Un cuerpo de mujer

Junio 27, 2007

Una noche de verano un chino llamado Yang despertó de pronto a causa del insoportable calor. Tumbado boca abajo, la cabeza entre las manos, se había entregado a hilvanar fogosas fantasías cuando se percató de que había un pulga avanzando por el borde de la cama. En la penumbra de la habitación la vio arrastrar su diminuto lomo fulgurando como polvo de plata rumbo al hombro de su mujer que dormía a su lado desnuda. Yacía profundamente dormida, y oyó que respiraba dulcemente, la cabeza y el cuerpo volteados hacia su lado.

Observando el avance indolente de la pulga, Yang reflexionó sobre la realidad de aquellas criaturas. Una pulga necesita una hora para llegar a un sitio que está a dos o tres pasos nuestros, aparte de que todo su espacio se reduce a una cama. “Muy tediosa sería mi vida de haber nacido pulga…”

Dominado por estos pensamientos, su conciencia se empezó a oscurecer lentamente y sin darse cuenta, acabó hundiéndose en el profundo abismo de un extraño trance que no era ni sueño ni realidad. Imperceptiblemente, justo cuando se sintió despierto, vio, asombrado, que su alma había penetrado el cuerpo de la pulga que durante todo aquel tiempo avanzaba sin prisa por la cama, guiada por un acre olor a sudor. Aquello, en cambio, no era lo único que lo confundía, pese a ser una situación tan misteriosa que no conseguía salir de su asombro.

En el camino se alzaba una encumbrada montaña cuya forma más o menos redondeada aparecía suspendida de su cima como una estalactita, alzándose más allá de la vista y descendiendo hacia la cama donde se encontraba. La base medio redonda de la montaña, contigua a la cama, tenía el aspecto de una granada tan encendida que daba la impresión de contener fuego almacenado en su seno. Salvo esta base, el resto de la armoniosa montaña era blancuzco, compuesto de la masa nívea de una sustancia grasa, tierna y pulida. La vasta superficie de la montaña bañada en luz despedía un lustre ligeramente ambarino que se curvaba hacia el cielo como un arco de belleza exquisita, a la par que su ladera oscura refulgía como una nieve azulada bajo la luz de la luna.

Los ojos abiertos de par en par, Yang fijó la mirada atónita en aquella montaña de inusitada belleza. Pero cuál no sería su asombro al comprobar que la montaña era uno de los pechos de su mujer. Poniendo a un lado el amor, el odio y el deseo carnal, Yang contempló aquel pecho enorme que parecía una montaña de marfil. En el colmo de la admiración permaneció un largo rato petrificado y como aturdido ante aquella imagen irresistible, ajeno por completo al acre olor a sudor. No se había dado cuenta, hasta volverse una pulga, de la belleza aparente de su mujer. Tampoco se puede limitar un hombre de temperamento artístico a la belleza aparente de una mujer y contemplarla azorado como hizo la pulga.

Ryunosuke Akutagawa

Extranjero

No me llames extranjero,
porque haya nacido lejos,
o porque tenga otro nombre
la tierra de donde vengo.

No me llames extranjero,
porque fue distinto el seno,
o porque acunó mi infancia
otro idioma de los cuentos.

No me llames extranjero,
si en el amor de una madre,
tuvimos la misma luz
en el canto y en el beso,
con que nos sueñan iguales
las madres contra su pecho.

No me llames extranjero,
ni pienses de donde vengo,
mejor saber donde vamos,
adónde nos lleva el tiempo.

No me llames extranjero,
porque tu pan y tu fuego
calman mi hambre y mi frío
y me cobija tu techo.

No me llames extranjero,
tu trigo es como mi trigo,
tu mano como la mía,
tu fuego como mi fuego,
y el hambre no avisa nunca,
vive cambiando de dueño.

Y me llamas extranjero
porque me trajo un camino,
porque nací en otro pueblo,
porque conozco otros mares,
y zarpé un día de otro puerto.
Si siempre quedan iguales
en el adiós los pañuelos,
y las pupilas borrosas
de los que dejamos lejos:
los amigos que nos nombran.
Y son iguales los besos
y el amor de la que sueña
con el día del regreso.

No me llames extranjero,
traemos el mismo grito,
el mismo cansancio viejo
que viene arrastrando el hombre
desde el fondo de los tiempos,
cuando no existían fronteras,
antes que vinieran ellos,
los que dividen y matan,
los que roban,
los que mienten,
los que venden nuestros sueños,
los que inventaron un día,
esta palabra,
extranjero.

No me llames extranjero,
que es una palabra triste,
que es una palabra helada,
huele a olvido y a destierro.

No me llames extranjero,
mira tu niño y el mío
como corren de la mano
hasta el final del sendero.
No los llames extranjeros,
ellos no saben de idiomas,
de límites ni banderas,
míralos, se van al cielo
con una risa paloma
que los reúne en el vuelo.

No me llames extranjero,
piensa en tu hermano y el mío,
el cuerpo lleno de balas,
besando de muerte el suelo.
Ellos no eran extranjeros,
se conocían de siempre,
por la libertad eterna,
igual de libres murieron.

No me llames extranjero,
mírame bien a los ojos,
mucho más allá del odio,
del egoísmo y el miedo,
verás que soy un hombre,
no puedo ser extranjero.

No me llames extranjero.

Rafael Amor.

feliz dia del Friki 25 de mayo

Para los que odian a Jar Jar Binks
Para los que desearían tener una doble personalidad para imitar a Gollum.
Para los que sólo aprueban si usan su boli élfico +15.
Para los estudiantes de Arquitectura que en su proyecto de fin de carrera diseñaron una Estrella de la Muerte.
Para los estudiantes de Medicina que en su proyecto de fin de carrera diseñaron una Estrella de la Muerte.
Para los que sufren de taquicardia, sudores, sonrojo, agitación táctil y dilatación pupilar cuando están a menos de 4 metros de una chica guapa.
Para las mujeres convencidas de que los tíos proceden de un mundo llamado Bicholand.
Para los que saben lo que son bolsas “free acid”.
Para los que en la década de los 90 compraron varios comics con distintas portadas.
Para los que prefieren leer un buen comic antes que a 22 hombres sudorosos en paños menores y miradas obscenas mientras corren arriba y abajo en un campo de juego.
Para los que siempre han soñado que un desconocido vestido de negro y con una máscara les grite: “¡Yo soy tu padre!”.
Para las chicas que les encantan el yaoi.
Para los que a su profesor más odiado de la facultad le ha replicado un: “!Alégrame el día!”.
Para los que saben que no importa lo larga que sea un sable–láser, sino lo bien que se maneja.
Para los que alguna vez han intentado mover un vaso con su mente.
Para los han soñado con dominar el mundo. Muchas veces. Muchas, muchas veces.
Para los que sueñan con que sus novias se disfracen de Wonder Woman.
Para los que saben que la radiación no sólo provoca cáncer; también crea mutantes superpoderosos.
Para los que cuando un pervertido les llama a las tantas de la noche y les suelta una ristra de jadeos, gritan: “¡Darh Vader, por fin has venido!”.
Para los que antes morirían abrasados por las llamas de un incendio que perder su página de cómic original y firmado.
Para los que en el programa: “Tengo una pregunta para usted”, soltarían: “¿Quién es más fuerte, Hulk o Superman!”.

En fin, para todos ellos y para los que ahora mismo estáis leyéndome:

¡Feliz día del Orgullo Friki!

Fotografia post-mortem

http://blog.innerpendejo.net/2007/12/fotog…-siglo-xix.html

La invención del daguerrotipo en 1839 puso al alcance de la clase media la posibilidad de encargar un retrato a un precio asequible. Uno de los usos mas populares de la daguerrotipia fue el de conservar una imagen de los seres queridos que pasaban a mejor vida. Curiosamente, dados los elevados tiempos de exposición que se necesitaban entonces nada había mas comodo que retratar a un muerto. Esta costumbre se popularizo sobre todo con los niños. En el siglo XIX la tasa de mortalidad infantil era bastante alta, y en muchas ocasiones una fotografía póstuma era la única imagen que podía quedar de ellos. Dicha practica decayó entrado el siglo XX, una vez el uso de la fotografía se hizo mucho mas común.

Frecuentemente, se intentaba que la imagen del difunto se asemejara a la de un durmiente, o incluso a la de una persona viva. Podían ser inmortalizados recostados en un sofá, tumbados en la cama, sentados en una silla… Otras veces, aparecían rodeados de sus familiares. En el caso de los bebes, muchos eran retratados en brazos de la madre. Aquí tenéis algunos ejemplos.

http://blog.innerpendejo.net/2008/05/la-vi…-la-muerte.html
El fotógrafo Walter Schels y la periodista Beate Lakotta, editora de la sección de ciencia de la revista alemana Der Spiegel, han preparado una exposición con los retratos que tomaron de 24 personas poco antes e inmediatamente después de que estas murieran. Eran enfermos desahuciados que dieron su consentimiento. La exposición incluye las entrevistas realizadas a cada uno de ellos, en las que expresaban sus pensamientos y sentimientos ante la cercana e inevitable muerte. Actualmente exhiben en la Wellcome Collection.

http://www.guardian.co.uk/society/gallery/…cture=333325401

Hip hop y rap islamico

El hip hop y el rap islámicos están en la actualidad creciendo en todo el mundo y muy especialmente en EEUU y el Reino Unido. Uno de los grupos, Mecca2Medina, ha llamado recientemente a los musulmanes y a los miembros de las minorías étnicas a “no sucumbir a lo que describen como una preocupante tendencia al incremento de la islamofobia en el Reino Unido.” Los dos miembros del grupo, Abdul Karim Talib y Rakin Fetuga, manifestaron a Trudy Simpson, un periodista del periódico británico The Voice, que las continuas informaciones acerca de la existencia de “extremistas islámicos” en el Reino Unido y los debates sobre el velo en los medios de comunicación han llevado a una parte de la sociedad británica a tener una percepción negativa sobre los musulmanes.

Talib y Fetuga manifestaron que la comunidad musulmana considera que se halla bajo ataque y recordaron que los negros fueron víctimas también de estereotipos en el pasado. Ellos quieren ofrecer una buena imagen de la comunidad musulmana y acercar a las diferentes comunidades y familias, y creen que pueden alcanzar estos objetivos mediante su trabajo. Durante la fiesta del Eid el Fitr -que marca el final del mes de Ramadán- de este año realizaron una actuación en una plaza de Londres. Este evento, que estuvo organizado por el Consejo Musulmán de Gran Bretaña (MCB) y la Oficina del Alcalde de Londres, atrajo a unas 20.000 personas. “Algunas personas creen que el Islam está relacionado con el terrorismo, pero eso no es verdad. Este evento es una celebración. Es vida. Busca mostrar las muchas caras positivas que tiene el Islam,” manifestó Abdallah Ullah, del Comité de Temas sobre Londres del MCB, a The Voice.

