Vislumbres de una infancia dorada (libro) (5)

Sesión 32

Siempre he pensado que, desde el principio, algo fue bien conmigo. Por supuesto, no existe una expresión así en ningún idioma. Existe una expresión como «algo fue mal», pero no «algo fue bien», pero ¿qué puedo hacer? Me ha ido bien desde mi primer aliento hasta ahora por lo menos, y espero que no cambie. Debe ser que me he debido de acostumbrar a esta rutina.
He sido amado por mucha gente sin razón alguna. Las personas son respetadas por sus capacidades; yo he sido amado por ser yo mismo. No sólo ahora, por eso digo que desde el principio, algo estaba bien en el propio esquema de las cosas. De lo contrario, ¿cómo puede ir bien algo?
Desde el principio -todos los momentos que he vivido- me ha ido yendo cada vez mejor. Uno sólo puede maravillarse…
Quizá le pueda dar un nuevo significado a la palabra «dios»: cuando algo va bien sin ningún motivo, tú no lo has hecho, no te lo mereces, y sigue sucediendo; cuando todo va bien a pesar de ti.
Por supuesto, no soy una persona correcta, y a pesar de todo, las cosas me siguieron yendo bien. Incluso hoy, no me puedo creer que me ame tanta gente alrededor del mundo sin ninguna razón. No he alcanzado nada por lo que pueda exigir ningún respeto, ni dentro ni fuera. Soy una no-entidad, sólo un cero.
El día en que dejé mi trabajo en la universidad lo primero que hice fue quemar todos mis títulos y diplomas, y toda la tontería que había estado cargando conmigo, limpiamente apilada. Disfruté la quema tanto que toda mi familia se reunió alrededor, pensando que finalmente me había vuelto loco por completo. Siempre habían pensado que estaba medio loco. Viendo sus caras, comencé a reír incluso más alto.
-Ha sucedido -dijeron.
-Sí, por fin ha sucedido -les dije. -¿Qué quieres decir con «ha sucedido»? -me preguntaron.
-Toda mi vida he estado tratando de quemar estos títulos -les dije-, pero no pude porque eran necesarios. Ahora ya no lo son: puedo volver a ser tan salvaje como al nacer.
-Eres tonto, estás completamente loco -me dijeron-. Has quemado los títulos más valiosos. Has tirado la medalla de oro en el pozo; ahora quemas incluso el último remanente que mostraba que una vez fuiste el primero de toda la universidad.
-Ahora nadie puede hablarme de esas tonterías -dije.
Incluso hoy no tengo ningún talento. No soy un músico como Hariprasad; no soy como los muchos ganadores de los Premios Nobel. Soy un don nadie; a pesar de ello, miles de personas me han dado su amor sin pedir nada a cambio.
Precisamente el otro día Gudia me dijo que, mientras estaba en esta silla, Asheesh estaba arreglando mi otra silla. Ella nunca le había visto llorar. Él estaba llorando y ella le preguntó: -¿Qué te ocurre?
-No me pasa nada -dijo él-. Es que durante cinco días Osho no le ha dicho a nadie que su silla olía, y soy el responsable porque la construí. La debía de haber revisado. Debería de haber olido cada pieza. Ahora, ¿quién me perdonará?
Asheesh no es un carpintero corriente. Tiene un doctorado en Ingeniería; está tan cualificado como el que más. Y a la silla no le pasa nada; si a alguien le pasa algo, es a mí. Cuando me enteré que estaba llorando, recordé a las muchas personas que me han amado y que han llorado por mí, sin razón alguna… y tampoco soy una persona demasiado buena.
Si haces una división entre los tipos malos y los buenos, con toda seguridad voy a estar entre los malos. Seré el último en estar con Mahatma Ghandi, Mao Zedong, Karl Marx, la Madre Teresa, Martin Luther King, y la lista es interminable. En lo que se refiere a los tipos malos, estoy solo.
Por lo menos no puedo clasificar a nadie como malo: Adolf Hider, Mussolini, José Stalin o seguramente, se pensaban que lo que hacían estaba bien. Quizá no lo estaba, pero no era culpa suya. Eran retrasados, pero no malos. No puedo clasificar a nadie como malo.
Si tuviera que contabilizar a alguien, entonces recordaría a gente como Sócrates, Jesús, Mansoor, Sarmad, gente que fue crucificada, castigada. Pero no, ni siquiera a ellos los puedo contar. Ellos eran diferentes a su manera.
La gente ha tratado de castigarme, pero nunca lo ha conseguido. Al contrario, desde el maestro Kantar a Morarji Desai, todos se han ido por el desagüe, adonde, en realidad, pertenecían.
Pero es curioso, lo único que puedo decir es que, desde el principio, he caminado por un camino de rosas. Ellos dicen:
-No te lo creas…
Pero, ¿qué puedo hacer? He caminado y he conocido. He visto y he experimentado la dicha en cada momento de mi vida.
La primera persona que me llamó «El Bendito» fue la última persona que mencioné ayer. Por eso quiero seguir hablando de él esta tarde. Masta Baba…, le llamaré sólo Masto, porque así era como quería que le llamara. Siempre le llamé Masto, aunque a regañadientes, y le dije que lo recordara. Además, Pagal Baba me había dicho:
-Si quiere que le llames Masto, como yo lo hago, no le hagas sufrir. A partir del momento en que yo muera, tú ocuparás mi lugar para él.
Y ese mismo día murió Pagal Baba, y le tuve que llamar Masto. Yo no tenía más de doce años, y Masto tenía por lo menos treinta y cinco, o quizá más. Es complicado para un muchacho de doce años calcular exactamente, y treinta y cinco es la edad más engañosa; la persona podría tener treinta o cuarenta; todo depende de su genética.
Ahora bien, esto es un asunto complicado. He visto hombres que tienen todo el pelo todavía negro incluso a los sesenta. No es algo de lo que jactarse; todas las mujeres lo tienen. Esos hombres en realidad deberían ser mujeres, eso es todo. Por error algo fue bien. Es sólo una cuestión de química.
A las mujeres no les salen canas tan pronto como a los hombres, tienen una química diferente; bioquímica, para ser más exacto. Y raramente se quedan calvas. Sería muy hermoso encontrar a una mujer calva. Sólo me he encontrado en toda mi vida a una mujer que podría haber sido calva, y sólo llevaba camino de serio. Quizá ahora ya lo sea, porque han pasado diez años desde que la vi.
¿Por qué no se quedan calvas las mujeres? Nada en especial. Es sólo porque su cuerpo elimina las células muertas en forma de pelo. Una mujer no puede dejarse crecer la barba o el bigote; su pelo crece en un área limitada. Por supuesto, a ningún hombre le puede crecer el pelo tan largo como a una mujer porque su capacidad está dividida. Más aún, una mujer por naturaleza está hecha para vivir diez años más de media que un hombre.
Una cosa más: el hombre alcanza su clímax sexual a los treinta y cinco años. En realidad, sólo lo estoy diciendo para no herir los sentimientos de los pobres hombres. De hecho, alcanza su clímax sexual a los dieciocho años; a partir de ahí empieza a declinar. A los treinta y cinco se puede decir que es el principio del fin. Es entonces cuando un hombre se da cuenta que está acabado. Ése es el momento en el que el hombre se vuelve espiritual, entre los treinta y cinco y los cuarenta. A esa edad le impresionan todo tipo de bobadas. El verdadero motivo es que está perdiendo su potencia. Al perder su potencia, se empieza a interesar sobre la omnipotencia de Dios.
Vaya palabra han encontrado: ¡omnipotencia! El primero que acuñó la palabra omnipotencia debió de ser el hombre más impotente de! mundo. Empiezan a hacerse miembros de la Sociedad Teosófica, Testigos de Jehová, y lo que se te ocurra. Nombra lo que quieras y encontrarás un seguidor, pero siempre estará entre los treinta y cinco y los cuarenta años, porque ése es e! momento cuando requiere un apoyo para poder seguir, para darle una sensación de que todavía existe.
A esa edad la gente empieza a hacer todo tipo de cosas, como tocar la guitarra, el sitar, la flauta, y si es rico, jugar al golf. Si no son ricos, si sólo son pobres, empiezan a beber cerveza y a jugar a las cartas. Hay miles de personas en todo el mundo jugando constantemente a las cartas.
¿En qué clase de mundo vivimos? Y creen en sus cartas, el rey, la reina, y hasta en el comodín. De hecho, son los únicos reyes y reinas que hay en el mundo; excepto, por supuesto, la reina de Inglaterra, que no es ni una reina de verdad ni una reina de la baraja; ella es la peor. ¿Qué estaba diciendo?
-Estabas hablando sobre Masto… le llamabas siempre Masto. Masto, bien. Él era un rey; no un rey de la baraja, ni siquiera un rey de Inglaterra, sino un rey de verdad. Lo podías ver. No hacía falta nada para demostrarlo. Es extraño que fuese la primera persona en llamarme «El Bendito», Bhagwan.
Cuando me llamó así, le dije: -Masto, ¿te has vuelto tan loco como Pagal Baba, o más?
-Desde este momento, recuerda -dijo él-, no te llamaré otra cosa que lo que te acabo de llamar. Por favor – me dijo – déjame ser el primero, porque miles te llamarán “El Bendito”. Hay que dejarle al pobre Masto ser el primero. Déjame, por lo menos, tener el honor.
Nos abrazamos y lloramos juntos. Ese fue nuestro último encuentro; precisamente el día anterior yo había tenido la experiencia. El 22 de marzo de 1953 nos abrazamos sin saber que ése iba a ser nuestro último encuentro. Él quizá los sabía pero yo no era consciente. Me dijo esto con sus bellos ojos llenos de lágrimas.
    -El otro día le pregunté a Chetana: -Chetana, ¿qué aspecto tiene mi cara? -¿Cómo? -me dijo. -Lo pregunto porque no he comido nada más que fruta desde hace meses -le dije-, excepto algunos días en que me tomé la cocción de Devaraj. No sé en qué consiste; lo único que sé es que hace falta una inmensa fuerza de voluntad para comérsela. Tienes que masticarla durante media hora, pero es muy buena. Cuando me la termino estoy tan cansado, tan absolutamente cansado, que estoy casi dormido. Por eso te lo pregunto.
-Osho, me lo estás preguntando -me dijo ella-; ¿te puedo decir la verdad?
-Sólo la verdad -le respondí.
-Cuando te miro sólo te veo los ojos -me respondió-; por eso, por favor, no me preguntes. No sé que aspecto tenías antes, o que aspecto puedes tener ahora. Todo lo que conozco son tus ojos.
Qué lástima, no puedo mostrarte a Masto. Todo su cuerpo era hermoso. Uno no se podía creer que no hubiese venido del mundo de los dioses. En India hay muchas hermosas historias. Una de ellas, tomada del Rigveda, es la de Pururva y Uruvashi.
Uruvashi es una diosa que se ha hartado de los placeres del paraíso. Me gusta esta historia porque es muy cierta. Si tienes todos los placeres, ¿cuánto tiempo puedes soportados? Uno acaba aburriéndose. La historia debe haber sido escrita por alguien que sabía.
Uruvashi se aburre de todos los placeres, de los dioses y de sus líos amorosos. Finalmente, cuando ella está en las manos del dios principal, Indra, utiliza ese momento, como cualquier mujer utiliza esos momentos, para pedir un collar o un reloj o un anillo de diamantes o cualquier cosa que puedas imaginarte.
Ashu, ¿qué te estás imaginando? ¿Lo sabes? Sí, te ríes porque lo sé. Dímelo, sino lo voy a contar. ¿Lo cuento? No, no sería de caballeros. Y te estás riendo tan feliz; no me gustaría estropearlo.
Uruvashi le pide a Indra: Por favor, si estás tan contento conmigo, ¿me podrías hacer algún regalito? No mucho, un regalito. Indra dice: -Sea lo que sea, pídelo, y se te concederá. -Quiero ir a la tierra y amar a un hombre corriente -responde ella.
Indra estaba completamente borracho. Debes de hacerte a la idea de que los dioses indios no son como el Dios cristiano, ni siquiera como sus sacerdotes, mucho menos como el Dios cristiano. El cristianismo es una religión dictatorial. La religión hindú es más democrática, y también más humana.
Indra está completamente borracho y dice: -De acuerdo, pero con una condición: en cuanto le digas a un hombre que eres una diosa, tendrás que regresar inmediatamente al paraíso.
Uruvashi desciende a la tierra y se enamora de Pururva, que es un arquero y también poeta. Y ella es tan hermosa que naturalmente Pururva quiere casarse con ella.
-Por favor, no me hables de matrimonio -dice ella-. Ni lo menciones. No podré vivir contigo si no me prometes que no lo vas a volver a mencionar. Y Pururva, que era un poeta, evidentemente entiende la belleza de una mujer como Uruvashi. Nunca ha conocido nada comparable a ella; naturalmente, ella es una diosa en la tierra. Bajo la influencia de su intoxicante belleza, lo promete. Entonces Uruvashi dice:
-Una cosa más. Nunca debes de preguntarme quién soy; de lo contrario, lo olvidamos todo ahora mismo. Es preferible no comenzar.
-Te amo -respondió Pururva-. No quiero saber quién eres, no soy un detective.
Después de hacer estas dos promesas, Uruvashi yace con Pururva. Después de unos días… Los Vedas, en ese sentido, son muy humanos; ninguna otra escritura es tan humana. Todas las demás escrituras son muy altisonantes. En otras palabras, una mierda. Pero el Rígveda es humano, con todas las limitaciones humanas, la fragilidad, las debilidades e imperfecciones. Como cualquier otra luna de miel, algún día se termina, quizá un poco más deprisa en Occidente que en India…, a estos amantes les duró seis meses.
En América, basta un fin de semana para el principio y el final de una luna de miel, y cuando la luna de miel termina, comienza el matrimonio. ¡Jesús! Si decís que después de la muerte existe un infierno para los pecadores… ¡es después de la luna de miel! De hecho, es el matrimonio. En India dura seis meses; es una forma de acabar las cosas, a la velocidad de un carro de bueyes.
Una noche, Uruvashi se despertó porque Pururva la estaba mirando. Eso no es lo que suele hacer un marido, ¡mirar a su mujer! ¿Qué estaba haciendo mirándola mientras dormía? Si hubiera sido la mujer de otro, entonces hubiera sido normal, pero ¿a su propia mujer? Pero Uruvashi debía de ser, era sin remedio, una belleza divina, con algo del más allá. Pururva no se pudo contener.
-Por favor dime quién eres -le preguntó. -Pururva, has roto tu promesa -le dijo Uruvashi-. Te diré la verdad, pero dejaré de estar contigo -en el momento que le dijo que era una diosa aburrida del paraíso, que había venido a la tierra a tener una pequeña experiencia de la gente real, porque los dioses eran tan falsos, en ese mismo momento, se evaporó como un hermoso sueño. Pururva miró una y otra vez a la cama vacía; allí no había nadie.
Es una de esas hermosas historias que siempre me han gustado. Masto ha debido de ser un dios nacido en este mundo. Ésa es la única manera de expresar lo bello que era. Y no era solamente la belleza del cuerpo, que con certeza lo era. No estoy en contra del cuerpo, estoy totalmente a favor. Me gustaba su cuerpo. Solía acariciarle la cara, y él me decía:
-¿Por qué me acaricias la cara con los ojos cerrados?
-Eres tan bello -le dije-, que no quiero ver ninguna otra cosa que pueda distraerme; por eso cierro los ojos…, para poder soñarte tan bello como eres.
¿Estás anotando estas palabras?: «Para poder soñarte tan bello como eres. Quiero que seas mi sueño.» Pero no sólo tenía un cuerpo o un cabello hermoso, nunca he visto una cabellera tan bonita, especialmente en la cabeza de un hombre. Solía tocar y jugar con su cabello y nos reíamos.
-Esto es demasiado -me dijo una vez-. Baba estaba loco, y ahora me ha dejado un maestro que está más loco todavía. Me dijo que tú ocuparías su lugar, de modo que no te puedo impedir nada de lo que quieras hacer. Incluso si me cortas la cabeza, estaré dispuesto y deseándolo.
-No te asustes -le dije-, no te cortaré ni un pelo. En lo que concierne a tu cabeza, Baba ha hecho ya su trabajo. Sólo te queda el pelo -entonces ambos nos reímos. Esto sucedió muchas veces, de muchas maneras.
Pero era hermoso, física y también psicológicamente. Siempre que tenía alguna necesidad, sin preguntarlo, para no ofenderme, por la noche, me dejaba dinero en los bolsillos. Sabéis que no tengo bolsillos. ¿Conocéis la historia de cómo perdí los bolsillos? Fue Masto. Él solía poner dinero, oro, todo lo que pudiera conseguir, en mis bolsillos. Finalmente, abandoné la idea de tener bolsillos; tentaba a la gente. O te abren el bolso y te roban la cartera, o en muy pocas ocasiones, con un hombre como yo, se convierten en una persona como Masto.
Él esperaba hasta que me iba a dormir. A veces fingía estar dormido. Incluso tenía hasta que roncar para convencerse; entonces lo cogía in ftaganti, con las manos en mi bolsillo.
-¡Masto! -le dije-. ¿Es esto lo que hace un sabio? -y los dos nos echamos a reír. Finalmente, abandoné la idea de tener bolsillos. Soy la única persona del mundo que no necesita bolsillos. En cierto modo está bien, porque nadie puede abrírmelos. También está bien que no tenga que llevar ningún peso. Siempre hay alguien que lo puede hacer por mí. No los necesito. No he necesitado bolsillos desde hace años; siempre se ha ocupado alguien por mí.
Precisamente esta mañana Gudia me estaba sirviendo el té Y he dejado que un platillo se me escapara de las manos. No puedo decir que lo he dejado caer; eso sería demasiado, porque el platillo era muy caro. Estaba incrustado en oro. Y ella no me perdonaría si digo que tenía que caerse, que he dejado que se me escapara de la mano. Por eso, inevitablemente, se cayó. No podía volar; se tuvo que caer.
En ese momento entendí muchas cosas que siempre había entendido, pero en ese momento todas culminaron en mí. La caída…, el hombre no podía volar, ni Adán ni Eva…, naturalmente tuvieron que caer. No fueron las mañas de la serpiente; para ellos lo natural fue caer. Era natural, muy natural para Adán y Eva caer, porque no tenían manera de volar, ni Lufthansa, ni Pan Am, ni siquiera Air India. Y el pobre Adán era muy pobre. Pero de alguna manera estuvo bien que cayera; de otra manera estaría en la misma situación que Uruvashi.
Él habría disfrutado de todos los frutos del paraíso, sin ninguna alegría, por supuesto. Habría vivido con Eva sin amor. En el paraíso nadie ama demasiado. Puedo decirlo sin ningún temor a que me echen, porque no quiero entrar en el paraíso, ¡a quién le importa! El paraíso es el último lugar en el que me gustaría entrar; prefiero incluso el infierno. ¿Por qué? Sólo por la buena compañía. El paraíso es sencillamente horrible. En compañía de los santos…, ¡Dios mío! Esos dioses deben de ser imbéciles, o quizá carecen de inteligencia, son como robots; de lo contrario, si no, ¿cómo es que siguen dando vueltas en el carrusel? No quiero formar parte de eso.
Pero Masto tenía el aspecto de un dios descendido a la tierra. Lo amaba sin razón alguna, por supuesto, porque el amor no puede tener ninguna razón. Todavía lo amo. Todavía lo amo. No sé si está vivo o no, porque el 22 de marzo de 1953 desapareció. Me dijo que se iba a los Himalayas.
-He cumplido con mi responsabilidad respecto a la promesa que le hice a Pagal Baba -me dijo-. Ahora eres lo que antes eras en potencia. Ya no soy necesario.
-No, Masto -le dije-, te seguiré necesitando, por otras razones.
-No -dijo él-. Encontrarás maneras de conseguir todo aquello que necesites. Pero yo no puedo esperar.
Desde entonces, de vez en cuando solía escuchar, quizá de alguien que venía de los Himalayas, un sannyasin o un bikkhu, que Masto estaba en Kalimpong, o que estaba en Nainital, acá o allá, pero nunca regresó de los Himalayas. Le preguntaba a todo el mundo que iba a los Himalayas:
-Si te encuentras con este hombre… -pero era difícil, porque no se dejaba fotografiar. Una vez le convencí para que le sacaran una foto, pero el fotógrafo de mi pueblo ¡era un genio! Se llamaba Munnu Mian, un pobre hombre, pero tenía una cámara. Debía de ser el modelo más antiguo del mundo. Su cámara debería de haber sido conservada; ahora valdría millones de dólares. De todo un carrete salía con suerte una foto. Y esto tampoco era seguro. Cuando mirabas a la foto no te podías creer cómo se las había arreglado, porque no se parecía a ti. ¡Él era futurista! Realmente futurista. Hacía unas fotos que sólo le hubieran gustado a Picasso…, o no sé, incluso podrían no haberle gustado si Munnu Mian se la hubiera hecho al propio Picasso.
Como pude le convencí a Masto para que fuera a Munnu Mian. Munnu Mian se puso muy contento. Masto se sentó a regañadientes en el estudio del aldeano. No puedo llamarlo estudio; era sólo una silla roñosa sin brazos. La gente raramente venía a que le sacaran una foto, por eso no había un estudio propiamente dicho.
