 13 años, con el grupo Quetzalcóatl. Para que usted entre al grupo, sólo necesita tenerle fe a la Virgen, y tener ganas de danzar. Pero debe usté jurar. Y si ya juró y luego sale con que `no quiero ser danzante`, luego le va mal a usté, luego se arrepiente_”.

La conversación se corta abruptamente ante el arribo de los primeros contingentes, anunciados por bandas de coheteros que acompañan la peregrinación a ambos lados del camellón. Las viejas huyen sobre la rampa, los cohetes estallan arriba con un silbido prolongado y melancólico. Abajo, el tráfico habitual de domingo en las inmediaciones de la Basílica se confunde en letreros, bocinazos y mentadas de madre: “VILLA-METRO HIDALGO”, “REFORMA-METRO GARIBALDI”. El cohetero de adelante prende la mecha, sin prisa, oteando el cielo; el cohetero de atrás lleva su carga explosiva con paso cansado, mirando el suelo.

El tumulto de emplumados avanza, barriendo el suelo sobre el camellón. Todos son los indígenas de antaño, todos son los católicos presentes, todos son los devotos de la Madre Sintética de los mexicanos. Guadalupe-Tonantzin, la Gran Bisagra entre pasado y presente. Guadalupe-Tonantzin, la que pudo perdonar al Cortés que todos llevamos dentro, la que supo consolar a nuestro íntimo Cuauhtémoc. El estruendo de bandas musicales y de tambores apaleados con furia llena la opaca y caliente mañana de domingo. “La danza es mejor que el yoga -comenta eufórico Florencio Gutiérrez, de 77 años, vestido a la usanza guerrera-: toda mi familia es como un clan, y yo lo comando según las costumbres de nuestros ancestros chichimecas”.

Es imposible retener visualmente cada parte del caos. La banda de músicos de la comunidad oaxaqueña de Yatzachi El Alto revienta el aire a trompetazos; delante de ellos, un grupo de niñas bailan agitando globos y rosas rojas. El sonido de los cohetes se mezcla con el de las bandas, los tambores y los agudos gritos infantiles; la visión de los estandartes, con el humo del copal, los atuendos de colores chillantes y el ornamento plumario. En un momento dado, la vista de la Basílica parece imprimirle a la procesión un ritmo frenético. Pasan tundiendo el suelo las “danzas chichimecas de conquista”, con su blasón donde ondean los padres franciscanos; los pobrísimos vestidos romanos de los campesinos de Tenango del Valle muestran, al mismo tiempo, su entusiasmo y su miseria; la ferocidad guerrera de la Peregrinación Azteca se pasea en trajes de cuero y pieles de ocelote, contrastando con las niñas multicolores de la Corporación de Concheros de México, y las mandolinas afónicas pulsadas por viejos encorvados del Grupo Xochipili.

Han venido desde todos lados, subiendo y bajando cerros. Han venido en camiones comunales, en autobuses alquilados, en los desvencijados autos familiares, en la mustia uniformidad del Metro. Para llegar al encuentro de su fe, salieron temprano desde Santa María del Monte, Santiago Zapotitlán, Chalma, Jocotitlán, desde el pueblo de San Rafael y desde Santa Rosa de Lima. Llegaron de la colonia Renovación de Iztapalapa, y de la Caracol de Ecatepec, de Nezahualcóyotl y del mismo Templo Mayor, entraña profunda de la antigua Anáhuac. “Venimos por nuestra devoción, por nuestro gran amor que sentimos por la Virgen -comenta una adolescente acompañada de su madre-, y también por Dios”. También por Dios, el invitado de última hora. Dios se ha colado al festín de Guadalupe, subordinada en rango, mas no en audiencia. “El día 12 de diciembre, que venimos a bailarle aquí a la virgen, no tenemos oportunidad de entrar a la iglesia a oír misa -explica Porfirio Ponce, de Iztapalapa-, es por eso que muchos preferimos venir este día, porque es el día especial de los danzantes”.

La peregrinación se aproxima a su teocalli en el fin del segundo milenio. El tono de la música es triste, festivo o marcial, según la naturaleza del grupo. Las alabanzas de los concheros tienen un timbre piadoso y plañidero: son los sincréticos, los conquistados de buen modo. Por el contrario, las danzas guerreras de aztecas y chichimecas son agresivas, de un protagonismo rebelde y desafiante: son los nostálgicos de un pasado impoluto, los conquistados de mal modo. El atuendo y los instrumentos, símbolos al fin, atestiguan las convicciones de unos y de otros. Los “concheros” son partidarios del pudor de las ropas largas, y la “concha” o mandolina es la aceptación cultural de Occidente. Los “aztecas” y “chichimecas”, por su parte, prefieren llamar Tonantzin a la madre que a pocos metros les espera. Bailan semidesnudos, portan el salvaje maxtli, los orgullosos pectorales, las soberbias plumas de los que no hubieron de someterse fácilmente. Por convencimiento propio han abandonado las cuerdas occidentales, y han retornado al mítico retumbar de sus huehuetls.

