Sesión 13
De acuerdo, quítame la toalla. Lo siento, Ashu, pero tengo que empezar mi tarea y comprenderás que es complicado llevar dos camisas sobre el mismo pecho, especialmente para el pobre corazón que está escondido dentro del pecho. El corazón no se puede comportar de una forma política o diplomática. No es diplomático; es sencillo e infantil.
No me olvido de Jesús. Me acuerdo de él mucho más que los cristianos que hay en el mundo. Jesús dice: «Bienaventurados los que son como niños, pues de ellos es el reino de Dios.» Lo más importante para recordar aquí es la palabra «pues». En todas las frases de Jesús que empiezan por: «Bienaventurados aquellos…» y acaban por «…el reino de Dios» ésta es la única afirmación que es diferente, porque las demás dicen: «Bienaventurados los humildes porque heredarán el reino de Dios.» Son declaraciones lógicas y son promesas para el futuro, el futuro que no existe. Ésta es la única donde se dice: «…pues de ellos es el reino de Dios.» Sin futuro, sin racionalidad, sin razón, sin promesa de beneficio; simplemente, la pura afirmación de un hecho, o mejor dicho, la simple afirmación de un hecho.
Esta afirmación siempre me impresiona, siempre me asombra. No entiendo cómo alguien se puede asombrar cada vez que escucha la misma afirmación desde hace treinta años… Sí; desde hace treinta años esta afirmación ha estado conmigo, y mi corazón siempre tiembla de alegría: «Pues de ellos es el reino de Dios»…, tan ilógico y tan cierto a la vez.
Ashu, te he tenido que decir que me quitaras la toalla, porque no se puede hacer dos cosas a la vez, especialmente en un solo corazón. Y, desde que te conozco, me has tratado siempre tan bien que si intento recordar cuándo empezó me parece que te conozco desde siempre. No bromeo. Efectivamente, cuando pienso en Ashu no recuerdo cuándo entró en el mundo de mis allegados. Parece que siempre ha estado aquí, sentada a mi lado, ya sea como ayudante del dentista o no. Se ha convertido en la editora asociada de Devaraj, se trata de un gran ascenso. Ahora puedes tener dos médicos a tu disposición. ¿No es fantástico? ¡Puedes hacer que luchen entre ellos y divertirte!
Ahora seguiré con mi historia… Antes de empezar, es bueno hacer una pequeña introducción, lo más irracional posible, porque es exactamente la mejor introducción al hombre que soy. A veces me río de mí mismo sin ningún motivo, porque si hay un motivo se acaba la risa.
Uno se puede reír solamente sin motivo. La risa no tiene ninguna relación con la racionalidad, así que, de vez en cuando, me aparto de la racionalidad y también de la irracionalidad; tened en cuenta que son dos caras de lo mismo, y entonces de verdad me río espontáneamente.
Naturalmente, no me puede oír nadie. No es físico, si no, Devaraj y Devageet ya lo habrían detectado con sus instrumentos. No lo pueden detectar. Trasciende toda la instrumentalidad. Fijaos qué palabra más bonita me acabo de inventar: instrumentalidad. Escríbelo exactamente así: instru-mental-idad. Así entenderéis de qué estoy hablando, al menos las palabras, y quizá algún día también entendáis la ausencia de palabras. Ésa es mi esperanza, mi sueño para todos vosotros.
Debéis estar preocupados porque hoy, realmente, estoy tardando mucho en empezar. Vosotros me conocéis, yo os conozco. Iré tan lento como pueda. Eso os ayudará a vaciaros. En eso consiste mi trabajo, en vaciar: se podría llamar «Vaciado Ilimitado».
El otro día os conté que la muerte de mi abuelo fue mi primer encuentro con la muerte. Sí, fue un encuentro y algo más; no sólo fue un encuentro, si no, me habría perdido el verdadero sentido. Vi la muerte y también vi algo más que no se estaba muriendo, que flotaba más alto, escapándose del cuerpo…, de los elementos. Ese encuentro determinó el rumbo de mi vida. Me dio una dirección, mejor dicho, una dimensión desconocida hasta entonces.
Había oído hablar de las muertes de otras personas, pero sólo de oídas. Nunca había presenciado ninguna, y aun cuando lo hubiese visto, no significaban nada para mí.
Sólo te puedes encontrar de verdad con la muerte cuando amas a alguien y se muere. Resalta esto:
Solamente puedes encontrarte con La muerte
en La muerte del ser querido.
Cuando estás rodeado de amor y de muerte ocurre una transformación, una inmensa mutación, como si naciera un nuevo ser. No vuelves a ser el mismo. Pero las personas no pueden experimentar la muerte como la experimenté yo porque no aman. Si no hay amor la muerte no te puede dar las llaves de la existencia. Cuando hay amor te entrega las llaves de todo lo que es.
Mi primera experiencia de muerte no fue un simple encuentro. Fue complejo en muchos sentidos. El hombre que había amado se estaba muriendo. Era como un padre para mí. Me crió con una libertad total, sin inhibiciones, represiones ni mandamientos. Jamás me dijo «no hagas esto» o «haz eso». Tan sólo ahora puedo ver la belleza de ese hombre. A un anciano le resulta muy difícil no decirle a un niño «no hagas esto, haz aquello» o «siéntate aquí y no hagas nada» o «¿por qué no haces algo en lugar de estar ahí sentado sin hacer nada?». Pero nunca lo hizo. No puedo recordar ni una sola vez que intentase interferir en mi vida. Simplemente, se apartaba. Cuando pensaba que lo que estaba haciendo no estaba bien se apartaba y cerraba los ojos.
En una ocasión le pregunté:
-¿Nana, por qué cierras los ojos a veces, cuando me siento a tu lado?
-Ahora no lo vas a entender -respondió-, pero quizá algún día lo entiendas. Cierro los ojos para no impedirte hacer lo que estés haciendo, esté bien o mal. No es mi deber impedírtelo. Te he separado de tu padre y de tu madre. Si ni siquiera te puedo dar libertad, ¿qué sentido tiene el separarte de tus padres? Te separé de ellos solamente para que no pudieran interferir en tu vida. ¿Cómo voy a interferir yo? Pero sabes -prosiguió-, a veces me dan tentaciones. Tú eres una tentación muy grande. Si lo llego a saber, no me habría arriesgado. Por alguna razón tienes un talento especial para hacer todo lo que está mal. Una de dos, o yo estoy completamente loco o tú lo estás.
-Nana -le consolé-, no tienes que preocuparte. Si alguien está loco, entonces soy yo.
Y desde ese día le he dicho a la gente:
-No me hagáis caso, estoy loco.
Se lo dije para consolarle y se lo sigo diciendo a la gente, que está realmente loca, para consolada. Pero cuando estás en un manicomio y eres el único que no está loco, qué otra cosa puedes hacer sino decirle a la gente:
-Relajaros, soy un loco, no me toméis en seno.
Eso es lo que he estado haciendo toda mi vida.
Solía cerrar los ojos, pero, a veces, la tentación era demasiado grande… Por ejemplo, una vez estaba montado a caballo encima de Bhoora, nuestro criado. Le había mandado comportarse como si fuese un caballo. Al principio me miró confundido, pero mi abuela le dijo:
-¿Qué hay de malo en eso? ¿No puedes fingir un poco? Bhoora, compórtate como un caballo.
Empezó a hacer todo lo que haría un caballo, y yo estaba montado encima.
Eso fue demasiado para mi abuelo. Cerró los ojos y empezó a cantar su mantra: «Namo arihantanam namo… namo siddhanam namo.»
Por supuesto, me detuve, porque cuando empezaba a cantar su mantra quería decir que era demasiado para él. Era tiempo de dejarlo. Le sacudí y le dije:
-Nana, vuelve, no hace falta que cantes tu mantra. He dejado de jugar. ¿No ves que sólo era un juego?
Me miró a los ojos y yo le miré a los ojos. Durante un momento sólo hubo silencio. Esperó a que yo dijera algo pero se tuvo que rendir y dijo:
-De acuerdo, hablaré yo primero.
-Está bien -dije-, porque si te hubieses
quedado callado, yo me habría quedado en silencio el resto de mi vida. Menos mal que has hablado, así te puedo contestar. ¿Qué quieres preguntar?
-Siempre te he querido preguntar por qué eres tan travieso -dijo.
-Deberías reservar esa pregunta para hacérsela a Dios. Cuando te lo encuentres, pregúntale: «¿Por qué has hecho a este niño tan travieso?» -le contesté-. No me puedes hacer esa pregunta, es como preguntarme: «¿Quién eres?» Cómo se puede dar una respuesta a eso.
