Las críticas de Bernal Díaz del Castillo a la “Historia de la conquista de Méxic

de López de Gómara

Se ha dicho —lo ha dicho Prescott— que los dos pilares en que reposa la historia de la conquista de México por los españoles son las crónicas de Gómara y de Bernal Díaz del Castillo. Ahora bien, estos dos pilares, más que como tales, con su inmutable simetría, yo los veo como sensibles columnas termométricas que varían de continuo según se producen en el ambiente determinadas alteraciones.

En la actualidad asistimos a un alza de Bernal Díaz, quien parece haber sobrepasado definitivamente a Gómara, sin que a éste le queden ya posibilidades de recuperar el terreno perdido. Yo mismo, en el XXVI Congreso de Americanistas, celebrado en Sevilla en 1935, rompí una lanza en favor de Bernal —con la edición de cuya crónica me ocupaba entonces—. Me hice eco de las críticas al uso contra Gómara y le llamé panegirista de Cortés, adulador servil y no sé si alguna cosa más.

Lo que, en realidad, me pasaba entonces, es que no había leído con suficiente detenimiento a Gómara. No es que yo quiera sugerir que todos aquellos que mantienen hoy la actitud mantenida por mí en 1935 están en el mismo caso, no. Pero lo cierto es que, habiendo leído a Gómara con mayor atención, y habiendo cotejado su obra con la de Bernal Díaz, he llegado a conclusiones bastante distintas a las de entonces, hasta el punto de que el presente trabajo viene a ser una lanza rota en favor de Gómara, o, por lo menos, un intento para reestablecer un equilibrio tan fuertemente alterado hoy en favor de Bernal Díaz.

Como es bien sabido —acepto aquí la versión corriente; véase el estudio que sigue—, este conquistador, siendo ya viejo, emprendió el relato de la Conquista. Llevaba algunos capítulos escritos cuando llegó a sus manos la obra de Gómara. La primera impresión que le produjo su lectura fue el desaliento; pensó que su relato nunca podría competir con el del clérigo, y estuvo a punto de abandonarlo, pero siguió leyendo, y se encontró —según él nos dice— con que la obra de Gómara estaba tan llena de falsedades que se animó a proseguir la suya, con ánimo de rebatirlas.

Quiero volver con la pluma en la mano, como el buen piloto lleva la sonda, descubriendo bajos por la mar adelante, cuando siente que los hay, así haré yo en decir los borrones de los cronistas; mas no será todo, porque si parte por parte hubiesen de escribir, sería más la costa de recoger la rebusca que en las verdaderas vendimias.
Hoy, en líneas generales, se da por buena esta opinión de Bernal Díaz. Su historia de la Conquista es la verdadera, como él la llamó. Esto parece implicar que la de Gómara no lo es. Y sobre ello quisiera llamar brevemente la atención del lector.

Antes de seguir debo hacer una observación. Yo no creo en la imparcialidad histórica en el sentido que la historiografía liberal positivista ha dado a este término, el de la existencia de una verdad exclusiva, única, que se puede alcanzar. Cuando yo estudiaba química en el bachillerato —y hago esta salvedad porque no estoy muy al tanto del estado actual de la cuestión— había un cierto número de cuerpos simples más allá de los cuales no se podía llegar en la descomposición de una materia que se suponía única. De manera análoga podría explicarse lo que yo entiendo por verdad histórica. Los hechos se han producido, sin duda, en determinada manera, de manera única; pero en su averiguación, como en el análisis de los mismos, nosotros no podemos ir más allá del punto de vista de quienes los han presenciado y los han vivido, dando cuenta de ello. El punto de vista del narrador inmediato es el cuerpo simple con que tropezamos en nuestra investigación. Cuando los actores o testigos que narran los hechos son varios, podremos reunir sus puntos de vista en grupos afines, pero si hay disparidad entre ellos, en la selección que nosotros hagamos entrará un nuevo factor que será, querámoslo o no, nuestro propio punto de vista, tan condicionado, tan limitado por una serie complicada de factores, como lo son aquellos que sometemos a examen. No creo, como normalmente ha venido aceptándose, que una mayor distancia proporcione por sí sola una mejor visión de los hechos históricos.

Un caso típico de lo que voy diciendo es el que se produce con la historia de la conquista de América por los españoles. Según quienes sean los que la escriben, conforme a sus razas y creencias, las opiniones se enfrentan bravamente, y las plumas prolongan las luchas que narran. En el congreso de Americanistas antes aludido, hubo sesión en que los congresistas estuvieron a punto de llegar a las manos, al ponerse a discusión la figura y la obra del padre Las Casas. “!Qué espectáculo deplorable!”, pensaba yo. Si la vida es siempre lucha y conflicto, la narración de esta lucha, la historia, tiene que ser apasionada, parcial.

Podremos darnos por contentos si la pasión se mantiene dentro de términos nobles y si el relato de los hechos no se falsea deliberadamente; pero lo que no podremos evitar nunca es que el hecho estudiado varíe según el punto de vista de quien lo contempla y analiza.

Temo hacer demasiado larga esta digresión pero la creo precisa para que se vea con claridad adónde quiero ir a parar. Admitiendo la relatividad, el contingentismo del conocimiento histórico, adquirimos una mayor libertad de movimientos, una mayor validez para nuestras conclusiones, puesto que reconocemos a priori su limitación.

Vengamos concretamente al problema planteado por la historiografía de la conquista de México,a la apreciación de sus dos textos básicos. En nombre de una pretendida imparcialidad histórica se prefiere hoy la obra de Bernal a la de Gómara. ¿Por qué? ¿Es realmente Bernal más sincero, más desapasionado que Gómara en el relato de los hechos? Espero poder demostrar que no. ¿Son razones literarias, de estilo, las que motivan la preferencia? Tampoco. Porque si bien es cierto que la obra de Bernal tiene condiciones únicas de espontaneidad y frescura, la de Gómara es uno de los productos más bellos del idioma castellano. Pero, entonces, ¿a qué se debe la preferencia? ¿A qué se deben las frecuentes reediciones de Bernal, mientras Gómara, que tuvo éxito sin precedentes a raíz de su publicación, es hoy un autor que se encuentra con dificultad y que pocas personas han leído —fuera de los especialistas, claro estᗠtanto en España como en México?

La preferencia se debe a lo que antes he dicho del punto de vista. A que por las páginas de Bernal, no obstante sus continuadas protestas de lealtad y admiración, corre un descontento apenas reprimido contra Cortés, un deseo enconado de rebajar sus méritos, mientras en las de Gómara se glorifica al conquistador. Y así el punto de vista de Bernal viene a coincidir con el de una época que se ha esforzado por nivelarlo todo, que ha visto con recelo a los hombres geniales, sobre todo en el campo de la acción política y guerrera. Entiéndase bien que yo no soy antidemócrata —que si lo fuera, no estaría aquí—. Lo que hago es señalar ciertas tendencias del pensamiento democrático que en el terreno de la investigación histórica han llevado a actitudes plenamente demagógicas. No me cabe la menor duda de que la conquista de América es una empresa de tipo popular, que la masa juega en ella papel destacado, pero lo que esta masa da de sí cuando no encuentra hombres superiores que alumbren sus ideales y encaucen sus energías, lo vemos en la conquista de las islas, en las guerras civiles del Perú y en toda una serie de episodios que no es preciso recordar aquí.

Cortés, con todos sus defectos —dejaría de ser hombre si no los tuviera— era un hombre superior. Y esto es lo que no quería admitir Bernal: el carácter de excepción que tiene la personalidad de Cortés. Para Bernal, Cortés era un buen capitán y nada más, un buen capitán, fruta que abundaba entonces entre los españoles. Para Gómara, Cortés era un genio. Y hoy los historiadores ven con simpatía el testimonio de Bernal, por la misma razón que los hace exhumar devotamente cualquier declaración de cualquier criada que pueda ser desfavorable al conquistador, en su proceso de residencia. Todo ello, claro está, en nombre de la imparcialidad histórica.

Las cosas se aclararían, tal vez, si admitiéramos que tan parcial es Bernal Díaz como Gómara, que sus puntos de vista son opuestos, lo cual se manifiesta sobre todo cuando enjuician la obra de Cortés. Gómara, el capellán del marqués del Valle, que tiene con él estrecha relación durante su estancia en España, escribe su vida y recibe dinero por hacerlo. En cambio Bernal, soldado que hubiera quedado en el anónimo de no remediarlo él mismo, le tiene enemiga a Cortés porque éste maneja siempre con gran desenvoltura la primera persona del singular, olvidándose de los méritos de sus compañeros, que no eran escasos. Bernal le acusa sin ambages.

Y esto digo que cuando Cortés, a los principios, escribía a Su Majestad, siempre por tinta le salían perlas y oro de la pluma, y todo en su loor, y no de nuestros valerosos soldados. Según entendimos, no hacía en su carta relación de Francisco Hernández de Córdoba, ni de Grijalva, sino de él solo, a quien atribuía el descubrimiento, la honra y loor de todo, y dijo que ahora al presente que aquello estuviera mejor por escribir y no dar relación de ello a Su Majestad, y no faltó quien le dijo que a nuestro rey y señor no se le ha de dejar de decir lo que pasa.
Si Cortés falsea la verdad, según Bernal Díaz, es con miras interesadas, para conseguir mercedes del emperador, sin acordarse para nada de los demás. Cuando estuvo en España, “no curó de demandar cosa ninguna para nosotros que bien nos hiciese, sino solamente para él”. Ésta era acusación muy dura en boca de Bernal, quien no era precisamente un dechado de desinterés y que tampoco tenía escrúpulo en falsear la verdad. De continuo se lamenta por su pobreza y desamparo, en desacuerdo con los datos documentales que poseemos referentes a la última época de su vida, que es cuando extrema las lamentaciones.