No es posible que sepáis cómo se hacía en los pueblos indios. No os lo podéis ni imaginar. Todavía es como antes. De fondo, había una pintura, una cortina ancha pintada con una escena de las calles de Bombay, grandes edificios, automóviles, autobuses. Y por supuesto luego se pensaba que la foto había sido tomada en Bombay. ¿Qué más puedes pedir a una rupia por tres fotos? Pero Masto se las arregló…, o, para ser más correcto, el idiota de Munnu Mian deshizo todo lo que yo había estado preparando. ¡Se olvidó poner una placa en la cámara!
Todavía estoy viendo la escena completa. Había preparado a Munnu Mian diciéndole:
-Sé muy preciso, correcto. He conseguido traer a este hombre con muchas dificultades, y si le sacas una foto será una gran publicidad para tu estudio.
Él estaba convencido y dijo:
-Lo intentaré. Enséñame dos palabras en inglés. He oído que en las ciudades más grandes, antes de disparar el obturador, dicen: «Por favor, listos…»
Por supuesto, me lo dijo en hindi, pero quería decido en inglés para impresionar al hombre respetable. Después quiso saber cómo decir: «Gracias», para decirlo al terminar. Cuando tuvo todo preparado, dijo: «Por favor, listos…», por supuesto en inglés. Ni siquiera Masto pudo creerse que Munnu Mian supiera algo de inglés. Entonces disparó su cámara con un disparo muy sonoro. Todavía puedo ver su cámara. Puedo decir con seguridad que darían un millón de dólares por ella debido a su antigüedad. Era enorme.
Entonces dijo: -Muchas gracias, señor -y nos marchamos. Salió corriendo detrás de nosotros y nos dijo con lágrimas en los ojos: -Perdonadme, por favor, volved. ¡Me olvidé de poner una placa en la cámara! Eso fue demasiado. Masto dijo: -¡Tú, idiota! Vete corriendo de aquí; si no, perderé los estribos, ¡y soy muy temperamental! Yo sabía que no era en absoluto temperamental, y le dije a Munnu Mian: -No te preocupes. Lo organizaré de nuevo -pero se escapó; de hecho, salió corriendo. Le dije-: Escucha, no corras… -pero no me escuchó.
Le convencí a Masto para que volviéramos pero cuando llegamos al estudio estaba cerrado. Munnu Mian estaba tan asustado que viendo que veníamos, cerró el estudio y salió corriendo. Por eso no tenemos ninguna foto de Masto.
Sólo hay tres fotos que siempre he querido tener para poder enseñároslas. Una era la de Masto, una rara belleza. La otra era la de un hombre del que hablaré más tarde y la de una mujer de la que también hablaré más tarde. Pero no tengo ni una foto de ninguna de esas tres personas.
Es una cosa extraña: los tres eran contrarios a que les sacaran una foto, totalmente contrarios, quizá porque una foto invariablemente distorsiona la belleza, porque la belleza es un fenómeno vivo y la foto es estática. Cuando sacamos la foto de una flor, ¿te piensas que la misma flor está ahí todavía? No, mientras tanto ha crecido. Ya no es la misma; a pesar de ello la foto siempre permanecerá igual. La foto nunca crece. Está muerta desde un principio. ¿Cómo lo llamáis? ¿Nacida muerta? ¿Es eso correcto?
-Sí, Osho.- De acuerdo, una foto nace muerta, muerta, muerta ya antes de respirar por primera vez; no respira.
La única persona a quien he amado y conocido como una de las más bellas, y que me dejó sacarle fotos, fue mi Nani. Ella me dejaba, pero con la condición de que el álbum quedara bajo su custodia.
-No hay ningún inconveniente -le dije-, pero ¿por qué? ¿No puedes confiar en mí?
-Puedo confiar en ti -me contestó-, pero no puedo confiar en los fotógrafos. No eres tú el que me puede hacer daño, pero quiero que las fotos estén bajo mi custodia. Cuando haya muerto serán para ti.
Me dejó sacarle tantas fotos como quise. Pero después de que murió, cuando abrí el armario donde solía guardar todas esas fotografías, había sólo un álbum vacío. No sabía escribir, por eso le había dicho a mi padre que escribiera en él:
-Por favor, perdóname -había firmado con la huella del pulgar de su mano derecha.
La gente con la que quería estar relacionado, por lo menos con su forma física, nunca me dejó que les sacara fotografías. Sólo una me lo permitió, pero parece que mi Nani sólo me lo permitió para no herirme…, y siempre destruyó las fotos.
El álbum estaba vacío. Miré minuciosamente, y nunca había sido usado. Busqué por toda la casa. No pude encontrar ni una sola foto. Me hubiera gustado enseñaros sus ojos, sólo sus ojos. Todo su cuerpo era hermoso, pero sus ojos…, se necesita un poeta para decir algo sobre ellos, o un pintor, y yo no soy ninguna de las dos cosas. Sólo puedo decir que reflejaban algo del más allá.
De acuerdo El otro día os hablé de la desaparición de Masto. Creo que todavía está vivo. En realidad, sé que lo está. En Oriente, éste ha sido uno de los modos más antiguos, desaparecer en los Himalayas antes de morir. Morir en esa hermosa región es más rico que vivir en cualquier otro lugar; incluso morir allí tiene algo de eterno. Quizá es la vibración de los santos recitando durante miles de años. Allí fueron compuestos los Vedas, allí se escribió el Gita, allí nació y murió Buda, Lao Tzu desapareció en los Himalayas en sus últimos días. Y Masto hizo casi lo mismo.
Nadie sabe todavía si Lao Tzu murió o no. ¿Cómo puede uno estar seguro? De ahí la leyenda de que él es inmortal. Nadie lo es. Todo aquel que nace inevitablemente tiene que morir. Lao Tzu debió de morir, pero la gente nunca llegó a saberlo. Uno debería de ser capaz de tener una muerte absolutamente privada, si lo desea.
Masto se ocupó de mí más eficientemente de lo que Pagal Baba podría haber hecho nunca. Primero, Baba era realmente un loco. Segundo, venía sólo de vez en cuando como un tornado a visitarme y después desaparecía. Esa no es una manera de ocuparse. Una vez hasta se lo dije:
-Baba, tú hablas mucho de cómo te estás ocupando de este niño, pero antes de que lo vuelvas a repetir, se me debe escuchar. Él se rió y dijo: -Lo entiendo, no necesitas decirlo, pero te dejaré en buenas manos. Yo no soy capaz de ocuparme de ti. ¿Puedes entender que tengo noventa años? Para mí es hora de dejar el cuerpo. Estoy alargándolo sólo para encontrar a la persona correcta para ti. Una vez que la haya encontrado, me puedo relajar en la muerte.
No me daba cuenta entonces de que estaba hablando totalmente en serio, pero es esto lo que hizo. Le pasó su carga a Masto y murió riéndose. Eso fue lo último que hizo.
Zaratustra podría haber reído cuando nació…, nadie ha sido testigo, pero debió de reír; toda su vida indica que fue así. Fue esa risa la que captó la atención de uno de los hombres más inteligentes de Occidente, Friedrich Nietzsche. Pero Pagal Baba realmente se rió mientras moría, antes de que pudiéramos preguntar por qué. No podríamos haber hecho la pregunta de todas las maneras. Él no era un filósofo, y no hubiera respondido aunque hubiera vivido. Pero, ¡qué manera de morir! Y recuerda, no fue sólo una sonrisa. Estoy hablando realmente de una carcajada.
Todos los que estaban allí se miraron unos a otros diciendo:
-¿Qué es lo que pasa? -hasta que empezó a reírse tan alto que todo el mundo pensó que hasta entonces había sido un loco apacible, pero que ahora se había ido hasta el extremo. Todos se marcharon. Naturalmente, nadie se ríe cuando nace, sólo por educación; y nadie se ríe cuando muere, de nuevo no es más que manierismo. Ambos son británicos.
Baba siempre estuvo en contra de los modales y de la gente que creía en los modales. Por eso me amaba, por eso amaba a Masto. Y cuando estaba buscando a un hombre que pudiera ocuparse de mí, naturalmente, no pudo encontrar a nadie mejor que a Masto.
Masto demostró ser más que lo que Baba podría haberse imaginado. Hizo tanto por mí que incluso sólo decirlo, duele. Es algo tan privado que no debería contarse, tan privado que uno no debería de mencionado ni siquiera cuando está solo.
Le estaba diciendo a Gudia:
-Dile a Devageet que no se deje nunca su libro en esta Arca de Noé, porque ayer por la noche el diablo estuvo mecanografiando sus notas. No os lo creeréis. De hecho, yo no me lo podía creer cuando escuché la historia por primera vez. Gudia dijo que no se veía luz por la ventana. Estaba asombrado y me dije a mí mismo: ¿Se han vuelto locos o qué? ¿Mecanografiando sin luz?
Gudia miró en la habitación y dijo:
-¡Esto es extraordinario! La máquina está haciendo un ruido exactamente como el de una máquina de escribir.
No sólo eso: de vez en cuando se detenía, como si el mecanógrafo estuviera mirando en el cuaderno, y entonces se ponía de nuevo a teclear. Gudia le preguntó a Asheesh: -¿Qué puede ser? -Nada importante -le dijo-, sólo el filtro del aire acondicionado que ha recogido demasiado polvo y que hace ese ruido -pero, ¿exactamente como el de una máquina de escribir…? De todas maneras, me ha gustado la historia, y por eso te estoy pidiendo que guardes el cuaderno de notas lejos del diablo. Él puede mecanografiar incluso sin máquina de escribir, sin luz.
El diablo es un perfeccionista. No puede ser de otra manera; es parte de su misma función. ¿Tecleando sin máquina de escribir en la oscuridad? Y sé que Devageet no se dejará su libro de notas en ningún lugar. Pero el diablo puede teclear incluso sin el cuaderno de notas. Él puede leer vuestras mentes. Por eso no metáis vuestras mentes; por lo menos cuando estéis trabajando con mis palabras. No metáis vuestras mentes; de lo contrario estáis abriendo la puerta al diablo.
Masto fue la mejor elección que podía haber hecho Baba. No puedo concebir en absoluto a alguien mejor. No sólo era un meditador…, que por supuesto lo era; de otro modo no hubiera sido posible una comunión entre los dos. Y meditación simplemente quiere decir no ser una mente, por lo menos mientras estás meditando.
Pero eso no era todo; él era muchas cosas más. Era un excelente cantante, aunque nunca cantó para el público. Ambos solíamos reímos de la expresión: «El público;» Está compuesto sólo de los niños más retrasados. Es un milagro cómo consiguen reunirse en un lugar a una hora convenida. No me lo puedo explicar. Masto decía que él tampoco podía explicárselo. Sencillamente, no tiene explicación.
Nunca cantó para un público, sino para un grupo pequeño de gente que lo amaba y que prometía nunca hablar sobre ello. Su voz era realmente «la voz de su maestro». Quizá no estaba cantando, sino sólo permitiendo a la existencia -ésa es la única palabra apropiada que puedo usar-, estaba permitiendo a la existencia fluir a través suyo. No lo estaba impidiendo; ése era su mérito.
Además tocaba el sitar con mucho talento; sin embargo, nunca le he visto tocar delante de público. A menudo cuando tocaba yo era el único presente, y me pedía que cerrara la puerta, diciendo:
-Por favor, cierra la puerta y no la abras bajo ningún concepto hasta que esté muerto -y sabía que si hubiera querido abrir la puerta tendría primero que matarlo, y después abrirla. Mantuve mi promesa. Pero su música era tal que… El mundo no llegó a conocerlo: el mundo se lo perdió.                                                                       
Me dijo:
-Estas cosas son tan íntimas que tocar delante de una multitud es prostitución. Ésa fue exactamente la palabra que usó: «prostitución». Era realmente un pensador, y muy lógico, no como yo. Con Pagal Baba sólo tuve una cosa en común: era la locura. Masto tenía muchas cosas en común con él. Pagal Baba estaba interesado en muchas cosas. Yo con seguridad no podía ser representativo de Pagal Baba, pero Masto lo era. Yo no puedo ser el representante de nadie, no importa quién.
Masto hizo tanto por mí en todos los aspectos que no puedo creerme cómo Baba había sabido que él era la persona correcta. Y yo era un niño con mucha necesidad de dirección, y además tampoco era un niño fácil. A no ser que estuviera convencido no me movía ni un centímetro. De hecho me echaba un poco para atrás sólo para estar más seguro.
Me estoy acordando de una pequeña anécdota. Solía usar esta anécdota como un chiste. Muchos de mis chistes están quizá pintados un poco aquí y allí para darles aspecto de chistes, pero casi todos están sacados de la vida real. Y la vida real es el mejor libro de chistes que nunca puede existir. ¿Cómo sé que este chiste está sacado de la vida real? Porque no puede ser de otra forma, no existe otra posibilidad. Recuerdo que solía contar este chiste y así es como lo recuerdo.
Un niño llega tarde a la escuela, muy tarde. Está lloviendo. El profesor le mira con esos ojos de piedra que sólo les son dados en especial a los profesores y a las esposas. Y si te casas con una mujer que es las dos cosas, entonces ¡que Dios te ayude! Sólo podemos rezar por ti. Entonces esa mujer tendrá cuatro ojos insensibles que mirarán en todas las direcciones. ¡Ten cuidado con las maestras de escuela! Nunca, nunca te cases con una maestra de escuela. Pase lo que pase, escapa antes de que te tropieces y caigas. Cáete en cualquier lado menos en una maestra de escuela; de otro modo tendrás una vida que será un infierno de verdad. Y si es inglesa, entonces, ¡todo se triplica!
El niño pequeño, ya muy asustado, completamente empapado de agua, llegó a la escuela como pudo. Pero una maestra de escuela es una maestra de escuela.
-¿Por qué llegas tarde? -le preguntó ella.
Él se había imaginado que había suficientes motivos. Estaba lloviendo tan fuerte…; estaba lloviendo a cántaros, y estaba completamente mojado, goteando. Y todavía ella le estaba preguntando:
-¿Por qué llegas tarde?
Él se lo inventó, igual que lo haría cualquier otro niño, diciendo:
-Señorita, está tan resbaladizo que cuando daba un paso para delante, patinaba dos para atrás.
La mujer le miró incluso con más severidad y le dijo:
-¿Cómo puede ser eso? Si das un paso para adelante y patinas dos para atrás, nunca podrías haber llegado a la escuela. Me estás engañando.
-Señorita -dijo el niño-, por favor, entiéndame: me giré hacia mi casa y comencé a correr alejándome de la escuela, así es como llegue hasta aquí.
Yo digo que no era un chiste. La maestra de escuela es real, el niño es real, la lluvia es real. La conclusión del maestro es real y la conclusión del niño no puede ser más real. He contado miles de chistes y muchos de ellos están sacados de la vida real. Los que no han sido sacados de la vida real también provienen de la vida real, pero de la subterránea, que también es real pero nunca sale a la superficie, no se le permite.
Masto tenía un verdadero talento en muchas dimensiones. Era músico, bailarín, cantante, y qué no, pero siempre muy tímido delante de «esos ojos». Solía llamar a la gente, «esos feos ojos». Solía decir:
-La gente no puede ver, sólo creen que ven. No estoy hecho para ellos.
Continuamente me recordaba que no debía de invitar ni un solo amigo, aunque no tenía ninguno, quiero decir ni un conocido.
Pero una vez que le pregunté:
-¿Se me puede permitir alguna vez traer a alguien?
Él contestó:
-Si sólo quieres darte el gusto de invitar a alguien íntimo, entonces puedes traer a tu Nani. Para ella no tienes ni que preguntarme. Por supuesto, si no quiere venir, yo no puedo hacer nada -y eso es lo que pasó.
Cuando se lo comenté a mi Nani, me dijo: -Dile a Masto que venga a mi casa y que toque aquí -y él era un hombre tan humilde que vino a tocar el sitar para la anciana, se sintió muy feliz de tocar para ella, y yo me puse muy contento de que él viniera y no se negara. Me había preocupado esa posibilidad.
Y mi abuela, mi Nani, la anciana, de repente se transformó como en una joven otra vez. Fui testigo de algo que sólo puede llamarse ¡transfiguración! Y cuanto más se iba armonizando con el sitar, se rejuvenecía cada vez más. Vi cómo se producía un milagro. Pero cuando Masto acabó de tocar el sitar, de repente volvió a ser de nuevo la anciana mujer.
-Esto no está bien -dije yo-, Nani. Por lo menos deja que el pobre Masto tenga un vislumbre de lo que su música puede hacer por una persona como tú.
-No está en mis manos -dijo ella-. Si sucede, sucede. Si no sucede, no se puede hacer nada al respecto. Sé que Masto lo entenderá.
-Lo entiendo -dijo Masto.
Pero lo que vi fue realmente increíble. Mis ojos parpadeaban una y otra vez sólo para ver si era sólo un sueño, o si estaba viéndola realmente regresar a su juventud. Incluso hoy, no puedo creer que fuera sólo mi imaginación. Quizá ese día…, pero hoy no tengo ninguna imaginación. Veo las cosas como realmente son.
Masto siguió siendo un desconocido para todo el mundo por la sencilla razón de que nunca quiso estar entre la multitud. Y en el momento en el que su obligación hacia mí, su promesa a Pagal Baba, fue cumplida, desapareció en los Himalayas.
Los Himalayas…, la palabra en sí misma significa «el hogar del hielo». Los científicos dicen que si todo el hielo de los Himalayas se deshiela un día, el mundo realmente se inundará. Todo el mundo -no se limitará a una sola parte-, todos los océanos, ascenderán doce metros. Le han puesto el nombre correcto, Himalayas. Him siginifica «hielo»; alaya significa «el hogar.»
Existen cientos de picos cubiertos de nieves perpetuas que nunca se han disuelto… y el silencio que los rodea, la atmósfera inalterada… No es sólo vieja; tiene un extraño calor, porque miles de personas de inmensa profundidad han ido a esas regiones con una meditación tremenda, con inmenso amor, plegaria y recitación.
Los Himalayas son todavía algo extraordinario en el mundo entero. Los Alpes son sólo niños comparados con los Himalayas. Suiza es hermoso, y más todavía porque dispone de todas las comodidades. Pero no puedo olvidar las silenciosas noches de los Himalayas: las estrellas en el cielo, y nadie más alrededor.
Quiero desaparecer allí, igual que lo hizo Masto. Puedo entenderle, y no me sorprendería si un día de repente yo desapareciera. Los Himalayas son mucho más grandes que India. Una parte de los Himalayas pertenece a India; la otra parte pertenece a Nepal, la otra a Birmania, la otra a Pakistán, miles de kilómetros de pureza, sólo pureza.
En el otro lado están Rusia, Tíbet, Mongolia, China; todas ellas tienen una parte de los Himalayas.
No será una sorpresa si un día desaparezco solo para tumbarme junto a una hermosa roca y dejar de estar en el cuerpo. Uno no puede encontrar mejor lugar para abandonar el cuerpo, pero podría no hacerlo, ya me conocéis. Permaneceré tan imprevisible como siempre, incluso en mi muerte. Quizá Masto quería irse antes, y sólo estaba cumpliendo la última tarea que le puso su gurú, Pagal Baba. Hizo tanto por mí, es difícil incluso hacer una lista. Me presentó a mucha gente de modo que siempre que necesitara dinero sólo tenía que decírselo y el dinero llegaba. Le pregunté a Masto:
-¿No me preguntarán para qué?
-No te preocupes de eso -dijo él-. Ya he respondido a todas sus preguntas. Pero son gente cobarde; pueden darte su dinero, pero no te pueden dar sus corazones, o sea que no se lo pidas.
-Nunca le pido a nadie el corazón -le dije-, sea él o sea ella; no se puede pedir. O te das cuenta de que ya ha desaparecido o no. Por eso, sólo le pediré dinero a esa gente, y eso sólo si es necesario.
Y efectivamente me presentó a mucha gente que siempre ha permanecido en el anonimato; pero siempre que he necesitado dinero, el dinero ha aparecido. Cuando estaba en Jabalpur, donde asistí a la universidad y estuve más de nueve años, el dinero iba llegando continuamente. La gente se preguntaba, porque mi sueldo no era demasiado. No se podían creer cómo podía utilizar un coche tan bonito, un bungaló tan hermoso, un gran jardín, acres de césped. Y el día que alguien preguntó cómo era posible que tuviera un coche tan hermoso…, ese día llegaron dos más. Había entonces tres coches y faltaba lugar para guardarlos.
El dinero siempre ha ido llegando. Masto lo había dejado todo arreglado. Aunque no tengo nada, ningún dinero en absoluto, pero de alguna manera ha ido funcionando espontáneamente.
Masto…, es difícil decirte adiós, por la sencilla razón de que no me creo que ya no estés. Tú todavía existes. Podría ser que no te viera otra vez; eso no tiene mucha importancia. Te he visto tanto, tu fragancia ha pasado a formar parte de mí. Pero en algún lugar de esta historia tengo que terminar de hablar de ti. Es duro, y duele…, perdóname por eso.