“El Islam es una de las grandes culturas del mundo, que ha hecho contribuciones incalculables a la ciencia mundial, la enseñanza, la literatura, el arte y el comercio, de las que se benefician ahora todos los países. Las comunidades musulmanas continúan realizando una contribución decisiva al exitoso desarrollo de Londres como una gran ciudad internacional,” manifestó el alcalde de la ciudad, Ken Livingstone, durante el concierto.

La mayoría de estos grupos tratan de elevar la conciencia acerca de la religión y la cultura islámica entre la juventud musulmana y la población en general. Las letras de sus canciones reflejan un alto nivel educativo y valores positivos. Algunos de ellos, tales como el cantante británico Aml Ameen, han tomado parte en campañas que están destinadas a promover la lectura en áreas con bajas tasas de alfabetización. “Lo que aleja a la gente de la lectura es que ellos fueron obligados a leer mucho en la escuela. La lectura aparece así vinculada al estigma del aburrimiento.” Sin embargo, Tupac –uno de los últimos cantantes de rap que han aparecido en EEUU- manifestó al salir de prisión que “el conocimiento que había conseguido era gracias a la lectura de libros,” manifestó Ameen al periódico británico The Observer.

En EEUU, existen incluso más grupos de hip hop musulmanes, que están siendo cada vez más conocidos en el país y el extranjero. Uno de ellos es Native Deen, una banda formada por un trío de músicos musulmanes: Joshua Salaam, Naeem Muhammad y Abdul-Malik Ahmad. Todos ellos visten ropas tradicionales islámicas, tales como túnicas y pantalones flojos. El grupo fue fundado en 2000 y sus miembros están orgullosos de su identidad musulmana, norteamericana y africana. Ellos se identifican con figuras negras de la Protesta por los Derechos Civiles, especialmente con Malcolm X, Rosa Parks y otros.

Deadhunter: Sevillian Zombies

Si pensabas que una pelicula de los almada era mala. Si pensabas que Britny Spears no sabia cantar y menos actuar. Pero necesitas tener algo mejor para dormir que dos pastillitas esta es tu pelicula:

Deadhunter: Sevillian Zombies
Título original
Deadhunter: Sevillian Zombies
Nacionalidad
España
Año
2003
Género
Terror
Formato
Color
Duración
75
Director
Julián Lara
Guión
Julián Lara
Fotografía
Daniel Ordóñez
Reparto
Beatriz Mateo, María Miñagorri, Julián Lara, Dan Liaño, José Manuel Gómez, Jesús Gallardo, Leonardo Dantés, Lloyd Kaufman, Kiko Veneno

Sinopsis
Sevilla: Debido a que se han decidido a seguir las obras del Metro, que fueron abandonadas a finales de los setenta, tras más de 20 años con los túneles cerrados, han salido a la superficie una raza de seres ávidos de carne humana fresca, torpes en sus movimientos pero letales en las distancias cortas, cuyos mordiscos te convierten en pocos minutos en uno de ellos. Para acabar con esta plaga de putos zombies, se ha creado un cuerpo de élite especial dedicado a la extinción de estos seres, ellos son los “Deadhunters”, o cazadores de muertos. Durante la película acudirán allí donde se les necesite, a veces con consecuencias nefastas, hasta que descubren el nido desde donde está propagándose toda esta infección: los túneles del Metro.

Crítica
La opinión de Mr. Dreamy
Puntuación
del crítico: 1
“Karate a Muerte en Torremolinos” mira que era mala pero está la supera con creces, las he intentado mirar con buenos ojos pero lo único que me provocan es vomitera continua, luego te dirán que este tipo de películas es para ver con los colegas fumandose unos petas y bebiendo cervezas… en fin, ahora lo sociedad barriobajera necesita las drogas para poder disfrutar de una película.Añadir Anotación
Es una película casera, pero de ahi a que la comercialicen en los videoclubs y en el extranjero es de vergüenza ajena, semejante carroña no deberia de haber salido de Sevilla, si no miren la nota que tiene en imdb.com, no llega ni al 2.
Será que no tengo sentido del humor pero yo si que me quede pasmado como un zombie viendo semejante carroña, es más constructivo ver Gran Hermano, la mayor estrella del film es Leonardo Dantés que con su baile del pañuelo ahuyenta a un par de zombies cuando lo acorralan en el callejon.Añadir Anotación
El cantante Kiko Veneno solo hace el rídiculo en el par de minutos que sale, pero que mal lo hace el hijoputa.
En fin por curiosidad si la ves la pasaras rapidamente pa ver 4 escenas porque es imposible ver más de 2 minutos seguidos sin vomitar, de lo más carroñoso que he visto.

DESTRUCCIÓN DE LIBROS

DESTRUCCIÓN DE LIBROS

“Mira en la conspiración universal, dirigida al exterminio del júbilo y a la ruina de la belleza, el retorno y el establecimiento definitivo de los antiguos fantasmas del caos y de la nada…”
J.A. Ramos Sucre, El retórico

TODOS LOS FUEGOS, EL FUEGO

No veo cómo comenzar esta historia atroz sin formular algunas premisas:
a) La veneración fanática por un libro convertido en un talismán cultural sagrado causó la aniquilación de miles de libros.
Esto y lo que sigue: el fervor extremista asignó una condición mágica al contenido de una obra (llámese Corán, Biblia o el programa de un movimiento religioso, social, artístico o político) y legitimó su procedencia divina (Dios como autor o en su defecto un iluminado). Es el mito de la Obra Sagrada, a secas. De ahí, y sin reservas, que sobreviniera la condena más absoluta, supersticiosa y oficial de todo aquello que no confirmara semejante postura. La defensa teológica de un libro considerado definitivo, irrebatible e indispensable no ha tolerado discrepancias o manifestaciones de cultura deliberada. En parte, porque la desviación o reflexión crítica se iguala a la rebelión; en parte porque lo sagrado no admite conjeturas: supone un Cielo para sus gendarmes y un Infierno inagotable, domicilio de penalización con tintes de pesadilla combustible, para sus transgresores. La verdad, en este sentido, fue y sigue siendo a priori; principalmente trascendente, propiedad de un colectivo cuya fe da por sentado que la oposición es inoportuna e injusta.
Esta visión nos lleva a un segundo punto:
cool.gif El diálogo del libro estorba el monólogo del fanático.
El diálogo acuerda la interlocución y el consenso. La destrucción pretende amedrentar, disuadir, antes que convencer o persuadir. Subyace en todo esto la creencia de que el libro sagrado no puede ser cuestionado por meros mortales. No es, en definitiva, un proyecto dialéctico sino impositivo, monotemático, aislado. Un vulgar plan de conquista. El fin superior del proceso castiga la blasfemia para disipar la corrupción de las tesis o su disolución pérfida en la duda; la salvación del alma es la meta y no hay resquicios ni obstáculos que no puedan derribarse. c) El fuego, con escasas excepciones, ha sido el instrumento de la mayor parte de la destrucción de libros en la historia.
Como elemento purificador, principio y fin, antes y nunca, el fuego resulta eficaz al reducir a cenizas la escritura. Actúa, pues, como respuesta al pensamiento heterodoxo y como ofrenda a la posición ortodoxa. La quema de libros ha intentado determinar que dado que el conocimiento es poder (Bacon dixit) la inversión, es decir, el poder como conocimiento, se expresa en la eliminación categórica o, por momentos distraída, del menor atisbo de cuestionamiento o indiferencia.
Importa que el acto sea contundente, irreversible, casi una moraleja. Yavhé no dudó en hacer uso del fuego para destruir Sodoma. Desde ese momento en que los atenienses condenaron a Protágoras y redujeron su obra a las llamas hasta la persecución contra Salman Rushdie y sus irreverentes “Versos satánicos” , por citar uno de lo signos con que cierra este siglo, la moraleja (esto es: la disidencia no redunda en beneficios) ha probado sus efectos desmoralizantes. Lo invocado es lo de menos. Bien sea en el nombre del padre, del hijo, del espíritu santo, Mahoma o del partido, el horror provocado es idéntico. Todos los fuegos son el fuego original.
En el “Fausto” de Marlowe, quizás el mejor de todos o el más feliz, hay un punto, (Acto V, escena II), en el que Fausto, ya condenado y conducido por los demonios, grita: “No te abras, infierno horrible. !Lucifer, no vengas por mí! !Yo quemaré mis libros!…” . Pero no se salva: sus súplicas son tardías y la promesa de negar el conocimiento, cometido el pecado letal, no basta. No hay absolución que valga. Y sus libros, tarde o temprano, cabe imaginar, correrán la misma suerte.
d) Hay demasiadas definiciones del libro. Yo no tengo ninguna que difiera de las que he leído, por lo que me atrevo a resumir con desparpajo: el libro encuentra al hombre en el lugar donde éste juraría no haber estado nunca. Símbolo del mundo, diestra objetivación de la memoria humana, es también la extensión e instauración de un mensaje espiritual lanzado a través de los siglos condensadamente con el fin de propiciar el renacimiento o encanto de una situación o pensamiento.
Destruir un libro, por tanto, es rescindir, bajo el más crudo realismo, su intención final. La idea (debo darle un nombre) no es otra que desarticular las bases de su intemporalidad y domesticar a sus lectores. Negado como símbolo, negada la humanidad que lo sostiene, negada la memoria misma en su esencia más íntima, se transforma en una lección con fines sociales devastadores. La excusa del libro sagrado o del interés nacional permite, además, sorprender la confianza de la reflexión crítica o simplemente alternativa para exponer las condiciones incuestionables de absoluta devoción de una comunidad por un libro. Una vez establecido este dominio, cualquier cosa es posible.
Cada una de estas premisas se agota en sí misma. Corresponden a la cara visible de lo que llamo el mito de la Obra Sagrada, cuyo poder de estímulo y principio devastador está en sus umbrales. El lado oscuro, sospecho, sólo ha deletreado tres o cuatro signos en los hechos que ofrezco seguidamente.