En lo que a mí respecta, no me preocupa en lo más mínimo. Sólo quiero ser yo mismo. ¿Se puede o no se puede en esta casa?
Estábamos sentados fuera, en el jardín. Me volvió a mirar y me dijo: -¿Qué quieres decir?
-Entiendes perfectamente lo que te estoy diciendo -le respondí -. Si no puedo ser yo mismo, entonces no volveré a entrar en esta casa. Por eso te pido que seas claro conmigo: o entro en la casa con licencia para ser yo mismo, o me olvido de esta casa y me convierto en un peregrino, en un vagabundo. Dímelo claramente y sin dudar, ¡venga!
Se rió y dijo:
-Puedes entrar en esta casa. Es tu hogar. Si no puedo resistir interferir en tus asuntos, entonces, me iré yo de la casa. Tú no te tienes que Ir.
Es exactamente lo que hizo. Dos meses después de esta conversación ya no estaba en este mundo. No se fue sólo de esta casa, se fue de todas las casas, incluido su cuerpo, que era su verdadera casa.
Quería a este hombre porque él amaba mi libertad. Sólo puedo amar cuando se respeta mi libertad. Si tengo que negociar y conseguir amor a costa de mi libertad, entonces ese amor no es para mí. Es para mortales inferiores, no es para aquellos que saben.
En este mundo casi todo el mundo cree que ama, pero si echas un vistazo a los amantes, son prisioneros el uno del otro. ¡Qué extraño amor es éste que te tiene cautivo! ¿Es posible que el amor se convierta en una atadura? Pero en el noventa y nueve coma nueve por ciento de los casos esto es lo que ocurre, porque para empezar no hubo amor.
Es una realidad que la gente corrientemente sólo cree que ama. Pero no aman, porque cuando llega el amor, ¿dónde están el «yo» y el «tú»? Cuando llega el amor trae instantáneamente consigo una enorme sensación de libertad, de no posesividad. Pero ese amor sucede, por desgracia, en raras ocasiones.
Si tienes amor con libertad eres un rey o una reina. Ése es el auténtico reino de Dios, amor con libertad. El amor te da raíces en la tierra y la libertad te da alas.
Mi abuelo me dio ambos. Me dio su amor, más del que jamás le dio a mi madre o a mi abuela; y me dio libertad, que es el regalo más grande. Al morirse me regaló su anillo y me dijo con lágrimas en los ojos: -No tengo nada más para darte. -Nana -le dije-, ya me has dado el regalo más preciado. -¿Cuál es? -me preguntó abriendo los ojos. Yo me reí y le dije: -¿Te has olvidado? Me has dado tu amor y me has dado libertad. No creo que ningún otro niño haya tenido la libertad que tú me puedes dar? Te estoy agradecido. Puedes morir en paz.
Desde entonces he visto morir a mucha gente, pero morirse en paz es muy difícil. Sólo he visto a cinco personas morirse en paz: la primera fue mi abuelo; la segunda mi criado Bhoora; la tercera mi Nani; la cuarta mi padre, y la quinta fue Vimalkirti.
Bhoora se murió porque no concebía vivir en el mundo sin su amo. Simplemente, se murió. Se relajó en la muerte. Vino con nosotros al pueblo de mi padre porque tenía que conducir la carreta. Cuando, durante unos instantes no oyó nada, ninguna voz desde el interior del carro cubierto, preguntó: -Beta -significa hijo-, ¿va todo bien? Una y otra vez Bhoora preguntó: -¿A qué se debe este silencio? ¿Por qué no habla nadie?
Pero era la clase de persona que no se atrevía a mirar a través de la cortina que le separaba de nosotros. Menos aún estando allí mi abuela. Ése era el problema, que no podía mirar. Pero seguía preguntando: -¿Qué ocurre? ¿Por qué estáis callados? -No pasa nada -le dije-, estamos disfrutando del silencio. Nana quiere que estemos en silencio.
Eso era mentira, porque Nana estaba muerto; pero en cierto modo era verdad. Él estaba en silencio; eso era un mensaje para que nosotros estuviéramos en silencio. -Bhoora -dije finalmente-, va todo bien; solamente que Nana se ha muerto. No podía creérselo. -Entonces, ¿cómo puede estar todo bien? -preguntó-. Yo no puedo vivir sin él, y en menos de veinticuatro horas se murió. Como si se hubiera cerrado una flor… negándose a quedarse abierta bajo el sol y la luna, espontáneamente. Intentamos hacer de todo para salvarle, porque ahora estábamos en un pueblo más grande, el pueblo de mi padre.
El pueblo de mi padre era un pueblo pequeño, para India, claro. La población era sólo de veinte mil habitantes. Había un hospital y un colegio. Hicimos todo lo posible por salvar a Bhoora. El médico del hospital estaba asombrado, no podía creer que este hombre fuese hindú porque parecía un europeo. Debe haber sido un capricho de la biología, no lo sé. Algo debe haber ido bien. Igual que dicen: «Algo debe haber ido mal!», yo he acuñado la frase: «Algo debe haber ido bien»; ¿por qué siempre mal?
Bhoora estaba conmocionado por la muerte de su amo. Le tuvimos que mentir hasta llegar al pueblo. Sólo cuando llegamos al pueblo y sacamos el cadáver de la carreta, Bhoora se dio cuenta de lo que había sucedido. Cerró los ojos y no los volvió a abrir nunca más.
-No puedo ver a mi amo muerto dijo, y sólo se trataba de una relación amo-sirviente. Pero había surgido entre ellos una cierta amistad, una proximidad indescriptible. No volvió a abrir los ojos, eso lo puedo atestiguar. Sólo vivió unas horas más, y entró en coma antes de morir.
Antes de morir, mi abuelo le dijo a mi abuela: -Cuida de Bhoora. Ya sé que vas a cuidar a Raja; eso no necesito decírtelo, pero cuida de Bhoora. Me ha servido como nadie lo hubiera hecho.
Le dije al doctor: -¿Entiendes, eres capaz de entender la lealtad que debe haber habido entre estos dos hombres? -¿Era europeo? -me preguntó el doctor. -Lo parecía -le contesté.
-No seas mentiroso -dijo el doctor-, eres un niño, sólo tienes siete u ocho años, pero eres muy mentiroso. Cuando te he preguntado si tu abuelo estaba muerto, dijiste que no, y eso no era verdad.
-No; es verdad -dije-, no está muerto. Un hombre con un amor así no puede estar muerto. Si el amor se puede morir, entonces no hay esperanza para este mundo. No puedo creer que un hombre que ha respetado mi libertad, la libertad de un niño pequeño, esté muerto sólo porque no puede respirar. No puedo considerar lo mismo, el no respirar y la muerte.
El médico europeo me miró con desconfianza y le dijo a mi tío: -Este chico será un filósofo o se volverá loco.
Estaba equivocado: soy ambas cosas. No es cuestión de esto o lo otro. No soy Soren Kierkegaard; no es una cuestión de esto o lo otro. Pero me pregunté por qué él no me podía creer…, algo tan sencillo.
Las cosas sencillas son las más difíciles de creer; las más complicadas son las más fáciles de creer. ¿Por qué tienes que creer? Tu mente dice: «Es muy sencillo. No tiene ninguna complejidad. No hay motivo para creerlo.» A no ser que seas un Tertuliano, cuya afirmación es una de mis favoritas…
Si tuviera que escoger una sola afirmación de toda la literatura en cualquier idioma del mundo, lo siento, no elegiría nada de Jesucristo; y lo siento, tampoco elegiría a Gautama el Buda; lo siento, no elegiría nada de Moisés o Mahoma, ni siquiera de Lao Tzu o de Chuang Tzu.
Elegiría a este extraño individuo del que no se sabe demasiado: Tertuliano. No sé cómo se pronuncia su nombre exactamente, de modo que será mejor que lo deletree: T-e-r-t-u-l-i-a-n-o. Entre todas las citas habría escogido ésta: «Credo qua absurdum», sólo tres palabras, «Creo porque es absurdo».
Parece ser que alguien le preguntó en qué creía y por qué, y Tertuliano respondió: «Credo qua absurdum, es absurdo, por eso lo creo.» La razón para creer que Tertuliano da es absurdum: «Porque es absurdo.»
Olvidad de momento a Tertuliano. Bajad el telón. Fijaos en las rosas. ¿Por qué os gustan? ¿No es absurdo? No hay un motivo para que os gusten. Si alguien se empeña en preguntaros por qué os gustan las rosas, finalmente tendréis que encogeros de hombros. Eso es «Credo qua absurdum», ese encogerse. Éste es todo el sentido de la filosofía tertuliana.
