La ciudad de los juguetes

De: Alias de MSNMINERO16 (Mensaje original) Enviado: 04/01/2004 16:20
Erase una vez una ciudad de un país perteneciente a un mundo imaginario.

En esta ciudad vivían solo personas adultas y de todas las clases sociales, su vida transcurría como en cualquier ciudad de ese mundo.

Una mañana por la fatalidad del azar se produjo una gran explosión en una central nuclear, de la cual emanó una gran nube de gas tóxico, que ensombreció la ciudad. Todas las personas de dicha ciudad calló desplomada sin consciencia en cuestión de minutos.

Cuando las autoridades de la ciudad más próxima se percataron de los hechos, comunicaron al presidente del país lo sucedido.

El Presidente de la nación al enterarse de lo sucedido, ordenó automáticamente aislar la ciudad.

Nadie podía salir ni entrar en dicha ciudad. Pasaron dos días y aquellas personas permanecían

Todavía tumbados por todos lados, calles, jardines, campos, etc. … pero al tercer día, las personas empezaron a recobrar la consciencia, se levantaron del suelo y se pusieron a caminar como si nada hubiera pasado.

El presidente había mandado a unos observadores para que le tuvieran constantemente informado.

Aquellos observadores se quedaron atónitos cuando vieron que todas aquellas personas se levantaban como si nada hubiera pasado, pero más sorprendidos se quedaron cuando observaron que actuaban de forma extraña.

Se apresuraron a informar al Presidente, el cual ordenó inmediatamente incomunicar dicha ciudad y ordenó a los observadores que siguieran vigilando.

Aquellos observadores estuvieron durante mucho tiempo intentando averiguar cual era el motivo del cambio de las personalidades de aquellos ciudadanos, y como no podían entrar en aquella ciudad, todo lo tenían que observar desde grandes distancias, y era muy difícil saber que ocurría realmente. Pasó mas tiempo y ya se dieron cuenta que aquellas personas actuaban como niños, aunque tuvieran cuerpos de adultos.

Esa ciudad cambió como de la noche a la mañana, pues todas esas personas al tener mente de niño y actuar como tales, solo pensaban en estar todo el día jugando.

Aquellas personas, al convertirse su mente en niño, actuaban tal y como eran de adulto, pero desde la perspectiva de niño, quiere decirse que aquella persona que era de buen corazón de adulto, ahora también lo era de niño, y el que actuaba de mala fe de adulto, ahora también lo era de niño. El Presidente de la nación ordenó a los observadores que no actuarán hasta nueva orden, que solo se limitaran a tenerle informado, pues no se podía hacer nada y habría que esperar a ver si recobraban la memoria por ellos mismos.

Aquella ciudad se transformó como en un gran recreo, cada persona tenia muchos juguetes, pues no dejaban de fabricarlos y se pasaban todo el día jugando.

Pasado mucho tiempo, aquel gas tóxico empezó a remitir y algunas personas se encontraban diferentes, aunque tenían muchos juguetes, ellos se notaban distintos a los otros niños.

Empezaron a no querer participar en tantos juegos como los otros niños.

Aquellos niños que sí estaban inmersos en todos los juegos, miraban con recelo a estos otros niños y los tomaban por locos.

Empezó a haber muchos de estos niños que sentían que algo pasaba, y como no se encontraban en armonía con los demás niños, empezaron a unirse entre ellos.

Cargados de juguetes hasta los dientes, estos niños se reunían e intentaban averiguar porque se sentían diferentes a los otros niños.

Cada uno de ellos aportaba algunas ideas o corazonadas, pero se dejaban llevar por el niño mas fuerte o más osado, porque como no recordaban nada, se dejaban llevar y así no tenían que esforzares en pensar, y cuando terminaba la reunión salían todos corriendo a jugar con sus respectivos juguetes.

Aquellos cabecillas de grupo empezarón a decir a los niños de su grupo, que el problema estaba en que ellos tenían muchos juguetes y además no son los correctos, pues son juguetes muy infantiles y hay que usar los que él usa, pues son los correctos.

Y esto ocurría en todos los grupos de niños que se reunían para averiguar que pasaba.

Muchos niños dejaron sus juguetes y cogieron los que le indicaba el cabecilla, pero lo que ocurría es que los juguetes que ofrecían los cabecillas no se parecian en nada, pues cada cabecilla tenia un juguete distinto a los otros cabecillas.

Todos los niños que estaban de acuerdo con el cabecilla, cambiaron sus juguetes y se quedaron con él, pero aquellos que aun cambiando sus juguetes no encontraron respuesta a su inquietud, decidieron dejar el grupo y al cabecilla para buscar ellos mismos sus juguetes.

Así pues cada uno de estos niños empezó a fabricar sus juguetes sin ayuda de nadie y a su medida y entonces se empezaron a encontrar mejor.

Estos niños jugaban solos y con sus juguetes echo a su medida, pero empezaron a encontrase unos con otros en la calle y al observarse sus juguetes, pues eran distintos a los ya conocidos y que tenían todo el mundo, le preguntaba uno al otro, ¿ oye que juguete más bonito tienes, quien te lo ha hecho?

Yo mismo me lo he hecho.

¡ No me digas! Entonces tú eres como yo, que también me he fabricado el mío.

Entonces aquellos dos niños se dieron cuenta que podría haber mas niños que se fabricaran ellos mismos los juguetes, sin tener que depender de los cabecillas.

Entonces se fueron encontrando a muchos mas niños que se fabricaron sus juguetes, y decidieron reunirse para intercambiar sus juguetes y sobre todo dijeron que no habría cabecillas y que nadie se metiera con el juguete del otro.

Aquellos niños, aunque cada uno tenia su juguete echo a su medida y les ayudaba a ser más felices, todavía no se encontraban bien, pues en su interior sabían que algo pasaba en sus mentes, pues se estaban dando cuenta que entre su cuerpo y su mente había algo raro, pero de momento no intuían nada, el único logro que se había alcanzado es que los juguetes que se habían fabricado eran menos infantiles y un poco mas sofisticado de los que usaban los demás niños.

Todos aquellos que ya se podrían llamar adultos niños, quedaron de acuerdo en que harían todo lo posible en averiguar todos juntos, qué es lo que estaba pasando, y como no había ningún cabecilla,

decidieron llamar a las reuniones: “ Reuniones LA AUTO ENSEÑANZA “.

Aquella reunión de niños llamada la Auto enseñanza, era distinta a las clásicas, porque se intercambiaban los juguetes y se procuraba no decir mucho del juguete del otro, aunque a veces se ocasionaba alguna discusión que otra, pero no pasaba a mayores.

Pasado un largo periodo de tiempo, el Presidente de la nación mandó llamar a los observadores para que le tuvieran informado, pues los observadores ya habían montado un sistema de observación muy sofisticado y estaban al corriente de todo lo que estaba ocurriendo en la ciudad.

Aquellos hombres le informaron al Presidente de que en la ciudad, aunque ya había muchos niños que se preguntaban que algo raro estaba pasando, habían muchos mas que no habían progresado nada y que el gas era mas fuerte de lo que pensaban.

Los observadores le dijeron al Presidente:

Hemos encontrado muchos grupos de niños que ya no juegan con juguetes infantiles y están dándose cuenta que les pasa algo, pero cuando terminan de investigar, toman sus juguetes y se ponen a jugar, lo que da a entender, que esto va para largo, Señor Presidente.

En estos grupos hay cabecillas que intentan ayudar a los niños que sienten que les pasa algo, pero estos niños se dejan llevar por los cabecillas, y no piensan por si solos y no llevan la iniciativa de averiguar que les pasa y esto atrasará mucho su recuerdo, pues se conforman con el juguete que les dio el cabecilla.

Pero hay una pequeña esperanza, Señor Presidente.

Hay unas reuniones de adultos niños, que se sale de lo normal y a las que las llaman; las reuniones de la Auto enseñanza, pues ellos piensan por si solos y no admiten a ningún cabecilla, pero si no los ayudamos desde aquí, no podrán ellos solos.

¿Tieneis algún plan?

No, Señor Presidente.

Bueno, dejarme pensar un momento.

¡Ya lo tengo! protegeros bien y tened cuidado con el gas, entrar por las noches, coger algún miembro de ese grupo, enseñarle esta ciudad e id diciéndole lo que ha pasado y acedle ver que ningunos de ellos son niños, que son todos personas adultas, y la mayoría, con una gran preparación, pues todos ellos mantenían esa gran ciudad y lo hacían bastante bien, pues hasta tenían una central nuclear.

Luego por las mañanas devolverle a su casa, y observarle, para ver lo que va ocurriendo, pues lo más normal es que a lo primero no recuerde nada por la mañana de lo que vio por la noche aquí, pero con el tiempo, observar si va recordando, si se lo comunica a los demás, y sobre todo, observar como lo hace, y procurar que no se vuelva un cabecilla.

Muy bien Señor presidente, ¿pero a quien escogemos?

Para mí todos son iguales, son personas adultas, que por fatalidad del azar han perdido la memoria de quienes eran y momentáneamente tienen mentes de niño, pero si puedes elegir, escoge aquel que no tenga ganas de ser cabecilla.

Los observadores escogieron a uno de dicha reunión, llamado Pedro y por las noches le llevaban a la otra ciudad y le iban enseñando y diciendo cuanto debía saber y sobre todo recordar, y luego lo depositaban en su cama tras sedarle durante el viaje de regreso.

Pedro, cuando se levantaba por las mañanas se sentía raro, pues empezaba a recordar algo de lo que pasaba por las noches, pero en todo momento él creía que eran sueños.