GENEALOGÍA DEL DOMINIO

El primero acontecimiento, no por fechas sino por importancia, ocurrió hacia el 640 (ó 644) d.C., cuando el comandante Amir ibn al-Ass, terminada la conquista de Egipto, envió una carta al califa Omar I (Umar ibn al-Khattab), refiriéndole sus hallazgos en la exótica Alejandría: había encontrado 4.000 baños, 4.000 palacios, 400 teatros, 40.000 judíos y 12.000 comerciantes de aceite. Posteriormente, añadió a su censo la prestigiosa Biblioteca de la ciudad no sin pedir instrucciones sobre qué hacer con el elevado número de libros (como se llamaba entonces a cada rollo de papiro) que desde el siglo 3 a.C. demandaban el incómodo orgullo helénico. Omar, príncipe de la fe, heredero de la piedad de Mahoma, respondió la inquietud de Amir con pragmatismo: “Si los libros contienen la misma doctrina del Corán, no sirven para nada porque repiten; si los libros no están de acuerdo a la doctrina del Corán, no tiene caso conservarlos”. Abd al-Latif, cronista prudente, resumió las consecuencias de este consejo con frases inhóspitas: “La Biblioteca de Alejandría fue incendiada y totalmente destruida…”. Los papiros sirvieron para encender el fuego que calentaba las termas públicas. En lugar de leña, los textos de Heráclito (quien alguna vez escribió: “El fuego juzgará y alcanzará todas las cosas” ), Hesíodo, Gorgias (el sofista que dijo: “Nada existe” ), Epicuro, Arquíloco, Crisipo, de la gran mayoría de clásicos, ardieron por seis largos meses.
En el intento por salvar la dignidad y el poder de un libro juzgado infalible, inimitable y resplandeciente, los musulmanes ultrajaron millares de volúmenes. Chih-huang-ti, Primer Emperador de China, Señor Augusto, responsable de la Gran Muralla, aceptó alguna vez una proposición ministerial de quemar todos los libros que no llevaran el sello real y el 213 a.C. centenares de escritos chinos desaparecieron. Pero el 206 a.C., una guerra civil que no estaba contemplada dentro de los planes del Emperador, arrasó también con los ejemplares que llevaban el sello real. En Alejandría la ambigua orden de Omar causó el exterminio del cuarenta por ciento de la literatura griega antigua. No obstante, tan infame episodio no fue excepcional. La cremación de obras se practicaba desde siglos anteriores. A petición de Eglé Charmell, historiadora, pude leer en el “Gran Diccionario Histórico o Miscelánea de Curiosidades de la Historia sagrada y profana” de Luis Moreri lo siguiente: “Peleando Cesar contra los habitadores de Alexandria, mandó pegar fuego a sus navíos, y extendiéndole las llamas a la Bibliotheca, lo consumieron todo. No habló este dictador en su Historia de esta desgracia, de la cual era el autor; pero no se olvidaron de ella Plutarco, Dión y Tito Livio. Erigió Cleopatra Reyna de Egypto otra Bibliotheca en el Serapeum, y logró de Antonio la Bibliotheca de Attalo, rey de Pérgamo, para echar cimientos a la suya” . El 47 a.C. ocurrió lo de César, quien no conforme con el daño hecho sustrajo obras de contenido militar (que aprovechó, sin dudas de por medio, a su regreso a Roma). Años después, el emperador Diocleciano (284-305 d.C.) instigó la desaparición de todos los escritos de magia y alquimia. Supersticioso en exceso, temió que los alejandrinos, sometidos a la hipotética Roma que dirigía, aprendiesen, por procedimiento alquímicos, a convertir metales en oro y decidiesen recuperar ánimos belicosos. Algunos historiadores acusan al patriarca Teófilo de haber sido el verdadero causante del más grave de los daños, por haber atacado el Templo de Serapis el año 389 y la Biblioteca el 391 con una multitud enfurecida.
La tradición de infamias condenó 600.000 papiros, aproximadamente, al saqueo y la extinción. Aulo Gelio afirmó que eran 700.000 rollos. Séneca habló de 400.000. Juan Tzetzes, comentarista bizantino, quiso mediar explicando que la Biblioteca estuvo dividida: con 42.800 manuscritos en el Serapeo y 490.000 en el Museo. Autores modernos resistentes al sentido común opinan que pudo haber dos millones de originales.

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En Egipto fue quemado también “El libro de Toth”. Nadie sabe nada de esta obra, excepto que fue escrita por un hombre llamado Toth, inventor de la escritura y secretario de los dioses; asimismo se cree que contenía secretos sobre el poder del faraón y fórmulas mágicas. En varias épocas desapareció y conoció las llamas. Una leyenda lo convierte en el texto de todos los magos que se precien de tal, aunque ninguna evidencia ha podido probar que existió, siquiera, el texto original. Un papiro refiere que hacia el 360 a.C. pudo haber sido objeto de las más oscuras manipulaciones políticas.

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Otra verdadera biblioteca griega maldita fue la de Pérgamo, cuya historia aportó Plinio en su “Historia Natural” y que yo, con añadidos inciertos, me atrevo a compendiar. Eumenes II, monarca irascible, la fundó en el siglo 2 a.C. en abierta declaración de guerra con la de Alejandría. En pocos años, llegó a reunir 200.000 ó 300.000 volúmenes copiados en un nuevo material: el pergamino, más dúctil, menos perecedero. Con Crates de Malos (Siglo 3 a.C.) como director se definió una búsqueda basada en las premisas filosóficas del estoicismo. Los estudios se orientaron hacia exégesis logicistas en lugar de análisis filológicos: “…su principio fundamental es la anomalía, basada en la observación del uso en el lenguaje hablado”. La desaparición de la Biblioteca de Pérgamo a raíz de las luchas políticas en el Asia Menor hizo que Antonio (hay quienes hablan de Augusto) enviara los pergaminos sobrevivientes a su querida Cleopatra con el leve propósito de donarlos al Serapeo de Alejandría (era su manera de disculpar la quema del 47 a.C.). Así acabó la segunda biblioteca helenística más famosa. La rivalidad acabó en ironía, en mueca.

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Aristóteles (H. 384-322 a.C.) pudo haber formado la biblioteca privada más admirada en la antigüedad, si no por su número (pues descollarían las de Atenas, Rodas, Cos, Éfeso), por su calidad. Estrabón aseguró que el filósofo fue el primer vástago entre los coleccionistas serios. En efecto, compró escritos filosóficos, matemáticos, físicos, literarios y políticos de los que supo hacer buen uso al citarlos en sus propias obras. A su muerte, Teofrasto (H. 388-288 a.C.) retuvo los libros y los acrecentó sobremanera con manuscritos excéntricos. Pero la mala fortuna comenzó cuando Neleo de Escépsis, heredero final de la biblioteca murió y sus familiares, temerosos del pillaje, la arrojaron en un sótano. Cuando Apelicón de Teos, rico intelectual, optó por comprarla, muchos papiros ya habían sido destruidos por la humedad. Sila, general romano, se apoderó el 84 a.C. de Atenas y, al enterarse de la existencia de los curiosos legados de Aristóteles, hizo zarpar un barco a toda prisa con los materiales a Roma, en donde Tiranión de Amiso enmendó y reescribió lo mutilado. Posteriormente Andrónico de Rodas se inmortalizó clasificando cada tratado por grupos. Fue él, en realidad, el autor material del título “Metafísica”, otorgado a los textos aristotélicos que venían después de los que se ocupaban de física.

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La primera referencia que poseo de la destrucción de un libro entre los griegos está en Diógenes Laercio y aparece en sus “Vidas de los más ilustres filósofos” (IX,52). Es el caso de Protágoras, condenado en el siglo V por agnóstico. “Sobre los dioses”, su escrito, fue quemado en la plaza pública así como confiscado a sus poseedores. Protágoras tuvo que huir para no ser víctima de las multitudes democráticas atenienses. Platón fue acusado de pegar fuego a los tratados de Demócrito; quería evitar, a tenor de los rumores mezquinos de sus colegas, cualquier acusación de plagio debido a las mágicas coincidencias entre sus escritos y el “Gran Diacosmos”. Laercio cuenta este suceso con la más resignada malicia posible. Hipócrates de Cos, según biógrafos indiscretos, destruyó la biblioteca del Templo de la Salud de Cnido. W.H.S. Jones, en su traducción del “Corpus Hippocraticum” de la colección Loeb, recoge la leyenda imputando al padre de la medicina un descomunal deseo de impedir que intensos secretos se difundiesen o pudiesen ser conocidos por herederos de la gran tradición de los asclepíades.

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Con el advenimiento del cristianismo, resucitó un período pre-inquisitivo. El 415 d.C. una poblada, seguidora de San Cirilo, asesinó a Hipatia, investigadora matemática de la biblioteca de Alejandría. Su cuerpo fue violado, y la piel sufrió quemaduras y raspaduras con conchas marinas hasta el hueso. Tal ferocidad se aplicó a muchos escritos. A falta de testimonios fehacientes, desconocemos los títulos y la cantidad que, desaprobados por la Iglesia, fue arrojada a las llamas. Pero es presumible pensar en un centenar. No fueron tiempos de clemencia. Eran raros los padres verdaderamente instruidos; eran abundantes los logoclastas. Teófilo asestó un golpe bajo a los restos del Serapeo incitando a sus fieles a demoler piedra por piedra a fin de erigir un templo a los mártires cristianos. Nuevamente, los anaqueles sufrieron destrucción y robo. El desinterés por la literatura pagana que produjo el movimiento cristiano derivó en la extinción natural de muchos autores. La copia dañada de un determinado escritor, al no ser reemplazada por una nueva debido a una desidia continua, se convirtió en una mala señal con el pasar de los años. Así perdimos miles de obras. Una convicción fulminante destruyó, con el rigor más extremo, los libros de los gnósticos y lo que de ellos conocemos está en los textos de sus acusadores, los cuales, secretamente, parecen haberlos inmortalizado al recopilar los fragmentos más relevantes.
La caída del imperio romano empeoró la paciente labor de conservación. Alarico tomó Roma con sus hordas bárbaras el 410 d.C. Desde el 24 de agosto, día del suceso, hasta pasada una semana, la ciudad fue saqueada sin piedad. Las casas brillaron como antorchas. Los papiros sirvieron como lumbre en las orgías.
Contrario a esta ferocidad, uno de los caudillos de los godos, cuando éstos encendieron fuegos para destruir las bibliotecas griegas, levantó su voz diciendo que convenía dejarlas a los enemigos como cosa idónea para apartarlos de los ejercicios militares y entregarlos a ocupaciones sedentarias y ociosas. Montaigne (“De la pedantería”, Ensayos, I), fuente de esta anécdota, la relata como un modelo contrario que bien puede oponerse aquí a los hechos expuestos.
Para el siglo 5 d.C. la nueva historia de Roma la retomó Constantinopla, donde la llama de la cultura prendió nuevamente dentro de los márgenes del imperio Bizantino. Esta etapa constituyó un renacimiento parcial de la conciencia helénica porque, según John A. Garraty y Peter Gay (“Columbia History of the World”), “poseer cultura era indispensable para hacer carrera. Con la excepción del rudo Basilio II, los emperadores fueron ejemplares en este terreno y continuaron favoreciendo a los intelectuales. León VI el prudente, estudioso de las teorías de Focio, era un excelente retórico; su hijo Constantino VII convirtió el palacio imperial en punto de encuentro de estudiosos y literatos…”.
Este esfuerzo se mantuvo hasta que la “cristiana” Cuarta Cruzada arrasó el año 1204 con la urbe y diezmó considerablemente los papiros y pergaminos antiguamente rescatados. Durante 3 interminables días, cruzados de ardiente piedad, sacerdotes y soldados asesinaron, robaron y destruyeron con “fe” ejemplar.