Y diré con tristeza de mi corazón, porque me veo pobre y muy viejo, y una hija por casar, y los hijos varones ya grandes y con barbas, y otros por criar, y no puedo ir a Castilla ante Su Majestad para representarle cosas cumplideras a su real servicio, y también para que me haga mercedes, pues se me deben bien debidas.
Si comparamos estas afirmaciones con los resultados que arrojan los documentos aludidos, veremos que hay que andar con sumo tiento con lo que Bernal dice. Tenía la misma codicia desenfrenada de todos sus compañeros, lo cual no disimula, pues da la busca de riquezas como uno de los móviles de la Conquista. “Murieron aquella crudelísima muerte por servir a Dios y a su Majestad, y dar luz a los que estaban en tinieblas, y también por haber riquezas, que todos los hombres comúnmente venimos a buscar.”

Bernal tenía mentalidad de resentido. Reprocha a Cortés siempre el que se haya quedado con la parte del león en el botín de la Conquista. Y tampoco soporta que su nombre no destaque en el relato de la empresa. Como su papel debió ser secundario, tiene que alzar el nivel de todos y rebajar el de Cortés, para ponerse así en primer plano. Porque no sólo era el deseo de riquezas el que movía a Bernal, sino también el de gloria, tan típico entre los hombres de esta época renacentista. Al final de su obra hay un breve diálogo, que no llega a serlo plenamente, con “la buena e ilustre Fama”, en que para nada recata su despecho.

La Fama da grandes voces, y dice que fuera justicia y razón que tuviéramos buenas rentas; y asimismo pregunta que dónde están nuestros palacios y moradas, y qué blasones tenemos en ellas diferenciados en las demás, y si están en ellas esculpidos y puestos por memoria nuestros heroicos hechos y armas.
También pregunta la Fama dónde están las tumbas de los conquistadores, y Bernal le responde:

que son los vientres de los indios, que los comieron las piernas y muslos y brazos y molledos y pies y manos, y lo demás fueron sepultados, y sus vientres echaban a los tigres y sierpes y halcones que en aquel tiempo tenían por grandeza en casas fuertes, y aquéllos fueron sus sepulcros, y allí están sus blasones.
La codicia, el deseo de gloria y el resentimiento se dan la mano en el remate del diálogo.

A esto que he suplicado a la virtuosísima Fama, me responde y dice que lo hará de muy buena voluntad, y dice que se espanta cómo no tenemos los mejores repartimientos de indios de la tierra, pues que la ganamos, y Su Majestad lo manda dar, como lo tiene el marqués Cortés, no se entiende que sea tanto, sino moderadamente.
Si Cortés deja a sus compañeros sin la recompensa merecida, el relato de Gómara les quita hasta la última esperanza de obtenerla, pues pasa por alto sus hazañas. De aquí que Bernal envuelva a los dos en sus reproches. Con frecuencia repite que si Gómara escribió en la forma que lo hizo, ensalzando tan sólo a Cortés y dejando de consignar los hechos de los demás capitanes y soldados es porque “le untaron las manos”, le dieron dinero para ello. Las noticias de Gómara son falsas; pero el falsificador es Cortés. “Y en lo que escribe va muy desatinado, y a lo que he sentido, no tiene él la culpa, sino el que le informó.”

Según Bernal, tanto peca Cortés por falsear la verdad, como Gómara por meterse a relatar lo que no ha visto. Es típico en todas las guerras el desprecio de los conbatientes por la gente de la retaguardia, y la indignación que les produce que hablen de hechos militares sin haber tomado parte en ellos. Bernal, que tenía muy bien puesto su orgullo de soldado, zahiere de continuo a Gómara por este motivo. El “no me extraña que no acierte lo que dice, pues lo sabe por nuevas”, el “no le informaron bien”, contrasta vigorosamente con la precisión de sus propios recuerdos: “Ahora que lo estoy escribiendo se me representa todo delante de mis ojos como si ayer fuera cuando esto pasó”. Un licenciado “que era muy retórico y tal presunción tenía de sí mismo”, a quien Bernal mostró su manuscrito, le reprochó que hablara demasiado de sí. Le replica Bernal que sólo puede hablar de la guerra quien en ella ha estado; “más el que no se halló en la guerra, ni lo vio ni entendió ¿cómo lo puede decir? ¿Habíanlo de hacer las nubes o los pájaros que en el tiempo que andábamos en las batallas iban volando, sino solamente los capitanes y soldados que en ellas se hallaron?”

Esto va contra Gómara. Quien, para mayor desesperación de Bernal, poseía un estilo que da gran realce a su narración. Bernal aparenta no concederle importancia, pero otra le queda dentro. “Y quien viere su historia, lo que dice creerá que es verdad, según lo relata con tanta elocuencia, siendo muy contrario de lo que pasó.” “Y no miren la retórica y ornato, que ya cosa vista es que es más apacible que no está tan grosera.” Que esta modestia de Bernal es falsa, y que no le eran tan indiferentes las galas literarias como él pretendía, se ve en el diálogo aludido con los licenciados, pues éstos le dijeron de su manuscrito “que va según nuestro común hablar de Castilla la Vieja y que en estos tiempos se tiene por más agradable, porque no van razones hermoseadas ni policía dorada, que suelen poner los que han escrito, sino todo a las buenas llanas, y que debajo de esta verdad se encierra todo buen hablar”.

Gómara, que no ha estado en la conquista, Gómara, que posee talento literario, es, para colmo de desdichas, clérigo. Ahora bien, Bernal comparte la ideas del propio Cortés y de tantos otros conquistadores respecto a la actuación de los clérigos en Indias. Todo lo que en él hay de respeto y veneración por los frailes, lo hay de animadversión hacia los clérigos. No precisa espigar demasiado en su libro para encontrar frases como éstas:

He querido traer esto aquí a la memoria para que vean los curiosos lectores, y aun los sacerdotes que tienen cargo de administrar los santos sacramentos y doctrina a los naturales de estas partes, que porque aquel soldado tomó dos gallinas en pueblo de paz, aína le costara la vida, y para que vean ahora ellos de qué manera se han de haber con los indios, y no tomarles sus haciendas… Y tenían los indios estos cumplimientos con los clérigos; mas después que han conocido y visto algunos de ellos, y los demás, sus codicias, y hacen en los pueblos desatinos, pasan por alto, y no los querrían por curas en sus pueblos, sino franciscos o dominicos, y no aprovecha cosa que sobre este caso los pobres indios digan al prelado, que no lo oyen. !Oh, qué había que decir sobre esta materia! Mas quedarse ha en el tintero.
Con este bagaje de fobias que Bernal tiene contra Gómara, no cabe esperar que la sonda de que antes nos habló funcione con precisión. En efecto, la mayoría de sus comentarios tienen carácter de simples exabruptos.

Desde el principio, medio ni cabo no hablan de lo que pasó en la Nueva España; que es todo burla lo que escriben acerca de la Nueva España; en todo escriben muy viciosos. ¿Y para qué yo meto tanto la pluma en contar cada cosa por sí, que es gastar papel y tinta? Yo lo maldigo, puesto que lleve buen estilo; y si todo lo que escribe de otras crónicas de España es de esta manera, yo los maldigo como cosa de patrañas y mentiras, puesto que por más lindo estilo lo diga.
Todo esto nos interesa como índice de un estado de espíritu del que no podemos prescindir para valorar debidamente las críticas propiamente dichas que Bernal hace a Gómara. Mi trabajo no tiene carácter de confrontación exhaustiva, que sería muy conveniente hacer, pero que estaría desplazada aquí. Es una simple llamada de atención

¿Cuales son, concretamente, los reparos que Bernal hace a Gómara en el relato de los hechos? Son muchas las ocasiones en que la observación que suele poner Bernal al concluir sus capítulos, “esto es lo que pasa, y no la relación que sobre ello dieron al cronista Gómara”, “aquí es donde dice el cronista Gómara muchas cosas que no le dieron buena relación”, etc. no se encuentra justificada después de una atenta confrontación de los textos. Véase en ambos autores el relato de los preparativos de Cortés para su empresa, o el del encuentro con Jerónimo de Aguilar, o el de la entrevista con los emisarios de Moctezuma en San Juan de Ulúa. Yo confieso ingenuamente que no encuentro ninguna diferencia esencial que justifique las observaciones y salvedades hechas por Bernal Díaz. Sin duda él, que poseía un gran sentido del detalle, una memoria de fidelidad sorprendente, podría apreciar pequeñas diferencias que se escapan a nuestra atención. Pero su comentario es siempre desproporcionado. Y que no cabe hablar de una gran exactitud en el manejo de la sonda nos lo prueban dos episodios que quiero subrayar. Bernal, en deseo de contradecir a Gómara, no sólo manifiesta discrepar de él al concluir relatos de episodios fundamentalmente idénticos, sino que le hace decir a Gómara cosas que en éste no aparecen por ninguna parte. Así ocurre al hablar de la estancia de los españoles en Cempoal. Dice Bernal Díaz:

Aquí es donde dice el cronista Gómara que estuvo Cortés muchos días en Cempoal, y que se concertó la rebelión y liga contra Moctezuma; no le informaron bien, porque, como he dicho, otro día por la mañana salimos de allí. Y dónde se concertó la rebelión, y por qué causa, adelante lo diré.
Ahora bien, si consultamos el relato de Gómara, veremos que para nada habla de que en Cempoal se formase la liga contra Moctezuma. Lo que dice es que el cacique de Cempoal, “el cacique gordo”, se quejó a Cortés de la tremenda esclavitud a que estaban sometidos —lo mismo que dice Bernal— y que la rebelión y la liga contra el monarca azteca se planearon más tarde en Quiahuiztlán —como dice Bernal también—.