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  • Crow

    Sesión 34

    .Esta mañana le di un abrupto adiós a Masto, y lo he estado sintiendo todo el día. Simplemente, no se puede hacer, por lo menos en este caso. Me recuerda a cuando me iba a la universidad y dejaba a mi Nani después de estar tanto tiempo juntos.
    Desde que mi abuelo murió y la abandonó, no había habido nadie en su vida excepto yo. No fue fácil para ella. Tampoco fue fácil para mí. No había nada más que me retuviera en la aldea, excepto ella. Puedo recordar ese día: temprano por la mañana; era una hermosa mañana de invierno y la gente de la aldea se había reunido.
    Incluso hoy en día, en esas partes de India central, las cosas no son contemporáneas; llevan un retraso de por lo menos dos mil años. Nadie está muy ocupado. Todo el mundo tiene el aspecto de tener mucho tiempo para holgazanear. Lo que quiero decir es que son unos holgazanes. Estoy usando el sentido literal, no cualquier asociación que haya podido surgir sobre esta palabra. O sea que todos los «holgazanes» estaban allí. Por favor, escríbelo entre comillas para que nadie lo mal entienda.
    Toda mi familia estaba allí. Era un gran grupo de gente. Habían venido por obligación; de otro modo no tenía sentido para mí el verles las caras, que eran entonces, y son ahora, irreconocibles, sólo nombres. Pero allí estaban: mi pobre padre, mi madre, mis hermanos más jóvenes y mis hermanas y estaban llorando de verdad.
    Incluso mi padre estaba llorando. Nunca le había visto llorar así, nunca antes y nunca después. Y yo no me estaba muriendo, simplemente me estaba yendo a doscientos kilómetros. Era sólo la idea de que me estaba yendo para cuatro años por lo menos, para sacarme el título de bachiller. Entonces, ¿qué pasaría si decidía -y nunca se sabe- quedarme dos años más para sacarme un graduado superior? y después, ¿un mínimo de dos años más para un doctorado?
    Fue una larga separación. Quizá para entonces, quién sabe, muchos de ellos podrían no estar en este mundo. Pero yo sólo estaba preocupado por Nani, porque mi madre y mi padre habían vivido mucho tiempo sin mí cuando yo era pequeño. Ahora podía vivir solo, podía valerme por mí mismo; no necesitaba más ayuda.
    Pero mi abuela…, todavía puedo ver el primer sol de la mañana, el calor del sol, la gente, mi padre, mi madre. Me postré a los pies de mi abuela y dije:
    -No te preocupes. Vendré inmediatamente siempre que me llames. Y no pienses que me voy muy lejos: son sólo doscientos kilómetros, sólo tres horas en tren.
    En esos días el rápido no se detenía en ese pobre pueblo; si no, el viaje sólo duraría dos horas. Ahora se detiene allí, pero ya no importa que se pare o no.
    -Vendré corriendo -le dije-. Veinte o doscientos kilómetros no son nada.
    -Lo sé -dijo ella-, y no estoy preocupada.
    Trató de mantenerse todo lo entera que pudo, pero pude ver cómo las lágrimas se apelotonaban en sus ojos. En ese momento me giré y salí para la estación. No volví a mirar hacia atrás cuando doblé la esquina de la calle. Sabía que si miraba hacia atrás, o bien ella rompería a llorar, y entonces nunca iría a la universidad; o si no rompía a llorar podría hasta morirse, dejar de respirar. Yo significaba mucho para ella. Toda su vida giraba alrededor de mí: mis ropas, mis juguetes, mi cama, mis sábanas, el día entero…
    -Nani, estás loca -solía decirle-. Veinticuatro horas al día estás ocupada haciendo cosas sólo para mí, que no voy hacer nada por ti en toda tu vida.
    -Tú ya lo has hecho -dijo ella.
    No sé qué hacer con esto, y ahora no hay manera de preguntárselo. Pero de la manera que lo dijo:
    -Tú ya lo has hecho -fue tan poderosa, con tanta energía, que lo entendieras o no lo entendieras, te quedabas desbordado. Incluso al recordado me siento desbordado.
    Más tarde me enteré que cuando doblé la esquina de la calle, toda la vecindad dijo:
    -¿Qué clase de muchacho es éste? Ni siquiera se ha vuelto…
    Y mi Nani, que estaba muy orgullosa, les dijo: .
    -Sí, es mi chico. Sabía que no se volvería a mirar, y no sólo en esta esquina de la calle, no volvería a mirar hacia atrás en toda su vida. Además, me siento muy orgullosa de que haya entendido a su pobre Nani, sabiendo que si hubiera mirado hacia atrás me habría echado a llorar, y él nunca quiso eso. Él sabía perfectamente bien, mejor que yo, que si me hubiera echado a llorar él no hubiera sido capaz de irse. No por mí, sino por su amor hacia mí. Se habría quedado toda su vida con tal de que no llorara ni me lamentara.
    Decir un abrupto adiós a Masto es igual que eso. No, no puedo hacerlo. Tendré que llegar a un final natural sin detenerme de repente de una manera arbitraria, porque mi vida es tal que si continúo hablando sobre ella no habrá ni principio ni fin. En mi vida no habrá ni principio ni fin.
    La Biblia por lo menos dice: «En el principio…» Tendréis que publicar esto sin principio ni fin. Será difícil publicarlo de esa manera. Pero Devageet lo puede entender, él es judío. Un rollo de pergamino judío puede no tener casi ni principio ni fin. Por supuesto parece que tiene un comienzo, pero sólo lo parece. Es por eso que todas antiguas historias comienzan: «Érase una vez», y entonces puedes empezar cualquier cosa. Y érase una vez y todo se detiene, sin ni siquiera decir: «Fin.» Mi vida no puede ser una autobiografía corriente.
    Vasant Joshi está escribiendo mi biografía. Las biografías tienden a ser muy superficiales, tan superficiales que no merece la pena leerIas. Ninguna biografía puede penetrar hasta lo más profundo, particularmente en las capas psicológicas del hombre, y especialmente si ese hombre ha llegado al punto donde la mente deja de ser importante para la nada que se esconde en el centro de una cebolla. Puedes pelarIa capa por capa, por supuesto con los ojos llenos de lágrimas, pero al final no queda nada, y ése es el centro de la cebolla; ése es de donde ha surgido en primer lugar. Ninguna biografía puede penetrar en esas profundidades, especialmente en las de un hombre que ha conocido también la no-mente. Digo «también» intencionadamente, porque a menos que conozcas la mente, no puedes conocer la no – mente. Ésta va a ser mi pequeña contribución al mundo.
    Occidente ha realizado una profunda investigación de la mente, y ha descubierto capas y más capas; el consciente, el inconsciente, el subconsciente, y así sucesivamente. Oriente simplemente ha dejado todo el asunto a un lado y se ha tirado al estanque…, y el sonido sin sonido, la no-mente. De ahí que Oriente y Occidente permanezcan opuestos.
    De alguna forma, la oposición es comprensible, y Rudyard Kipling tenía razón al decir: «Occidente es Occidente, y Oriente es Oriente, y nunca los dos se han de encontrar.» Tiene razón hasta cierto punto. Enfatiza lo que estoy diciendo.
    Occidente sólo ha mirado dentro de la mente, sin fijarse en quién está mirando dentro de la mente. Es muy extraño. Los así llamados grandes científicos están tratando de mirar dentro de la mente, y nadie se está preocupando sobre quién está mirando.
    H. G. Wells no era malo, era un buen hombre, un santurrón. De hecho demasiado dulce para mi gusto, un poquito demasiado parecido al azúcar blanco. Pero de todas maneras no debería de tener en cuenta mi gusto propio; vosotros tenéis vuestros propios gustos, y no todo el mundo es diabético. No sólo soy diabético, también estoy en contra del azúcar blanco. Incluso antes de enterarme que tenía diabetes estaba contra el azúcar blanco; lo llamo «el veneno blanco». Debo de tener posiblemente algún pequeño prejuicio en contra del azúcar blanco.
    Pero H. G. Wells, aunque muy lleno de azúcar blanco, no sólo es eso. De vez en cuando se le ocurrían unas intuiciones extraordinarias. Por ejemplo, su idea de una máquina del tiempo. Tenía la idea de que un día se descubriría una máquina que pudiera retroceder en el tiempo. ¿Entiendes lo que esto puede suponer? Significa que puedes regresar a tu niñez, entrar en el vientre de tu madre, o quizá, si eres hindú, a tus vidas pasadas, quizá como un elefante, o una hormiga, o cualquier otra cosa. Uno puede sencillamente retroceder o uno puede ir hacia delante.
    La idea en sí misma es muy perspicaz. No sé si habrá nunca unas máquinas así o no, pero ha habido gente que podía desplazarse en el tiempo con tanta facilidad como tú puedes moverte. ¿Tienes algún problema para regresar a tu pasado? De la misma manera, los más atrevidos han regresado a sus vidas pasadas.
    Quizá esa palabra podría no estar autorizada, pero no me importa. A mí «vida pasada»me parece totalmente correcto. Cuando algo le parece correcto a un hombre tan incorrecto como yo puedes tener la seguridad de que debe de estar bien. Tiene que estar bien.
    Le dije basta a Masto de golpe, pero en cierto modo luego me estuvo torturando todo el día. Tú sabes que no se me puede torturar, sabes que tampoco puedo ser infeliz, pero la idea de haber finalizado de un modo tan abrupto me hace volver a recordar un incidente que está directamente relacionado con Masto.
    Había venido para llevarme a la estación de Allahabad. En el fondo no queríamos separarnos nunca, en especial ese día. El motivo sólo estuvo claro más tarde, pero eso no tenía nada que ver con esto. Ahora sólo lo mencionaré y os explicaré los detalles más tarde. Me había acompañado para despedirme, porque me dijo que probablemente durante dos o tres meses no tendría la posibilidad de visitarme, por eso mientras pudiera estar conmigo le gustaría estar.
    -Esperemos que el tren venga con retraso
    -dijo Masto.
    -¿Qué tontería estás diciendo, Masto? -le dije-. ¿Te has vuelto loco? ¿Trenes indios y tienes que esperar que se retrasen?
    El tren llegó, por supuesto con seis horas de retraso, lo que no es demasiado para un pasajero de un tren indio, sólo lo normal. Pero no nos podíamos separar. Seguimos hablando, y nos abstraíamos tanto hablando que perdimos el tren. Los dos nos echamos a reír. Estábamos contentos de al menos poder pasar unas horas más juntos antes de que llegara otro tren.
    Al escuchar nuestra conversación, nuestra risa, y la razón de nuestra risa, el jefe de estación nos dijo:
    -¿Por qué estáis perdiendo el tiempo en esta plataforma? Podéis ir a la plataforma de enfrente.
    -¿Por qué? -le pregunté.
    -Allí sólo paran los trenes de mercancías -me respondió-, o sea, que podéis hablar, abrazaros y pasado bien, y no os tendréis que preocupar de coger el tren. En esa plataforma no lo podéis coger.
    Le dije a Masto que la idea sonaba muy espiritual. El jefe de estación estaba pensando que le íbamos a golpear en la cabeza, pero cuando los dos le dimos las gracias y nos fuimos a la otra plataforma, vino corriendo detrás nuestro diciendo:
    -Por favor, no os lo toméis en serio. Sólo estaba bromeando. Creedme, allí sólo se detienen los trenes de mercancías. Nunca cogeréis ningún tren en esa plataforma.
    -No quiero coger ningún tren -le dije-, y Masto tampoco, pero, ¿qué le vamos a hacer?
    Nuestro anfitrión donde nos estábamos quedando insistió mucho en que era hora de regresar al hostal universitario, aduciendo que mi tiempo no debería ser desperdiciado.
    Y Masto también quería que por lo menos consiguiese una licenciatura, de acuerdo a los deseos de mi querido amigo Pagal Baba. O sea, que tuve que irme. No me creeréis, pero sólo seguí en la universidad porque le había prometido a Pagal Baba conseguir una licenciatura. La universidad me concedió una beca para estudios posteriores, pero dije que no, porque había prometido estudiar sólo hasta este punto.
    -¿Estás loco? -me dijeron-. Incluso si empiezas directamente a trabajar no podrás conseguir más dinero del que conseguirías con la beca. Y la beca puede prolongarse desde los dos años hasta lo que tus profesores recomienden. No pierdas esta oportunidad.
    -Baba debería de haberme pedido que hiciera un doctorado -dije yo-. ¿Qué puedo hacer yo? Nunca me lo pidió, y se murió sin saberlo.
    Mi profesor trató por todos los medios de convencerme, pero le dije:
    -Sencillamente, olvídalo, porque sólo vine aquí a cumplir una promesa que le hice a un loco.
    Quizá si Pagal Baba hubiera sabido del doctorado en Filosofía o del doctorado en Literatura entonces yo habría estado atrapado. Pero gracias a Dios sólo conocía la licenciatura. Creía que era la última palabra. Realmente no sé si quería que continuase con mis estudios. Ahora no hay manera de saberlo. Una cosa es cierta: si él hubiera querido, yo habría ido y desperdiciado todos los años que fuesen necesarios. Pero no era una satisfacción para mi propio ser, ni tampoco lo era la licenciatura. Por alguna razón, Pagal Baba tenía la idea de que como no tuviese un graduado en algo, o un postgraduado, no sería capaz de conseguir un buen trabajo.
    -Pagal Baba -le dije-, ¿crees que alguna vez desearé un trabajo?
    Él se echó a reír y me dijo:
    -Sé que no lo desearás, pero sólo por si acaso. Sólo soy un anciano, y pienso siempre en lo peor. Has escuchado este proverbio: «Espera lo mejor, pero prepárate para lo peor.» Él añadió algo más. Baba dijo:
    -Prepárate para lo peor. Uno no debe encontrárselo sin estar preparado; de otro modo, ¿cómo lo vas a encarar?
    A Masto no se le puede decir adiós con facilidad, por eso abandonaré la idea. Siempre que aparezca está bien. Esta no va a ser una autobiografía ortodoxa o convencional. Ni siquiera es una autobiografía, sólo fragmentos de una vida reflejada en mil espejos.
    Una vez estuve hospedado en un lugar llamado el Palacio de los Espejos. Estaba hecho sólo de espejos. Era horrible, vivir en él era muy complicado, pero quizá fui la única persona que lo disfrutó. El rajá propietario del palacio estaba asombrado. Me dijo:
    -Siempre que coloco ahí a un huésped, después de unas horas me dice: «Por favor, sácame de aquí, es demasiado.» Ver a tanta gente como tú a tu alrededor…, y todo lo que haces, lo repiten los demás. Si te ríes, se ríen; si lloras, lloran; si abrazas a tu chica, todos la abrazan… Es horrible. Sientes que sólo eres un espejo, y todos los espejos parece que lo están haciendo incluso ¡mejor que tú!
    Le dije al rajá:
    -No quiero cambiar nada. De hecho, si quieres vender este palacio estoy dispuesto a comprarlo y convertido en un centro de meditación. Será muy divertido. La gente sentada mirándose a sí misma desde todas las direcciones; por todos los lados, miles de miniaturas de sí mismos.
    -Podrían volverse locos, que de todas maneras no sería ninguna calamidad. Se volverán locos antes o después en alguna otra vida; sólo que tardarán un poco más. Yo lo haré más rápido. Creo en métodos del tipo café instantáneo. Pero si pueden relajarse en medio de una multitud y no estar preocupados; si pueden aceptarlo y decir: «De acuerdo, gracias por rodearme durante tanto tiempo», y además permanecer centrados, se iluminarán. De cualquier manera se beneficiarán.
    La locura es caer por debajo de la mente. Existe una locura que está por encima de la mente; esa locura es la iluminación. Esto es algo anormal; por eso los pobres psicólogos no están equivocados cuando piensan que la gente como Jesús o Buda son anormales. Pero deberían tener algo de sensibilidad con las palabras.
    Si usan la misma palabra «anormal», para los internos de un manicomio, ¿con qué cara pueden utilizar la misma palabra para el buda? Deberían utilizar «supranormal». Los budas y los locos desde luego no son normales; en eso estamos de acuerdo. Unos están por debajo de la normalidad, otros por encima de la normalidad. Ambos son anormales, estamos de acuerdo, pero necesitan diferentes clasificaciones. Y la psicología no tiene un hueco para lo que yo llamo «la psicología de los budas».
    Masto efectivamente era un buda. No puedo decir sólo: «Gracias, hasta la próxima», por la sencilla razón de que ha hecho mucho por mí. «Gracias» es muy pequeño y además inadecuado. Nadie hace tanto por nadie.
    Por eso no hay una palabra para esto, nadie la necesita. Y no puedo decir «Hasta la próxima», porque ni él ni yo vamos a estar de nuevo en este mundo. El encuentro es por su propia naturaleza imposible. Por eso el único modo es permitir que aparezca siempre que suceda. Y de esta manera estas memorias tendrán su propio sabor. Llegadas y salidas repentinas y abruptas.
    Por eso saco a Masto de nuevo. Él no era el mismo tipo de hombre que Pagal Baba. Pagal Baba era sencillamente un místico; Masto además era un filósofo. Por la noche nos tumbábamos durante horas a las orillas del Ganges discutiendo todo tipo de cosas. Disfrutábamos por el mero hecho de estar juntos, discutiendo o permaneciendo en silencio. El mismo Ganges, donde se cantaron por vez primera los Upanishads, donde Buda impartió su primer sermón, donde Mahavira viajó y predicó… Uno no se puede imaginar el misticismo oriental sin los Himalayas y el Ganges. De hecho ambos han contribuido infinitamente.
    Recuerdo la belleza de ese silencio… Nos sentábamos durante horas. De vez en cuando incluso dormíamos allí, en la arena, porque Masto había dicho: -Esta noche es tan hermosa que sería un insulto irse a la cama. Las estrellas están tan cerca -ésa fue la palabra que utilizó, «insulto». Estoy simplemente citando.
    -Masto, sabes que me gustan las estrellas -le dije-, y especialmente cuando están reflejadas en el río. Las estrellas son bellas, pero su reflejo es un milagro. Lo que el agua hace con tanta sencillez sólo se puede comparar con los sueños. Amo las estrellas, el río, el reflejo de las estrellas y amo tu compañía y tu calor. No hace falta ni que preguntes si nos quedamos. Nunca cuentes conmigo, ni por un solo momento, cuando quieras hacer algo, porque incluso esa consideración me dolería. Me demostraría que estoy siendo una carga para ti.
    -¡Qué! -me dijo-. No he dicho nada de que estés siendo una carga para mí.
    -Tú no lo has dicho -le contesté-, nadie lo ha dicho. Te lo estaba diciendo para e! futuro. Recuérdalo, si me tomas en consideración por alguna razón dímelo, porque me sentiré muy ofendido de que me tengan en consideración.
    Se lo dije ese día y hoyos lo contaré a vosotros, que Gurdjieff tuvo una extraña idea. No creo que ningún maestro la haya considerado. No es que no haya llamado a sus puertas, pero pienso que nadie era el tipo de persona apropiado para recibirla y responder a ella.
    Gurdjieff solía decir: -Por favor, nunca, nunca tengas en cuenta a los demás, es un insulto -él tenía esas palabras escritas en su puerta. Es una afirmación enormemente importante.
    La gente se obliga mutuamente a tenerse en cuenta. Dicen:
    -Por favor, tenme en cuenta.
    ¿Qué puede ser más humillante que decide a alguien:
    -Por favor, tenme en cuenta.
    En toda mi vida nunca le he dicho esto a nadie, ni a una sola persona.
    Recuerdo muchas situaciones en las que sólo pronunciar estas palabras me hubiera ayudado muchísimo, pero son demasiado humillantes. No es el ego, recordarlo. El egoísta siempre está pidiendo consideración; de hecho más que eso, porque no es una persona ordinaria, tiene que ser considerado antes. Una persona realmente humilde no puede pedir consideración, de hecho rechazará cualquier consideración incluso si se la dan.
    En la universidad era un estudiante pobre. Llegué a la universidad haciendo todo tipo de trabajos. Una vez más, sólo por coincidencia, participé en un concurso de debates a nivel nacional entre universidades. Uno de los jueces, que es ahora el director de! departamento de Filosofía de la Universidad de Allahabad, S. S. Roy, se enamoró de mí. Y lo mismo era cierto de mi parte.
    Me dio noventa y nueve puntos sobre cien; era uno de los jueces en el debate. Naturalmente, gané. Era un debate muy importante porque el ganador se iba de gira durante tres meses al Oriente Medio como invitado de! gobierno. Iba a ser tratado casi como un embajador. Era una gran oportunidad.
    S. S. Roy me dio noventa y nueve sobre cien, y a todos los demás les dio cero, sólo para estar seguro de que ganaría. Más tarde le pregunté:
    -¿Por qué fuiste tan parcial conmigo?
    -En el momento en que te miré a los ojos me hipnoticé -me respondió-. Mi mujer dice que me tienes hipnotizado; de otro modo, ¿cómo he podido hacer una cosa así? Si alguien mira tu hoja, la parcialidad será muy evidente: noventa y nueve de cien y ¡sólo cero para e! resto de los participantes!
    -No -le dije-, yo no te he preguntado por qué me has dado noventa y nueve por ciento; ésa es la pregunta de tu mujer. Quizá otros te lo han podido preguntar. Yo he venido a preguntarte por qué no me diste el cien por cien.
    Durante un momento me miró atónito. Entonces se echó a reír y me dijo:
    -Yo era uno de los devotos de Masta Baba. Él tenía razón cuando me dijo: «Una vez que veas a este hombre no me necesitarás.» Y Masta Baba me dijo esto dos o tres años antes de desaparecer. Ahora puedo decir verdaderamente que no estaba hipnotizado: era solamente que tus ojos me recordaron a sus ojos. He visto a Pagal Baba, y es extraordinario cómo tus ojos son casi iguales. Cómo ha sucedido, no lo sé.
    -No son los ojos, es su transparencia lo que los hace parecer iguales -le dije-. Estoy feliz de que te hayan recordado a Pagal Baba y a Masta Baba por una razón que para mí es la mayor recompensa del mundo, que en mis ojos hayas visto algo de lo mismo. Ahora no tengo nada que preguntarte excepto: «¿Por qué no cien por cien?»
    -Soy un pobre profesor -dijo él-. Si te doy el cien por cien y les doy cero al resto de los once participantes, parecerá que no estoy siendo justo. Soy justo pero, ¿lo entenderán? ¿Donde encontraré a Masta Baba o Pal Baba para que lo entiendan? Te he dado el noventa y nueve por ciento por culpa de mi cobardía.
    He amado a ese hombre porque era capaz de reconocer simplemente que era un cobarde, a pesar de que había cometido una acción muy poco cobarde, porque, ¿qué diferencia hubiera habido en un uno por ciento? Noventa y nueve por ciento para una persona, y ¿cero para los demás? Es lo mismo. Me podía haber dado un cien por cien, o quizá más.
    Pero ese debate, y su recuerdo de Pagal Baba y Masta Baba, fueron el motivo de que permaneciera en la Universidad de Sagar. Él estaba allí en aquel momento. Le dije:
    -Si me tengo que postgraduar, que sea contigo.
    Era voluntad de Pagal Baba, y también de Masta Baba, que estuviera preparado en caso de que en algún momento lo necesitara. Nunca he necesitado nada. No sólo nunca he necesitado nada, sino que he sido regalado constantemente con cosas por todos los lados. Por eso os digo que algo fue bien desde el principio.
    S. S. Roy fue uno de mis profesores más queridos, por la sencilla razón de que era capaz de pedirme que me levantara en medio de la clase y que explicara algo que él no podía entender. Y lo tenía que hacer. Una vez le dije:
    -Roy Sahib -es así como solía llamarle-, no me parece bien que me preguntes a mí, a tu alumno.
    -Si Pagal Baba podía tocarte los pies -dijo él-, y si Masta Baba no sólo podía tocártelas sino que tenía que cumplir cualquier demanda racional o irracional que le hicieras -y yo he sido irracional desde el principio, sencillamente irracional-, entonces ¿por qué no te puedo preguntar? Sólo soy un pequeño hombre.
    He conocido cientos de profesores como maestros, como colegas y conocidos, pero S. S. Roy es otra cosa. Era tan auténtico que no podrías encontrar tanta autenticidad en ningún otro profesor. Y a él le gustaba tanto lo que le solía decir, que solía citarme en sus charlas, y no sólo hacer uso de la cita, sino que se refería a ellas como afirmaciones mías. Por supuesto los demás estudiantes estaban celosos. Incluso los demás profesores del departamento de Filosofía estaban celosos. Te sorprenderá saber que incluso su mujer estaba celosa.
    Llegué a enterarme por casualidad. Un día fui a su casa y ella me dijo: -¡Qué! ¿Has empezado a venir aquí? Él está loco por ti. Desde que estás en su departamento nuestra vida amorosa está destrozada. Se ha helado.
    -No volveré nunca a esta casa de nuevo -le dije-; pero recuerda, eso no arreglará las cosas. Un día tendrás que venir a mí -y no volví a esa casa.
    Después de un año, más o menos, su mujer tuvo que venir a verme y me dijo:
    -Perdóname, por favor. Ven, sólo tú puedes reconciliarnos.
    -Mi trabajo de separar o reconciliar parejas no ha comenzado todavía -le dije-. Tendrás que esperar.
    Ella se echó a llorar y por eso tuve que ir. No le dije nada a S. S. Roy. Simplemente, me senté a su lado agarrándole la mano y después de una hora me fui sin decir una sola palabra. Y eso bastó; la alquimia funcionó. Hay una magia en el silencio.
    ¿Cuánto tiempo queda?
    -Tres minutos, Osho
    Bien, porque el máximo es mi principio.
    Toda la trinidad está disponible…, podemos hacer milagros.
    ¿Se ha acabado el tiempo? Entonces se ha acabado.

