Cuentos derviches

El hombre que era consciente de la muerte

Había una vez un derviche que se embarcó para efectuar una travesía marítima. Al subir, uno por uno, los otros pasajeros al barco, lo vieron y –como era la costumbre- le pidieron un consejo. Todo cuanto el derviche hizo fue decir a cada uno de ellos lo mismo; sólo parecía estar repitiendo una de sus fórmulas que los derviches hacen el objeto de su atención, de tiempo en tiempo.
La fórmula era: “Trata de estar atento a la muerte hasta que sepas lo que la muerte es.” Pocos viajeros se sintieron particularmente atraídos por esta amonestación.
Pronto se levantó una terrible tormenta. Tanto la tripulación como los pasajeros cayeron de rodillas, implorando a Dios que salvara el barco. Alternativamente, gritaron aterrorizados, se dieron por perdidos, esperaron frenéticamente algún socorro. Durante todo este tiempo, el derviche permaneció tranquilamente sentado, reflexivo, sin reaccionar ante el movimiento y las escenas que se desarrollaban a su alrededor.
Finalmente, el embate cesó, mar y cielo se calmaron; y los pasajeros tomaron conciencia de cuán sereno había permanecido el derviche durante todo el episodio.
Uno de ellos le preguntó: “¿No te diste cuenta que durante esta terrible tormenta no hubo entre nosotros y la muerte nada más sólido que una tabla de madera?”
“Oh, sí, en efecto”, respondió el derviche, “yo sabía que en el mar siempre es así. Sin embargo, también me di cuenta de que, como a menudo había reflexionado estando en tierra, en el curso normal de los sucesos, hay un aun menos entre nosotros y la muerte.”

Esta historia es de Bayazid, de Bistam, un lugar al sur del Mar Caspio. Fue uno de los más grandes Sufis de la antigüedad y murió a fines del siglo IX.
Su abuelo era un seguidor de Zoroastro y recibió su iniciación esotérica en la India. En razón de que su maestro Abu-Ali, de Sind, no conocía perfectamente los rituales externos del Islam, algunos escolásticos han sostenido que Abu-Ali era hindú, y que Bayazid en realidad estaba estudiando métodos místicos de la India. Sin embargo, entre los Sufis ninguna autoridad responsable está de acuerdo con este punto de vista. La Orden Bistamia forma parte de los seguidores de Bayazid.

Cuando la muerte llegó a Bagdad

El discípulo de un Sufi de Bagdad estaba un día sentado en un rincón de una posada, cuando oyó hablar a dos personajes. Por lo que decían, se dio cuenta de que uno de ellos era el Ángel de la Muerte.
“Tengo varias visitas que hacer en esta ciudad durante las próximas tres semanas”, le decía el Ángel a su compañero.
Aterrorizado, el discípulo se escondió hasta que ambos hubieron partido. Entonces usando su inteligencia para resolver el problema de cómo frustrar una posible visita de la muerte, decidió que si se mantenía alejado de Bagdad, no sería alcanzado. Sólo hubo un corto paso entre este razonamiento y alquilar el caballo más veloz disponible y espolearlo día y noche en dirección a la lejana ciudad de Samarcanda.
Mientras tanto La Muerte se encontró con el maestro Sufi y hablaron sobre diversas personas. “¿Y dónde está tu discípulo tal y tal?” preguntó La Muerte.
“Debe de estar en algún lugar de esta ciudad, empleando su tiempo en contemplación, quizá en una posada”, dijo el maestro.
“Qué extraño”, dijo el Ángel, “pues se halla en mi lista. Sí, aquí está: Tengo que recogerlo dentro de cuatro semanas, nada menos que en Samarcanda.”

Esta manera de presentar la Historia de la Muerte ha sido tomada del Hiyakat-Naqshia (“Cuentos a los que se les da forma siguiendo un plan o diseño”).

El derviche y la princesa

La hija de un rey era bella como la luna y admirada por todos.
Un día, un derviche a punto de comer un trozo de pan la vio.
El bocado se le cayó: al quedar tan profundamente conmovido no pudo sostenerlo.
Ella le sonrió al pasar a su lado. Esta acción lo llevó a un estado de convulsión; su pan en el polvo, casi privado de sus sentidos. Permaneció así, en un estado de éxtasis, durante siete años. El derviche pasó todo este tiempo en las calles, donde dormían los perros.
Era una molestia para la princesa y sus servidores decidieron matarlo.
Pero ella lo mandó llamar y le dijo: “No puede haber unión entre tú y yo, y mis esclavos han decidido matarte; por lo tanto abandona estas tierras.”
El desdichado contestó: “Desde la primera vez que te vi, la vida nada significa para mí. Ellos me mataran sin motivo. Pero por favor, contéstame una pregunta, ya que has de ser la causa de mi muerte. “¿Por qué sonreíste?”
“¡Necio!”, dijo la princesa. “Cuando cuán tontamente te estabas comportando, fue sólo por piedad que sonreí.”
Y desapareció de su vista.