Lo mismo ocurre con el relato de la ocupación de Cingapancinga. Afirma Bernal: “Y esto de Cingapancinga fue la primera entrada que hizo Cortés en la Nueva España, y fue de harto provecho, y no, como dice el cronista Gómara, que matamos y prendimos y asolamos tantos millares de hombres en lo de Cingapancinga”. Veamos lo que dice Gómara y encontraremos que para nada habla de combate, por la sencilla razón de que no lo hubo, pues los naturales no ofrecieron resistencia, y la fuerza de Moctezuma abandonó el lugar. “Y rogó a Cortés [relata Gómara] que no hiciesen mal a los vecinos y que dejasen ir libres, mas sin armas ni banderas, a los soldados que lo guardaban. Fue cosa nueva para los indios.” Las muertes de millares de indios no aparecen por ningún lado, estaban en la cabeza de Bernal, en su deseo frenético de desacreditar a Gómara.

Hasta aquí las críticas de Bernal son injustificadas. Hay otro aspecto en ellas que merece examen más cuidadoso: el referente a lo dicho por Gómara de la actuación de Cortés. En esto se fue, sin duda, la mano a Gómara. Su libro habría salido ganando con llamarse Vida de Hernán Cortés, en lugar de la Conquista de México.2Hay en él una concentración exclusiva de la atención sobre el héroe extremeño, un continuo atribuirle toda clase de hazañas, que pueden justificar la exclamación indignada de Bernal:

Cortés ninguna cosa decía ni hacía sin primero tomar sobre ello muy maduro consejo y acuerdo con nosotros, puesto que el cronista Gómara diga “hizo Cortés esto, fue allá, vino de acullá”, y dice otras tantas cosas que no llevan camino, y aunque Cortés fuera de hierro, según lo cuenta Gómara, en su historia, no podía acudir a todas partes.
Admitamos que tiene Bernal razón en esto, como la tiene en la apreciación de hechos de detalle: que no fue Cortés quien entró en el río de Alvarado, que no fue Cortés, sino Alvarado, quien por primera vez penetró la tierra dentro a poco de desembarcar los españoles, etc. Todo esto está muy bien; pero con lo que ya no podemos estar conformes es con el continuo plural de Bernal Díaz, con el “acordamos”, “ordenamos”, “hicimos”, que reduce a Cortés a simple instrumento en manos de sus capitanes. “Parece ser que a los soldados nos daba Dios gracia y buen consejo para aconsejar que Cortés hiciese las cosas muy bien hechas.” “Y digamos cómo todos a una esforzábamos a Cortés y le dijimos que cuidase su persona, que ya allí estábamos.” Con todo lo unilateral que es la visión de Gómara al prescindir de los compañeros de Cortés, yo la creo menos inverosímil que ésta de Bernal al darnos un Cortés sometido a las opiniones de una camarilla.

Siento no tener datos más precisos sobre la organización de la jerarquía militar en aquella época. Desde luego, entonces no existían los que hoy llamamos Estados Mayores, con su misión especifíca de preparar las decisiones de los jefes. Pero entonces, como hoy y siempre, la decisión, con asesoramiento previo y sin él, era atributo del jefe y no de los subordinados. El propio Bernal se contradice en esto, pues al darnos su semblanza del carácter de Cortés, insiste en que era muy porfiado.

Y era muy porfiado, especial en las cosas de guerras, que por más consejo y palabras que le decíamos en cosas desconsideradas de combates y entradas que nos mandaban dar cuando rodeamos la laguna; y en los peñoles que ahora llaman del Marqués le dijimos que no subiésemos arriba en unas fuerzas y peñoles, sino que le tuviésemos cercado, por causa que de las muchas galgas que desde lo alto de la fortaleza venían desriscando, que nos echaban, porque era imposible defendernos del ímpetu y golpe con que venían y era aventurar a morir todos porque no bastaría esfuerzo, ni consejo, ni cordura; y todavía porfió contra todos nosotros, y hubimos de comenzar a subir, y corrimos mucho peligro, y murieron ocho soldados, y todos los más salimos descalabrados y heridos, sin hacer cosa que de contar sea, hasta que mudamos otro consejo.
Todo esto va dicho contra Cortés, pero se vuelve en contra de la afirmación de que el conquistador era llevado y traído por las opiniones de sus capitanes. La realidad debió ser exactamente la contraria. Lo que pasa es que Cortés era tan hábíl, y tenía tal manera de exponer sus planes a sus hombres, que éstos llegaban a creer que se les habían ocurrido a ellos. Es muy justa la reflexión de Orozco y Bernal al hablar de la prisión de Moctezuma. “El general tenía formado su proyecto, mas, como siempre, aparentaba acomodarse a la opinión ajena, a fin de no ser solo en la responsabilidad, caso de haberla.”

Ésta es la verdad, y Bernal intenta en vano deformarla. Cuando la destrucción de los navíos, el propio Bernal reconoce que la idea salió de Cortés. “Y según entendí, esta plática de dar con los navíos al través, que allí le propusimos, el propio Cortés lo tenía ya concertado, sino quiso que saliese de nosotros, porque si algo le demandesen que pagase los navíos, que era por nuestro consejo, y todos fuésemos en los pagar.” Luego se indigna mucho porque Gómara afirma que el conquistador mantuvo su plan dentro del mayor secreto posible y da a entender que los soldados lo conocían.

Aquí es donde dice el cronista Gómara que cuando Cortés mandó barrenar los navíos que no lo osaba publicar a los soldados que querían ir a México en busca del gran Moctezuma. No pasó como dice, pues ¿de qué condición somos los españoles para no ir adelante y estarnos en parte que no tengamos provecho y guerras?
Muy bien esta apreciación de la bravura —y de la codicia— de los españoles; pero es lástima que Bernal se contradiga una vez más, pues el mencionar las manifestaciones de unos soldados deseosos de que Cortés renuncie a la empresa, les hace decir: “Y que ahora fueran buenos los navíos que dimos con todos al través, o que se quedaran siquiera dos para necesidad, si se ocurriese, y que, sin darles parte de ello ni de cosa ninguna, por consejo de quien no sabe considerar las cosas de fortuna, mandó dar con todos al través”.

Realmente, estas famosas imparcialidad y veracidad acrisoladas de Bernal Díaz embrollan las cosas de modo tremendo. Si los soldados habían sabido que iban a ser destruidos los navíos, ¿a qué se quejan luego de que no se lo habían comunicado? El mentir requiere buena memoria, amigo Bernal. Más valdría que te hubieras limitado decir que Cortés se asesoraba en ocasiones con algunos de sus capitanes, pero sin dar a entender siempre que son ellos y los soldados quienes todo lo deciden, como si Cortés no existiera. La guerra no se decide a base de comités y votaciones, como quiere indicar Bernal al relatarnos la reunión celebrada en Cholula cuando los españoles se creen expuestos a un ataque de los naturales.

Luego aquella noche tomó consejo Cortés de lo que habíamos de hacer, porque tenía muy extremados varones y de buenos consejos; y como en tales casos suele acaecer, unos decían que sería bien torcer el camino e irnos por Guaxocingo; otros decían que procurásemos haber paz por cualquier vía que pudiésemos y que no nos volviésemos a Tlaxcala; otros dimos parecer que si aquellas traiciones dejábamos pasar sin castigo, que en cualquier parte nos tratarían otras peores, y pues que estabamos allí en aquel gran pueblo y había hartos bastimentos, les diésemos guerra, porque más la sentirían en sus casas que no en el campo, y que luego apercibiésemos a los tlaxcaltecas que se hallasen en ello; y a todos pareció bien este postrer acuerdo.
Cortés no abre la boca. Claro que a veces se le escapa a Bernal que es él quien decide en momentos graves, como en la bifurcación de los caminos que conducen a México: “Entonces dijo Cortés que quería ir por el que estaba embarazado”. Pero ésta es la excepción. El Cortés de Bernal es tan opaco como lo son sus compañeros en Gómara; pero si en Gómara hay omisión, en Bernal hay deformación.

Un último ejemplo: el relato de la prisión de Moctezuma, Bernal nos dice en él quiénes componen la camarilla de Cortés, esa camarilla que es órgano consultivo y ejecutivo, sin la que el conquistador no da un paso. Naturalmente que Bernal forma parte del grupo. “Cuatro de nuestros capitanes, juntamente, y doce soldados de quien él se fiaba, y yo era uno de ellos.” Son ellos y no Cortés quienes idean apoderarse de Moctezuma, quienes precisan hasta los menores detalles de la forma en que ha de realizarse la atrevida prisión. Cortés —claro, un hombre tan irresoluto— no ve bien cómo va a ser posible detener a Moctezuma en medio de sus guerreros. “Y replicaron nuestros capitanes, que fue Juan Velázquez de León, y Diego de Ordaz, y Gonzalo de Sandoval, y Pedro de Alvarado, que con decirle que ha de estar preso,que si se altera o diere voces que lo pagará su persona, y que si Cortés no lo quiere hacer luego, que les dé licencia, que ellos lo pondrán por obra.” Creo que no hay mejor comentario a esta desenvoltura de Bernal, que como vamos viendo nada tiene que envidiar a la de Gómara, que aquel párrafo de la segunda carta de relación de Cortés en que alude a la primera, perdida: “Y aún me acuerdo que me ofrecí en cuanto a la demanda deste señor, a mucho más de lo a mí posible, porque certifiqué a V. A. que lo habría preso, o muerto, o súbdito de la corona real de V. M.” Es decir que la idea de la prisión del soberano estaba concebida por Cortés desde que había tenido noticias de su existencia.