    Sesión 35

    De acuerdo. He estado escuchando a Ravi Shankar tocar el sitar. Tiene todo lo que uno pueda imaginar: la personalidad de un cantante, la maestría de su instrumento y el regalo de la innovación, que es muy raro en los músicos clásicos. Está enormemente interesado en todo lo nuevo. Ha tocado con Yehudi Menuhin; ningún otro instrumentista hindú de sitar sería capaz de hacerlo, porque hasta ahora no se había hecho nada por el estilo. ¿Sitar con violín? ¿Estás loco? Pero todos los innovadores están un poco locos; por eso mismo son capaces de innovar.
    Las personas que se dicen sanas viven vidas ortodoxas desde que se levantan hasta que se acuestan. Desde que se acuestan hasta que se levantan, es mejor no decir nada, no es que yo tenga miedo de decirlo. Estoy hablando de «ellos». Viven según las normas, disciplinadamente.
    Pero los innovadores deben salirse de las normas. A veces uno debería insistir en no seguir las normas por el puro placer de no seguirlas, y da resultados, creedme. Da resultados porque siempre te lleva a un territorio nuevo, tal vez al de tu propio ser. El médium puede ser distinto, pero la persona que hay en tu interior, tocando el sitar, el violín o la flauta, es la misma: diferentes caminos que conducen al mismo lugar, diferentes líneas del círculo que conducen al mismo centro. Los innovadores tienden a ser algo locos e informales…, y Ravi Shankar lo ha sido.
    Antes que nada: él es un pandit, un brahmin, y se casó con una chica musulmana. En India no se puede hacer esto ni en sueños, ¡un brahmin casándose con una musulmana! Ravi Shankar lo hizo. Pero no era una chica musulmana cualquiera, sino que además era la hija de su maestro. Eso es todavía menos convencional. Significa que durante años se lo ha estado ocultando a su maestro. Por supuesto, el maestro autorizó el matrimonio en cuanto lo supo. No sólo lo autorizó, sino que hizo los preparativos.
    Él también era un revolucionario, y de mucho mayor rango que Ravi Shankar. Se llamaba Allauddin Khan. Fui a visitarle con Masto. Masto me solía llevar a conocer gente rara. Allauddin Khan era, sin duda, una de las personas más singulares que he conocido. Era muy viejo; se murió tras haber completado un siglo.
    Cuando le conocí estaba mirando al suelo. Masto tampoco decía nada. Yo estaba un poco desconcertado. Le di un pellizco a Masto, pero se quedó como si no le hubiese hecho nada. Le volví a pellizcar más fuerte, pero siguió como si no hubiese pasado nada. Entonces le pellizqué de verdad y dijo:
    -¡Ay!
    Vi los ojos de Allauddin Khan; a pesar de ser tan viejo los surcos de su cara eran una lección de historia. Había vivido la primera revolución en India. Fue en 1857 y se acordaba, así que debía tener edad suficiente para acordarse. Había visto pasar todo el siglo, y lo único que hizo durante todo este tiempo fue tocar el sitar. Ocho horas, diez horas, doce horas al día; así es el método clásico hindú. Es una disciplina y si no lo practicas pierdes en seguida el dominio. Es muy sutil… Sólo está ahí cuando tienes cierto grado de preparación; de lo contrario se va. Se cuenta que un maestro dijo:
    -Si no practico durante tres días, el público lo nota. Si no practico un día, mis alumnos lo notan. En cuanto a mí, no puedo parar ni un momento. Necesito practicar y practicar, si no, lo noto en seguida. Incluso por las mañanas, después de haber dormido bien, noto que he perdido un poco.
    La música clásica hindú es una disciplina muy dura, pero si te la impones te da una gran libertad. Si quieres nadar en el mar, por supuesto, tienes que practicar. Y si quieres volar en el cielo, naturalmente, es obvio que se precisa de una gran disciplina. Pero no te la puede imponer nadie. Cualquier cosa impuesta se vuelve fea. Así es como se volvió desagradable la palabra «disciplina», porque se asocia con el padre, la madre, el profesor, y todas las personas que no tienen ni idea de la disciplina. No conocen su sabor.
    El maestro estaba diciendo:
    -Si no practico unas horas al día nadie se da cuenta, pero yo noto la diferencia.
    Uno debe practicar continuamente, y cuanto más practicas, adquieres más práctica de practicar, se vuelve más fácil. Poco a poco, sucede un cambio donde la disciplina ya no es una práctica, sino un placer.
    IHablo de la música clásica, no de mi disciplina. Mi disciplina es disfrutar desde el primer instante, o desde el comienzo del disfrute. Os hablaré de esto más tarde…
    He escuchado a Ravi Shankar muchas veces. Tiene el toque, el toque mágico que sólo poseen unas pocas personas en este mundo. Empezó a tocar el sitar por casualidad; cualquier cosa que hubiese caído en sus manos se habría convertido en su instrumento. Siempre es gracias al hombre, no al instrumento. Se enamoró de la vibración de Allauddin, y éste era un músico de mucha más talla, miles de Ravi Shankares juntos, mejor dicho, todos ellos, cosidos uno junto al otro no darían su talla. Allauddin era, sin lugar a dudas, un rebelde; no sólo un innovador sino una fuente original de música. Aportó muchas cosas a la música.
    Hoy en día, casi todos los grandes músicos de India son discípulos suyos. No es ilógico. Venían todo tipo de músicos, sólo para postrarse a los pies del Baba: intérpretes de sitar, bailarines, flautistas, actores y qué sé yo. Se le conocía por «Baba»; porque, ¿quién le iba a llamar Allauddin?
    Cuando le conocí tenía más de noventa años. Era un Baba, naturalmente; se convirtió en su nombre. Enseñaba a tocar toda clase de instrumentos a muchos tipos de músicos. Podías traerle cualquier instrumento y se ponía a tocar como si no hubiese hecho otra cosa en  toda su vida más que tocar ese instrumento.
    Vivía muy cerca de la universidad donde yo estaba, sólo a unas horas de viaje. Solía ir a visitarle de vez en cuando, siempre que no hubiera un festival. Hago esta aclaración porque siempre había festivales. Seguramente, he sido el único que le ha preguntado:
    -¿Baba, me podrías decir en qué fechas no hay festivales aquí?
    Me miró y me dijo:
    -¿De modo que también vas a quitarme esos días?
    Y con una sonrisa me dio cita para tres días. En todo el año, sólo había tres fechas que no hubiese festivales. La explicación es que había todo tipo de músicos con él, hindúes, musulmanes, cristianos, había todo tipo de festivales, y él lo permitía. Era realmente un patriarca, un santo benefactor.
    Yo solía ir a verle esos tres días, cuando estaba solo y no estaba rodeado de gente.
    -No te quiero interrumpir -le dije-. Puedes estar sentado en silencio. Si te apetece, puedes tocar la veena o hacer cualquier otra cosa. Si quieres recitar el Corán, me encantará. He venido sólo para estar aquí, en tu atmósfera -se puso a llorar como un niño. Tardé un tiempo en secarle todas las lágrimas y le dije-: ¿Te he ofendido?
    -No, en absoluto -respondió-. Me ha tocado tanto el corazón que no he podido hacer otra cosa más que llorar. Y ya sé que no debería llorar: soy viejo y no es lo más oportuno, ¿pero es que hay que ser oportunos todo el tiempo?
    -No; por lo menos no mientras esté yo aquí -le dije. Se echó a reír, las lágrimas en sus ojos, y la risa en su cara…, ver ambas cosas juntas era un regocijo.
    Masto me lo presentó. ¿Por qué? Sólo diré unas cosas más antes de poder contestar…
    He escuchado a Vilayat Khan, otro gran intérprete del sitar, quizá mejor que Ravi Shankar, aunque no es un innovador. Es totalmente clásico, pero cuando le escucho me gusta hasta la música clásica. Normalmente, no me gusta lo clásico, pero él toca con tanta perfección que no lo puedes evitar. Te acaba gustando, no depende de ti. Cuando coge un sitar en sus manos, pierdes el control. Vilayat Khan es música clásica pura. No permite ninguna corrupción; no admite lo popular. Me refiero al pop, porque en Occidente, si no dices pop, no se entiende que es popular. Es lo mismo que el antiguo «popular» sólo que resumido, mal cortado, sangrante.
    He escuchado a Vilayat Khan, y me gustaría contaros la historia de uno de mis discípulos más ricos. Fue alrededor de 1970, porque desde entonces no he sabido nada de ellos. Todavía andan por ahí, he hecho averiguaciones sobre su estado, pero el sannyas ha asustado a mucha gente, particularmente a los ricos.
    Ésta era una de las familias más ricas de India; me sorprendí cuando la esposa me dijo:
    -Eres el único a quien se lo puedo contar, desde hace diez años estoy enamorada de Vilayat Khan.
    -¿Qué hay de malo en eso? ¿Vilayat Khan?
    No es ningún agravio -le respondí.
    -No lo entiendes -me dijo-, no me refiero al sitar; me refiero a él.
    -¡Claro! ¿Qué harías con el sitar si no estuviera él? -le dije.
    Se dio un golpe en la cabeza con la mano y me dijo:
    -¿Es que no entiendes nada de nada?
    -Cuando te miro, parece que no -le respondí-. Aunque sí entiendo que amas a Vilayat Khan. Está perfectamente bien. Sólo te estoy diciendo que no hay nada malo en eso.
    Al principio me miró con escepticismo, porque en India, si le dices algo así a un religioso (una esposa hindú que se enamora de un músico, un cantante o un bailarín musulmán), puedes estar seguro de que no te volverá a dar su bendición. Quizá no te maldiga, pero lo más probable es que lo haga; y si te puede perdonar sería demasiado moderno, ultramoderno.
    -No hay nada malo en eso -le dije-. Ama, ama a quien quieras. El amor no conoce barreras de casta o de credo.
    Me miró como si fuese yo el que se había enamorado y ella fuese una santa. -Me estás mirando como si me hubiese enamorado yo de él -le dije-. Eso también es cierto. A mí me gusta como toca, pero no me gusta él. Es muy arrogante, lo cual es común entre los artistas.
    Ravi Shankar es todavía más arrogante, quizá también porque es un brahmin. Es como tener dos enfermedades a la vez: la música clásica y ser brahmin. Y su enfermedad tiene además una tercera dimensión, porque está casado con la hija de Allauddin; es su yerno.
    Allauddin era tan venerado que ser su yerno es prueba suficiente de que eres grande, de que eres un genio. Pero, desgraciadamente para ellos, yo también había oído tocar a Masto. Y cuando le oí dije:
    -Si el mundo supiese que existes, se olvidarían y perdonarían a todos los Ravis Shankares y a los Vilayat Khans.
    -El mundo nunca sabrá nada de mí -contestó Masto-. Tú serás mi único oyente. Os causará sorpresa saber que Masto tocaba muchos instrumentos. Era un auténtico genio versátil, era una mente muy fértil y era capaz de crear cosas bellas a partir de la nada. Pintaba sin ningún sentido, como ni siquiera habría podido hacerlo Picasso, y con tanta belleza que, seguramente, ni Picasso podría hacerla. Pero destruía sus pinturas diciendo:
    -No quiero dejar huellas en la arena del tiempo.
    En ocasiones, tocaba música con Pagal Baba; por eso le pregunté:
    -¿Qué sabes de Baba?
    -Reservo mi sitar para ti -respondió-; ni siquiera lo ha escuchado Baba. Tengo otra cosa reservada para Baba; así que, por favor, no me hagas preguntas. Quizá no la oigas.
    Naturalmente, yo quería saber de qué se trataba. Tenía curiosidad, pero le dije:
    -Me aguantaré la curiosidad. No le preguntaré a nadie; aunque podría preguntárselo a Baba y él no me mentiría, pero no lo voy a hacer, te lo prometo. Él se rió y dijo:
    -En ese caso, cuando Baba ya no esté en este mundo, te tocaré ese instrumento, porque sólo entonces podré tocarlo para ti o para otros, antes no.
    El día que Pagal Baba dejó de estar entre nosotros, lo primero que se me ocurrió fue:
    -¿De qué instrumento se trataba? Ahora es el momento… -me censuré, me maldije, pero daba igual. Una y otra vez me venía a la mente:
    -¿De qué instrumento hablaba Masto? La curiosidad está profundamente arraigada
    en el hombre. No fue la serpiente sino la curiosidad, lo que tentó a Eva y también a Adán, y así sucesivamente…, hasta la fecha. Me parece que seguirá persuadiendo eternamente a la gente. La curiosidad hace buscar a la gente afanosamente. Es un extraño fenómeno. Por supuesto, no fue gran cosa. Ya le había oído tocar otros instrumentos; probablemente, fuese más diestro en este pero, iY qué! Ha muerto una persona y sólo piensas que ahora Masto te tendrá que tocar el instrumento…, es humano.
    Menos mal que las personas no tienen ventanas encima de la cabeza; si no, todo el mundo podría ver lo que pasa ahí dentro. Sería un verdadero lío, porque el rostro finge que son algo totalmente distinto, es un personaje, una máscara. ¿Cómo son en su interior? Una corriente de mil cosas.
    Si tuviésemos ventanas en la cabeza nos resultaría muy difícil vivir. Pero he estado contemplando esta idea. . ., ayudaría tremendamente a la gente a permanecer en silencio, de modo que cualquiera podría mirar dentro de su cabeza y darse cuenta que no hay nada que ver. Los que están en silencio sonreirían mirando a sus vecinos y dirían:
    -Mirad, chicos, mirad. Mirad todo lo que queráis -pero la cabeza no tiene ventanas. Está totalmente sellada.
    Cuando se murió Baba sólo pensaba en el instrumento de Masto. Perdonadme, pero he decidido decir toda la verdad, sea lo que sea. Y os recuerdo que os lo voy a contar dure lo que dure. Devageet, Devaraj y Ashu, quizá tarde años en contarlo, y después os vaya decir que quiero tenerlo acabado rápido; por tanto, no dejéis que se amontone.
    No dependáis del mañana bajo ningún concepto. Hacedlo hoy; sólo así seréis capaces de hacerlo. Sin daros cuenta habéis caído en una trampa. ¿Acaso creéis que estoy atrapado en una ratonera? ¡Olvidadlo! Os he pillado a los tres y ahora el lazo se irá estrechando cada día más; no tenéis escapatoria.
    Sí; hay una mujer -que aparecerá en algún punto de este relato, porque significa mucho para mí- que me dijo algo parecido. A su manera es rara; todo lo que me dio siempre fue lo primero: el primer reloj, la primera máquina de escribir, el primer coche, el primer magnetófono, la primera cámara. No sé cómo se las arregló, pero siempre fue lo primero. Os hablaré de ella después. Recordádmelo cuando llegue el momento.
    Me contó que lo único que le pesaba en el corazón era que sintió hambre cuando se murió la madre de su marido.
    -¿Qué hay de malo en tener hambre? -le pregunté.
    -¿Crees que está bien? -dijo-, se muere mi suegra, está ahí tumbada delante de mí y yo tengo tanta hambre que sólo puedo pensar en comida: paratha, bhajia, pulau, rasogulla. Nunca se lo he dicho a nadie -me confesó-, porque pensé que no me perdonarían.
    -No hay nada malo en eso -le dije-. ¿Qué le vas a hacer? No la has matado tú. De todas formas, tarde o temprano uno tiene que empezar a comer, y cuanto antes mejor. Cuando uno va a comer, piensa en lo que le gustaría comer.
    -¿Estás seguro? -preguntó.
    -¿Cuántas veces lo tengo que repetir? -le dije.
    Cuando me lo contaba comprendí cómo se sentía, porque me acordé de cuando se murió Baba y del primer pensamiento que tuve. Los pensamientos realmente son extraños…, yo pensé para mis adentros:
    -¿Qué instrumento tocará Masto? -por supuesto, en cuanto vi a Masto le dije-: Ahora.. .
    Él contestó: -De acuerdo.
    No cruzamos ninguna otra palabra. En seguida me entendió y, por primera vez, tocó la veena para mí. Nunca la había tocado antes para mí. Es una especie de guitarra pero más complicada y, por supuesto, alcanza cotas a las que el sitar no puede llegar y abismos donde el sitar se queda a mitad de camino.
    -¡La veena! -dije-. ¿Masto, me querías negar esta experiencia?
    -No; nunca -dijo-, pero cuando estaba con Baba todavía no te conocía, y le había prometido que no tocaría este instrumento para nadie mientras él viviera. Ahora tú eres para mí Pagal Baba; siempre pensaré esto de ti. Ahora puedo tocar para ti. No te estaba ocultando nada, pero no te conocía cuando hice esa promesa. Ahora ya se ha acabado.
    Mis oídos no daban crédito de lo que me había estado ocultando.
    -Masto -le dije-, sabes que eso no está bien entre amigos.
    Miró al suelo y no dijo nada. Era la primera vez en mi vida que le veía triste.
    -No -le dije-. No hace falta que te aflijas ni te pongas triste. Ha ocurrido lo que ha ocurrido; ya no tiene nada que ver con nosotros.
    -No estaba triste, estaba avergonzado -respondió-. Estar triste es algo que se va con facilidad, pero estar avergonzado…, puedes limpiarlo, pero sigue ahí. Puedes volverlo a lavar y sigue ahí.
    El sentimiento de vergüenza es algo que sólo le ocurre a los que son realmente grandes. No le sucede a la gente corriente; no saben lo que es sentirse avergonzado. De repente esto me recuerda una cosa… ¿Qué hora es?
    -Las diez y veintidós, Osho. De acuerdo.
    No era por la hora. Nunca me acuerdo de la hora, y vosotros lo sabéis. A veces, realmente es demasiado. Vosotros estáis hambrientos, preparados para salir corriendo a Magdalena (cafetería de la comuna)… Y yo sigo hablando. Evidentemente, no me podéis parar. Sólo yo puedo hacerlo. No sólo eso, incluso os señalo cuándo hay que parar diciendo: -Stop -es una vieja costumbre. No; me había acordado de otra cosa, no de la hora.
    Masto se alojaba en casa de mi Nani. Era mi casa de huéspedes. En casa de mi padre no había sitio ni para el anfitrión, y mucho menos para el huésped. Estaba repleta de gente, no creo que el Arca de Noé estuviese más atestada. Había todo tipo de seres. ¡Qué mundo! Sí; era casi un mundo. Pero la casa de mi Nani estaba casi vacía: es como me gustan a mí las cosas, vacías.
    La palabra inglesa empty (vacío) no expresa lo que quiero decir. La palabra correcta es shunya y, por favor, no os acordéis del doctor Eichling porque su nombre -el nombre que yo le he puesto- sea Shunyo. Eichling parece chino, o algo así. ¿Qué nombre es ése: I-kling? No puede ser americano; cuando se afeitó la barba parecía un chino. Me lo crucé por casualidad y no le pude reconocer.
    -¿Qué te ha sucedido? -le pregunté. Gudia lo reconoció y dijo:
    -Es Shunyo.
    -Menos mal que me lo has dicho -exclamé-, si no, le habría pegado. Parece un chino totalmente. ¿Porqué te has afeitado la barba? -le pregunté.
    -Porque voy a hacer prácticas en Madrás -respondió.
    -¡Dios mío! -dije-. ¿Si uno va a Madrás a hacer prácticas se tiene que afeitar la barba?
    De hecho, si examinas la historia de la medicina, todos los grandes médicos, por alguna extraña razón, tienen barba. Quizá no tuviesen tiempo de afeitarse o no tenían mujeres; ¡qué más da!
    -¿Quién te ha dicho que para ser médico en América te tienes que afeitar la barba? -le pregunté-. ¿Has pasado de ser Shunyo a ser el doctor Eichling otra vez? ¿Eres un gato o algo así? Dicen que los gatos tienen nueve vidas; ¿cuántas vidas tienes tú, señor Eichling?
    La casa de mi Nani era realmente shunyo. Estaba muy vacía, como deberían ser los templos, y la conservaba muy limpia. Me gusta Gudia por muchas razones; una de ellas es porque lo mantiene todo muy limpio. ¡Incluso me critica a mí! Naturalmente, si encuentra algún defecto, en cuanto a lo que se refiere a limpieza, siempre le doy la razón. Tiene la misma sensibilidad que tenía mi Nani. Probablemente, los hombres no tengan esa cualidad que por naturaleza tienen las mujeres. Es horrible ver a una mujer desaseada. Un hombre desaseado está bien; al fin y al cabo, sólo es un hombre y se le puede tolerar. Pero la mujer, sin saberlo, se mantiene limpia a sí misma y a todo lo que le rodea. Y Gudia es inglesa, auténticamente inglesa. Sólo hay dos auténticos ingleses, Gudia y Sagar…, en todo el mundo, quiero decir.
    Mi Nani le daba tanta importancia a la limpieza que, en lo que respecta a ella, la limpieza va por delante de Dios. Estaba todo el día limpiando… ¿para quién? Yo era el único allí. Llegaba por la noche y por la mañana me había ido. Y esta mujer se mantenía ocupada limpiando todo el día.
    En una ocasión le pregunté:
    -¿No te cansas? Nadie te pide que lo hagas.
    -Limpiar me ha ayudado mucho -me respondió-. Se ha vuelto casi como una oración. Tú eres mi huésped. Ya no vives aquí, ¿verdad? Eres un huésped. Tengo que arreglar la casa para mi huésped.
    En India suelen decir: «El huésped es el rey.. .».
    Ella decía:
    -Tú eres mi dios.
    -¿Estás loca, Nani? -le pregunté-. ¿Tu dios? Tú nunca has creído en ningún dios.
    -Sólo creo en el amor, y lo he encontrado -dijo-. Ahora tú eres mi único huésped en mi templo de amor. Tiene que estar tan limpio como sea posible.
    Su casa se convirtió en una casa de huéspedes, no sólo para mí, sino para mis huéspedes también. Siempre que venía Masto se solía quedar en casa de mi abuela. Y mi Nani trataba a todas las personas que traía a su casa como si fuesen sus huéspedes, como si realmente le importasen mucho.
    -No hace falta que te preocupes tanto -le dije.
    -Son tus invitados; por tanto, debo atenderles -respondió- incluso mejor de lo que lo haría con los míos,
    Nunca vi a mi Nani hablar con Masto. De cuando en cuando les veía sentados juntos, pero nunca les vi hablando. Era extraño.
    -¿Por qué no hablas con él? ¿No te gusta? -le pregunté.
    -Me gusta mucho pero no tengo nada que decir. No tengo preguntas; él tampoco tiene ninguna pregunta que hacer -me respondió-. Simplemente, nos saludamos con una inclinación de cabeza y permanecemos en silencio. Es muy bonito estar sentado en silencio. Hablo contigo. Tengo muchas preguntas que hacerte, y tú tienes mucho que contarme. Es bonito hablar contigo.
    Comprendí que se relacionaban de otra manera. Ella y yo nos relacionábamos de una forma diferente, e indudablemente no era la única. A partir de ese día, comenzamos a hablar cada vez menos hasta que finalmente dejamos de hacerlo. Entonces, solíamos sentamos durante horas. Su casa realmente era preciosa. Estaba al lado del río, y en el momento que digo «río» hay algo en mi corazón que se pone a cantar una canción.
    Jamás volveré a ver ese río, aunque no es necesario porque en cuanto cierro los ojos puedo verlo. He oído decir que el lugar ya no es tan hermoso. Han construido casas muy cerca, han abierto tiendas; se ha convertido en un mercado. No; no tengo ganas de ir. Si tuviese que ir cerraría los ojos para seguir viendo el bello lugar que era antes, los árboles altos y un pequeño templo…; todavía me acuerdo del sonido de la campana.
    Precisamente el otro día alguien me trajo unas campanas, unas campanas curiosas, que no se conocen en muchas partes del mundo. Son campanas tibetanas. Están hechas en California, pero el diseño es tibetano. No sólo eso: aunque están hechas en California las han perfeccionado. Las campanas tibetanas normalmente son muy toscas, pero éstas están muy pulidas y son de cristal. Dejadme que os las describa.
    No son un tipo de campanas que os podáis imaginar. Son como unas láminas, muchas láminas cosidas de modo que el viento las mueve y se golpean unas contra otras, y realmente vale la pena oír el sonido que hacen. Estas campanas son preciosas. De vez en cuando, California también hace cosas hermosas; de lo contrario, son todos californianos. Pero de vez en cuando, hacen cosas realmente bonitas.
    He visto muchos tipos de campanas. Un lama tibetano de Kalimpong me enseñó una campana tibetana que no olvidaré nunca. Vale la pena mencionada. Probablemente no lleguéis a ver algo así, porque esas campanas son parte del Tíbet que está en vías de desaparición. Pronto desaparecerán del todo. La campana que vi, sin duda, era muy rara.
    Sólo había visto campanas en India y asociaba la palabra «campana» con las campanas hindúes. Se cuelga del techo y hay un palito en su interior con el que golpeas un lado de la campana. Es para despertar al dios que no hace más que dormirse. Veo la belleza de este gesto; si hay que despertar incluso a Dios, qué no habrá que hacer con el hombre. Pero esta campana tibetana era totalmente diferente. Se colocaba en el suelo, no se colgaba del techo.
    -¿Es una campana? -le pregunté-; no parece.
    El lama se rió y dijo:
    -Espera y verás, no es una campana cualquiera, es muy especial.
    Sacó de su bolsa un manguito redondo de madera. Empezó a frotar el manguito dando vueltas y vueltas en el interior de la supuesta campana, que parecía una olla. Después de dar unas cuantas vueltas, dio un golpe en la campana en un sitio determinado que tenía una marca, y es curioso, la campana repetía todo el mantra tibetano Om Mani Padme Hum. Yo no podía creerlo cuando lo oí por primera vez. Repetía el mantra con mucha claridad.
    -Encontrarás este tipo de campanas en todos los monasterios tibetanos -dijo-, porque como no podemos repetir el mantra todas las veces que nos gustaría, al menos hacemos que la campana repita el mantra.
    -Increíble -dije-; así que la campana no es muda.
    -En absoluto -respondió-, y si le das un golpe en el lugar equivocado te darás cuenta que también grita. Sólo repite el mantra cuando le das en el lugar adecuado; si no, chilla y grita, y hace todo tipo de ruidos menos el mantra.
    He estado en Ladakh, un país que hay entre India y Tíbet. Probablemente, ahora se convertirá en el país más religioso del mundo, como lo fue antes Tíbet. Tíbet está acabado, asesinado, masacrado. En Ladakh pude ver esas mismas campanas, pero mucho más grandes, como una casa. Puedes meterte debajo y crear el mantra que quieras, sujetando la vara que cuelga y tañendo la campana en ciertos lugares. Sólo es cuestión de conocer el lenguaje de la campana. Es casi como un ordenador.
    ¿Devageet, qué estaba diciendo?
    -Nos contabas que Nani no solía hablar con Masto, sólo se sentaban en silencio…
    Es cierto, ahora nos tendríamos que sentar en silencio. . ., me basta con diez minutos. Por Dios
    -es igual que exista o que no-, relajémonos.
    Satyam Shivam Sundaram…, no soy, y vosotros estáis intentando alcanzarme. Todo el mundo lo puede ver. ¿Lo veis? No soy. Seguid así unos minutos, un par de minutos, porque estoy esperando algo, estad alerta. Sí… Bien. ..
    No, Devageet. Habrías sido una esposa tan maravillosa que hasta yo me reiría, aunque no debería.
    Stop.