Pedro no entendía nada de lo que le pasaba, y cuando se reunía con los demás niños de la reunión, intentaba explicar lo que le pasaba en los supuestos sueños e intentaba explicar que en sus sueños veía una ciudad en que todo el mundo eran personas adultas, y que le decían que nosotros también éramos personas adultas, pero que no lo sabíamos porque ocurrió una catástrofe y no tenemos consciencia de ellos, y que también le contaron que para volver a ser lo que éramos habría que dejar todos los juguetes que teníamos, pues esos juguetes nos tendría atrapada la mente de niño y no dejaría que volviera la mente de adulto que supuestamente teníamos.

Pero Pedro, él mismo no creía lo que contaba, pues él no podía demostrar nada de lo que le estaba ocurriendo, mas si él dudaba de sus supuestos sueños, no digamos nada de los que le oían.

Aquellos observadores seguían llevándose todas las noches a Pedro y seguían explicándole y enseñándole todo lo que tenia que saber, y a su vez Pedro comunicaba algunas cosas a los otros niños y otras no, porque él ya empezaba a sentirse un poco menos niño y los otros niños estaban ya cansado de oír sus supuestos sueños.

Pasado un tiempo, el Presidente mandó llamar a los observadores y les preguntó como iba el asunto de Pedro; a lo que estos le respondieron;

Tenemos un pequeño problema, Señor Presidente, a pesar de todo lo que le estamos enseñando y diciendo, Pedro no cree nada, pues él cree que es su mente la que le esta jugando una mala pasada, y si él no se cree a sí mismo, como va poder hablar con convicción a los demás.

Creo que el plan a fracasado, Señor Presidente, pues con estos adultos con mente de niño no se puede hacer nada.

No desesperéis, no podemos dejar que todas las personas de esa ciudad se queden con la mente de niño.

Mirad, vamos a preparar otro plan, coger a Pedro y meterle caña, os explicaré. Cuando le traigáis esta noche, aparte de seguir con el proceso al que le estáis sometiendo, intentar limpiar su cuerpo del gas tóxico y además insertarle un chip en el cerebro, y acedlo con los mas sofisticados elementos que tengamos, de manera que hablemos con él, sin que se de cuenta, y entonces, aparte de toda la información que le estáis dando durante la noche, dársela también durante el día a través del chip implantado en el cerebro, y así podrá ser mas consciente de la información que está recibiendo, pues esa información actuará subliminalmente, y a ver si despierta ya de una vez y podemos contar con él.

Durante el tiempo que estuvieron haciendo eso con Pedro, este cada día iba recordando más y más y ya iba dejando sus juguetes y se sentía cada vez mas adulto.

Cuando iba a las reuniones de la Auto enseñanza, ya veía las cosas desde otro punto de vista.

Un buen día por fin ya recordó lo que sucedió, y se dio cuenta que ya no pensaba como niño, y a partir de ese momento todo lo que veía y escuchaba, lo hacía desde la consciencia de adulto.

Entonces, como ya tenia consciencia de adulto, quiso comunicarseló a los demás niños, y entusiasmado les dijo:

Escucharme; he descubierto que nosotros no somos lo que creemos ser, nosotros somos adultos y por una extraña circunstancia creemos que somos niños.

Debemos de procurar dejar los juguetes que nos hemos fabricados y intentar no jugar con ellos, pues mientras juguemos, nuestra mente estará atrapada con ellos, y no podremos recordar que somos adultos.

Pedro intentó contar todo lo que recordaba, pero los niños no entendían mucho lo que les quería decir Pedro y lo miraban con extrañeza.

Pasado el tiempo, Pedro seguía intentando explicar a los niños todo lo que él recordaba, pero los niños ya estaban aburridos de escucharle, entonces Pedro se dio cuenta que aparte de no entenderle, los niños empezaban a creer que Pedro quería ser un cabecilla.

Entonces Pedro, que nunca se le había pasado por la imaginación ser un cabecilla, pues siempre huyó de ellos, tomó la decisión de no hablar mas del asunto, y que se apañara cada uno como pudiera, porque él les hablaba desde el corazón, mas si los niños no lo veían así, el no tenia la culpa.

Los observadores al ver el rumbo que tomó las cosas, fueron a ver al Presidente para informarle de lo sucedido, pues el silencio de Pedro había trastocado los planes.

Al verlos llegar, el Presidente les preguntó:

¿ Que ocurre, no me digáis que hay mas problemas?

Si, Señor Presidente, Pedro a decidido no hablar con los niños, de todo lo que le hemos enseñado.

¿Sabéis el motivo de ello?

Si, Señor Presidente, se lo explicaré; en las reuniones de la Autoenseñanza se dejó claro que nadie seria un cabecilla, y como Pedro insistió tanto en que le escucharan y hablaba tanto de lo que le enseñamos, los demás niños creen que quiere ser un cabecilla, y Pedro ante esa circunstancia desea permanecer callado.

¿Pero porqué piensan eso de Pedro, acaso no le conocen?

La cuestión no es esa, Señor Presidente, lo que ocurre es que en esas reuniones de la Autoenseñanza se dijo que buscarían todos junto la respuesta a lo sucedido, e inconscientemente si uno de los miembros se destaca un poco mas que los demás, estos en vez de averiguar todos juntos sus teorías, le tachan de querer ser cabecilla.

Pero; dijo El Presidente, ¿ acaso tu no me dijiste que esos niños eran diferentes a los demás?

Si Señor, pues una vez les oí decir en esas reuniones, que se apoyarían los unos a los otros, que no habría cabecillas, que analizarían sus experiencias y sus juguetes, y que tanto ellos como sus juguetes son todos iguales, también dijeron que ningún niño seria superior a otro, aunque su juguete fuese el mas bonito y sofisticado, pero, Señor Presidente, no predican con el ejemplo, pues antes de averiguar que juguete les trae Pedro, le juzgan y le condenan de antemano, pues le tachan de cabecilla sin intentar primero comprenderle.

Bueno, replicó El Presidente; la culpa no es de los niños, ellos tienen mentes de tales, la culpa si alguien la tiene, es de Pedro, pues al tener mente de adulto debería saber actuar para que no ocurriera esto, así pues traerme a Pedro para hablar con él.

Pedro se presentó ante el Presidente, el cual le pidió que le contara lo sucedido, a lo que Pedro le respondió lo siguiente:

E intentado explicarles todo aquello que recuerdo y que vosotros me habéis enseñado y no he conseguido nada, no hay manera de que me entiendan, así pues he decidido guardar silencio.

Pero Pedro, como eres tan bruto, a nosotros nos a costado mucho tiempo en convencerte, te hemos estado informando día y noche, tuvimos que limpiarte de gas tóxico, y por último te tuvimos que insertar un chip en el cuerpo, y a pesar de todo esto, todavía dudabas, y ahora tu pretendes que ellos te crean; pero, Pedro, como eres tan bestia; escúchame, te voy a decir lo que tienes que hacer, presta mucha atención:

Como ya vuelves a tener mente de adulto, tienes que obrar en consecuencia con todo lo que hagas y digas, no debes tener ni jugar con juguetes, pues los niños han de ver en ti algo diferente a ellos, para que les dé lugar a pensar y a preguntar, mas cuando te pregunten porqué tu no tienes juguetes, ni tampoco juegas; antes de contestarles tienes que saber que clase de niño es, cuantos juguetes tiene y sobre todo hasta donde puedes contarle lo que sabes, por eso ahora tienes que prepararte para saber hablar desde una mente de adulto a una de niño, mas recuerda que tú lo fuiste hasta hace bien poco, así pues no te debería ser tan difícil.

No debes agobiar ni presionar a los niños, debes esperar que ellos vayan a ti, no vayas por las calles diciéndoles que tiren los juguetes, pues según vaya desapareciendo el gas tóxico de sus cuerpos, ellos solos irán cambiando de juguetes e irán recordando y sintiéndose cada vez más raros

Así pues deja a los niños de las calles que el tiempo haga su trabajo y tu prepárate por si algún día te piden ayuda.

Y ahora con respecto a los niños de las reuniones, que ya les faltan poco para ser adultos, deberías de encontrar la forma de llegar a ellos, intenta hacerlos ver, que todavía tienen juguetes aunque ellos no lo vean así, diles que cuando les veamos que tienen la intención de dejar los juguetes, nosotros les iremos trayendo uno a uno y les enseñaremos esta ciudad y entonces recobrarán por completo la memoria, pues verán las cosas por si mismos.

Pero Señor Presidente, si a mí me han enseñado todo esto aun siendo un niño y teniendo juguetes, ¿porqué no lo hacen con todos ellos?

Mira, Pedro, lo hemos hecho contigo y con muchos otros de los barrios de la ciudad, mas aun habiendo elegido los más idóneos, se han vuelto locos la mitad, otros muchos se han hecho supercabecillas, y otros sabiendo que son adultos, no dicen nada a los niños pues se aprovechan de ellos para su beneficio, mas con todo el esfuerzo que tenemos que hacer para despertar a un solo niño, ¿te imaginas lo que nos costaría despertar a cinco millones de niños que hay en esa ciudad?

Pero Señor Presidente, tengo la sensación que en las reuniones de la Autoenseñanza me catalogan de cabecilla, y es una cosa que no tolero.

Mira Pedro, en tu expresión noto una falta de madurez, escucha atentamente.

Cuando una madre tiene un niño pequeño, esa madre está constantemente, vigilando al niño, le prohibe muchas cosas por el peligro que puede ocasionar al niño, y constantemente le regaña, mas esa madre sabe que el niño la cataloga de cabecilla, mandona y mala madre, pues está todo el día metiéndose con él. Pero un día ese niño cuando sea mayor, comprenderá porqué su madre actuó así, y sabrá que fue por lo mucho que le quería.