Bastará con admitir, de las afirmaciones de Bernal, la existencia de un grupo de capitanes —lo de los soldados ya parece más dificil— con quienes Cortés se asesoraba antes de tomar las decisiones graves; pero sin que este grupo fuera el eje de la conquista, el inspirador y el fortalecedor de Cortés, como Bernal nos dice. De todas maneras, las críticas señaladas no justifican que la obra de Gómara esté sepultada en el descrédito y el olvido. Téngase en cuenta que Bernal no refuta el relato de Gómara en su conjunto más que en los exabruptos mencionados. Deja pasar sin contradicción los hechos esenciales de la Conquista: guerra de Tlaxcala, matanza de Cholula, entrada en México, lucha con Narváez, huida de la capital, cerco y toma de la misma, viaje a las Hibueras. Y que no se me diga que es porque Bernal anuncia su propósito de no volver a mencionar a Gómara poco después de relatar la primera entrada de México: “Y porque ya estoy harto de mirar en lo que el cronista va fuera de lo que pasó lo dejaré decir”. Eso es superior a las fuerzas de Bernal, quien vuelve a la larga contra Gómara siempre que encuentra, o cree encontrar ocasión para ello. Así lo hace, por ejemplo, al comentar el salto de Alvarado: “Digo que en aquel tiempo ningún soldado se paraba a verlo si saltaba poco o mucho, porque harto teníamos que salvar nuestras vidas”.

Antes de terminar, quisiera observar algo que brindo a la atención de algún estudioso pacienzudo. Insístase más en el cotejo de los textos de Bernal y Gómara, y quizá se encuentre que éste le prestó a aquél un precioso servicio, ayudándole a dar forma a su obra, a distribuir los capítulos, etc. Es una simple sugerencia que yo no puedo justificar plenamente; pero creo que Gómara no sólo estimuló a Bernal, sino que lo sirvió de pauta en su relato. Esto ya de por sí sería un mérito para Gómara, autor que merece nuestra atención por muchos conceptos. Edítese y estúdiese en buena hora a Bernal —nadie menos sospechoso que yo para decirlo, pues dediqué cerca de cuatro años a una edición de su crónica que la guerra de España me impidió concluir— pero que no sea el resentimiento quien estimule la pasión por Bernal y el olvido de Gómara. Porque su obra —como la propia de Cortés— podrá discutirse cuanto se quiera, pero nunca ignorarse.

Tiempo, México, junio-julio, 1940

2 comentarios

  • Crow

    Introducción al estudio de Bernal Díaz del Castillo y de su verdadera historia

    Bernal Díaz del Castillo ha llegado a ocupar en nuestros días el puesto que Gómara llenó en el siglo XVI. Es el autor a quien acuden en primer lugar —cuando no exclusivamente— los especialistas y también los profanos que se interesan por la Conquista de la Nueva España.

    La Verdadera historia es reeditada con gran frecuencia. Ha sido traducida, total o parcialmente, al francés, al inglés, al alemán, al danés, al húngaro. Su autor es objeto de un verdadero culto, el libro se ha convertido en piedra de toque para contrastar a todos los autores que tratan de la Conquista.

    Bien es verdad que el interés por Bernal, al hacer que se multipliquen los estudios en torno a su persona y a su libro, tiende a modificar una actitud que hoy está en el ambiente, pero que viene ya de muy atrás, que encontró su manifestación más definida y exaltada hacia comienzos de este siglo, en las páginas con que Genaro García prologó la edición de la Verdadera historia hecha con arreglo al manuscrito que se conserva en Santiago de Guatemala. Compárese esta introducción con la de otro historiador mexicano, Joaquín Ramírez Cabañas, a la edición de 1939, y podrá apreciarse hasta qué punto se ha ganado terreno en una estimación más ponderada, más exacta, del carácter de Bernal y de su obra.

    Nosotros también hemos pasado por el culto frenético de Bernal; también nos hemos indignado con quienes señalaban —no siempre con justicia— los defectos de su libro. Hoy lo vemos con mirada más tranquila, aleccionados por durísima experiencia que algún día ocupará en la historia lugar tal vez más alto que la de los conquistadores de la Nueva España. Por lo mismo que no aceptamos a Bernal incondicionalmente, creemos comprenderlo mejor y admirarlo más.

    La biografía de Bernal parece que es ya conocida de todos. En los últimos años han venido publicándose nuevos datos documentales que completan o rectifican la figura del personaje tal como lo veíamos a través de su crónica; pero esta labor peca —como siempre suele ocurrir— de un exceso de dispersión y de que no se ensamblen debidamente los resultados. Tenemos, pues, que desbrozar el camino fijando algunas fechas que nos son indispensables para conocer la época en que Bernal escribió su libro y la génesis misma de su composición.

    No se conoce con exactitud la fecha del nacimiento de Bernal. Genaro García, en la introducción a su edición de la Verdadera historia, dice que nació en 1492, afirmación que todavía se repite en la edición de Ramírez Cabañas. Genaro García parte de un error: el de creer que Bernal Díaz tenía 24 años “en el tiempo en que se resolvió a venir a la Nueva España”.

    Este error se debe a una interpretación defectuosa del texto de Bernal. El pasaje en que se apoya Genaro García dice así:

    Y Dios ha sido servido de guardarme de muchos peligros de muerte, así en este trabajoso descubrimiento como en las muy sangrientas guerras mexicanas —y doy a Dios muchas gracias y loores por ello— para que diga y declare lo acaecido en las mismas guerras; y, demás de esto, ponderen y piénsenlo bien los curiosos lectores, que siendo yo en aquel tiempo de obra de veinte y cuatro años, y en la isla de Cuba el gobernador de ella, que se decía Diego Velázquez, deudo mío, me prometió que me daría indios de los primeros que vacasen, y no quise aguardar a que me los diesen.
    Pasaje confuso, cosa frecuentísima en Bernal. Genaro García lo interpretó en el sentido de que Bernal afirmaba tener 24 años cuando rechazó la encomienda ofrecida por Diego Velázquez y decidió pasar a la Nueva España. Pero al hacerlo olvida la manera peculiar que Bernal, en su inexperiencia, tiene de escribir; que sus ideas van siempre a la deriva, pasa de unas a otras, las entrecruza, y jamás establece la debida separación. Bernal nos está hablando de “las muy sangrientas guerras mexicanas” y de su propósito de relatar lo acaecido en ellas. Menciona como mérito suyo el haber combatido siendo joven —obra de 24 años— y, para resaltarlo más, añade que al pasar a México había desdeñado los ofrecimientos ventajosos hechos por Diego Velázquez.

    Es decir, que Bernal piensa en sus veinticuatro años asociando la idea con las guerras mexicanas y no con la oferta del gobernador de Cuba que viene a continuación en el texto, aunque había precedido en la realidad. Podemos situar los 24 años de Bernal entre 1519 y 1521, fechas extremas de la campaña de Hernán Cortés, tal vez en 1520, que es cuando las “guerras mexicanas fueron más sangrientas” para los españoles —el desastre de la Noche Triste—.

    Esta indicación, dudosa a primera vista, pero que no lo será tanto para quien esté familiarizado con el estilo de Bernal, indica como fechas entre las que podemos situar su nacimiento las de 1495 y 1497. Vamos a ver que el dato concuerda con otras afirmaciones hechas por nuestro autor en distintos momentos de su vida. En la declaración que presta en la probanza de servicios del adelantado don Pedro de Alvarado ? de junio de 1563— dice tener 67 años (fecha del nacimiento hacia 1495).

    Podemos, pues, afirmar con bastante precisión las fechas de 1495 o 1496 para el nacimiento de Bernal, y descartar en absoluto la fecha de 1492 propuesta por Genaro García.

    Nos queda por desvanecer otro motivo de confusión. Bernal afirma en la primera página de su crónica de la Conquista: “soy viejo de más de ochenta y cuatro años”. Quienes se han ocupado de su biografía tratan de conciliar esta afirmación con la noticia que da en otro lugar, la de que saca su texto en limpio en 1568:

    De quinientos cincuenta soldados que pasamos con Cortés desde la isla de Cuba no somos vivos en toda la Nueva España de todos ellos, hasta este año de mil quinientos setenta y ocho, que estoy trasladando esta mi relación, sino cinco.
    La cosa no resulta fácil, pues de tener Bernal más de 84 años en 1568, habría nacido en 1484 nada menos. Quienes se esfuerzan por compaginar las dos afirmaciones de Bernal incurren en error muy común: el de considerar los lbros como productos en bloque, acabados, tal como se nos presentan ante la vista. El olvidar que tras el producto acabado se esconde un proceso lento de elaboración, con retoques, contradicciones, añadiduras, supresiones. Cuando el autor es poco hábíl literalmente, este proceso queda al descubierto con mayor claridad, sin que consiga unificar debidamente sus materiales. Bernal es un caso típico de lo que venimos diciendo. Su obra es un conglomerado —como lo eran las obras literarias producto de una colectividad— y en él podemos rastrear estratos diferentes. Solamente si partimos del hecho de que Bernal es el autor de un solo libro, trabajo de toda su vida, podremos evitar errores como el que motiva estos comentarios.