No podía entender por qué el médico no creía que mi abuelo no estaba muerto. Yo sabía, y él también, que en lo relativo al cuerpo se había terminado; estábamos de acuerdo en esto. Pero hay algo más que el cuerpo, dentro del cuerpo pero sin ser del cuerpo. El amor lo revela, la libertad le da alas para surcar el cielo. ¿Tenemos más tiempo?
-Sí, Osho.
¿Cuánto más? Estamos yendo muy despacio, igual que en el entierro de un pobre. Sed extremistas. No de esta manera, no vayáis despacio; no es mi estilo. O te quemas o no te quemas. O quemas los dos extremos a la vez o permites que la oscuridad tenga su propia belleza.
Sesión 14
¡Fijaos que soy un auténtico caballero inglés! No he intervenido, aunque lo quería hacer. Había abierto la boca para hablar pero me he detenido. Esto es lo que se llama autocontrol. Incluso yo me río. Me gusta cuando murmuráis. Aunque sé que no estáis murmurando bobadas, suena bien, a pesar de que sea técnico, y que lo que estéis diciendo sea absolutamente científico. Pero de vosotros dos, sabéis, el granuja es el que está en la silla.
Todavía no he dicho de acuerdo. Primero, lleguemos al punto donde pueda decir de acuerdo. Cuando el «de acuerdo» está alejado de mí, es que significa algo. ¡Un de acuerdo mío es simplemente fantástico…, soy un pirado! No conozco a nadie que esté tan volado. Bueno, a trabajar…
Tvadiyam vastu Govinda, tubhyam eva samarpayet. «Señor mío, la vida que me has dado te la devuelvo con gratitud.» Ésas fueron las últimas palabras de mi abuelo, a pesar de que no creyó nunca en Dios ni era hinduista. Esta frase, este sutra, es un sutra hindú; pero en India está todo mezclado, especialmente las cosas buenas. Antes de morir, entre otras cosas, repetía una y otra vez:
-¡Detén la rueda!
En aquella época no lo podía entender. Si deteníamos la rueda de la carreta, y ésa era la única rueda que había, ¿cómo íbamos a llegar hasta el hospital? Cuando siguió repitiendo:-Detén la rueda, el chakra -le pregunté a mi abuela-: ¿Se ha vuelto loco? Ella se rió. Esto es lo que me gustaba de ella. Aunque supiese, como lo sabía yo, que la muerte estaba tan próxima…, sí, incluso yo lo sabía, ¿cómo es posible que no lo supiera ella? Era tan obvio que en cualquier momento dejaría de respirar, y, sin embargo, seguía insistiendo en detener la rueda. A pesar de todo, ella se reía. Todavía la puedo ver riéndose.
No tenía más de cincuenta años. Pero siempre he observado una cosa en las mujeres: las impostoras, las que se las dan de bellas, a los cuarenta y cinco años son las más feas. Puedes dar la vuelta al mundo y comprobar lo que estoy diciendo. Con los labios pintados, y el maquillaje, y las cejas postizas y qué sé yo… ¡Dios mío!
Ni siquiera a Dios se le ocurrieron todas estas cosas cuando creó el mundo. Por lo menos, en la Biblia no se menciona que el quinto día creara el lápiz de labios, el sexto día creara las cejas postizas, etcétera. Si una mujer es realmente bella, a los cuarenta y cinco años llega a la cúspide. Mi observación es que: el hombre llega a la cima a los treinta y cinco años, y la mujer a los cuarenta y cinco. Es capaz de vivir diez años más que el hombre; y esto no es injusto. Sufre tanto al dar a luz, que es totalmente lógico que tenga un poco de vida extra, sólo para compensar.
Mi Nani tenía cincuenta años, y seguía estando en la cima de su belleza y juventud. Nunca me he olvidado de ese momento, ¡qué momento! Mi abuelo se estaba muriendo, y nos pedía que detuviésemos la rueda. ¡Qué disparate! ¿Cómo iba a parar la rueda? Teníamos que llegar al hospital, y sin rueda nos perderíamos en el bosque. Y mi abuela se estaba riendo tanto, que hasta Bhoora, el criado, nuestro cochero, preguntó, por supuesto desde el exterior:-¿Qué ocurre? ¿Por que te estás riendo?
Como yo solía llamarla Nani, Bhoora, por respeto hacia mí, también la llamaba Nani. Entonces dijo: -Nani, mi amo está enfermo y tú te estás riendo tanto; ¿qué ocurre? ¿Y Raja, por qué está tan callado?
La muerte y la risa de mi abuela, ambas cosas hicieron que me quedase totalmente callado, porque quería entender lo que estaba sucediendo. Estaba ocurriendo algo que no había conocido nunca antes y no me iba a distraer ni un solo instante.
Mi abuelo me pidió:
-Para la rueda. ¿Raja, me puedes oír? Si estás oyendo la risa de tu abuela puedes oírme a mÍ. Ya sé que es una mujer rara; yo nunca he sido capaz de entenderla.
-Nana -le respondí-, a mí me consta que es la mujer más sencilla que he visto jamás, a pesar de que no he visto muchas todavía.
Pero a vosotros os puedo decir que no creo que exista otro hombre en la tierra, vivo o muerto, que haya visto tantas mujeres como yo. Pero para consolar a mi abuelo agonizante le dije:
-No te preocupes por su risa, yo la conozco. No se está riendo de lo que dices, es algo entre nosotros, un chiste que le he contado.
-De acuerdo -dijo-. Si le has contado un chiste es normal que se ría. ¿Pero qué hay del chakra, de la rueda?
Ahora ya lo sé, pero en aquella época no conocía esta terminología. La rueda representa toda la obsesión hindú con la rueda de la vida y la muerte. Durante miles de años ha habido millones de personas haciendo una sola cosa: intentar detener la rueda. Él no estaba hablando de la rueda de la carreta, ésa es fácil de detener; de hecho, lo difícil era mantenerla en movimiento.
En aquellos tiempos no había carreteras; ¡tampoco las hay ahora! El año pasado vino a visitarme al ashram un primo lejano y me dijo: -Quería poner mi vida entera a tus pies, pero la verdadera dificultad está en la carretera.
-¿Todavía? -le pregunté.
Han pasado cerca de cincuenta años, pero India es un país especial, donde el tiempo se ha detenido. ¿Quién sabe cuándo se detuvo el reloj? Pero se paró exactamente a las doce, las dos manecillas del reloj juntas. Eso es hermoso: el reloj ha decidido la hora correcta. Cuando quiera que ocurriese -y debe haber sido hace miles de años, cuando quiera que fuera-, ya sea por casualidad o por inteligencia computerizada, el reloj se detuvo a las doce, con las dos manecillas juntas. No parecen dos, se ven como si sólo fuese una. Tal vez fueran las doce de la noche… porque el país es tan oscuro, y la oscuridad tan densa.
-Dios mío -dijo el hombre-, no he podido traer al resto de la familia debido al mal estado de las carreteras.
Tal vez no me puedan ver nunca por culpa de las carreteras. Entonces no había carreteras, y aún hoy no hay ninguna línea de tren que pase por ese pueblo. Es un pueblo muy pobre, y cuando yo era un niño aún más.
No comprendí la insistencia de mi Nana en ese momento. Quizá el carro -como no había carretera- estuviese haciendo mucho ruido. Traqueteaba por todas partes, y él estaba agonizando; por eso, naturalmente, quería parar la rueda. Pero mi abuela se reía, ahora entiendo por qué. Él estaba hablando de la obsesión hindú por la vida y la muerte; simbólicamente se llama la rueda de la vida y la muerte -la rueda, en pocas palabras- que gira sin cesar.
En el mundo occidental, solamente Friedrich Nietzsche ha tenido el valor y el atrevimiento necesario de proponer la idea del eterno retorno. Lo ha tomado prestado de la obsesión oriental. Hay dos libros que le causaron una profunda impresión. Uno fue el Manu Smriti; se llama: La colección de los versos de Manu y es el texto hindú más importante. ¡Lo odio! Esto os dará idea de su importancia, porque no odio las cosas ordinarias. Es extra-ordinariamente repulsivo. Manu es una de esas personas, que, si me lo llegara a cruzar, me olvidaría por completo de la no-violencia; ¡simplemente le daría un tiro! Se lo merece.
