Vislumbres de una infancia dorada (libro) (6)

Sesión  40

Estoy de pie (es curioso porque se supone que estoy descansando), quiero decir, que en mi memoria, estoy de pie junto a Masto. Por supuesto, no hay ninguna otra persona con la que preferiría estar. Estar con cualquier otra persona después de haber estado con Masto sería pobre, limitado.
Ese hombre era verdaderamente rico en cada una de las células de su ser, y en cada filamento de su malla de relaciones que, poco a poco, fui conociendo. No pudo presentarme a todos, era imposible. Yo tenía prisa por hacer lo que llamo no-hacer. Él tenía prisa por hacer lo que llamaba su responsabilidad respecto a mí, como le había prometido a Pagal Baba. Ambos teníamos prisa, y a pesar de lo mucho que él quería no pude aprovecharme de todas sus relaciones. Pero también había otros motivos.
Él era un sannyasin tradicional, por lo menos en lo exterior, pero yo le conocía más profundamente. No era tradicional, aunque fingía serlo porque la gente quería esa ficción. Sólo ahora puedo entender todo lo que debió sufrir. Nunca he sufrido de ese modo porque me resisto a fingir.
No lo creeréis, pero hay miles de personas que esperaban algo de mí que sólo era producto de su imaginación. Yo no tenía nada que ver con eso. Los hindúes, entre millones de mis seguidores (hablo del tiempo antes de comenzar mi trabajo), creían que yo era Kalki. Kalki es el avatar hindú, el último.
Tengo que daros una pequeña explicación que os ayudará a entender muchas cosas. En India, los antiguos hindúes creían que sólo había diez reencarnaciones de Dios. Naturalmente -en aquellos tiempos la gente contaba con los dedos-, diez era el máximo. No podías ir más allá del diez; tenías que volver a empezar desde el uno. Por eso, los hindúes creían que cada ciclo de existencia tenía diez avatares. La palabra «avatar» literalmente quiere decir «el que desciende de lo divino». Diez, porque después del décimo se termina un círculo o ciclo. Comienza inmediatamente uno nuevo, pero vuelve a haber un primer avatar, y la historia continúa hasta el décimo.
Me podréis entender fácilmente si habéis visto contar a los humildes campesinos hindúes. Cuentan hasta diez con los dedos; después vuelven a empezar, uno, dos… En la antigüedad, el diez debía ser el máximo. Es curioso, pero sigue siéndolo en lo que se refiere a los idiomas. Más allá del diez no hay nada; el once es una repetición. El once es poner un uno detrás de un uno, casándolos, metiéndolos en líos, nada más. Después del diez, todos los números son sólo repeticiones.
¿Por qué son tan originales los números del uno al diez? Porque en todas partes el hombre ha contado con los dedos de la mano.
Tengo que mencionar de paso, antes de continuar (simplemente es una distracción antes de centramos): vuestros números en inglés para decir uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve y diez provienen del sánscrito.
Las matemáticas tienen una deuda con el sánscrito, porque sin estos números no habría habido un Albert Einstein, ni una bomba atómica; no existiría el Principia Matematica de Bertrand Russell y Whitehead. Estos números son los ladrillos primordiales.
Los cimientos no se colocaron en otro lugar sino en los valles de los Himalayas. Probablemente, se encontraron con una belleza inconmensurable e intentaron medida. Quizá hubiese alguna otra razón, pero una cosa es segura: la palabra sánscrita tri, en inglés se convierte en three (tres). Ha tenido que hacer el largo y polvoriento viaje de la palabra. La palabra en sánscrito sasth se convierte en el six (seis) inglés; la palabra sánscrita asth se convierte en eight (ocho); y así sucesivamente.
¿Qué estaba diciendo?
-Estabas diciendo que los hindúes creen que eres la décima reencarnación de Kalki. Muy bien. Estás mejorando.
Kalki es la décima y última reencarnación hindú de Dios. Después de él se acaba el mundo, y por supuesto, vuelve a comenzar, del mismo modo que derribas un castillo de naipes para luego volver a empezar. Puede que antes de empezar vuelvas a barajar las cartas para animarte un poco; por otra parte, ¿qué les importa a las cartas? Pero volverás a barajar te hace sentir bien.
Exactamente del mismo modo, Dios vuelve a barajar y empieza a pensar:
-Quizá ahora me salga un poco mejor.
Pero haga lo que haga, todas las veces surge un Richard Nixon, un Adolf Hider, un Morarji Desai…, quiero decir que Dios se está equivocando todo el rato.
Sí; de vez en cuando acierta, pero en ese caso el mérito debería ser del hombre, porque triunfa en un mundo donde todo fracasa. Sin duda, no se debe a Dios. El mundo es prueba suficiente del desprestigio absoluto de Dios.
Los hindúes han seguido usando el diez como lo absoluto desde los tiempos del Rigveda, de eso hace unos diez mil años. Pero los jainistas, que son mucho más matemáticos, lógicos y anteriores a los hindúes, nunca han creído en la santidad del diez. Tenían sus propias ideas. Por supuesto, también lo han deducido de alguna fuente. Si no lo puedes deducir de tus dedos, alguien lo debió de hacer de otro modo, de alguna otra fuente.
Nunca se ha estudiado claramente lo que hicieron los jainistas, y yo no lo puedo corroborar con ningún texto porque, probablemente, sea la primera vez que lo estoy mencionando. Añado «probablemente» por si acaso hay alguien que ya lo ha hecho antes que yo y no lo supiese. Pero conozco casi todas las escrituras que merece la pena conocer. He ignorado las demás. No obstante, es posible que haya ignorado a alguien del grupo a quien no se debía ignorar; por eso he usado la palabra «probablemente», de lo contrario, estoy seguro que nadie lo ha dicho antes. De modo que lo vamos a decir ahora.
Los jainistas creen en veinticuatro maestros a los que llaman tirthankaras. Tirthankara es una hermosa palabra; significa «el que hace un sitio para tu barco, desde el que puedes cruzar a la otra orilla». Este es el significado de tirth, y tirthtankara significa «el que crea un lugar desde el que muchísima gente puede cruzar a la otra orilla, la orilla del más allá». Ellos creen en el veinticuatro. Su universo también es un círculo aunque, naturalmente, más grande. Los hinduistas tienen un círculo pequeño de diez; los jainistas tienen un círculo más grande de veinticuatro. El radio es mayor.
Incluso los hinduistas, sin saber qué estaban haciendo, se quedaron impresionados por el número veinticuatro, porque los jainistas les podían decir: «¿Sólo tenéis diez? Nosotros tenemos veinticuatro.» Es igual que la psicología de los niños: «¿Cuánto mide tu padre? ¿Sólo un metro y medio? Mi padre mide casi dos metros. No hay nadie más alto que mi padre», y este «dios» no es más que una forma paterna.
Jesús tenía razón; solía llamarle Abba, que se puede traducir por «papá» pero no por «dios». Podéis entenderlo: abba es una palabra que indica amor y respeto, y papá no lo es.
Cuando dices «padre», te sucede instantáneamente algo serio, incluso a la persona que estás llamando padre, porque tiene que ser padre. Probablemente, los cristianos llaman padre a sus sacerdotes por eso; papá no sería adecuado, y abba le haría reír a los niños, nadie le tomaría en serio.
Los hindúes provienen de fuera de India. No son originarios del país; son extranjeros, sin pasaporte. Han ido entrando de Asia central desde hace siglos; de allí provienen todas las razas europeas: la francesa, la inglesa, la alemana, la rusa, la escandinava, la lituana.,. y así sucesivamente. Todas las «esas» vinieron de Mongolia, que actualmente es casi un desierto. Mongolia no le interesa a nadie. La gente ni siquiera sabe que es un país. Una parte pertenece a China, la mayor parte pertenece a Rusia, y están librando una guerra fría constante sobre dónde trazar la línea, porque Mongolia sólo es un desierto.
Pero toda esta gente, especialmente los arios, proviene de Mongolia. Vinieron a India porque, de repente, se empezó a convertir en un desierto, y su población estaba aumentando como la de los hindúes. Tenían que emigrar en todas las direcciones. Menos mal, así es como aparecieron todos estos países.
Pero India ya era un país muy refinado antes de que llegasen los arios. No era como Europa. Cuando los arios llegaron a Alemania y a Inglaterra no encontraron a nadie contra quien luchar; encontraron una hermosa tierra donde no había nada que temer. Pero en India fue una historia diferente. La gente que vivía en India antes de que entrasen los arios debían de ser muy civilizados. Quiero decir, de verdad, no sólo porque viviesen en ciudades
Se han hecho excavaciones en dos de las ciudades de esa época: Mohenjodaro en Pakistán, que antes era parte de India, y Harappa. Estas ciudades muestran cosas extrañas: tenían calles anchas, de veinte metros de ancho; edificios de tres pisos; baños; sí, habitaciones con cuarto de baño. En India todavía hay millones de personas que no saben que existe tal cosa. De hecho, si se lo contaras se echarían a reír, pensarían que estás un poco loco; ¿un cuarto de baño junto a tu dormitorio? ¿Estás loco?
El diseñador más vanguardista seguramente parecería un poco loco incluso para vosotros, porque el último diseño de Escandinavia es un cuarto de baño con un dormitorio en su interior. Todo el asunto toma una nueva perspectiva. Básicamente, se trata de un cuarto de baño, y el dormitorio está en una esquina, sin que haya una separación. El cuarto de baño es lo fundamental: tiene una pequeña piscina, y todo lo que necesites, hasta una cama…, pero el baño no es contiguo a la habitación, sino que la cama está dentro del cuarto de baño.
Probablemente éste sea el perfil de las cosas en e! futuro, ¡pero si se lo cuentas a los millones de personas que hay en India…! Yo era la única persona del pueblo -del pueblo de mi abuelo, donde viví tanto tiempo- con un cuarto de baño anexo a la habitación, y la gente hacía chistes sobre esto. Me solían preguntar:
-¿Realmente tienes un baño junto a tu habitación? -y lo decían en voz baja
– Yo les respondía:
-No tengo por qué ocultado; es verdad, ¿y qué?
-No nos lo podemos creer -decían-,
porque nadie ha oído hablar jamás de un baño junto a un dormitorio en estas tierras. Eso debe ser tu abuela. Esa mujer es peligrosa. Debe haber traído esa idea. Por supuesto, no es de los nuestros; ha venido desde un lugar remoto. Las historias que hemos oído de su lugar de nacimiento no se las contaríamos a un niño. No te lo deberíamos contar.
Yo les dije:
-No os preocupéis. Me lo podéis contar porque ella también lo hace.
-¡Mira, te hemos avisado! Ella es una mujer extraña de Khajuraho. En ese lugar no puede haber gente buena.
Quizá haya algo de mi Nani que ha dado origen en mí a lo que ellos llamaban «malo», y yo llamo «bueno».
El hinduismo no es, como ellos se atribuyen, la religión más antigua de la tierra. Es el jainismo, que es una pequeña minoría y muy cobarde. Pero ellos introdujeron la idea del veinticuatro. ¿Por qué veinticuatro? Me lo he preguntado. Lo discutí con Masto, con mi madre y con la que se decía mi suegra, de la que os hablaré más adelante. Nadie le llamaba suegra delante de mí, porque ambas eran peligrosas. Después de mi Nani, era sin duda la mujer más atrevida que he conocido. Por supuesto, no le puedo dar el primer puesto.
Era casi un chiste que le llamaran mi madre política, pero si analizas las palabras, madrepolítica… era casi una madre para mí, si no de sangre, sí por ley. No es que estuviese casado con su hija, pero la hija estaba enamorada de mí. Sobre esto os hablaré en otro círculo, porque es un círculo muy vicioso, y no quiero comenzar ahora.
¿Qué hora es?
-Las diez y media, Osho.
Magnífico. Sólo diez minutos para mí. Ha sido precioso.
(Osho empieza a reírse entre dientes. Intenta explicar de qué se está riendo… pero está muerto de risa.)