    Bernal trabajó largo tiempo en su historia —vamos en seguida a precisar esta información— y es indudable que dejó, como a todos nos ocurre, el prólogo para lo último. No fue capaz de escribirlo a su satisfacción, según él mismo nos dice, y no pasó de una breve nota en donde hace la indicación de que tiene más de 84 años. Esta nota pudo escribirla muy bien hacia 1579 o 1580, en una de las revisiones que hacía de su obra. Téngase en cuenta que la indicación de edad no aparece en el prólogo de la edición de Remón, que es, sin duda, de mano de Bernal. En este prólogo, tal vez el de una copia que envió a España antes de 1579, habla de su propósito de seguir trabajando en el libro: “Tengo que acabar de escribir ciertas cosas que faltan, que aún no se han acabado”.

    Así, pues, hay que desechar la idea de que Bernal tuviera más de 84 años en 1568. Las dos noticias están dadas en momentos diferentes, y a nadie que conozca la mentalidad de Bernal Díaz podrá extrañarle que no se preocupe en poner de acuerdo afirmaciones hechas en momentos distintos de su vida.

    Lo cierto es que la dichosa afirmación del prólogo del borrador de Guatemala es la que más ha pesado sobre el ánimo de quienes han estudiado la obra de Bernal. Se han esforzado por retrasar la fecha de la composición lo más posible, para acercarla al año de 1568 y para justificar que el autor escribía a edad muy avanzada. Como Bernal afirmaba también, al hablar de sus 84 años, que ha perdido “la vista y el oír”, la asociación con Homero resulta tentadora. El anciano conquistador “con el noble deseo de rectificar errores de mal informados cronistas, empuñó la pluma, como antes la espada”, indica González Obregón. “Se consagró a escribir su Historia verdadera cuando frisaba en los setenta y tantos años de edad”, indica Genaro García. “Sabemos que Bernal Díaz del Castillo empezó a escribir su Verdadera historia por el año de 1568”, afirma rotundamente Carlos Pereyra, sin decirnos de dónde sale esta noticia.

    Los datos que hoy poseemos nos permiten rectificar todas estas afirmaciones. Bernal trabajaba en su historia cuando aún no tenía 60 años de edad. Alonso de Zorita, que fue oidor de la Audiencia de los Confines y anduvo por tierras de Guatemala desde la primavera de 1553 a fines de abril de 1557, dice en su Historia de Nueva España:

    Bernaldo Díaz del Castillo, vecino de Guatemala, donde tiene un buen repartimiento, y fue conquistador de aquella tierra, y en Nueva España y en Guacacinalco, me dixo estando yo por oidor de la Real Audiencia de los Confines que reside en la ciudad de Santiago de Guatemala, que escribía la historia de aquella tierra, y me mostró parte de lo que tenía escrito; no sé si la acabó, ni si ha salido a luz.
    Bernal no había terminado su historia cuando Alonso de Zorita era oidor de la Audiencia de los Confines. Encontramos nueva referencia al libro, hecha esta vez por el propio Bernal en 1563 —aún no tenía 70 años—, en la probanza de servicios del adelantado Alvarado a que ya nos hemos referido: “Pasadas muchas cosas que este testigo tiene escritas en un memorial de las guerras, como persona que a todo ello estuvo presente…”

    Aquí Bernal nos habla de su obra como existente ya, aunque no estuviera totalmente concluida. En realidad, no la concluyó nunca. Hay vacilación en Bernal cuando trata de cerrar su libro, como hemos apuntado que la había al iniciarlo, en el prólogo. Tal vez pensó que en un principio que el remate más adecuado era la “Memoria de las batallas y encuentros ” en que se había hallado, que sigue al capítulo CCXII. Con esta memoria termina el texto de Remón y al pie de la misma aparece la firma de Bernal Díaz en el manuscrito de Guatemala; pero luego añadió dos capítulos más, sobre cuya oportunidad no estaba muy seguro, pues al capítulo CCXIV le precede la siguiente nota: “No se escriba esto de abaxo”. Y la indecisión va más lejos, pues al terminar el mismo capítulo anuncia:”Bien es que diga en otro capítulo de los arzobispos y obispos que ha habido”. El capítulo en cuestión no existe, y no parece que el manuscrito de Guatemala esté mutilado. Lo más verosímil es que Bernal no llegara a escribirlo.

    Con lo apuntado basta para darnos idea de lo lento que es el proceso de elaboración de la Verdadera historia, Una primera mención anterior a 1557; otras de 1563 y 1568; la última que podemos situar hacia 1579 o 1580. El libro se entreteje todo a lo largo de la vida de su autor desde el siglo XVI.

    Ha existido otro factor importante en la tendencia a retrasar la fecha de composición de la historia de Bernal Díaz: la asociación inmediata que se establece entre su obra y la Conquista de México, de López de Gómara.

    Bernal Díaz, que vivía tranquilo en su encomienda de Chamula, no pudo ver sin enojo que aquel escritor [Gómara] trataba de engrandecer a Hernán Cortés a costa de todos sus compañeros, atribuyéndole exclusivamente la gloria de la Conquista; de manera que la indignación le hizo autor, Desde entonces comenzó, sin duda, a renovar la memoria y recuerdos de aquellos hechos…
    Esta opinión, expresada hace tiempo por Vedia, sigue flotando hoy en el ambiente. Bien es verdad que ha sido preciso retocarla porque el propio Bernal nos dice que ya trabajaba en su historia cuando llegó a sus manos la de Gómara.

    “Llevaba escrito poco de la Historia verdadera cuando llegaron a sus manos las crónicas compuestas por Paulo Jovio, López de Gómara y Gonzalo de Illescas”, dice Genaro García. Carlos Pereyra precisa más: “Llevaba adelantados cerca de veinte capítulos, y narraba los hechos del viaje que hizo con Juan de Grijalva, cuando cayeron en sus manos tres libros…”
    Estas afirmaciones también necesitan revisión. No podemos saber exactamente en qué fecha, en qué momento de la composición de la Verdadera historia llegaron los libros citados de Bernal. Pero que éste los mencione en el capítulo XVIII de su libro no indica que precisamente entonces llegaran a su conocimiento, ni él dice tal cosa. Indica tan sólo: “Estando escribiendo en esta mi crónica, acaso vi lo que escriben Gómara e Illescas y Jovio en las conquistas de México y la Nueva España”. El lugar de la mención es el más adecuado, pues sigue el relato de la expedición de Juan de Grijalva y precede al de la de Cortés, donde las rectificaciones a dichos cronistas iban a ser más frecuentes; pero el capítulo XVIII puede muy bien haber sido intercalado por Bernal, pues en el manuscrito se alteró la numeración, de modo poco hábíl, dando al capítulo anterior el número XVI, que no le correspondía, sin duda para agregarlo al relato de la expedición de Grijalva y para hacer un hueco a la advertencia sobre los tres cronistas.

    Hay más aún. Quienes piensan que el capítulo XVIII señala el momento en que Bernal tuvo noticia de los otros cronistas, parecen olvidar que ya en el capítulo I advierte: “Hablando aquí en respuesta de lo que han dicho y escrito personas que no lo alcanzaron a saber, ni lo vieron, ni tenían noticia de lo que sobre esta materia hay”. Por si no estuviera bastante clara la alusión a los cronistas que Bernal se propone refutar, la encontramos más explícita en el capítulo XIII, cuando nos habla del oro rescatado por Grijalva en el río de Banderas: “Y esto debe ser lo que dicen los cronistas Gómara, Illescas y Jovio que dieron en Tabasco”. En el capítulo siguiente vuelve a rectificar a Gómara.

    Si Bernal menciona desde el comienzo de su libro a los tres cronistas —también lo hace explícitamente en el prólogo del texto de Remón—, lo que esto nos indica no es que los conociera a poco de comenzar a escribir su historia, sino que la modificó desde el principio después de haberlos leído. No se olvide que ya estaba escrito parte de su libro en 1557, y tal vez terminada una primera redacción en 1563, época en la que mal podía haber visto a los cronistas mencionados —con excepción de Gómara—, pues la primera edición de Gonzalo de Illescas es de 1564 y la traducción castellana de Paulo Jovio es de 1566.

    Habremos, pues, de resignarnos a admitir que la parte jugada por la indignación contra los errores de los cronistas en la génesis de la historia de Bernal no es el germen del libro, como se nos venía diciendo. Hay indignación y hay polémica en Bernal, pero los motivos de esta actitud son otros.

    Nada tan sorprendente a primera vista como la paradoja de que Genaro García, enemigo de los conquistadores, haya hecho una excepción a favor de Bernal, convirtiéndolo en arquetipo de virtudes y trazando de su carácter una semblanza enteramente falsa.