Mas si otra madre se despreocupa de su hijo, no le vigila, y no le prohibe nada, porque no tolera

que su hijo la tache de cabecilla y mala madre, y ese niño un día se cae a un pozo y se rompe la espalda y se queda toda su vida en una silla de ruedas; ¿Qué pensaría de su madre? cuándo sea adulto ¿Acaso no pensaría que su madre antepuso su orgullo a su deber?

Así pues, recuerda que tú eres quién tiene la mente de adulto y ellos todavía no, por lo tanto tienes que obrar en consecuencia, sin orgullo y con mucha paciencia, y recuerda que cuando ellos sean adultos les pasará lo mismo.

Pero Señor Presidente, ellos son casi adultos, ya han cambiado mucho de juguetes y se han afianzado con los que tienen ahora y no los van a querer soltar, pues pensarán que después de tanto luchar se quedan sin nada.

Pedro, diles que teniendo juguetes y mentes de niños, es ahora cuando no tienen nada, mas cuando recuerden y vuelvan a ser adultos serán lo que fueron, grandes médicos, o abogados, o directores de empresa, etc… y por último, diles que cuando sean adultos y sean superior en conocimiento a ti, tú te alegraras, pues podrás aprender de ellos y no cometerás el error de creer que quieren ser cabecillas, porque siempre se aprende del que mas sabe, no del igual o del inferior; mas no se puede asimilar todo esto teniendo mente de niño y sobre todo teniendo juguetes.

Bueno Señor Presidente, le agradezco todo cuanto dice, pues voy entendiendo mejor las cosas y procuraré recordar y actuar en consecuencia, permítame abusar de su generosidad para formularle la última pregunta; verá Señor Presidente:

Ya hay una cantidad de grupos de adultos niños que quieren reunirse entre todos ellos para averiguar que está pasando en la ciudad, pues se ven bastante diferentes a los demás niños que están jugando con sus juguetes por las calles.

Estos grupos quieren que entre todos aportemos una idea para poder llevarnos bien entre nosotros y no estar tan descontrolados como están los niños de las calles, y nosotros los de la reunión de la Autoenseñanza quisiéramos aportar alguna idea, por eso, si me pudiera decir algo al respecto, se lo agradecería mucho, Señor Presidente.

Querido Pedro, esta pregunta me temo que me va ocasionar dolor de cabeza, pero intentaré decirte algo. La iniciativa es muy buena, pero vayamos por partes.

Veamos las fichas que tenemos; por un lado tenemos unos grupos de niños que no conocemos, y se supone que la mayoría de estos grupos tienen cabecillas reconocidos y “afiliados a la Seguridad Social”, permíteme esta pequeña broma, seguimos; tenemos que todos estos niños tienen una gran cantidad de juguetes, a esto le sumamos que todos los grupos que acudirán querrán unirse, si los demás están de acuerdo con la idea que ellos van aportar, mas luego, tenemos a vosotros, que aun teniendo la información que te estamos dando, tienes problemas con los tuyos por falta de credibilidad.

Espera un momento Pedro; que estoy pensando ¿como puedes tú y tus amigos aportar una idea a los demás grupos cuando no sois capaces de poneros de acuerdo vosotros mismos?

Bueno, sigamos; también tenemos el problema de que aquello que se diga, va ha salir de mentes que todavía no son adultas, así pues, no sé por donde empezar.

Mira Pedro, el solo hecho de intentarlo es maravilloso, pero tu que tienes mentalidad de adulto sabes que todavía eso es imposible, pero no impidas nunca que otros lo hagan, pues han de comprobar por ellos mismos los resultados, porque una gran idea no se juzga por los resultados

Si no por el empeño y el corazón que se ha puesto en ella, mas nunca saldrá algo malo de una hermosa causa, aunque el resultado no sea el deseado no os aflijáis pues, la semilla sembrada hoy florecerá mañana, mas si tenéis paciencia ya la veréis.

Escucha Pedro, le dijo el Presidente; empecé a contestarte esta pregunta con un poco de broma, pero ahora estoy triste, porque aunque sé que queréis ayudar a los demás grupos, no podréis hacerlo antes de tiempo, mas cuando los de tu grupo comprenda que el tiempo que pierdan gastando fuerzas en ayudar a los demás, fuera del espacio tiempo, lo dedicarán a recordar que son adultos, y dejar sus juguetes, podrán estar preparado cuando de verdad sea el día, pues hay un tiempo de preparación y otro de actuación, estar muy atento y no lo invirtáis.

Me has comprendido Pedro.

Alto y claro Señor Presidente.

Y para terminar permíteme contarte una historia.

Había una vez un Señor que tenia una huerta y tenia la facultad de hablar con las hortalizas.

En aquel huerto, había de todas clases de hortalizas. Un día aquellas hortalizas se preguntaron

que hacían allí y para que servían, al verse tan diferentes unas a otras no se entendían, así que optaron por agruparse por afinidad, se agruparon todas las lechugas, los tomates, los pimientos, las cebollas, etc… Pero aunque estaban todas las de la misma especies juntas, seguían sin saber para que estaban ahí. Un día dijo una hortaliza a otra:

Porqué no le preguntamos al Señor que nos cuida, ¿ para qué estamos aquí?

Cuando le preguntaron al Señor, este les contesto: estáis aquí para servirme de ensalada, pues es vuestra meta y vuestro destino.

Que debemos de hacer para ello, señor.

Pues esperar a estar preparadas, y cuando estéis, tenéis que limpiaros y lavaros, mas luego tenéis que reuniros y mezclaros, y todos junto hacer una ensalada, y entonces serviréis de alimento para mi, y vuestra energía será parte de mi y servirá para darme vida.

Aquellas hortalizas se pusieron contentisimas, pues se dieron cuenta que su existencia no era en vana, pues nada menos que servia para dar vida.

Todas las hortalizas se pusieron a trabajar para crecer pronto, iban a por agua para regarse, luchaban con todos los insectos, se reguardaban de la lluvia, del calor de sol, etc…

Y llegó el gran día, llamaron al Señor y le dijeron que ya estaban preparadas, que esperaban que la ensalada fuera de su gusto, que habían sufrido mucho por complacerle y que esperaban que él lo apreciara, y que volviera a la hora de comer, pues iban a reunirse todas juntas para hacer la ensalada.

Cuando llegó la hora de comer y este hombre dio su primer bocado; de un acto reflejo escupió la ensalada de la boca, mas acto seguido se echó a llorar, pues recordó todo lo que sufrieron aquellas hortalizas, cuanto hicieron por él, todo el frío, y el calor que pasaron, la lucha con los insectos; cuanto esfuerzo en vano.

Pues todas aquellas hortalizas se olvidaron de lavarse y limpiarse, antes de hacer nada.

Me has comprendido, mi querido Pedro.

Así pues, vuelve a la ciudad y hagas lo que hagas, hazlo con mente de adulto y espera que tus amigos, dejen de ser niños, para recorrer el camino juntos, hasta pronto Pedro.

Después de despedir a Pedro, el Presidente se fue a descansar, estando tumbado en la cama, vio perplejo como se iluminó toda la habitación en la cual aparecieron tres seres de luz.

Muerto de miedo y con voz temblorosa, les preguntó, que quienes eran y que querían.

Aquellos seres de luz le dijeron; somos los observadores de este planeta y venimos a decirte y a hacerte lo mismo que has hecho con Pedro.

Queremos decirte, que vosotros los adultos no sois lo que creéis ser y que debéis dejar de jugar con los juguetes que tenéis, pues no os deja desarrollar la mente que tenéis; que por la fatalidad del destino habéis olvidado.

No sé quienes sois, pero creo que os habéis equivocado con nosotros, pues somos personas adultas y no tenemos juguetes, respondió el Presidente.

Vosotros los adultos de este planeta tenéis muchos más juguetes de lo que os imagináis.

El Presidente con cara de asombro les preguntó ¿a qué clases de juguetes os referiis?

Tenéis muchas clases de juguetes, por ejemplo; tenéis los juguetes infantiles como los de la ira, la vanidad, la critica, el egoísmo etc… también tenéis unos juguetes menos infantiles, como el de las religiones, las ceremonias, las clases sociales, también tenéis unos juguetes mas sofisticados como, las videncias, las facultades paranormales, o las supersticiones, etc… y sobre todo tenéis lo juguetes supersofisticados, que son los más peligrosos, pues al estar enganchados a ellos, os evitan dar el gran salto. Esos juguetes tendrás que descubrirlo tu solo cuando llegue el momento.

No entiendo nada, replicó el Presidente.

Ya lo entenderás….. ya lo entenderás.

Escucha atentamente; te llevaremos con nosotros por las noches, te enseñaremos y te diremos todo lo que tienes que recordar, te implantaremos un microchip y te haremos ver que no eres el que tienes que ser.

“¿Te recuerda algo todo esto?”

Te hemos elegido por los grandes y sabios consejos que le has dado a Pedro, así pues, cuando acabe el proceso y recuerdes todo, aplícate a ti todos y cada uno de los consejos dado a Pedro.

Mas cuando recuerdes que no eres una persona adulta, sino una parte de lo que vosotros llamáis Dios, ósea una chispa de luz divina, deberías de actuar en consecuencia, y comunicar a los demás adultos lo que son en realidad, pero hazlo siempre desde el punto de vista de la chispa de luz que eres. “¿Te vuelve a sonar de algo todo esto?”.

Bien, ahora nos tenemos que marchar, que tengas buena suerte.

Pasaron cientos de años, y todas aquellas personas adultas se convirtieron en lo que eran, en millones de chispitas de luz.