Sesión 41

De acuerdo. Ni siquiera he podido empezar a contaros lo que os quería contar. Probablemente, no tenía que ser, porque he intentado retornar el hilo muchas veces, pero ha sido en vano, y luego todo ha vuelto a su sitio. Pero ha sido una sesión muy fructífera, aunque no se dijese ni se oyese nada. Ha habido mucha risa aunque yo me sentía aprisionado.
Os preguntaréis por qué me estaba riendo. Menos mal que no tengo un espejo delante. Os tenéis que encargar de que haya uno para que este lugar pueda ser lo que pretende ser. Pero ha estado muy bien. Me he desahogado. No me había reído tanto desde hacía años. Algo dentro de mí ha decidido esperar hasta esta mañana, pero no he hecho ningún esfuerzo en ese sentido, al menos hoy, aunque quizá algún otro día lo haga.
A veces se superponen los círculos y lo van a seguir haciendo una y otra vez. Hago lo que puedo para mantener direcciones bien definidas pero los círculos intentan rodear todo lo que encuentran. Están locos o quién sabe, quizá son budas que intentan echar un vistazo al viejo mundo otra vez, para ver cómo marchan ahora las cosas. Pero ésa no es mi intención. No conseguía llegar a donde quería llegar y me empecé a reír, en lugar de ignorar vuestras risas y seguir.
Bueno, esto sólo es la introducción, pero esta mañana me he dado cuenta de una cosa; no es que no me hubiese dado cuenta antes, pero no me había dado cuenta de que lo tenía que contar. Ahora tengo que contado.
EI 21 de marzo de 1953 sucedió algo extraño. Sucedieron muchas cosas raras, pero sólo voy a hablar de una. Las demás saldrán cuando les toque. De hecho, todavía es un poco pronto para contado en mi historia, pero hoy por la mañana me acordé de esta cosa tan singular. Después de aquella noche perdí el sentido del tiempo. Por más que lo intente, no consigo -como hace casi todo el mundo- acordarme de la hora.
No sólo eso, sino que por la mañana, es decir, todas las mañanas, tengo que mirar por la ventana para ver si es por la tarde o por la noche, porque duermo un par de veces cada día y al despertarme por las tardes, lo primero que hago es mirar el reloj. De vez en cuando, el reloj me gasta una broma: deja de funcionar. Marca las seis, por lo que se debe haber detenido por la mañana. Por eso tengo dos relojes y un despertador, para comprobar si alguno de ellos me está gastando una broma.
Hay otro reloj que es más peligroso, mejor no mencionarlo. Se lo quiero regalar a alguien pero todavía no he encontrado a la persona apropiada para este reloj, porque en vez de un regalo será un auténtico castigo. Es electrónico, y siempre que se va la luz, aunque sólo sea un segundo, el reloj vuelve a marcar las doce y parpadea: 12… 12. . . 12. .. Simplemente para indicar que se ha ido la luz.
Hay veces que lo tiraría, pero me lo regaló alguien, y no tiro las cosas con facilidad. Es una falta de respeto. Por eso estoy esperando a que aparezca la persona indicada.
No tengo sólo uno, sino dos relojes de ese tipo, uno en cada habitación. Alguna vez me han decepcionado cuando me he acostado a dormir la siesta. Suelo hacerlo a las once y media en punto, o como mucho a las doce, pero raras veces. Miré a través de un agujerito entre las mantas en un par de ocasiones y el reloj marcaba las doce, de modo que pensé:
-Eso significa que me acabo de acostar. Y me volví a dormir.
Después de un par de horas volví a mirar:
-Las doce, qué extraño… hoy el tiempo parece haberse detenido del todo -pensé-. Me volveré a dormir porque ahora todo el mundo está durmiendo.
De modo que me volví a dormir.
Ahora le he dado instrucciones a Gudia para que me despierte después de las dos y cuarto, si no me he levantado.
-¿Por qué? -me preguntó.
-Porque si no me despierta nadie –le dije- seguiría durmiendo eternamente.
Todas las mañanas tengo que decidir si es por la mañana o por la noche, porque no lo sé, no tengo ese sentido. Lo perdí el día que os he contado.
Cuando te pregunté esta mañana: -¿Qué hora es?
Dijiste:
-Las diez y media.
-¡Dios mío! -pensé-. Esto es demasiado. Mi pobre secretaria debe estar esperando desde hace una hora y media, y yo todavía no he empezado mi historia.
De modo que dije, como para terminar:
-Dame diez minutos.
El verdadero motivo es que creía que era de noche.
Devaraj también lo sabe; ahora me puede entender perfectamente. Una mañana, cuando me acompañaba hacia el cuarto de baño, le pregunté:
-¿Mi secretaria está esperando?
Él me miró asombrado. Tuve que cerrar la puerta para que se recuperase. Si seguía de pie en la entrada, esperando… ya conocéis a Devaraj; nadie es tan amoroso conmigo. No era capaz de decirme que no era de noche. Según él, si yo estaba preguntando por mí secretaria debía haber alguna razón; y por supuesto, ella no estaba allí y no era su hora de venir; por tanto, ¿qué respuesta me tenía que dar?
No dijo nada. Simplemente se quedó en silencio. Yo me reí. La pregunta le puso en un apuro pero lo que os cuento es verdad, porque siempre he tenido problemas con el tiempo. Me las ingenio de alguna forma, usando extraños recursos. Fijaos en este recurso: ¿alguna vez habéis visto a un buda hablar así?
Estaba diciendo que el jainismo es la religión más antigua. Tened en cuenta que no la valoro sino que la desvaloro. Pero un hecho es un hecho; apreciar o depreciar, ésa es nuestra actitud. En Occidente se sabe muy poco del jainismo, y no sólo en Occidente, incluso en Oriente, a excepción de algunas partes de India. Esto se debe a que los monjes jainistas van desnudos. No pueden trasladarse a comunidades que no sean jainistas. Serían apedreados, asesinados, incluso en el siglo xx.
El gobierno británico, que permaneció en India hasta 1947, tenía una ley especial para los monjes jainistas; sus  discípulos tenían que solicitar un permiso antes de entrar en una ciudad. Sin el permiso no se les permitía entrar. Aunque lo tengan, no se les permite entrar en ciudades tan grandes como Bombay, Nueva Delhi o Calcuta. Sus discípulos tienen que rodearles de tal forma, que nadie pueda ver que ellos están desnudos.
Digo «ellos» porque los monjes jainistas no pueden viajar solos. Tienen que ir con un grupo de monjes, por lo menos cinco; ése es el límite mínimo. Ponen este límite para que se espíen unos a otros. Es una religión muy -como diríais vosotros- «sospechosa», naturalmente sospechosa, porque todos sus mandamientos son antinaturales.
Es invierno y estás tiritando, te gustaría sentarte al Iado del fuego, pero un monje jainista no se puede sentar junto al fuego porque el fuego es violencia. El fuego mata porque, para hacerlo, se necesitan árboles y matamos a los árboles. Probablemente, estarán de acuerdo los ecologistas. Y cuando estás haciendo un fuego se queman muchas criaturas pequeñas, vivas pero invisibles a simple vista. Algunas veces la madera tiene hormigas u otro tipo de insectos que viven dentro del tronco.
En pocas palabras, los monjes jainistas no se pueden acercar a un fuego. Por supuesto, no pueden usar mantas porque están hechas de lana; esto, de nuevo, es violencia. Siempre se podría encontrar alguna otra cosa, pero como no pueden poseer nada… La no-posesión es fundamental, y los jainistas son muy extremistas o Han llevado la lógica de la no-posesión hasta el extremo.
Los monjes jainistas son dignos de verse: puedes ver lo que la lógica le hace al hombre. Es feo porque está desnutrido: está en los huesos, es casi un cadáver; aunque su cuerpo es raquítico, la barriga es grande. Aunque sea extraño es comprensible. Ocurre siempre que hay escasez y la gente se muere de hambre. Seguramente, habréis visto fotos de niños con barrigas grandes, enormes; y sus extremidades, las manos y las piernas no son más que huesos cubiertos de piel, y esta piel tampoco es muy agradable… porque está casi muerta. Lo mismo le sucede al monje jainista.
¿Por qué? Yo lo entiendo porque los he visto a ambos. Inmediatamente me llamaron la atención la barriga de los niños hambrientos y la de los monjes jainistas. ¿Por qué? Porque los dos tienen el mismo tipo de barriga, y sus cuerpos también son parecidos. Los rostros también. Perdonad que lo diga, pero son rostros sin rostro; no expresan nada, no muestran nada. No son solamente páginas vacías, sino páginas que han estado largo tiempo esperando que se escribiera algo en ellas para hacerlas significativas…, pero se han ajado sin que llegase nadie.
Tienen tanta amargura contra el mundo que se han dado la vuelta -mejor dicho, se han enrollado, porque estoy usando como símbolo las páginas-; se han enrollado y se han cerrado a la posibilidades futuras. Hay que ayudar al niño hambriento; pero aún más al monje jainista, porque piensa que lo que está haciendo está bien.
Pero, inevitablemente, una religión antigua es muy estúpida. La estupidez es prueba de su antigüedad. El Rigveda 17 menciona al primer maestro jainista, Rishabhdeva. Se cree que fue el fundador de esta religión. Aunque no lo puedo asegurar porque no quiero culpar a nadie, particularmente a Rishabhdeva, al que no he conocido, ni creo que le conozca tampoco.
Si realmente fue el fundador de este estúpido culto, entonces soy la última persona que querría conocer. Pero ésta no es la cuestión; la cuestión es que los jainistas tienen un calendario diferente. No cuentan los días de acuerdo al sol sino a la luna, naturalmente, porque su año está dividido en veinticuatro partes, de modo que tienen veinticuatro tirthankaras. Su universo representa un círculo de un año que se rige por la luna, de la misma manera que otra gente se rige por el sol. Todo es arbitrario. De hecho, en este momento opino que todo este asunto es estúpido.
Si os fijáis en el calendario inglés y veis qué estupidez, me podréis entender. Es muy fácil reírse de los jainistas cuando no sabes nada sobre ellos. Deben ser idiotas. ¿Pero qué me decís del calendario inglés? ¿Cómo puede ser que un mes tenga treinta días, otro treinta y uno, otro veintinueve días y otro veintiocho? ¿Qué tontería es esta? Y el año tiene trescientos sesenta y cinco días, no porque se haya hecho con arreglo al sol, no es por culpa del sol.
Trescientos sesenta y cinco días es el tiempo que tarda la tierra en dar una vuelta completa alrededor del sol. Depende de ti cómo lo quieras dividir, ¿pero trescientos sesenta y cinco.. .? Trescientos sesenta y cinco siempre ha causado dificultades, porque no es exactamente trescientos sesenta y cinco; queda un resto que se convierte en un día cada cuatro años. Eso quiere decir que el año completo serían trescientos sesenta y cinco días más un cuarto de día. ¡Un año muy raro!
¿Qué se puede hacer? Hay que arreglárselas, de modo que se dividen los meses en diferente número de días, y cada cuatro años, febrero tiene un día más. ¡Qué calendario más extraño! No creo que los ordenadores admitan este tipo de disparates.
Del mismo modo que hay tontos que se rigen por el sol, los hay que se rigen por la luna. Son verdaderos lunáticos porque creen en el ciclo lunar. Entonces, por supuesto, su año se divide en doce partes y cada mes tiene dos divisiones. Estos tontos siempre son grandes filósofos; inventan extrañas hipótesis. En la tradición de los tontos jainistas la hipótesis era esta. Todas las tradiciones son absurdas, esta no es más que otra tradición de tontos.
Los jainistas creen que hay veinticuatro tirthankaras, y que cada ciclo vuelve a tener veinticuatro tirthankaras. Los hindúes se sintieron menospreciados. La gente empezó a preguntarles:
-¿Cómo es que sólo tenéis diez, no tenéis veinticuatro?
Naturalmente, los sacerdotes hinduistas comenzaron a hablar de los veinticuatro avatares. Tomaron prestada esta tontería. En primer lugar, es una tontería, y en segundo lugar es prestada. Es lo peor que le puede suceder a nadie. Y eso es lo que le ha sucedido a un gran país con millones de habitantes.
Fue una epidemia tan contagiosa que cuando Buda murió los budistas se sintieron muy engañados, o ¿cómo se diría?, desdeñados, menospreciados, humillados. ¿Por qué Buda no les había hablado del número veinticuatro? «Los jainistas lo tienen, los hinduistas lo tienen… y nosotros sólo tenemos un buda.» Así fue como crearon a los veinticuatro budas que precedieron a Gautama el Buda.
Ahora podéis ver hasta qué punto llega el disparate. Sí, puede seguir y seguir… Eso es lo que quiero decir, pero tengo que acabar la frase. Tened en cuenta que no quiere decir que esté poniendo punto y final a la necedad; ésta no tiene fin.
Si eres estúpido, serás tan infinitamente estúpido como sabio es Dios. Yo no sé nada de Dios ni de su sabiduría, pero sí conozco vuestra necedad. Estoy aquí para eso: para ayudarlos a liberarse de la estupidez que llevan encima. Primero lo usaran los jainistas, después lo tomaran prestado los hinduistas, más tarde también los budistas y finalmente el número veinticuatro se ha convertido en una absoluta necesidad.
Conocí a un hombre, Swami Satyabhakta. Me pregunto por qué la existencia tolera a este tipo de personas. Creía ser el vigésimo quinto tirthankara Mahavira fue el vigésimo cuarto. Por supuesto, los jainistas nunca se lo perdonaron a Satyabhakta y le expulsaron.
Yo le dije:
-Satyabhakta, si quieres ser un tirthankara, ¿por qué no eliges ser el primero? ¿Para qué hacer cola toda la vida haciendo todo lo posible por ser el vigésimo quinto, el último? Echa un vistazo detrás de ti: no hay nadie.
Hizo un gran esfuerzo y todos los días trabajaba duramente escribiendo cientos de libros; era muy erudito. Eso también demuestra que era tonto, pero no un tonto cualquiera, sino un tonto extraordinario.
-¿Por qué no inventas tu propia religión y tienes tu propia verdad? -le pregunté.
-Ése es el problema -dijo-, que no estoy seguro.
-Por lo menos no molestes a los demás -le dije-. Primero decídete. Espera, voy a llamar a tu esposa.
-¡No, no! -dijo.
– Espera, estoy avisando a tu esposa. No me detengas -le dije.
Pero no era necesario avisarla porque ya había llegado. En realidad, la había visto venir, por eso le dije:
-No me detengas.
Nadie la podía detener; ya estaba viniendo.
No uso la palabra «viniendo» como vosotros, los occidentales. Estaba viniendo de verdad, y venía con mucho ímpetu.
Me refiero a que realmente entró con mucho ímpetu y me preguntó:
-¿Por qué pierdes el tiempo con este bobo? Yo he malgastado toda mi vida y no sólo lo he perdido todo, sino que he perdido hasta mi religión. A mí también me van a expulsar, naturalmente, porque le han expulsado a él. Sólo se nace jainista después de haber pasado millones de vidas; y este bobo no sólo se ha caído él, sino que me ha degradado a mí. Menos mal que es impotente y no tenemos hijos; si no, los expulsarían también.
Yo era el único que me estaba riendo, y les dije:
-Reíros. Es fantástico. Tú eres impotente.
No lo digo yo, lo dice tu mujer. No sé qué conocimientos tiene de ginecología, pero si ella lo dice y tú lo oyes sin tan siquiera levantar los ojos es prueba suficiente de que ella es ginecólogo. Eres impotente, ¡estupendo! Ni siquiera puedes lograr que tu mujer sea tu discípula, iY estás intentando demostrar que eres el vigésimo quinto tirthankara! Esto es muy divertido, Satyabhakta.
Nunca me lo perdonó, simplemente porque me lo encontré en el momento preciso. Satyabhakta sigue siendo un enemigo, aunque me compadezco de él. Al menos, puede decir que tiene un enemigo. En cuanto a amigos se refiere, no tiene ni uno, y se lo debe a su mujer.
Morarji Desai se convirtió en mi enemigo de la misma forma. No tengo nada contra él, pero se sintió muy ofendido porque tuvo que esperar noventa minutos por culpa de un muchacho que no tenía importancia política alguna. Cuando vio que el primer ministro le abría la puerta del coche al muchacho… Todavía recuerdo la escena, ¿cómo podría describirlo? El hombre tenía algo baboso, escurridizo. No había forma de sujetarlo. Siempre se escurría, y cada vez que se escurría, se ensuciaba más. Había algo baboso y escurridizo en sus ojos, lo recuerdo. Le volví a ver más tarde, en otras tres ocasiones. En algún otro círculo lo abordaré.
Muy bien. Después de esta experiencia solamente un «no» sirve de algo, porque no hay nada como un no.
Muy bien.
Devageet, déjalo ya. Tengo otras cosas que hacer. Gudia ha abierto la puerta para recordármelo.

3 comentarios

  • Crow

    Sesión 42

    Muy bien. ¿Qué os estaba contando? No me acuerdo; recordádmelo.
    -Estabas diciendo que Morarji Oesai y Satyabhakta se hicieron enemigos tuyos, y lo último que has dicho es que recuerdas que Morarji Desai tenía algo en los ojos que lo hacía baboso y resbaladizo.
    Bueno. Es mejor no recordarlo. Probablemente, no me podía acordar por eso; de lo contrario, no tengo mala memoria, al menos nunca me lo han dicho. Incluso los que no están de acuerdo conmigo dicen que tengo una memoria prodigiosa. Cuando viajaba alrededor del país recordaba el nombre y las caras de miles de personas; y no sólo eso, sino que cuando nos volvíamos a encontrar sabía inmediatamente dónde los había visto la última vez, lo que les había dicho, lo que me habían contestado…, podían haber pasado diez o quince años. Naturalmente, se quedaban asombrados. Menos mal que me falla la memoria exactamente donde debería, y es en Morarji Desai.
    No lo creeréis, pero hasta Dios hace caricaturas. Había oído decir que hacía criaturas, ¿pero caricaturas? ¿Las hace especialmente para los dibujos animados? Morarji es una caricatura viviente. Yo no me había reído de él; estaba rebosante con el curioso encuentro que habían tenido el chico y el primer ministro, y del modo que habían estado hablando. Todavía no me puedo creer que un primer ministro hable de ese modo. Prácticamente, sólo escuchaba, haciendo preguntas para que la conversación pudiese seguir. Parecía como si quisiese que siguiera para siempre, porque su secretario personal abrió muchas veces la puerta para mirar. Pero Jawaharlal realmente era una buena persona. Volvió la silla de espaldas a la puerta; su secretario sólo le podía ver la espalda.
    Esto lo entendí más tarde, cuando Masto me explicó que era la primera vez que veía a Jawaharlal colocarse de espaldas a la puerta. Me contó que el secretario personal abría la puerta para anunciar que se había terminado el tiempo y que había otra visita esperando para entrar.
    Pero Jawaharlal no estaba interesado en ninguna otra cosa en el mundo. Parecía que sólo quería oír hablar de vipassana. Debido a la situación, yo dudaba si contarle qué era el vipassana. Os tengo que decir el significado de la palabra vipassana. Quiere decir «mirando hacia atrás». Passan significa «mirando»; vipassana significa «mirando hacia atrás».
    Lo que estoy haciendo en este momento es Vlpassana.
    Le daba patadas con el pie a Masto pero él estaba sentado como un yogi. Esperaba que yo haría algo por el estilo y se había preparado, de alguna forma estaba listo para todo. Le di un golpe muy fuerte.
    -¡Aaay! -gritó.
    -¿Qué pasa? -exclamó Jawaharlal. -Nada -dijo Masto.
    Yo repliqué:
    -Está mintiendo.
    -Esto es demasiado -dijo Masto-. Me has pegado, y me has dado tan fuerte que se me olvida que me tengo que quedar callado y no convertirme en un balón en tus manos, y ahora le dices a Jawaharlal que estoy mintiendo.
    -Ahora no te está mintiendo, sino que te está diciendo cómo te puedes olvidar -dije-, porque vipassana significa no olvidarse.
    Y le aclaré a Masto:
    -Le estaba explicando el vipassana a Jawaharlal, por eso te golpeé fuerte. Perdóname, por favor, y no des por hecho que haya sido la última vez.
    Jawaharlal se rió a carcajadas… se rió tanto que le empezaron a salir lágrimas de los ojos. Ésa es siempre la cualidad de un buen poeta, no la de uno corriente. Los poetas corrientes se pueden comprar, quizá en Occidente sean un poco más caros, pero de lo contrario, con un dólar habría bastante para comprar una docena. No era ese tipo de poeta, de a dólar la docena. Era realmente uno de esos raros individuos a los que Buda llamó bodhisattvas. Le llamaré bodhisattva.
    Estaba, y sigo estando, asombrado de cómo puede haber llegado a primer ministro. Pero el primero de todos los primeros ministros de India era de una categoría absolutamente diferente a la de cualquier otro primer ministro posterior. No le eligió la gente; de hecho, no fue un candidato elegido. Le eligió Mahatma Gandhi.
    Gandhi, a pesar de todos sus errores, al menos hizo una cosa que incluso yo puedo apreciar. Es lo único; por lo demás, estoy en contra de Mahatma Gandhi punto por punto. Pero, por qué tuvo que escoger a Jawaharlal es otra historia que quizá no está destinada a ser parte de este círculo. Lo que sí me importa es que por lo menos era sensible a las personas poéticas. Sin duda era un asceta; y a pesar de toda su necedad fue lo bastante sensible como para elegir a Jawaharlal.
    De este modo un poeta llegó a ser primer ministro; es la única posibilidad que tiene un poeta de ser primer ministro, a no ser que un primer ministro enloquezca y se vuelva poeta, pero eso ya no sería lo mismo.
    Estuvimos hablando de poesía. Yo pensaba que hablaría de política. Incluso Masto, que le conocía desde hace años, estaba asombrado de que hablara de poesía y del sentido de la experiencia poética. Me miró como si yo supiera la respuesta.
    -Masto -le dije-, tú tendrías que saberlo mejor. Conoces a Jawaharlal desde hace muchos años. Yo hasta ahora no sabía nada de él. Todavía nos estamos presentando. De modo que no me mires con ojos inquisitivos, aunque comprendo tu pregunta: «¿Qué ha pasado con el político? ¿Se ha vuelto loco?» No; yo te digo, y a él también, que no es un político, quizá lo sea por casualidad, pero no por su naturaleza intrínseca.
    Jawaharlal asintió con la cabeza y dijo: -Por lo menos hay una persona en mi vida que lo ha dicho exactamente, ya que yo no era capaz de formularlo con claridad. No era una cosa determinada…, pero ahora sé lo que sucedió. Ha sido un accidente.
    -Sí -añadí-, y además un accidente fatal. Nos reímos todos. Pero entonces dije:
    -Ha sido un accidente fatal, pero tu poeta no ha sufrido daños, y esto es lo único que me importa. Todavía puedes ver las estrellas como las vería un niño.
    -¡De nuevo! .. .Porque me encanta mirar las estrellas -exclamó-, ¿pero como has podido saberlo?
    -No tengo nada que ver. Sé lo que es ser un poeta -le contesté-, por eso te lo puedo describir en detalle. Así que, por favor, a partir de este momento no te asombres. Sólo tienes que dejar de preocuparte. y realmente se relajó. De lo contrario, a un político le resultaría imposible relajarse.
    En India, la mitología dice que cuando se muere una persona corriente viene el diablo para llevárselo, pero cuando se muere un político tienen que venir un montón de diablos, porque no se puede relajar ni siquiera estando muerto. No se lo permite. Jamás permite que suceda algo espontáneamente. No conoce el significado de algo tan simple como «dejarse ir».
    Pero este hombre, Jawaharlal, se relajó inmediatamente y me dijo:
    -Contigo me puedo relajar. Y Masto nunca ha sido una fuente de tensión para mí, de modo que también se puede relajar; yo no se lo impido, a menos que se lo esté impidiendo el ser un swaml, un sannyasin o un monje.
    Nos echamos a reír. Y éste no fue el último encuentro sino el primero. Masto y yo pensábamos que era el último, pero cuando nos marchábamos, Jawahadal dijo:
    -¿Podéis venir mañana a la misma hora? Yo me encargaré de que este tipo -dijo señalando a Morarji Oesai- no esté aquí. Incluso su presencia apesta, y ya sabéis a qué. Lo siento, pero estoy obligado a mantenerle en el gabinete de ministros porque tiene una cierta importancia política. ¿Y qué más da que beba su propia orina? No es asunto mío.
    Nos volvimos a reír y nos fuimos.
    Esa noche nos llamó por teléfono para recordamos:
    -No lo olvidéis. He cancelado todas mis citas y os estaré esperando a los dos.
    No teníamos nada más que hacer. Masto había venido para que conociese al primer ministro, y eso ya estaba hecho. Masto dijo:
    -Si el primer ministro lo desea, tenemos que quedarnos. No podemos decirle que no, no sería beneficioso para tu futuro.
    -No te preocupes por mi futuro -le dije-. ¿Será beneficioso para Jawaharlal o no?
    -Eres imposible -dijo Masto.
    Y tenía razón, pero lo descubrí demasiado tarde, cuando ya era difícil cambiar.
    Me he acostumbrado tanto a ser lo que soy que me resulta difícil cambiar incluso en las cosas pequeñas. Gudia lo sabe; me intenta enseñar a no salpicar agua en el baño de todas las formas posibles. ¿Pero se me puede enseñar algo? No puedo parar. No es que quiera torturar a las chicas ni que tenga que torturarlas todos los días dos veces, pero tomo dos baños y, naturalmente, tienen que limpiar dos veces.
    Por supuesto, Gudia cree que podría bañarme de forma que no hubiera que recoger el agua de todas partes. Pero finalmente ha desistido de enseñarme. No puedo cambiar. Cuando me ducho disfruto tanto que me olvido y salpico el agua por todos partes. Si no salpicase tendría que controlarme incluso en el baño.
    Fijaos en Gudia: le divierte la idea porque sabe exactamente de qué estoy hablando. Cuando me ducho me ducho de verdad, y no salpico solamente el suelo, sino las paredes también, y si te toca limpiar es tu problema. Pero si limpias con amor, como lo hacen los que limpian para mí, entonces, es mejor que el psicoanálisis y mucho mejor que la meditación trascendental. Ahora ya no puedo cambiar.
    Bueno, ya ha ocurrido lo que contaba Masto. Lo que era futuro entonces, ahora es pasado. Pero yo soy el mismo, he seguido siendo el mismo. De hecho, me parece que la muerte no ocurre cuando dejas de respirar, sino cuando dejas de ser tú mismo. Por eso nunca he hecho concesiones.
          Volvimos al día siguiente y Jawaharlal había invitado a su yerno, el marido de Indira Gandhi. Me pregunté por qué no habría invitado a su hija. Más tarde Masto me explicó:
    -Indira cuida a Jawaharlal, su mujer se murió siendo joven y solamente tiene una niña, su hija Indira, que ha sido para él como una hija y como un hijo.
    En India, cuando una hija se casa tiene que ir a casa de su marido. Se convierte en parte de la otra familia. Indira nunca se marchó. Sencillamente se opuso. Dijo:
    -Mi madre se ha muerto, y no puedo dejar solo a mi padre.
    Esto fue el principio y el fin de su matrimonio. Siguieron siendo esposos pero Indira nunca formó parte de la familia de Feroze Gandhi. Hasta Sanjay y Rajiv, sus dos hijos, pasaron a formar parte de la familia de su madre.
    Masto me dijo:
    -Jawaharlal no puede invitarlos a los dos a la vez; empezarían a discutir automáticamente.
    -Qué curioso -le dije-. ¿No se pueden olvidar de que son esposos ni siquiera durante una hora?
    -Es imposible olvidarse ni un momento -dijo Masto-. Ser marido o mujer es una declaración de guerra.
    Aunque la gente lo llama amor, realmente se trata de una guerra fría. Y es preferible tener una guerra caliente, especialmente en el frío invierno, que tener una guerra fría veinticuatro horas al día. Se congela hasta tu ser.
    Nos sorprendió que nos invitara un tercer día. Pensábamos marchamos ya que el segundo día no nos había dicho nada. El tercer día por la mañana, Jawharlal llamó por teléfono. Tenía un número privado que no salía en el listín telefónico. Sólo conocían ese número unos cuantos, las personas más próximas.
    Le pregunté a Masto:
    -Nos ha llamado él mismo; ¿no podía pedirle a su secretario que lo hiciera?
    -No -dijo Masto-; ése es su número privado; ni siquiera su secretario sabe que nos está invitando. El secretario se enterará cuando nos vea llegar al porche.
    Y el tercer día Jawaharlal me presentó a Indira Gandhi. Solamente le dijo:
    -No preguntes quién es, porque ahora mismo no es nadie, pero llegará un día en que sea alguien.
    Sé que se equivocaba. Sigo sin ser nadie, y seguiré sin ser nadie hasta el final. Ser nadie es una dicha enorme; vuelas en el espacio. Yo debo ser una de las personas más voladas del mundo. A pesar de todo, procurad no ser nadie. Es fantástico, realmente genial.
    Pero no hay nadie que quiera ser nadie, nadie, nada, y naturalmente, eso es lo que Jawaharlal le estaba diciendo a Indira:
    -Ahora no es nadie, pero puedo predecir que un día será alguien.
    Jawaharlal, estás muerto, pero lamento decirte que no pude cumplir tu predicción. Afortunadamente, has fallado.
    Éste fue el comienzo de mi amistad con Indira. Tenía un cargo muy alto, y poco después fue nombrada presidenta del partido del gobierno en India, y más tarde ministra del gabinete de Jawaharlal y finalmente primera ministra. Indira es la única mujer que he conocido, que consiguió gobernar a esos idiotas, a los políticos, y lo hizo bien.
    No sé cómo lo pudo conseguir. Probablemente, aprendió todos los defectos que tenían cuando todavía ella no era nadie, sólo la cuidadora del pobre Jawaharlal. Pero conocía sus defectos tan bien que le tenían miedo, temblaban. Ni siquiera Jawahadal pudo echar a ese perfecto idiota de su gabinete: Morarji Desai.
    Se lo conté a Indira en un encuentro posterior. Tal vez llegue el momento o tal vez no, por eso prefiero mencionarlo ahora. No se puede confiar en los círculos. Se lo dije en nuestro último encuentro, eso fue cinco años después de la muerte de Jawaharlal; alrededor de 1968. Ella me respondió:
    -Lo que dices es totalmente correcto, me gustaría poderlo hacer, pero ¿qué puedo hacer con personas, como Morarji? Están en mi gabinete y además son mayoría. Aunque pertenecen a mi partido, no lo podrían entender si llego a poner en práctica lo que me estás contando. Estoy de acuerdo contigo, pero me siento impotente.
    -¿Por qué no echas a ese individuo? ¿Quién te lo impide? Y si no puedes echarle, entonces dimite, porque a una persona de tu calibre no le corresponde trabajar con necios de esa categoría. Pon orden, es decir, ponlos boca arriba, porque están haciendo shirshasana, están cabeza abajo. O los pones derechos o dimites, pero haz algo.
    Siempre me ha gustado Indira Gandhi. Me sigue gustando, aunque nunca haya hecho nada para potenciar mi trabajo, pero eso es otra cuestión. Me cayó bien desde el momento que me dijo, mejor dicho, que me susurró al oído, aunque no había nadie que nos pudiese oír, pero quién sabe, los políticos son cautelosos. Susurró:
    -Haré una de las dos cosas.
    En ese momento no me podía figurar a qué se refería con «una de las dos cosas». Pero al cabo de siete días leí en los periódicos que, de repente, habían expulsado a Morarji Desai. Yo estaba muy lejos de allí, probablemente a miles de kilómetros.
    Él acababa de volver de una gira por su distrito electoral e iba a visitar al primer ministro, y ésta fue su bienvenida, una bienvenida un tanto extraña, o tal vez debería decir «bien-despedida», ¿Me puedo inventar una palabra, «bien-despedida»? Entonces le están dando la bien-despedida. Eso es exactamente lo que hace la gente, ¿quién da la bienvenida?
    Pero no me sorprendió. De hecho, todos los días miraba los periódicos para ver qué estaba sucediendo, porque quería hacerme una idea de lo que quiso decir con «una de las dos cosas». Pero ella hizo algo. Hizo lo correcto. Éste ha sido el hombre más obstructor, oscurantista, ortodoxo y qué se yo; todo lo malo que se te ocurra.
    ¿Qué hora es, Devageet? -Las diez y veinticuatro, Osho.
    Diez minutos para mí. Esto está bien, pero se puede mejorar. Seré un supervisor inflexible a menos que alcances la perfección hoy. Apuesta por la perfección. No pidas una prolongación; la palabra es perfección. Aunque no se le presta atención, perfección sigue siendo la palabra, tanto si la escuchas como si no.
    Sí; no voy a parar hasta que sepa que habéis llegado al límite de vuestra capacidad, ¡daos prisa!
    Bueno.
    En cuanto digo bueno, os asustáis. Inmediatamente veo vuestro miedo y vuestros temblores. Por eso, de vez en cuando me dirijo a Ashu diciendo:
    -No te preocupes por el miedo de Devageet. Sé una mujer sencilla, sin conocimientos, y sube a las alturas. Deja que el pobre Devageet corra detrás de ti.
    Él se esforzará. Me lo puedo imaginar corriendo para adelantarte, por eso me río. ¿Quién puede estar detrás de su propio ayudante?
    No os preocupéis: hoy a las doce se detendrá el mundo de todas formas. Por tanto, ¡date prisa, Ashu! Por lo menos, déjame que almuerce antes de que se acabe el mundo.
    Muy bien. Stop.