    Así, pues, bastante pobre, si bien querido y considerado, se consagró a escribir su Historia verdadera cuando frisaba en los setenta y tantos años de edad; sin temer a nadie; persuadido de que en el mundo no se registraba hecho más hazañoso que la Conquista, ni existían hombres más heroicos que los conquistadores; conforme con no haber recibido la remuneración que justamente merecía; libre de pesimismo, rencores y remordimientos; perfectamente tranquila su conciencia; con una memoria privilegiada y una inteligencia excepcional en su pleno vigor. Interrumpía de tarde en tarde su trabajo para visitar los pueblos de su encomienda, acompañado a veces de amigos…
    Esta visión idílica, azorinesca, de un Bernal reposado y tranquilo que visita sus indios y acaricia recuerdos, que rompe su quietud con gesto de quijote para volver por la gloria que Gómara pretende arrebatarles a él y a sus compañeros, cae por tierra ante una lectura atenta del libro de Bernal y de los documentos que ahora conocemos relativos a su persona. La edición de Ramírez Cabañas es la que más circula hoy y no hace falta repetir aquí lo dicho en su prólogo sobre el carácter de Bernal y sobre su verdadera situación económica por los años en que compone la crónica de la Conquista. Lo que sí conviene es poner en relación estos nuevos datos con la génesis misma de la Verdadera historia.

    Bernal es hombre bullicioso, insatisfecho, pleitante. No se da nunca por contento con las recompensas que recibe en premio sus servicios. Siempre se manifiesta desazonado, resentido. En 1550 se le concede licencia para que él y dos criados suyos puedan llevar armas ofensivas y defensivas porque “está enemistado en esa tierra [Guatemala] con algunas personas”. Véase el tono de su correspondencia en las dos cartas de 1552 y 1558. Bernal tiene mal genio, es murmurador, está terriblemente pagado por sí mismo. “Bien creo que se tendrá noticia de mí en ese Vuestro Real Consejo de Indias”. le dice al rey en 1552. “Ya creo que V. S. no terná noticia de mí, porque según veo que he escrito tres veces e jamás he habido ninguna respuesta…”, escribe en 1568 al padre Las Casas, en carta donde le pide con gran desparpajo que “cuando escribiese a los reverendos padres de Santo Domingo venga para mí alguna carta o colecta para que sea favorecido”.

    No, no es Bernal el hombre “conforme con no haber recibido la remuneración que justamente merecía” que quiso hacernos ver su editor mexicano. El hombre “libre de pesimismos, rencores y remordimientos”. Es el hombre inmensamente ambicioso, profundamente insatisfecho, el representante genuino de aquella generación turbulenta de conquistadores que cuando dejan de guerrear con los indios dedican el resto de sus vidas a forcejear con la Corona para conseguir mercedes que les permitan vivir sin trabajar.

    Ramírez Cabañas señala certeramente en el prólogo de su edición esta actitud que informa toda la conducta de Bernal. Icaza, en la magistral introducción a sus Conquistadores y pobladores de Nueva España, se refiere de continuo a nuestro autor como a uno de los más destacados portavoces de la insatisfacción, de las quejas continuas de los conquistadores que no creen suficientemente recompensados sus servicios. Carlos Pereyra insiste en la necesidad de precaverse “contra el peligro de la literatura plañidera formada por los memoriales de méritos y servicios de los conquistadores”. Pero ninguno de estos autores destaca con suficiente precisión que este ambiente de insatisfacción, que este resentimiento y esta avidez de los conquistadores, que este formidable y larguísimo pleito que mantienen con la Corona por cuestión de intereses, por repartos de tierras y de indios, forma la base, la raíz de la Verdadera historia de Bernal.

    No todo está perfectamente claro en la vida de Bernal. Si sus méritos fueron tan grandes como él nos lo indica, ¿por qué no obtuvo un puesto más destacado entre los compañeros de Cortés? A no ser por su propio relato, apenas si tendríamos noticia de su participación en la Conquista. En su libro se nos presenta con todas las características del conquistador, bravísimo, ansioso de aventura y riquezas. No obstante cabría decir que Bernal es soldado de ocasión, que la milicia no le atrae de por vida. Apenas cae México, le vemos interesado por obtener su parte de botín, no ya en oro no joyas, sino en tierras y en indios. Consigue de Sandoval una encomienda en Coatzacoalcos, y a partir de este momento se indigna cada vez que Cortés exige su presencia en alguna expedición militar. Siempre se compadece de los soldados que “tenían ya sus casas y reposo” y que se ven lanzados contra su voluntad a nuevas aventuras. Véase como ejemplo su comentario a la expedición a las Hibueras:

    Y en el tiempo que habíamos de reposar de los grandes trabajos y procurar de haber algunos bienes y granjerías, nos manda [Cortés] ir jornada de más de quinientas leguas, y todas las más tierras por donde íbamos de guerra, y dejamos perdido cuanto teníamos.
    Este deseo tan intenso de reposo manifestado cuando Bernal aún no había cumplido los treinta años —la expedición a las Hibueras se inicia en 1524— contrasta bruscamente con el tono empleado al relatar su participación en las campañas de Cortés.

    Y los que andaban en estas pláticas contrarias eran de los que tenían en Cuba haciendas, que yo y otros pobres soldados ofrecido teníamos siempre nuestras ánimas a Dios que las crió, y los cuerpos a heridas y trabajos hasta morir en servicio de Nuestro Señor Dios y de su Majestad.
    Es decir, Bernal nos confiesa ingenuamente que los conquistadores luchaban bien mientras nada tenían que perder; pero en cuanto conseguían algunos bienes de fortuna, costaba muchísimo hacerles participar en nuevas empresas militares. Y así Bernal termina muy joven su vida de soldado. Va con Cortés a las Hibueras a regañadientes, porque no le queda otro remedio; las expediciones en que más tarde toma parte no son de gran peligro, pues él mismo repite en varias ocasiones que los indios de Guatemala “no era gente de guerra, si no de dar voces y gritos y ruido”. No le tienta pasar al Perú, como no le tientan las arriesgadas e infructuosas expediciones que se realizan bajo el gobierno del virrey Mendoza.

    Bernal deja muy joven de ser conquistador para pasar a ser encomendero. Y en esta lucha por las recompensas, no por más sorda menos violenta que la lucha contra los indígenas, consume la mayor parte de su vida. Hace dos viajes a España con este motivo. Da su opinión en la junta celebrada en Valladolid en 1550 acerca del repartimiento perpetuo. Las cartas y documentos que de él nos han llegado tratan exclusivamente de estos temas. No hemos de analizarlos en sus aspectos más definidamente técnicos, jurídicos. Nos basta con subrayar que la idea fija de toda la vida de Bernal es la de haber entrado a formar parte de una nueva aristocracia, la de “los verdaderos conquistadores”, que por sus heroicas hazañas se ha hecho acreedora de todo género de mercedes por parte de la Corona.

    Demás de nuestras antiguas noblezas, con heroicos hechos y grandes hazañas que en las guerras hicimos, peleando de día y de noche, sirviendo a nuestro rey y señor, descubriendo estas tierras y hasta ganar esta Nueva España y gran ciudad de México y otras muchas provincias a nuestra costa, estando tan apartados de Castilla, ni tener otro socorro ninguno, salvo el de Nuestro Señor Jesucristo, que es el socorro y ayuda verdadera, nos ilustramos mucho más que de antes.
    Bernal pone de manifiesto la idea corriente entre los conquistadores de que las guerras con los indios son continuación de las hechas en España contra los infieles —la Reconquista— y pide que quienes en ellas han participado reciban el mismo premio que los guerreros medievales.

    Y también he notado que algunos de aquellos caballeros que entonces subieron a tener títulos de estados y de ilustres no iban a tales guerras, ni entraban en las batallas, sin que primero les pagasen sueldos y salarios, y no enbargante que se los pagaban, les dieron villas, y castillos, y grandes tierras, perpetuos, y privilegios con franquezas, las cuales tienen sus descendientes; y además de esto, cuando el rey don Jaime de Aragón conquistó y ganó de los moros muchas partes de sus reinos, los repartió a los caballeros y soldados que se hallaron en ganarlo, y desde aquellos tiempos tienen sus blasones y son valerosos, y también cuando se ganó Granada…
    Léase con atención la Verdadera historia y se encontrarán a granel pasajes como éste. Todos los conquistadores, tarde o temprano, hubieron de presentar su relación de méritos y servicios, haciéndolo en ocasiones colectivamente y por orden superior, como ocurrió bajo el gobierno del virrey Mendoza. El acierto genial de Bernal Díaz fue que para darnos la relación de sus propios méritos, el “memorial de las guerras”, como hemos visto que la llama, escribió la crónica más completa y mejor de la conquista de la Nueva España. Bernal, que era un ególatra, tenía también muy acusado el sentimiento de grupo, que tanto se desarrolla en las guerras, y de aquí que no concibiera relatar sus hazañas sin encuadrarlas en las de todos sus compañeros, “porque mi intento desde que comencé a hacer mi relación no fue sino para escribir nuestros hechos y hazañas de los que pasamos con Cortés”.

    El germen de la obra de Bernal ha de buscarse, pues, en la lucha por las encomiendas y en las relaciones de los méritos y servicios. Nótese el aire de documento notarial que tiene el comienzo de su crónica:

    Bernal Díaz del Castillo, vecino y regidor de la muy leal ciudad de Santiago de Guatemala, uno de los primeros descubridores de la Nueva España, y sus provincias, y cabo de Honduras, y de cuanto hay en esta tierra… natural de la noble e insigne villa de Medina del Campo, hijo de Francisco Díaz del Castillo, regidor que fue de ella, que por otro nombre llamaban el Galán, que haya santa gloria…
    Los últimos capítulos se dedican a la enumeración de todos los conquistadores que pasaron con Cortés y de los méritos de cada uno. Una de las redacciones —la utilizada por Remón— concluía con la memoria de las batallas y encuentros en que Bernal había tomado parte.