Manu Samhita, Manu Smriti, ¿por qué digo que es el libro más repulsivo del mundo? Porque separa a los hombres y las mujeres, y no sólo a hombres y mujeres, divide a la humanidad en cuatro clases, y nadie puede pasar de una clase a otra. Esto es el origen de la jerarquía.
A vosotros os sorprenderá saber que Adolf Hitler siempre tenía sobre su mesa una copia del Manu Samhita, junto a su cama. Veneraba ese libro más que la Biblia. Ahora entenderéis por qué lo odio. Ni siquiera tengo una copia del Manu Samhita en mi biblioteca, aunque me han regalado al menos una docena de copias, pero las he quemado todas. Es lo mejor que podía hacer con ellas. Con mucho respeto, por supuesto, pero las quemé.
Nietzsche adoraba dos libros de los que ha tomado muchas cosas. El primero es Manu Samhita y el otro es el Mahabharata. Probablemente, éste sea el más grande en cuanto a volumen; ¡es enorme! No creo que se pueda comparar con la Biblia, el Corán, el Dhammapada o el Tao Te Ching, al menos en cuanto a volumen. Sólo me podéis entender si lo ponéis junto a la Enciclopedia Británica. Comparada con el Mahabharata la Enciclopedia Británica es un librito. Sin duda es un gran trabajo, pero feo. Los científicos saben muy bien que, en el pasado, hubo muchos animales gigantescos sobre la tierra. Inmensos pero horribles. El Mahabharata pertenece a ese grupo. No es que no puedas encontrar algo hermoso en él; es tan grande, seguro que si buscas encontrarás en esa montaña algún que otro ratón.
Estos dos libros han influenciado enormemente a Nietzsche. Probablemente, nadie es tan responsable del trabajo de Friedrich Nietzsche como estos dos libros. El autor del primero es Manu, y el Mahabharata fue escrito por Vyasa. Debo reconocer que ambos han hecho una enorme cantidad de trabajo, ¡trabajo sucio! Habría sido mejor que estos dos libros no se hubiesen escrito.
Friedrich Nietzsche tiene tanto respeto por estos libros que os asombrará, porque éste es el hombre que se llamaba a sí mismo el «anticristo». Pero no debéis asombraras. Los dos libros son anticristo; de hecho, son anti cualquier cosa que sea bonita: a mi-verdad, anti-amor. Nietzsche no se enamoró de ellos por casualidad. A pesar de que nunca le gustaron Lao Tzu o Buda, sin embargo le gustaban Manu y Krishna, ¿por qué?
Esta pregunta es muy significativa. Le gustaba Manu porque le encantaba la idea de la jerarquía. Él estaba contra la democracia, la libertad, la igualdad, en pocas palabras, estaba contra los verdaderos valores. También le gustaba el libro de Vyasa, el Mahabharata, porque implica el concepto de que sólo la guerra es
hermosa. En una ocasión, le escribió una carta a su hermana: «En este preciso momento me rodea una gran belleza. Jamás he visto una belleza tal.» Uno pensaría que acababa de entrar en el Jardín del Edén, pero no es así, estaba presenciando un desfile militar. El sol brillaba en las espadas desnudas, y el sonido que él llama «el sonido más bello que jamás he oído» no era Beethoven o Mozart, ni siquiera era Wagner, sino el sonido de las botas de los soldados alemanes desfilando.
Wagner fue amigo de Nietzsche, y no sólo eso, sino algo más: Nietzsche se había enamorado de la mujer de su amigo. Al menos podía haber pensado en su pobre amigo…; pero no, él pensaba que ni Beethoven ni Mozart ni Wagner se podían comparar con el sonido de las botas de los soldados alemanes cuando desfilaban. Para él las espadas al sol y el sonido del ejército al desfilar eran el paradigma de la belleza.
¡Qué estética! Tened en cuenta que no estoy en contra de Friedrich Nietzsche como tal. Le aprecio siempre que se acerca a la verdad, porque mi valor y mi criterio es la verdad. «El sol sobre las espadas» y «el sonido de las botas desfilando»; si alguien se aleja de la verdad, no importa quién sea, le daré en la cabeza con la espada desnuda. Qué espectáculo más bonito: la espada desnuda, y el sonido de la cabeza de Friedrich Nietzsche al ser cortada, y hermosa sangre todo alrededor… Esto es lo que hizo su discípulo, Adolf Hitler.
Hitler se apropió de las ideas de Manu a través de Nietzsche. Hitler no era el tipo de persona que conociese a Manu por sí mismo, era un pigmeo.
Sin duda Nietzsche era un genio, pero un genio descarriado. Era el tipo de hombre que se podía haber convertido en un buda; pero, ¡qué lástima!, murió loco.
Os estaba hablando de la obsesión hindú, y al mencionarla me he acordado de Nietzsche. Fue el primero en admitir la idea del «eterno retorno» en Occidente. Pero no fue honesto, no dijo que la idea fuera prestada. Pretendía ser original. Es tan fácil pretender ser original, muy fácil; no se precisa de mucha inteligencia, y no obstante, era un hombre de talento. Nunca utilizó su talento para descubrir algo; lo usó para tomar prestado de muchas fuentes, que normalmente no eran conocidas al mundo en general. ¿Quién conoce el Samhita de Manu? ¿Y a quién le interesa? Manu lo escribió hace cinco mil años. ¿A quién le importa el Mahabharata? Es un libro tan grande, que uno no lo leería a menos que se quisiera volver totalmente loco.
Pero hay gente que lee incluso la Enciclopedia Británica. Conozco a una persona así; es un amigo mío. En este momento me tendría que acordar, por lo menos, de su nombre. Probablemente, todavía esté vivo; ése es mi único temor, pero en ese caso, no hay motivo para tener miedo sólo porque lea la Enciclopedia
Británica. Nunca va a leer lo que estoy diciendo, nunca; no tiene tiempo. No sólo lee la Enciclopedia Británica, sino que se la aprende de memoria, y ésa es su locura. Aparte de esto, parece una persona normal. En cuanto mencionas algo de la Enciclopedia, inmediatamente se vuelve anormal, y empieza a citar páginas y más páginas. No le preocupa, en lo más mínimo, si le quieres escuchar o no.
Sólo ese tipo de gente lee el Mahabharata. Es la enciclopedia hindú; digamos que es la «Enciclopedia Indiana». Naturalmente, es inevitable que sea más grande que la Enciclopedia Británica. Gran Bretaña sólo es Gran Bretaña, no es más grande que uno de los estados pequeños de India. India tiene al menos tres docenas de estados de ese tamaño; y no hablo de toda India, porque la mitad de India ahora es Pakistán. Para tener realmente una perspectiva total de India, entonces habría que seguir sumando.
Antes, Birmania formaba parte de India. Sólo se separó de India a principios de este siglo. Afganistán formaba parte de India; es casi un continente. Por eso el Mahabharata, la «Enciclopedia Indiana», tiene que ser mil veces más grande que la Enciclopedia Británica, que solamente tiene treinta y dos volúmenes. Eso no es nada. Si recopilaseis todo lo que yo he dicho ocuparía más que eso.
Hay alguien que lo ha calculado. No lo sé con seguridad, porque no me dedico a hacer esas tonterías, pero han calculado que he escrito trescientos treinta y tres libros hasta ahora. ¡Increíble! No por los libros, sino por el señor que los ha contado. Debería esperar, porque todavía hay muchos en manuscritos, y otros muchos que todavía no han sido traducidos del original en hindi. Cuando se recopile todo esto realmente va a ser una «Enciclopedia Rajneeshica». Pero el Mahabharata es más grande, y seguirá siendo el libro más grande del mundo; me refiero a volumen y peso.
Lo he mencionado porque estaba hablando de la obsesión hindú. El Mahabharata no es más que la obsesión hindú extensamente escrita, voluminosa, contando que el hombre nace una y otra vez, eternamente.
Por eso, mi abuelo decía: «Detened la rueda.» Si la hubiese podido detener lo habría hecho, no sólo por él, sino por el resto del mundo. No sólo la habría detenido, sino que la habría destruido para siempre, de modo que nadie la pudiese hacer girar de nuevo. Pero no está en mis manos el hacerla.
¿Por qué esta obsesión?
En el momento de su muerte me di cuenta de muchas cosas. Hablaré de todas las cosas que me hice consciente en aquel momento porque éstas han determinado el resto de mi vida.
Sesión 15
Me encanta esta historia que cuentan de Henry Ford. Había construido su coche más bello y se lo estaba enseñando a un cliente prometedor y muy próspero. Era su último modelo, y fue a dar una vuelta con el cliente. A los cincuenta kilómetros, el coche se detuvo inesperadamente. El cliente exclamó: -Pero ¡cómo! ¿Un coche nuevo que se para a los cincuenta kilómetros? -Perdóneme, señor -dijo Ford, – me había olvidado de echarle petróleo.