    Sesión 43

    De acuerdo. Siempre me ha maravillado que Dios pudiese crear e! mundo en seis días solamente. ¡Y este mundo! ¡Quizá por eso llamó Jesús a su hijo! ¡Vaya nombre para ponerle a tu propio hijo! Tenía que castigar a alguien por lo que había hecho y no había nadie más a mano. El Espíritu Santo siempre está ausente; está ahí, sentado en la silla de montar a caballo. Por eso le pedí a Chetana que se bajase, porque no es bueno montar a caballo con otra persona, quiero decir que no es bueno para el caballo, ni para Chetana tampoco. El Espíritu Santo me da igual. No me compadezco del Espíritu Santo ni de ningún otro espíritu. Siempre estoy a favor de los vivos.
    Un espíritu es la sombra de un muerto; ¿de qué sirve que sea santo? Además es feo. No me preocupa el Espíritu Santo, Chetana. No me importa que te montes encima de él. Móntate encima del Espíritu Santo. Pero esa pobre silla no es ni para una persona. No es para sentarse en ella. Es para media persona, para que no te quedes dormido. Por eso la han hecho de esa manera.
    En esa silla no te puedes ni sentar i Y mucho menos dormir! Además, no cabía en esta pequeña Arca de Noé. El arca es tan pequeña que hasta Noé se tiene que quedar fuera, para que haya sitio para todas las criaturas.
    ¿Qué estaba diciendo, Devageet?
    -El Espíritu Santo siempre está ausente; ahora está sentado en la silla de montar a caballo (risas).
    De eso sí me acordaba. Sabía que no serías capaz de tomar apuntes. Concéntrate. Pero lo conseguiré. Toda la vida me las he podido arreglar sin apuntes.
    La pregunta que me hizo Jawaharlal ese día fue realmente extraña.
    -¿Crees que está bien estar metido en la vida política? -me preguntó.
    -No lo creo -le respondí-, sé que no está nada bien. Es una maldición, un karma. Debes haber hecho algo reprobable en tus vidas pasadas; de lo contrario, no serías el primer ministro de India.
    -Estoy de acuerdo -dijo.
    Masto no podía creer que le contestara así al primer ministro, y menos aún, que el primer ministro estuviese de acuerdo.
    -Esto concluye a mi favor una larga discusión entre Masto y yo -dije-. ¿Masto, estás de acuerdo?
    -Tengo que estarlo -respondió.
    -No me gusta eso de «tengo que», es preferible no estar de acuerdo. Al menos en el desacuerdo hay algo de vida. ¡No me des una rata muerta! ¡En primer lugar, una rata, y para colmo, muerta! ¿Crees que soy un águila, un buitre o qué?
    Hasta Jawharlal nos miró a los dos.
    -Tú lo has resuelto. Te lo agradezco -le dije-. Esto ha sido un dilema para Masto durante muchos años. No era capaz de decidir si un hombre bueno debía estar metido en política o no.
    Estuvimos hablando de muchas cosas. Mientras estuve en esa casa (me refiero a la del primer ministro) no se me ocurrió pensar que una reunión pudiese durar tanto. Cuando acabamos eran las nueve y media, ¡tres horas! Incluso Jawaharlal dijo:
    -Éste debe haber sido el encuentro más largo de mi vida, y el más fructífero.
    -¿Qué beneficios te ha aportado? -le pregunté.
    -La amistad de un hombre que no es de este mundo -respondió-, y que nunca lo será. Guardaré un recuerdo sagrado de estos momentos.
    Y pude ver cómo se acumulaban las lágrimas en sus bellos ojos.
    Salí precipitadamente, para que no se avergonzara, pero me siguió y me dijo:
    -No hacía falta que te fueses tan rápido.
    -Las lágrimas estaban yendo más rápido que yo -le dije. Él se rió y lloramos juntos.
    Ocurre muy pocas veces, y sólo a los locos o a los muy inteligentes. Él no estaba loco, sino que tenía una inteligencia privilegiada. Nosotros, quiero decir Masto y yo, hablamos de ese encuentro muchas veces, especialmente de las lágrimas y las risas. ¿Por qué? Naturalmente, como era habitual, nosotros no coincidíamos. Se había vuelto una rutina. Si yo hubiese estado de acuerdo, él no me habría creído. Le habría dado un disgusto.
    -Lloró por él mismo -dije-, y rió por la libertad que yo tengo.
    La interpretación de Masto, por supuesto, era:
    -Lloró por ti, no por él, porque veía que te podías convertir en una fuerza política importante, y se rió de su propia idea.
    Ésta era la interpretación de Masto. No había forma de ponerse de acuerdo pero, afortunadamente, el mismo Jawaharlallo decidió por casualidad. Me lo dijo Masto, por tanto, no hay ningún problema.
    Antes de que Masto me abandonara para siempre, yéndose a los Himalayas, y antes de que yo muriese, como tiene que morir todo el mundo para poder resucitar, me dijo:
    -Sabes, Jawaharlal se acuerda de ti todo el tiempo, y particularmente en la última reunión me dijo: «Si ves a ese extraño muchacho, y si en algo te concierne, mantenle alejado de la política, porque yo he malgastado mi vida con esta estúpida gente. No quiero que este chico tenga que suplicar el voto de las masas absolutamente estúpidas, mediocres y faltas de inteligencia. No, si tienes alguna influencia en su vida, protégele, por favor, de la política.»
    Masto respondió:
    -Por eso resolvimos nuestra discusión a tu favor, y me alegro, porque aunque he discutido en tu favor y en tu contra, en el fondo siempre he estado de acuerdo contigo.
    No volví a ver a Jawaharlal, aunque vivió muchos años. Pero, tal y como él quería -aunque yo ya había tomado la decisión, y aunque su consejo lo ratificó-, no he votado en mi vida, ni he sido miembro de un partido político, tampoco ha sido mi sueño. De hecho, desde hace aproximadamente treinta años no tengo sueños. No puedo soñar.
    Puedo fingir, puedo hacer una especie de ensayo. La expresión «ensayo» de sueño os puede parecer rara, pero el drama real nunca sucede, no puede suceder; para que suceda, es preciso que haya inconsciencia, y ese ingrediente falta. Me puedes dejar inconsciente, pero nunca me harás soñar. Y para dejarme inconsciente no hace falta mucha tecnología; basta con darme un golpe en la cabeza y caeré inconsciente. Pero no estoy hablando de ese tipo de inconsciencia.
    Eres un inconsciente cuando haces cosas sin saber por qué; no estás alerta ni de día ni de noche. Si está alerta, desaparece el soñar. No pueden existir ambos a la vez. No hay coexistencia posible entre las dos cosas, y nadie la puede provocar. O bien sueñas, entonces eres inconsciente; o bien estás despierto, alerta, fingiendo soñar, pero no es un sueño. Tú lo sabes y los demás también.
    ¿Qué estaba diciendo?
    -Hace treinta años que no sueñas. «No volví a ver a Jawaharlal, aunque vivió muchos años.»
    Bueno.
    No hizo falta volver a verle otra vez, aunque hubo mucha gente que me lo pidió. Se enteraron por varias fuentes -en casa de Jawaharlal, por sus secretarios y demás- de que le conocía y me tenía aprecio. Naturalmente, necesitaban pedirle algún favor y me pedían si les podía recomendar.
    Yo les decía:
    -¿Estáis locos? No le conozco. -Tenemos pruebas irrefutables -dijeron ellos.
    -Os podéis quedar con vuestras pruebas irrefutables -les respondí-. Quizá nos hayamos conocido en algún sueño pero no en la realidad.
    -Siempre hemos pensado que estabas un poco loco -dijeron-; pero ahora estamos seguros.
    -Difundidlo todo lo que podáis, por favor, y no seáis tan moderados; ¿sólo un poco loco? Sed generosos, ¡estoy completamente loco!
    Se marcharon sin darme las gracias. Yo les tenía que dar las gracias, de modo que les dije:
    -Soy un loco. Al menos puedo daros unas buenas gracias.
    Se dijeron unos a otros:
    -¡Fijaos! ¿Unas buenas gracias? Está loco. Me encantaba que dijesen que estaba loco. Me sigue encantando. No hay nada más bello que la locura que he conocido.
    Masto dijo antes de irse:
    -Jawaharlal me ha dado el nombre de una persona, Ghanshyam Das Birla. Es el hombre más rico de India, y muy próximo a la familia de Jawaharlal. Si tienes cualquier necesidad puedes recurrir a él. Y cuando me estaba dando su dirección Jawaharlal dijo: «Me obsesiona ese chico. Preveo que va a ser…»
    Y Masto se quedó callado. -¿Qué te ocurre? -le pregunté-. Por lo menos termina la frase.
    -Lo voy a hacer -respondió Masto-. Este silencio también es suyo. Simplemente le estoy imitando. Lo que tú me estás preguntando es lo mismo que le pregunté yo. Entonces Jawaharlal completó la frase, y te diré cuál era la razón -dijo Masto-. Jawaharlal dijo: «Quizá algún día se convierta en.,,» y entonces vino el silencio. Tal vez estaba sopesando alguna cosa en su interior, o no tenía muy claro qué iba a decir. Después añadió, «un Mahatma Gandhi».
    Jawaharlal me estaba tratando con el mayor respeto. Mahatma Gandhi había sido su maestro y el hombre que decidió nombrarle primer ministro de India. Naturalmente, Jawaharlal lloró cuando asesinaron a Mahatma Gandhi. Habló por la radio llorando y dijo:
    -Se ha apagado la luz. No quiero decir nada más. Él era nuestra luz; ahora tendremos que vivir en la oscuridad.
    Si dudó al decírselo a Masto, se debía a que estaba pensando si comparar a este chico con el mahatma mundialmente famoso, o tal vez estaba tomando en consideración a otras personas además del mahatma… y creo que esto es lo más probable, porque Masto le dijo:
    -Si se lo digo al chico, automáticamente exclamará: «¡Gandhi! Es la última persona del mundo que me gustaría ser. Prefiero ir al infierno antes que ser Mahatma Gandhi.» Así que es preferible que te cuente cómo va a reaccionar. Le conozco profundamente. No podrá tolerar esa comparación, y te adora; no destruyas a un amante a causa de este nombre.
    -Esto es demasiado, Masto -le dije-. No hacía falta que le dijeras eso. Es viejo, y en lo que a mí respecta, me ha comparado con la persona más importante, según su forma de ver.
    -Espera -dijo Masto-, cuando se lo dije, Jawaharlal respondió: «Lo que sospechaba, por eso esperé, sopesando si debía o no decirlo. Por tanto, no le digas eso. ¡Tal vez se convierta en un Gautama el Buda!»
    El gran poeta hindú, Rabindranath, escribió que Jawaharlal amaba a Gautama el Buda en secreto. ¿Por qué en secreto? Porque no le gustaban las religiones establecidas, y tampoco creía en Dios, y Jawaharlal era el primer ministro de India.
    Masto añadió:
    -Entonces le dije a Jawaharlal: «Perdóname. Casi aciertas, pero a decir verdad, a él no le gustan las comparaciones.» ¿Y sabes qué dijo Jawaharlal? -me preguntó Masto-. Dijo: «Ésa es la clase de hombre que amo y respeto. Pero protégele en todo lo posible para que no se enrede en política, porque a mí me ha destruido. No quiero que le suceda la misma calamidad.»
    Después de esto Masto desapareció. Yo también, por eso nadie tiene quejas. Pero la memoria no es conciencia, e incluso puede funcionar sin conciencia, incluso con mayor rendimiento. Al fin y al cabo, ¿qué es un ordenador? Un sistema de memoria. El ego ha muerto; lo que hay detrás del ego es eterno. Lo que forma parte del cerebro es temporal y morirá.
    Tras mi muerte seguiré estando tan o tan poco disponible para mi gente como lo estoy ahora. Todo depende de ellos. Por eso, poco a poco estoy desapareciendo de su mundo para que, cada vez más, sea cosa de ellos.
    Yo podría ser el uno por ciento, y su amor, su confianza y su entrega el noventa y nueve por ciento. Pero cuando me haya ido se necesitará más todavía, el cien por cien. Entonces estaré disponible, tal vez más, a los que puedan permitirse, escribe «los que puedan permitirse» en mayúsculas, porque el hombre más rico del mundo es «EL QUE SE PUEDE PERMITIR» el cien por cien de entrega al amor y la confianza.
    Y yo tengo a esas personas. Por eso no quiero que se sientan defraudados de ninguna manera, ni siquiera tras mi muerte. Me gustaría que fuesen las personas más satisfechas de la tierra. Esto me llenará de gozo, esté allí o no.