Vivían en paz y armonía, vagaban por el universo completamentes libres.

Un día, una de estas chispitas, después de viajar por el universo, se posó en una estrella para descansar; no pasó ni una hora, cuando divisó a lo lejos, tres bolas de luz que se acercaban a ella.

Cuando estas tres bolas de luz se acercaron a ella la chispita de luz las saludó y les preguntó: quienes sois y que queréis.

A lo que contestaron:

Somos los observadores de este universo, y venimos a decirte que: “TU NO ERES QUIEN CREES SER ……………………. F I N

La otra infancia

Este correo esta dedicado a las personas que nacieron entre 1960 y 1975 (y antes).

La verdad es que no se como hemos podido sobrevivir…sobrevivir a nuestra infancia. Aunque no todo tiempo pasado fue mejor ¿eh? Porque fuimos la generacion de la “espera”; nos pasamos nuestra infancia y juventud esperando.

Teniamos que hacer “dos horas de digestion” para no morirnos en el agua, dos horas de siesta para poder descansar (?), nos dejaban en ayunas toda la mañana del domingo hasta la hora de la comunion para… todavia no se para qué, los dolores se curaban esperando, “aguantaformo” se llamaba.

Pero… Mirando atras, es dificil creer que estemos vivos: Nosotros viajabamos en coches sin cinturones de seguridad y sin airbag, haciamos viajes de 10-12h. con cinco personas en un 600 y no sufriamos el sindrome de la clase turista. No tuvimos puertas, armarios o frascos de
medicinas con tapa a prueba de niños. Andabamos en bicicleta sin casco, eso sin contar con que haciamos auto-stop. Mas tarde en moto, sin papeles, y no la habiamos robado.

Los columpios eran de metal y con esquinas en pico, y jugabamos a “lo que hace la madre hacen los hijos”, esto es a ver quien era el mas bestia. Pasabamos horas construyendo nuestros carros de rodamientos para bajar por las cuestas y solo entonces descubriamos que nos habiamos
olvidado de los frenos. Lo mismo hacian los mas afortunados con los coches de pedales,pero tampoco tenian freno y les duraban 2 dias. Despues de chocar con algun arbol, aprendimos a resolver el problema. Jugabamos a “churro va” y nadie sufrio hernias ni dislocaciones vertebrales.

Saliamos de casa por la manana, jugabamos todo el dia, y solo volviamos cuando se encendian las luces de la calle. Nadie podia localizarnos. No habia moviles. Nos rompiamos los huesos y los dientes y no habia ninguna ley para castigar a los culpables. Nos abriamos la cabeza jugando a guerra de piedras y no pasaba nada, eran cosa de ninos y se curaban con mercromina y unos puntos. Nadie a quien culpar, solo a nosotros mismos. Tuvimos peleas y nos “esmorramos” unos a otros y aprendimos a superarlo. Comiamos dulces y bebiamos refrescos, pero no eramos obesos. Si acaso alguno era gordo y punto.

Estabamos siempre al aire libre, corriendo y jugando. Compartimos botellas de refrescos, “minis” o lo que se pudiera beber y nadie se contagio de nada. Solo nos Contagiabamos los piojos en el cole. Cosa que nuestras madres arreglaban lavandonos la cabeza con vinagre caliente. No tuvimos Playstations, Nintendo 64, video juegos, 99 canales de television, peliculas en video, sonido surround, moviles, computadoras ni Internet.

Nosotros tuvimos amigos. Quedabamos con ellos y saliamos. O ni siquiera quedabamos, saliamos a la calle y alli nos encontrabamos. Y jugabamos a las chapas, la peonza, las bolas, al taco, al rescate, a la taba…, en fin tecnologia punta. Ibamos en bici o andando hasta su casa y llamabamos a la puerta. Imaginense!, sin pedir permiso a los padres, y nosotros solos, alla fuera, en el mundo cruel ?Sin ningun responsable!

Como lo conseguimos?

Hicimos juegos con palos, perdimos mil balones de futbol, y comimos pipas, y aunque nos dijeron que pasaria, nunca nos crecieron en la tripa ni tuvieron que operarnos para sacarlas. Bebiamos agua directamente del grifo, sin embotellar y algunos incluso chupaban el grifo. Ibamos a cazar lagartijas y pajaros con la “escopeta de perdigones”, antes de ser mayores de edad y sin adultos, DIOS MIO!!

En los juegos de la escuela, no todos participaban en los equipos. Los que no lo hacian, tuvieron que aprender a lidiar con la decepcion. Algunos estudiantes no eran tan inteligentes como otros y repitieron curso.

Que horror, no inventaban examenes extra! Veraneabamos durante 3 meses seguidos, y pasabamos horas en la playa sin crema de proteccion solar ISDIN 15, sin clases de vela, de paddle o de golf, pero sabiamos construir fantasticos castillos de arena con foso y pescar con arpon. Y ligabamoscon las chicas persiguiendolas para tocarles el culo, no en un chat diciendo:

🙂 😉 😀 😛

Eramos responsables de nuestras acciones y arreabamoscon las consecuencias. No habia nadie para resolver eso. La idea de un padre protegiendonos, si transgrediamos alguna ley, era inadmisible. Ellos protegian las leyes!

Tuvimos libertad, fracaso, exito y responsabilidad, y aprendimos a crecer con todo ello.

No te extrañe que ahora los ninos salgan gilipollas. Si tu eres de los de antes. Enhorabuena! Pasa esto a otros que tuvieron la suerte de crecer como niños, antes de que las APAS, abogados, legisladores, gobiernos y todo tipo de colectivos, ONGS, etc. nos volvieran a todos unos imbeciles!.

Una bicicleta azul con alas

UNA BICICLETA AZUL CON ALAS

    A Kevin Locke, narrador lakota contemporáneo que narra la historia de La Séptima Dirección.
    Niña Soliluna – que aún no tenía ese nombre, porque todavía no había nacido – apenas si podía dormir.

    Se sentía sola y triste porque en el vientre de su madre no encontraba una bicicleta azul con alas.

    Desde que la había visto en sueños, no pensaba en otra cosa.

    Para colmo, se había montado en ella y había dado unas vueltecitas por la Plaza Principal del pueblo en el que iba a nacer, bordeando sus aceras.

    Y aromando a todos con las flores de su alegría.

    Usando el cordón umbilical como un periscopio – al igual que otras veces – miraba hacia ese mundo de afuera ansiando encontrarla.

    – ¡Ah, si la encontrase, aunque sólo fuera en sueños! – se dijo para sí, mientras le daba unas cuantas pataditas al vientre materno.

    También deseaba que un rayo de sol, o un simple cambio de luna, cumpliera sus ruegos.

    Niña Soliluna se durmió.

    En su sueño – ¡oh, maravilla! – volaba hacia el este contemplando un cielo que se abría como recién nacido. Con su sol hacia un nuevo amanecer en un mundo grande, con un bosque lleno de árboles y animales.

    El Pájaro de Siete Colores, pasó a su lado y le cantó:

    – Si saludas a la vida, puedes encontrarla. Sonríele.

    – ¿A quién?

    – A la bicicleta azul con la cual sueñas. Y salúdala de mi parte.

    – ¿Dónde se encuentra? – preguntó Niña Soliluna.

    Pero El Pájaro de Siete Colores se desapareció del sueño, antes de lograr que ella oyera lo que pareció contestarle.

    Volvió a dormirse y a envolverse en sueños y – en el nuevo sueño de su sueño – a soñar.

    Sintió todo el ardor del verano y se vio sumergida en el sur, en un tiempo de inocencia, de aprendizaje y crecimiento.

    – Quizás, al dejarte envolver por el calor y el aroma de los frutos que nacen y por los temblores de los primeros pasos, tal vez la halles – le comentaron, a un mismo balido, La Oveja Verde y su hermanita negra.

    Y la ayudaban a buscarla entre la dorada maleza crecida y los frutos madurándose. Pero ambas se fueron del sueño, aún antes de encontrarla.

    – ¿Has buscado en ese lugar que se halla antes de la caída del sol? – Oyó cómo le preguntaba, con una voz tierna y ronca, El Amadillo de los Suspiros que, sin dejarse ver, por lo tímido que era, desapareció del sueño.

    Niña Solliluna se dirigió al oeste – a la madura llegada del crepúsculo – y lo recorrió totalmente. Pero, de la bicicleta azul con alas, nadie supo darle ni la más pequeña señal.

    Tampoco de su pasada.

    Sintió el tierno roce de un hocico, en una de sus piernas: era El Puercoespín de las Caricias que le preguntó:

    – ¿Ya lo averiguaste con El Invierno? Será frío, pero es muy sabio – y le agregó de inmediato

    – Como su larga y vieja cabellera blanca lo demuestra, conoce muchas cosas.

    Niña Soliluna volvió a volar – en su sueño – hacia el norte, sin tener la suerte de encontrar a su deseada bicicleta azul con alas.

    – No te desanimes – escuchó como le decía El Invierno, con una sonrisa blanca – Sigue buscado. Aún te faltan algunas direcciones. No desesperes: algo o alguien te indicará el lugar en donde hallarla.

    Empeñosa, buscó cielo arriba. Se encontró nubes con formas y colores diversos, estrellas, asteroides, planetas y satélites. Trepó todos los delicados escalones de La Escala de la Armonía y exploró en las distantes constelaciones del universo de sus sueños.

    Pero, no. No estaba.

    Buscó tierra abajo, cavando y socavando los más profundos espacios de las cavernas de su sueño y sumergiéndose en las más profundas aguas de sus mares. Se encontró culebras flautas, gusanos de siete luces, lombrices arpas y lagartijas arco iris. Halló peces trompeteros, hipocampos trovadores y medusas de la alegría.