En los espacios que se han creado entre grupo y grupo, niños prehispánicos con cintas rojas en la cabeza corren sosteniendo bolsas de limonada entre los dientes. De un momento a otro, los costados del camellón a lo largo de la calzada aparecen atestados de puestos efímeros: aguas frescas, frutas enchiladas, gorras y rebozos de lana, casetes, sombreros de paja. El ambulantaje del siglo XX se ha puesto a las órdenes del carnaval de la nostalgia, del teatro apabullante de lo que una vez fuimos. A derecha y a izquierda, adelante y atrás, una ciudad indiferente es testigo de la más exótica de las peregrinaciones guadalupanas. De sur a norte han bailado cruzando la avenida Consulado y Robles Domínguez, la Henry Ford, Tesoro y Talismán; a su paso, enormes letreros sucios de hollín y grasa cotidiana han atestiguado los sahumerios, los gritos, el canto melancólico de los concheros: Porcelanite, Banamex, Wall Mart, McDonalds. “No que no, sí que sí, ya volvimos a salir: el Pasado Prehispánico”. “Este maxtli sí se ve, este huehuetl sí se siente”. Es preciso demostrar lo que somos, como diría Ortega, “bajo la forma de haberlo sido”. Es necesario anunciar al mundo (y a nosotros mismos) que seguimos allí, que la imagen del espejo no ha cambiado, que seguimos siendo iguales a nosotros mismos: eterna polea vuelta sobre sí, insaciable deseo de autoafirmación: la mexicanidad del mexicano.

“Los pueblos que tienen una conciencia nacional no necesitan predicarla o explicarla -sostiene el doctor Rubial-, la tienen, y punto. La `mexicanidad` es, de alguna manera, la confesión de que no hemos asimilado una cultura nacional propia, en términos de conciencia colectiva”. Concheros contra danzantes, danzantes contra chimaleros, chimaleros contra concheros. Entre la mano hispanista que pulsa la mandolina, y la indígena que azota el huehuetl, se alza conciliadora y pura la virgen bicéfala, la Mestiza, la que mira al pasado y al futuro de la nación mexicana.

Traspasando el enrejado del atrio, abierto de par en par, las conformidades y grupos de danzantes van ocupando los distintos puntos de la explanada. Para llegar allí, los contingentes han tenido que adelgazarse en el penoso embudo del pórtico, atiborrado de imágenes religiosas, fritangas y puestos de todo tipo. Uno que otro danzante no ha podido resistirse al pambazo, el huarache o el agua fresca. Pero en un momento alcanza también la explanada, busca a los suyos, se integra otra vez al grupo. Bailan de frente a Ella, los ojos puestos en su Casa, en su Misericordia. Son poco más de las dos en una tarde cálida y sin viento. Sobre el dintel de la Basílica, la pregunta infinita de la Virgen cae sobre sus hijos: “¿Acaso No Estoy Yo Aquí, Que Soy Tu Madre?”.

Acaso: grieta de la certidumbre, posibilidad del naufragio. Acaso. Poco a poco la explanada adquiere las dimensiones de una verbena fáustica. Es casi imposible hablar si no es a gritos. Como siempre, predomina el rugido de los huehuetls, de los tambores; debajo, insistente y monótono, el murmullo de los ayoyotes completa la música pagana. Desgañitadas alabanzas concheras vienen temblando, a veces, desde el fondo del atrio. Las últimas conformidades van llegando, arrastrando a su paso la cuota habitual de enfermos mortecinos, de tullidos sin remedio, de penitentes asfixiados por culpas inaudibles. “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?”. Responderán con su corazón los que no son escépticos, los que han llegado caminando sobre sus manos y rodillas, los que han venido a descargar al hijo atravesado por puñal o picahielo, los que piden un lugar para dormir esta noche, los miserables de esta tierra.

Hacia las cinco de la tarde, la intensidad de la fiesta ha mermado. Abajo, sobre las escaleras que dan al pórtico, algunos puestos han empezado a levantarse, y desaparecen las portadas de los últimos diarios: “Debate civilizado en torno al Fobaproa, pide López Obrador”. “Amenazan epidemias; temen brotes de dengue y malaria por culpa de `Mitch`”. Mitch, Fobaproa: los nuevos nombres de los viejos males. Pero la Virgen, acaso. Es necesario acogerse a su gracia, con plumas caras de faisán o guacamaya, con plumas baratas de guajolote o gallo blanco. Ella no distingue entre la gamuza de los guerreros pudientes y el plástico de los que apenas se acabalan. Ella es la patrona y protectora de los melódicos “concheros”, de los rudos “chichimecas”, de los soberbios “aztecas”, y aun de los desprestigiados “chimaleros”, que podrían venderla a Ella en un descuido, como han vendido -dicen- la memoria y la imagen de sus padres indígenas.

“¡El es Dios!”: el sincretismo conchero

“La señal del sincretismo cayó sobre San Gremal -explica un joven conchero, metiendo la mano sobre una bolsita de nanches en el Zócalo-: allí, una noche, los fieles católicos estaban escuchando misa cuando los indios bajaron de los montes cercanos. Se armó la batalla. Y en eso estaban cuando el cielo se abrió, deslumbrándolos a todos. Quedaron paralizados de terror divino, indios y católicos. Entonces, mirándose unos a otros, dijeron: “¡El es Dios!”.