  • Crow

    Sesión 36

    En este momento me estaba acordando de una historia. No sé quién la habrá inventado ni por qué, y tampoco estoy de acuerdo con sus conclusiones pero, de todas formas, me gusta. La historia es muy sencilla. Probablemente la hayáis oído, aunque quizá no la hayáis entendido por lo sencilla que es. Todo el mundo cree que entiende la sencillez. Es un mundo extraño. La gente intenta comprender la complejidad, y, sin embargo, ignora la simplicidad creyendo que no vale la pena prestarle atención. Quizá no le hayáis prestado atención a esta historia, pero en cuanto os la cuente de mis palabras, excepto cuando digo que el Zen es sin-sentido; en ese caso, por supuesto, es necesario el guión.
    La primera vez que conté esta historia fue a Masto, que seguramente la habría oído antes, pero no de la forma en que yo tergiverso o invento las cosas.
    Ésta es la historia (se la estoy contando a Masto):
    -Dios creó el mundo, Masto.
    -Magnífico -dijo Masto-. Siempre has estado contra la filosofía y la religión; ¿qué te ha pasado? Éste es el primer enigma con el que comienzan todas las religiones.
    -Espera antes de sacar conclusiones. No seas tonto y no concluyas nada antes de haber escuchado toda la historia -le advertí.
    -Ya conozco la historia -respondió Masto. -No puedes saberla -le dije.
    Me miró con asombro y dijo:
    -Esto sí que tiene gracia. Te la puedo repetir SI quieres.
    -Repítela si quieres -le dije-, pero eso no quiere decir que la sepas. ¿Repetir es saber? El loro que repite los sutras del Buda, ¿es un buda o, por lo menos, un bodhisattva?
    Me miró muy pensativo. Yo esperé, pero entonces le dije:
    -Escucha la historia antes de empezar a pensar. La que tú sabes no puede ser la misma que yo sé, porque no somos iguales. Dios creó el mundo. Naturalmente, surge la pregunta, y los vedas hacen la pregunta exacta: ¿por qué creó el mundo? Los vedas, en ese sentido, son realmente fantásticos. Dicen «quizá él tampoco sepa por qué» y cuando dicen «él» se refieren a Dios.
    Veo la belleza que hay en esto. Probablemente, todo surgió de la inocencia y no de la sabiduría. Probablemente, ni siquiera estaba creando, sino jugando nada más, como un niño que hace castillos en la arena. ¿Acaso saben los niños para quién son los castillos que están haciendo? ¿Conocen a la hormiga que reptará por la noche y se abrigará en su interior?
    En hindi, no sé por qué, las hormigas siempre son «ellas». Nunca se piensa que sean machos. La verdad es que sólo hay una hormiga hembra, la reina; las demás hormigas son machos. Es raro, o quizá no tan raro, pero para ocultar la verdad las hormigas son «ellas». Tal vez, como son tan pequeñas, vaya contra el ego masculino decir «él». Al elefante le dicen «él». Al león también. Si se refieren a un elefante hembra dicen un elefante-ella, un león hembra es un león-ella, pero, a parte de esto, el término general es masculino. Pero la pobre hormiga… y desgraciadamente es lo que he escogido para esta historia.
    La hormiga él o ella, independientemente de su sexo, está filosofando; seguramente no debe ser «ella», si no, ¿de dónde vendría la filosofía? Nunca me he encontrado con una mujer que filosofe. He conocido a muchas mujeres profesoras de filosofía, pero curiosamente, incluso estas profesoras, solamente hablan de ropa y de películas. Alaban a la que está presente; critican a la que está ausente. En lo último que piensan es en filosofía. No me sorprende que logren hacerse profesoras, aunque quizá penséis que sí. No; son capaces de enseñar porque no se necesita pensar; de hecho, es el requisito básico: Si piensas, no puedes enseñar.
    Tenía un profesor que era uno de los hombres más raros que me he encontrado en el mundo universitario. Durante años no se apuntaba a sus clases ni un solo alumno, por una sencilla razón: que la clase siempre empezaba puntualmente, pero nadie sabía cuándo iba a terminar.
    Al comenzar la clase, solía decir:
    -Por favor, no esperéis un final, porque en el mundo no se acaba nada. Si os queréis marchar, lo podéis hacer; en el mundo hay muchos que se van, pero el mundo continúa. Sólo os pido que no me interrumpáis. No me preguntéis: «¿Profesor, me puedo ir?» No lo hace nadie, ni siquiera cuando te vas a morir; por tanto, ¿cómo le vas a hacer esta pregunta a un pobre profesor de filosofía? Querido, en primer lugar, ¿me puedes decir por qué has venido? Te puedes ir cuando quieras, mientras sienta que surgen palabras yo seguiré hablando.
    Cuando llegué a la universidad todo el mundo me decía:
    -Evita al doctor Dasgupta, está loco.
    -Eso quiere decir que le tengo que conocer primero -respondí-. He venido en busca de hombres locos de verdad. ¿Realmente está loco?
    -Realmente -me contestaron-. Está totalmente loco, no bromeamos.
    -Me produce una gran fascinación saber que no estáis bromeando -les dije-. Ya me encargo yo solo de hacerla. Cuando lo necesito, me cuento chistes buenos y me río a carcajadas di ciendo: «Fantástico. No lo había oído antes.»
    -Parece que este tipo está loco –dijeron ellos. -Eso es totalmente cierto -añadí-. Ahora, decidme dónde vive el doctor Dasgupta.
    Fui hasta su casa y llamé a la puerta. Ni siquiera tenía un criado. Vivía como un dios: sin mujer, sin criados, sin niños, solo.
    -Te debes haber equivocado de puerta -me dijo-; ¿no sabes que soy el doctor Dasgupta?
    -Sí, ya lo sé -le respondí-. ¿Y tú sabes quién soy yo?
    Era un hombre viejo, me miró a través de los gruesos cristales de sus gafas y dijo: -¿Cómo quieres que te conozca?
    -He venido a averiguarlo -le contesté. -¿Quieres decir que tú tampoco lo sabes? -me preguntó.
    -No -le contesté.
    -¡Dios mío! ¡Dos locos en la misma casa! -exclamó-. Y tú estás mucho más loco que yo. Adelante, señor, siéntese.
    Era muy respetuoso. Hablando en serio me dijo:
    -En esta universidad no viene nadie a mis clases desde hace tres años… De hecho, yo mismo he dejado de ir. ¿Qué sentido tiene? Doy las clases aquí, exactamente donde estás sentado.
    -Eso está muy bien -le dije-, ¿pero a quién?
    -Ésa es la cuestión -respondió-. De vez en cuando, yo también pregunto «¿a quién?»
    -Me apuntaré a tu clase -le dije-, y no tienes que molestarte en venir al aula. Está a más de un kilómetro de tu casa. Yo puedo venir aquí.
    -No, no, iré yo -dijo él-, es parte de mi trabajo. Pero sólo hay una cosa, disculpa, que aunque la clase empieza a la hora (si es a las once, empiezo a las once), no te puedo garantizar que acabe cuarenta minutos después, cuando suena la campana.
    -Lo entiendo -le dije-. ¿Pero el pobre hombre que toca la campana, cómo puede adivinar qué estás haciendo? Y no sólo tú, sino lo que está haciendo el resto de los profesores de la universidad. Si paran es porque son estúpidos. La campana no lo sabe; el hombre que toca la campana no lo sabe, ¿por qué te tienes que parar? Si le das tanta importancia a que no te tienes que parar, escúchame bien, de hombre a hombre, porque entonces yo también le daré importancia y si te paras te pegaré tan fuerte que quizá no sobrevivas.
    -¿Cómo? -exclamó-. ¿Me vas a pegar? -él era de Bengala.
    -Quería decir metafóricamente -le respondí-. Sólo te tocaré levemente la cabeza para recordarte que no te tienes que preocuparte de la campana.
    -Entonces, de acuerdo -asintió-. No hace falta que te vayas al hostal, te puedes quedar en mi casa. Es muy grande y estoy solo.
    Ese día me acordé de Masto. Esa casa y ese hombre de ojos contemplativos le habrían encantado. También me acordé de esta historia. La volveré a contar para que me podáis seguir:
    Dios creó el mundo. Lo terminó en seis días. La mujer fue lo último que creó. Naturalmente, surge la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué fue la mujer lo último que creó? Por supuesto, las feministas dirán: «Porque la mujer es la creación más perfecta de Dios.» Evidentemente, cuando la creó ya tenía experiencia, porque había creado al hombre. El hombre es un modelo un poco más antiguo; por supuesto, Dios perfeccionó el modelo y lo mejoró.
    Pero los machistas tienen otra respuesta. Dicen que el hombre fue una de las últimas creaciones de Dios, pero entonces el hombre empezó a hacer preguntas como: «¿Por qué has creado el mundo?» y «¿Por qué me has creado a mí?» Entonces Dios se quedó tan desconcertado que creó a la mujer para desconcertar al hombre. Desde entonces, Dios ya no ha vuelto a tener noticias del hombre.
    El hombre llega a casa con el rabo entre las patas, sale a comprar plátanos y poco a poco, se ha convertido en un plátano: el Sr. Plátano, Doctorado en Filosofía, Licenciado en Letras, Doctorado en Literatura y lo que quieras; pero básicamente el Sr. Plátano está totalmente podrido. No te lo comas, por favor. Ni siquiera mires debajo de la piel; de lo contrario, te arrepentirás e inmediatamente empezarás a decir: «¡Detengan la rueda!» -la rueda de la vida y la muerte- porque ¿a quién le interesa ser un plátano? Aunque los plátanos pueden ir muy bien vestidos, con ropa preciosa, probablemente de París. El Sr. Plátano puede hacer lo que quiera. Lleva una bonita corbata, de forma que ni siquiera puede respirar…, unos zapatos tan apretados que si le vieras los pies no le mirarías a la cara.
    Nunca me han gustado los zapatos, pero todo el mundo insistía en que los usara.
    -Pase que pase, no voy a usar zapatos -les dije.
    Lo que uso se llaman chappals en India. No son zapatos; en realidad, tampoco son sandalias, son la mínima envoltura. Y he elegido un chappal extremo, no se puede reducir más.
    El zapatero que me hace los chappals, Arpita, sabe que es imposible hacerlos más perfectos. Un poco más, y mis pies estarían al aire. Es lo mínimo: solamente una tira que sujeta el pie de alguna manera al chappal. No se puede reducir más.
    ¿Por qué odio los zapatos? Simplemente, porque te convierten en un plátano: el Sr. Plátano, por supuesto, o el Doctor Plátano, o el Profesor Plátano, o todo tipo de plátanos: señoras plátano, caballeros plátano. .. puedes encontrar todas las variedades, pero todos empiezan por los zapatos.
    ¿Habéis visto alguna vez a las señoras victorianas con sus tacones altos? Son tan altos que un trapecista se caería si intentase andar con ellos. ¿Por qué los eligieron? Los escogió una sociedad muy religiosa, por un motivo muy poco religioso -pornográfico-, porque los tacones altos sacan el trasero.
    Ahora, nadie le da importancia al motivo; los usan hasta las señoras, y piensan que están siendo muy finas. Es muy poco fino. Simplemente, están exhibiendo sus traseros gratis y además lo disfrutan. Y con sus vestidos ajustados tienen mejor aspecto, obviamente, que si estuviesen desnudas, porque la piel, al fin y al cabo, sólo es piel. Cuando tienes treinta años, la piel tiene treinta años. Cuando la piel ha visto pasar treinta años no puede estar tan tirante como un vestido recién comprado. Y actualmente, los fabricantes hacen milagros: ¡hacen que las mujeres tengan un aspecto tan tentador, que el mismo Dios habría mordido la manzana!
    ¿Entendéis lo que estoy diciendo? Probablemente, os lleve algún tiempo. Ni siquiera Ashu se ha reído. Tardará un tiempo hasta que vaya calando. Sí; no hacía falta una serpiente, habría bastado con un vendedor de ropa. Apenas un vestido ajustado para Eva y Dios mismo habría mordido la manzana, y habría salido a dar una vuelta con la Sra. Eva, a pasar la velada, me refiero.
    ¿Por qué creó Dios a la mujer después que al hombre? Los machistas dicen que el hombre es la creación perfecta. Habréis visto hombres en las esculturas griegas y romanas; sin embargo, raramente te encontrarás con una escultura del cuerpo desnudo de una mujer, sólo hombres. Es extraño. ¿Qué problema tenían? ¿Las mujeres no les parecían bellas?
    Hasta tal punto eran machistas, que elogiaban más la homosexualidad que la heterosexualidad. Puede sonar’ muy raro, porque han pasado casi veinticinco siglos desde que vivió Sócrates, pero el mismo Sócrates amaba a los hombres y no a las mujeres. Probablemente, su mujer, Xanthippe, le hostigara tanto, que en una reacción excesiva se olvidó de las mujeres y empezó a amar a los hombres. Seguramente habría otros motivos.
    Si un día me dedicase a hacerle un psicoanálisis a Sócrates podría revelar cosas que no se ha atrevido a revelar nadie. Pero los machistas dicen que Dios creó al hombre, y como estaba solo y necesitaba compañía, creó a Eva.
    Ésta no es la historia original. El nombre de la mujer original no era Eva, se llamaba Lilith. Dios creó a Lilith, pero Lilith, desde el primer momento, originó el problema.
    Así empezó todo: se hacía de noche, se estaba poniendo el sol y sólo tenían una cama, éste era el problema. No tenían tanta suerte como yo, teniendo a Asheesh; si no, él habría preparado (aunque estuviese padeciendo una migraña), aun así, habría hecho la cama perfecta. Pero Asheesh no estaba allí. En realidad, no había otros seres humanos…
    Se ha parado mi reloj; el otro día precisamente estaba hablando de él y se paró. Los relojes son temperamentales, ¿sabéis? Se paró exactamente en este momento. Yo estaba hablando de otro reloj, de un reloj metafórico, ¿pero quién le puede explicar al reloj que no hablaba de él? Por la noche se lo repito muchas veces:
    -Escucha, no hace falta que te pares, No hablaba de ti, eres un reloj precioso… -pero no me hace caso.
    ¿De qué estaba hablando?
    -Estabas diciendo que Eva no tenía cama…, que Lilith no tenía una cama, Osho.
    Sí. La pelea comenzó antes de ir a la cama. Sin duda, Lilith debió ser la fundadora del Movimiento para la Liberación de la Mujer, lo sepan o no. Luchó, hasta que echó a Adán de la cama. ¡Qué gran mujer! Adán intentó echarla de la cama una y otra vez, pero ¿qué sentido tenía? Aunque lo consiguiera, ella volvería para echarle otra vez.
    -En esta cama sólo puede dormir una persona -dijo ella-, no está pensada para dos. Por supuesto, Dios no la había hecho para dos, no era una cama doble.
    Se pelearon durante toda la noche, y por la mañana Adán le dijo a Dios:
    -Era tan feliz… -aunque no era verdad, pero la desdicha de la noche anterior le ayudó a ver su pasado como una etapa muy feliz-. Era muy feliz antes de que apareciese esta mujer -observó.
    Y Lilith contestó:
    -Yo también era feliz, no quiero existir.
    Debe haber sido la fundadora de muchas cosas. Quizá fuera la primera verdadera patriarca Zen, porque dijo:
    -No quiero existir. Una noche es suficiente para toda la vida, porque sé que va a ser casi igual todas las noches, una y otra vez. Aunque me des una cama doble, ¿qué más da? Seguiremos peleando, porque el asunto es: «¿Quién es el amo?» No permito que esta bestia sea mi amo.
    Dios dijo:
    -De acuerdo.
    En aquella época… y sólo eran los primeros días; de hecho, era el primer día después de la creación. Según los cristianos, era un domingo. Dios seguramente tenía el típico humor del domingo, porque dijo:
    -De acuerdo, te haré desaparecer.
    Lilith desapareció y Dios creó a Eva de una costilla de Adán.
    Se trataba de la primera operación; Devaraj, anótalo por favor. Dios fue el primer cirujano, da lo mismo que no lo quieran reconocer en el Colegio de Médicos. Hizo un gran trabajo. Desde entonces, no ha habido ningún cirujano que haya logrado hacer lo mismo. Creó a la mujer de una costilla. Pero es insultante, odio esta historia. Dios no se debería comportar así. i Una costilla nada más. . .!
    Y luego está el resto de la historia. Por las noches, Eva cuenta las costillas de Adán antes de dormirse, para estar segura de que están todas y no hay ninguna otra mujer en el mundo. Entonces, puede dormir tranquila.
    Es curioso…, ¿por qué no puede dormir tranquila cuando hay otras mujeres? Pero no me gusta ese final de la historia. En primer lugar, es machista; en segundo lugar, no es propio de dioses; y en tercer lugar es muy poco imaginativo y demasiado realista. Las cosas sólo se  tendrían que sugerir.
    Masto me preguntó:
    -¿Cuál es tu conclusión?
    -Mi conclusión es que Dios creó primero al hombre porque no quería interferencias mientras estuviese creando -le respondí.
    Éste es un dicho muy conocido en Oriente. No tiene nada que ver conmigo, pero me gustó tanto que casi puedo decir que es mío. Si el amor puede hacer que consigas lo que quieres, entonces es mío. Para empezar, no sé quién lo dijo, ni necesito saberlo.
    -Desde entonces -continué diciéndole a Masto-, no hemos vuelto a tener noticias de Dios. ¿Sabes algo del pobre hombre? ¿Se ha jubilado? ¿Se ha olvidado de la creación? ¿No tiene amor o compasión por los que creó?
    -Siempre se te ocurren unas preguntas muy raras sobre esas historias tan absurdas -dijo Masto-, y además haces que suenen coherentes. Me pregunto si algún día serás escritor.
    -Nunca -le respondí-; hay gente con mucho más talento haciendo ese trabajo. Hago falta en un sitio que no parece interesarle a nadie, porque al parecer, sólo me interesa Dios.
    Masto dijo escandalizado:
    -¿En Dios? Pensaba que no creías en él.
    -No creo porque lo sé -le dije-, lo sé tan profundamente, que si me cortasen la cabeza seguiría diciendo «lo sé». Quizá yo ya no esté…, tampoco estaba antes… Él estaba y estará.
    En realidad, no es correcto decir «él». En Oriente decimos «eso» y suena perfectamente bien. ESO escrito con mayúsculas le da un significado real a las palabras de Buda, a los dichos de Lao Tzu, a las oraciones de Jesús. «Él»de nuevo es masculino, y «él» no es «ella» tampoco.
    He oído…, probablemente todavía no la hayáis oído, porque pertenece al futuro. Es una historia futura. Se muere el papa polaco y va al cielo, por supuesto. Se dirige apresuradamente a ver a Dios, y vuelve a salir tan rápido como ha entrado, llorando y gimiendo. Los santos Pedro, Pablo y Tomás, y todos los demás santos se reúnen y dicen:
    -No llores, no gimas. Eres un buen hombre y comprendemos tus sentimientos.
    El papa gritó:
    -¿Qué comprendéis? En primer lugar, ¿sabíais que este hombre no es un blanco sino un negro? Y en segundo lugar, todavía peor: ¡ni siquiera es él, es ella!
    Dios no es ni él ni ella, pero los polacos son polacos. Los pueden nombrar papa, pero eso no cambia nada. Dios no creó el mundo de acuerdo a puntos de vista machistas o feministas. Sus puntos de vista son radicalmente opuestos.
    Creó a la mujer como un modelo perfecto; indudablemente, todos los artistas creen que es el modelo perfecto. Pero deteneos ahí, por favor.
    No toquéis a una mujer de verdad. Los cuadros están muy bien, las estatuas también, pero una mujer de verdad es tan imperfecta como tendría que ser.
    No estoy menospreciando nada. La imperfección es precisamente la ley de la hablar de cosas importantes, él sólo quiere esconderse detrás de The Times o de cualquier otro periódico. La mujer le mantiene en actividad constante: «Haz esto, haz aquello.»
    Curiosamente, a las mujeres se les da el trabajo de profesoras, a pesar de que no las aceptan en muchos otros trabajos. Quizá tenga alguna lógica. Menos mal que atrapan a los pobres chicos antes de que sea demasiado tarde, y después de eso siempre estarán temblando delante de una mujer, totalmente asustados. Desde entonces, Dios ha estado disfrutando de todos los disparates que ocurren en el mundo que creó en seis días.
    Los budas intentan darte unos vislumbres de ese mundo de relajación que existió antes de que comenzara el mundo y todos los problemas. Incluso ahora es posible hacerse a un lado. Si te sales de la corriente, de repente, te echarás a reír; con Dios o sin él, no era más que una historia. Le dije a Masto:
    -A no ser que te salgas de la corriente mundana de la vida…
    Quería despedirme de este hombre, pero menos mal que no lo hice. Todavía hay muchas cosas que se refieren a él, y cualquier cosa puede reflejar muchas otras. La vida siempre es simple y compleja, tan simple como una gota de rocío, ya la vez, tan compleja como una gota de rocío, porque la gota refleja todo el cielo y contiene todos los océanos. Indudablemente, no va a estar ahí eternamente…, quizá sólo unos minutos, y después se irá para siempre. Hago énfasis en «para siempre». Después no habrá forma de recuperarla, con todas esas estrellas y esos océanos.
    Hay tantas cosas que tienen que ver con Masto…
    Cuando tenía ganas de llorar le pedía a Masto que tocara su veena. Era fácil, no hacía falta explicación; nadie te pregunta por qué estás llorando. Así es la veena, simplemente remueve lo más profundo de tu ser. Pero debido a su obstinación os he tenido que contar esta historia, porque me solía decir:
    -Si no me cuentas una historia no voy a tocar. Le he contado la historia y ahora le corresponde a él tocar… pero soy el único que le puede escuchar. Es mejor que sólo le pueda escuchar yo.
    Dadme diez minutos para escucharlo. Lo estoy disfrutando del mismo modo que lo disfrutaba Adán.
    ¿Cuántos minutos habremos estado avanzando en el antiguo carro de bueyes? ¿Alguien lo puede calcular?
    -Eternamente, Osho.
    Entonces dejadme un minuto, y después podéis parar.
    Esto está muy bien. Uno no debería querer continuar algo tan hermoso; también debería ser capaz de ponerle fin. Sé que podéis continuar, pero no, mi médico me ha prohibido que coma demasiado de ninguna cosa. Quiere que baje de peso, y si me alimento con vuestra dieta, ¡Dios mío…!
    Ahora podéis terminar.