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En la Roma imperial no hubo ningún cambio en esta lenta y tenaz destrucción. El defensor de Virgilio, mecenas respetado y querido, césar incuestionable, el pacífico Augusto, destruyó millares de obras alegando razones de Estado. Suetonio relata en su “Vida de los doce césares” (Libro 3, LXI) que la crueldad del voluptuoso Tiberio no tuvo límites. Un resentido, al parecer, acusó a un poeta de injuriar en su obra al mítico Agamenón; otra acusación peligrosa divulgó la noticia de que un historiador alababa en su texto a Bruto y a Casio llamándolos “los últimos romanos”. Tiberio, ofuscado, condenó a muerte a estos y a numerosos escritores destruyendo sus libros con verdadera saña. Se desconoció que los mismos poetas ajusticiados leyeron sus creaciones a Augusto, quien las elogió enormemente. Domiciano procuró contribuir a paliar los incendios a que habían sido sometidas las bibliotecas por las incursiones bárbaras enviando mensajeros a Alejandría a la búsqueda de copias fieles de los grandes clásicos. Esta labor la acompañaba de una insana tendencia a destruir en quemaderos públicos todos los libros sospechosos de ofender su majestad o a Roma (que solía ser lo mismo). Los poetas eran apaleados y los editores crucificados o empalados.

LAS PUERTAS INDUCIDAS

En mayo de 925 d.C., el monasterio de Saint Gall fue atacado. Uno de los propósitos de los bárbaros era aniquilar a los monjes y prender fuego al lugar, lo que hubiera significado el fin de miles de libros resguardados bajo el mayor fervor. Una mujer, ascética, devota, triste, llamada Wilborada, ejercía entonces el cuidado de la biblioteca y tuvo una visión. No sabemos cuál fue, pero entre el atardecer y la madrugada del día siguiente del primero de mayo enterró las obras. La crónica relata que finalmente los sitiados vencieron a sus atacantes; el fuego, de cualquier manera, consumía el monasterio y el cuerpo de Wilborada, mutilado, vejado, erizado en su cólera, yacía sobre un montón de tierra donde se encontraron más tarde todos los libros ilesos. Su acto le valió un santidad curiosa y el patronazgo absoluto sobre los bibliófilos.
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Durante la dominación de los moros en España, Al Hakam II, protector de artistas, fundó en Córdoba una de las Bibliotecas más importantes de su tiempo, adquirió textos raros, envió mensajeros a divulgar su deseo de obtener copias de los mejores libros del mundo lo que le facilitó la selección de 400.000 volúmenes, pero Mohamed Ibn Abi Amir, mejor conocido como Almansur, heredero forzado en el califato, militar ávido de fortuna, asesino de su hijo, apenas muerto Al Hakam II permitió que los teólogos musulmanes quemaran todos los libros de la Biblioteca que contradijeran la fe de Mahoma. Este gesto le valió ser considerado el más piadoso de los hombres, lo cual ratificó al destruir el santuario de Santiago de Compostela y hacer que los prisioneros llevaran sobre sus hombros las campanas de la iglesia.
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Miles de hombres y mujeres acusados de brujería fueron purificados con fuego; en su destino estaba, línea por línea, transcrito el de los libros sospechosos de satanismo o herejía. Miguel Servet fue quemado el 27 de octubre de 1533 por los calvinistas; una efigie suya había sido incendiada por los católicos. Con él ardieron sus libros, donde negaba la Trinidad y la reducía a una sola entidad platónica. Su muerte le valió a Calvino un efusivo elogio de Melanchton. Pero a la historia le agradan las simetrías rebeldes. Esteban Dolet, tipógrafo e impresor, aprovechó un permiso de Francisco I para editar a Terencio, Rabelais, Cicerón, Virgilio y otros clásicos; una redada piadosa encontró en su hogar textos de Calvino y Melanchton e inmediatamente fue detenido, procesado y condenado a la hoguera. Tuvo la satisfacción de que el día de su ejecución, un 3 de agosto de 1546, alguien pensara correcto usar sus libros en lugar de madera y la plaza de Maubert se llenó de humo y ceniza.
Las actividades de la Inquisición perfeccionaron y legalizaron autos de fé contra el pensamiento alternativo. De los índices de libros prohibidos (Index Librorum Prohibitorum) se pasó muy pronto a la acción frenética contra toda disidencia. Jacobo I de Inglaterra, en 1603, ordenó destruir todos los ejemplares de “Descubrimientos de la brujería”, obra de Reginald Scott, miembro del parlamento que, con una inocencia fugaz publicó en 1584 su libro con la esperanza de demostrar que no existían brujas ni demonios.
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Por “Los libros condenados” de Jacques Bergier supe del Abad Tritemo y de John Dee. Cada uno exige un ensayo aparte, pero por ahora bastaría con hacer un poco de memoria. Juan Tritemo, nacido en 1462 y muerto en 1516, antes Johannes de Heidenberg, fue miembro de una sociedad secreta llamada Cofradía Celta donde se estudiaba la astrología, la magia, la cábala, la matemática y la literatura. Un afán de supervivencia lo acercó a la religión, viéndose convertido en Abad. Sus estudios fueron resumidos en los ocho tomos de su “Esteganografía”, un manuscrito que, según él, obedeció a un sueño. La obra, en suma, describía métodos de escritura secreta y de telepatía y telequinética. Felipe II la hizo cremar por miedo a su divulgación.
John Dee, nacido en 1527 y muerto en 1608, fue un personaje fascinante. No importa si su escritura es torpe, ingenuamente fantástica y remeda el estilo de su época. De por sí, Dee causa una admiración enorme. Gustav Meyrink historió su vida, pero lo que maravilla es el hecho de que pasó de una fama tibia a un cálido odio sin demoras. Todo, por haber publicado en 1659 “A true and faithfull relation of what passed betwen Dr. John Dee and some spirits”, un libro que describe sus intemporales conversaciones con seres de otra dimensión a través de una piedra negra de antracita. Esos seres se habría puesto en contacto con él a la búsqueda de un acercamiento provechoso. Su forma de viajar es en el tiempo. Antes de la aparición de este volumen, ya una plebe enardecida saqueó su casa y prendió fuego a los cuatro mil libros de su biblioteca. Igual suerte corrieron numerosos manuscritos de notas. Hoy en día sólo podemos leer “La mónada jeroglífica” en traducciones de dudosa autenticidad.
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El 10 de mayo de 1933 los nazis convocaron a una gran asamblea nacional para destruir los libros de todos los opositores o autores de origen judío. Las obras de Freud, los rosacruces y Thomas Mann, entre muchos, fueron condenadas por Joseph Goebbels al fuego. Una película que recoge el momento en Berlín muestra a estudiantes, filósofos, profesores, escritores, poetas, políticos, niños, arrojando libros a la pira con alegría inefable tras la mención del título.
La persecución contra una obra y su autor responde a la temerosa debilidad que cuestione. El grado de animosidad y empeño en la labor no es ajeno a las circunstancias que exponga al ridiculo. Las “Cartas filosóficas” de Voltaire, publicadas en abril de 1734, provocaron la ira de la iglesia, el escritor fue detenido y un decreto del Parlamento, tres meses después, autorizó a un verdugo a desgarrar y quemar las epístolas por “inspirar el libertinaje más peligroso para la religión y para el orden de la sociedad”.
En el siglo XX se me ocurre que los dos casos más desleznables son los de James Hanley y Salman Rushdie. Hay otros, por supuesto, pero busco solamente una escandalosa y avara representatividad. Del primero se oye hablar poco y se lee menos, pero no fue un escritor mediocre. Autor de “El Chico” (1931), novela extraordinaria que narra la iniciación de un joven marino, sufrió un proceso judicial y en 1934 la policía decomisó su libro. En añadidura, Hugh Walpole, escritor y misterioso vocero de las buenas costumbres inglesas (que nadie conoce) destruyó un ejemplar en público y cientos más fueron quemados. Walpole llegó a manifestar que la obra “es tan desagradable y horrible, tanto en la narración como en lo incidentes que se relatan, que me extraña que los impresores no se hubieran declarado en huelga mientras la imprimían…”. Con Salman Rushdie, escritor inglés de origen hindú, el ensañamiento ha sido inescrupuloso y constituye un anacronismo inadmisible: sobre él pesa una condena a muerte lo mismo que sobre sus “Versos satánicos”, una novela mediocre e impulsiva que tiene el mérito de haber ridiculizado el fundamentalismo en sus axiomas centrales. La persecución contra Rushdie es indescriptible: protegido por Scotland Yard, vive a merced de una mudanza continua en Inglaterra y de los múltiples amigos que ha sabido ganarse en el mundo intelectual. En Irán fue quemada su obra y algunas librerías inglesas dinamitadas.
En un régimen político, militar o religioso despótico el libro deja de ser un instrumento de conocimiento y sólo se acepta como entretenimiento o propaganda. La Unión Soviética o China o Thailandia o Vietnam. El nombre no importa: el terrorismo aplicado no modifica sus métodos: incineración de libros y enjuiciamiento popular del autor. Si hay algo que recriminar a la antigua Unión Soviética no sólo serían sus incontables crímenes impunes sino no haber permitido, ni siquiera en la disidencia, la aparición de una literatura próxima a la magnífica vertiente de Dostoievsky y Tolstoi. Gorky no es una excepción, es la confirmación de esta profunda grieta abierta en medio de la narrativa rusa. Lo mismo debo decir de la narrativa y poesía española cortada en dos mitades por el terror del régimen de Francisco Franco. La prohibición, la censura, no son las formas de una dictadura: hay que verlas como su contenido.

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El miedo, el arrepentimiento o la decepción ha impulsado a algunos autores a destruir sus libros. Nostradamus quemó su biblioteca para evitar que el contenido de sus volúmenes sobre astrología y magia llegaran a manos equivocadas. Edgard Allan Poe, deprimido por lo que consideró como mediocres poemas, buscó y destruyó todos los ejemplares de su primer libro de poemas que logró encontrar.