    Pero, ¡ninguna bicicleta azul con alas!

    Más triste y sola que al inicio de sus sueños, ya estaba a punto de despertarse cuando oyó una voz que, con honda y profunda ternura, le mugió:

    – ¿Has buscado hacia adentro? – era La Vaca Azul de los Cuentos – Es el último lugar donde se nos ocurre buscar: en el corazón. A cada ser se le olvida aquello que Los Abuelos de las Palabras que se Dicen nos enseñaron: ahí, en el corazón, habitan todas esas cosas que más deseamos. Hasta que las hacemos realidad. Mientras no existen – si miramos, olfateamos o escuchamos con mucha atención – veremos sus formas y colores, sentiremos sus aromas y, también, oiremos las notas de sus cantos.

    En efecto, allí encontró a su ansiada bicicleta azul con alas.

    De tanta alegría, Niña Soliluna no sólo despertó de sus sueños sino que, nació.

    Apenas asomó su cabeza al mundo, su madre le comentó a su padre:

    – Mira, nuestra primera hija. Es notorio que ella ha nacido con tantas ganas de hacerlo que,
estoy segura, vino a la vida montada en una bicicleta azul con alas.

    Armando Quintero
Caracas, Venezuela.Septiembre del 2002
(Publicado en el Boletín de Cuenta Cuentos de Buenos Aires)

Eclesiastes (fragmento)

Todo tiene su momento, y cada cosa
su tiempo bajo el cielo:
Su tiempo el nacer,
y su tiempo el morir;
su tiempo el plantar,
y su tiempo el arrancar lo plantado.
Su tiempo el matar,
y su tiempo el sanar;
su tiempo el destruir,
y su tiempo el edificar.
Su tiempo el llorar,
y su tiempo el reír;
su tiempo el lamentarse,
y su tiempo el danzar.
Su tiempo el lanzar piedras,
y su tiempo el recogerlas;
su tiempo el abrazarse,
y su tiempo el separarse.
Su tiempo el buscar,
y su tiempo el perder;
su tiempo el guardar,
y su tiempo el tirar.
Su tiempo el rasgar,
y su tiempo el coser;
su tiempo el callar,
y su tiempo el hablar.
Su tiempo el amar,
y su tiempo el odiar;
su tiempo la guerra,
y su tiempo la paz.
¿Qué gana el que trabaja con fatiga? He considerado la tarea que Dios ha puesto a los humanos para que en ella se ocupen. Él ha hecho todas las cosas apropiadas a su tiempo: también ha puesto el mundo en sus corazones, sin que el hombre llegue a descubrir la obra que Dios ha hecho de principio a fin.
Comprendo que no hay para el hombre más felicidad que alegrarse y buscar el bienestar en su vida. Y que todo hombre coma y beba y disfrute bien en medio de sus fatigas, eso es don de Dios.
Comprendo que cuanto Dios hace es duradero.
Nada hay que añadir ni nada que quitar.
Y si hace Dios que se le tema.
Lo que es, ya antes fue:
lo que será, ya es.
Y Dios restaura lo pasado.
Todavía más he visto bajo el sol: en la sede del derecho, allí está la iniquidad;
y en el sitial del justo, allí el impío.
Dije en mi corazón: Dios juzgará al justo y al impío, pues allí hay un tiempo para cada cosa y para toda obra.
Dije también en mi corazón acerca de la conducta de los humanos: sucede así para que Dios los pruebe y les demuestre que son como bestias. Porque el hombre y la bestia tienen la misma suerte: muere el uno como la otra; y ambos tienen el mismo aliento de vida. En nada aventaja el hombre a la bestia, pues todo es vanidad.
Todos caminan hacia una misma meta;
todos han salido del polvo
y todos vuelven al polvo.
¿Quién sabe si el aliento de vida de los humanos asciende hacia arriba y si el aliento de vida de la bestia desciende hacia abajo, a la tierra?
Veo que no hay para el hombre nada mejor que gozarse en sus obras, pues esa es su paga. Pero ¿quién le guiará a contemplar lo que ha de suceder después de él?
Acuérdate de tu Creador en tus días mozos, mientras no vengan los días malos, y se echen encima años en que dirás:
“No me agradan”:
mientras no se nublen el sol y la luz, la luna y las estrellas, y retornen las nubes tras la lluvia;
cuando tiemblen los guardas de palacio y se doblen los guerreros, se paren las moledoras, por quedar pocas, se quedan a oscuras las que miran por las ventanas, y se cierran las puertas de la calle, ahogándose el son del molino; cuando uno se levante al canto del pájaro, y se enmudezcan todas las canciones.
También la altura da recelo, y hay sustos en el camino, florece el almendro, está grávida la langosta, y pierde su sabor la alcaparra; y es que el hombre se va a su eterna morada, y circulan por la calle los del duelo; mientras no se quiebre la hebra de plata, se rompa la bolita de oro, se haga añicos el cántaro contra la fuente, se caiga la polea dentro del pozo, vuelva el polvo a la tierra, a lo que era, y el espíritu vuelva a Dios que es quien lo dio.
¡Vanidad de vanidades! –dice Cohélet-: ¡todo vanidad!

Epílogo
Cohélet, a más de ser un sabio, enseñó doctrina al pueblo. Ponderó e investigó, compuso muchos proverbios. Cohélet trabajó mucho en inventar frases felices, y escribir bien sentencias verídicas.
Las palabras de los sabios son como aguijadas, o como estacas hincadas, puestas por un pastor para controlar el rebaño.
Lo que de ellas se saca, hijo mío, es ilustrarse. Componer muchos libros es nunca acabar, y estudiar demasiado daña la salud.
Basta de palabras. Todo está dicho: Teme a Dios y guarda sus mandamientos, que eso es ser hombre cabal. Porque toda obra la emplazará Dios a juicio, también todo lo oculto, a ver si es bueno o malo.

Fragmento de Gilgamesh

COLUMNA III

Gilgamesh contestó:
“He venido a causa de Ut-Napishtim, mi antepasado, que supo llegar hasta el consejo de los dioses y obtener la Vida.
Sobre la muerte y sobre la vida quiero interrogarlo.”
El hombre-escorpión tomó la palabra y dijo a Gilgamesh:
“Jamás ningún mortal, oh Gilgamesh, lo ha logrado.
Nadie ha viajado nunca por el sendero
que se adentra doce leguas en la montaña.
La oscuridad reina allí, no brilla ninguna luz, ni al salir el sol ni al ocultarse.”

(Texto mutilado)

COLUMNA VI

“¿Acaso construimos casas para siempre
y para siempre sellamos lo que nos pertenece?
¿Acaso los hermanos comparten para siempre?
¿Acaso para siempre divide el odio?
¿Acaso la crecida del río es para siempre?
¿Acaso el pájaro kulilu y el pájaro kirippu
suben para siempre mirando al sol?
Los que duermen y los que están muertos se asemejan.
El noble y el vasallo no son diferentes
cuando han cumplido su destino.
Desde siempre los anunnaki, los grandes dioses, se han reunido,
y la diosa Mammitu, creadora del destino, con ellos fija los destinos.
Los dioses deciden sobre nuestra muerte y nuestra vida,
Pero no revelan el día de nuestra muerte.”

COLUMNA IV

– Dime, amigo mío, dime, amigo mío, dime la ley del mundo subterráneo que conoces.
– No, no te la diré, amigo mío, no te la diré; si te dijera la ley del mundo subterráneo que conozco, te vería sentarte para llorar.
– Está bien. Quiero sentarme para llorar.
– Lo que has amado, lo que has acariciado y que placía a tu corazón, como un viejo vestido, está ahora roído por los gusanos. Lo que has amado, lo que has acariado y que placía a tu corazón, está hoy cubierto de polvo.

(Falta el final de la columna IV y la columna V.)

– Aquel a quien la muerte de… ¿Lo has visto?
– Lo he visto; su padre y su madre le sostienen levantada la cabeza y su mujer lo estrecha entre sus brazos.
– Aquel cuyo cadáver está abandonado en la llanura, ¿lo has visto?
– Lo he visto; su espíritu no halla reposo en el mundo de las sombras.
– Aquel ante cuyo espíritu nadie rinde culto, ¿lo has visto?
– Lo he visto; como los restos de las ollas y las sobras de los platos que se echan a la calle…