    Sesión 37

    De acuerdo. Sólo estamos en mi segundo día de la escuela primaria. Va a ser así. Cada día se descubren muchas cosas. No he terminado aún el segundo día. Haré todo lo posible por terminarlo hoy.
    La vida está entrelazada; no la puedes dividir en pedacitos iguales. No es un trozo de tela. Ni siquiera la puedes cortar, porque en el momento que le cortas todas las conexiones ya no vuelve a ser la misma. Se muere, no respira. Quiero que siga su propio curso, no quiero dirigida; sobre todo, porque no soy el director. Ha seguido su propio curso, sin guía.
    En realidad, odiaba a los guías y los sigo odiando porque te impiden fluir con lo que es. Te dirigen, se dedican a meterte prisa hasta el próximo lugar. Su trabajo consiste en hacerte creer que sabes. No saben y tú tampoco. El conocimiento sólo llega cuando la vida no tiene guía, cuando no tiene dirección. Yo he vivido de ese modo y lo sigo haciendo.
    Es un destino extraño. Desde la infancia, sabía que no vivía en mi casa. Era la casa de mi Nana, mi padre y mi madre estaban muy lejos. Tuve la esperanza de que, tal vez allí, estuviese mi hogar, pero no, sólo era una gran casa de huéspedes, con mi pobre madre y mi padre atendiendo constantemente a los huéspedes, sin ninguna razón, al menos a mí me parecía que no había ninguna.
    Éste no es el hogar que yo estaba buscando -me repetía-. ¿Dónde iré ahora? Mi abuelo está muerto, de modo que no puedo regresar a esa casa.
    Era su casa, pero la casa vacía no tenía sentido si no estaba él. Si mi Nani hubiese regresado habría tenido algún sentido, al menos el noventa y nueve por ciento, pero ella se negó a volver.
    -Me trasladé allí por él -dijo-, y no tengo motivos para volver si él ya no está allí. Por supuesto, si regresa estaré lista, pero si no va a volver, si no puede mantener su promesa, ¿por qué me voy a preocupar por su casa y sus propiedades? Nunca fueron mías. Siempre hay alguien que se puede encargar de esas cosas. No es mi destino. Desde el primer momento no me interesaron y no voy a volver por eso.
    Se opuso tan rotundamente, que aprendí a rehusar. .. y aprendí a amar. Cuando nos marchamos de esa casa estuvimos algunos días con la familia de mi padre. Indudablemente, no sólo era una familia, sino una congregación de tribus, de muchas familias; quizá un tipo de mela, un festival. Pero solamente nos quedamos unos días. Ésa tampoco era mi casa. Me quedé para echar una mirada y después me trasladé.
    ¿Desde entonces, en cuántas casas he vivido? Es casi imposible que os podáis imaginar que en cerca de cincuenta años de vida no he hecho más que cambiarme de casa, sin hacer otra cosa. Por supuesto, la hierba crecía, yo me cambiaba de casa y no hacía nada, y la hierba seguía creciendo. Todo el mérito se debe a «nada», y no mis traslados de casa.
    Después me fui a casa de mi Nani, y más tarde a casa de uno de mis tíos (del marido de la hermana de mi padre), donde me había trasladado para estudiar después de matricularme. Ellos pensaron que sólo estaría unos días, pero esos días se alargaron más de lo que habían calculado. ¡No me querían en ningún albergue porque mi expediente era demasiado bueno! Vale la pena conservar los comentarios de mis profesores, particularmente los del director. Todo el mundo me censuró tanto como le fue posible censurarme en un diploma.
    -Esto no es un diploma de personalidad -les dije a la cara-, sino un asesinato de personalidad. Por favor, añadid en la postdata que «yo declaro que este documento es un asesinato de personalidad». No lo aceptaré a menos que lo escribáis.
    Tuvieron que hacerlo.
    -No sólo eres travieso, sino que además eres peligroso -dijeron-, porque ahora nos puedes demandar.
    -No tengáis miedo -les respondí-. A lo largo de mi vida me demandará mucha gente en los tribunales, pero yo jamás demandaré a nadie.
    No he demandado a nadie aunque lo podría haber hecho muy fácilmente, y habrían sido castigadas cientos de personas.
    Decía que nunca he tenido una casa. Ni siquiera puedo decir que ésta sea mi casa. Desde la primera hasta la última, probablemente esta no será la última, pero sea cual sea la última, no podré llamarla mi casa. Para disimular, digo que ésta es la casa de Lao Tzu. Pero Lao Tzu no tiene nada que ver con esto.
    Le conozco. Sé que si nos encontramos -y algún día tendrá que ocurrir-, la primera pregunta que me hará será:
    -¿Por qué a tu casa le pusiste de nombre «La casa de Lao Tzu»?
    Naturalmente, tiene la curiosidad de un niño; no hay nadie más infantil que Lao Tzu, ni Buda ni Jesús ni Mahoma, Y mucho menos Moisés. ¿Un judío infantil? ¡Eso es imposible!
    Un judío es un empresario desde que nace, con traje de ejecutivo, saliendo de su casa y yéndose a la tienda. Ya está confeccionado. Seguro que Moisés no. Pero Lao Tzu, o si queréis a alguien que sea todavía más infantil que Lao Tzu, entonces tenéis a su discípulo Chuang Tzu… Para ser discípulo de Lao Tzu tienes que ser más inocente que el propio Lao Tzu. No hay otro camino.
    Confucio fue rechazado. En pocas palabras le dijeron «sal y piérdete para siempre, y recuerda, no vuelvas a este sitio jamás». No fue con estas mismas palabras, pero en esencia esto es lo que Lao Tzu le dijo a Confucio, el hombre más sabio de aquel tiempo. No podían aceptar a Confucio. Pero Chuang Tzu estaba aún más loco que Lao Tzu, su maestro. Cuando llegó Chuang Tzu, Lao Tzu dijo:
    -Genial, ¿has venido para ser mi maestro? Puedes elegir: o tú eres mi maestro o yo soy tu maestro.
    Chuang Tzu respondió:
    -¡Olvídate de eso! ¿Por qué no podemos ser y nada más?
    Y permanecieron de esa manera. Por supuesto, Chuang Tzu era un discípulo y era muy respetuoso con su maestro; nadie podía competir con él. Pero así es como empezaron, cuando él dijo:
    -¿Por qué no nos olvidamos de todas estas sandeces?
    Yo he añadido la palabra «sandeces» para dar una idea exacta de lo que fue. Pero eso no significa que no fuese un hombre respetable. A continuación, incluso Lao Tzu se rió y dijo:
    -¡Magnifico! Te estaba esperando -y Chuang Tzu se postró a los pies de su maestro.
    Lao Tzu dijo:
    -¡Cómo!
    Chuang Tzu respondió:
    -Que nada se interponga entre nosotros. Si me apetece postrarme ante ti, nadie me lo puede impedir, ni tú ni yo. Sólo tenemos que observar cómo sucede.
    Y yo observaba lo que sucedía mientras me trasladaba de una casa a otra. Me acuerdo de miles de casas, pero ni una sola donde pudiera decir:
    -Ésta es mi casa.
    Tenía la esperanza que quizá ésta… y así ha sido a lo largo de mi vida: «Quizá la próxima.»
    De todos modos… os contaré un secreto. Sigo teniendo la esperanza de tener una casa en algún lugar, quizá… «Quizá» es la casa. Toda mi vida he estado esperando y esperando en distintas casas a que apareciera la verdadera casa. Siempre parecía estar a la vuelta de la esquina. Pero la distancia seguía siendo la misma: siempre está a la vuelta de la esquina. La estoy viendo. . ;
    Sé que nunca voy a tener una casa que sea mía. Pero una cosa es saberlo: de vez en cuando, lo cubre algo que sólo se puede llamar «ser». Yo lo llamo «omnisciente»; y en esos momentos, estoy buscando de nuevo «la casa». He dicho que sólo se podía llamar «quizá»; ése es el nombre de la casa. Siempre va a suceder pero realmente no sucede… siempre está a punto de suceder.
    Me trasladé de casa de mi Nani a casa de la hermana de mi padre. El marido, es decir, el cuñado de mi padre, no estaba muy de acuerdo con esto. Naturalmente, ¿por qué iba a estarlo? Yo estaba totalmente de acuerdo con él.
    Si hubiese estado en su lugar, yo tampoco lo habría deseado. No sólo sería contrario, sino que estaría tercamente en contra, pues ¿quién quiere aceptar a un alborotador sin tener necesidad de hacerlo? No tenían hijos, por tanto, vivían felizmente; aunque, en realidad, eran muy infelices, no sabiendo lo «felices» que son los que tienen niños. Pero tampoco tenían ninguna forma de saberlo.
    Tenían un bungaló precioso, con más espacio del necesario para una pareja. Era lo bastante grande para poder acoger a mucha gente. Eran ricos, se lo podían permitir. No tenían ningún problema en dejarme una pequeña habitación, a pesar de que el marido, aunque no lo dijese, no estaba de acuerdo. Yo me negué a trasladarme allí.
    Me quedé delante de su casa con mi maletita y le dije a la hermana de mi padre:
    -Tu marido no desea tenerme aquí y si no está dispuesto, prefiero vivir en la calle antes que estar en su casa. No puedo entrar, si no estoy convencido de que está contento de tenerme aquí. Y no os puedo prometer que no voy a  ser una molestia para vosotros. No meterme en líos va en contra de mi naturaleza. No tengo solución.
    El marido estaba escondido detrás de una cortina, escuchándolo todo. Por lo menos, entendió una cosa, que valía la pena probar con este chico.
    Salió y dijo:
    -Te daré una oportunidad.
    -Es mejor que sepas, desde el principio, que soy yo el que te va a dar una oportunidad -le respondí.
    -¡Cómo! -exclamó.
    -Poco a poco lo irás entendiendo. En las cabezas duras entra muy despacio -le dije.
    Su mujer estaba escandalizada. Más tarde me dijo:
    -No deberías decirle esas cosas a mi marido porque te va a echar. Yo no se lo puedo impedir porque sólo soy una mujer y además no tengo hijos.
    Bueno, vosotros no lo podéis entender. . .; en India se considera una maldición ser mujer y no tener hijos. Probablemente, no tuviese la culpa; sé perfectamente que el responsable era él, porque los médicos me dijeron que era impotente. Pero en India, si eres una mujer sin hijos… ¡Primero, ser mujer en India, y segundo, sin hijos! No te podría ocurrir nada peor. Si una mujer no tiene hijos, ¿qué puede hacer al respecto? Podría ir a un ginecólogo… ¡pero no en India! El marido preferiría casarse con otra mujer.
    La ley en India, por supuesto hecha por los hombres, permite al marido casarse con otra mujer siempre que la primera esposa no tenga hijos. Es curioso, si para concebir un hijo tiene que haber dos personas implicadas, obviamente también habrá dos personas implicadas para no concebirlo. En India hay dos personas implicadas para concebir, pero para no concebir sólo hay una, la mujer.
    Viví en esa casa y, naturalmente, hubo un conflicto desde el principio; entre el marido y yo surgió una corriente sutil que fue en aumento. Se hacía patente de muchas maneras. Al principio, le contradecía automáticamente todas y cada una de las cosas que decía en mi presencia, fuese lo fuese. No tenía importancia lo que decía. No era una cuestión de bueno o malo: se trataba de él o yo.
    Tenía un modo de mirarme, desde el comienzo, que dio lugar a mi forma de mirarle: como a un enemigo. Dale Carnegie podrá haber escrito Cómo ganar amigos e influenciar a la gente, pero, en realidad, no creo que lo sepa. No puede saberlo. Si no conoces el arte de crear enemigos, no podrás conocer el arte de hacer amigos. En esto me siento tremendamente afortunado.
    Me he ganado tantos enemigos que podréis estar seguros de que, por lo menos, habré hecho algunos amigos. Si no tienes amigos, no puedes tener enemigos; es una ley básica. Si quieres tener amigos, prepárate también para tener enemigos. Por eso, la mayoría de la gente decide no tener ni amigos ni enemigos, sólo conocidos. Se les considera gente con sentido común; en realidad, tienen un sentido poco común. Pero, se llame como se llame, yo no lo tengo. He hecho tantos amigos como enemigos; de hecho, en la misma proporción. Puedo contar con ambos. Los dos son de fiar.
    El primero, por supuesto, fue su gurú. En cuanto entró en la casa le dije a la hermana de mi padre:
    -Ésta es la peor persona que yo haya visto. -Cállate. Silencio. Es el gurú de mi marido -dijo ella.
    -Aunque lo sea -señalé-, pero dime una cosa: ¿tengo razón o no?
    -Desgraciadamente la tienes, pero cállate -dijo.
    -No me puedo callar -le dije-, tenemos que confrontarnos.
    -Ya sabía que íbamos a tener problemas cuando viniese este hombre -me dijo.
    -Él no tiene la culpa; yo soy el problema. Ten en cuenta que el día que me aceptasteis le dije a tu marido: «Me puedes aceptar, pero ten presente que estás aceptando líos» -le recordé-. Ahora sabrá lo que quería decir. Hay cosas que sólo el tiempo desvela; el diccionario no sirve de nada.
    En cuanto se sentó, pomposamente desde luego, le toqué la cabeza. Ahora bien, eso no era más que el principio. Mis familiares se reunieron y dijeron:
    -¿Qué estás haciendo? ¿No sabes quién es? -Precisamente lo he hecho para saber quién es -les contesté-. Estaba intentando calibrarlo, pero ya veo que es muy superficial. No llega ni a sus pies, por eso le he tocado la cabeza.
    Pero él echaba chispas, saltaba, gritaba y chillaba:
    -¡Esto es un insulto!
    -Simplemente, estoy citando tu libro -le dije. Recientemente había publicado un libro en el que decía: «Cuando alguien te insulta, quédate quieto, callado, no te alteres.»
    Entonces preguntó:
    -¿Qué pasa con mi libro?
    Eso me ayudó un poco y le dije: -Siéntate en tu silla, aunque no te lo mereces.
    -¿Otra vez? ¿Estás empeñado en insultarme? -me preguntó.
    -No estoy empeñado en insultar a nadie -le dije-, sólo pienso en la silla.
    Estaba tan gordo que la pobre silla conseguía soportarle a duras penas. En efecto, la silla estaba aullando y haciendo ruidos.
    -Sólo estoy hablando de la silla -dije-. Tú no me preocupas, pero estoy preocupado por la silla, porque después la tendré que usar yo. De hecho es mi silla. Si no te comportas, la tendrás que desocupar.
    Esto fue casi como encender la mecha de una bomba. Se puso de pie de un salto, gritando vulgaridades y dijo:
    -Desde el momento que este chico entró en esta casa sabía que no volvería a ser lo mismo.
    -Al menos eso es cierto -le dije-. Yo estaré de acuerdo siempre que haya una verdad, incluso con mis enemigos. Esta casa ya no es la misma, es verdad. Adelante, dinos por qué no es la misma.
    -Porque no tienes Dios -dijo.
    En India se usa la palabra nastika para decir sin Dios; es una palabra hermosa. No se puede traducir por «sin Dios», aunque ésa sea la única traducción disponible. Nastika simplemente quiere decir «el que no cree». No dice nada del objeto de la creencia o la incredulidad. Es tremendamente significativo, por lo menos para mí. Me gustaría que me llamasen nastika, «el que no cree», porque sólo los ciegos creen. Los que pueden ver no necesitan creer.
    La palabra hindú para creyente es astika; del mismo modo que el término «teísta» te da exactamente el sentido de «el creyente». En la lengua hindú un teísta se llama astika: el que cree, el creyente.
    Nunca he sido creyente, y nadie que tenga un poco de inteligencia puede ser creyente. Creer es para los imbéciles, los retrasados, los idiotas y toda esa gente, y lo constituyen muchas personas; de hecho son la mayoría.
    Él me llamó nastika. Yo le dije:
    -Una vez más, estoy de acuerdo contigo, porque describe mi actitud hacia la vida. Probablemente, siempre describirá mi actitud hacia la vida, porque creer es limitar. Creer es ser arrogante; creer es creer que sabes.
    El nastika simplemente dice «No lo sé». Corresponde exactamente a la palabra inglesa «agnóstico», «el que no cree». Tampoco puede decir que no crea; de hecho, sólo se queda con la interrogación. Un agnóstico es eso, un hombre con una interrogación.
    Cargar con tu propia cruz no es tan difícil, su única culpa.
    Si hubiesen sido un poco menos amables, Jesús no habría sido crucificado. Pero eran tan amables que tuvieron que crucificarle. En realidad, se estaban crucificando a sí mismos. Su propio hijo, su misma sangre, y no era un hijo cualquiera, sino el mejor. Los judíos no han conseguido, ni antes ni después, a alguien que se parezca ni que se aproxime a Jesús. Tendrían que haber amado a este hombre, pero eran buenos chicos, ése era el problema. No le podían perdonar.
    He estado con muchos santos, de los que pretenden serlo, por supuesto; y con algunas personas realmente virtuosas, pero a las que no llamaría santas. Esta palabra se ha ido viciando de estar en mala compañía. No diría que Pagal Baba, ni Magga Baba, ni Masta Baba, son santos, sino solamente sabios.
    Al gurú de mi tío, Hari Baba, se le consideraba un santo. Yo le dije:
    -No eres ni un Baba, ni un Hari. Hari es el nombre de Dios; por favor, cámbiate de nombre y ponte uno que encaje contigo. Baba tampoco hace alusión a ti. Busca en el diccionario un nombre que tenga sentido -comenzó la lucha y continuó. Os lo contaré más adelante.
    Me trasladé de esta casa a un albergue universitario; después, cuando empecé a trabajar, me trasladé a una casita. Pero era una casa pequeña, y la familia era tan buena, que siempre sentía vergüenza, porque podía oír lo que decían incluso en la cama. Bueno, sé que no está bien, pero una vez, en mitad de la noche les tuve que decir:
    -Disculpadme, por favor, pero os estoy oyendo.
    Ellos se sobresaltaron, por supuesto. Por la mañana me dijeron:
    -Te tienes que ir de esta casa.
    -Ya lo sé -les respondí-. Fijaos, ya he preparado las maletas -había preparado las cosas. De hecho, había mandado traer un vehículo, y estaban cargando mis cosas en él.
    -Qué extraño -dijeron-, porque todavía no te habíamos dicho nada.
    -Tal vez no me hayas dicho nada -aclaré-, pero he oído todo lo que le decías a tu mujer en la cama. Las paredes son muy finas. No es culpa tuya. ¿Qué le vas a hacer? ¿Y qué puedo hacer yo? Intenté no escucharos.
    Y hasta el día de hoy, tengo que dormir con tapones para los oídos. Después de esa noche empecé a usarlos. Fue hace mucho tiempo, alrededor de 1958, o quizá a finales de 1957, pero alrededor de esa fecha. Empecé a usar tapones para no oír lo que no debía. Me costó una casa, aunque me marché inmediatamente.
    Me he estado yendo constantemente, haciendo siempre las maletas para la nueva casa. En cierto modo estaba bien; si no, no habría tenido otra cosa que hacer, más que hacer y deshacer maletas, y de nuevo hacerlas y deshacerlas. Me ha mantenido más ocupado que a ningún otro buda hasta ahora, y de una manera más inofensiva. Ellos también estaban ocupados, pero su ocupación implicaba a otras personas.
    En cierto sentido, mi ocupación siempre ha sido personal. Aunque haya miles de personas conmigo, entre tú y yo, sigue siendo una relación de tú a tú. No es una organización, y nunca podrá serlo. Indudablemente, para efectos administrativos, tiene que funcionar como una organización, pero en lo que atañe a mis sannyasins, cada sannyasin se relaciona conmigo individualmente, y sólo conmigo, no por vía de otra persona.
    Soy un hombre muy desocupado; no puedo decir desempleado, por eso he usado la palabra «desocupado», porque disfruto de ello. No estoy buscando un empleo. He roto con todos los trabajos; sólo estoy disfrutando. Pero para disfrutar es necesario que haya un cierto ambiente. Eso es lo que estoy creando.
    Toda mi vida lo he estado creando, gradualmente, paso a paso. He hablado muchas veces sobre la nueva comuna. No es para recordároslo a vosotros, sino a mí mismo, para no olvidarme de la nueva comuna, porque si me olvidase, probablemente no me despertaría al día siguiente.
    Gudia esperará… Tú correrás; sí te he visto venir, casi corriendo. Esperarás, pero yo no vendré porque habré perdido el pequeño cordón que me estaba sujetando.
    Y esto siguió y siguió. Desde Gadarwara me trasladé a Jabalpur. En Jabalpur me cambié de casa tantas veces, que la gente creía que mi hobby era cambiarme de casa.
    -Sí -les dije-; te sirve para conocer a muchas personas de diferentes lugares, y me encanta conocer a gente.
    -Es un extraño hobby -dijeron ellos-, y muy complicado. Sólo han pasado veinte días y ya te estás trasladando otra vez.
    En Bombay también me trasladé de un sitio a otro. Eso continuó hasta que llegué aquí. Nadie sabe cuál será el próximo lugar.
    Comenzó con mi colegio y sólo estamos en el segundo día. La vida es tan multidimensional. Cuando digo tan multidimensional puede parecer absurdo, porque sólo lo domina multidimensional. ¿Por qué decir que es tan multidimensional? La vida es multimultidimensional.
    Debéis tener hambre, y los fantasmas hambrientos son peligrosos. Dadme dos minutos nada más…
    Ya podéis acabar.