CLAVE IMAGINARIA

Multiplicando sus incertidumbres, la historia de la literatura ha expuesto en cuatro grandes momentos la terrible verdad histórica presentada aquí. Bajo los signos compartidos de una propuesta universal, la destrucción imaginaria de libros ha procurado ser fiel a las más venerables y conmovedoras metáforas del mundo y del hombre. Quevedo hablaba de que su llama podía nadar en agua fría sin extinguirse: algo de eso y tal vez menos o más, se cumple en el origen, que es el fin, de la obra que describe, como un espejo inverso, la eliminación de volúmenes por el fuego. La narrativa ha asumido dos posiciones: la de los hombres que queman los libros que conducen a la locura o la de los que desean abolir el pasado. Entre estos dos extremos de una moneda única todo sucede.
La más célebre quema de libros hecha en una novela, inolvidable, íntima, es la que presenta Cervantes en el capítulo VI de la primera parte de “Don Quijote”. Nadie puede no recordar al cura y al barbero (que es como decir la iglesia y la censura) cuando entran en la biblioteca de Alonso Quijano, dormido entonces, y consiguen un centenar de textos, en su mayoría novelas de caballerías que proceden a revisar y seleccionar, aunque la sobrina y el ama piden una hoguera expedita. Por el “Amadís de Gaula” que se salva por ser el primero y el mejor de todos al corral y al fuego irán “Las sergas de Espladián” y todos los epígonos junto con “Don Olivante de Laura”, “Florismarte de Hircania”, “El caballero Platir”, “El caballero de la cruz”, “Palmerín de Oliva”, “Don Belianís” y otros. Al despertar, la sobrina explica que la biblioteca ha desaparecido por obra de un mago y don Quijote cree perfectamente que un tal Frestón ha sido el destructor. El capítulo sirvió a Cervantes para hacer una crítica poderosa contra los dominios sesgados y mediocres de una tradición que distrajo y falsificó la lectura de libros serios y calificados en pro de una frivolidad de dicha oscura.
Henry James dijo que Nathaniel Hawthorne “se las arregló, a través de un exquisito proceso, mejor conocido por el mismo, para transformar un pesado fardo moral en la sustancia de la imaginación”. En efecto, en “El Holocausto del mundo” narra una fábula universal: hastiados del excesivo cúmulo de conocimientos y cosas, los hombres deciden, en las praderas del Oeste, encender una gigantesca hoguera donde arrojan periódicos, revistas, signos heráldicos, condecoraciones, licores, armamentos, todo lo que ha hecho y deshecho la tecnología o la mecánica o el ingenio, incluyendo los libros. Hawthorne refiere con extraña fruición puritana:
“Allí fueron a dar infolios gruesos y pesados que contenían los trabajos de lexicógrafos, comentaristas y enciclopedistas, los cuales, tras caer en las brasas con pesadez de plomo, ardían sin llama hasta ser cenizas, como leña podrida. Los pequeños y exquisitamente sobredorados tomos franceses del siglo pasado, entre ellos los cien volúmenes de Voltaire, crepitaron soltando una brillante lluvia de chispas y llamas diminutas; mientras que la literatura actual de ese mismo país ardía en rojo y azul y bañaba con luz infernal los rostros de los espectadores, confiriéndoles un aspecto de demonios multicolores. Un compendio de cuentos alemanes exhalaba tufaradas de azufre. Los clásicos ingleses resultaron ser excelente combustible…Las obras de Milton, en particular, emitieron una potente llamarada y, poniéndose al rojo, se convirtieron en un carbón que prometía durar más casi cualquier otro material de la pila. De Shakespeare brotó una llama de tan maravilloso esplendor que las gentes se protegían los ojos…y ni siquiera cuando arrojaron los tratados de sus glosadores dejó de despedir un fulgor deslumbrante…”.
Por último, se comprende que para aniquilar la raíz de los males del mundo es preciso quemar el corazón del hombre y en ese punto el relato se detiene, feliz y confuso.
En 1953 Ray Bradbury publicó “Farenheit 451”, título que es a la vez un dato que informa sobre la temperatura que hace falta para cremar un libro. En esa novela angustiosa y nostálgica, en la línea de “1984” de George Orwell y “Un mundo feliz” de Aldoux Huxley, hay un futuro en el que los libros están prohibidos y un cuerpo de bomberos se encarga de incinerarlos sin demora ante los peligros de que, leídos, perturben la enajenación y ortodoxia vital del sistema imperante. Montag, al concluir la persecución desatada en su contra, se une a los disentes, vagos que llevan en su memoria un libro completo o el capítulo de un libro y esperan reunirse con otros como ellos para así intentar reescribir a los grandes clásicos desaparecidos por los decretos oficiales. Itelio, romano de alta alcurnia, tenía en su casa un cuerpo de cien esclavos a los que llamaba para la sobremesa. Cada uno recitaba un largo texto de memoria y entretenía a los comensales con Homero, Virgilio, Píndaro. En la obra de Bradbury la memoria es un recurso para sobrevivir en un futuro hostil.
Borges, en “El Congreso” , relato incluido en “El libro de arena” rescata a Hawthorne por completo. Un periodista llamado Alejandro Ferri se une a El Congreso, un grupo dirigido por Alejandro Glencoe. Apolíticos, universalistas, los congresales creen que representan el mundo y deciden incorporar a representantes de todas las tendencias y géneros. El fracaso de la empresa termina con una gran hoguera donde son quemados todos los libros recopilados (enciclopedias, atlas, la “Historia Naturalis” de Plinio, obras de diversa procedencia). Fernández Irala, uno de los miembros, comenta: “Cada tantos siglos hay que quemar la Biblioteca de Alejandría”.
Como corolario y desde otra perspectiva, borgiana, erudita, intencionadamente cínica, hay que citar “El nombre de la rosa” de Umberto Eco. Como se sabe, los asesinatos cometidos en esa novela obedecen a los celos extraños de un monje bibliófilo que pretende evitar que el mundo conozca el único ejemplar existente del segundo libro de la “Poética” de Aristóteles que, al parecer, era una defensa de la comedia. La biblioteca secreta del monasterio, al final, arde sin dejar rastro. Adso de Melk, protagonista y narrador señala: “La lámpara fue a parar justo al montón de libros que habían caido de la mesa y yacían unos encima de otros con las páginas abiertas. Se derramó el aceite, y en seguida el fuego prendió en un pergamino muy frágil que ardió como un haz de hornija reseca. Todo sucedió en pocos instantes: una llamarada se elevó desde los libros, como si aquellas páginas milenarias llevasen siglos esperando quemarse y gozaran al satisfacer de golpe una sed inmemorial de ecpirosis…” (Ob. cit., p. 5).
Habría otros ejemplos que citar, como en todo lo dicho, pero no he buscado escribir un informe policial; me limito a aportar referencias y temores. Que, si me escucha con los ojos, me disculpe Quevedo, por la omisión de sus “Sueños” , y en renglón seguido extiendo las disculpas a Lovecraft, Orwell, Zamyatin, Huxley, en fin.

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Hasta aquí, segmento tras segmento, época tras época, el resumen de esta historia. Dante, perplejo y aterido, en el canto XXV del Infierno (46 y sgs.), cuenta cómo una serpiente con seis pies se transforma en hombre y los colores de ambos seres se confunden sin que predomine el de uno o el otro . Una transformación y ambigüedad parecida corresponde a los vértices de los hechos, incompletos, dispersos, que me propuse, con la más minuciosa parcialidad, referir en estas páginas. No es ni deben verse en blanco y negro ni eludirse como tal. La hoguera de ayer, creo, es la de hoy, la misma que arde aún en estas líneas con fulgor intacto.
El dilema, lo reconozco, sigue vigente: ¿Por qué destruyen libros los hombres? He formulado ya una teoría donde atribuyo la causa a la histeria colectiva causada por el mito de la Obra Sagrada. Tal vez no sea del todo cierto; tal vez, y hay que atender esto, los motivos profundos estén en una declaración de Fred Hoyle, astrónomo y novelista. En “De hombres y galaxias” , escribió que cinco líneas bastarían para arruinar todos los fundamentos de nuestra civilización. Esta posibilidad terrible, impertinente, codiciosa, nos aturde y no habría razones para no pensar que, tras la excusa autoritaria, se esconda la búsqueda obsesiva del libro que contenga esas cinco líneas. La conspiración, así, quedaría evidenciada.

Con todo el escepticismo posible, ofrezco un índice de lecturas: Anthon, Charles. A Classical Dictionary of the Greeks and Romans, 1857.
Bergier, Jacques. Los libros condenados, 1971.
Cantarella, Raffaele. La literatura griega de la época helenística e imperial, 1972.
Easterling, P.E.- Knox,B.M.W. The Cambridge History of Classical Literature. I. Greek literature, 1985.
Garraty, John A. Gay, Peter. Columbia History of the World, 1972.
Gibbon, Edward. The decline and fall of the roman empire, 1839.
Kenyon, F.G. Books and Readers in ancient Greece and Rome, 1951.
Laercio, Diogenes. Lives of eminent philosophers, 1972.
Ossa, Felipe. Historia de la escritura y la letra impresa, 1993.
Pfeiffer, Rudolf. History of classical scholarship. From the beginning to the end of the helenistic Age, 1968.
Pichon, Jean-Charles. Histoire universelle des sectes et des sociétés secretes, 1969
Pinner, H.L. The World of Books in Classical Antiquity, 1948.
Rosarivo, Raúl M. Historia general del libro impreso, 1964.
Turner, E.G. Athenian books in the fifth and forth centuries, 1952.
Varios. Paulys Realencyclopaedie Der Classischen Altertums-Wissenschaft, 1893 y ss.
Wilson, N.G. Scribes & Scholars. A Guide to the Transmission of Greek and Latin Literature, 1968.

El hombre y religion

El Hombre y la Religión

Aldous Huxley dió esta conferencia en la Universidad de California, Santa Bárbara, en 1959, siendo parte de una serie de encuentros bajo el tema de ´La Situación Humana` que tuvo lugar entre los meses de enero-mayo y septiembre-diciembre. La presente traducción toma como fuente la publicación de Triad Grafton Books, The Human Situation, 1980.
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Me gustaría comenzar leyendo dos o tres líneas del capítulo vigésimo cuarto del Libro de las Revelaciones. Este capítulo contiene una descripción de la Nueva Jerusalén, y acaba así: “y la calle de la ciudad era oro puro como si fuera cristal transparente. Y no vi templo alguno ahí: pues el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son sus templos (Revelaciones 21: 21-2).

De la misma manera no había templo -no había religión, en el sentido ordinario de la palabra- en Edén. Adán y Eva no necesitaban el aparato de la religión porque estaban en situación de escuchar la voz del Señor mientras Este caminaba ‘por el jardín al fresco del día’ (Génesis 3:8).

Cuando leemos el Libro del Génesis, encontramos que la religión, en el sentido convencional de la palabra, comenzó únicamente después de la expulsión de Adán y Eva del jardín, y que la primera evidencia de ello es la construcción de los dos altares por Caín y Abel. Esto también constituyó el comienzo de la primera guerra religiosa. Caín era un hombre desposado -un vegetariano, como Hitler- y Abel era un pastor que comía carne. Sus diferentes ocupaciones les dividió apasionadamente, y esto les dio una especie de absolutismo religioso, con el triste resultado que todos conocemos.