Los demás jóvenes del grupo escuchan por enésima vez la historia, regocijados, atentos. Casi puede advertirse en ellos un estremecimiento, como si el cielo se hubiese abierto de nuevo mostrándoles toda la verdad de esa revelación: ni indios paganos ni católicos hispanos. Simplemente mexicanos. Entre Tezcatlipoca y Jesús se alza ahora la verdad de un Cristo extensivo, piadoso, ilimitado, que bien podría apellidarse Ometecutli-Omecíhuatl, dualidad infinita, creadora de todo cuanto hay. Llámale cómo quieras: “El es Dios”.

La anécdota de San Gremal, mito fundacional de los concheros, no es otra que la antiquísima leyenda sobre el origen de la ciudad de Querétaro, en la tercera década del siglo XVI. Pero a los jóvenes danzantes de la conformidad Ollin Ayacaxtli, las precisiones históricas parecen importarles menos que la paralizante visión que encierra ese pasaje. Cuando pregunto algo, o pido una opinión, tres o cuatro muchachos se disputan la palabra. “No te vayas”, le dice uno a otro: “Tú también estás embarcado”. Embarcado en la devoción conchera, navegando sobre modernas religiosidades gastadas y credos infecundos. Los grupos de concheros son -así lo percibe el extraño- cofradías regocijadas de amigos en torno a una fe viva: El es Dios.

“Entre los grupos de danzantes, me parece que los `concheros` tienen mucho más qué ofrecerse entre sí -comenta Mario Giraud, pintor y poeta indigenista-, tienen un respeto hacia sus tradiciones antiguas; las cuidan, las promueven dentro de sus comunidades. A sus hijos les enseñan el sentido de la danza, su por qué. En cambio, el `chimalero` no es otra cosa que un vendedor de imagen. Es la verdad. Danzan para ganarse una lana, lo que no es otra cosa que devaluar la identidad que dicen respetar”. A sólo unos meses del final del segundo milenio, la devoción de los concheros parece efectivamente a salvo del marasmo y la rigidez de los credos tradicionales. Sus agrupaciones son por lo general fuertes, disciplinadas, solidarias. Por más que las manifestaciones de su fe se llamen “obligaciones”, es evidente que las velaciones, danzas y peregrinaciones concheras están movidas por un afán de encontrarse, de reconocerse en los otros a través de la fe en un Dios formalmente católico, pero acechado por sombras paganas y panteístas. “El es Dios, pero, ¿quién es El?”. “Bueno, mejor cantemos nuestras alabanzas”.

“Es difícil saber hasta dónde se remontan estos grupos de concheros, que manejan todo un discurso sobre el pasado indígena y el sincretismo -señala el doctor Rubial-, pero su tradición es evidentemente cristiana. Los santuarios son cristianos, los santos son cristianos. Hay un rescate de elementos indígenas, pero son mínimos. Yo creo que es sobre todo a partir de la revolución cuando los `concheros` generan un discurso nacionalista más articulado”. Aunque en los contenidos esenciales la fe conchera sea indiscutiblemente católica, su práctica íntima y externa bordea sin duda la excentricidad pagana. “En alguna ocasión fui reconvenido por un padrecito -recuerda Alberto Avila, viejo conchero de la palabra de don Ernesto Ortiz-, porque se me ocurrió identificar a Cristo con Ometecutli. En realidad, no fue más allá, sólo me pidió que había que evitar confusiones”.

Acostumbrada desde siempre a lidiar con paganos insumisos y culturas indoblegables, la Iglesia ha sabido convivir con las conformidades concheras en armonía y santa paz. Caminan juntas, en la misma dirección, pero diríase que no precisamente tomadas de la mano. Hay demasiadas caracolas, sahumerios de copal y llantos quejumbrosos por la mítica Tenochtitlan en estos “compadritos”. Y tantos, que el mismo Alberto Avila, hijo de refugiados españoles, reconoce que se ha visto algunas veces compelido a equilibrar la balanza. “En una ocasión, al perder mi primer uniforme, decidí vestirme con un hábito de fraile. Quise recalcar que esto es producto de un sincretismo, y que no sólo el copal y las plumas pesan”.

La velación de un conchero

Es una noche fría de mediados de noviembre, y el Renault destartalado de Alberto Avila se ha detenido ante un humilde zaguán de la calle Texcoco, en la colonia La Laguna, Tlalnepantla. Alberto, un hombre alto, delgado, con una barba espesa y canosa, avanza hacia una larga cochera improvisada como santuario. Lleva un pantalón ordinario de mezclilla, una sudadera Everlast, una veladora en la mano y la “concha” o mandolina bajo el brazo. Su paso es rápido, decidido, con la desenvoltura que le han dado 25 años de tradición “conchera”.