Entonces, incluso en América se llamaba petróleo, y no gasolina. El cliente, estupefacto, le dijo: -¿Qué me quiere decir? ¿Está diciendo que el coche ha estado andando cincuenta kilómetros sin petróleo? Ford le respondió:
-Sí, señor. Hasta los cincuenta o los sesenta kilómetros basta con mi nombre; no necesita petróleo.
En cuanto arranco me basto conmigo mismo, no necesito nada más. No he podido dormir en toda la noche. Esto no me ha causado ningún problema; en cierto modo, ha sido una noche preciosa. La luna brillaba mucho…, quizá la belleza de la luna y su brillo no me han dejado dormir. Pero ésa no puede ser la razón. Creo que el motivo es que he sido demasiado duro con Devageet. Sí, puedo ser muy cruel. No soy duro, pero puedo serlo, sobre todo en determinados momentos, cuando veo la posibilidad de que haya en ti una apertura. ¡Entonces es cuando realmente golpeo! Y no con un martillo pequeño, sino con el mazo. Cuando uno tiene que asestar un golpe, ¿por qué elegir un martillo pequeño? ¡Acaba de un solo golpe! A veces soy muy duro, por eso tengo que ser muy suave otras veces, para compensar, para que haya un equilibrio.
Cuando me fui de la habitación, aunque sonrieses, había tristeza. No me he podido olvidar. Me resulta muy fácil olvidarme de todo; pero cuando he sido cruel, no es fácil. Soy capaz de perdonar a cualquiera menos a mí mismo. Quizá no haya podido dormir por ese motivo. De todas formas, tengo el sueño muy superficial. En el fondo, siempre estoy despierto. Esta superficie tan fina se puede alterar fácilmente, pero sólo lo puedo hacer yo, nadie más.
En cuanto dejé la habitación me di cuenta de que estabas un poco triste…, seguramente habrá muchas razones, no sólo que te haya dado un golpe. Pero, sean cuales sean los motivos de tu tristeza, he intensificado, de algún modo, la oscuridad en ti. Estoy aquí para iluminaros, no para oscureceros; si se puede decir así. En realidad, deberíamos acuñar un nuevo sentido para la palabra «oscurecer», porque hay mucha gente oscureciéndose los unos a los otros. Es curioso que no exista este significado, porque esta realidad existe. La iluminación sucede en contadas ocasiones; sin embargo, tenemos una palabra para decirlo. Todavía no hay ninguna palabra para lo que está más allá de la iluminación, pero probablemente haya límites para todo. Siempre habrá algo que esté más allá, distante, no limitado a las palabras, sino trascendental.
Pero «oscurecer» debería convertirse en una palabra corriente. Todo el mundo está oscureciendo a los demás. El marido oscurece a la mujer; si no, ¿por qué se esconde? Sólo para oscurecer a su mujer. ¿Y la mujer qué hace? El marido es idiota si cree que sólo él está oscureciendo a su mujer. En la oscuridad, ella le oscurece más de lo que él pueda lograr hacerla. De cualquier forma él usa gafas, y ella todavía no las necesita. Sólo es un pobre dependiente, por eso tiene que usar gafas. ¿Ella qué es? Solamente una madre, una esposa. No necesita gafas.
En la oscuridad, cuidado con la mujer a la que amas, especialmente en la oscuridad. Seguramente, los hombres usan la luz por eso. A los hombres les gusta que haya luz cuando aman; hacen el amor con los ojos abiertos. Las mujeres cierran los ojos. No pueden mirar sin que se les escape una risa, porque todo lo que sucede es repugnante: un mandril sentado encima de ellas, y todo ese… etcétera, etcétera, etcétera.
Sentí un poco de pena. Digo un poco, porque para mí un poco ya es mucho. Una lágrima mía es suficiente. No necesito llorar durante horas, arrancarme el pelo…, que ya no tengo. Nunca se ha hablado de arrancarse la barba. En ningún idioma, ni siquiera en hebreo, existe una expresión como «arrancarse la barba». Y ya conocéis a los judíos y a sus profetas bíblicos, todos tenían barba. Es una ley natural: si tienes barba te quedarás calvo, porque la naturaleza siempre mantiene el equilibrio.
Ahora me acuerdo de mi abuela…Aunque era pequeño, me solía decir: -Oye, Raja, no te dejes nunca barba.
-¿Por qué lo dices? -le preguntaba-.
Sólo tengo diez años, todavía no me ha empezado a salir barba. ¿Por qué lo dices?
-Hay que hacer el pozo antes de que se queme la casa -contestó.
¡Dios mío! Efectivamente, estaba haciendo el pozo antes de que se quemara la casa. Era una mujer realmente hermosa. No comprendí la respuesta, pero le dije:
-De acuerdo, continúa, di lo que quieres decir.
-Nunca, nunca te dejes barba… aunque sé que lo harás -dijo.
-¡Qué extraño! -observé-. Si ya lo sabes, ¿por qué intentas evitado?
-Lo hago lo mejor que puedo, pero sé que te vas a dejar barba -dijo-. La gente como tú siempre se deja barba. Te conozco desde hace once años; seguro que hay una razón, y empezó a reflexionar sobre esto.
No hay ningún motivo; simplemente que no te apetece perder el tiempo todos los días delante del espejo, como un idiota, afeitándote la barba. Imagínate en una mujer con barba, delante del espejo, ¿qué aspecto tendría? Un hombre sin barba tiene exactamente el mismo aspecto. Es así de sencillo: te ahorra tiempo, y el verte como un idiota, por lo menos delante de tu propio espejo.
Pero esto está comprobado: en cuanto te dejas barba te empiezas a quedar calvo. La naturaleza siempre se acuerda de mantener el equilibrio. Sólo te da un número de pelos determinado. Si te empiezas a dejar la barba, entonces, por supuesto, hay que recortar el presupuesto por algún lado. Es mera economía, pregúntale a cualquier contable.
Estaba un poco preocupado por Devageet, sentía como si le hubiese herido. Quizá lo hice…, seguramente era necesario. Por tanto, no os debéis preocupar por mi descanso. Estoy dispuesto a perder la vida en cualquier momento, si hace falta; no por una causa nacional, por un estado o por una raza, sino por un individuo, por cualquiera que le siga latiendo el corazón, que siga sintiendo, y que sea capaz de hacer cosas infantiles. Tened en cuenta que he dicho «cosas infantiles», me refiero a alguien que todavía es un niño. Estoy dispuesto a dar mi vida para que crezca, madure y se integre. Cuando uso la palabra «integración» quiero decir inteligencia más amor; que es igual a integración.
Bueno, esto ha sido una introducción muy larga. Si han podido perdonar a George Bernard Shaw, y no sólo perdonade, sino dadle un Premio Nobel, entonces me podréis perdonar a mí. Y no pido un Premio Nobel; aunque me lo diesen, lo rechazaría, No es para mí, está demasiado lleno de sangre.
El dinero que entregan con el Premio Nobel está empapado de sangre, porque ese hombre, Nobel, era un fabricante de bombas. Ganó una cantidad de dinero inconmensurable durante la I Guerra Mundial, vendiendo armas a ambos bandos. No quisiera tener que tocar su dinero. De hecho, hace muchos años que no toco dinero, porque no necesito hacerlo. Siempre, hay alguien que se ocupa del dinero por mí; y el dinero siempre está sucio, no sólo el del Premio Nobel.
El hombre que fundó el Premio Nobel se sentía realmente culpable, y para desembarazarse de la culpa fundó el Premio Nobel. Fue un bonito gesto, pero fue como matar a un hombre y decirle después: «Lo siento señor, perdóneme, por favor.» Yo no podría aceptar ese dinero sangriento.
A George Bernard Shaw no sólo le veneraban, sino que le dieron el Premio Nobel; la introducción de sus libritos es tan larga, que te preguntas si escribe el libro para la introducción o la introducción para el libro. En mi opinión, el libro ha sido escrito para la introducción, y lo agradezco.
Igualmente, esta introducción ha sido muy larga, No te preocupes por mi sueño, pero recuerda que no te debes sentir molesto si soy duro. Aunque sepas, y todos lo sepan, que nada me puede cambiar, indudablemente hay muchas cosas que pueden cambiar en mi cuerpo e incluso en mi mente. Por supuesto, no soy ni mi cuerpo ni mi mente, pero tengo que funcionar por medio de ellos.