El cuerpo en arcoiris

Por medio de esas prácticas avanzadas de Dzogchen, los practicantes consumados pueden llevar su vida a un final extraordinario y triunfante. Cuando mueren, permiten que su cuerpo quede en condiciones de ser reabsorbido en la esencia luminosa de los elementos que lo crearon, y en consecuencia su cuerpo material se disuelve en luz y desaparece por completo. Este proceso se conoce con el nombre de “cuerpo de arco iris” o “cuerpo de luz”, porque la disolución suele ir acompañada por manifestación es espontáneas de luz y arco iris. Los antiguos Tantras de Dzogchen y las escrituras de los grandes maestros distinguen diversas categorías en este fenómeno asombroso y ultraterreno, pues en otro tiempo, si no normal, era al menos relativamente frecuente.
Por lo general, una persona que sabe que está a punto de lograr el cuerpo de arco iris suele pedir que la dejen sola en un cuarto o en una tienda durante siete días. Al octavo día tan sólo se encuentran el pelo y las uñas, las impurezas del cuerpo.
Hoy en día esto puede resultarnos muy difícil de creer, pero en la historia documentada del linaje. Dzogchen abundan los ejemplos de personas que lograron el cuerpo de arco iris y, como Dudjom Rimpoché solía señalar a menudo, no es sólo historia antigua. De los muchos ejemplos que podría elegir, me gustaría citar uno de los más recientes y con el que, además, tengo una relación personal. En 1952 se dio un célebre caso de cuerpo de arco iris en el Este de Tíbet, presenciado por numerosos testigos. El hombre que lo logró, Sônam Namgyal, era el padre de mi tutor y hermano de Lama Tseten, cuya muerte he descrito al principio de este libro.
Sônam Namgyal era un hombre muy sencillo y humilde que se ganaba la vida como cincelador ambulante, escribiendo mantras y textos sagrados en las piedras. Algunos decían que en su juventud había sido cazador y que había recibido enseñanzas de un gran maestro. En realidad, nadie se figuraba que fuese un practicante; era realmente lo que se denomina un “yogui oculto”. Poco tiempo antes de morir, se lo veía subir a las montañas y quedarse allí sentado, recortado contra el firmamento, contemplando el espacio. Componía sus propias canciones y las cantaba en lugar de las tradicionales. Nadie sabía que estaba haciendo. Luego cayó enfermo, o así lo pareció, pero, curiosamente, se mostraba cada vez más alegre. Cuando se agravó la enfermedad, su familia llamó a maestros y médicos. Su hijo le aconsejó que intentara recordar todas las enseñanzas que hubiera oído, pero él sonrío y respondió: “las he olvidado todas, y a fin de cuentas no hay nada que recordar. Todo es ilusorio, pero tengo la confianza en que todo esta bien”.
Justo antes de morir, a la edad de setenta y nueve años, dijo: “Sólo pido que, cuando muera, no mováis mi cuerpo durante una semana”. A su muerte, la familia amortajó al cadáver e invitó a lamas y monjes para que vinieran a practicar con él. Colocaron el cuerpo en un cuartito de la casa y todos se dieron cuenta de que, aunque había sido un hombre de buena estatura, no les costó nada meterlo en el cuarto, como si se hubiera vuelto más pequeño. Al mismo tiempo se vio una extraordinaria manifestación de luz irisada que envolvía toda la casa. Al sexto día fueron a mirar y observaron que el cuerpo se hacía cada vez más pequeño. Al octavo día de la muerte, la mañana en que estaba previsto el funeral, vinieron a llevarse el cadáver. Al retirar la tela que lo envolvía, sólo encontraron las uñas y el cabello.
Mi maestro Jamyang Khyentse pidió que le llevaran esos residuos y dictaminó que había sido un caso de cuerpo de arco iris.

Cuentos derviches

El hombre que era consciente de la muerte

Había una vez un derviche que se embarcó para efectuar una travesía marítima. Al subir, uno por uno, los otros pasajeros al barco, lo vieron y –como era la costumbre- le pidieron un consejo. Todo cuanto el derviche hizo fue decir a cada uno de ellos lo mismo; sólo parecía estar repitiendo una de sus fórmulas que los derviches hacen el objeto de su atención, de tiempo en tiempo.
La fórmula era: “Trata de estar atento a la muerte hasta que sepas lo que la muerte es.” Pocos viajeros se sintieron particularmente atraídos por esta amonestación.
Pronto se levantó una terrible tormenta. Tanto la tripulación como los pasajeros cayeron de rodillas, implorando a Dios que salvara el barco. Alternativamente, gritaron aterrorizados, se dieron por perdidos, esperaron frenéticamente algún socorro. Durante todo este tiempo, el derviche permaneció tranquilamente sentado, reflexivo, sin reaccionar ante el movimiento y las escenas que se desarrollaban a su alrededor.
Finalmente, el embate cesó, mar y cielo se calmaron; y los pasajeros tomaron conciencia de cuán sereno había permanecido el derviche durante todo el episodio.
Uno de ellos le preguntó: “¿No te diste cuenta que durante esta terrible tormenta no hubo entre nosotros y la muerte nada más sólido que una tabla de madera?”
“Oh, sí, en efecto”, respondió el derviche, “yo sabía que en el mar siempre es así. Sin embargo, también me di cuenta de que, como a menudo había reflexionado estando en tierra, en el curso normal de los sucesos, hay un aun menos entre nosotros y la muerte.”

Esta historia es de Bayazid, de Bistam, un lugar al sur del Mar Caspio. Fue uno de los más grandes Sufis de la antigüedad y murió a fines del siglo IX.
Su abuelo era un seguidor de Zoroastro y recibió su iniciación esotérica en la India. En razón de que su maestro Abu-Ali, de Sind, no conocía perfectamente los rituales externos del Islam, algunos escolásticos han sostenido que Abu-Ali era hindú, y que Bayazid en realidad estaba estudiando métodos místicos de la India. Sin embargo, entre los Sufis ninguna autoridad responsable está de acuerdo con este punto de vista. La Orden Bistamia forma parte de los seguidores de Bayazid.

Cuando la muerte llegó a Bagdad

El discípulo de un Sufi de Bagdad estaba un día sentado en un rincón de una posada, cuando oyó hablar a dos personajes. Por lo que decían, se dio cuenta de que uno de ellos era el Ángel de la Muerte.
“Tengo varias visitas que hacer en esta ciudad durante las próximas tres semanas”, le decía el Ángel a su compañero.
Aterrorizado, el discípulo se escondió hasta que ambos hubieron partido. Entonces usando su inteligencia para resolver el problema de cómo frustrar una posible visita de la muerte, decidió que si se mantenía alejado de Bagdad, no sería alcanzado. Sólo hubo un corto paso entre este razonamiento y alquilar el caballo más veloz disponible y espolearlo día y noche en dirección a la lejana ciudad de Samarcanda.
Mientras tanto La Muerte se encontró con el maestro Sufi y hablaron sobre diversas personas. “¿Y dónde está tu discípulo tal y tal?” preguntó La Muerte.
“Debe de estar en algún lugar de esta ciudad, empleando su tiempo en contemplación, quizá en una posada”, dijo el maestro.
“Qué extraño”, dijo el Ángel, “pues se halla en mi lista. Sí, aquí está: Tengo que recogerlo dentro de cuatro semanas, nada menos que en Samarcanda.”

Esta manera de presentar la Historia de la Muerte ha sido tomada del Hiyakat-Naqshia (“Cuentos a los que se les da forma siguiendo un plan o diseño”).

El derviche y la princesa

La hija de un rey era bella como la luna y admirada por todos.
Un día, un derviche a punto de comer un trozo de pan la vio.
El bocado se le cayó: al quedar tan profundamente conmovido no pudo sostenerlo.
Ella le sonrió al pasar a su lado. Esta acción lo llevó a un estado de convulsión; su pan en el polvo, casi privado de sus sentidos. Permaneció así, en un estado de éxtasis, durante siete años. El derviche pasó todo este tiempo en las calles, donde dormían los perros.
Era una molestia para la princesa y sus servidores decidieron matarlo.
Pero ella lo mandó llamar y le dijo: “No puede haber unión entre tú y yo, y mis esclavos han decidido matarte; por lo tanto abandona estas tierras.”
El desdichado contestó: “Desde la primera vez que te vi, la vida nada significa para mí. Ellos me mataran sin motivo. Pero por favor, contéstame una pregunta, ya que has de ser la causa de mi muerte. “¿Por qué sonreíste?”
“¡Necio!”, dijo la princesa. “Cuando cuán tontamente te estabas comportando, fue sólo por piedad que sonreí.”
Y desapareció de su vista.