Saludando a los viejos “compadritos” con la mirada, espera su turno para “presentarse” ante el altar, donde una mujer morena recibe a los danzantes con sahumerios de copal. Es, en el lenguaje “conchero”, “La Malinche”, y sus ojos recuerdan los de Melquíades en la descripción de García Márquez: unos ojos orientales que parecen conocer el otro lado de las cosas. De todas las jerarquías del rito -el Capitán, las Palabras, el Regidor, el Sargento- “La Malinche” es sin duda la advocación más significativa. En la liturgia conchera, la Traidora por excelencia, el pecado original del derrumbe mexica, ha venido a consolidarse como la figura central de la reconciliación.

Llegada la ocasión, Alberto entrega la veladora, se reclina, intercambia ósculos devotos con la sacerdotisa, y pone sus labios sobre la “sombra” o “arbolito”, el estandarte de su conformidad. “La Malinche”, por su parte, bendice el “arma” o “concha” del danzante con el humo sagrado. Para él, la velación en memoria de la muerte del viejo jefe, don Ernesto Ortiz, ha comenzado. Las alabanzas, el intercambio del tradicional saludo “conchero”, y el embriagante copal se mueven por el recinto:

¡En esta santa Mesa, sí hay conformidad
válgame el Misterio de la Trinidad…
Allá en la gran, en la gran Tenochtitlán.
Allá en la gran, en la gran Tenochtitlán!

Los saludos informales, el bullicio, la complicidad de las anécdotas contadas en grupo, las sonrisas, escapan al tono habitual de las ceremonias del catolicismo burocrático. Hay un ambiente cálido, fraterno en esta improvisada galería presidida al fondo por las figuras del Santo Niño de Atocha y de la Virgen de San Juan de los Lagos. El alabancero desgrana sus coplas en honor del jefe desaparecido:

El Señor vive feliz con el Jefe Ernesto Ortiz
La sonrisa del Niñito, la Virgen de los Laguitos

Los miembros de la conformidad de Ernesto Ortiz van llenando poco a poco el espacio preparado para recibirlos en el domicilio del extinto capitán. A lo largo del corredor se han dispuesto sillas para los invitados y cordones con papel picado blanco y negro acentúan a un tiempo el tono regocijado de la ceremonia, y su carácter luctuoso. Una fuerte lona, atada a los muros, resguarda a los “compadritos” del frío y concentra la atmósfera del copal. “Antes de entrar a la danza yo me comprometí con el asunto cristiano, católico -señala Alberto Avila- y entendí que cualquier rollo hacia el futuro tendrá que ser sincrético y cristo-céntrico. Por eso me molestan estos intentos por volver al pasado sin aceptar nuestra cultura actual. Jesús realizó una hazaña que compromete a la humanidad entera con la reconquista del paraíso. Y esta tarde, que es de todos, se encuentra en el futuro, no en el pasado”.

Apostado a la entrada del zaguán, un hombre gordo metido en un poncho de lana se levanta de la silla para sonar la caracola. Anuncia la llegada de la primera conformidad visitante. A lo lejos, la caracola de la “Danza de las Insignias Aztecas” responde al saludo con un lamento largo y quejumbroso. Vienen cantando; vienen repartiendo el sahumerio por los cuatro vientos; vienen anunciando su homenaje al viejo jefe Ernesto Ortiz:

Estos son los Símbolos que el Señor mandó
para el cumplimiento de la Obligación;
allá en la gran, en la gran Tenochtitlán,
allá en la gran, en la gran Tenochtitlán…

Tras el final de cada copla, cerrando la intervención agradecida de cada invitado, las voces se alzan diciendo, repitiendo: “¡El es Dios!”, “¡El es Dios, compañero!”. Ataviados con ropas distintas, entonando diferentes alabanzas, las mesas o conformidades van llegando respetuosamente al recinto. Entre una y otra, un “compadrito” silencioso barre el polvo sobre el pórtico del zaguán. Su humildad no es menos ejemplar que la del “capitán” que conduce, o “La Malinche” que “bendice”, o el “caracol” que abre los vientos y anuncia la llegada. Todos los grupos se llaman, significativamente, “conformidades”: Conformidad de las Danzas Aztecas, Conformidad Xinaxtli, Conformidad Ollin Ayacaxtli, Conformidad Azteca de la Gran Tenochtitlan. Es la conformidad con la conquista, con el perdón, con el mestizaje, con esta ambigua manera de olvidar -recordando- la tragedia de México-Tenochtitlan.

Asomado a la ventanilla de la Miscelánea Chabelita, frente a la velación, el “compadrito” Alberto compra seis paquetes de pastillas de menta para repartir entre los desgañitados “concheros”. “Esa era mi gran bronca, cuando de joven quería estudiar medicina”, recuerda: “¿Quién tiene una solución al problema de la muerte?”. Sobre la calle, la luz mortecina de cuatro farolas revela una hilera de casas de cemento y ladrillos sin escalar. Perros moviendo la cola hacen una guardia famélica frente a un puesto de tacos, en la esquina. El frío aprieta en Tlalnepantla, en un barrio popular no del todo olvidado por la mano de Dios.