En el capítulo tercero del Génesis, después del nacimiento de Set, que era el tercer hijo de Adán, hay mención a una nueva fase en la religión. El verso dice: ‘Y a Set, a él también le nació un hijo, que puso de nombre Enos: entonces empezaron los hombres a llamar el nombre del Señor’ (Génesis 4:26). Esto evidentemente representa el comienzo de lo que podría llamarse el lado conceptual, verbalizado de la religión.

Estos dos grupos de referencias ilustran muy claramente que hay dos tipos principales de religión. Está la religión de la experiencia directa -la religión, en palabras del Génesis, de escuchar la voz de Dios caminando por el jardín al fresco del día, la religión del conocimiento directo de lo divino en el mundo. Y luego está la religión de los símbolos, la religión de la imposición del orden y el significado del mundo a través de símbolos verbales y no verbales y su manipulación, la religión del conocimiento sobre lo divino más que el conocimiento directo. Estos dos tipos de religión siempre han existido, y hablaremos de los dos.

Empezaremos con la religión como manipulación de símbolos para imponer orden y significado sobre el flujo de la experiencia. En la práctica encontramos que hay dos tipos de religiones manipuladoras de símbolos: la religión del mito y la religión del credo y la teología. El mito es obviamente una especia de filosofía no lógica; expresa en forma de historia o, a menudo, en forma de alguna imagen visual, o incluso en forma de danza o complicado ritual, algún sentimiento generalizado sobre la naturaleza del mundo y la experiencia del hombre en relación con él. El mito no es pretencioso, en el sentido de que no pretende ser estrictamente cierto. Es meramente expresivo de nuestros sentimientos sobre la experiencia. Pero aunque sea filosofía no lógica, a menudo es filosofía muy profunda, precisamente porque es no lógica y no discursiva. Permite traer a colación en la historia, la imagen, la estatua o la danza un número de aspectos dispares e incluso aparentemente inconmensurables e incompatibles de nuestra experiencia. Los pone juntos y los muestra como un todo indisoluble, exactamente como lo experimentamos. En este sentido es el tipo de simbolismo más profundo. Por ejemplo, el mito de la gran Madre, que aparece en todas las religiones tempranas, muestra a la madre como el principio de la vida, de la fecundidad, la fertilidad, la tierna y reconfortante compasión; pero a la vez es el principio de la muerte y la destrucción. En el hinduismo, Kali es a la vez la madre cariñosa y amorosa y la temible Diosa de la destrucción, que tiene un collar de calaveras y bebe la sangre de los seres humanos de una calavera. Esta imagen es profundamente realista; si das la vida, también necesariamente das la muerte, porque la vida siempre acaba en la muerte y debe ser renovada con la muerte. La cuestión sobre si estos mitos son ciertos o no es bastante irrelevante; simplemente expresan nuestras reacciones al misterio del mundo en que vivimos.

Más temprano encontramos religiones míticas no lógicas frecuentemente asociadas a lo que ha venido a llamarse ejercicios espirituales, pero que en verdad son ejercicios psicofísicos. Con el uso de la danza, el canto y el gesto, consiguen un tipo de revelación genuina. Las tensiones físicas generadas por la ansiedad y el egocentrismo de nuestras vidas son liberadas. Esta liberación mediante gestos físicos constituye lo que los quakers llamaron la ‘apertura’ a través de la cual las fuerzas más profundas de la vida dentro y fuera de nosotros fluyen más libremente. Es muy interesante ver cómo incluso en nuestra propia tradición este dejarse llevar por razones religiosas ha tenido influencias profundas y muy saludables. Los quakers se llamaban ‘quakers’ por la sencilla razón de que quakeaban (el verbo quak significa…). Las reuniones de los primeros quakers a menudo acababan con la mayoría de la asamblea involucrándose en los más extraños y violentos movimientos corporales, que eran profundamente liberadores y que permitía, por así decirlo, el influjo del espíritu.

Como dato histórico los quakers, mientras mantuvieron el quakeo, tenían el más alto grado de inspiración y estaban en lo más alto de su poder espiritual. Tenemos el mismo fenómeno en los Shakers (shake=agitar), y lo vemos en el movimiento religioso contemporáneo llamado Subud -la aparición en asambleas de personas de movimientos físicos curiosamente violentos e involuntarios que producen liberación y permiten a muchos la aparición y el flujo interior de fuerzas espirituales profundamente poderosas. Aquí me gustaría citar al eminente académico islámico-francés Emil Dermenghem, quien dice que la Europa moderna -por supuesto la Europa moderna incluye la América moderna- se encuentra prácticamente sola al haber renunciado, en favor de la respetabilidad burguesa y el puritanismo gálico, a la participación del cuerpo en la búsqueda del espíritu. En la India, al igual que en el Islam, los cantos, los ritmos y la danza son ejercicios espirituales. Pero sólo hay pequeños rincones en nuestra tradición que han ilustrado, mediante este permiso para utilizar el cuerpo, que el espíritu puede liberarase mejor, un hecho que se hace claramente manifiesto cuando estudiamos la historia de las religiones orientales.

La religión como sistema de creencias es un tipo de religión profundamente diferente, y es la que ha sido más importante en occidente. Los dos tipos de religión -la religión del conocimiento directo de lo divino y la religión del sistema de creencias- han coexistido en occidente, pero los mísitcos siempre han sido una minoría en medio de las religiones manipuladoras de símbolos, y la relación ha sido de una simbiosis bastante incómoda. Los miembros de la religión oficial siempre han considerado a los místicos como personas difíciles y problemáticas. Han llegado a hacer incluso juegos de palabras con el nombre, llamando al misticismo ‘misty-shism’ (misty=neblinoso, shism=ismo) -una doctrina antinómica y brumosa, que no se cierne fácilmente a la autoridad. Por otro lado los místicos no han hablado exactamente con sorna -no sienten esto- sino con tristeza y compasión por aquellos que estan entregados a la religión simbólica, porque sienten que la búsqueda y la manipulación de símbolos es simplemente incapaz, por la naturaleza de las cosas, de conseguir lo que consideran el fín supremo, la unión con Dios. William Blake, que era esencialmente un místico, era capaz de expresarse en términos bastante violentos sobre aquellos con los que no estaba de acuerdo. Tiene un pequeño pareado donde dice, ‘acércate, mi niño, dime lo que ves ahí’ -y el niño responde, ‘un loco enredado en una onda religiosa’.

Dentro de la tradición cristiana occidental, los místicos han disfrutado de una postura tolerante mediante la perpetuación, en una época temprana de la evolución cristiana, de lo que se llama un fraude pio. Alrededor del siglo sexto apareció una serie de volúmenes neoplatónicos cristianos bajo el nombre de Dionisio el Areopagita, que fue el primer discípulo de San Pablo en Atenas. Estos volúmenes fueron considerados casi como de valor apostólico, en tanto que Dionisio fue el primer discípulo de San Pablo. De hecho los libros fueron escritos bien al final de siglo quinto o principios del sexto en Siria. El desconocido autor simplemente firmó en ellos con el nombre de Dionisio Areopagita para darles mayor cobertura entre sus contemporáneos. El era un neoplatonista que había adoptado el cristianismo y que combinaba la doctrina de la filosofía neoplatónica y prácticas del éxtasis con doctrinas cristianas. El fraude pio tuvo un gran éxito. El libro fue traducido al latín en el siglo noveno por el filósofo Escoto Erigena, y de ahí se introdujo en la tradicion de la Iglesia occidental y actuó como una especie de refugio y garantía para la minoría mística dentro de la Iglesia. No fue hasta hace poco que el fraude fue reconocido por lo que era. Mientras tanto, en uno de los extraños e irónicos sucesos (quirk) de la historia, este curioso episodio de forgery jugó un papel muy importante y muy beneficioso en la tradicion cristiana occidental.

Tenemos que considerar ahora la relación existente entre la religión de la experiencia inmediata y la religión primariamente centrada en los símbolos. En este contexto hay un comentario muy iluminador de Abbot John Chapman, un monje benedictino que fue uno de los grandes directores espirituales del siglo veinte. Sus cartas espirituales son obras de gran interés; él era obviamente un hombre que había tenido un experiencia mística profunda y estaba capacitado para ayudar a los demás en la misma dirección. Comenta en una de sus cartas lo difícil que es reconciliar -no sólo unir- el misticismo y el cristianismo:

San Juan de la Cruz es como una esponja llena de cristianismo: lo puedes exprimir todo y la teoría mística permanece. Consecuentemente, durante quince años o así odié a San Juan de la Cruz y le llamaba budista. Amaba a Santa Teresa y la leía una y otra vez. Ella primero es cristiana, sólo luego es una mística. Luego me di cuenta de que había desaprovechado quince años en cuanto a orar se refiere.

Por ‘orar’ Abbot Chapman por supuesto no se refería a la oración de petición. El hablaba de lo que se llama la oración de la quietud, la oración de esperar ante el Señor en un estado de pasividad en alerta y permitiendo que los elementos más profundos de la mente suban a la superficie. Dionisio el Areopagita, en Teología Mística y otros de sus libros, había insistido una y otra vez en el hecho de que para conocer directamente a Dios, en vez de saber cosas sobre Dios, uno debe ir más allá de los símbolos y los conceptos. Estos son de hecho obstáculos, según Diosnisio, para la experiencia inmediata de lo divino. Se ha visto que esto es cierto empíricamente en todos los maestros espirituales, tanto en Oriente como en Occidente. Un asombroso ejemplo nos llega de los escritos de Jean Jacques Olier, quien fue un director espiritual my conocido del siglo diecisiete, un producto de las contrareformas y el renacimiento de la teología mística en Francia en la época de Luis XIII. Escribió: ‘la sagrada luz de la fe es tan pura que las iluminaciones especiales son impuras en comparación, incluso los pensamientos de los santos o de la Sagrada Virgen o de Jesucristo en Su Humanidad, son también obstáculos para la visión de Dios puro’. Esto parece, particularmente de un teólogo de la contrareforma, un comentario muy extraño y atrevido, aun así representa una clara reafirmación de lo que se había venido diciendo una y otra vez por los místicos del pasado. Lo que Olier llama ‘la visión de Dios puro’ es, psicológicamente hablando, la experiencia mística. Esto es una cosa, y la creencia en proposiciones sobre Dios, creencias en dogmas y afirmaciones teológicas y liturgias inspiradas en estas afirmaciones, es algo completamente diferente.