  • Crow

    Sesión 38

    De acuerdo. Os quería contar una simple verdad, probablemente olvidada por su simplicidad; no hay ninguna religión que la pueda practicar, porque en el momento que te vuelves parte de una religión dejas de ser sencillo y religioso. Os quería decir una cosa muy simple, que he aprendido de un modo complicado. Seguramente, lo estáis obteniendo a un precio demasiado barato y, a menudo, se confunde lo sencillo con lo fácil. No es nada barato; es lo más valioso que existe, porque uno tiene que pagar con su propia vida esta simple verdad. Es rendición, es confianza.
    Naturalmente, vais a entender mal lo que es la confianza. ¿Cuántas veces os lo he dicho? Sí, os lo debo haber dicho millones de veces, ¿pero me habéis escuchado alguna vez? Precisamente el otro día, mi secretaria vino llorando y le pregunte el porqué.
    -El motivo de mis lágrimas es que confías tanto en mí -respondió-, y no me lo merezco. No lo puedo soportar.
    -Yo confío en ti -le dije-. No obstante, si quieres seguir llorando, puedes hacerlo. Si te quieres reír, lo puedes hacer.
    Esto indudablemente es difícil para ella. Me comprende, aunque sus lágrimas no eran contra mí sino por mí.
    -¿Qué puedes hacer? -le pregunté-. Como mucho puedes decirme que me vaya de esta casa. Si alguien de esta casa se quiere venir conmigo, lo puede hacer; de lo contrario, me iré solo. He venido solo y me iré solo. Nadie me puede acompañar en el verdadero viaje. Entretanto, puedes jugar todo tipo de juegos para pasar el rato.
    Ella me miró. Ya no lloraba pero todavía tenía lágrimas en las mejillas. En ese momento adiviné lo que se le estaba pasando por la cabeza.
    -Estás pensando que ahora me puedes engañar -le dije-. Muy bien, no vas a tener una oportunidad mejor.
    Empezó a llorar de nuevo y se postró a mis pies diciendo:
    -No, no. No te quiero engañar. Por eso estaba llorando. No te quiero engañar.
    -Entonces, ¿de dónde ha surgido esa idea? -le pregunté-. Si tú no me quieres engañar, y yo tampoco quiero que me engañes, ¿por qué estamos perdiendo el tiempo? Si me quieres engañar, estoy dispuesto. En realidad, yo debería llorar por ti, porque desde el principio sólo he sido un problema. Y sigo siendo un problema pero no para mí mismo; yo mismo no existo, de modo que sobra la pregunta. Para otros que son, y son mucho…, cuanto más son, más problemática es su vida. De todas formas, estás con un hombre que no existe y en lo que a él respecta, no tiene ningún problema. Y si él puede confiar en ti, la existencia es suficiente para cuidar de ti.
    Pero la existencia no parece interesarle a nadie, están interesados en todo menos en la existencia.
    Esto saca a relucir a Masto de nuevo. Este Masto era un tipo que podía entrar en cualquier lugar, se lo pidieran o no, le invitasen o no. Era tan interesante, que todo el mundo se levantaba para recibirle, le hubieran invitado o no. Masto vuelve una y otra vez. Es un viejo hábito muy difícil de curar.
    El pobre Devageet sólo toma sus apuntes, y lo hace a la perfección. De vez en cuando, para comprobarlo, le pregunto:
    -¿Qué estaba diciendo?-, y él me recuerda exactamente lo que estaba diciendo. Hace su trabajo, y como rebosa amor hacia mí, no puede evitar suspirar; respira como si algo que él creía que nunca podría suceder ha sucedido por fin. Y todavía no puede creérselo. ¡Mi dificultad radica en que creo que se está riendo! No se está riendo, pero el sonido alterado de su respiración me hace sentir como si lo estuviese haciendo.
    Él me ha escrito sobre esto. Lo sé, pero cada vez que lo hace (yo también soy un intransigente) me viene inmediatamente a la cabeza la palabra risita. Se está riendo otra vez. Esto también es un viejo hábito de cuando yo era profesor. Podréis comprenderlo: un profesor, al fin y al cabo, es un profesor, y no puede permitir risitas en su clase. Ahora ya no me importa, me gusta.
    En mi clase había más chicas que chicos, por eso había muchas risitas. Y ya me conocéis: no me importa si son chicos o chicas, me gusta participar en los chistes. Pero si la risita no viene a cuento, decididamente la persona se meterá en problemas. Lo puedo permitir si es justo después del chiste, pero no si está fuera de lugar. Si las risas estaban fuera de lugar, entonces cogía a la persona con las manos en la masa. Esas risas no eran a consecuencia de un chiste; sólo se debían a que había chicos y chicas juntos, la vieja historia de Adán y Eva. «¡Fuera de aquí los dos!» Eso es lo que dijo Dios. «Iros del jardín del Edén!»
    Seguramente, debía de ser un profesor a la antigua. Y la serpiente debió ser un viejo criado que había servido a muchos Adanes y Evas, ayudándoles de todas las formas posibles, probablemente mandándoles las cartas de uno a otro, etcétera. Es preferible no mencionar todo lo demás. Por supuesto, aquí no hay damas, ni caballeros. Pero en el caso de que hubiera algún caballero simulando no serlo o alguna dama en la misma situación, entonces se producirá un dolor innecesario. No quiero hacerle daño a nadie.
    Recuerdo mi primera charla… ¿Veis cómo suceden las cosas en esta serie? Era en una escuela de enseñanza superior. Todas las escuelas de enseñanza superior del distrito habían enviado a un portavoz. Me eligieron para ser el representante de mi escuela, no porque fuese el mejor (no puedo decir eso), sino también porque era el más pesado. Si no me hubiesen elegido, habría habido problemas, sobre eso no hay ninguna duda. De modo que decidieron elegirme, pero no se dieron cuenta de que, esté donde esté, habría problemas de todas formas. Comencé el discurso sin dirigirme con el habitual «Señor Presidente, damas y caballeros…» Miré al presidente de arriba a abajo y me dije a mí mismo:
    -No, no parece un presidente. Luego miré a mi alrededor y pensé:
    -No, aquí no parece que haya ninguna dama ni ningún caballero, así que desgraciadamente tengo que comenzar mi discurso sin dirigirme a nadie en particular. Lo único que puedo decir es: A quien le pueda interesar.
    Más tarde me llamó el director para decirme que, incluso a pesar de este incidente, había ganado el premio.
    -¿Qué te ha ocurrido? -me preguntó-. Te has comportado de una manera extraña. Te habíamos preparado, pero no has dicho ni una sola palabra de lo que te enseñamos. No sólo te has olvidado completamente del discurso que habías preparado, sino que ni siquiera te has dirigido al presidente o a las damas y caballeros.
    -Miré alrededor -le dije- y no había ningún caballero. Conozco muy bien a todos esos tipos, y ninguno de ellos es un caballero. En cuanto a las damas, todavía peor, porque son las esposas de esos mismos tipos. Y el presidente… parece que Dios le ha enviado para presidir todas las asambleas de esta ciudad. Estoy harto de él. No puedo llamarle «Señor Presidente» cuando, en realidad, me hubiera gustado pegarle.
    Ese día, cuando el presidente me llamó para entregarme el premio, le dije:
    -De acuerdo, pero ten en cuenta que tendrás que venir aquí abajo y darme la mano.
    -¡Cómo! -dijo-. ¡Darte la mano a ti! Ni siquiera voy a volverte a mirar, me has insultado.
    -Te vas a enterar -le dije.
    Desde ese día se convirtió en mi enemigo. Conozco el arte de cómo hacer enemigos. Se llamaba Shrinath Bhatt, y era un destacado político de la ciudad. Por supuesto, era el líder del partido político más influyente de Ghandi. En aquellos tiempos, India estaba bajo la soberanía inglesa. Seguramente, en cuanto a libertad se refiere, India todavía no es libre. Quizá se haya librado de la soberanía inglesa, pero no de la burocracia que ésta creó.
    Realmente, siempre he estado hablando sobre la confianza, pero nunca he sido capaz de explicarla. Tal vez no sea mi culpa. Confianza: quizá no se pueda hablar sobre ella, sino sólo sugerirla. He hecho un gran esfuerzo tratando de decir algo preciso, pero no lo consigo. Si lo experimentáis, no necesitaréis saber qué es; si no lo experimentáis, puede que sepáis todo acerca del «encabezamiento» confianza, pero seguiréis sin saber nada.
    De nuevo os intentaba decir, en realidad, quizá me estuviese dando otra oportunidad a mí mismo; siempre es tentador hablar de todos los intentos, aunque sean fallidos. Uno está orgulloso de saber que se hicieron en la dirección correcta. Es cuestión de dirección.
    Sí; la confianza es muchas cosas, pero en primer lugar es una cuestión hacia uno mismo, un cambio de dirección.
    Nacemos mirando hacia fuera. Mirar hacia dentro no forma parte del organismo corporal. El cuerpo funciona bien; si quieres ir a otro sitio, te lleva. Pero se desploma en cuanto le preguntas «¿Quién soy yo?»; se desploma en el suelo sin saber qué hacer, porque la dirección adecuada no forma parte de lo que llamamos mundo.
    El mundo consta de diez dimensiones, o mejor dicho, diez direcciones. Dimensión es una palabra más importante, y no se debería usar en lugar de dirección. Estas diez direcciones son: dos, arriba y abajo; las cuatro que conocemos como este, oeste, norte y sur; y las cuatro restantes son las esquinas. Si trazas la línea este-oeste y la línea norte-sur hay esquinas entre el norte y el este, entre el este y el sur y así sucesivamente; las cuatro esquinas.
    No tendría que haber usado la palabra dimensión. Es totalmente diferente, tan diferente como el estornudo de Devageet. Lo intenta reprimir, y es una de las cosas más difíciles de reprimir. Yo le sugiero que lo permita. Va a venir de todas formas; ¿por qué sufrir? La próxima vez que llame a la puerta, ábrela y dile: «Pase, señora.» Tal vez no vuelva a suceder. Los estornudos son extraños. Si quieres que te salga uno tienes que hacer todo tipo de ejercicios de yoga. Y aun así sólo es una probabilidad. Es una mujer, sabéis; y cuando una mujer toma posesión de ti es preferible estornudarla hacia fuera y salir corriendo antes que reprimirla.
    Dirección y dimensión son distintas, como su estornudo y mi comprensión de que se está riendo. Él intenta reprimir un estornudo y yo había empezado a hablar de lo inefable, y en ese preciso momento, estornudó. Eso es lo que Carl Jung llama sincronicidad. No es un gran ejemplo, me refiero a que no es ejemplar, sólo es un pequeño ejemplo.
    Es curioso, pero cuando se habla de este tipo de cosas, especialmente en India -y no creo que la gente hable de estas cosas en ningún otro lugar desde hace miles de años – está prohibido estornudar en presencia de un maestro. ¿Por qué? No entiendo cómo se puede prohibir un estornudo. El estornudo no tiene miedo a vuestros policías ni a vuestras pistolas. ¿Cómo lo puedes prohibir? A menos que te hagas cirugía estética en la nariz, y no sería tan bueno porque el estornudo te informa de que te ha entrado algo extraño en el cuerpo. No se debe impedir de ninguna manera.
    Por eso te digo a ti, Devageet, que eres mi discípulo, que mis discípulos tienen que ser distintos en todos los aspectos, incluso al estornudar. Pueden estornudar exactamente en el momento que el maestro está hablando sobre la confianza; no hay ningún inconveniente. Pero, a veces, si intentas reprimirlo, naturalmente, afecta a tu respiración. Te afecta en todo, por eso creo que te estás riendo. Luego te sobresaltas. De hecho, te deberías alegrar de que «Mi maestro, que a veces me malinterpreta, siempre se cree que me estoy riendo».
    Se puede decir -si me lo permites- que la risa es mi credo. Me refiero a si se puede usar la palabra «credo», no a si está permitido reírse fuerte. Para mí está bien. Pero la gente es tan fanática con sus credos que no se ríen. Por lo menos, en la iglesia tienen unas caras tan largas que no creerías que han ido allí para entender al hombre, cuyo único mensaje se podría resumir en una palabra: «¡Alégrate!» Pero no son personas para alegrarse.
    Deben de ser los mismos que le mataron, y todavía le están poniendo clavos a su ataúd, ¡quién sabe, podría escaparse! Deben ser los mismos que todavía le están crucificando, y lleva muerto dos mil años. Ahora no hace falta crucificarlo, aunque fue lo bastante inteligente para escaparse. Se escapó justo a tiempo. Por supuesto, desempeñó el papel de ser crucificado para las masas, y cuando las masas se fueron a casa, él también se fue. No quiero decir que se fuese al cielo. No me malinterpretéis; realmente se fue a su casa.
    La cueva donde estuvo guardado el cuerpo de Jesús, y que siguen enseñando a los cristianos, es un disparate. Sí; estuvo allí unas horas, una noche como mucho, pero estaba vivo. Esto se demuestra en la propia Biblia. Dice que un soldado le atravesó el costado con una lanza cuando creían que estaba muerto, pero salió sangre. A un hombre muerto no le sale sangre. En cuanto un hombre muere, la sangre se empieza a desintegrar. Si la Biblia dijese que sólo le salía agua, entonces creería que estaban diciendo la verdad, pero decir que le salía agua habría parecido una tontería. En realidad, Jesús no se murió en Jerusalén; se murió en Pahalgam, donde al menos, en cuanto al significado del nombre se refiere, significa exactamente lo mismo que el nombre de mi pueblo.
    Pahalgam es uno de los sitios más hermosos de la tierra. Es donde murió Jesús, y se murió a los ciento doce años. Pero estaba tan harto de su propia gente que simplemente hizo correr el rumor de que había muerto en la cruz.
    Claro que fue crucificado, pero hay que entender que la forma de crucificar de los judíos no es igual que la de los americanos. No le sentaron en una silla, apretaron el botón y dejó de existir, sin que le diera tiempo a decir:
    – Dios perdona a esta gente que está apretando el botón porque no saben lo que hace. ¡Si saben lo que hacen! ¡Están apretando el botón! ¡Eres tú el que no sabe lo que hacen ellos!
    Si le hubiesen crucificado de un modo científico Jesús no habría durado nada de tiempo. Pero no, los judíos siguieron un método muy cruel. Naturalmente, a veces tardaban veinticuatro horas o más en morir. Ha habido casos de gente que ha sobrevivido tres días en la cruz, me refiero a la cruz judía, porque solamente clavaban a la persona de las manos y de los pies.
    La sangre tiene la propiedad de coagularse; fluye un rato, pero luego se coagula. Este hombre, por supuesto, estaba sufriendo mucho. De hecho, le pide a Dios:
    -Por favor, haz que se acabe.
    Probablemente, Jesús estaba diciendo justamente esto, cuando dijo: «No saben lo que hacen. ¿Por qué me has abandonado?». Pero el dolor debía ser muy grande, porque finalmente dijo: «Que se haga tu voluntad.»
    No creo que muriese en la cruz. No; no debería decir «No creo que… »; sé que no murió en la cruz. Él dijo «Que se haga tu voluntad»; ésa era su libertad. Podía decir lo que quisiera. De hecho, el gobernador romano, Poncio Pilatos se había enamorado de él. ¿Y quién no? Era irresistible a los ojos de cualquiera.
    Pero su propia gente estaba ocupada contando dinero; no tenían tiempo de mirarle a los ojos, a ese hombre sin dinero. Poncio Pilatos pensó en liberar a Jesús. Tenía poder para liberado, pero tenía miedo de la multitud. Pilatos dijo:
    -Es mejor que me quede al margen de sus asuntos. Él es judío y ellos también, que decidan por su cuenta. Pero si no pueden decidir a su favor, yo encontraré la manera.
    Encontró la manera, todos los políticos lo consiguen. Lo hacen por medio de rodeos, nunca de una forma directa. Cuando quieren ir a A, primero van a B; así es como funciona la política. Y realmente funciona. Sólo algunas veces no funciona. Es decir, si hay un hombre apolítico no funciona. En el caso de Jesús, Poncio Pilatos consiguió su propósito perfectamente sin tener que implicarse.
    Jesús fue crucificado en la tarde del viernes; de ahí viene la expresión «Viernes Santo». ¡Qué mundo más extraño! Después de crucificar a un hombre tan bondadoso lo llaman «Viernes Santo». Pero había una razón, porque los judíos tienen… creo, Devageet, me puedes ayudar otra vez, no con un estornudo, ¡por favor! ¿Su día sagrado es el sábado?
    -Sí, Osho.
    Correcto…, porque el domingo no se hace nada. El sábado es fiesta para los judíos; deben interrumpir cualquier actividad. Por eso escogieron un viernes… a última hora de la tarde; tenían que bajar el cuerpo de la cruz antes de que se pusiese el sol, porque si el sábado seguía en la cruz se consideraría una «actividad». Así es como funciona la política, no la religión. Por la noche, un rico discípulo de Jesús sustrajo el cuerpo de la cueva. Por supuesto, después viene el domingo, que es fiesta para todos. Cuando llegó el lunes, Jesús ya está muy lejos.
    Israel es un país muy pequeño; fácilmente, puedes atravesarlo en veinticuatro horas andando. Jesús se escapó, y no había mejor sitio que los Himalayas. Pahalgam no es más que un pueblecito, sólo unas cuantas cabañas. Lo debió escoger por su belleza. Jesús escogió un lugar que incluso a mí me habría encantado.
    He estado intentando ir a Cachemira desde hace veinte años. Pero en Cachemira hay una extraña ley: sólo pueden vivir allí los cachemiris, ni siquiera el resto de los hindúes. Es raro. Pero sé que el noventa por ciento de los cachemiris son musulmanes, y tienen miedo de que si se permite a los hindúes vivir allí pronto serán mayoría, porque es parte de India. De modo que actualmente sólo es un juego de votos para impedir que entren los hindúes.
    Yo no soy hindú, pero los burócratas son delincuentes en todas partes. Realmente tendrían que estar en hospitales psiquiátricos. No me permitían vivir allí. Conocí incluso al ministro en jefe de Cachemira, al que antes se conocía como primer ministro de Cachemira.
    Hubo que hacer un gran esfuerzo para descenderle de primer ministro a ministro en jefe y naturalmente, ¿cómo podía haber en un mismo país dos primeros ministros? Pero este hombre, el jeque Abdullah, era muy reacio. Fue encarcelado durante muchos años. Entretanto, se modificó la constitución de Cachemira, pero ese extraño artículo permaneció. Probablemente, todos los miembros del comité eran musulmanes y ninguno quería que entrara nadie más en Cachemira. Yo lo intenté con insistencia, pero no hubo forma. No puedes penetrar el duro cráneo de los políticos.
    Le dije al jeque:
    -¿Estás loco? Yo no soy hindú; no tienes por qué tenerme miedo. Y mi gente viene de todas partes del mundo, no van a influenciar en tu política de ningún modo, ni a favor ni en contra.
    -Conviene ser cauto -dijo él.
    -De acuerdo -le dije-, sé cauto y piérdeme a mí y a mi gente.
    La pobre Cachemira habría ganado tanto, pero los políticos son sordos de nacimiento. Él escuchaba, o al menos simulaba hacerlo, pero no oía.
    -Sabes que te conozco desde hace muchos años -le dije-, y que adoro Cachemira.
    -Te conozco -me dijo-, y eso todavía me da más miedo. No eres un político; perteneces a otra categoría totalmente distinta. Siempre desconfiamos de la gente como tú.
    Utilizó esta palabra: desconfianza, y yo estaba hablando con vosotros sobre la confianza.
    Ahora no me puedo olvidar de Masto, fue él quien me presentó al jeque Abdullah, mucho antes. Más tarde, cuando quise ir a Cachemira, especialmente a Pahalgam, le recordé al sheikh quién nos había presentado.
    El jeque dijo:
    -Recuerdo que él también era peligroso, y tú lo eres aún más. En realidad, no te puedo conceder el permiso permanente de residencia en el valle porque fue Masta Baba quien nos presentó.
    Masto me presentó a mucha gente. Pensó que quizá los necesitaría; y realmente los necesité, no para mí sino para mi trabajo. Pero exceptuando a unos pocos, la mayoría resultó ser muy cobarde. Todos dijeron:
    -Sabemos que estás iluminado…
    -Deteneos ahora mismo -les dije-. En vuestra boca, esa palabra se convierte inmediatamente en no iluminado. O hacéis lo que os digo, o simplemente decid que no, pero no me digáis tonterías.
    Eran muy atentos. Se acordaban de Masta Baba, y algunos de ellos se acordaban incluso de Pagal Baba, pero no estaban dispuestos a hacer nada por mí. Estoy hablando de la mayoría. Sí; algunos fueron de gran ayuda, quizá un uno por ciento de los cientos de personas que Masto me presentó. Pobre Masto, su deseo era que nunca tuviese ninguna dificultad ni necesidad, y que pudiese contar con la gente que me había presentado.
    -Masto -le dije-, estás haciendo todo lo que puedes, y yo estoy haciendo aún más quedándome callado cuando me presentas a esos idiotas. Si no estuvieses aquí, habría provocado muchos problemas. Ese hombre, por ejemplo, no se habría olvidado de mí. Me controlo por ti aunque no creo en el control, pero lo hago por ti. Masto se echó a reír y dijo:
    -Ya lo sé, cuando te miro mientras te estoy presentando a un pez gordo me río por dentro pensando: «Dios mío, cuánto esfuerzo debe estar haciendo para no pegarle a este idiota».
    Con el jeque Abdullah tuve que hacer un gran esfuerzo, ya pesar de todo me dijo:
    -Te habría permitido vivir en Cachemira si no nos hubiese presentado Masta Baba.
    Le pregunté al jeque:
    -¿Por qué… si aparentabas ser un gran admirador?
    -No somos admiradores de nadie -me dijo-, sólo nos admiramos a nosotros mismos. Pero no me quedaba más remedio que admirarle porque tenía seguidores, especialmente entre la gente rica de Cachemira. Solía ir a recibirle al aeropuerto, le iba a despedir, abandonaba mi trabajo y me iba tras él. Pero ese hombre era peligroso. Y si él nos ha presentado, entonces no puedes vivir en Cachemira, al menos mientras yo siga al mando. Sí; podrás ir y venir, pero sólo de visita.
    Menos mal que Jesús entró en Cachemira antes de que estuviese el jeque Abdullah. Hizo bien en venir dos mil años antes. Debía de tenerle mucho miedo al jeque Abdullah. La tumba de Jesús todavía está ahí, preservada por los descendientes de los que le siguieron desde Israel. Por supuesto, los hombres como yo no pueden ir solos, ya me entendéis. Seguramente le siguieron algunas personas. Aunque se fue muy lejos de Israel, deben haber venido con él.
    En realidad, los cachemiris son la tribu perdida de Israel de la que tanto hablan los judíos y los cristianos. Los cachemiris no son hindúes ni de origen indio. Son judíos. Os podéis dar cuenta si os fijáis en la nariz de Indira Gandhi; ella es cachemiri.
    Está imponiendo un régimen de emergencia en India, no de palabra sino de hecho. Cientos de líderes políticos están tras las rejas. Desde el principio, le había estado diciendo que esas personas no deberían estar en el parlamento, las asambleas o la legislatura.
    Hay muchos tipos de idiotas pero los políticos son los peores, porque además tienen poder. Los periodistas ocupan el segundo lugar. De hecho, son peores que los políticos, porque al no tener poder sólo pueden escribir, ¿y a quién le importa lo que escriben? Sin poder en tus manos, puedes ser tan idiota como quieras, sin que pase nada.
    Masto también me presentó a Indira, pero de forma indirecta. Masto era, básicamente, amigo del padre de Indira, Jawaharlal Nehru, el primer primer ministro de India. Era realmente un hombre hermoso, y poco común, porque no es fácil estar en la política y seguir siendo hermoso.
    Cuando Helen Keller, que era ciega, sorda y muda, le conoció, tuvo que tocarle la cara. Dio un mensaje a alguien que podía interpretar su lenguaje de signos:
    -Al tocar la cara de este hombre siento como si tocara una estatua de mármol.
    Muchas otras personas han escrito sobre Jawaharlal, pero no creo que haga falta añadir nada más. Esta mujer, que no tenía ojos, no tenía orejas ni lengua con la que hablar, consiguió hacer la declaración más conmovedora, y de un modo muy sencillo.
    Tuve la misma sensación cuando Masto me lo presentó. Yo sólo tenía veinte años. Apenas un año más tarde, Masto me iba a abandonar, por eso tenía tanta prisa por presentarme a toda la gente que pudiese. Me llevó precipitadamente a casa del primer ministro. Fue un encuentro precioso. No esperaba que fuera bonito porque había sufrido muchas decepciones. ¿Cómo iba a suponer que el primer ministro no iba ser algo más que un vil político? No lo era.
    Cuando nos estábamos marchando y él nos acompañaba para despedimos, Indira apareció en el pasillo, justo por casualidad. En aquel momento ella no era nadie, sólo una chica joven. Su padre me la presentó. Masto estaba ahí presente, por supuesto, y fue a través de él como nos conocimos. Pero probablemente Indira no conocía a Masto, ¿o quién sabe? tal vez sí. El encuentro con Jawaharlal fue tan significativo que cambió toda mi actitud, no sólo hacia él, sino hacia toda su familia.
    Me habló de la libertad, de la verdad. No podía creerlo. Le dije:
    -¿Te das cuenta del hecho que sólo tengo veinte años, que sólo soy un hombre joven?
    Él respondió:
    -No te preocupes por la edad, porque en mi experiencia, un burro, aunque sea muy viejo, sigue siendo un burro. Un viejo burro no se convierte necesariamente en un caballo, ni siquiera en una mula, mucho menos en un caballo. De modo que no te preocupes por la edad -continuó-. Por un solo instante, nos podemos olvidar completamente de mi edad y de la tuya, y discutir sin barreras de edad, casta, credo o posición -entonces le dijo a Masto-: ¿Baba, podrías cerrar la puerta, por favor, para que no entre nadie? No quiero ni a mi secretario privado.
    ¡Hablamos de cosas magníficas! Yo era el sorprendido porque me escuchaba con tanta atención como vosotros, y tenía un rostro muy hermoso, como sólo los cachemiris pueden tener. Los indios son de piel un poco oscura, y a medida que vas yendo hacia el sur se vuelven de piel más oscura, hasta que llega un punto cuando ves, por primera vez en tu vida, lo que significa negro.
    Pero los cachemiris son realmente bellos. Jawharlal lo era por dos razones. Tengo la sensación de que el hombre blanco, un hombre blanco, tiene un aspecto un poco superficial, porque la blancura no tiene profundidad. Por eso todas las chicas de California intentan broncearse un poco. Piensan que la piel bronceada tiene una profundidad de la que carece la piel blanca. La piel negra está demasiado bronceada, quemada. No se trata de profundidad, sino de muerte. Los cachemiris están justo en el medio: son blancos, muy bellos, pero están bronceados desde su mismo nacimiento, y son judíos.
    He visto la tumba de Jesús en Cachemira, a donde se escapó después de su supuesta crucifixión. Digo supuesta, porque consiguieron su propósito a la perfección. Todo el mérito es de Poncio Pilatos. Cuando a Jesús le dejaron escapar de la cueva, naturalmente la pregunta fue: «¿A dónde ir?» El único sitio fuera de Israel donde podía estar tranquilo era Cachemira porque es como una pequeña Israel. Y en Cachemira, no sólo está enterrado Jesús, sino también Moisés.
    Esto os va a causar más estupor. También he estado en su tumba. Soy un enterrador. Naturalmente, otros judíos habían importunado a Moisés con la pregunta:
    -¿Dónde está la tribu perdida?
    Después de su largo viaje de cuarenta años por el desierto faltaba una tribu. Moisés se equivocó también en esto: si se hubiese dirigido hacia la izquierda en vez de la derecha, ahora los judíos serían los reyes del petróleo. Pero los judíos son judíos; son impredecibles. Moisés viajó durante cuarenta años entre Egipto e Israel.
    Yo no soy ni judío ni cristiano, y es algo que no me concierne. Pero a pesar de todo, sólo por curiosidad, me pregunto por qué escogió Israel. ¿Por qué estaba Moisés buscando Israel? En realidad, debería haber estado buscando un lugar hermoso, pero llega la vejez, y después de un tedioso viaje, cuarenta años en el desierto…
    Yo no habría podido hacerla. ¡Cuarenta años! No consigo hacerla, ni siquiera cuarenta horas. No puedo. Preferiría hacerme el harakiri. ¿Conocéis el harakiri? Es la forma de desaparecer de los japoneses; en lenguaje corriente, suicidio.
    Moisés viajó durante cuarenta años y finalmente llegó a Israel, a ese lugar polvoriento y feo que es Jerusalén. Y después de todo esto (los judíos son judíos) le volvieron a insistir para que fuera en busca de la tribu perdida. Tengo la sensación de que se marchó porque quería deshacerse de estos tipos. ¿Pero dónde buscar? El sitio más hermoso y más próximo eran los Himalayas, y llegó al mismo valle.
    Menos mal que ambos, Moisés y Jesús, murieron en India. India no es cristiana, y desde luego no es judía. Pero el hombre o, mejor dicho, las familias que se encargan de cuidar las dos tumbas son judías, y ambas tumbas están hechas al estilo judío. Los hindúes no hacen tumbas, como bien sabéis. Los musulmanes sí, pero de otra forma. Una tumba musulmana debe orientarse hacia La Meca; la cabeza tiene que estar hacia La Meca. Éstas son las únicas dos tumbas en Cachemira que no están hechas de acuerdo a las reglas musulmanas.
    Pero los nombres no son exactamente como esperarías encontrártelos. En árabe, Moisés se dice Mosha, y el nombre que hay en su tumba es Mosha. El nombre de Jesús en árabe es igual que en arameo, Yeshu, que viene del hebreo Joshua; y se escribe del mismo modo. Esto puede llevar a confusión. Quizá no se os ocurra pensar que Yeshu es Jesús, ni que Mosha es Moisés. Moisés es la forma inglesa de -cómo decirlo- pronunciar mal el original, y lo mismo ocurre con Jesús.
    Joshua, poco a poco, se convierte en Yeshu. Joshua es demasiado; Yeshu está bien, y es exactamente como llamamos a Jesús en India: Isu, pronunciado Isu. Hemos añadido algo a la belleza del nombre. «Jesús» está bien, pero ya sabéis lo que ha pasado con este nombre. Cuando uno quiere maldecir dice «¡Jesús!». Este sonido tiene algo de blasfemia. Intenta maldecir a alguien diciéndole «Joshua» y lo encontrarás complicado. La misma palabra te lo impide. Es tan femenina, tan hermosa y tan redonda que no puedes atacar a nadie con ella.
    ¿Qué hora es?
    -Las once y veinte, Osho. Está bien, hemos terminado.