“Ser católico hoy en día es una cuestión muy problemática -continúa Alberto-, la fe no es una cosa que se transmita genéticamente, o por mandato. Por imponerle a alguien la fe, le quitamos su libertad de decidir y de acercarse a ella libremente”. Mientras habla, a sus espaldas, grupos de gentes con cintas rojas, plumas y melodiosas “conchas”, van ingresando en la atmósfera del copal bendecida por la presencia del Santo Niño. Con sus cantos, con sus alabanzas, rinden un homenaje al jefe muerto, dan gracias a sus santitos y a la Virgen y -al mismo tiempo- ayudan al Sol a enfrentar exitosamente la diaria batalla contra los dioses nocturnos. No hay contradicciones: “El es Dios”. Alberto, sus “compadritos” y “comadritas”, han elegido libremente una catolicidad pintada por la nostalgia de un pasado para siempre perdido. Católicos, apostólicos y romanos. Sí, pero con la honda tristeza de haber dejado algo de sí mismos, allá, muy lejos, allá, “en la gran Tenochtitlan”.

Greco Sotelo es historiador, egresado de la UNAM. Correo: vitabrevis@latinmail.com

Tradicion conchera:Los danzantes

Los danzantes concheros, herederos de las ancestrales danzas sagradas del pueblo azteca, son la cristalización de una Tradición centenaria que, veladamente durante la conquista española y más abiertamente después, ha sabido mantener su identidad y raíces.

La Tradición Conchera hunde sus raíces en la antigua cultura de los pueblos nahuas (oltecas, chichimecas, zapotecas, aztecas…) que fueron asentándose en el valle de México desde el siglo IV a. de JC. Estos diferentes pueblos, que dominaron la meseta central hasta comienzos del siglo XVI, mantuvieron unos rasgos comunes reflejados en una religiosidad compleja, un gran conocimiento astronómico, un sistema pictográfico de escritura, un sistema de gobierno monárquico autoritario y una estructura social fuertemente jerarquizada y basada en la agricultura.

Con la conquista española, las nuevas enseñanzas evangelizadoras, apoyadas en la expansión militar y la nueva organización social de los vencedores fueron imponiéndose. Pero las tradiciones religiosas de los pueblos no desaparecieron jamás, produciendo un fecundo sincretismo en el que están integrados valores y vivencias de los pueblos nativos.

Eso se manifiesta fuertemente en los rituales de los diferentes Grupos de Danza de Tradición Conchera.

Según la Tradición, el nacimiento de la Danza Conchera fue en la ciudad de Santiago de Querétaro el martes 25 de julio de 1531. Tras largo tiempo de sangre y destrucción, los chichimecas tras la caída de Tenochtitlan deciden abrirse a la posibilidad de un pacto de paz con los españoles y celebrar después una simbólica batalla de honor. El día propuesto fue el 25 de julio, fecha significativa para ambas partes. En ese día los chichimecas, cuando la constelación de Sagitario estaba bien alta en el horizonte, veían aparecer el “árbol de la vida” (Tamoanchan) y los españoles celebraban la fiesta de Santiago, también en la Vía Láctea o camino de las estrellas. Así pues, al amanecer de tal fecha y en el cerro de Sangremal ambos grupos comenzaron una lucha sin armas, cuerpo a cuerpo. Pero los ánimos fueron exaltándose y todo podía suceder, cuando sobre los cielos ocurrió un eclipse de sol y apareció una cruz luminosa acompañada de un personaje que los nativos identificaron como Quetzalcoatl y los españoles como el Apóstol Santiago. Todos cayeron de rodillas a la vez que se oyó una gran voz proclamando “¡Él es Dios!” Los chichimecas levantaron una cruz de piedra en el lugar (la “Cruz de los Milagros”) y ejecutaron sus danzas sagradas para celebrar el acontecimiento. Desde entonces se ha bailado en tal lugar de manera ininterrumpida y la expresión “¡Él es Dios!” ha quedado como saludo obligado de los Concheros.

En la época prehispánica los antiguos mexicanos, como todo pueblo, celebraban una serie de festividades dedicadas a sus dioses. En diferentes Códices y Crónicas se recalca la imprescindible presencia de la música, el canto y la danza en tales celebraciones. Tras la conquista española surgió, en esto como en todo, un sincretismo por el que es posible observar en la actual Danza Conchera la presencia indígena (dioses prehispánicos e instrumentos de percusión) y la europea (elementos cristianos e instrumentos de cuerda). Precisamente la palabra “conchero” hace referencia a la “concha” de armadillo que forma la estructura básica del instrumento musical utilizado en los rituales.

Por muchas décadas, la Danza de Conquista azteca contribuyó a dar un centro a la resistencia espiritual de las culturas del Anahuac para protegerse de las diversas Inquisiciones de antes y después de la Colonia. Para preservarla, sus guardianes le dieron un ropaje cristiano, con sus cantos y alabanzas dedicados a los santos de la Iglesia, con sus estandartes llenos de signos religiosos, con su adoración a la Virgen de Guadalupe-Tonantzin, a Jesús de Nazaret-Tonatiuh. Y en este largo proceso lo antiguo y lo nuevo se fueron fundiendo cada vez más en un mestizaje en el que, en la actualidad, se difuminan los rasgos de una y otra. Así la Danza Azteca se convirtió en uno de los principales sincretismos de las religiones y tradiciones espirituales de ambos continentes.