    Sesión 44

    Ayer me preguntaba cómo pudo crear Dios este mundo en seis días. Me lo estaba preguntando porque todavía no he conseguido pasar del segundo día de clase de la escuela primaria. ¡Y qué mundo! Probablemente fuese judío, porque, precisamente, han sido los judíos los que han divulgado la idea.
    Los hindúes no creen en Dios; creen en muchos dioses. De hecho, cuando concibieron la idea por primera vez había tantos dioses como hindúes, en aquella época, por supuesto. En aquella época tampoco se trataba de una población reducida: había treinta y tres crores, esos son trescientos treinta millones; o quizá no haya sido así, pero esto os dará una idea de cómo son los hindúes. Creían que cada individuo tenía que tener su propio dios. No eran dictatoriales, sino muy democráticos, en realidad, demasiado democráticos; me refiero a los hindúes de antes.
    Han pasado miles de años desde que concibieron la idea de un mundo divino paralelo, con tantos seres como en la tierra. Hicieron un gran trabajo. Contaron trescientos treinta millones de dioses…, iY no conocéis a los dioses hindúes! Representan todo lo que puede tener el ser humano: muy astutos, mezquinos, políticos y explotadores desde todo punto de vista. Pero de alguna manera hubo alguien que por lo menos consiguió hacer un censo.
    Los hindúes no son teístas en el sentido occidental. Son paganos, pero no son paganos como lo interpreta el cristianismo. La palabra pagano es valiosa; no se debería permitir que los cristianos, los judíos y los musulmanes la empleen mal. Estas tres religiones son básicamente judías. Digan lo que digan, sus cimientos se remontan a mucho antes de que naciera Jesús o se conociera a Mahoma. Son todas judaicas.
    Por supuesto el Dios que conocéis es judío; no podía ser de otro lugar. Ahí radica el secreto. Si fuese hindú, él mismo se habría partido en trescientos treinta millones de pedazos, ¡cómo iba a crear el mundo! Si ya hubiese existido el mundo, los trescientos treinta millones de dioses se habrían encargado de destruirlo.
    El «Dios» hindú -no se puede usar este término porque en el hinduismo hay «dioses», y no un solo Dios- no es un creador. Él mismo es parte del universo. Cuando digo él me refiero a los trescientos treinta millones de dioses. Tengo que usar la palabra «él», pero los hindúes siempre utilizan «eso». «Eso» es un gran paraguas; puedes meter dentro a todos los dioses que quieras. Al fondo queda incluso un poquito de sitio para los dioses no deseados. Es como una carpa de circo, amplia, grande y donde entran todos los dioses que te puedas imaginar.
    El Dios judío realmente hizo un buen trabajo. Por supuesto, era un buen judío y creó el mundo solamente en seis días. Todo este lío es lo que otro judío, Albert Einstein, llamó «el universo en expansión». Se está expandiendo a cada segundo, haciéndose más grande, como la barriga de una mujer embarazada, y por supuesto, más rápido. Se está expandiendo a la velocidad de la luz, que es la mayor velocidad que se conoce.
    Probablemente, algún día se descubran cosas más veloces, pero ahora mismo, en cuanto a velocidad se refiere, sigue siendo la más alta. El mundo se está expandiendo a la velocidad de la luz, y se ha estado expandiendo desde la eternidad. No hay principio ni fin, al menos desde el punto de vista científico.
    Pero los cristianos no sólo dicen que tiene un comienzo, sino que se terminó en seis días. Y por supuesto, ahí están los judíos y los musulmanes que son otras ramas del mismo disparate. Probablemente, el mismo idiota creó la posibilidad para las tres religiones. No me preguntes cómo se llama; los idiotas, especialmente los que son perfectos, no tienen nombre; por tanto, nadie sabe quién tuvo la idea de hacer el mundo en seis días. Es como para echarse a reír. Pero si escuchas a un sacerdote cristiano o a un rabino verás con qué seriedad hablan del génesis, el origen de todo.
    Tengo curiosidad, porque ni siquiera yo soy capaz de acabar mi historia en seis días. Voy por el segundo día, y gracias a que he dejado de mencionar muchas cosas, pensando que no eran importantes, pero quién sabe, tal vez lo sean. Pero si empiezo a decir cosas sin escoger, ¿qué sería del pobre Devageet? Me lo puedo imaginar con tantos libros de apuntes que se volvería loco sólo de veras. Es como si estuviese al Iado del Empire State Building de Nueva York, mirando la pila de cuadernos y pensando: «¿Y ahora quién los va a leer?»
    Y después me acuerdo de Devaraj, que los tiene que editar. Que alguien los lea o no, da igual, de todas formas siempre habrá al menos un lector; éste es Devaraj. Y otra que es Ashu; ella los tiene que escribir a máquina.
    En la historia de la creación de Dios no hay editor, ni mecanógrafo. Sólo lo creó en seis días y acabó tan agotado que nunca se volvió a saber nada más de él. ¿Qué ha sido de él? Hay gente que piensa que se marchó a Florida, donde van todos los jubilados. Otros creen que se está divirtiendo en la playa de Miami…, pero todo son conjeturas.
    Dios no existe en absoluto. Por esto es posible la existencia; de lo contrario, habría asomado la nariz, y para eso son las narices judías. En vez de pensar en Dios es mejor olvidarse de él, y también perdonarle; ya va siendo hora. Puede sonar un poco raro olvidar y perdonar a Dios, pero sólo entonces podrás empezar: su muerte es tu nacimiento.
    Sólo se le podía ocurrir a un loco como Friedrich Nietzsche; pero ¿quién le hace caso a un loco?, particularmente si realmente habla con sentido. Entonces es mucho más difícil escucharles. Nadie tomó a Nietszche en serio, pero a mí me parece que su declaración fue uno de los grandes momentos en la historia de la conciencia: «¡Dios ha muerto!» Tuvo que hacer esta declaración, no porque Dios hubiese muerto: nunca había estado allí, en primer lugar, ni siquiera había nacido, ¿entonces, cómo podía estar muerto? Antes de morirte tienes que padecer al menos setenta años de lo que llamamos vida. Nunca ha habido Dios. Menos mal, porque la existencia se basta a sí misma. No se necesita una oficina independiente para crearla.
    Pero no pensaba hablar de esto. Fíjate, cada momento abre muchos caminos, y tienes que caminar. Escojas lo que escojas, te arrepentirás, porque, quién sabe qué había en los otros caminos que no has escogido.
    Por eso nadie es feliz en el mundo. Hay cientos de personas con éxito, ricos, poderosos, pero hasta que no conozcas a mi gente, no sabrás lo que es una multitud de gente feliz. Son por completo de otra especie.
    Por lo general, todo el mundo se frustra antes o después. Los más inteligentes, antes; los más estúpidos, después; y si eres completamente estúpido, entonces nunca. Ése se morirá sentado en el tiovivo de Disnaylandia.
    Ashu, ¿cómo se pronuncia? Disneylandia, Osho.
    ¿Disnay? Disney. Disney. Bueno. Ninguna mujer me puede ocultar sus sentimientos. Un hombre sí puede hacerlo. Inmediatamente me había dado cuenta de que lo había dicho mal. Pero no hace falta que te preocupes por eso; soy el tipo equivocado de hombre. Sólo digo algo bien en contadas ocasiones, por casualidad; suelo ser prudente.
    Buenos, sigamos con la historia. Esto era una pequeña diversión, y va a ser una colección de miles de diversiones, porque de eso se trata la vida. . .
    Masto no estuvo delante para convencer a Indira Gandhi de que trabajase para mí, pero lo intentó con el primer ministro de India. Quizá tuvo éxito, pero sólo para convencerle de que este hombre no debería, de ninguna manera, entrar en la vida política del país. Probablemente, Jawaharlal pensaba en mi propio bien o en el bien de la nación, pero como no se trataba de un hombre astuto, lo segundo no viene al caso. Lo sé porque le he visto. No sólo le he visto, sino que he sentido una gran empatía con él, una profunda armonía, una gran sincronicidad.
    Era viejo, había triunfado en su vida pero estaba frustrado. Eso era bastante para que yo no quisiese triunfar en el sentido mundano, y puedo decir que he permanecido intacto al éxito. De alguna extraña manera, me he mantenido como si no hubiese estado en el mundo en absoluto.
    Kabir tiene una hermosa canción que describe lo que estoy diciendo de un modo mucho más poético. Hay que tener en cuenta que era un tejedor, por eso su canción trata de un tejedor.
    Dice: «.fhini jhini bini chadariya: He tejido una hermosa colcha para usar por las noches…
            Jhini jhini bini chadariya, ramnan ras bhini: pero no la he usado. No la he estropeado en absoluto. El día que me muera estará tan nueva como cuando nací.»
    Y podéis creerlo, cantó esta canción y se murió. La gente creía que estaba cantando esta canción para ellos, pero se la estaba cantando a la existencia. Éstas eran las palabras de un hombre pobre, pero tan rico, que la vida entera no le había podido hacer ni un arañazo. Y devolvió a la existencia lo mismo que había recibido de la existencia, tal y como lo recibió.
    A menudo me sorprendo de cómo envejece el cuerpo, pero en lo que a mí respecta no me siento viejo ni siento el envejecimiento. No me he sentido diferente ni por un solo instante. Soy el mismo, y han sucedido muchas cosas pero sólo en la periferia. Os puedo contar lo que ha sucedido, pero tened en cuenta que nada de esto me ha sucedido a mÍ. Soy tan inocente e ignorante como antes de nacer.
    La gente del Zen dice:
    -No podrás entendernos a menos que sepas cómo eras, a menos que sepas qué cara tenías antes de nacer.
    Naturalmente, pensarás:
    -Esta gente está loca y me quieren volver loco a mí también. Probablemente, me quieren convencer de que me mire el ombligo, o alguna estupidez como ésa.
    Y hay gente que hace cosas de ese estilo con mucho éxito, y tienen miles de seguidores.
    Estar conmigo es estar en un camino que no está trillado. De alguna forma, es no estar en ningún camino de ningún tipo…, y de repente, estás en casa. Esto es lo que a mí me sucedió, aunque a mi alrededor también han sucedido miles de cosas. ¿Y quién sabe qué desencadena qué?
    Fijaos en Devageet. Se ha desencadenado algo dentro de él. No podemos saberlo, cualquier cosa puede comenzar un proceso que te conduzca hasta ti mismo. No está ni lejos ni cerca; está exactamente donde estás tú. Por eso los budas se han reído a veces, al ver la completa estupidez de todo esfuerzo; la estupidez de todó lo que han estado haciendo. Pero para verlo han tenido que pasar por muchas cosas.
    ¿Qué hora es?
    -Las diez y siete minutos, Osho. ¿Las diez y siete?
    -Sí.
    Bueno.
    En nuestro último encuentro, Masto dijo muchas cosas; quizá algo de lo que dijo le sea útil a alguien en alguna parte. Estaba a punto de marcharse, por eso me contó todo lo que me tenía que contar. Como tenía que ser muy breve, utilizó máximas. Es extraño porque era un orador muy prolífico, y ¿usando máximas?
    -No comprendes -dijo-, tengo prisa. Escucha nada más, no discutas, porque si empezamos a discutir no seré capaz de cumplir la promesa que le hice a Pagal Baba.
    Por supuesto, cuando mencionó a «Pagal Baba» sabía que ese nombre significaba tanto para mí que nunca discutía con él. Podía decir incluso que dos y dos son cinco, y yo le escuchaba, y no sólo le escuchaba sino que le creía, confiaba en él. «Dos y dos son cuatro» no requiere confianza; pero «dos y dos suman cinco» sin duda requiere un amor que está más allá de la aritmética. Si Baba lo decía, debía ser verdad.
    Así que le escuché. Éstas fueron sus palabras. No fueron muchas, pero sí muy significativas.
    Dijo:
    -En primer lugar, nunca formes parte de una organización.
    -De acuerdo -respondí.
    Y nunca he formado parte de una organización. He cumplido mi promesa. Ni siquiera soy parte, quiero decir miembro, del neo-sannyas. No puedo formar parte por una promesa que le hice a alguien a quien quería. Solamente puedo estar entre vosotros. Pero por mucho que me esconda sigo siendo un extraño, incluso entre vosotros, por una promesa que voy a cumplir hasta el final.
    -En segundo lugar -dijo-, no deberías hablar contra las instituciones.
    -Escucha, Masto -le advertí-, estoy absolutamente seguro de que eso es de tu propia cosecha, no de Pagal Baba.
    Se rió y dijo:
    -Sí, es mío. Sólo estaba intentando ver si podías separar el grano de la paja.
    -Masto, no te preocupes por eso -le dije-. Dime lo que me ibas a decir porque tenías mucha prisa. Yo no veo la prisa pero si tú lo dices (a ti también te quiero) me lo creo. Dime nada más lo estrictamente necesario; si no, nos podemos quedar sentados en silencio hasta que tú quieras.
    Permaneció un rato en silencio y después dijo:
    -De acuerdo, es mejor que nos sentemos en silencio, porque ya sabes lo que me dijo Baba; también te lo debe haber dicho a ti.
    -Le conocía tan a fondo -dije- que no necesitaba decirme nada. Incluso si volviese le diría: «No te molestes, simplemente quédate conmigo.» Por eso está bien que te hayas decidido pero mantén tu promesa.
    -¿Qué promesa? -preguntó.
    -Es una promesa muy sencilla: estar en silencio conmigo hasta que te quieras ir -le respondí. .
    Estuvo allí otras seis horas más y mantuvo su promesa. No cruzamos ni una sola palabra, pero hubo mucho más de lo que pueden comunicar las palabras. Lo único que me dijo cuando se marchó hacia la estación fue:
    -¿Puedo decir una última cosa? Tal vez no te vuelva a ver.
    Aunque él sabía que se iba para siempre.
    -Con mucho gusto -le dije.
    -Sólo una cosa: que si necesitas que te ayude siempre me podrás informar en esta dirección -dijo-. Si estoy vivo me lo dirán inmediatamente.
    Y me dio una dirección que jamás habría pensado que tuviese nada que ver con Masto.
    -¡Masto! -exclamé.
    -No preguntes nada-dijo él-, simplemente informa a este hombre.
    -Pero se trata de Morarji Desai -le dije-; no puedo informarle, y tú lo sabes.
    -Ya lo sé -dijo él-, pero es la única persona que estará en el poder dentro de poco, y me podrá contactar en cualquier punto de los Himalayas.
    -¿Crees que será el sucesor de Jawaharlal? -le pregunté.
    -No -respondió-. Le sucederá otra persona, aunque ese hombre no vivirá mucho, a continuación vendrá Indira y después él. Te doy sus señas porque durante esos años lo vas a necesitar más; en otra situación, si estuviese ahí Jawaharlal, o Indira…
    Y entremedias de los dos, de Jawaharlal e Indira, hubo otro primer ministro, un hombre magnífico; era pequeño en lo que al cuerpo se refiere, pero era una gran persona. Lal Bahadur Shastri. Pero sólo estuvo unos meses. Es curioso, pero cuando fue nombrado primer ministro me informó de que me quería ver, diciendo:
    -Ven a verme en cuanto puedas.
    .Fui a Delhi porque sabía que Masto había metido mano en esto. De hecho, quería encontrarle a él. Adoraba tanto a Masto que habría ido hasta el infierno, y Nueva Delhi es un infierno. Pero fui porque me había llamado el primer ministro, y era una buena oportunidad de saber dónde estaba Masto, y si estaba vivo o no.
    Pero el destino quiso que la cita que me había dado… Estaba previsto que él llegase a Nueva Delhi desde Tashkent, en la Unión Soviética, dónde había ido para asistir a una conferencia cumbre sobre India, Rusia y Pakistán, pero sólo volvió su cadáver. Se murió en Tashkent. Yo había viajado hasta Delhi para preguntarle por Masto y él llegó, pero muerto.
    -Esto realmente es un chiste -dije-, un chiste práctico. Ahora ya no puedo preguntar por Masto.
    Pero él ya sabía, y Masto -si es que aún está vivo- también, que no le pediría ayuda a Morarji Desai aunque me hiciese falta. No lo voy a hacer. No es que esté contra su política o su filosofía -que es superficial-, estoy contra su propia estructura. No es un hombre con el cual podría tener una conversación, ni siquiera una discusión.
    Sucedió varias veces, por las circunstancias, aunque yo no fuese el iniciador, pero nunca le pregunté por Masto. No le he preguntado nada, aunque me he encontrado con él en su casa, pero hay algo… como lo diría, ese hombre es repulsivo; te dan ganas de vomitar. Y la sensación es tan fuerte que aunque me dio cita para quedarme una hora, me tuve que marchar a los dos minutos. Hasta él se sorprendió y preguntó: -¿Por qué?
    -Perdóname -le dije-, ha surgido un imprevisto y me tengo que ir para siempre, seguramente no nos volvamos a ver.
    Estaba escandalizado, porque en esa época estaba muy cerca, estaba a punto de convertirse en primer ministro del país. Pero ya me conocéis: especialmente cuando la presencia de alguien es desagradable, soy el último en quedarse. Incluso los dos minutos que aguanté no fueron más que por cortesía; habría sido demasiado descortés entrar en la habitación, olfateada y marcharme.
    Pero en realidad es lo que hice. Dos minutos…, porque me había estado esperando y era viejo, e indudablemente tenía importancia política, lo cual no significa nada para mí, pero para él significaba mucho. Eso es lo que me repelía. Era demasiado político.
    Adoraba a Jawaharlal porque nunca hablaba de política. Nos vimos tres días consecutivos, sin mencionar ni una sola palabra de política, y en cuestión de dos minutos, la primera pregunta de Morarji Desai fue:
    -¿Qué opinas de esa mujer, Indira Gandhi? Fue tan feo el modo en que dijo «esa mujer». Todavía oigo su voz…, «esa mujer». No puedo creer que un hombre pueda usar las palabras de una forma tan desagradable.