    Sesión 39

    Devageet, me parece que estás alterado por algo. A ti no te tiene que afectar, ¿no es cierto?
    -Correcto.
    .Si no, ¿quién va a tomar apuntes? El escritor, por lo menos, no tiene que alterarse.
    De acuerdo. Estas lágrimas son para ti, por eso salen del ojo derecho. A Ashu no le ha tocado. Ahora también sale del izquierdo una lágrima pequeñita para ella. No puedo ser muy duro. Desgraciadamente, sólo tengo dos ojos, y ahí está Devaraj, por el que lloraría con los dos ojos. Es una de las pocas personas a las que he estado esperando, y no en vano. No es mi forma de ser. Cuando espero, tiene que suceder. Si no sucede, entonces quiere decir que realmente no estaba esperando, nada más. Volvamos a la historia.
    Nunca quise conocer a Pandit Jawaharlal Nehru, el padre de Indira Gandhi, por dos razones. Se lo dije a Masto, pero no me escuchó. Él era el hombre apropiado para mí. Pagal Baba había elegido al hombre apropiado para el hombre equivocado. Nunca he estado bien a los ojos de nadie; sin embargo, Masto sí. Nadie sabía que se estaba riendo como un chiquillo, excepto yo. Pero ése era un asunto privado, y había muchas cosas privadas que tengo que sacar a la luz ahora.
    Discutimos durante días y días si debería ir a ver al primer ministro de India. Yo estaba más reacio que nunca. Cuando me piden que vaya a cualquier sitio, aunque sea la casa de Dios, contesto: «Lo pensaré», o «Podríamos invitarle a tomar el té».
    Discutimos largamente, y no sólo comprendió los argumentos, sino que comprendió quién era el que discutía, y esto le preocupaba más todavía.
    -Puedes decir lo que quieras -dijo, como solía hacer cuando no me podía convencer con un argumento racional-, pero Pagal Baba me lo ha pedido; por tanto, ahora depende de ti.
    -Si dices que te lo ha pedido Pagal Baba -afirmé-, lo respetaremos. Si estuviese vivo no le dejaría en paz tan fácilmente, pero ya no está, y no se discute con un muerto, especialmente si le amas.
    Se empezó a reír y dijo:
    -¿Qué ha sucedido con tu discusión?
    -Cállate la boca -le respondí-. En cuanto sacas a relucir a Pagal Baba, sacar a un muerto de su tumba sólo para vencer en una discusión… y ni siquiera la has ganado; me he rendido yo. Haz lo que has estado discutiendo conmigo durante estos tres días.
    Estas discusiones eran tremendamente hermosas, muy minuciosas, sutiles y transcendentes, pero esto no viene a cuento, al menos hoy. Quizá en algún otro círculo.. .
    El asunto sobre el que insistía Masto era que tenía ‘que ver al primer ministro, porque nunca se sabe, quizá algún día puedas necesitar su ayuda.
    -Y tal vez… -añadí (ruido estrepitoso del aire acondicionado).
    Éste es el diablo que os contaba que mecanografía los apuntes del pobre Devageet por la noche. Fijaos, ahora está escribiendo directamente a máquina. Incluso Ashu se ríe porque no sabe qué hacer. Probablemente, no lo sepa nadie.
    (El ruido se detiene.) ¡Genial! Yo mismo he tenido que dejar de hablar, por eso se ha parado. Si vuelvo a hablar empezará de nuevo, a menos que hagamos algo (de nuevo el traqueteo). ¡Esto es demasiado! Mecanografiar por la noche, en la oscuridad, está bien…
    ¿Qué estaba diciendo?
    -Que Masto te dijo que deberías conocer al primer ministro, porque nunca se sabe, puede que algún día necesites su ayuda.
    Le dije a Masto:
    -Por favor, quiero que añadas una cosa, puede que algún día el primer ministro me necesite a mí. Estoy dispuesto a ir, porque te lo ha dicho Baba; eso no me cuesta tanto como decepcionarle. De acuerdo. Pero Masto, ¿tendrás valor para añadir esto?
    Aunque con indecisión, se puso de pie y dijo:
    -Sí; no es sólo una probabilidad, sino que tengo la seguridad de que llegará un día en que él, o el que ocupe la presidencia, necesite tu ayuda. Ahora ven conmigo.
    En esa época sólo tenía veinte años y le pregunté a Masto.
    -¿Le has dicho a Jawaharlal qué edad tengo? Él es viejo y es el primer ministro de una de las mayores democracias del mundo, por supuesto tendrá miles de asuntos en la cabeza. ¿Le queda tiempo para un chico como yo? Me refiero a un chico que ni siquiera es convencional, es decir, de un convento.
    Realmente, no era convencional. En primer lugar, solía llevar unas sandalias de madera que molestaban en todos los sitios. En realidad, eran una buena declaración de que estaba llegando, acercándome; cuanto más fuerte era el ruido, más cerca estaba.
    El director de mi colegio me solía decir:
    -Haz lo que quieras. Ve y vuelve a comer de la manzana -era cristiano, por eso lo dijo- ¡y si quieres, cómete también la serpiente! ¡Pero por el amor de Dios, no uses esas sandalias de madera!
    -Muéstrame tu libro de normas -le dije-, ése que me enseñas cada vez que hago algo mal. ¿Dice algo sobre las sandalias de madera?
    -¡Dios mío! ¿A quién se le iba a ocurrir pensar que un alumno se presentaría con sandalias de madera? -dijo-. Por supuesto que no se menciona en el libro.
    -En tal caso, tendrás que averiguarlo en el Ministerio de Educación; pero, a menos que pasen un documento por escrito que prohíba el uso en la escuela de sandalias de madera, y hagan que todo el mundo se ría de la tontería -le contesté-, yo no vaya cambiar. Soy una persona que acata la ley.
    El director del colegio dijo:
    -Ya sé que acatas la ley, por lo menos en este asunto. Menos mal que no se te ha ocurrido que yo también debería usar esos monstruos de madera.
    -No; además soy muy democrático; nunca le obligo a nada a nadie. Podrías venir desnudo y ni siquiera te preguntaría: «Señor, ¿donde están sus pantalones?»
    -¡Cómo! -exclamó.
    -Sólo estoy diciendo «supón que», lo mismo que haces tú cuando vienes a clase y dices: «Suponed, sólo suponed…» No te estoy diciendo que vengas desnudo… realmente, no tienes valor para hacerlo.
    (Ruido de traqueteo otra vez.) Sólo Asheesh nos puede ayudar porque, probablemente, el diablo sólo entiende italiano y ningún otro idioma. Está bien. ¿Qué estaba diciendo?
    -Le estabas diciendo al director del colegio que no tenía valor para presentarse sin pantalones.
    Sí; le dije:
    -Sólo es una suposición, del mismo modo que le dices a la clase «Suponed.. .». Nunca te preguntamos si es verdad o no, de modo que no me lo preguntes a mí. Supón que vienes sin los pantalones. Ahora puedo añadir algunas cosas: sin camisa, o incluso sin ropa interior.. . -¡Sal de aquí inmediatamente! -exclamó. -No puedo -le dije-, a menos que me digas que puedo usar las sandalias de madera. La madera es natural y yo soy pacifista, por eso no puedo usar cuero. De modo que, o te obedezco y uso cuero como tú (te dices un brahmm, pero con esos zapatos y con esa cara ¿te puedes llamar brahmin?), o tendré que usar las sandalias de madera.
    -Haz lo que quieras -respondió-. Pero aléjate de mí todo lo que puedas y lo más rápido que puedas, porque podría hacer algo de lo que me arrepentiría toda mi vida.
    -¿Crees que me puedes matar sólo por usar sandalias de madera? -le pregunté.
    -No hagas más preguntas —‘dijo-, no me provoques. Pero he de decirte que cuando oigo ese ruido -porque todos los pasillos del colegio eran de piedra- te puedo oír desde cualquier lugar del edificio. No sé por qué, pero es imposible no oírte porque no haces más que moverte, y ese ruido me deja fuera de combate.
    -Ése es tu problema -le respondí-. Yo voy a usar las sandalias -y las seguí usando hasta que dejé la universidad. A lo largo de mi vida, desde la escuela secundaria hasta la universidad, siempre he usado sandalias de madera. Todos me conocían porque era el único que llevaba sandalias de madera. Todo el mundo solía comentar:
    -Le puedes oír a kilómetros de distancia. Adoraba esas sandalias de madera. En lo que a mí respecta, me encantaban porque solía dar largos paseos de kilómetros, por la mañana o por la noche, y con las sandalias de madera… No sé si alguno de vosotros lo habrá experimentado, pero suena como si alguien estuviese andando detrás de ti, y aunque sabes que sólo son tus sandalias que hacen ruido, quién sabe, quizá, tal vez… ¿por qué correr el riesgo? Echas un vistazo. Quieres volverte para mirar y ver quién te está siguiendo. Me ha costado años de entrenamiento no hacer esa tontería, y todavía más tiempo el no pensar en hacer esa estupidez.
    -Siempre he sido reacio -le dije a Masto-, incluso a cosas a las que cualquier persona accedería fácilmente.
    Pero el decir sí me llegó muy tarde. Yo seguía diciendo que no, no, hasta que todos los no se convirtieron en un sí, pero no lo estaba esperando.
    Bueno, esto se ha convertido en una distracción. En realidad, todo en esta serie va a ser una distracción de algún tipo, pero intentaré volver, cada vez, al punto donde nos hemos desviado.
    Accedí. Masto y yo fuimos a casa del primer ministro. No sabía que había tanta gente que veneraba a Masto, porque de todas formas no sabía demasiado sobre el mundo. En el camino hacia allí le pregunté.
    -¿Has concertado una cita?
    Se rió y no me dijo nada.
    -Si a él no le preocupa -pensé-, ¿por qué me tengo que preocupar yo? No es asunto mío; yo sólo le acompaño.
    Pero cuando cruzamos la verja vi claramente que no necesitaba pedir una cita. El policía cayó a sus pies diciendo:
    -Masta Baba, hace meses que no vienes, nos encanta volverte a ver. De vez en cuando el primer ministro necesita tu bendición.
    Masto se rió y no dijo nada. Entramos. El secretario se postró a sus pies y dijo:
    -Sólo tenías que llamar para que te enviásemos el coche del primer ministro. ¿Quién es este chico?
    Masto dijo:
    -Quiero presentarle este chico a Jawaharlal y a nadie más. Y ten en cuenta que no debes mencionárselo a nadie en ningún lugar.
    Aunque se ocupó de todo, sin embargo, mi principio funcionó. Os he dicho que siempre que se hace un amigo inmediatamente se crea un enemigo. Si no quieres tener un enemigo olvídate de tener amigos. Es el método de los monjes budistas o cristianos: olvidarse de las relaciones, de la amistad y de todo, para no crear enemigos. Pero el propósito de la vida no es solamente no crear enemigos.
    Os sorprenderá igual que a mí, pero no ese día, sino muchos años más tarde… Ese día era imposible reconocer al hombre que estaba sentado en la oficina del secretario esperando su cita. En aquella época todavía no había oído hablar de él, aunque parecía muy arrogante. Pensé que debía ser una persona muy poderosa.
    -¿Quién es este hombre? -le pregunté a Masto.
    -Olvídate de él -dijo-; no es nadie que merezca la pena. Es Morarji Desai.
    -¿No vale la pena? -le pregunté.
    -Me refiero a auténtico valor -dijo Masto-. No es más que un prestidigitador. Claro, que pertenece al consejo de ministros, y mírale: está muy enfadado porque es su turno para ver al primer ministro.
    Pero Masto era famoso y el primer ministro le llamó, diciéndole a Morarji que esperara. Eso fue un insulto, no intencionado por parte de Jawaharlal, pero probablemente, Morarji no se haya olvidado de esto hasta el día de hoy. Tal vez no se acuerde del chico, pero estoy seguro que se acuerda de Masto. Masto era impresionante en todos los aspectos.
    Entramos, y no fueron cinco minutos: estuvimos exactamente una hora y media. Morarji Desai tuvo que esperar. Eso fue demasiado para él. Había concertado una cita para que otra persona, un sannyasin con un muchacho, pasase antes que él … iY además tuvo que esperar noventa minutos!
    Por primera vez en mi vida me sorprendí, porque no había ido ahí para conocer a un poeta, sino a un político. Me encontré con un poeta.
    Jawaharlal no era un político. ¡Qué lástima! No pudo hacer sus sueños realidad. Pero tanto si dices «qué lastima» como si dices «qué bien», un poeta siempre será un fracasado. Incluso su poesía es un fracaso. Su destino es ser un fracasado, porque anhela las estrellas. No se conforma con lo pequeño, lo finito. Quiere tener todo el cielo en sus manos.
    Me cogió totalmente desprevenido. Hasta Jawaharlal se dio cuenta y dijo:
    -¿Qué ocurre? El muchacho tiene aspecto de haber sufrido una conmoción.
    Masto le respondió sin mirarme:
    -Conozco al chico. Por eso te lo he traído. En realidad, si hubiese tenido poder para hacerlo, te habría llevado a ti hasta él.
    Ahora le tocaba desconcertarse a Jawaharlal. Pero era un hombre muy culto; me volvió a mirar para medir el significado de las palabras de Masto. Por un momento nos miramos mutuamente a los ojos y nos echamos a reír. Su risa no era la de un hombre viejo; seguía siendo la de un niño. Era tremendamente atractivo, lo digo en serio porque he visto a miles de personas hermosas; puedo asegurar que era el más bello de todos, y no sólo por su cuerpo.
    Es curioso: estuvimos hablando de poesía mientras Morarji esperaba fuera. Hablamos de meditación y Morarji seguía esperando fuera. Todavía recuerdo la escena, debía estar echando humo. En realidad, ese día decidió y selló nuestra enemistad. Por supuesto, no por mi parte; no tengo nada contra él. Sus inquietudes son estúpidas, no merece la pena estar en contra. Sí; de vez en cuando está bien para reírse de él. Eso es lo que he hecho con su nombre, y su terapia de la orina (beber tu propia orina). Estuvo predicando en América. Nadie pregunta si bebe su propia orina, o la de otra persona; porque cuando alguien bebe orina quiere decir que ha perdido la razón; por tanto, es capaz de beber cualquier cosa, hasta la orina de otra persona. Y él estaba allí enseñando, predicando.
    Ese día se convirtió en mi enemigo, pero sin yo saberlo, al menos en lo que a mí respecta. Sólo porque tuvo que esperar una hora y media. Se enteró de quién era yo por el secretario; seguramente le preguntó:
    -¿Quién es ese chico? ¿Y por qué se lo están presentando al primer ministro? ¿Con qué propósito? ¿Por qué Masta Baba se interesa por él?
    Por supuesto, si estás sentado durante una hora y media, tienes que hablar de algo. Lo puedo entender, pero fue duro de tragar, incluso para él, que era capaz de tragarse su propia orina. Fue un desafío, pero lo más duro de tragar fue cuando vio a Jawaharlal que salía hasta el porche para despedirse de este chico de veinte años.
    En ese momento se dio cuenta de que el primer ministro no estaba hablando con Masta Baba sino con este extraño desconocido que llevaba sandalias de madera, y que iba haciendo ruido por todo el porche; era un maravilloso porche de mármol. Yo llevaba el pelo largo y un extraña túnica que me había confeccionado yo mismo, porque los sannyasins que me hacen la ropa actualmente todavía no estaban allí. Allí no había nadie…
    Había cosido una túnica larga muy simple, con dos agujeros para poder pasar las manos cuando hiciese falta, y poderlas meter cuando quisiese. La había hecho yo mismo. No tenía nada de artístico; lo único que había tenido que hacer era coser un pedazo de tela por los dos lados y hacer un agujero para el cuello.
    A Masto le gustó, de modo que encargó que le hiciesen una.
    -Me la tenías que haber pedido -le dije.
    -No, eso sería demasiado -dijo-. No sería capaz de usarla porque la querría conservar.
    Salimos de la casa que posteriormente sería la famosa «Trimurti». Actualmente es un museo en memoria de Jawaharlal. Jawaharlal era una persona excelente, en el sentido que no tenía por qué salir a despedir a un muchacho, estar de pie para cerrar la puerta del coche y esperar hasta que se hubiese ido.
    Todo esto lo presenció ese pobre tipo, Morarji Oesai. Es un dibujo animado, pero un dibujo animado que se convirtió en mi enemigo para el resto de mi vida. Aunque no me pudo hacer ningún daño, he de decir que lo intentó. ¿Qué hora es?
    -La ocho y veintiuno, Osho.
    Dejadme diez minutos, luego me iré a trabajar. Después de esto comienza mi tarea.