Una bicicleta azul con alas
UNA BICICLETA AZUL CON ALAS
A Kevin Locke, narrador lakota contemporáneo que narra la historia de La Séptima Dirección.
Niña Soliluna – que aún no tenía ese nombre, porque todavía no había nacido – apenas si podía dormir.
Se sentía sola y triste porque en el vientre de su madre no encontraba una bicicleta azul con alas.
Desde que la había visto en sueños, no pensaba en otra cosa.
Para colmo, se había montado en ella y había dado unas vueltecitas por la Plaza Principal del pueblo en el que iba a nacer, bordeando sus aceras.
Y aromando a todos con las flores de su alegría.
Usando el cordón umbilical como un periscopio – al igual que otras veces – miraba hacia ese mundo de afuera ansiando encontrarla.
– ¡Ah, si la encontrase, aunque sólo fuera en sueños! – se dijo para sí, mientras le daba unas cuantas pataditas al vientre materno.
También deseaba que un rayo de sol, o un simple cambio de luna, cumpliera sus ruegos.
Niña Soliluna se durmió.
En su sueño – ¡oh, maravilla! – volaba hacia el este contemplando un cielo que se abría como recién nacido. Con su sol hacia un nuevo amanecer en un mundo grande, con un bosque lleno de árboles y animales.
El Pájaro de Siete Colores, pasó a su lado y le cantó:
– Si saludas a la vida, puedes encontrarla. Sonríele.
– ¿A quién?
– A la bicicleta azul con la cual sueñas. Y salúdala de mi parte.
– ¿Dónde se encuentra? – preguntó Niña Soliluna.
Pero El Pájaro de Siete Colores se desapareció del sueño, antes de lograr que ella oyera lo que pareció contestarle.
Volvió a dormirse y a envolverse en sueños y – en el nuevo sueño de su sueño – a soñar.
Sintió todo el ardor del verano y se vio sumergida en el sur, en un tiempo de inocencia, de aprendizaje y crecimiento.
– Quizás, al dejarte envolver por el calor y el aroma de los frutos que nacen y por los temblores de los primeros pasos, tal vez la halles – le comentaron, a un mismo balido, La Oveja Verde y su hermanita negra.
Y la ayudaban a buscarla entre la dorada maleza crecida y los frutos madurándose. Pero ambas se fueron del sueño, aún antes de encontrarla.
– ¿Has buscado en ese lugar que se halla antes de la caída del sol? – Oyó cómo le preguntaba, con una voz tierna y ronca, El Amadillo de los Suspiros que, sin dejarse ver, por lo tímido que era, desapareció del sueño.
Niña Solliluna se dirigió al oeste – a la madura llegada del crepúsculo – y lo recorrió totalmente. Pero, de la bicicleta azul con alas, nadie supo darle ni la más pequeña señal.
Tampoco de su pasada.
Sintió el tierno roce de un hocico, en una de sus piernas: era El Puercoespín de las Caricias que le preguntó:
– ¿Ya lo averiguaste con El Invierno? Será frío, pero es muy sabio – y le agregó de inmediato
– Como su larga y vieja cabellera blanca lo demuestra, conoce muchas cosas.
Niña Soliluna volvió a volar – en su sueño – hacia el norte, sin tener la suerte de encontrar a su deseada bicicleta azul con alas.
– No te desanimes – escuchó como le decía El Invierno, con una sonrisa blanca – Sigue buscado. Aún te faltan algunas direcciones. No desesperes: algo o alguien te indicará el lugar en donde hallarla.
Empeñosa, buscó cielo arriba. Se encontró nubes con formas y colores diversos, estrellas, asteroides, planetas y satélites. Trepó todos los delicados escalones de La Escala de la Armonía y exploró en las distantes constelaciones del universo de sus sueños.
Pero, no. No estaba.
Buscó tierra abajo, cavando y socavando los más profundos espacios de las cavernas de su sueño y sumergiéndose en las más profundas aguas de sus mares. Se encontró culebras flautas, gusanos de siete luces, lombrices arpas y lagartijas arco iris. Halló peces trompeteros, hipocampos trovadores y medusas de la alegría.
Pero, ¡ninguna bicicleta azul con alas!
Más triste y sola que al inicio de sus sueños, ya estaba a punto de despertarse cuando oyó una voz que, con honda y profunda ternura, le mugió:
– ¿Has buscado hacia adentro? – era La Vaca Azul de los Cuentos – Es el último lugar donde se nos ocurre buscar: en el corazón. A cada ser se le olvida aquello que Los Abuelos de las Palabras que se Dicen nos enseñaron: ahí, en el corazón, habitan todas esas cosas que más deseamos. Hasta que las hacemos realidad. Mientras no existen – si miramos, olfateamos o escuchamos con mucha atención – veremos sus formas y colores, sentiremos sus aromas y, también, oiremos las notas de sus cantos.
En efecto, allí encontró a su ansiada bicicleta azul con alas.
De tanta alegría, Niña Soliluna no sólo despertó de sus sueños sino que, nació.
Apenas asomó su cabeza al mundo, su madre le comentó a su padre:
– Mira, nuestra primera hija. Es notorio que ella ha nacido con tantas ganas de hacerlo que,
estoy segura, vino a la vida montada en una bicicleta azul con alas.
Armando Quintero
Caracas, Venezuela.Septiembre del 2002
(Publicado en el Boletín de Cuenta Cuentos de Buenos Aires)