  • Crow

    Sesión 45

    De acuerdo. La historia de la muerte de Mahatma Gandhi y de cómo Jawaharlal se echó a llorar por la radio conmovió a todo el mundo. No era un discurso preparado; estaba hablando de corazón, y ¿qué podía hacer si le caían las lágrimas? Si hubo alguna pausa, no fue por su culpa sino por su grandeza. Aunque hubiese querido, ningún otro estúpido político podía haber hecho esto, porque sus secretarios habrían tenido que escribir esto en el discurso que le habían preparado:
    -Por favor, ahora tienes que empezar a llorar; llora y deja una pausa para que todo el mundo se crea que es real.
    Jawaharlal no estaba leyendo; de hecho, sus secretarios estaban muy preocupados. Más tarde, muchos años después, uno de ellos se hizo sannyasin y me confesó:
    -Le habíamos preparado un discurso pero nos lo tiró a la cara y nos dijo: «¡Idiotas! ¿Pensáis que voy a leer vuestro discurso?»
    Inmediatamente me di cuenta de que este hombre, Jawaharlal, era una de esas raras personas en todas las épocas del mundo que son muy sensibles, y a pesar de todo, están en una posición para ser útiles, no sólo para explotar y oprimir, Sino para servir
    Le dije a Masto:
    -Yo no soy un político y nunca lo seré, pero respeto a Jawaharlal no porque sea el primer ministro, sino porque es capaz de reconocerme, aunque sólo sea mi potencialidad. Tal vez me suceda o tal vez no, quién sabe. Pero el énfasis que ha puesto en que me protejas de los políticos indica que sabe más de lo que aparenta.
    El incidente de la desaparición de Masto, habiendo sido esta su última declaración, me ha abierto muchas puertas. Entraré en una de ellas al azar, como es mi estilo.
    El primero fue Mahatma Gandhi. Jawaharlal lo acababa de mencionar, porque me quería comparar, y naturalmente con la persona que más apreciaba. Pero estaba indeciso porque también me conocía a mí, al menos un poco, lo suficiente para tenerme en cuenta cuando estaba haciendo su declaración. De ahí que dudase. Sintió que había algo que no era exactamente como tendría que ser, pero no se le ocurrió otro nombre. Finalmente, soltó abruptamente:
    -Algún día podrá llegar a ser otro Mahatma Gandhi.
    Masto protestó en mi nombre. Me conocía mucho mejor que Jawaharlal. Habíamos discutido miles de veces sobre Mahatma Gandhi y su filosofía, y yo estaba en contra. Incluso Masto se sorprendía de que estuviese en contra, con tanta insistencia, de un hombre al que sólo había visto dos veces cuando era niño. Os voy a contar la historia del segundo encuentro. Fue interrumpido de repente… y nunca sabes qué viene después: no esperaba que fuera esto.
    Recuerdo el tren. Gandhi estaba viajando, por supuesto en tercera clase. Pero su «tercera clase» era mucho mejor que cualquier primera clase. En un compartimiento de sesenta personas no estaban más que él, su secretario y su mujer; creo que eran las únicas tres personas. Todo el compartimiento estaba reservado. Y tampoco era un compartimiento corriente de primera clase, porque no he vuelto a ver un compartimiento como ése. Debía ser un compartimiento de primera clase, y no sólo de primera clase, sino de primera clase especial. Simplemente, modificaron el letrero por uno que decía «tercera clase» y de esta manera quedaba a salvo la filosofía de Gandhi.
    Solamente tenía diez años. Mi madre (de nuevo quiero decir mi abuela) me había dado tres rupias.
    -La estación está muy lejos -me dijo- y tal vez no estés de vuelta para la hora de comer, nunca se sabe con estos trenes: puede llegar diez o doce horas tarde, de modo que guárdate estas tres rupias.
    En aquellos tiempos en India tres rupias eran casi un tesoro. Se podía vivir cómodamente durante tres meses.
    Me había hecho una túnica realmente bonita. Ella sabía que no me gustaban los pantalones largos; como mucho podía vestirme con pantalón de pijama y una kurta. Una kurta es una túnica larga que siempre me ha encantado, y el pantalón ha ido desapareciendo poco a poco, quedando sólo la túnica. Por otra parte, no sólo se ha dividido el cuerpo en parte superior e inferior sino que incluso se han hecho prendas diferentes para cada parte. Naturalmente, la parte superior debe tener algo de mejor calidad, y la parte inferior del cuerpo simplemente se cubre, eso es todo.
    Me hizo una kurta preciosa. Era verano, y en la zona central de India el verano es muy duro porque el aire caliente, que entra por los orificios nasales, parece fuego. De hecho, la gente sólo puede descansar en mitad de la noche. En India central hace tanto calor que tienes que beber agua fría constantemente, y si consigues un poco de hielo es el paraíso. El hielo es una de las cosas más caras en esta zona; naturalmente, porque cuando llega de la fábrica que está a ciento cincuenta kilómetros ya casi ha desaparecido. Hay que transportado lo más rápido posible.
    Mi Nani me dijo que podía ir a ver a Mahatma Gandhi si quería, y preparó una túnica de muselina muy fina. La muselina es uno de los tejidos más artísticos y antiguos en lo que a ropa se refiere. Encontró la mejor muselina. Era tan fina que era casi transparente. En aquella época habían desaparecido las rupias de oro y habían sido sustituidas por las de plata. Las rupias de plata eran demasiado pesadas para el pobre bolsillo de muselina. ¿Para qué lo estoy contando? Por que si no, no podríais entender lo que voy a decir.
    El tren llegó como de costumbre, con trece horas de retraso. Se había marchado casi todo el mundo menos yo. Ya me conocéis, soy testarudo. Hasta el jefe de estación me dijo:
    -Chico, eres un caso. Se ha ido todo el mundo y tú estás dispuesto a esperar toda la noche. No hay ni rastro del tren y llevas esperando desde esta mañana temprano.
    Para llegar a la estación a las cuatro de la mañana tuve que salir de casa a mitad de la noche. Pero no había gastado las tres rupias porque todo el mundo llevaba muchas cosas consigo y fueron muy generosos con este niño pequeño que había venido de tan lejos. Me ofrecieron fruta, dulces, tarta y de todo, de modo que no pasé hambre. Finalmente, cuando llegó el tren, yo era la única persona que quedaba, iY qué persona! Un niño de diez años nada más, al Iado del jefe de estación.
    Me presentó a Mahatma Gandhi y dijo:
    -No lo consideres solamente un niño. Le he estado observando todo el día y como no tenía trabajo, he hablado con él de muchas cosas. Es el único que se ha quedado. Vino mucha gente pero hace tiempo que se marcharon. Le respeto porque sé que se habría quedado hasta el día del juicio final; no se quería marchar hasta que llegase el tren. Si el tren no hubiese llegado, creo que no se habría ido. Se habría quedado a vivir aquí.
    Mahatma Gandhi era un hombre mayor; me dijo que me aproximase y me miró. Pero más que mirarme a mí me miró el monedero, y eso me disuadió para siempre.
    -¿Qué es eso? -me preguntó.
    -Tres rupias -le contesté.
    -Dónalas -me dijo. Solía tener a su lado una caja con un agujero. Cuando hacías una donación, metías las rupias por el agujero y desaparecían. Naturalmente, la llave la tenía él, y las podía hacer aparecer de nuevo, pero para ti desaparecían para siempre.
    -Si tienes valor, cógelas -le dije-. Ahí está el monedero, las rupias están ahí, ¿pero te puedo preguntar con qué finalidad estás recolectando estas rupias?
    -Para los pobres -respondió.
    -En ese caso no hay ningún problema -le respondí. Y yo mismo eché las tres rupias en la caja. Pero fue él el que se sorprendió, porque cuando me estaba yendo me llevé la caja.
    -Por Dios -exclamó-, ¿qué estás haciendo? Eso es para los pobres.
    -Ya te he oído -le dije-, no hace falta que te molestes en repetirlo. Me llevo esta caja para los pobres. En mi pueblo hay muchos. Dame la llave, por favor; de lo contrario, tendré que buscar un ladrón para que abra el candado. Son los únicos expertos en el tema.
    -Esto es extraño -dijo y miró a su secretario. El secretario era tonto, como suelen ser todos los secretarios; si no, no serían secretarios. Miró a Kasturba, su mujer, quien dijo:
    -Has encontrado a tu semejante. Engañas a todo el mundo, y ahora él se lleva la caja entera. ¡Bien! ¡Está bien, porque estoy cansada de verla por aquí como si fuese una esposa!
    Me dio pena este hombre y dejé la caja diciendo:
    -No; me parece que el más pobre eres tú. Tu secretario no tiene inteligencia, y parece que tu mujer no te tiene ningún cariño. No me puedo llevar esta caja, quédatela. Pero ten presente que he venido a ver un mahatma y sólo me he encontrado con un hombre de negocios.
    Ésa era su casta. En India, baniya o negociante es exactamente lo mismo que vosotros llamáis judío. En India tenemos nuestros propios judíos; no son judíos, sino baniyas. Para mí, con los pocos años que tenía, Mahatma Gandhi no era más que un hombre de negocios. He hablado contra él miles de veces, porque no estoy en absoluto de acuerdo con su filosofía de vida. Pero el día que le asesinaron (yo tenía diecisiete años), mi padre me descubrió llorando.
    -¿Tú, llorando por Mahatma Gandhi? Si siempre has estado en su contra -dijo. Toda mi familia estaba a favor de Gandhi, todos habían ido a la cárcel por apoyar su política. Yo era la única oveja negra y todos los demás eran, cómo no, blancos inmaculados. Naturalmente me preguntó: -¿Por qué lloras?
    -No sólo estoy llorando, sino que además quiero participar en el funeral -le respondí-. No me hagas perder el tiempo, porque tengo que coger el tren, y éste es el último que llega a tiempo allí.
    Esto le causó mayor sorpresa.
    -¡No lo puedo creer! -dijo-. ¿Te has vuelto loco?
    .-Eso lo discutiremos más adelante -le respondí-. No te preocupes, volveré pronto.
    ¿Y sabéis que estaba Masto esperándome en el andén cuando llegué a Delhi? Me dijo:
    -Pensé que por mucho que estuvieses contra Gandhi todavía tenías alguna consideración por él. Tenía el presentimiento… Puede ser que sea así y puede que no -dijo a continuación- pero tenía que confiar. Y éste es el único tren que pasa por tu pueblo. Si venías, sabía que sería en este tren; no vendrías de otra forma. Por eso he venido a recibirte, mi presentimiento era cierto.
    -Si me hubieses hablado antes de lo que sentía por Gandhi -le dije-, no habría discutido contigo, pero siempre estabas tratando de convencerme, y no es una cuestión de sentimientos, sólo es pura discusión. O ganas tú, o gana la otra persona. Si hubieses mencionado, aunque sólo fuese una vez, que se trataba de una cuestión de sentimientos, ni siquiera habría tocado el tema, porque no habría habido discusión.
    Particularmente (sólo para que conste en este registro), quiero deciros que hay muchas cosas de Mahatma Gandhi que apreciaba y me gustaban, pero toda su filosofía de vida me resultaba desagradable. Había muchas cosas que apreciaba en él, que, sin embargo, han sido olvidadas. Pongamos las cosas en su sitio.
    Amaba su sinceridad. Él no mentía nunca; incluso en medio de todo tipo de mentiras, permanecía anclado en su verdad. Probablemente, yo no esté de acuerdo, pero no puedo decir que no fuese veraz. Fuera la que fuera su verdad, estaba rebosando de ella.
    Que yo piense que su verdad no tenía valor es un asunto totalmente distinto, pero es mi problema, no el suyo. Él nunca mentía. Respeto su sinceridad, aunque él no sepa nada de la verdad a la que os estoy incitando para que saltéis constantemente.
    No era un hombre que pudiese estar de acuerdo conmigo: «Salta antes de pensar.» No; él era un hombre de negocios. Era capaz de pensar cien veces antes de salir por la puerta, y mucho más para saltar. No podía entender la meditación, pero no era culpa suya. Nunca se encontró con un maestro que le pudiese hablar de la no-mente, aunque en ese momento existían personas así.
    En una ocasión, incluso Meher Baba le escribió una carta a Gandhi. No la escribió él exactamente; alguien se la debe haber escrito porque él no hablaba ni escribía, y únicamente hacía signos con las manos. Había pocas personas capaces de entender lo que Meher Baba quería decir. Mahatma Gandhi y sus seguidores se rieron de la carta porque en ella Meher Baba le decía:
    -No pierdas el tiempo cantando Hare Krishna, Hare Rama. Eso no te va a ayudar en absoluto. Si realmente quieres conocer, házmelo saber y te avisaré para que vengas.
    Todos se rieron; pensaron que era una arrogancia. Así piensan las personas corrientes; por eso, naturalmente parece arrogante. Pero no lo es, sólo es compasión, en realidad, demasiada compasión. Al ser tanta, parece arrogancia. Gandhi no la aceptó, y le mandó un telegrama que decía:
    -Gracias por tu ofrecimiento, pero seguiré mi camino -.. .como si tuviese un camino. No tenía ninguno. Pero hay algunas cosas de él que admiro y respeto, como su pulcritud. Ahora bien, vosotros diréis:
    -¿Respeto por algo tan insignificante…?
    No era insignificante, particularmente en India, donde se piensa que los santos, los que se dicen santos, viven entre todo tipo de inmundicias. Gandhi intentaba ser limpio. Era el ignorante más limpio del mundo. Adoro su limpieza.
    También me gusta su respeto por todas las religiones. Por supuesto, mis motivos y los suyos son diferentes. Pero al menos las respetaba; claro que por razones equivocadas, porque no sabía qué era la verdad, de modo que ¿cómo podía opinar qué era lo correcto, si había alguna religión que era la correcta, si todas eran correctas o si podía existir alguna que fuese correcta? De ninguna manera. Además, era un hombre de negocios, ¿para qué molestar a nadie, para qué fastidiarlos?
    Todos dicen lo mismo: el Corán, el Talmud, la Biblia, el Gita, y él era lo bastante inteligente -recordad «lo bastante», no lo olvidéis- para encontrar similitudes entre ellos, lo cual no es nada difícil para una persona inteligente, lista. Por eso digo que era «lo bastante inteligente», pero no verdaderamente inteligente. La verdadera inteligencia siempre es rebelde, y él no era capaz de ser rebelde frente a lo convencional, lo tradicional, el hinduismo, el cristianismo o el budismo.
    Os sorprenderá saber que hubo un tiempo en que Gandhi tenía la intención de convertirse al cristianismo, porque sirve a los pobres más que ninguna otra religión. Pero pronto comprendió que su culto no es más que una fachada para encubrir la cuestión real que hay detrás. El verdadero asunto es convertir a gente. ¿Por qué? Porque les da poder. Cuanta más gente tienes, más poder tienes. Si pudieses convertir a todo el mundo al cristianismo, al judaísmo o al hinduismo, entonces, por supuesto, esa gente tendría más poder del que haya tenido nadie jamás. Alejandro palidecería a su lado. Es una lucha de poder.
    En cuanto Gandhi se dio cuenta de esto, y vuelvo a decir que era lo bastante inteligente para darse cuenta, dejó de lado la idea de convertirse al cristianismo. En realidad, en India es mucho más útil ser hinduista que ser cristiano. Los cristianos sólo son el uno por ciento; ¿qué poder político le iba a conferir? Menos mal que siguió siendo hinduista, quiero decir para su estatus espiritual. Pero fue lo suficientemente inteligente como para entenderse e incluso influir en personajes cristianos como C. F. Andrews, en los jainistas, budistas y musulmanes, como por ejemplo, al hombre que era conocido como el «Gandhi de la Frontera».
    Este hombre que todavía está vivo pertenece a una tribu especial, los pakhtoons, que viven en la región fronteriza de India. Los pakhtoons son gente realmente hermosa y también peligrosa. Son musulmanes; cuando su líder se hizo partidario de Gandhi, ellos le siguieron.
    En India, los musulmanes nunca perdonaron al «Gandhi de la Frontera» porque creían que había traicionado a su propia religión.
    No me interesa si ha cumplido o si ha traicionado; lo que estoy diciendo es que el mismo Gandhi, al principio, pensó en convertirse al jainismo. Su primer gurú fue un jainista, Shrimad Rajchandra, y los hinduistas seguían dolidos porque se había postrado a los pies de un jainista.
    El segundo maestro de Gandhi -esto ofenderá más aún a los hinduistas- fue Ruskin. El gran libro de Ruskin Unto this Last le cambió la vida a Gandhi. Los libros pueden hacer milagros. Quizá no hayáis oído hablar del libro Unto this Last. Se trata de un pequeño panfleto que le regaló un amigo cuando iba a salir de viaje, para que lo leyese en el camino porque a él le había gustado mucho. Gandhi lo aceptó aunque realmente no pensaba leerlo, pero teniendo tiempo suficiente pensó:
    -¿Por qué no echarle una ojeada? -y el libro le transformó. Este libro le proporcionó toda su filosofía.
    Yo estoy en contra de su filosofía, aunque el libro es magnífico. La filosofía del libro no vale la pena pero Gandhi era un coleccionista de basura; era capaz de encontrar basura hasta en los lugares más bellos. Hay un tipo de personas, sabéis, que aunque las lleves a un hermoso jardín, de pronto llegan a un sitio y te muestran algo que no debería estar ahí. Tienen un enfoque negativo. Y luego hay otro tipo de personas que solamente colecciona espinas, los coleccionistas de basura; se llaman a sí mismos coleccionistas de arte.
    Si yo hubiese leído ese libro como lo hizo Gandhi, no habría llegado a la misma conclusión. Lo que importa no es el libro, sino la persona que lo lee, lo escoge y selecciona. Aunque hubiésemos visitado el mismo lugar su selección habría sido totalmente distinta. Para mí su selección no tendría ningún valor. No sé ni lo sabe nadie, qué le habría parecido la mía. Que yo sepa era un hombre muy sincero. Por eso, no puedo decir si diría del mismo modo que yo: «Esta colección es una basura». Quizá lo podría haber dicho o quizá no, esto es lo que me gustaba de este hombre. También era capaz de apreciar lo que le era ajeno y trataba de permanecer abierto, de absorber.
    No era como Morarji Desai, que estaba totalmente cerrado. A veces me pregunto cómo respiraba, porque para hacerlo, por lo menos tienes que abrir la nariz. Pero Mahatma Gandhi no era el mismo tipo de persona que Morarji Desai. No estoy de acuerdo con él pero, sin embargo, sé que tiene algunas cualidades que valen millones.
    Su simplicidad…, nadie podía escribir de una forma tan sencilla ni esforzarse tanto sólo para que su escritura fuese sencilla. Podía estar intentando simplificar una frase durante horas para hacerla más telegráfica. La podía reducir al máximo e intentaba vivir sinceramente todo aquello que creía verdadero. Que no fuese verdad es otro asunto pero ¿qué le iba a hacer? Él creía que era verdad. Le respeto por su sinceridad y porque la vivió sin tener en cuenta las consecuencias. Perdió la vida precisamente por esa sinceridad.
    Con Mahatma Gandhi India perdió todo su pasado, porque en India jamás se había asesinado a alguien de un disparo ni se había crucificado a nadie. No era la forma de ser de este país. No es que sean personas muy tolerantes, pero son tan esnobs que no creen que valga la pena crucificar a nadie… están por encima de eso.
    Con Mahatma Gandhi India finalizó un capítulo y comenzó uno nuevo. Lloré, no porque le hubiesen asesinado, pues todo el mundo tiene que morir, eso no es una gran cosa. Y es preferible morir como murió él que morir en la cama de un hospital, particularmente en India. En ese sentido fue una muerte limpia y hermosa. No estoy protegiendo al asesino, Nathuram Godse. Es un asesino y no puedo decir de él: «Perdónale porque no sabía lo que hacía.» Sabía exactamente lo que estaba haciendo. No puede ser perdonado. No es que sea duro con él, sino objetivo.
    Más tarde, cuando volví, tuve que explicarle todo esto a mi padre. Me llevó muchos días hacerlo, porque mi relación con Mahatma Gandhi era muy complicada. Normalmente, aprecias a una persona o no la aprecias. Pero para mí no funciona de la misma manera, y no sólo con Mahatma Gandhi.
    Realmente soy un ser extraño. Lo siento en cada momento. Me puede gustar una determinada cosa de una persona y, a la vez, puede haber otra cosa que odie; tengo que decidir porque no puedo cortar a la persona en dos.
    Si decidí estar contra Mahatma Gandhi no es porque no tuviese cosas que me gustaban, tenía muchas cosas pero había muchas más que tenían implicaciones de largo alcance para la humanidad. Tuve que decidir estar contra un hombre que podía haber amado si -y este «si» es casi infranqueable- no hubiese estado en contra del progreso, la prosperidad, la ciencia y la tecnología. De hecho, estaba en contra de casi todo lo que yo estoy a favor: más tecnología y más ciencia, más riqueza y abundancia.
    No estoy a favor de la pobreza, él si lo estaba. No estoy a favor del primitivismo, él lo estaba. Pero, a pesar de todo, cuando veo un ingrediente de belleza, por pequeño que sea, lo aprecio. Y en ese hombre había unas cuantas cosas que valía la pena entender.
    Tenía una capacidad inmensa de sentir el pulso de millones de personas juntas. No hay ningún médico que lo pueda hacer; es muy difícil sentir el pulso hasta de una sola persona, especialmente de una persona como yo. Puedes intentar sentir mi pulso; pero perderás el tuyo, y si no pierdes el pulso perderás el bolso, ¡que es todavía mejor!
    Gandhi tenía la capacidad de sentir el pulso de la gente. Por supuesto, a mí no me interesan esas personas, pero eso es otra cuestión. Hay miles de cosas que no me interesan; lo cual no quiere decir que no valore a todos los que están trabajando genuinamente, a los que están profundizando inteligentemente. Gandhi tenía esa capacidad y la valoro. Me habría encantado poderle ver ahora, porque entonces era un muchacho de diez años y sólo pudo recibir de mí esas tres rupias. Ahora le podría dar el paraíso entero, pero no tenía que suceder, al menos en esta vida.