En este contexto, me gustaria citar las palabras de un teólogo dominicano contemporáneo, el Padre Victor White, que es un escritor particularmente interesante, ya que es a la vez un teólogo y psicoterapéuta que trabajó bastante con Jung, y que es bastante conocedor de las teorías y la práctica psicológica. Dice:

El concepto de Freud de la religión como una neurosis universal no está totalmente exenta de verdad y valor -una vez que hemos entendido su terminología. Debemos recordar que para él no sólo a religión, sino los sueños, las fantasías incontroladas, los deslices verbales y de escritura -cualquier cosa cercana a una idea irrealizable por la consciencia es de alguna manera anormal o patológico. (cf. Psicopatología de la vida diaria). Pero la teología también confirmará que la religión, en cuanto a sistema de credos y cultos externos, surge de la relativa inconsciencia del hombre, de su incomprensión y falta de armonía con la mente creativa detrás del universo, y de sus propios confictos y divisiones internas. Semejante religión, en lenguaje teológico, es el resultado de la caida del hombre desde la inocencia e integridad original, su alejamiento en este tierra de la visión Divina.

La religión de la experiencia directa de lo divino ha sido considerada como el privilegio de unos pocos. Yo personalmente no creo que esto sea necesariamente cierto. Creo que practicamente cualquier persona es capaz de la experiencia directa, siempre y cuando se embarque de la manera adecuada y esté preparado para hacer lo que es necesario. Simplemente hemos asumido que los místicos representan una pequeña minoría entre una inmensa mayoría que debe estar contenta con la religión de los credos, los símbolos, los libros sagrados, las liturgia y las organizaciones.

La creencia es una cuestión de suma importancia. Uno de los grandes bestseller en años recientes se llama ‘El Poder de la Creencia’. Este es un título muy bueno, porque la creencia es una inmensa fuente de poder. Tiene poder para el creyente mismo, y permite que la persona que cree ejerza poder sobre los demás. En cierto sentido, es algo mueve montañas. La creencia, como cualquier otra fuente de poder, puede ser utilizada para el mal y el bien. Hemos podido ver en nuestro propio tiempo el terrible espectáculo de Hitler a punto de conquistar el mundo entero gracias el poder de la creencia en algo que no solo era manifiestamente falso sino profundamente maligno.

Este hecho tremendo de la creencia, que constantemente está siendo cultivado por las religiones manipuladoras de símbolos, es esencialmente ambivalente. La consecuencia es que la religión, como sistema de creencias, siemre ha sido una fuerza ambivalente. Hace surgir de forma simultánea la humildad y lo que los poestas mediavales llaman el ‘prelado orgulloso’, el tirano eclesiástico. Da vida a las más altas formas artisticas y las más bajas formas de superstición. Enciende las llamas de la caridad y tambien enciende las llamas de la Inquisición y el fuego que quemó a Serveto en la Génova de Calvino. Da vida a San Francisco y Elizabeth Fry, pero también a Torquemada y Kramer y Springer, los autores del Melleus Maleficorum, el gran libro de cazadores de brujas publicado alrededor del mismo año en que Colón descubrió America. Da vida a George Fox, pero también al Arzobispo Laud. Esta tremenda fuerza de la religión como sistema teológico siempre ha sido ambivalente precisamente por la extraña naturaleza de la creencia misma y por la extraña capacidad del hombre, cuando se embarca en sus especulaciones filosóficas, de llegar a las más extrañas y fantásticas respuestas.

Los mitos, en su totalidad, han sido mucho menos peligrosos que los sistemas teológicos porque son menos precisos y tienen menos pretensiones. Donde hay sistemas teologicos se pretende que estas proposiciones sobre los sucesos ocurridos en el pasado y en el futuro y la estructura del universo son absolutamentes ciertas; en consecuencia, cualquier negativa a aceptarlas se considera como una rebelión contra Dios, merecedora del castigo más severo. Y vemos que de hecho estos sistemas, a modo de dato histórico, han sido utilizados como justificación para prácticamente todo acto de agresión y expansión imperialista. Apenas hay un solo caso en la historia de crímen a gran escala que no se halla cometido en el nombre de Dios. Esto fue resumido hace muchos siglos en el hexámetro de Lucrecio: ‘Tantum religio potuit suadere lamorum (tales horribles crímenes fue capaz la religion de persuadir al hombre a cometer). Debería haber añadido, ‘Tantum religio potuit suadere bonorum’ (tales grandes beneficios tambien pudo persuadir a cometer) e todas formas, se ha tenido que pagar lo bueno con una enorme cantidad de lo malo.

Esta cualidad de la religión como sistema de símbolos teológicos para generar conflicto no solo ha traido jihads y cruzadas entre religiónes, también ha producido una enorme cantidad de fricciones internas dentro de la misma religión. El odium theologicum es notorio por su virulencia, y las guerras religiosas del siglo dieciseis y diecisiete fueron de un grado de ferocidad que supera la credulidad. En este contexto pienso que deberíamos recordar que estamos acostumbrados ahora a decir, ‘O, la maldad que ha traido al mundo el naturalismo filosófico’ -pero a modo de dato histórico, el supernaturalismo ha traido lal mundo a misma cantidad de maldad o incluso más. No debemos dejarnos llevar por este tipo de retórica.

Antes mencioné la extraordinaria capacidad de filósofos y teólogos para producir ideas fantásticas que luego dignifican con el nombre del dogma o la revelación. A modo de ejemplo me gustaría citar algunos hechos sobre una de las ideas fundamentales del cristianismo, la idea del expiación (atonement). La información que tengo aquí está basada en el excelete artículo, un largo ensayo sobre el tema, de la Enciclopedia de la Religión y la Etica de Hastings. El ensayo es del Dr. Adams Brown, que en una ocasión fue profesor de teología del Union Theological Seminary de Nueva York. Ha presentado la historia de esta doctrina de forma muy lúcida y la ha resumido muy cogently al final. Permitanme que haga un repaso rápido pues ilustra claramente los peligros de la religión manipuladora de símbolos.

En el periodo más temprano del cristianismo, la muerte de Cristo era considerada bien un sacrificio convenido comparable al sacrificio del cordero pascal del judaismo o como un rescate, exactamente comparable al precio pagado por un esclavo para obtener su libertad o el precio pagado por un prisionero de guerra para su liberación. Estas dos ideas aparecen en los evangelios. Mas tarde, en la teologia postevangélica aparecio la idea de que la muerte de Cristo fue una sangrienta expiación del pecado original. Esto estaba basado en la muy antigua idea de que cualquier acto maligno debía ser expiado mediante el sufrimiento por parte del pecador mismo o por parte de un sustituto del pecador. En el viejo testamento leemos que el pecado de David, al hacer un censo de su pueblo, fue castigado con una plaga que mató a setenta mil de los suyos pero no a él.

En tiempos patrísticos encontramos una profunda diferencia en relación a este tema entre los teólogos griegos y los latinos. Los teólogos griegos nos estaban principalmente preocupados por la muerte de Cristo, sino por la vida, la muerte era un mero incidente de la vida de Cristo. Su punto de vista de la expiación era que existía no para salvar al hombre de la culpa, sino para salvarle de la corrupción en la que había caido tras la caida de Adán y Eva. Por consiguiente, la vida era más importante que la muerte. Ireneo dice que Cristo vino y vivio la vida del hombre para que el hombre pudiese vivir una vida comparable a la suya -y que esta era la cualidad iberadora de la expiación.

Entre los padres latinos el énfasis era comletamente otro. Aquí la idea era que el hombre era redimido, no primariamente de la corrupción, sino de la culpa. Era redimido del castigo infligido por el pecado de Adán. Donde los teólogos griegos consideraban a Dios como Espíritu Absoluto, los teólgos latinos consideraban a Dios como gobernador y legislador, con la mente de un hombre de leyes romano (su teología tiende a aparecer en términos legales). La doctrina evolucionó lentamente, pero tenemos en San Agustín un contínuo énfasis en el horror del pecado original y en la idea de que la culpa es heredada de forma completa por todos los miembros de la raza humana, de tal forma que un niño no bautizado debe necesariamente ir al infierno.

Esta visión fue desarrollándose a lo largo de los siglos, y hubo un largo periodo de debate sobre la cuestión del rescate. ¿A quién se pagaba el rescate de la muerte de Cristo? Había muchos teólogos que insistían en que el rescate era pagado a Satán, que Dios había entregado el mundo a Satán pero que deseaba obtenerlo de nuevo y debía pagar este enorme precio a Satán por el privilelgio. Por otro lado, había teólogos que insistían en que el rescate se pagaba para satisfacer el honor de Dios. Dios había sido infinitamente ofendido, y la única reparación para una ofensa infinita era una infinita satisfacción, la muerte del Dios-hombre, Cristo.

Fue este último punto de vista el que prevaleció en la doctrina más o menos oficial formulada por San Anselmo en el siglo XII. Anselmo dijo que la muerte de esta Persona infinita produjo un incremento de satisfacción, que constituyó una especie de fondo de méritos que podría ser utilizado para la absolución de los pecados. Fue en base a esta doctrina que la iglesia medieval aumentó su práctica de vender indulgencias, lo cual llevó en su tiempo a la Reforma.

En la Reforma encontramos a Calvino, que pensaba que la justicia retributiva era una parte esencial del caracter de Dios y que Cristo, de hecho, cargaba con el castigo del que el hombre era merecedor. ‘El Cristo’ estas fueron las palabras que utilizó, ‘llevó la carga de la ira Divina… y experimentó todos los signos de un Dios enojado y vengador’. Estos puntos de vista fueron modificados por los arminios, los socinios y por Hugo Grotius en los siglos dieciséis y diecisiete, y han dado lugar gradualmente a una visión más ética y espiritual en el protestantismo moderno.

Ahora me gustaría citar el pasage en el que el profesor Adams Brown resume esta tan extraña historia:

El caracter expiatorio de la muerte de Cristo se ve ahora en su calidad penal como sufrimiento, ahora en su caracter ético como obediencia. Se respresenta ahora como un rescate para redimir al hombre de Satán, ahora como una satisfacción debido al honor de Dios, ahora como una pena necesaria por Su justicia. Su necesidad esta basada ahora en la naturaleza de las cosas y, de nuevo, se explica como el resultado de un acuerdo debido al mero buen placer de Dios o por responder a su sentido de adecuación. La manera en que sus beneficios son transferidos al hombre es a veces considerada de forma mística como en la teología mística del Sacramento; otras veces de forma legal, como en la fórmula protestante de la imputación; y, otra vez, moral y espiritualmente, como en las modernas teorías de protestantismo reciente. Encontrando diferencias tan extremas, uno bien podría estar tentado a preguntarse, con algunas críticas recientes, si de verdad tenemos aqui un elemento esencial de la doctrina cristiana, o simplemente la supervivencia de ideas primitivas cuya presencia en sistema cristiano constituyen una perplejidad más que una ayuda a la fe. Pero las diferencias aquí discutidas no son mayores que en el caso de cualquier otra doctrina cristiana.

