El cuerpo en arcoiris

Por medio de esas prácticas avanzadas de Dzogchen, los practicantes consumados pueden llevar su vida a un final extraordinario y triunfante. Cuando mueren, permiten que su cuerpo quede en condiciones de ser reabsorbido en la esencia luminosa de los elementos que lo crearon, y en consecuencia su cuerpo material se disuelve en luz y desaparece por completo. Este proceso se conoce con el nombre de “cuerpo de arco iris” o “cuerpo de luz”, porque la disolución suele ir acompañada por manifestación es espontáneas de luz y arco iris. Los antiguos Tantras de Dzogchen y las escrituras de los grandes maestros distinguen diversas categorías en este fenómeno asombroso y ultraterreno, pues en otro tiempo, si no normal, era al menos relativamente frecuente.
Por lo general, una persona que sabe que está a punto de lograr el cuerpo de arco iris suele pedir que la dejen sola en un cuarto o en una tienda durante siete días. Al octavo día tan sólo se encuentran el pelo y las uñas, las impurezas del cuerpo.
Hoy en día esto puede resultarnos muy difícil de creer, pero en la historia documentada del linaje. Dzogchen abundan los ejemplos de personas que lograron el cuerpo de arco iris y, como Dudjom Rimpoché solía señalar a menudo, no es sólo historia antigua. De los muchos ejemplos que podría elegir, me gustaría citar uno de los más recientes y con el que, además, tengo una relación personal. En 1952 se dio un célebre caso de cuerpo de arco iris en el Este de Tíbet, presenciado por numerosos testigos. El hombre que lo logró, Sônam Namgyal, era el padre de mi tutor y hermano de Lama Tseten, cuya muerte he descrito al principio de este libro.
Sônam Namgyal era un hombre muy sencillo y humilde que se ganaba la vida como cincelador ambulante, escribiendo mantras y textos sagrados en las piedras. Algunos decían que en su juventud había sido cazador y que había recibido enseñanzas de un gran maestro. En realidad, nadie se figuraba que fuese un practicante; era realmente lo que se denomina un “yogui oculto”. Poco tiempo antes de morir, se lo veía subir a las montañas y quedarse allí sentado, recortado contra el firmamento, contemplando el espacio. Componía sus propias canciones y las cantaba en lugar de las tradicionales. Nadie sabía que estaba haciendo. Luego cayó enfermo, o así lo pareció, pero, curiosamente, se mostraba cada vez más alegre. Cuando se agravó la enfermedad, su familia llamó a maestros y médicos. Su hijo le aconsejó que intentara recordar todas las enseñanzas que hubiera oído, pero él sonrío y respondió: “las he olvidado todas, y a fin de cuentas no hay nada que recordar. Todo es ilusorio, pero tengo la confianza en que todo esta bien”.
Justo antes de morir, a la edad de setenta y nueve años, dijo: “Sólo pido que, cuando muera, no mováis mi cuerpo durante una semana”. A su muerte, la familia amortajó al cadáver e invitó a lamas y monjes para que vinieran a practicar con él. Colocaron el cuerpo en un cuartito de la casa y todos se dieron cuenta de que, aunque había sido un hombre de buena estatura, no les costó nada meterlo en el cuarto, como si se hubiera vuelto más pequeño. Al mismo tiempo se vio una extraordinaria manifestación de luz irisada que envolvía toda la casa. Al sexto día fueron a mirar y observaron que el cuerpo se hacía cada vez más pequeño. Al octavo día de la muerte, la mañana en que estaba previsto el funeral, vinieron a llevarse el cadáver. Al retirar la tela que lo envolvía, sólo encontraron las uñas y el cabello.
Mi maestro Jamyang Khyentse pidió que le llevaran esos residuos y dictaminó que había sido un caso de cuerpo de arco iris.