    Sesión 46

    De acuerdo. Puedo empezar con mi segundo día de escuela primaria. ¿Cuánto más puede esperar? Ya ha esperado demasiado. El segundo día fue mi verdadero ingreso en el colegio porque había sido expulsado el maestro Kantar y todo el mundo estaba feliz. Casi todos los niños estaban bailando. Yo no lo podía creer, pero me dijeron:
    -No has conocido al maestro Kantar. Si se muere, repartiremos caramelos por todo el pueblo y quemaremos miles de velas en nuestras casas -me recibieron como si hubiese realizado una gran hazaña.
    En realidad, el maestro Kantar me dio un poco de pena. Probablemente, fuese muy violento pero, al fin y al cabo, era humano, y tenía todas las debilidades a las que es propenso el ser humano. Tener un solo ojo y una cara repugnante no era, en absoluto, culpa suya. Y me gustaría decir algo que no he dicho anteriormente porque pensaba que nadie me creería. .. pero lo creáis o no, no estoy buscando creyentes.
    Ni siquiera era culpa suya su crueldad -hago énfasis en suya-, era algo natural en él. De la misma manera que sólo tenía un ojo, tenía ira, una ira muy violenta. No podía tolerar nada que fuese en contra suya en ningún sentido. Incluso el silencio de los niños era suficiente para provocarle.
    Miraba alrededor y decía:
    -¿Por qué hay tanto silencio? ¿Qué pasa? Seguro que hay algún motivo para que estéis tan callados. Os daré una lección para que no me volváis a hacer esto nunca más.
    Los niños se asombraban. Habían estado callados para no molestarle. Pero ¿qué podía hacer? Le molestaba incluso eso. Necesitaba tratamiento médico, y no sólo físico sino también psicológico. Estaba enfermo en todos los sentidos. Me dio pena porque yo fui, aparentemente al menos, la causa de que le despidieran.
    Todo el mundo disfrutaba de la ocasión, hasta los profesores. Yo no podía creerlo cuando incluso el director del colegio me dijo:
    -Gracias, hijo mío. Has comenzado tu vida escolar haciendo algo muy bonito. Ese hombre era como un dolor de cuello
    Le miré y le dije:
    -Entonces, quizá debería extirparte el cuello.
    Al decir esto, inmediatamente se puso serio y replicó:
    -Ve y haz tu trabajo.
    -Mira -le dije-, tú estás feliz, celebrando que han despedido a un compañero tuyo, ¿y tú te dices compañero? ¿Qué clase de amistad es ésta? Nunca le has dicho lo que sentías a la cara. No lo has hecho porque te habría machacado.
    El director era un hombre menudo, no medía más de un metro y medio, tal vez menos. Y ese gigante de dos metros que pesaba cien kilos le podía haber machacado fácilmente, sin necesidad de un arma, simplemente con los dedos.
    -¿Por qué te comportabas como un marido con su esposa cuando estabas delante de él? Sí, estas fueron exactamente las palabras.
    Recuerdo cuando le dije:
    -Te has comportado como un marido dominado. Recuerda que, aunque sólo sea por casualidad, probablemente yo haya sido la causa de su despido, pero no estaba planeando nada contra él. Acabo de ingresar en el colegio; todavía no he tenido tiempo de organizar una comisión de planificación. Y tú llevas toda la vida planeando contra él. Al menos, le podrían haber mandado a otro colegio.
    En ese pueblo había otros cuatro colegios más.
    Pero el maestro Kantar era un hombre fuerte, y tenía al presidente agarrado de las orejas.
    El presidente del pueblo estaba dispuesto a que le agarrasen de las orejas. Quizá le gustara, no lo sé, pero el pueblo entero se dio cuenta en seguida de que este excremento de vaca sagrada no iba a ser de gran ayuda.
    Era un pueblo de veinte mil habitantes, donde no había carretera que mereciese ese nombre, ni electricidad, ni parque ni nada. La gente se dio cuenta inmediatamente que esto se debía a este excremento de vaca. Tuvo que dimitir, de modo que durante los dos años y medio que le quedaban ocupó su lugar el vicepresidente.
    Shambhu Babu transformó y le dio un nuevo aspecto al pueblo. Debo deciros una cosa que gracias a mí llegó a saber que un niño pequeño no sólo puede despedir a un profesor, sino incluso crear una situación tal que tenga que dimitir el presidente del pueblo. Solía decir jocosamente: -Me has hecho presidente.
    Pero, posteriormente, hubo momentos en que diferimos. Siguió siendo presidente durante muchos años. Cuando el pueblo vio el trabajo que había hecho durante esos dos años y medio le volvieron a elegir por unanimidad una y otra vez. Casi hizo milagros con los cambios que efectuó en el pueblo.
    Construyó las primeras carreteras asfaltadas de toda la provincia y trajo electricidad para nuestros veinte mil habitantes. Eso era muy raro; ningún otro pueblo de ese tamaño tenía electricidad. Plantó árboles a los lados de la carretera para aportar un poco de belleza a este pueblo tan feo. Hizo muchas cosas. Os estoy preparando para contaros que hubo otros tiempos en los que no estuve de acuerdo con su política. Entonces me convertí en su adversario.
    No os podréis imaginar cómo se puede ser el adversario de un niño pequeño, de alrededor de doce años. Yo tenía mis propias estrategias. Podía convencer a la gente con mucha facilidad, simplemente porque era un niño, y ¿qué interés podía tener en la política? Y, efectivamente, no me interesaba en absoluto.
    Por ejemplo, Shambhu Babu implantó un impuesto sobre el consumo. Es comprensible:.,¿sin dinero cómo iba a lograr llevar a cabo sus proyectos de embellecimiento, carreteras y electricidad? Necesitaba dinero, naturalmente. Para esto se precisaba de alguna forma de tributación.
    Yo no estaba contra el sistema tributario, pero estaba contra el impuesto sobre el consumo porque el peso recae sobre la cabeza de los más pobres. Los ricos se vuelven más ricos y los pobres más pobres. No me opongo a que los ricos sean cada vez más ricos, pero indudablemente me opongo a que los pobres sean cada vez más pobres. No lo creeréis, pero hasta él se sorprendió cuando le dije:
    -Iré de casa en casa diciéndole a la gente que no vuelva a votar a Shambhu Babu. Si se mantiene el impuesto sobre el consumo, entonces Shambhu Babu se tendrá que marchar. Si Shambhu Babu se quiere quedar, el impuesto sobre e! consumo tiene que desaparecer. No permitiremos que estén los dos a la vez.
    No sólo fui de casa en casa, sino que por primera vez hablé en un mitin público. La gente disfrutaba viendo a un niño hablar con tanta lógica. Sentado en una tienda cercana estaba también Shambhu Babu. Todavía lo recuerdo ahí sentado. Era su sitio; solía estar ahí todos los días. Era un sitio extraño para sentarse pero la tienda se hallaba en un lugar prominente, en el mismo centro del pueblo. Por eso se solían celebrar allí todos los mítines; mientras tanto, él fingía estar sentado en la tienda de su amigo como si no tuviese nada que ver con el mitin.
    Cuando me oyó -ya me conocéis, siempre he sido igual-, señalé hacia Shambhu Babu que estaba sentado en la tienda y dije:
    -¡Fijaos! Está ahí sentado. Ha venido a escuchar lo que tengo que decir. Aunque ten en cuenta, Shambhu Babu, que la amistad es una cosa, pero yo no voy a apoyar tu impuesto. Me opondré aunque tenga que perder tu amistad. Sabré entonces que no tenía mucho valor. Si podemos seguir siendo amigos, aunque no estemos de acuerdo en determinados puntos o incluso lleguemos a entrar en conflicto público, sólo entonces tendrá alguna importancia nuestra amistad.
    Realmente era un buen hombre. Salió de la tienda, me dio unas palmaditas en la espalda y dijo:
    -Tendré en cuenta tus argumentos. En cuanto a nuestra amistad, este conflicto no tiene nada que ver.
    Nunca lo volvió a mencionar. Pensé que probablemente lo sacaría a relucir algún día y me diría:
    -Fuiste muy duro conmigo y eso está mal. Pero no lo volvió a mencionar. Lo más maravilloso de todo es que revocó el impuesto.
    -¿Por qué? -le pregunté-. Podría estar en contra, pero ni siquiera tengo edad para votar. Es la gente la que te ha elegido.
    -No es ésa la cuestión -respondió-. Tiene que haber algo equivocado en lo que estoy haciendo si incluso tú te opones. Lo voy a revocar. No me da miedo la gente, pero si una persona como tú no está de acuerdo…, te respeto a pesar de que eres muy joven. Tu argumento es correcto, cualquiera que sea el impuesto que se aplique siempre recae sobre los pobres, porque los ricos son lo bastante inteligentes como para ingeniárselas.
    El impuesto sobre el consumo tributa sobre todas las mercancías que entran en el pueblo. Entonces, estas mercancías se venden a un precio más elevado. No puedes evitar que el pobre campesino tenga que poner de su bolsillo el impuesto que ha pagado el tendero. Por supuesto, el tendero no lo llama impuesto; simplemente lo incrementa en el precio.
    Shambu Babu dijo:
    -Comprendo tu razonamiento y por eso he revocado el impuesto.
    Durante su mandato no se volvió a aplicar el impuesto y ni siquiera se volvió a mencionar. Pero jamás se sintió ofendido; al contrario, se volvió más respetuoso conmigo. Me encontré en una situación comprometida cuando me tuve que oponer al que podría decir que era la única persona del pueblo que me gustaba.
    Hasta mi padre estaba sorprendido y dijo: -Haces cosas extrañas. Te he oído hablar en público. Me imaginaba que harías algo así, pero no tan pronto. Has sido muy convincente, incluso contra tu propio amigo. Todo el mundo se extrañó de que hablaras contra Shambu Babu.
    Todo el pueblo sabía que no tenía más amigos que el viejo Shambu Babu, que debía tener alrededor de cincuenta años. Ahora sí sería el momento de ser amigos, pero la diferencia de edad no estaba en nuestras manos, de modo que la pasamos por alto. Y él tampoco tenía otros amigos. Él no podía permitirse el perderme ni me lo podía permitir yo. Mi padre me dijo:
    -No podía creer que estuvieses hablando contra él.
    -No he dicho ni una sola palabra en su contra -le respondí-. He hablado contra los impuestos que estaba intentando poner. Ciertamente, mi amistad no incluye eso; el impuesto al consumo queda excluido. Y se lo había dicho a Shambu Babu con antelación, le había avisado que lucharía contra todo lo que no estuviese de acuerdo, incluso contra él. Por eso se encontraba presente en aquella tienda, para escuchar lo que estaba diciendo contra su impuesto. Pero no dije ni una sola palabra contra Shambu Babu.
    El segundo día de colegio parecía que había hecho una gran proeza. No podía creer que la gente hubiese estado tan oprimida por el maestro Kantar. No se trataba de que estuviesen dichosos de mi presencia allí; en aquella época ya podía captar la diferencia. Ahora también puedo recordar perfectamente que estaban felices porque ya no tenían que soportar al maestro Kantar.
    Aunque actuasen como si se alegraran por mí no tenía nada que ver conmigo. El día anterior había ido al colegio y nadie me había dicho ni «Hola». Sin embargo, ahora se había reunido todo el colegio para recibirme junto a la Puerta del Elefante. El segundo día de colegio me había convertido en un héroe.
    Pero en ese mismo instante les dije: -Dispersaos, por favor. Si queréis celebrarlo id al maestro Kantar. Bailad frente a su casa, celebradlo allí. O también podéis ir a ver a Shambhu Babu, que ha sido el verdadero artífice de su expulsión. Yo no soy nadie. Lo hice sin ninguna expectativa, aunque a veces suceden cosas en la vida que no esperas ni mereces. Ésta es una de esas cosas, por eso os pido que lo olvidéis.
    Pero no lo olvidaron en toda mi vida académica. Nunca me aceptaron como a un niño cualquiera. Por supuesto, no me importaba en absoluto el colegio. El noventa por ciento del tiempo estaba ausente. Aparecía, de vez en cuando, por algún otro motivo, pero no para ir al colegio.
    Aprendí muchas cosas, aunque no en el colegio. Aprendí cosas raras. Me interesaban, por decirlo de alguna manera, las cosas poco corrientes. Por ejemplo, estaba aprendiendo a cazar serpientes. En aquella época venía mucha gente al pueblo con hermosas serpientes que bailaban al sonido de la flauta. Esto me impresionaba mucho.
    Toda esa gente ha desaparecido, porque eran musulmanes. O bien se han ido a Pakistán o han sido asesinados por los hindúes; probablemente hayan cambiado de profesión porque eso era como declarar públicamente que eran musulmanes. Los hindúes no practicaban ese arte.
    Yo seguía a los encantadores de serpientes durante todo el día y les hacía preguntas:
    -Cuéntame el secreto de cómo cazas las serpientes.
    Y poco a poco se dieron cuenta que no me podían disuadir de nada. Comentaban entre ellos:
    -Si no se lo decimos lo intentará por su cuenta.
    Una vez le dije a un encantador de serpientes:
    -O me lo cuentas o lo voy a intentar yo sólo; si me muero tú tendrás la culpa.
    Él me conocía porque le había estado molestando y dando la lata día tras día.
    -Ven, te voy a enseñar -dijo. .
    Me llevó a las afueras del pueblo y empezó a enseñarme cómo capturar serpientes y cómo les enseñaba a bailar mientras tocaba la flauta. Él fue la primera persona que me dijo que las serpientes no tienen oídos, que no pueden oír; sin embargo, casi todo el mundo cree que les afecta la flauta del encantador.
    -La verdad es que no oyen absolutamente nada -me dijo.
    Entonces le pregunté:
    ¿Y por qué empiezan a bailar cuando tocas la flauta?
    -Porque están entrenadas -respondió-. ¿No te has dado cuenta que cuando toco la flauta, muevo la cabeza? Ése es el truco. Muevo la cabeza y la serpiente empieza a moverse, si no se mueve se quedará sin comer. Cuanto antes lo haga, antes comerá. El secreto es el hambre, no la música.
    Los encantadores de serpientes me enseñaron a capturadas. En primer lugar, el noventa y siete por ciento de las serpientes son inofensivas, no son venenosas; las puedes atrapar sin ningún problema. Claro que muerden, pero como no tienen veneno sólo será un mordisco, no te morirás. El noventa y siete por ciento no tiene glándulas para el veneno. Y el tres por ciento restante tiene una extraña costumbre: muerden lo justo para dejar un hueco para el veneno, luego se dan la vuelta. La glándula del veneno se encuentra boca abajo en su garganta, de modo que primero hacen la herida y después se giran para verter el veneno. Las puedes capturar antes de que te muerdan…, y la mejor manera es sujetándolas muy fuerte de la boca.
    Yo no sabía que había que sujetar la boca, pero eso tiene que ser lo primero. Si fallas y te muerden, no te preocupes: sujétalas fuerte y no les dejes que se den la vuelta. La herida se curará y no te morirás. Estaba aprendiendo, y esto no es más que un ejemplo.
    Desgraciadamente, se tuvieron que ir de India todos los encantadores de serpientes. Había magos que hacían todo tipo de cosas increíbles, e indudablemente me interesaban más los magos que el pobre profesor con sus clases de geografía o de historia. Iba detrás de los magos como si fuese su criado. No me separaba de ellos hasta que me enseñaban algún truquito.
    No dejaba de sorprenderme que todo lo que parecía increíble era solamente un pequeño truco. Pero, si no sabes el truco, tienes que aceptar la grandeza del fenómeno. Cuando ya conoces el truco es como un globo que se deshincha: se hace cada vez más pequeño, sólo es un globo pinchado. Finalmente, sólo tienes en las manos un trozo de plástico y nada más. Ese globo tan grande sólo era aire caliente.
    Estaba aprendiendo, a mi manera, cosas que me iban a ser de gran ayuda. Por eso digo que Satya Sai Baba y la gente como él no son más que magos callejeros; ni siquiera son muy buenos, sino magos corrientes. Pero los magos han desaparecido de las calles de India porque también eran musulmanes.
    En India hay que entender una cosa, que la gente han perpetuado una estructura determinada desde hace miles de años. Generalmente, uno recibe su profesión de los padres; es una herencia, no puedes cambiarlo. Es difícil de entender para un occidental; por eso surgen tantos problemas de comprensión y comunicación con el oriental.
    Yo estaba aprendiendo, aunque no en el colegio, y nunca me he arrepentido. Aprendía de toda clase de personas raras. Estas personas no enseñaban en los colegios; eso es imposible. Estuve con monjes jainistas, con sadhus hinduistas, con bikkhus budistas y con todas las clases de personas que, supuestamente, uno no trataría.
    Darme cuenta de que no tenía que tratar con alguien era suficiente para que tratara con esa persona, porque debía ser un marginal. Como era un marginal, de ahí la prohibición; adoro a los marginales.
    Odio a los que se integran. Han hecho tanto daño que ya es hora de parar este juego. Los marginales siempre me han parecido un poco locos, pero bellos; locos pero inteligentes. No con la inteligencia de Mahatma Gandhi (que era un integrado perfecto), ni con la inteligencia de los que se dicen intelectuales: Jean-Paul Sartre, Bertrand Russell, Karl Marx, Hugh Bach…; la lista es interminable.
    El primer intelectual fue la serpiente que dio comienzo a todo esto; de no ser así, no habría habido ningún problema. Fue el primer intelectual. No voy a llamarlo diablo, os llamo diablos a vosotros, a vuestro grupo. Quizá no comprendáis el sentido que le doy a esta palabra. Para mí «el diablo» quiere decir «divino». Proviene de la raíz del sánscrito deva, que significa «divino». Por eso he denominado «los diablos» a vuestro grupo.
    Pero la serpiente era intelectual, e hizo el truco que hacen todos los intelectuales. Convenció a la esposa para que fuese a comprar algo mientras el marido estaba en la oficina, o tal vez en algún otro sitio, porque las oficinas aparecieron más tarde; debía estar pescando, cazando o haciendo cualquier otra cosa que se os ocurra. Desde luego, no estaba engañándola, eso es seguro, porque no la podía engañar con nadie. Todo llegaría, aunque más tarde.
    La serpiente sostenía que: -Dios me ha dicho que no comas del árbol de la sabiduría…Sólo era un manzano. A veces creo que nadie ha pecado tanto como yo, porque como más manzanas que nadie en el mundo. Las manzanas son tan inocentes que me pregunto por qué tuvieron que escoger la manzana, ¿qué daño le ha hecho a Dios? No me lo puedo imaginar.
    Hay algo que sí puedo decir: que el hombre llamado «serpiente» debe haber sido un gran intelectual, tan grande que demostró que comer manzanas era pecado.
    Pero para mí la inteligencia no procede de la mente…