En este momento tengo los labios secos. Esto puede ser por cualquier causa externa. Estoy hablando, pero me molestan los labios. Me las arreglaré, aunque es un estorbo. Devageet, tú me puedes ayudar con una de tus artimañas. Será una buena pausa para esta nota introductoria y después puedo empezar. Gracias…
Después de esto, empiezo con la historia.
La muerte no es el fin, al contrario, es la culminación de toda una vida, el clímax. Tú no te acabas, sino que eres transportado a otro cuerpo. Esto es lo que los orientales denominan «la rueda». Continúa dando vueltas y vueltas. Puede ser detenida, sí, pero el modo de detenerla no es cuando te estás muriendo.
Es una de las enseñanzas, la más grande que adquirí con la muerte de mi abuelo. Él lloraba, con lágrimas en los ojos nos pedía que detuviésemos la rueda. No sabíamos cómo hacerlo: ¿cómo detener la rueda?
Su rueda era su rueda; nosotros, ni siquiera éramos capaces de verla. Era su propia conciencia, sólo él podía hacerla. Puesto que nos pedía que la detuviésemos, era obvio que él no podía hacerlo; de ahí las lágrimas y su constante insistencia, pidiéndolo una y otra vez, como si estuviésemos sordos. -Te hemos oído, Nana -le dijimos-, y te comprendemos. Por favor, guarda silencio.
En ese momento ocurrió algo grandioso. No se lo he contado nunca a nadie; quizá no haya sido el momento hasta ahora. Le dije: -Aquiétate, por favor.
El carro de bueyes traqueteaba sobre el abrupto y desagradable camino, ni siquiera era un camino, era un sendero, y él seguía insistiendo:
-Detén la rueda, Raja, ¿me escuchas? Para la rueda. Yo le repetía: -Sí, te oigo. Sé lo que quieres, pero sé que sólo tú puedes parar la rueda, por eso te digo que estés callado. Intentaré ayudarte.
Mi abuela estaba sorprendida. Me miró con los ojos llenos de asombro: ¿qué estaba diciendo? ¿Cómo iba a ayudarle?
-Sí, no me mires con tanto asombro -le dije-. De repente he recordado una de mis vidas pasadas. Al ver esta muerte, he recordado una de mis propias muertes. Esa vida y esa muerte ocurrieron en Tíbet. Es el único país que sabe cómo detener la rueda de forma científica precisa -entonces comencé a cantar.
Nadie me podía entender, ni mi abuela ni mi abuelo agonizante ni mi criado Bhoora, que escuchaba atentamente desde el exterior. Y aún es más, ni siquiera yo entendía ni una sola palabra de lo que estaba cantando. Sólo después de doce o trece años llegué a entender lo que era. Me ha costado todo este tiempo averiguarlo. Era el Bhardo Thodal, un ritual tibetano.
Cuando muere un hombre en Tíbet repiten un mantra determinado. Ese mantra se llama bardo. El mantra le dice: «Relájate, guarda silencio. Ve a tu centro, quédate ahí; no abandones tu centro pase lo que le pase a tu cuerpo. Sé un testigo. Deja que suceda, no interfieras. Recuerda, recuerda, recuerda que sólo eres el testigo; ésta es tu verdadera naturaleza. Si eres capaz de morir recordándolo, la rueda se detendrá.»
Repetí el Bhardo Thodal para mi abuelo agonizante, sin saber siquiera lo que estaba haciendo. Es curioso, no sólo que yo lo repitiese, sino que al escuchado él se quedara totalmente callado. Tal vez porque era muy raro escuchar el tibetano. Probablemente, debía ser la primera vez que escuchaba algo en tibetano, quizá ni siquiera sabía que existía un país llamado Tíbet. Estaba muy atento y muy callado cuando se estaba muriendo. El bardo funcionó aunque él no lo pudiera entender. A veces funcionan las cosas que no entiendes, funcionan precisamente porque no las entiendes.
Un gran cirujano no puede operar a su hijo. ¿Por qué? Ningún gran cirujano puede operar a su ser querido. No me refiero a su esposa, cualquiera podría operar a su esposa; me refiero a su ser amado, que sin duda no es su esposa y nunca lo será. Reducir al ser amado a tu esposa es un crimen. Por supuesto, la ley no lo castiga, pero la propia naturaleza lo hace, de modo que no es necesaria ninguna ley.
No se puede dejar al amante reducido a marido. Es tan feo tener un marido. La misma palabra es fea. Viene de la misma raíz que «agricultura» ; el marido es el que usa a la mujer como si fuese un campo, una tierra donde sembrar sus semillas. La palabra marido se debe erradicar de todos los idiomas del mundo. Es inhumano. Un amante es comprensible, ¡pero no un marido!
Yo repetía el bardo aunque no entendía el significado, ni sabía de dónde venía, porque todavía no lo había leído. Pero mi abuelo guardó silencio por el impacto del raro sonido de esas palabras. Murió en ese silencio.
Vivir en silencio es hermoso, pero morir en silencio es mucho más hermoso, porque la muerte es como el Everest, el pico más alto de los Himalayas. Aunque nadie me enseñó, aprendí mucho durante ese silencio. Me vi a mí mismo repitiendo algo realmente raro. Me impulsó a un nuevo plano del ser, y me empujó a una nueva dimensión. Comencé una nueva búsqueda, una peregrinación.
En esta peregrinación me he encontrado con muchos más hombres notables que los que menciona Gurdjieff en su libro Encuentros con hombres notables. Hablaré de ellos poco a poco, cuando vaya surgiendo. Hoy vaya hablar sobre uno de esos hombres notables.
No se conoce su verdadero nombre ni su verdadera edad, pero le llamaban «Magga Baba». Magga quiere decir «taza grande». Solía llevar su magga, su taza, en la mano. La usaba para todo: para el té, la leche, la comida, el dinero que le daba la gente o lo que fuese necesario en cada momento. Su magga era lo único que poseía, por eso se le conocía como Magga Baba. Baba es un término respetuoso. Significa abuelo, el padre de tu padre. En hindi el padre de tu madre se llama nana, y el padre de tu padre, baba.
Magga Baba fue, sin duda, uno de los hombres más notables que ha habido en este planeta. Era realmente uno de los escogidos. Se le puede considerar como a Jesús, a Buda o a Lao Tzu. No conozco su infancia ni sé nada de sus padres. Nadie sabe de dónde vino, pero apareció de repente en el pueblo.
No hablaba. La gente insistía en hacerle preguntas de todo tipo. Él se quedaba en silencio y, si le molestaban demasiado, empezaba a farfullar disparates, sonidos sin ningún sentido. La pobre gente pensaba que estaba hablando un idioma que no podían entender. No era, en absoluto, un idioma, sino que sólo hacía sonidos. Por ejemplo:-Higgalal hoo hoo guloo higga hee hee. Entonces esperaba y volvía a preguntar: – Hee, hee, hee? Parecía que estaba diciendo: -¿Habéis entendido? y la pobre gente decía: -Sí, baba, sí.
Después enseñaba su magga y hacía un gesto. Este gesto en India significa dinero. Viene de los viejos tiempos cuando las monedas eran de plata o de oro. Para comprobar que eran auténticas, la gente las tiraba al suelo y escuchaba el sonido que hacían. El oro auténtico tiene un sonido propio que no se puede imitar. De modo que Magga Baba enseñaba su magga con una mano y con otra hacía la señal de dinero queriendo decir: – Si me habéis entendido dadme algo. Y la gente le solía dar.
Yo lloraba de la risa porque no había pronunciado ni una palabra. Pero no tenía codicia por el dinero. Una persona le daba dinero y él se lo entregaba a otra. Su magga siempre estaba vacío. De vez en cuando, podías ver que había algo, pero excepcionalmente. Se trataba de una transición: el dinero iba y venía, la comida iba y venía, pero siempre se quedaba vacío. Siempre lo estaba limpiando. Le he visto limpiarlo por la mañana, por las tardes y por las noches.
Os quiero confesar a vosotros con vosotros me refiero al mundo entero-, que sólo hablaba conmigo en privado, cuando no había nadie presente. Me acercaba hacia él a mitad de la noche, quizá hacia las dos de la mañana, porque era la mejor hora para estar a solas con él. Solía estar abrazado a su vieja manta, al lado de la hoguera, en las noches de invierno. Me sentaba a su lado un rato, pero nunca le molestaba, por eso me quería. A veces se giraba hacia un lado, abría los ojos y me veía ahí sentado; entonces empezaba a hablar por su propia cuenta.