Hace aproximadamente un siglo adoptaron el nombre de Mesas de Danza, buscando preservar y transmitir, en parte al menos, el propósito de las danzas prehispánicas de las naciones del Anahuac.

Hacia finales de los años cincuenta y, sobre todo, a principios de los sesenta, rompieron su hermetismo y ciertas Mesas comenzaron a desvelar sus secretos e iniciar en ellos a compadres provinientes de la clase media y alta, de los medios intelectuales y artísticos mexicanos. Con esta apertura, la danza azteca dejó de ser un fenómeno más o menos marginal para convertirse en un tema de preocupación cultural y espiritual para cada vez más sectores de la sociedad mexicana.

A partir de entonces las obligaciones dejaron de realizarse exclusivamente en los atrios de las iglesias, para comenzar la Conquista de los antiguos centros ceremoniales como Teotihuacán, Xochicalco, Tula, Palenque Malinalco…o el Zócalo de la propia capital de México.

Don Faustino y Don Ernesto Ortiz fueron quienes dieron los primeros pasos para abrir la Tradición sagrada, proceso al que se opusieron algunos otros de los jefes de Mesa. Tiempo después, otra Mesa, creada a principios de siglo por el jefe Don Toribio Jiménez, llamada la Mesa de las Insignias Aztecas, dio un paso histórico fundamental al iniciar la apertura hacia la misma Hispania de la mano de Guadalupe Jiménez Sanabria (“Nanita”).

Consideraron un deber de quienes habían sabido mantener el conocimiento sagrado durante milenios, abrirse hacia los que un día intentaron dominarles y ayudarles en su despertar a la energía de los Nuevos Tiempos, conscientes de que el Ceremonial de la Tradición Conchera permite una unificación de energía que en Occidente se había perdido.

Daban así la vuelta a la mal llamada “conquista de América” iniciándose un proceso en el que el respeto mutuo sea la base de una nueva relación entre los pueblos y sus culturas a fin de que las próximas generaciones y todos los pueblos del mundo puedan aprender a dar los primeros pasos para la conquista de ese Quinto Mundo anunciado por los sabios de antaño, ese Centro en el que todas las naciones converjan y se reconozcan como hijas de la misma madre, Tonantzin, Pachamama, Gaia,… y del mismo padre, Tonatiuh, Inti, Helios, el Sol.

El proceso de convergencia de todos los pueblos en una Huma-unidad consciente que entone una sola canción de amor con la Tierra y el Cielo.

No es volver a lo antiguo, sino hundir nuestras raíces en ello para poder lanzarnos libremente, y sin condicionamientos, a los mundos del mañana.

De nuevo las visiones y profecías de los viejos calendarios mexicas, que insinuaban el cruce de culturas y tradiciones, se cumple con inigualable precisión.

El camino “conchero” no es un camino para el beneficio personal, ni para volverse más fuertes o superiores. Es una ofrenda, un sacrificio, una manera de vivir que nace desde dentro del ser, un camino con corazón. El “conchero” vive entregado a una misión; es (entre otras cosas) un místico que aspira a recorrer la senda del Sol, a cuidar su Fuego, recibir su Luz y sentir su calor.

Todo su propósito está realmente basado en un profundo amor a la Tierra y a todos los seres que la pueblan

RECIBIMIENTO EN LA TRADICIÓN

Quienes se acercan a la Tradición conchera participan con total libertad en las danzas y restantes rituales que se celebran a lo largo del año. Van así conociéndola y dejándose empapar por ella en una lenta y tranquila fecundación espiritual.

En un momento dado, si lo desean, pueden solicitar ser “recibidos” en la Tradición.

El Recibimiento se realiza en mitad de una Ceremonia de Velación.

Quien se va a recibir, vestido de blanco y acompañado de los padrinos que elige, se adelanta con los ojos vendados y una vela en la mano representando gráficamente la disponibilidad y apertura al Espíritu, cualquiera que sea el nombre que a Éste queramos adjudicarle.

La “limpia” con el humo del copal libera del pasado y potencia la apertura a una nueva dimensión.

El Estandarte de su Mesa cubre al nuevo conchero mientras es recibido y expresa su compromiso espiritual: trabajar por el bien de la Tierra y la Humanidad utilizando cuantos medios están a su alcance y la Tradición conchera pone a su disposición.

LA DANZA

Desde el principio de los tiempos el ser humano ha danzado. Como danzan las ramas de los árboles, los delfines, las llamas de la hoguera, las nubes o las olas del mar. Sea para armonizarse con la madre naturaleza, para manifestar su alegría, para invocar el Misterio, para sanar o para reunificar sus fuerzas antes de la batalla.

Así todas las tradiciones primigenias han conocido y practicado la Danza como instrumento de su vinculación a la Magia Ceremonial y al Gran Espíritu.