  • Crow

    Sesión 47

    Estaba hablando sobre la escuela primaria. Rara vez asistía a clase, y eso era tal alivio para todo el mundo que se lo quería proporcionar siempre que fuera posible. ¿Por qué no podía darles un cien por cien de descanso? Por la sencilla razón que también les quería, me refiero a la gente: los profesores, los criados, los jardineros. De vez en cuando, me apetecía hacerles una visita, especialmente cuando les quería enseñar algo. Un niño pequeño ansioso de enseñar todo lo que tiene a las personas que quiere… pero, en ocasiones, esas cosas eran peligrosas. Incluso ahora no puedo dejar de reírme.
    Recuerdo un día con mucha claridad. Siempre ha estado ahí, esperando hasta que le llegara su momento. Probablemente, ha llegado el momento de contarlo y compartirlo. Se trata de una serie de sucesos. . .
    Acababa de aprender a cazar serpientes. Las pobrecitas son inocentes, bellas y muy vivas. No os podéis hacer una idea de lo que estoy diciendo a menos que hayáis visto a dos serpientes enamoradas. Tal vez os preguntaréis cómo hacen el amor las serpientes. No lo fabrican (sólo el hombre fabrica), sino que lo hacen. Cuando están enamoradas son como  llamas. Esto es sorprendente porque no tienen huesos y, aun así, ¡se mantienen erguidas para besarse! ¿Cómo se pueden quedar erguidas? No tienen patas pero se ponen de pie sobre la cola. Si tenéis la ocasión de ver a dos serpientes besándose erguidas sobre la cola ya no os volveréis a molestar en ir a ver una película de Hollywood.
    Acababa de aprender a cazar serpientes y a distinguir las serpientes venenosas de las que no lo son. Hay algunas tan poco venenosas que podríamos decir que se trata de un tipo de pez, ya que muchas de ellas viven en el agua. Las serpientes de agua son las más inocentes, todavía más que los peces. Los peces son astutos mientras que las serpientes de agua no lo son. Había experimentado con todo tipo de serpientes, de modo que cuando lo digo no es que esté contando la experiencia de otro, sino mi propia experiencia.
    Acababa de capturar una serpiente. Tenía que ir al colegio. «Qué extraño.. .», diréis. Normalmente estaba tan ocupado que no tenía tiempo para preguntas y respuestas estúpidas y mapas ridículos. Ya en aquella época me podía dar cuenta de que los mapas son un disparate, porque en la tierra no veo que haya líneas en ninguna parte; ni en las regiones ni en los municipios. Por eso, las naciones no son más que excremento de vaca, y ni siquiera sagrada, sino excremento de vaca profana. Si es que algo así existe -excremento de vaca sagrada y de Vaca profana, los dos a la vez- es la política. La política ha creado los mapas.
    Yo no pensaba perder el tiempo con eso. Estaba explorando la auténtica geografía: yendo a las montañas, desapareciendo varios días. Sólo mi Nani sabía cuándo volvería. Durante varios días no me oían ni me veían, porque no estaba allí. Y creo que todos se alegraban, excepto mi Nani. Ya os enteraréis de por qué…; además, tenían razón, sobre eso no me cabe ninguna duda.
    Había capturado una serpiente y era la primera vez que tenía éxito. Por supuesto, quise ir a la escuela inmediatamente. Me daba igual no llevar el uniforme, nadie esperaba que lo hiciese; ni siquiera lo usé en la escuela primaria. Les advertí:
    -He venido a aprender, muy bien, pero no os permitiré que me destruyáis; no puedo aceptar usar ese uniforme, que además habéis escogido sin tener ni idea de la belleza y la forma; no puedo aceptarlo. Os causaré muchos problemas si me lo intentáis imponer.
    -Tenlo listo por si viene el inspector -me advirtieron-; si no lo haces, nos vas a meter en un lío. No queremos molestarte porque no queremos que nos molesten. Es un asunto delicado causarte cualquier molestia -dijo mi profesor-. Sabemos lo que le ocurrió al maestro Kantar; eso le podría ocurrir a cualquiera. Pero, por lo que más quieras, tenIo preparado.
    Os sorprenderá saber que el propio colegio me proporcionó el uniforme. No sé quién se hizo cargo de pagarlo, ni me importa. Lo guardé, sabiendo perfectamente que, matemáticamente, era casi imposible que mi visita al colegio y la del inspector coincidiesen en la misma fecha. No era posible, eso era lo que yo pensaba, pero guardé el uniforme. Era muy bonito, se habían esmerado, aunque no insistieron en que me lo pusiera.
    Siempre he sido raro. Incluso ahora, entre mi propia gente, no uso uniforme. No puedo. Ni siquiera puedo ponerme el uniforme que he escogido para vosotros. ¿Por qué? Aquel día surgió la misma pregunta. Hoy también surge esta pregunta. Simplemente, no me puedo amoldar. Podéis pensar que es un capricho; pero no es absolutamente nada caprichoso, es existencial. De todas formas, no vamos a entrar en eso; si no, se os escaparía lo que estaba diciendo. No volveré a mencionarlo.
    Había capturado mi primera serpiente. Fue una gran alegría, y era una serpiente muy hermosa: tocarla era como tocar algo muy vivo. No era como tocar a tu esposa, a tu marido, a tu hijo o incluso a tu yerno, a los que tocas y bendices pero no sientes nada; sólo quieres ponerte a ver la televisión, especialmente si estás en América, y si estás en Inglaterra te vas a ver un partido de críquet o de fútbol. La gente está loca de muchas maneras diferentes, pero loca a pesar de todo.
    La serpiente era de verdad, no era una serpiente de plástico como las que venden en cualquier tienda. Por supuesto, las serpientes de plástico pueden estar muy bien hechas, pero no respiran; es el único inconveniente porque, si no, serían perfectas. Dios no las podría haber hecho mejor. Sólo les falta una cosa, la respiración, ¿y para qué reclamar por algo tan insignificante? Pero este algo lo es todo. Acababa de cazar una serpiente auténtica, tan bonita y tan lista que tuve que poner a trabajar toda mi inteligencia para atraparla…, porque no tenía ningún interés en matarla.
    El hombre que me estaba enseñando era un mago callejero corriente; en India les llamamos madari. Hacen todo tipo de trucos sin cobrar. Pero lo hacen tan bien que al final sólo extienden un pañuelo en el suelo y dicen:
    -Y ahora algo para mi estómago.
    Puede que la gente sea pobre, pero cuando ven una cosa tan bien hecha siempre les dan algo.
    De modo que este hombre era un madari corriente, un mago callejero. Es la traducción más aproximada que puedo encontrar de la palabra, porque no creo que en Occidente exista algo parecido a los madaris. En primer lugar, en Occidente no permiten que se concentre la gente en la calle; instantáneamente aparece un coche de la policía diciendo que estás obstruyendo el tráfico.
    En India no se plantea esta cuestión, ¡no existen leyes de circulación! Puedes caminar en medio de la carretera; puedes ir, literalmente, por el justo medio. Puedes ir al estilo americano, puedes ir a la extrema derecha o a la extrema izquierda. La extrema derecha es la alternativa americana, la extrema izquierda es la alternativa rusa: puedes escoger, o puedes elegir cualquier posición intermedia. Toda la carretera es tuya; te puedes instalar ahí. Os sorprenderéis si os digo que en India, en la calle puedes hacer todo lo imaginable y lo inimaginable. También incluyo lo inimaginable por si acaso.
    Los madaris provocaban verdaderos atascos, pero ¿quién tenía inconveniente en eso? Hasta el policía era uno de sus admiradores, y aplaudía cuando el madari hacía algún truco. He visto amontonarse todo tipo de personas obstruyendo la carretera. No; los madaris no podrían existir del mismo modo en Occidente, y son seres realmente hermosos; sencillos, corrientes, pero «saben algo», como ellos mismos dicen.
    El hombre que me estaba enseñando me dijo:
    -Ten en cuenta que es una serpiente peligrosa. Éstas no se deben cazar.
    -Te libero de la responsabilidad -le dije-. Son las únicas que voy a cazar.
    Jamás había visto una serpiente tan bonita, tan colorida, viva en todas las fibras de su ser. Naturalmente, no me pude resistir (sólo era un niño), y me fui corriendo al colegio. Quería evitar contaros lo que sucedió, pero, como me estoy acordando, lo voy a hacer.
    Se reunió el colegio entero en mi clase, toda la gente que cabía, y los demás estaban fuera en la galería mirando a través de las ventanas y la puerta. Había otros que estaban más lejos por si acaso se escapaba la serpiente o pasaba alguna cosa, puesto que este niño había sido, desde el primer día de clase, un alborotador. Pero los de mi clase, unos treinta o cuarenta niños pequeños, tenían miedo, estaban de pie gritando, y a mí me divertía.
    Hay una cosa que os resultará divertida y que yo no podía creer, y es que ¡el profesor estaba de pie encima de su silla! Todavía me acuerdo de él subido a la silla y gritando:
    -¡Vete! ¡Vete!, ¡Déjanos en paz! ¡Vete! -Bájate primero de la silla -le dije. Se quedó callado, porque era peligroso bajarse de la silla con una serpiente tan grande. La serpiente debía medir alrededor de dos metros o dos metros y medio, y la llevaba arrastrando, escondida en una bolsa para poder sacarla de pronto y enseñársela a todo el mundo. ¡Cuando la saqué fue un caos! Todavía me acuerdo del salto que dio el profesor para subirse encima de la silla. Yo no podía creer lo que estaba viendo.
    -Esto es fantástico -dije.
    -¿Qué es fantástico? -preguntó él. -Cómo has saltado encima de la silla -le respondí-. ¡La vas a romper!
    Al principio los niños no tenían miedo, pero en cuanto le vieron tan asustado…; para que veáis que los niños se impresionan con la gente estúpida y mala. Cuando me vieron entrar con la serpiente rebosaban de alegría: «¡Aleluya!» Pero cuando vieron al profesor subirse a la silla…, durante un momento hubo silencio total, solamente el profesor estaba dando saltos y gritaba:
    -¡Socorro!
    -No veo el motivo -le dije-. La serpiente está en mis manos. El que está en peligro soy yo, no tú. Tú estás de pie encima de la silla. Estás demasiado lejos para que esta pobre serpiente te pueda alcanzar. Me gustaría que te alcanzase y tuviese una pequeña charla contigo.
    Todavía me acuerdo de la cara que puso. Después de este episodio sólo nos volvimos a ver una vez. Para entonces ya había renunciado a mi cargo de profesor y me había vuelto un mendigo…, aunque nunca he mendigado. La verdad es que soy un mendigo, pero un tipo especial de mendigo que no mendiga.
    Habría que buscar una palabra para definirlo. No creo que exista en ningún idioma, una palabra que describa mi situación, simplemente porque nunca he estado aquí antes, de esta forma, de esta manera. Tampoco ha habido nadie más así: que no haya tenido nada y viva como si fuese el dueño de todo el universo.
    Recuerdo que dijo:
    -No me puedo olvidar del día que trajiste esa serpiente a la clase. Sigo soñando con ello, y no puedo creer que un niño así se haya convertido en un buda. ¡Imposible!
    -Tienes razón -le dije-. «Ese niño» ha muerto, y a lo que hay después de la muerte del niño lo puedes llamar buda, puedes elegir otro nombre o puedes elegir no llamarlo de ninguna manera. Simplemente, ya no existo de la forma que me conociste. Me habría encantado, pero ¿qué le voy a hacer? He muerto.
    -¿Ves? -dijo-. Estoy hablando en serio y tú te lo tomas a broma.
    -Hago todo lo que puedo -le dije-, pero no sólo eres tú el que se acuerda. Siempre que tengo un mal día, cuando no hace buen tiempo o cosas así -cuando el té no está demasiado bueno o cuando la comida está tan mala que parece que me quieren envenenar-, entonces me acuerdo del día que te subiste a la silla y gritabas pidiendo ayuda, y eso me devuelve la alegría. Aunque me esté muriendo, me sirve de ayuda. Te estoy muy agradecido. Sólo iba al colegio para pasar estos ratos. En realidad, sólo hubo unas cuantas…, las debería llamar «ocasiones». Para la felicidad de todos era necesario que yo no estuviese allí todos los días. Es curioso que el bedel, el hombre cuya tarea es… ¿Cómo lo llamáis vosotros? ¿Peón? ¿No tenéis una palabra para llamarlo: p-e-ó-n, peón? En India se llama peón. Sea cual sea el nombre, es el más subordinado de una oficina. Devaraj, ¿cómo se dice?
    -¿El conserje?
    No; eso es otra cosa, pero se parece. Creía que «peón» era una palabra inglesa; no es de origen hindi. Tal vez no la esté pronunciando correctamente. Ya lo averiguaré, pero se escribe p-e-ó-n.
    El peón era la única persona que estaba triste cuando no iba…, porque todos los demás se alegraban. Él me quería. Nunca he visto a un hombre tan viejo como él: tenía noventa años o más. Quizá ya había cumplido un siglo. Podría tener incluso más años, porque siempre se intentaba quitar todos los años que podía para poder seguir trabajando un poco más…, y siguió.
    En India no sabes la edad que tienes, particularmente si naciste hace cien años; no creo que hubiese certificados o documentos, es imposible. Pero jamás he visto a un hombre tan viejo pero con tanto vigor, realmente vigoroso.
    Era el único de todo el colegio al que le tenía algún respeto, aunque era un subordinado y nadie se fijaba en él. De vez en cuando, por consideración a este hombre, visitaba el colegio, pero sólo iba a su puesto.
    Su puesto estaba en la esquina de la Puerta del Elefante. Su trabajo consistía en abrir y cerrar la puerta, y tenía una campana colgando delante de su garita que había de tocar cada cuarenta minutos, dejando únicamente dos pausas al día de diez minutos para tomar un té y una hora para la comida. Ése era todo su trabajo; aparte de eso, era un hombre totalmente libre.
    Yo solía ir a su garita, y él cerraba la puerta para que nadie nos molestase, y para que no me pudiese escapar tan fácilmente. Entonces me decía:
    -Ahora cuéntame todo lo que ha pasado desde la última vez.
    Era un viejecito adorable. Su cara tenía tantas arrugas que hasta intenté contarlas, aunque, por supuesto, no se lo dije. Hacía como que le escuchaba y mientras tanto contaba todas las líneas de la frente (y tenía una frente muy grande porque había perdido todo el pelo), y cuántas líneas tenía en las mejillas. En realidad, toda su cara, de cualquier forma que la dividieses, no era más que arrugas. Pero tras las arrugas había un hombre de amor y entendimiento infinitos.
    Cuando no iba al colegio durante muchos días, indudablemente, se empezaba a acercar el día en que me vendría a buscar. Eso significaba que mi padre se enteraría de todo: que no iba nunca a clase, y que me habían dado un permiso de asistencia simplemente para que no fuese. Habíamos llegado a ese acuerdo. Yo les dije:
    -De acuerdo, yo no vendré, pero ¿qué pasa con mi permiso…, porque, ¿quién va a hablar con mi padre?
    -No te preocupes por tu permiso -me dijeron-. Te daremos un permiso para el cien por cien del tiempo, incluyendo las fiestas, de modo que no te preocupes.
    Por eso siempre estaba pendiente de ir a su garita antes de que se le ocurriese ir a mi casa, y de alguna manera, otra vez tengo que usar la palabra «sincronicidad»: él sabía cuándo iba a venir. Sabía que si no iba a verle ese día, vendría a preguntar por mí, y había adquirido una precisión matemática.
    Empezaba con esta sensación desde por la mañana:
    -Escucha.
    No te lo digo a ti, estoy contando cómo me despertaba.
    -Escucha, si no vas a visitarle hoy, Mannulal (así se llamaba), te vendrá a buscar esta noche. Antes de que suceda esto, tienes que hacer acto de presencia.
    Excepto una vez, siempre seguí el consejo de mi voz interior, me refiero en lo que se refiere a Mannulal. Sólo una vez. . ., y ya me estaba empezando a cansar de esta historia. Era una especie de tortura: tenía que ir, iba porque tenía miedo de que se lo contara a mi padre y a mi madre, y de que esto hiciese estragos.
    -No -dije-. Esta vez no voy a ir. Pase lo que pase, no voy a ir. ¿Ya quién me encontré? Nada menos que a Mannulal, al viejo que se aproximaba. A lo mejor tenía más de cien años pero lo disimulaba. A mí siempre me pareció, y sigo insistiendo, que tenía más de cien años; tal vez ciento diez o hasta ciento veinte. Parecía tan anciano que no lo podías creer. Nunca he visto una cosa tan antigua. He ido a museos, he visto todo tipo de colecciones de objetos antiguos, pero nunca he visto nada tan prehistórico como Mannulal.
    ¡Se aproximaba! Salí corriendo justo a tiempo para evitar que entrase en la casa.
    -He venido a buscarte -me dijo-, porque tú no venías a verme. Ya sabes que soy un viejo. Me podría morir mañana, quién sabe. Sólo quería verte. Me alegro de que estés más sano y más vivo que nunca -diciendo esto, me bendijo, se volvió y se fue. Me acuerdo de su espalda, con el extraño uniforme que tienen que llevar los bedeles.
    Me va a costar mucho describirlo. Primero el color: era de color caqui, creo que lo llamáis caqui, ¿verdad? En segundo lugar: tenía una cinta enrollada en las piernas hasta la rodilla, también de color caqui, pero separada. Era para darle un aspecto más vigilante, más alerta, o mejor dicho, «firme». De hecho, estaba tan apretada, que ¡qué otra cosa podía hacer sino estar firme!
    Es curioso cómo la ropa puede cambiar tu comportamiento. Por ejemplo, llevar una túnica ajustada, quiero decir un vestido ajustado, no una túnica, o pantalones ajustados como los que usan los adolescentes, tan ajustados que te preguntas cómo se los pueden poner… Yo no podría ponérmelos, eso es seguro. Y aunque hayan nacido con ellos puestos, ¿cómo hacen para quitárselos? Pero eso son cuestiones filosóficas. A ellos no les preocupa. Cantan canciones pop y comen popcorn, ¡qué más se puede hacer en este mundo! Pero, indudablemente, la ropa puede modificar tu comportamiento.
    Los soldados no usan uniformes holgados; si no, no serían guerreros. Cuando usas algo ajustado, tan ajustado que te dan ganas de quitártelo, naturalmente, te entran ganas de pelearte con todo el mundo. Siempre estás enfadado. No es objetivo, no está dirigido contra nadie en particular, simplemente es una sensación subjetiva. Sólo tienes ganas de quitártela. ¿Qué puedes hacer? Una buena pelea. Eso, sin duda, relaja a las personas. Entonces, naturalmente, la ropa ajustada se queda más holgada.
    Por eso todos los amantes, antes de hacer el amor, tienen que pasar primero por el ritual de la pelea de almohadas, por la discusión, por decirse cosas desagradables. Luego, por supuesto, es una comedia: todo termina bien. ¡Qué lástima! ¿Por qué la gente no podrá amarse desde el principio? Pero no; la estrechez se lo impide. No pueden aflojarse.
    Dadme tres minutos… Tenía mucho que decir, pero tengo que hacer otras cosas. Veis la lágrima. . ., secádmela, por favor. Ha sido precioso, gracias.
    Esto es fabuloso… (risilla ahogada). Puedes continuar, Ashu, lo estás haciendo muy bien. Tú sigues por tu camino y él por el suyo. Los caminos difieren y no creo que se encuentren en ningún lugar.
    ¿Se ha acabado? ¡Muy bien! (riéndose).