    La Verdadera historia fue creciendo desmesuradamente porque Bernal no era capaz de seleccionar entre sus recuerdos, y puesto a relatar la conquista tuvo que decirlo todo. Así hubo de alcanzar mayores vuelos la que en un principio fuera simple relación de méritos y servicios. Sabemos que Bernal mostraba lo que iba escribiendo a personas que creía competentes para juzgarlo —el oidor Alonso de Zorita, los licenciados que menciona en el capítulo CCXII— quienes, sin duda, le estimularon en su labor. La lectura de Gómara hizo el resto, y también pudo ayudarle para dar forma definitiva a su crónica.

    Así, pues, fueron los intereses y los pleitos del Bernal Díaz encomendero los que dieron origen en su forma primera al relato estupendo de las hazañas del Bernal Díaz conquistador de sus compañeros. De haber sido Bernal un hombre más modesto, capaz de adaptarse mejor a las nuevas condiciones de trabajo que exigía la Colonia, no hubiera defendido tan testarudamente los derechos de “los verdaderos conquistadores” y no tendríamos hoy su Verdadera historia.

    En la gigantesca polémica que originó el descubrimiento y conquista de las Indias, la obra histórica de Bernal ocupa el polo opuesto a la de Las Casas. Defensa de los derechos del indio en éste, defensa de los derechos del conquistador en aquél.

    Es paradoja curiosísima que contraposición tan clara no haya sido establecida hasta ahora con precisión. Ello se debe a que el libro de Bernal pasó a ocupar un primer plano como arma preferida en el ataque contra Gómara y, sobre todo, contra Hernán Cortés. El no haber penetrado bien en la génesis de la Verdadera historia ha hecho de los partidarios incondicionales de Las Casas partidarios incondicionales de Bernal Díaz. Lo cual, sin duda, a ellos les hubiera extrañado muchísimo.

    Filosofía y Letras, México, enero-marzo, 1941.

  • Crow

    La “Historia verdadera” de Bernal Díaz del Castillo

    La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es uno de los libros más notables de la literatura universal. Testimonio de valor único, por su amplitud y precisión, sobre los hechos de la Conquista, añade a su valor histórico la extraordinaria fuerza del relato, el vigor que irradian sus páginas, que nos acercan, como pocos autores han sabido hacerlo, a los hechos que narran.

    Es una soberbia epopeya en prosa, un relato de empresas sobrehumanas, cuyo mérito máximo estriba en la sencillez misma con que su autor las cuenta. Pocas experiencias hay en la historia de la humanidad tan notables como la llegada de los españoles de Cortés a la capital azteca. Hasta entonces, hasta 1519, no se realiza el sueño de los descubridores. Ciudades inmensas, riquezas fabulosas, vastos imperios. Lo que le había sido negado a Colón y a sus acompañantes, ávidos buscadores de los tesoros de Oriente, que no ocultan su decepción ante la vida rudimentaria de los habitantes de las islas, se les otorga a Cortés y a sus hombres.

    “No sé cómo lo cuente, ver cosas nunca oídas, ni vistas, ni aún soñadas, como veíamos”, escribe Bernal. Y sí sabe contarlo. Tiene el don único de saber narrar, de tener una memoria vital tan rica, que evoca sin esfuerzo recuerdos lejanos y les da animación insuperable con la pluma. Su obra es la base de casi todo lo que sabemos de la Conquista. Elogiándole o denigrándole, todos los autores que vinieron tras él se han servido de aquélla para elaborar sus propios relatos.

    Las ediciones de la obra se han sucedido sin interrupción. Ha sido traducida, totalmente o en selecciones, al francés, inglés, alemán, húngaro, danés… Y ahora le ofrecemos de nuevo al público de habla española, aligerada y modernizada, para que el acercamiento sea más fácil, para que el goce sea más directo.

    Hemos retocado el texto lo indispensable para que Bernal nos hable como lo haría hoy si estuviera entre nosotros. Porque su libro tiene en alto grado el rasgo distintivo de las epopeyas primitivas, que se componían para ser recitadas, no para la lectura.

    Son certeras las palabras del ilustre historiador mexicano Luis González Obregón, autor de un bello estudio sobre Bernal Díaz.

    Abiertas las páginas de la Historia verdadera —nos dice—, no se leen, se escuchan. Antójase que el autor está cerca de nosotros, que ha venido a relatarnos lo que vio y lo que hizo; y su mismo estilo burdo semeja al de un veterano, a quien perdonamos las incorrecciones de lenguaje para sólo oírle los sucesos llenos de interés en que ha sido testigo y actor.
    El libro, como todas las grandes obras maestras, es tan rico de contenido y tan fértil en sugestiones, que sólo señalaremos aquí a grandes rasgos algunas de las características de él y de su autor, que esperamos sirvan para una mejor comprensión del texto.

    Si en algún caso resulta arbitraria la distinción usual entre el autor y su obra, es en el caso de Bernal Díaz del Castillo. Autor y libro son inseparables.

    La vida de Bernal es esencialmente lo que en el libro se narra. Los datos que acerca de él poseemos se encuentran casi todos en su historia, con la excepción de algunos documentos sueltos, que nada modifican.

    Nace Bernal Díaz hacia 1495 o 1496 en Medina del Campo, ciudad castellana, famosa por sus ferias. De familia modesta, escasa de recursos, se le ofrece en sus años mozos la gran aventura de aquella generación: el viaje a las Indias recién descubiertas.

    Viene Bernal a tierras de América en 1514, con la expedición de Pedrarias Dávila. Toma parte en los viajes de descubrimiento de Hernández de Córdoba y Juan Grijalva. Luego sigue a Hernando Cortés en su conquista a la Nueva España.

    No vale la pena trazar en detalle sus pasos. Nadie mejor que él es capaz de hacerlo. Por eso hemos de limitarnos a algunas observaciones sobre su cáracter.

    Bernal Díaz es hombre de condición humilde, cuya vida hubiera sido oscura de no presentársele la gran peripecia de la conquista de un mundo nuevo. Es la persona que se siente llamada a escribir por el volumen de los hechos en que ha participado. Todos hemos llevado un diario en nuestra juventud, cuando creíamos sinceramente que nuestra experiencia tenía valor único y excepcional, cuando descubríamos nuestro propio mundo. Raros son los diarios de este tipo que, releídos más tarde, no van a parar al cesto de los papeles.

    Pero Bernal ha tenido la rara oportunidad de descubrir un mundo auténtico y de sentirse con fuerzas para narrar la hazaña. Lo más extraordinario es que, siendo hombre de escasa cultura libresca, no tiene —afortunadamente— modelos literarios que imitar y se hunde de lleno en el relato de los hechos en que ha tomado parte. Lo que constituye para nosotros el mayor encanto de su libro es que sea totalmente incapaz de selección, de distinguir entre lo esencial y lo que no lo es, y así lo cuenta todo, absolutamente todo, dándonos en su historia esa riqueza de vida auténtica que nos hace asistir con él a la marcha del puñado de hombres que conquista las tierras mexicanas.

    Bernal no escribe por el placer de escribir. Nada de eso, se da bien cuenta de su falta de cultura, que incluso le preocupa demasiado, pues nada precisaba aprender hombre tan magníficamente dotado como él para la observación y la narración de los hechos. Tiene que vencer un esfuerzo, una repugnancia para tomar la pluma. ¿Por qué escribe su historia?

    Bernal y los demás españoles que llevan a cabo la Conquista pasan a América “por servir a Dios y a Su Majestad, y dar luz a los que estaban en tinieblas, y también por haber riquezas, que todos los hombres comúnmente veníamos a buscar”. Servir a Dios era aumentar la cristianidad y ayudar a la conversión de los infieles idólatras. Servir a su Majestad era procurar que se acrecentaran sus dominios y se enriquecieran las arcas reales. Ésta era una base firme como la roca, pues nunca habrán estado los sentimientos católicos y monárquicos tan arraigados como en las mentes españolas del siglo XVI.

    Pero ¿y la obtención de las riquezas? Aquí sí que había libre campo para la iniciativa individual y para las pugnas de toda índole. La avidez de riquezas, que dio lugar a los episodios más deplorables de la Conquista, a todo género de crueldades y malos tratos con los naturales, esa avidez que hacía creer a un soldado que las paredes bien blanqueadas de un poblado indígena eran de plata, tiene un representante típico en Bernal.

    Si en el ejército de Cortés hay divisiones, no deja de decirnos que las motiva la situación económica de los soldados. Quienes tenían en Cuba tierras, minas o indios, querían volverse. Quienes nada poseían, querían seguir adelante, para buscar la vida y su ventura. Se jugaban las vidas en un trágico juego de azar del que esperaban obtener de golpe la riqueza, para ellos y sus descendientes, la riqueza que les librara del trabajo, entonces considerado denigrante.

    De aquí que ocupen tanto espacio, en el libro de Bernal, los pleitos sobre el reparto de indios y de metales preciosos, que veamos a Cortés resolviendo las dificultades de gobierno a fuerza de sobornos —con los hombres de Pánfilo de Narváez, con Andrés de Tapia, con sus propios compañeros—.