A través de ella han provocado modificaciones en la conciencia, librando a los danzantes de las ataduras y rutinas cotidianas y transportándolos a otros planos desconocidos de la realidad.

El hombre primitivo no predica su religión: la baila.

Para el hombre primitivo el baile y el rezo se compenetran. Nosotros bailamos para nuestro propio placer, o para el placer de otros, por arte. En cambio, para el hombre primitivo la danza es un conjuro mágico que tiene una función claramente social: el bien de la comunidad.

Todo esto se hace más palpable cuando tomamos contacto con las Danzas sagradas que actúan sobre las cuatro esferas de lo humano: la fuerza genésica de la sexualidad que cicatriza y fortalece el cuerpo luminoso; el vientre, liberando los bloqueos y elevando la energía de vida hacia lo alto; el pecho, desarrollando la fraternidad y la armonía creativa en el Círculo de danza; la cabeza, traspasando el egoísmo personalista y abriéndonos a lo divino.

Sentado esto, las Danzas Concheras no son un baile folklórico sino una Ceremonia Solar que abre puertas dimensionales con los planos invisibles.

Se bailan en círculo, reproduciendo el movimiento cósmico, el armonioso giro de la Creación en torno al Absoluto representado por el altar central. (El círculo es la perfección, la homogeneidad, la ausencia de distinción o división. También el símbolo del tiempo, la rueda que gira.)

Debe mantenerse siempre cerrado para evitar que las energías se dispersen y pierdan.

En un primer momento se invoca a los guardianes del lugar donde se va a danzar y se pide por el pueblo y la tierra que estamos pisando. Y se canta alguna “alabancita” para pedir permiso al Creador y dador de la Vida y a la Madre Universal que es su Energía en acción.

El tambor principal o huehuetl mantiene el ritmo esencial de cada danza mientras que el humo del copal y la armonía de las conchas, sonajas y las semillas de ayoyote se elevan en espiral celebrando a su modo el gozo de la diversidad de caminos que conducen a la Unidad.

Las Malinches o sacerdotisas sacralizan el centro del altar. Los Sargentos defienden las energías del círculo de danza. Las Palabras dirigen la ceremonia y conducen la columnas en el Nahui-Ollin o saludo a los Cuatro Vientos.

Las armas espirituales son las sonajas, las plumas, el escudo, los bastones de poder … y sobre todo las conchas o guitarras de armadillo.

Existen un sin fin de danzas tradicionales relacionadas con el Espíritu, los Elementos, el Sol, Quetzalcoatl, los Animales de Poder, la Madre Tierra…

Cada danza tiene un espíritu propio. Evocar e invocar al espíritu de la danza significa abrirnos al sonido, al movimiento, a las enseñanzas y la sabiduría de los antepasados.

La Danza de Conquista azteca es una danza para las cuatro direcciones, los cuatro vientos, los cuatro colores de las razas-madre, la roja, la negra, la blanca y la amarilla. Pero al mismo tiempo es la danza de la Conquista del Cinco, del punto de unión de los dos brazos equidistantes de una cruz.

Quien danza hacia las cuatro direcciones conquista y unifica cuatro caminos, templa su espíritu y llega hasta su propio centro. Y, al centrarse, centra todo el Universo.

Cada danza se inicia pidiendo permiso a las cuatro direcciones para emprender la Conquista. El danzante invoca a los Cuatro Poderes del Mundo para que tomen cuerpo en el Círculo sagrado y les pide permiso para comenzar su ofrenda. Así va reuniendo su lado derecho con el izquierdo hasta disolver toda dualidad y manifestarse como la unidad del instante sin tiempo y, por tanto, sin mente. Delante y detrás, derecha e izquierda, arriba y abajo, el danzante une lo masculino y lo femenino, el cielo con la tierra, la acción con la relajación, el futuro con el pasado…

El movimiento integra nuestro ser con el Cosmos, retornando al tiempo en que fuimos unidad, danza sagrada de nuestros abuelos siguiendo el ritmo del amanecer, siguiendo el paso del Sol que asciende… Cada uno danzando como una llama ardiente que calcina los propios problemas, como una avanzadilla de los que han ofrecido su vida para purificar el monstruo de mil cabezas llamado civilización, como una espiral que gira en círculos cada vez más amplios invocando los poderes del fuego y del agua, del viento y la tierra.

El huehuetl, las conchas, los ayoyotes y sonajas marcan su ritmo poderoso y sostenido hasta crear como una especie de hipnosis de grupo capaz de conducir a estados alterados de conciencia y de poner en marcha procesos de actualización del inconsciente que están fuera de la comprensión racional.

A partir de ahí, la primera lección tiene que ver con la libertad. Cada uno realiza el trabajo que le corresponde. No hay más ofrenda que la que uno mismo quiera hacer, no hay normas que determinen los límites de la entrega, no hay danza que dos grupos o dos personas dancen exactamente igual. Lo que importa es seguir al que dirige la dancita, sea cual sea su modo de llevarla, o sea cual sea la equivocación que pueda cometer. El conocimiento y el dominio personal de esa misma danza no sirven para nada. El que baila en el centro tiene el mando y no hay cabida para personalismos.