El hindi no era su lengua materna, por eso la gente creía que era difícil comunicarse con él, pero no era verdad. Desde luego, no le habían educado en hindi; sin embargo, no conocía solamente el hindi, sino muchos más idiomas. Por su puesto, el idioma que mejor conocía era el silencio casi toda su vida. Durante el día no hablaba con nadie, pero por la noche hablaba conmigo, sólo si no había nadie más. Era una felicidad poder oír sus pocas palabras.
Magga Baba nunca mencionó nada de su propia vida, pero dijo muchas cosas sobre la vida. Fue la primera persona que me dijo: – La vida es más de lo que aparenta ser. No juzgues por las apariencias, sumérgete a fondo en los valles donde están las raíces de la vida.
De repente hablaba, y de nuevo de volvía a quedar callado. Ésa era su forma de ser. No había forma de convencerle para que hablase: o bien hablaba o no lo hacía. No respondía a las preguntas, y nuestras conversaciones eran absolutamente secretas. No lo sabía nadie. Ahora lo estoy contando por primera vez.
He oído hablar a muchos oradores, y él no era más que un hombre pobre, aunque sus palabras eran pura miel, tan dulces y sustanciosas, tan cargadas de significado.
– Pero hasta que yo me muera, no debes decirle a nadie que has estado hablando conmigo me dijo -, porque hay mucha gente que cree que estoy sordo. Para mí es mejor que lo crean. Muchos piensan que estoy loco, y en lo que a mí respecta, es eso todavía mejor. Los más intelectuales intentan adivinar lo que estoy diciendo, pero sólo son disparates. Cuando oigo el significado que han inferido me pregunto: «¡Dios mío! Si esos son los intelectuales, los profesores, los sabios y los eruditos, ¿cómo será el pueblo?» No había dicho nada y, sin embargo, han creado todo eso de la nada, como pompas de jabón.
Por alguna razón, o tal vez no hubiese ninguna razón, me quería.
He tenido la suerte de ser querido por mucha gente extraña. Magga Baba fue el primero de la lista.
Estaba rodeado de gente todo el día. Era un hombre libre; sin embargo, no se podía mover ni un centímetro porque la gente le estaba sujetando. Le montaban en un rickshaw y se lo llevaban a donde quisieran. Por supuesto, nunca decía que no porque se hacía el sordo, el mudo o el loco. Y jamás pronunció una palabra que estuviese en el diccionario. Obviamente no podía decir ni sí ni no; simplemente se iba.
En una o dos ocasiones se lo llevaron. Desapareció durante unos meses, porque unas personas de otro pueblo se lo habían llevado. Cuando le encontró la policía y le preguntaron si quería volver volvió a hacer de las suyas. Dijo alguna tontería como:- Yuddle fuddle shuddle…La policía dijo: -Este hombre está loco. ¿Cómo vamos a escribir en nuestros informes: « Yuddle fuddle shuddle»? ¿Qué quiere decir? ¿Hay alguien que lo entienda?
De modo que se quedó allí hasta que vino a buscarlo un grupo de gente del primer pueblo. Ése era el pueblo donde me había ido a vivir tras la muerte de mi abuelo.
Todas las noches sin falta me iba a visitarle debajo de su árbol de neem, donde solía vivir y dormir. Aunque estuviese enfermo y mi abuela no me dejase salir, mientras ella dormía, me escapaba por la noche para visitarle. Tenía que hacerlo; tenía que ver a Magga Baba por lo menos una vez al día. Era como un alimento espiritual.
Me ayudó enormemente, aunque no me dio ninguna instrucción aparte de su propio ser. Su propia presencia desató fuerzas desconocidas en mí, desconocidas para mí. Estoy muy agradecido a este hombre, Magga Baba; y la mayor bendición fue que, siendo yo un niño, era la única persona con la que él solía hablar. Esos momentos de intimidad, sabiendo que no hablaba con nadie más en el mundo, fueron tremendamente fortificantes, vivificantes.
Alguna de las veces que le fui a ver había otra persona presente; entonces, él hacia algo tan aterrador que la persona salía corriendo. Tiraba cosas, por ejemplo, o saltaba o bailaba como un loco en mitad de la noche. Inevitablemente se asustaban pues, al fin y al cabo, tenían una mujer, unos hijos y un trabajo, y este hombre no parecía estar en su sano juicio, era capaz de cualquier cosa. Después, cuando se había ido la otra persona, los dos nos echábamos a reír.
Nunca me he reído tanto con nadie, y no creo que me vuelva a ocurrir en esta vida…, y ya no tengo otra vida. La rueda se ha detenido. Sí, sigue girando un poco, pero es por inercia; no está siendo impulsada por ninguna energía nueva.
Magga Baba era tan hermoso que no he encontrado a ningún otro hombre que se le pueda comparar. Era como una estatua romana, sencillamente perfecto; incluso más perfecto de lo que pueda llegar a ser ninguna estatua, porque estaba vivo, quiero decir, lleno de vida. No creo que me vuelva a encontrar a un hombre como Magga Baba; tampoco quiero, porque es suficiente con un Magga Baba, más que suficiente. Me dio mucha satisfacción, ¿y a quién le interesa la repetición? Sé muy bien que no se puede llegar más alto.
Yo mismo he llegado al punto donde no se puede ir más alto. Aunque quieras ir más alto, sigues a la misma altura. En otras palabras, llega un momento, en el crecimiento espiritual, que no puede ser trascendido. Este momento, paradójicamente, se llama trascendental.
La primera vez que me llamó fue el día que se iba a los Himalayas. Por la noche vino alguien a casa y llamó a la puerta. Mi padre abrió y una persona le dijo que Magga Baba quería que fuera a ver/e.
–¡Magga Baba! -dijo mi padre-. ¿Qué tiene que ver con mi hijo? Además, ¿cómo le puede llamar si no habla nunca?
El hombre dijo:
-Lo demás no me concierne. Esto es lo que le tenía que transmitir. Por favor, dígaselo a la persona interesada. Si, casualmente, resulta que es su hijo, no es asunto mío -y el hombre desapareció. Mi padre me despertó en mitad de la noche y me dijo: -Escucha, es importante: Magga Baba te quiere ver. Pero si ni siquiera habla…
Me reí porque sabía que hablaba conmigo, pero no se lo conté a mi padre. -Te quiere ver ahora mismo -prosiguió-, en mitad de la noche. ¿Qué vas a hacer? ¿Quieres ir a ver a ese loco? -Me tengo que ir -le respondí. -A veces pienso que tú también estás un poco loco -dijo mi padre-. De acuerdo, vete, y cierra la puerta desde fuera para que no me vuelvas a molestar para entrar.
Me precipité, salí corriendo. Era la primera vez que me llamaba. Cuando llegué a donde estaba le pregunté: -¿Qué sucede? -Es mi última noche aquí -dijo-. Me voy, quizá para siempre. Eres el único con el que he hablado. Perdóname, tuve que hablar con la persona que fue a tu casa, pero no sabe nada. No sabe que soy un místico. Es un desconocido y le he sobornado dándole una rupia para que te transmitiera este mensaje.
En aquella época, una rupia de oro era mucho dinero. Hace cuarenta años en India se podía vivir cómodamente durante un mes con una rupia de oro. ¿Sabéis que la palabra inglesa «rupia» viene del hindi rupaiya que quiere decir «dorado»? En realidad, el billete no se debería llamar rupia porque no es dorado. Esos tontos al menos lo podían haber pintado de colores dorados, pero ni siquiera eso. Una rupia de aquellos tiempos equivale casi a setecientas de las de ahora. Han cambiado muchas cosas en cuarenta años. Las cosas se han vuelto setecientas veces más caras.
-Sólo le di una rupia y le dije que entregara el mensaje -dijo-. Estaba tan fascinado con la rupia que ni siquiera me miró. Era un desconocido, no le había visto antes.
-Yo también puedo decir lo mismo -respondí-. Tampoco le había visto nunca en este pueblo; probablemente, estaba de paso. Pero no tienes por qué preocuparte. ¿Por qué me has mandado llamar? Magga Baba dijo: -Me marcho y no me puedo despedir de nadie. Tú eres el único. Me abrazó, me besó en la frente, me dijo adiós y se fue, simplemente así.
Magga Baba había desaparecido muchas veces en su vida, la gente lo encontraba y lo volvía a traer; por eso nadie se preocupó demasiado la última vez que desapareció. Solamente al cabo de unos meses se percataron de que realmente había desaparecido, porque hacía muchos meses que no volvía. Empezaron a buscar por los sitios donde había estado antes, pero nadie le había visto. Esa noche, antes de desaparecer, me dijo: -Probablemente, no te vea florecer, pero te doy mis bendiciones. Quizá no pueda volver. Voy a los Himalayas. No le cuentes a nadie mi paradero. .