    De aquí la manera que tiene Bernal de enjuiciar a los principales personajes del drama, según que fueran más o menos “francos”, más o menos dadivosos. Moctezuma le deslumbra por su esplendidez, y se aprovecha de ella para pedirle mantas y una india. La muerte de Cuauhtémoc le apena porque, en el terrible viaje a las Hibueras, le había prestado indios que le buscaran hierba para su caballo. Los grotescos magistrados de la Primera Audiencia encuentran disculpa ante sus ojos porque eran muy buenos con los conquistadores, es decir, porque les daban indios en cantidad, para lo cual herraron a tantos por esclavos que el mismo Bernal confiesa que la tierra estuvo a punto de desplomarse.

    ¿Y Cortés? según Bernal, no es generoso con sus compañeros. Siempre toma del botín la parte del león. Por eso Bernal tiene hacía él la actitud del criado viejo, que no podría vivir sin su señor, pero al que no pierde ocasión de censurar. Obsérvese en las páginas del libro la admiración que Bernal siente por su jefe, cómo habla de sus virtudes militares, su valor, su tenacidad, el ser siempre el primero en los trabajos y peligros; pero no se porta bien con sus compañeros. Quiere arrebatarles su parte de gloria y su parte de botín. Bernal mira de reojo a Cortés y a todos los que van a España en busca de mercedes, y siempre se considera postergado, aunque su situación no sea precaria, ni mucho menos.

    Él, que tanto había reprochado al grupo partidario de volverse a Cuba, una vez conquistado México no tiene más ambición que la de obtener buenas encomiendas, alardeando de formar parte de los conquistadores primitivos, y reniega cada vez que se le ordena participar en nuevas empresas, como ocurre cuando el viaje a las Hibueras.

    En Bernal hay un enigma. ¿Por qué no consiguió ascender más en la jerarquía militar? El título de capitán se lo concede a sí mismo graciosamente, y por todo su relato vemos que no pasó de soldado de a pie, al que ocasionalmente se le dio el mando de grupos de soldados que no tenían misión mayor que la de buscar comida o encontrar un camino en la selva tropical.

    ¿Que pasa con él? Sin duda tenía más cultura y más inteligencia que la mayoría de sus compañeros. Y si no fuera por su libro, nada sabríamos de su persona. !Qué diferencia, no ya de un Cortés, sino de un Sandoval, un Alvarado, un Olid, un Andrés de Tapia y de tantos otros! Bien vemos por su relato, en especial en el caso de Sandoval, que partían de la nada, y que su encumbramiento era hijo de sus obras. ¿Habría en Bernal algo que lo incapacitara para mandar y que no conozcamos? ¿Quiso alcanzar con la pluma el puesto destacado que no logró con la espada?

    Su deseo de gloria y de inmortalidad iguala casi a su ansia de riquezas. No pierde ocasión de situarse en primer plano en su relato, en momentos en que no hay la menor duda de que miente. Véase lo que dice del desastre de la calzada, cuando los mexicanos arrojaban a los distintos reales las cabezas de los españoles muertos y Bernal hace figurar la suya entre las que los aztecas identifican. Cuando el licenciado Luis Ponce de León interroga a Cortés sobre su conducta, no se olvida de preguntar por Bernal Díaz.

    Esta ambición de notoriedad de Bernal, este deseo de gloria y riquezas, este sentirse de continuo postergado e insatisfecho, es lo que mueve su pluma. Su libro es una desmesurada relación de méritos y servicios, un memorial de las batallas en que se ha hallado, según él le llama. Y para destacar su personalidad tiene que elevar de nivel la de todos sus compañeros. Cortés se nos aparece en sus páginas como la criatura de una camarilla, que le lleva y le trae y le hace tomar decisiones contra su voluntad.

    Contra esta actitud ha de precaverse el lector que no esté versado en la historia de la Conquista. La parte de Cortés en la empresa es muy superior a la que Bernal le reconoce. Su mayor mérito es el haber bregado con la banda de aventureros que le seguía, de miras mucho más limitadas que las suyas, y haberlos conducido a la victoria; el querer superar siempre su propia marca, y, conquistado México, lanzarse a nuevas expediciones,como la de las Hibueras y la de California; pero la gloria tiene su precio. Y hasta la energía de Cortés se derrumba después de la expedición a Honduras, en que presenta todos los síntomas de lo que hoy llamamos el breakdown nervioso —pérdida de peso, insomnio, angustia y, sobre todo, un miedo y una repugnancia terribles a volver a su ambiente habitual, a reingresar en su propia vida, su oposición desesperada a volver a la Nueva España—.

    Fuera de este momento de desánimo, la entereza de Cortés, su rango superior, su papel señero en la empresa, campean en las páginas de Bernal, a despecho de las censuras que le dirige. Sus compañeros eran hombres de excepción, si se quiere, pero lo eran gracias a él. !Qué triste espectáculo da el México conquistado cuando Cortés desaparece de la escena o cuando se le restan poderes desde España! !Qué inmenso es su ascendiente sobre sus compañeros y sobre los indios!

    Sobre los indios de preferencia. Desde un principio Cortés sabe imponerse a ellos en la paz y en la guerra, con aquel instinto seguro que le hacía aceptar lo más extraordinario como cosa común y corriente. Utiliza las profecías existentes entre los indígenas: la llegada de Oriente de seres superiores que habían de subyugarlos. Extrema la justicia en sus tratos con ellos, hasta el punto de que a él acuden siempre, y que su gran prestigio es visto con desconfianza desde España y constituye uno de los motivos de su rutina.

    Los indios no son para Bernal un objeto de curiosidad, como lo serían para un moderno. Son un objeto de salvación. Hay que sacarlos de la idolatría y los vicios en que viven sumidos, esclavos del dominio, para levantarlos al plano superior de la religión y la ética cristianas. Bernal, buen soldado, sabe apreciar la lealtad de los de Tlaxcala, el tesón magnífico de los defensores de Tenochtitlán. “No se ha hallado generación en muchos tiempos que tanto sufriese la hambre y sed y continuas guerras como ésta.”

    No es la nota heroica la única que se oye en las páginas de Bernal. Sabe manejar la ironía y la burla con enorme soltura. Sus blancos predilectos son los soldados que pasan a la Nueva España después de Cortés y sus compañeros. Son cobardes e ineptos, no saben combatir con los indios. Modelo de ironía y de gracia es el relato de las expediciones de Rodrigo de Rangel.

    Los méritos que podríamos llamar literarios —para entendernos de algún modo— no son los únicos del libro. Su valor histórico es muy grande. No se tiene hoy ya a Bernal por autor de veracidad indiscutible, pero sí mantiene su rango de hombre sincero y deseoso de decir la verdad. Además, su ingenuidad permite señalar muy bien cuándo deforma algún hecho.

    Para él, la historia es el testimonio de las acciones que se han visto y en las que uno ha participado. No los pájaros ni las nubes, dice, sino los soldados que han tomado parte en las batallas, son los llamados a relatarlas. El cuerpo de su historia está formado por su experiencia personal y tiene siempre cuidado escrupuloso en indicar de dónde ha tomado sus datos cuando él no se encontró presente. Esto lo vi en una carta. Aquello me lo dijo un soldado. En esta precisión es muy superior a la mayoría de sus contemporáneos.

    Bernal debió trabajar largo tiempo en su libro. Testimonios anteriores a 1557 nos indican que lo tenía empezado. En 1563 lo daba por concluido ya. En 1568 lo pone en limpio. En realidad, no lo concluyó nunca. No veía de un modo claro la manera de darle fin.

    Una copia que había remitido a España antes de 1579 fue utilizada por un fraile mercedario, el padre Alonso Remón, para su edición de la Verdadera historia, publicada en 1632 —Bernal ya había muerto en 1584, según los datos más recientes, sin ver impreso su libro—.

    La edición de Remón ha sido censurada con exceso. Salvo algunos añadidos, con los que quiso aumentar la gloria del padre Olmedo, mercedario que forma parte de la expedición de Cortés, el texto es perfectamente fiel, con leves retoques al borrador de Bernal, que hoy conocemos.

    Este borrador, que se conserva en Santiago de Guatemala, donde Bernal murió, es el que ha servido de base para todas las ediciones recientes, hechas según la publicada por Genaro García en 1904.

    Hemos tenido a la vista las dos ediciones —Remón y G. García—, junto con la preparada por nosotros en Madrid, que la guerra de España dejó sin concluir en 1936.

    El texto que damos está modernizado en forma indispensable para que lo comprenda el lector de hoy. Puede decirse, sin exagerar mucho, que el texto primitivo de Bernal forma un solo párrafo. No sabía puntuar y escribe de un tirón. Nada hemos alterado en el texto, salvo la ortografía. Lo hemos aligerado un tanto, porque Bernal es muy redundante y se repite más de la cuenta. Esto ha hecho necesario alterar la numeración de los capítulos. Pero que esté tranquilo el lector. Tal como le ofrecemos la obra, forma un cuerpo coherente en el que nada se ha suprimido que sea esencial y sí bastantes cosas prolijas y enojosas.

    Hemos puesto al pie de las páginas las notas que nos parecieron indispensables para una mejor comprensión del libro. Las más de las veces para explicar vocablos anticuados. No es tarea fácil anotar un texto. El lector encontrará que las notas abundan más al principio. Ello se debe, en parte, a que la materia mejor estudiada hasta hoy es la conquista propiamente dicha, hasta la caída de la capital azteca. Queda todavía mucho por hacer en el estudio de la historia de nuestro país.

    Prólogo a la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, por Bernal Díaz del Castillo. Edición modernizada. México, Nuevo Mundo, 1943