Acabado el tiempo dedicado a las danzas, vuelve a saludarse a las cuatro direcciones, tierra y cielo, dando después la “palabrita” a cada uno de los participantes para que manifiesten sus votos y sus deseos y para que encaucen la energía que el propio trabajo ha puesto en movimiento.

Se trata de un instante sagrado dentro del ceremonial, que permite la expresión del sentimiento íntimo desde lo profundo del ser.

No debe ser usado para plantear exigencias ajenas al ritual ni para emitir juicios o críticas sino tan solo para servir a la Luz.

Poco a poco, “con grande amor y paciencia” como dice una de las alabancitas, la Danza va revelando sus maravillas y secretos, su significado y mensaje.

Cuando se entra de verdad en el espíritu de la Danza, se atraviesan varios estados de conciencia:

1. Mitotiliztli. Es decir, la fiesta entre amigos, el gozo de la propia sensación y la admiración ante la armonía de movimientos. Es la expresión de la alegría compartida

2. Macehualiztli. Este paso nos hace saltar de la algarabía general al autosacrificio de la renuncia a lo externo. Sentimos ya que la danza no es un espectáculo sino una ofrenda de oración a través del cuerpo. Se trata del ofrecimiento consciente, de una ofrenda al dador de la Vida a través del cuerpo (sudor, cansancio…)

3. Chitontequiza. Es el nivel de la integración cósmica consciente con los poderes del cielo y de la tierra

4. Teochintequiza. La fusión impersonal y comunicación espiritual con el Gran Espíritu. Éste es el más alto objetivo que un danzante puede alcanzar con su dedicación, esmero, disciplina y autosacrificio. El verdadero y siempre oculto Tesoro de Moctezuma.

Acabaremos recordando que el conchero no danza para dar espectáculo ni para darse placer sino para ofrecer un poco de su sustancia vital activa. La danza es una inyección de energía en el movimiento cósmico que asegura el flujo de la vida. (Los ancianos hopi afirman que hay desastres en la tierra porque ya nadie danza sobre las colinas, invocando el poder y el amor del Gran Espíritu).

Cuando el conchero ejecuta su danza lo hace con totalidad, con el cuerpo y el espíritu, convirtiéndose en canal y mensajero.

LA VELACIÓN

El principal ceremonial conchero se presenta en dos fases, tomando como referencia el principio de dualidad llamado Ometeotl. Una ceremonia de danza viene siempre precedida de otra de Velación, constituyendo el eje central del ritual conchero.

La Velación representa la energía de la noche, la madre tierra, el principio femenino… En esta parte el Conchero se prepara y purifica para renacer al nuevo día y llevar a cabo la segunda parte, la de la danza que representa el día, la energía solar, el principio masculino…

La Velación es, pues, una ceremonia lunar que se complementa al día siguiente con la Danza, que es la ceremonia solar.

En ella, a lo largo de toda una noche en vela, por medio de cánticos, “entre músicas y flores” como dice una de las alabancitas, se invoca el espíritu de las Almas Liberadas o Maestros del Espíritu de los Cuatro Rumbos y de los antepasados sabios, para revivir la comunión espiritual que limpia, vivifica y renueva.

Tras la invocación y simultáneo encendido de la vela correspondiente a cada uno de ellos, comienza un trabajo con flores: el “tendido”.

Con las flores ofrecidas se va trazando en el suelo, sobre una sabanita blanca, dos formas sagradas como manifestación simbólica de las dos fuerzas esenciales que mueven el mundo:

– el Nahui-Ollin o forma sagrada femenina

– y el Santo Xuchitl o forma sagrada masculina

El trabajo es minucioso y meditativo. Cada flor es ofrecida pasándola por encima del sahumador, mientras se canta ininterrumpidamente.

Con posterioridad se “levantan” ambas formas.

El Santo Xuchitl, en forma de cruz de brazos iguales, será presentado después como ofrenda en el lugar sagrado donde se haya celebrado la Velación.

El Nahui-Ollin dará lugar a dos bastones floridos que, cargados durante toda la noche con la energía movilizada por los presentes, servirán para limpiar el aura de los asistentes mientras una lluvia de pétalos, a modo de bendición, cae sobre la cabeza de la persona limpiada

Durante toda la noche suenan sin cesar las “alabancitas”, cuya letra sencilla y música repetitiva limpia el corazón de inquietudes y lo hace latir al ritmo de Dios. Es como un mantra largo capaz de detener el proceso mental para fijar la intención: morar en la presencia de lo divino.

La Velación, como viaje chamánico o iniciático, sigue procesos similares en su desarrollo interno: Permiso – Evocación – Invocación – Ofrenda – Encuentro con la Sombra y Crucifixión – Limpia y Ascensión.

La fuerza está en el Intento firmemente sostenido del Amor y, por tanto, de la sinceridad del propósito y de la atención puesta en el no-hacer.

Bien entrado el día, y tras una pequeña pausa, comenzará el Ritual de Danza correspondiente.