Estaba feliz al decirme esto, dichoso de irse a los Himalayas. Los Himalayas siempre han sido el hogar de los que han buscado y encontrado.
Yo no sabía a dónde se había ido; los Himalayas son la cadena montañosa más grande del mundo, pero en una ocasión, viajando por los Himalayas, llegué hasta un lugar que parecía su sepultura. Es extraño, pero estaba al lado de la de Moisés y Jesús. Esas dos personas también están enterradas en un lugar remoto de los Himalayas. Había ido hasta allí para ver la tumba de Jesús; y por coincidencia, encontré allí la tumba de Moisés y la de Magga Baba. Fue una sorpresa, claro. Nunca había imaginado que Magga Baba tuviera algo que ver con Moisés o con Jesús, pero al ver su tumba allí entendí inmediatamente por qué su rostro era tan hermoso; por qué se parecía a Moisés más que ningún otro hindú. Quizá perteneciese a la tribu perdida. Moisés perdió una tribu cuando iba de camino hacia Israel. Esa tribu se asentó en Cachemira, en los Himalayas. Y digo con conocimiento que esa tribu tuvo más suerte que Moisés cuando encontró Israel. En Israel, Moisés encontró un desierto totalmente inservible. En Cachemira, ellos encontraron el auténtico jardín de Dios.
Moisés fue hasta allí buscando a la tribu perdida. Jesús también fue allí después de la supuesta crucifixión. Digo supuesta, porque realmente no ocurrió, no murió. Después de estar seis horas en la cruz, Jesús todavía no se había muerto. Los judíos tenían una manera tan cruel de crucificar a la gente, que tardaban casi treinta y seis horas en morir.
Un discípulo muy rico de Jesús dispuso que la crucifixión fuese un viernes. Fue un acuerdo…, los judíos no pueden trabajar los sábados porque es su día festivo. Tuvieron que bajar a Jesús de la cruz temporalmente, y ponerlo en una cueva hasta el lunes siguiente. Entretanto, fue sustraído de la cueva.
Ésta es la historia que cuentan los cristianos. Lo cierto es que mientras estaba en la cueva por la noche, después de haber bajado de la cruz, se lo llevaron de Israel. Estaba vivo aunque había perdido mucha sangre. Necesitó algunos días para curarse, pero se curó y vivió hasta los ciento doce años en un pueblecito llamado Pahalgam, en los Himalayas de CachemIra.
Escogió ese lugar, Pahalgam, porque encontró el sepulcro de Moisés. Moisés había ido antes buscando a su tribu perdida. La encontró, pero también se dio cuenta que Israel no se podía comparar con Cachemira. Vivió y murió allí, me refiero a Moisés. Cuando Jesús fue a Cachemira con su amado discípulo Tomás, le mandó a India para que impartiese sus enseñanzas. Él se quedó en Cachemira el resto de su vida, cerca de la tumba de Moisés.
Magga Baba también está enterrado en el pequeño pueblo de Pahalgam. Cuando estuve en Pahalgam descubrí la extraña relación que va desde Moisés, pasando por Jesús y por Magga Baba hasta mí.
Antes de marcharse del pueblo, Magga Baba me dio su manta diciendo: – Es lo único que poseo y eres la única persona a quien se la quiero dar. -De acuerdo -dije-, pero mi padre no me va a dejar que me lleve la manta a casa.
Él se rió, yo me reí…, los dos nos divertíamos. Él sabía perfectamente que mi padre no iba a permitir que entrara en su casa una manta tan sucia. Pero estaba triste y apenado porque no podía conservarla. No era gran cosa, era un trapo viejo, pero pertenecía a un hombre de la categoría de Buda o de Jesús. No podía llevarla a casa porque mi padre, comerciante de ropa, era muy puntilloso con la ropa. Sabía perfectamente que no me lo iba a permitir. Tampoco podía llevada a casa de mi abuela, ella tampoco querría porque era escrupulosa con la limpieza.
He heredado la manía de la limpieza de ella. Es culpa suya, no soy responsable en absoluto, No soporto las cosas usadas o sucias, imposible. Solía decirle, en broma, claro: -Me estás malcriando. Es verdad. Me ha malcriado para siempre, pero le estoy agradecido. Me ha malcriado a favor de la pureza, la limpieza y la belleza.
Magga Baba era importante para mí, pero si tuviera que elegir entre mi Nani y él, seguiría escogiendo a mi Nani. Aunque ella no estaba iluminada entonces, y él sí lo estaba, a veces una persona que no está iluminada es tan hermosa que la escogerías, aunque tengas como alternativa a una persona iluminada.
Si pudiera escogerlos a los dos, lo haría. O si pudiera escoger a dos personas entre millones, los escogería a ellos dos. Magga Baba en el exterior…, no entraría en casa de mi abuela, se quedaría fuera, debajo de su árbol de neem. Mi abuela, por supuesto, no se sentaría al lado de Magga Baba: –¡Ese tipo! -solía llamarle-. ¡Ese tipo! Déjalo y no te acerques a él. Date una ducha siempre que pases a su lado.
Tenía miedo de que tuviese piojos porque nunca le habían visto darse un baño. Probablemente tenía razón: desde que yo le conocía, no se había dado un baño. No podían estar en el mismo sitio, eso también es verdad. En este caso no era posible la coexistencia, pero siempre podíamos llegar a algún arreglo. Magga Baba podría estar debajo del árbol de neem, en el patio, y Nani sería la reina de la casa. Y yo podía tener el amor de ambos, sin tener que escoger esto o aquello. Odio el «o bien esto o bien lo otro».
¿Qué hora es?
-Las diez y dieciséis minutos, Osho.
Dadme cinco minutos. Sed buenos con este pobre hombre, y cuando hayan pasado los cinco minutos nos podemos ir.
Sesión 16
En el mundo hay seis religiones importantes. Se pueden dividir en dos categorías: una está formada por el judaísmo, el cristianismo y el islamismo. Creen en una sola vida. Estás entre la vida y la muerte, no hay nada más allá de la vida y la muerte, la vida es todo lo que hay. Aunque creen en el cielo, en el infierno y en Dios, son el resultado de una vida, de una sola vida. La otra categoría está formada por el hinduismo, el jainismo y el budismo. Creen en la teoría de la reencarnación. Vuelves a nacer una y otra vez, eternamente; a menos que uno se ilumine; en ese caso, se detiene la rueda.
Esto es lo que preguntaba mi abuelo cuando se estaba muriendo, pero yo no era consciente del significado…, aunque repetí el bardo como si fuese una máquina, sin entender lo que estaba diciendo o haciendo. Ahora comprendo la preocupación del pobre hombre. Puedes llamarlo «la última preocupación». Cuando se convierte en una epidemia, como en Oriente, entonces es una obsesión y lo desapruebo. En ese caso es una enfermedad; no es algo que haya que alabar sino reprobar.
La obsesión es la manera psicológica de desaprobar algo; por eso he usado esta palabra. En lo que respecta a las masas de Oriente, esto ha sido una enfermedad durante miles de años. Les ha impedido ser ricos, prósperos y opulentos, porque su única preocupación ha sido cómo detener la rueda. Entonces, ¿quién la va a engrasar y se va a ocupar de que gire suavemente?
Por supuesto, yo necesito a mis sannyasins para que las ruedas de mi Rolls sigan rodando. Basta con un ruidito para que haya un contratiempo…, incluso un suave sonido. Durante un par de días, uno de los Rolls Royces estaba haciendo un ruidito, sólo de vez en cuando, muy suave, como un pajarito cantando entre los árboles. No debería ocurrir; un Rolls no es un pájaro. ¿De dónde viene ese ruido? Del volante. No lo puedo soportar. Como sabéis, no soy intolerante, pero ¿un Rolls Royce nuevo que empieza a cantar, y además en e! volante?
En realidad, no sé qué hay debajo del capó. Nunca he mirado ni pienso hacerlo. No es mi especialidad. Debo decir que era un ruido suave, como el de un pajarito diminuto silbando. Pero hay que repararlo. Un Rolls Royce no silba, ni siquiera suavemente. ¿Y qué hacen estos tipos? Toda su ocupación -y su meditación también- consiste en mantener los Rolls Royces en perfecto estado. Si esos dos tipos, Rolls y Royce, nacieran otra