    Sesión 48

    Estaba hablando de mis visitas al colegio. Sí; lo llamo visitas porque, indudablemente, no se puede decir que asistiera a la escuela. Sólo iba para hacer alguna travesura. De alguna extraña manera, siempre me ha encantado estar implicado en las travesuras. Probablemente, era el principio de cómo iba a ser el resto de mi vida.
    Nunca me he tomado nada en serio. No puedo, ahora tampoco. Incluso cuando me muera soltaré una carcajada, si me lo permiten. Pero durante los últimos veinticinco años en India he tenido que desempeñar el papel de hombre serio. Ha sido el papel más difícil, y el tramo más largo. Pero lo hice de tal manera que, aunque tenía que estar serio, no permitía que estuviesen serios los que estaban a mi alrededor. Eso me ha mantenido a flote; por otra parte, la gente seria es mucho más venenosa que las serpientes.
    Podrás atrapar serpientes, pero las personas serias te atrapan. Tienes que alejarte de ellas lo más rápido que puedas. Tengo suerte de que las personas serias ni siquiera intentan acercarse a mí. Me hice notorio bastante pronto, y todo comenzó antes de que supiera hasta dónde me iba a llevar esto.
    Cuando me veían llegar todo el mundo estaba sobre aviso como si fuese a crear algún peligro. Por lo menos a ellos les debía parecer peligroso. Para mí sólo era una diversión; esta palabra resume toda mi vida.
    Por ejemplo, éste es otro incidente de la escuela primaria. Debía estar en cuarto, el último curso. Nunca me suspendían, por la sencilla razón que ningún profesor quería que volviese a estar en su clase. Naturalmente, la única forma de deshacerse de mí era que pasase a otro curso. Al menos, durante un año entero, sería un problema para otro profesor. Así me llamaban, «el problema». Por mi parte, no podía entender qué problemas le causaba yo a nadie.
    Quería daros un ejemplo. La estación estaba a tres kilómetros de mi pueblo y separaba a mi pueblo de otro pueblecito que se llamaba Cheechli, a nueve kilómetros.
    Cheechli, dicho sea de paso, era el lugar de nacimiento de Maharishi Mahesh Yogi. Él nunca lo menciona, y tiene motivos para no mencionarlo, porque pertenece a la casta de los sudras (casta más baja de la jerarquía hindú) en India. Simplemente basta con mencionar que eres de un determinado pueblo, de una casta determinada o de cierta profesión; los hindúes son muy ignorantes respecto a esto. Son capaces de pararte en medio de la calle para preguntarte:
    -¿A qué casta perteneces?
    A nadie se le ocurre pensar que sea una intromisión. Maharishi Mahesh Yogi nació al otro lado de la estación; como sólo es un sudra, ni siquiera puede mencionar su pueblo -porque es un pueblo únicamente de sudras-, ni usar su apellido. Eso también revelaría instantáneamente su origen.
    Su nombre completo es Mahesh Kumar Shrivastava, pero el nombre «Shrivastava» acabaría con todas sus pretensiones, al menos en India, y eso afectaría también a los demás. No es un sannyasin iniciado en ninguna de las órdenes antiguas, porque de nuevo sólo hay diez órdenes de sannyasins en India. Yo he intentado destruirlas; por eso están todos enfadados conmigo.
    Estas órdenes son castas de sannyasins. Maharishi Mahesh Yogi no puede ser sannyasin porque los sudras no se pueden iniciar. Por esa razón no puede poner «Swami» delante de su nombre. No puede ponerlo porque nadie le ha dado ese nombre. Tampoco escribe detrás de su nombre Bharti, Saraswati, Giri, etc., como hacen los sannyasins hindúes que tienen diez nombres.
    Se ha inventado su propio nombre: «Yogi». No significa nada. Cualquier persona que se ponga boca abajo, y que, por supuesto, se caiga una y otra vez, se puede llamar un yogi; sobre eso no hay restricciones.
    Un sudra puede ser un yogi, y el nombre Maharishi está ahí para reemplazar a «Swami»; porque en India las cosas funcionan de tal modo que, si falta la palabra «Swami», la gente sospecharía que hay algo raro. Tienes que poner algo ahí para suplir la falta.
    Se inventó el nombre «Maharishi», pero ni siquiera es un rishi. Rishi significa «vidente», y Maharishi significa «gran vidente». Él no ve más allá de sus narices. Cuando le haces preguntas relevantes sólo se sabe reír. De hecho, le llamamos «Swami Risitananda»; concuerda mucho con él. Su risita no es algo respetable, sino que es una estrategia para no contestar a las preguntas. No es capaz de contestar ninguna pregunta.
    Le conocí, por casualidad, en un sitio muy extraño, Pahalgam. Él dirigía un campo de meditación, y yo también. Naturalmente, mi gente y la suya se conocieron. Al principio intentaron traerlo a mi campo, pero puso muchos inconvenientes como que no tenía tiempo, y que le gustaría pero que no era posible.
    Luego dijo:
    -Se puede hacer una cosa: podéis traerlo de forma que no se vea interrumpido mi tiempo ni mi programa. Puede hablar conmigo en mi estrado. Ellos asintieron..
    . Cuando me lo contaron les dije:
    -Esto es una estupidez. Ahora me veré en un aprieto innecesario. Estaré delante de su gente. No me preocupan las preguntas; el único problema es que no está bien que el huésped agreda a su anfitrión, especialmente delante de sus discípulos. Y en cuanto le vea no podré resistir agredirle. Cualquier decisión que tome para no agredirle desaparecerá.
    Pero ellos dijeron:
    -Se lo hemos prometido.
    -De acuerdo -dije-. No me molesta, estoy listo.
    No estaba muy lejos, a un par de minutos andando. Sólo tenía que entrar en el coche y volver a salir, ésa era la distancia que había. De modo que dije:
    -Bueno, iré.
    Fui hasta allí pero, tal y como suponía, él no estaba. Pero a mí me da igual todo. Comencé el campo, ¡Su campo de meditación! Él no estaba, intentaba evitarme en todo lo posible. Alguien le debe haber avisado…, pues se alojaba en el hotel de al Iado y debía estar oyendo lo que decía desde su habitación. Comencé a atacarle duramente, porque al ver que no estaba aproveché para atacarle todo lo que quise y disfrutarlo al máximo. Probablemente, le di con tanta dureza que no fue capaz de mantenerse al margen. Se acercó riéndose.
    -¡Deja de reírte! -le dije-. Eso estará bien para la televisión americana ¡pero a mí no me vale!
    Entonces desapareció su sonrisa. Nunca había visto tanta rabia. Era como si la risita no fuera más que una cortina detrás de la cual se escondía todo lo que no debía estar ahí.
    Fue demasiado para él, naturalmente, y dijo:
    -Tengo otras cosas que hacer, discúlpame, por favor.
    -No hace falta -le dije-. En lo que a mí respecta, es como si nunca hubieses venido. Has venido por motivos equivocados, y no voy a entrar en eso para nada. Pero recuerda que tengo mucho tiempo.
    Entonces fue cuando le ataqué de verdad, porque sabía que se había ido a la habitación de su hotel. Incluso podía ver su cara mirando por la ventana. Se lo dije incluso a sus seguidores:
    -¡Fijaos! Dice que tiene mucho trabajo. ¿Ése es su trabajo? ¿Mirar por la ventana para ver cómo trabaja otro por él? Al menos, se podía esconder, de la misma manera que se esconde detrás de su risita.
    Maharishi Mahesh Yogi es el más astuto de todos los llamados gurús espirituales. Pero la astucia triunfa; no hay nada que triunfe tanto como la astucia. Si no aciertas es porque te has topado con alguien más astuto que tú. Pero la astucia sigue triunfando.
    Jamás menciona su pueblo; me he acordado porque os iba a contar una anécdota. Esta anécdota tiene algo que ver con su pueblo, mis historias siempre van en todas las direcciones.
    Cheechli era un pequeño estado que no formaba parte de la soberanía británica. Era un estado muy pequeño, pero al fin y al cabo, el rey era un rey aunque no pudiese tener más que un elefante. Así se solía medir la realeza, por el número de elefantes que poseían.
    Ya os he hablado de la Puerta del Elefante que había delante del colegio. Una vez, sin ningún motivo, me aproximé al maharajá de Cheechli y le pregunté:
    -Me gustaría que me prestases el elefante, aunque sólo fuese una hora.
    -¡Cómo! -exclamó-. ¿Qué quieres hacer con mi elefante?
    -No quiero tu elefante -le respondí-sólo quiero hacer que la puerta se sienta bien. Seguro que conoces esa puerta; ¡probablemente tú también habrás estudiado allí!
    -Sí -contestó-. En mis tiempos sólo había una escuela primaria. Ahora ya hay cuatro.
    -Quiero que la puerta se sienta bien aunque sólo sea por una vez-dije-. Se llama la Puerta del Elefante pero por ella no pasa ni siquiera un burro.
    -Eres un chico raro -respondió-, pero me gusta la idea.
    -¿Qué quieres decir, cómo que te gusta la idea? Si está loco -saltó su secretario.
    -Los dos tenéis razón -dije-, pero loco o no, he venido a pedirte el elefante durante una hora. Quiero montar en él hasta el colegio.
    Le gustó tanto la idea que dijo:
    -Tu montarás el elefante y yo te seguiré en mi viejo Ford.
    Tenía un coche Ford muy antiguo, probablemente el modelo T; creo que el Ford T es el más antiguo. Quería venir para ver lo que pasaba.
    Cuando atravesé el pueblo, por supuesto, montado en el elefante, se sorprendió todo el mundo, y la gente se reunió y comentó:
    -¿Qué pasa? ¿Cómo ha conseguido un elefante ese chico?
    Cuando llegué al colegio ya había una gran multitud. Incluso el elefante tuvo dificultades para pasar entre tanta gente. Los niños estaban dando saltos, ¿sabéis dónde? ¡En el tejado del colegio! Gritaban: -¡Ha llegado! ¡Sabíamos que gastaría alguna broma, pero ésta es muy grande!
    El director del colegio le tuvo que decir al bedel que tocase la campana para avisar que se cerraba el colegio; si no, la muchedumbre habría destrozado el jardín o habría cedido el tejado con tantos niños encima. ¡Hasta mis propios profesores estaban encima del tejado! Y lo más curioso es que, absurdamente, incluso yo me quería subir al tejado para ver qué pasaba.
    Se cerró el colegio. El elefante entró y cruzó la puerta, y así fue como le di renombre a la puerta. Al menos, ahora podría decirle a las demás verjas:
    -Una vez me cruzó un chico montado en un elefante, y se reunió una gran multitud para verlo..
    Por supuesto, la puerta dirá:
    -Para verme a mí, la puerta.
    También llegó el rajá. Cuando vio a toda la gente, no podía creerlo. Me preguntó:
    -¿Cómo has conseguido reunir a toda esta gente tan rápido?
    -No he hecho nada -le respondí-. Ha sido suficiente con mi entrada en el colegio. No creas que ha sido por tu elefante; si es lo que piensas, puedes venir tú mañana montado en el elefante, y verás como no vendrá hasta aquí ni un alma.
    -No quiero hacer el ridículo -respondió-. Vengan o no vengan, haría el ridículo sentado encima de mi elefante delante de la escuela primaria, sin ningún motivo. Tú, por lo menos, eres del colegio. He oído hablar de ti, me han contado muchas historias. ¿Entonces, cuando me vas a pedir el Ford?
    -Espera y verás -le respondí.
    Nunca se lo pedí, aunque él mismo me lo había ofrecido, y habría sido una buena ocasión porque era el único coche que había en todo el pueblo. Pero este coche era…, ¿cómo lo diría? Cada veinte metros tenías que salirte y empujarlo; por eso no se lo pedí nunca.
    -¿Qué clase de coche es éste? -le pregunté. -Soy un hombre pobre -me respondió-;
    Soy el rey de un estado pequeño. Tengo que tener un coche, y éste es el único que me podía permitir.
    Era totalmente inservible. Todavía me pregunto cómo conseguía avanzar más de unos metros. El pueblo solía divertirse y se reían cuando veían pasar al rajá en su coche, y por supuesto, ¡todo el mundo tenía que empujar!
    -No -le dije-. Ahora mismo no estoy en situación de pedirte el coche, pero quizá algún día.
    Se lo dije para no herirle. Pero todavía me acuerdo del coche: seguramente sigue estando allí en su casa.
    En India tienen unos coches tan viejos… ¿Cómo lo llaman? Un clásico. El gobierno hindú tuvo que promulgar una ley para que no se pudiesen sacar los coches clásicos de India. No hacía falta promulgar ninguna ley; de todas formas, los coches no podían ir a ningún sitio. Pero los americanos están dispuestos a comprados al precio que sea. En India puedes encontrar incluso el primer modelo de muchas marcas de coches. De hecho, en Bombay o Calcuta se ven unos coches tan antiguos que no puedes creer que estás en el siglo XX.
    Una vez, dicho sea de paso, el rajá y yo nos encontramos, por casualidad, en un tren y la primera pregunta que me hizo fue:
    -¿Por qué no viniste?
    Al principio no me acordaba de lo que quería decir con «no viniste»…, de modo que le dije:
    -Ni siquiera me acordaba que tenía que ir.
    -Sí -dijo-; debe haber sido hace cuarenta años. Prometiste venir e ir con mi coche al colegio.
    ¡Entonces me acordé! Tenía razón.
    -Es maravilloso… -dije, porque debía de tener cerca de noventa y cinco años y seguía teniendo muy buena memoria. Después de cuarenta años: «¿Por qué no viniste?»-. Eres un milagro -le dije.
    Creo que si me lo volviese a encontrar en el otro mundo la primera pregunta que me haría sería la misma:
    -¿Por qué no viniste?
    Porque se lo volví a prometer diciendo: -Esta bien, me olvidé. Perdóname. Iré.
    -¿Cuándo? -me preguntó.
    -¿Quieres que te dé una fecha? ¿Para ese coche? ¡Después de cuarenta años! -exclamé-. Si hace cuarenta años, de coche ya sólo le quedaba el nombre, ¿cómo estará después de otros cuarenta años?
    -Perfectamente -contestó.
    -¡Genial! -dije-. ¿Por qué no dices que está como nuevo, como si lo acabaras de sacar del concesionario? Pero iré de todas formas; tengo ganas de subirme a ese coche.
    Desgraciadamente, el día que llegué ya se había muerto el rajá…, o afortunadamente, porque ¡vi cómo estaba el coche! Cuarenta años antes, por lo menos, andaba unos metros; pero ahora, aunque el rajá hubiese estado vivo, el coche estaba muerto.
    -Has llegado un poco tarde -dijo el viejo criado-. El rajá se ha muerto.’
    -¡Gracias a Dios! -dije-. De lo contrario, ese insensato me habría hecho montarme en el coche, y seguramente ni siquiera funciona.
    -Es cierto -dijo-. Nunca lo he visto funcionar, aunque sólo he estado a su servicio los últimos quince años, pero en ese tiempo no se ha movido. Está en el porche para hacer ver que el maharajá tiene un coche.
    -Habría sido un paseo magnífico -dije-, y muy breve también. Entras por una puerta y sales por la otra, sin perder el tiempo.
    Los profesores que aún están vivos todavía se acuerdan de estas visitas al colegio. Ninguno de ellos podía creer que hubiese sido el primero de la universidad, porque sabían cómo había aprobado su asignatura. Gracias a su favor, a su miedo o a lo que fuese. Simplemente, no podían entender cómo había llegado a ser el primero de toda la universidad. Cuando volví a casa, en todos los periódicos informaban de esto con una foto que decía: «Este estudiante ha obtenido la medalla de oro.» Mis profesores estaban asombrados. Me miraban como si fuese de otro planeta.
    -¿Por qué me miráis así? -les pregunté. -No lo podemos creer -dijeron-. Debes haber hecho alguna trampa.
    -En cierro sentido tenéis razón; ha sido una broma. .
    Ellos lo sabían, porque no había hecho más que gastarles bromas.
    En una ocasión llegó al pueblo un hombre con un caballo. Quizá hayáis oído hablar de un caballo muy famoso en Alemania; creo que se llamaba Hans.
    ¿Cómo se pronuncia, Devageet? ¿Hands?
    H-a-n-s.
    -Hunts, Osho.
    De acuerdo:
    -Hands.
    Hans se había hecho mundialmente famoso en aquella época, tan famoso que fueron a conocer su caballo grandes matemáticos y científicos, y toda clase de pensadores y filósofos. ¿A qué se debía tanto alboroto? Yo lo sé, aunque me enteré del «caso de Hans» mucho más tarde, porque en mi pueblo había un hombre con un caballo que sabía hacer el mismo truco. Le insistí tanto que al final aceptó enseñarme cómo lo hacía.
    Su caballo…, pero antes dejadme que os cuente lo del famoso caballo de Alemania, para que podáis entender cómo puede un caballo engañar incluso a grandes científicos. El caballo Hans sabía resolver cualquier problema matemático. Si le preguntabas cuánto es dos más cuatro, daba seis golpes con la pata derecha.
    Realmente era asombroso lo que hacía este caballo, aunque fuese un problema sencillo: ¿cuánto es dos más cuatro? Pero el caballo lo resolvía sin equivocarse. Poco a poco, empezó a resolver problemas más difíciles, con cifras más grandes. Nadie se podía figurar cuál era el secreto. Incluso empezaron a decir los biólogos que quizá los caballos tenían inteligencia, como el hombre, y que sólo necesitaban adiestramiento.
    Yo también he visto un caballo como ése en mi pueblo. No era mundialmente famoso; pertenecía a un pobre hombre, pero sabía hacer el mismo truco. El caballo era su único ingreso. Solía ir de pueblo en pueblo con el caballo, y la gente le hacía preguntas. A veces respondía que sí, y a veces respondía que no, moviendo la cabeza; pero no como los japoneses, sino como todo el resto del mundo. Los japoneses son los únicos raros.
    Cuando daba sannyas a un japonés, siempre era un lío. Mueven la cabeza al contrario que todo el mundo. Cuando la mueven hacia arriba y hacia abajo significa que no, y viceversa. Aunque ya lo sabía, siempre me enredaba tanto conversando con ellos, que cuando decían que sí creía que estaban diciendo que no.
    Durante unos instantes me quedaba sorprendido; entonces Nartan, el traductor, decía:
    -Ni ellos aprenden, ni tú. Me encuentro en una situación difícil, porque sé que va a suceder. Incluso les empujo y les pellizco para que se acuerden. Ellos me aseguran que se van a acordar, pero cuando les haces una pregunta…
    La costumbre se vuelve parte de tu estructura. ¿Por qué sólo les pasa a los japoneses? Quizá pertenecen a otro tipo de monos; es la única explicación. Al principio había dos monos, uno de ellos era japonés.
    No hacía más que pedirle al hombre del caballo que me enseñase el truco. Su caballo sabía hacer lo mismo que el famoso Hans. Pero éste era un hombre pobre; yo sabía que era su medio de vida, aunque finalmente el hombre aceptó. Le hice una promesa diciendo:
    -Nunca le contaré tu secreto a nadie, pero me tienes que hacer un favor: me tienes que dejar tu caballo una hora para que lo pueda llevar al colegio. Nada más que eso, y yo guardaré silencio.
    -De acuerdo -dijo.
    Se quería deshacer de mí de alguna manera, por eso me contó el truco. Era muy sencillo: había adiestrado al caballo para que moviese la cabeza en la misma dirección que lo hacía él. Todo el mundo estaba observando al caballo, por supuesto, y nadie se fijaba en el dueño que estaba de pie en la esquina. Él movía ligeramente la cabeza, de modo que no lo notabas aunque le mirases, pero el caballo se daba cuenta. El caballo había sido adiestrado para que moviese la cabeza de un lado al otro cuando su dueño no movía la cabeza. Lo mismo sucedía con los golpes.
    El caballo no sabía nada de números, y mucho menos de aritmética. Cuando le preguntaban:
    «¿Cuántas son dos más dos?», daba cuatro golpes en el suelo y se paraba. El truco era que el caballo dejaba de dar golpes cuando el dueño cerraba los ojos; mientras el dueño tenía los ojos abiertos, el caballo seguía dando golpes.
    Era el mismo truco que usaba el famoso Hans, pero este hombre era pobre, y vivía en un pueblo pobre, mientras que Hans era un caballo muy famoso, y además alemán. Cuando los alemanes hacen algo lo hacen a conciencia. Un matemático alemán investigó durante tres años para descubrir el secreto que os he contado.
    Cuando aprendí el truco fui al colegio con el caballo. Por supuesto, los niños estaban alborotados, pero el director del colegio me dijo: -¿Cómo te las arreglas para encontrar cosas tan extrañas? He vivido en el pueblo toda la vida y, sin embargo, no conocía a este caballo.
    -Sólo necesitas un poco de agudeza, y hay que estar a la caza continuamente. Por eso no vengo al colegio todos los días -le respondí.
    -Eso está muy bien -me dijo-. No vengas. Está muy bien para todo el mundo que explores; porque cuando vienes significa que se altera todo el día. Seguro que haces algo que trastoca todo. Nunca te he visto sentado haciendo tu trabajo como los demás.
    -No vale la pena hacer ese trabajo -le dije-. El hecho de que todo el mundo lo esté haciendo es prueba suficiente de que no merece la pena. En esta escuela todo el mundo está haciendo el mismo trabajo. Hay siete millones de pueblos en India, y todo el mundo está haciendo lo mismo en todos los pueblos. No vale la pena. Yo estoy intentando buscar algo que no hagan los demás, y os lo ofrezco gratis. Cada vez que vengo es casi un carnaval, pero me miras con cara de pena. Estoy perfectamente.
    -Tú no me das pena -me dijo-; me doy pena yo, que tenga que ser el director de esta escuela.
    No era malo. Los últimos días de escuela primaria me tocaron en su clase. Él era de cuarto curso. Nunca le di grandes problemas, bastaba con los pequeños; me los encuentro sin tenerlos que buscar. Pero mirándole a los ojos, le dije:
    -Muy bien, ahora no te voy a traer nada que te moleste; eso quiere decir que no vaya volver aquí. Sólo vendré acá por mi título al final de curso. Se lo puedes dejar al bedel, y él me lo dará, así no tendré que volver a entrar en el colegio.
    No entré para recoger mi título. Le encargué al bedel que lo recogiese. Le dijo al director:
    -El niño ha dicho: «¿Por qué voy a ir  por el título si nunca agradecieron mis visitas? Puedes ir a buscarlo y traérmelo a la Puerta del Elefante.»
    Adoraba a ese bedel. Tenía un espíritu muy bello. Se murió en 1960. Yo estaba en el pueblo, por casualidad, pero fue como si estuviese allí por él, para verle morir. Eso ha sido lo que más me ha interesado desde que era pequeño: la muerte es un misterio muy grande, mucho mayor de lo que pueda ser la vida.
    No digo que os tengáis que suicidar, pero tened presente que la muerte no es un enemigo ni tampoco el final. No es una película que termina con «Fin». No hay final. El nacimiento y la muerte son sucesos en el curso de la vida, son olas.
    Sin duda, la muerte es más rica que la vida, porque el nacimiento está vacío. La muerte es toda nuestra experiencia en la vida. Depende de lo relevante que quieras que sea la muerte. Depende de lo que vivas, no en términos de tiempo sino de profundidad.
    Volví a la escuela primaria muchos años más tarde. No podía creer que hubiese desaparecido todo excepto la Puerta del Elefante. Todos los árboles -y había muchos- fueron talados. Había árboles preciosos llenos de flores pero ya no quedaba ni uno.
    Había vuelto por el bedel, que se acababa de morir. Él vivía al Iado de la verja, junto a la escuela. Pero habría sido mejor no ir, porque guardaba un hermoso recuerdo en mi memoria, y lo habría seguido recordando así; sin embargo, ahora era más difícil. Parecía una fotografía desvaída, habían desaparecido los colores, incluso las líneas; como una fotografía vieja, de la que sólo se conserva intacto el marco.
    Una vez vino a verme un hombre a Puna, que había sido mi profesor en ese colegio. Ya era muy cariñoso conmigo en aquel entonces, pero nunca pensé que vendría a verme a Puna. Es un viaje largo y caro para un hombre pobre.
    -¿Qué te ha impulsado a venir? -le pregunté.
    -Sólo quería ver que era cierto lo que, en el fondo, siempre había soñado -me respondió-, que tú no eras lo que aparentabas ser. Eres otra persona.
    -Qué raro que no me lo hayas dicho antes -le dije.
    -Incluso a mí me parece raro decirle a una persona que no es quien aparenta ser -me dijo-, por eso lo guardé en secreto. Pero una y otra vez me volvía este pensamiento; ahora ya soy viejo, y quería ver si era cierto, o si simplemente yo era tonto y estaba perdiendo el tiempo pensando en esto.
    Antes de irse se hizo sannyasin.
    -Ahora ya no tiene sentido no hacerme sannyasin -dijo-. Te he visto y he visto a tu gente. Yo soy viejo y no viviré mucho tiempo, pero sentiré que mi vida no ha sido en balde si soy sannyasin, aunque sólo sea unos días.
    Dejadme sólo diez minutos…
    Ha sido muy bonito, pero ya basta. Nos queda algo de tiempo; sin embargo, tengo otras cosas que hacer.