Francisca y la muerte

– Santos y buenos días- dijo la muerte, y ninguno de los presentes la
pudo reconocer. ¡Claro!, Venía la parca con su trenza retorcida bajo el
sombrero y su mano amarilla en el bolsillo.
– Si no molesto -dijo-, quisiera saber dónde vive la señora Francisca.
– Pues mire- le respondieron, y asomándose a la puerta, un hombre señaló
con su dedo rudo de labrador:
– Allá por los matorrales que bate el viento ¿ve? Hay un camino que sube
la colina. Arriba hallará la casa.
– “Cumplida está”, pensó la muerte, y dando las gracias echó a andar por
el camino aquella mañana que, precisamente, había pocas nubes en el cielo y
todo el azul resplandecía de luz.
Andando pues, miró la muerte la hora y vio que eran las siete de la
mañana.
Para la una y cuarto, pasado el meridiano, estaba en su lista cumplida
ya la señora Francisca.
– “Menos mal, poco trabajo; un solo caso”, se dijo satisfecha de no
fatigarse la muerte y siguió su paso, metiéndose ahora por el camino
apretado de romerillo y rocío.
Efectivamente, era el mes de mayo y con los aguaceros caídos no hubo
semilla silvestre ni brote que se quedara bajo tierra sin salir al sol. Los
retoños de las ceibas eran pura caoba transparente. El tronco del guayabo
soltaba, a espacios, la corteza, dejando ver la carne limpia de la madera. Los
cañaverales no tenían una sola hoja amarilla. Verde era todo, desde el
suelo al aire y un olor a vida subiendo de las flores.
Natural que la muerte se tapara la nariz. Lógico también que ni siquiera
mirara tanta rama llena de nidos, ni tanta abeja con su flor. Pero, ¿qué
hacerse? ; estaba la muerte de paso por aquí, sin ser su reino.
Así pues echo y echo a andar la muerte por los caminos hasta llegar a
casa de Francisca.
– Por favor, con Panchita -dijo adulona la muerte.
– Abuela salió temprano -contestó una nieta de oro, un poco temerosa
aunque la parca seguía con su trenza bajo el sombrero y la mano en el bolsillo.
– ¿Y a qué hora regresa? -preguntó.
– ¡Quién lo sabe! -dijo la madre de la niña-. Depende de los quehaceres
por el campo, anda trabajando.
Y la muerte se mordió el labio. No era para menos seguir dando rueda,
por tanto mundo bonito y ajeno.
– Hace mucho sol. ¿Puedo esperarla aquí?
– Aquí quien viene tiene su casa. Pero puede que ella no regrese hasta
el anochecer.
“¡Chin!”, Pensó la muerte, “se me irá el tren de las cinco. NO; mejor
voy a buscarla”. Y levantando su voz, dijo la muerte:
– ¿Dónde, me dijo, pudiera encontrarla ahora?
– De madrugada salió a ordeñar. Seguramente estará en el maíz sembrando.
-¿Y dónde está el maizal? ­preguntó la muerte.
– Siga la cerca y luego verá el campo arado detrás.
– Gracias- dijo secamente la muerte y echó a andar de nuevo.
Pero miró todo el extenso campo arado y no había un alma en él. Soltóse
la trenza la muerte y rabió:
– “¡Vieja andariega, dónde te habrás metido!” Escupió y continuó su
sendero
sin tino. Una hora después de tener la trenza ardida bajo el sombrero y
la
nariz repugnada de tanto olor a hierba nueva, la muerte se topó con un
caminante:
-Señor, ¿Pudiera usted decirme dónde está Francisca por estos caminos?
– Tiene suerte -dijo el caminante-, media hora lleva en casa de los
Noriega.
Está el niño enfermo y ella fue a sobarle el vientre.
– Gracias- dijo la muerte como un disparo, y apretó el paso.
Duro y fatigoso era el camino. Además, ahora tenía que hacerlo sobre un
nuevo terreno arado, sin trillo, y ya se sabe cómo es de incómodo sentar
el pie sobre el suelo irregular y tan esponjoso de frescura, que se pierde
la mitad del esfuerzo. Así, por tanto, llegó la muerte hecha una lástima a
casa de los Noriega.
– Con Francisca, a ver si me hace el favor.
– Ya se marchó.
– ¡Pero, cómo! ¿Así, tan de pronto?
-¿Por qué tan de pronto? -le respondieron-. Sólo vino a ayudarnos con el
niño y ya lo hizo. ¿De qué extrañarse?
-Bueno… verá -dijo la muerte turbada-, es que siempre una hace la
sobremesa en todo, digo yo.
– Entonces usted no conoce a Francisca.
– Tengo sus señas -dijo burocrática la impía.
– A ver; dígalas -esperó la madre. y la muerte dijo:
– Pues… con arrugas; desde luego ya son sesenta años.
– ¿Y qué más?
– Verá… el pelo blanco… casi ningún diente propio… la nariz,
digamos…
– ¿Digamos qué?
– Filosa.
– ¿Eso es todo?
– Bueno… además de nombre y dos apellidos.
– Pero usted no ha hablado de sus ojos.
– Bien; nublados… sí, nublados han de ser… ahumados por los años.
– No, no la conoce -dijo la mujer-. Todo lo dicho está bien, pero no los
ojos. Tiene menos tiempo en la mirada. Esa, a quien usted busca, no es Francisca.
Y salió la muerte otra vez al camino. Iba ahora indignada sin
preocuparse mucho por la mano y la trenza, que medio se le asomaba bajo el ala del
sombrero.
– Anduvo y anduvo. En casa de los González le dijeron que Francisca
estaba a un tiro de ojo de allí, cortando pastura para la vaca de los nietos. Mas
sólo vio la muerte la pastura recién cortada y nada de Francisca, ni
siquiera la huella menuda de su paso.
Entonces la muerte, quien ya tenía los pies hinchados dentro de los
botines enlodados, y la camisa negra, más que sudada, sacó su reloj y consultó
la hora:
– “¡Dios! ¡Las cuatro y media! ¡Imposible! ¡Se me va el tren!” Y echó la
muerte de regreso, maldiciendo. Mientras,a dos kilómetros de allí, Francisca escardaba de malas hierbas el jardincito de la escuela. Un viejo conocido pasó a caballo y,
sonriéndole, le echó a su manera el saludo cariñoso:
– Francisca, ¿cuándo te vas a morir? –
Ella se incorporó asomando medio cuerpo sobre las rosas y le devolvió el
saludo alegre:
– Nunca -dijo-, siempre hay algo que hacer.

No oyes ladrar a los perros

No oyes ladrar los perros

Juan Rulfo

——————————————————————————–

A MANERA DE PRESENTACIÓN

Ahi tienes que había una vez un muchacho más loco, que toda la vida se la había pasado sueñe y sueñe. Y sus sueños eran, como todos los sueños, puras cosas imaginarias. Primero soñó en que se encontraba de pronto con la bolsa llena de dinero y que compraba todos los dulces de todos los sabores que había en todas las tiendas del mundo. Así era de rico. Después soñó en tener una bicicleta y unos patines y una buena bola de cani­cas. Más tarde, soñó en ser chofer o maquinista de un tren para recorrer lugares. Y se pasaba las tardes tirado de barriga en el suelo, soñando en las cosas interesantes que habría más allá de los cerros que tenía enfrente. En el pueblo de él había unos cerros muy altos. Y a veces soñaba ser un zopilote y volar, muy suavemente como vuelan los zopilotes hasta dejar atrás aquel pueblo donde no sucedía nunca nada interesante.

Una vez vinieron los Reyes Magos y le trajeron un libro lleno de monitos donde se contaban historias de piratas que reco­rrían las tierras y los mares más raros que tú o yo hayamos visto. Desde entonces no tuvo otro quehacer que estarse leyen­do aquella clase de libros donde él encontraba un relato pare­cido al de sus sueños.

Se volvió muy flojo. Porque a todos los que les gusta leer mucho, de tanto estar sentados, les da flojera hacer cualquier otra cosa. Y tú sabes que el estarse sentado y quieto le llena a uno la cabeza de pensamientos. Y esos pensamientos viven y toman formas extrañas y se enredan de tal modo que, al cabo del tiempo, a la gente que eso le ocurre se vuelve loca.

Aquí tienes un ejemplo: Yo.

Fragmento de una carta de Juan Rulfo a Clara Aparicio 26 de mayo de 1947

——————————————————————————–

-Tú que vas allá arriba, Ignacio, díme si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte.
-No se ve nada.
-Ya debemos estar cerca.
-Sí, pero no se oye nada.
-Mira bien.
-No se ve nada.
-Pobre de ti, Ignacio.

La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de arriba abajo, trepándose a las piedras, disminuyendo y creciendo según avanzaba por la orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante.

La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.

-Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.

-Sí, pero no veo rastro de nada.
-Me estoy cansando.
-Bájame.

El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se recargó allí, sin soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban las piernas, no quería sentarse, porque después no hubiera podido levantar el cuerpo de su hijo, al que allá atrás, horas antes, le habían ayudado a echárselo a la espalda. Y así lo había traído desde entonces.

-¿Cómo te sientes?
-Mal.

Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir. En ratos parecía tener frío. Temblaba. Sabía cuando le agarraba a su hijo el temblor por las sacudidas que le daba, y porque los pies se le encajaban en los ijares como espuelas. Luego las manos del hijo, que traía trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una sonaja.

Él apretaba los dientes para no morderse la lengua y cuando acababa aquello le preguntaba:

-¿Te duele mucho?
-Algo -contestaba él.

Primero le había dicho: “Apéame aquí… Déjame aquí… Vete tú solo. Yo te alcanzaré mañana o en cuanto me reponga un poco.” Se lo había dicho como cincuenta veces. Ahora ni siquiera eso decía.

Allí estaba la luna. Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada que les llenaba de luz los o jos y que estiraba y oscurecía más su sombra sobre la tierra.

-No veo ya por dónde voy -decía él.

Pero nadie le contestaba.

E1 otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca.

Y él acá abajo.

-¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien.

Y el otro se quedaba callado.

Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se enderazaba para volver a tropezar de nuevo .

-Éste no es ningún camino. Nos dijerón que detrás del cerro estaba Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye ningún ruido que nos diga que está cerca. ¿Por qué no quieres decirme que ves tú que vas allá arriba, Ignacio?

-Bájame, padre.
-¿Te sientes mal?

-Sí.

-Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído cargando desde hace horas y no te dejaré tirado aquí para que acaben contigo quienes sean.

Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a enderezarse.

-Te llevaré a Tonaya.

-Bájame.

Su voz se hizo quedita, apenas murmurada:

-Quiero acostarme un rato.

-Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.

La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar de frente, ya que no podía agachar la cabeza agarrotada entre las manos de su hiio.

-Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo enconrré, y no lo hubiera recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo más que puras dificultades, puras mortificaciones, puras verguenzas.

Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y sobre el sudor seco, volvía a sudar.

-Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto se sienta usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa. Con tal de que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal de eso… Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre que usted tiene de mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He dicho: “¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!” Lo dije desde que supe que usted andaba trajnando por los caminos, viviendo del robo y matando gente… Y gente buena. Y si no, allí está mi compadre Tranquilino. El que lo bautizó a usted. El que le dio su nombre. A él también le toco la mala suerte de encontrarse con usted. Desde entonces dije “Ese no puede ser mi hijo.”

-Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo desde allá arriba, porque yo me siento sordo.

-No veo nada.

-Peor para ti, Ignacio.

-Tengo sed.

-¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es muy noche y han de haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos debías de oír si ladran los perros. Haz por oír.

-Dame agua.

-Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguantate. Y aunque la hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie me ayudaría a subirte otra vez y yo solo no puedo.

-Tengo mucha sed y mucho sueño.

-Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces. Despertabas con hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua, porque ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella rabia a la cabeza. … Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su soten. No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas.

Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolos de un lado para otro. Y le pareció que la cabeza, allá arriba, se sacudía como si sollozara.

Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas.

-¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre, ¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal. Parece que, en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran podido decir: “No tenemos a quién darle nuestra lástima.” ¿Pero usted, Ignacio?

Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los te jados bajo la luz de la luna. Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejabán, se recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo hubieran descoyuntado.

Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes ladraban los perros.

-¿Y tú no los oías, Ignacio? -dijo-. No me ayudaste ni siquiera con esta esperanza.

——————————————————————————–

ES QUE SOMOS MUY POBRES

Aquí todo va de mal en peor. La semana pasada se murió mi tía Jacinta, y el sábado, cuando ya la habíamos enterrado y comen­zaba a bajársenos la tristeza, comenzó a llover como nunca. A mi papá eso le dio coraje, porque toda la cosecha de cebada estaba asoleándose en el solar. Y el aguacero llegó de repente, en grandes olas de agua, sin darnos tiempo ni siquiera a escon­der aunque fuera un manojo; lo único que pudimos hacer, to­dos los de mi casa, fue estarnos arrimados debajo del tejaván, viendo cómo el agua fría que caía del cielo quemaba aquella cebada amarilla tan recién cortada.

Y apenas ayer, cuando mi hermana Tacha acababa de cum­plir doce años, supimos que la vaca que mi papá le regaló para el día de su santo se la había llevado el río.

El río comenzó a crecer hace tres noches, a eso de la madru­gada. Yo estaba muy dormido y, sin embargo, el estruendo que traía el río al arrastrarse me hizo despertar en seguida y pegar el brinco de la cama con mi cobija en la mano, como si hubiera creído que se estaba derrumbando el techo de mi casa. Pero después me volví a dormir, porque reconocí el sonido del río y porque ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez el sueño.

Cuando me levanté, la mañana estaba llena de nublazones y parecía que había seguido lloviendo sin parar. Se notaba en que el ruido del río era más fuerte y se oía más cerca. Se olía, como se huele una quemazón, el olor a podrido del agua revuelta.

A la hora en que me fui a asomar, el río ya había perdido sus orillas. Iba subiendo poco a poco por la calle real, y estaba metiéndose a toda prisa en la casa de esa mujer que le dicen la Tambora. El chapaleo del agua se oía al entrar por el corral y al salir en grandes chorros por la puerta. La Tambora iba y venía caminando por lo que era ya un pedazo de río, echando a la calle sus gallinas para que se fueran a esconder a algún lugar donde no les llegara la corriente.

Y por el otro lado, por donde está el recodo, el río se debía de haber llevado, quién sabe desde cuándo, el tamarindo que estaba en el solar de mi tía Jacinta, porque ahora ya no se ve ningún tamarindo. Era el único que había en el pueblo, y por eso nomás la gente se da cuenta de que la creciente esta que vemos es la más grande de todas las que ha bajado el río en muchos años.

Mi hermana y yo volvimos a ir por la tarde a mirar aquel amontonadero de agua que cada vez se hace más espesa y oscura y que pasa ya muy por encima de donde debe estar el puente. Allí nos estuvimos horas y horas sin cansarnos viendo la cosa aquella. Después nos subimos por la barranca, porque quería­mos oír bien lo que decía la gente, pues abajo, junto al río, hay un gran ruidazal y sólo se ven las bocas de muchos que se abren y se cierran y como que quieren decir algo; pero no se oye nada. Por eso nos subimos por la barranca, donde también hay gente mirando el río y contando los perjuicios que ha hecho. Allí fue donde supimos que el río se había llevado a la Serpentina, la vaca esa que era de mi hermana Tacha porque mi papá se la regaló para el día de su cumpleaños y que tenía una oreja blanca y otra colorada y muy bonitos ojos.

No acabo de saber por qué se le ocurriría a la Serpentina pa­sar el río este, cuando sabía que no era el mismo río que ella conocía de a diario. La Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo más seguro es que ha de haber venido dormida para dejarse matar así nomás por nomás. A mí muchas veces me tocó des­pertarla cuando le abría la puerta del corral, porque si no, de su cuenta, allí se hubiera estado el día entero con los ojos cerra­dos, bien quieta y suspirando, como se oye suspirar a las vacas cuando duermen.

Y aquí ha de haber sucedido eso de que se durmió. Tal vez se le ocurrió despertar al sentir que el agua pesada le golpeaba las costillas. Tal vez entonces se asustó y trató de regresar; pero al volverse se encontró entreverada y acalambrada entre aquella agua negra y dura como tierra corrediza. Tal vez bramó pidien­do que le ayudaran. Bramó como sólo Dios sabe cómo.

Yo le pregunté a un señor que vio cuando la arrastraba el río si no había visto también al becerrito que andaba con ella. Pero el hombre dijo que no sabía si lo había visto. Sólo dijo que la vaca manchada pasó patas arriba muy cerquita de donde él es­taba y que allí dio una voltereta y luego no volvió a ver ni los cuernos ni las patas ni ninguna señal de vaca. Por el río roda­ban muchos troncos de árboles con todo y raíces y él estaba muy ocupado en sacar leña, de modo que no podía fijarse si eran animales o troncos los que arrastraba.

Nomás por eso, no sabemos si el becerro está vivo, o si se fue detrás de su madre río abajo. Si así fue, que Dios los ampare a los dos.

La apuración que tienen en mi casa es lo que pueda suceder el día de mañana, ahora que mi hermana Tacha se quedó sin nada. Porque mi papá con muchos trabajos había conseguido a la Serpentina, desde que era una vaquilla, para dársela a mi hermana, con el fin de que ella tuviera un capitalito y no se fuera a ir de piruja como lo hicieron mis otras dos hermanas, las más grandes.

Según mi papá, ellas se habían echado a perder porque éra­mos muy pobres en mi casa y ellas eran muy retobadas. Desde chiquillas ya eran rezongonas. Y tan luego que crecieron les dio por andar con hombres de lo peor, que les enseñaron cosas ma­las. Ellas aprendieron pronto y entendían muy bien los chiflidos, cuando las llamaban a altas horas de la noche. Después salían hasta de día. Iban cada rato por agua al río y a veces, cuando uno menos se lo esperaba, allí estaban en el corral, revolcándose en el suelo, todas encueradas y cada una con un hombre trepado encima.

Entonces mi papá las corrió a las dos. Primero les aguantó todo lo que pudo; pero más tarde ya no pudo aguantarlas más y les dio carrera para la calle. Ellas se fueron para Ayutla o no sé para dónde; pero andan de pirujas.

Por eso le entra la mortificación a mi papá, ahora por la Tacha, que no quiere vaya a resultar como sus otras dos herma­nas, al sentir que se quedó muy pobre viendo la falta de su vaca, viendo que ya no va a tener con qué entretenerse mientras le da por crecer y pueda casarse con un hombre bueno, que la pueda querer para siempre. Y eso ahora va a estar difícil. Con la vaca era distinto, pues no hubiera faltado quien se hiciera el ánimo de casarse con ella, sólo por llevarse también aquella vaca tan bonita.

La única esperanza que nos queda es que el becerro esté toda­vía vivo. Ojalá no se le haya ocurrido pasar el río detrás de su madre. Porque si así fue, mi hermana Tacha está tantito así de retirado de hacerse piruja. Y mamá no quiere.

Mi mamá no sabe por qué Dios la ha castigado tanto al darle unas hijas de ese modo, cuando en su familia, desde su abuela para acá, nunca ha habido gente mala. Todos fueron criados en el temor de Dios y eran muy obedientes y no le cometían irreve­rencias a nadie. Todos fueron por el estilo. Quién sabe de dónde les vendría a ese par de hijas suyas aquel mal ejemplo. Ella no se acuerda. Le da vueltas a todos sus recuerdos y no ve claro dónde estuvo su mal o el pecado de nacerle una hija tras otra con la misma mala costumbre. No se acuerda. Y cada vez que piensa en ellas, llora y dice: “Que Dios las ampare a las dos.”

Pero mi papá alega que aquello ya no tiene remedio. La pe­ligrosa es la que queda aquí, la Tacha, que va como palo de ocote crece y crece y que ya tiene unos comienzos de senos que prometen ser como los de sus hermanas: puntiagudos y altos y medio alborotados para llamar la atención.

-Sí -dice-, le llenará los ojos a cualquiera dondequiera que la vean. Y acabará mal; como que estoy viendo que aca­bará mal.

Ésa es la mortificación de mi papá.

Y Tacha llora al sentir que su vaca no volverá porque se la ha matado el río. Está aquí, a mi lado, con su vestido color de rosa, mirando el río desde la barranca y sin dejar de llorar. Por su cara corren chorretes de agua sucia como si el río se hubiera metido dentro de ella.

Yo la abrazo tratando de consolarla, pero ella no entiende. Llora con más ganas. De su boca sale un ruido semejante al que se arrastra por las orillas del río, que la hace temblar y sacu­dirse todita, y, mientras, la creciente sigue subiendo. El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a tra­bajar por su perdición.

manifestacion-332

Cuando llegaba un nuevo discípulo, este era el “catecismo” a que solía someterle el Maestro.

¿Sabes quién es la única persona que no habrá de abandonarte jamás en tu vida?
¿Quién?
Tú.

¿Y sabes quién tiene la respuesta a cualquier pregunta que puedas hacerte?.
¿Quién?
Tú.

¿Y puedes adivinar quién tiene la solución a todos y cada uno de tus problemas?
Me rindo…
Tú.

1 18 19 20 21 22