Las razones de estas diferencias deben encontrarse en las diferencias fundamentales de la concepción del hombre sobre Dios y Su relación con el mundo. Donde se considera a Dios como Espíritu Absoluto la expiación se ve como la veían los teólogos griegos; en la teología del catolicismo romano y el protestantismo temprano, Dios se concibe primariamente como gobernador y juez y la fraseología legal parece la expresión natural de la fe religiosa; cuando las doctrinas éticas salen a primer plano, como en la moderna concepción de la expiación, se utilia una especie de lenguaje ético y espiritual. Esta confusión indica muy claramente las extraordinarias dificultades que encontramos cuando nos embarcamos en una teologización sistemática de la experiencia en conceptos y términos simbólicos. Las ventajas que ciertamente surgen de una expresión teológica concisa me parecen desfasadas por las enormes desventajas que la historia de la religión organizada pone en evidencia.

¿Cuál ha sido actitud del proponente de la religión como experiencia inmediata frente a la religi´ón expresada en términos simbólicos? El Maestro Eckhart, uno de los grandes místicos de la Edad Media, lo expresa de forma extrema: “¿Por qué hablas de Dios? Cualquier cosa que digas de El no es verdad.” Aqui tenemos que que hacer una corta disgresión sobre el uso de la palabra “verdad” en la literatura religiosa. La palabra “verdad” se usa al menos en tres sentidos diferentes. Se usa como sinónimo de Realidad cuando decimos “Dios es la Verdad”, queriendo decir que Dios es el Hecho Primordial. Se utiliza en el sentido de experiencia inmediata, como en el cuarto Evangelio, donde se dice que Dios debe ser venerado “en Espíritu y en Verdad” (Juan 4:24), queriendo decir con una aprehensión inmediata de la Realidad Divina. Finalmente, se usa en el sentido común de la palabra, como correspondencia entre proposiciones simbólicas y los hechos a los que se refiere. Eckhart era teólogo así como místico y no hubiera negado que la verdad en el tercer sentido fuese en cierto grado posible en la teología. El hubiera dicho que ciertas proposiciones teológicas son ciertamente más verdaderas que otras. Pero hubiera negado que hubiese cualquier posibilidad de alcanzar el fín último del hombre -la unión con Dios- mediante la manipulación de símbolos teológicos.

Esta insistencia en la ineficacia de la religión simbólica para el propósito último de la unión con Dios ha sido puesta de manifiesto por todas las religiones orientales. Lo encontramos en la literatura hinduista, en la literatura del budismo Mahayana, en el taoismo, etc. Hui-neng dice que el Buda nunca ha predicado la verdad, viendo que uno debe encontrarla por sí mismo en su interior, y que lo que se sabe de las enseñanzas de Buda no son las enseñanzas del Buda, que tienen que ser una experiencia interior. Luego nos encontramos con una cuestión paradójica: ¿Cuál es la enseñanza última del Buda? No lo entederás hasta que lo tengas’. El autor continúa diciendo: ‘No sean tan ignorante como para confundir el dedo que apunta con la luna a la que estas apuntando’, y dice que el hábito de imaginar que el dedo que apunta es la luna condena todos los esfuerzos por alcanzar la unidad con la Realidad al fracaso total. Había incluso maestros Zen que prescribían a cualquiera que utilizase la palabra ‘Buda’ un lavado de boca con jabón por estar tan alejado del objetivo de la experiencia inmediata.

Esta ha sido la actitud habitual de los místicos en cualquier época, pero sobre todo en Oriente, donde la filosofía ha sido en cierto sentido profundamente diferente a la filosofía occidental. La filosofía oriental siempre ha sido lo que podría llamar una especie de operacionalismo trascendental; comienza con alguien haciendo algo con el yo, y luego, con la experiencia adquirida, prosigue con la especulación y la teorización sobre el significado de la experiencia. En contraste, demasiado frecuentemente la filosofía occidental, sobre la filosofía occidental moderna, es pura especulación basada en conocimiento teórico que termina únicamente en conclusiones teóricas. Sin embargo, ha habido muchas excepciones a esta regla en Occidente, sobre todo entre los místicos, quienes han insisitdo con la misma fuerza que sus homólogos orientales en la necesidad de la experiencia directa y en la ineficacia de los símbolos y el pensamiento discursivo habitual. San Juan de la Cruz dice categóricamente, ‘Nada de lo que la imaginación pueda concebir o el entendimiento comprender es o puede ser, en esta vida, un medio aproximado de unión con Dios’.

La misma idea es expresada por el gran místico anglicano del siglo dieciocho, William Law:

Encontrar o conocer a Dios en realidad mediante pruebas externas o mediante cualquier cosa que no sea Dios mismo hecho manifiesto y auto-evidente a usted, nunca será el caso aquí o allá. Porque ni Dios, ni el cielo, ni el infierno, ni el diablo, ni la carne, pueden ser conocibles en usted o por usted sino su misma existencia y manifestación en usted. Y cualquier pretendido conocimiento de cualquiera de estas cosas, más allá y sin esta sensibilidad auto-evidente de su nacimiento en su interior, es sólo un conocimiento de ellos semejante al que tiene un ciego de la luz que nunca a entrado en él.

¿Qué es la experiencia mística? Yo lo tomo como un esencialmente estar atento y, mientras la experiencia dura, estar identificado con una forma de conciencia pura, una conciencia transpersonal inestructurada que se encuentra, por decirlo de una manera, más arriba en el curso de la conciencia discursiva ordinaria de cada día. Es una conciencia no egóica, una especie de conciencia sin forma y sin tiempo que parece subyacer a la conciencia del ego separado en el tiempo.

¿Por qué debe considerarse valiosa este tipo de conciencia? Creo que por dos razones. Primero, es considerada valiosa por la auto-evidente sensibilidad de valores. Como diría William Law, es intrínsecamente valiosa, tal y como la experiencia de la belleza es intrínsecamente valiosa, sino que mucho más. Segundo, es valiosa porque siendo una cuestion de experiencia empírica trae consigo cambios en el pensamiento, el caracter y el sentimiento que el experimentador y aquellos a su alrededor consideran como manifiestamente deseables. Hace posible un sentimiento de unidad y solidaridad con el mundo. Trae la posibilidad de ese tipo de amor y compasión sin prejuicios que tanto se enfatiza en los evangelios, donde Cristo dice, ‘Judge not thta ye not be judged’ (Mateo 7:1). Santa Catalina de Siena, en su lecho de muerte, remarcó este punto con gran fuerza: ‘Por ninguna razón deberemos juzgar la acción de las criaturas o sus motivos. Incluso cuando veamos que es un pecado no debemos juzgarlo, sino tener compasión sagrada y sincera y ofrecérsela a Dios con oración humidle y devota’.

El místico es capaz de este tipo de vida. Es capaz de entender orgánicamente frases tan portentosas, que para la persona ordinaria on tan difíciles de entender, como ‘Dios es Amor’ (1 Juan 4:8) y ‘Aunque me slay, yo confiaré en e´l’ (Job 13:15).

Hay otros frutos de la experiencia mística. Hay ciertamente una superación del miedo a la muerte, una convicción de que el alma se hecho idéntica con el Principio Absoluto que se expresa en cada momento en su totalidad. Hay una aceptación del sufrimiento y un deseo pasional por aliviar el sufrimiento de los demás. Hay una combinación de lo que los budistas llaman Prajnaparamita, que es el conocimiento de la otra orilla, con Mahakaruna, que es la compasión universal. Como dice Eckhart, lo que se toma en contemplación se devuelve en amor. Este es el valor de la experiencia. En lo que a teología se refiere, esto es profundamente sencillo y se resume en las tres palabras que están en la base de virtualmente toda la religión y filosofía India: ‘Tat Twam asi’ (Tu eres eso), en el sentido de que la parte más profunda del alma es idéntica a la naturaleza divina, que el Atman, el alma profunda, es lo mismo que Brahman, el Principio Universal, o, en palabras de Eckhart, que la base del alma es la base del Godhead, Es la idea de la luz interior, la scintilla animae (chispa del alma); los escolásticos tenían un nombre técnico pero esto, la ‘sindéresis’.

Ahora, brevemente, debo abordar la manera en que se alcanzan estos estados. Se ha repetido constantemente que la manera no consiste en la actividad mental y el razonamiento discursivo; consiste en lo que Roger Fry, hablando sobre arte, solía llamar ‘pasividad alerta’, o lo que el moderno místico americano, el gran maestro de la lectura al mundo Frank Laubach, ha llamado ‘sensitiviad determinada’. Tu no haces nada, pero estas determinadamente sensibilizado para permitir que algo suceda dentro de ti. Esto ha sido expresado por algunos de los grandes maestros de la vida espiritual en Occidente. San Francisco de Sales, escribiendo a su alumna Santa Juana Chantal, dice, ‘Me dice que no haces nada en la oración. Pero, ¿qué es lo que quieres hacer en la oración, excepto presentar tu ningunismo a Dios? Y Santa Juana Chantal escribe en una de las cartas:

Su (de Dios) bondad me betow este método de devoción que consiste en behold y darme cuenta de su divina presencia, en la que me sentí absolutamente perdida, absorvida, y en paz con él. Y esta gracia ha sido continuada en mi, aunque por mi falta de fe me he opuesto bastante a ella; permitiendo que entrasen en mi mente temores de mi inutilidad en esta condición, de modo que desaenado hacer algo por mi parte lo eché todo a perder.

Esta actitud de los maestros de la oración es, en un análisis final, la misma que aquella recomendada por el profesor de cualquier habilidad psicofísica. El hombre que te enseña a jugar al golf o al tenis, tu maestro de canto o piano, te dirá la misma cosa: de alguna manera debes combinar la actividad con la relajación, debes deshacerte del yugo del yo personal para permitir que este yo profundo dentro de tí, con el que estás interfirendo, surja y lleve a cabo sus milagros.

En cierto sentido uno puede decir que lo que estamos haciendo todo el rato es tratar de introducirnos en nuestra propia luz. Nuestros yoes superficiales eclipsan nuestros yoes profundos y no dejan que esta fuerza luminosa, que es un hecho imparcial en nuestro interior, lo atraviese. En efecto, toda la técnica de proficiencia en todo campo, incluyendo est forma superior de proficciencia espiritual, es un proceso de des-eclipsar, un proceso de salir de nuestra propia luz. Por supuesto, uno no tiene que formular este proceso en térmios teológicos, Yo mismo creo que el yo profundo dentro de nosotros es de alguna forma contínuo con la mente del universo o como quiera llamarlo. Pero como digo, no tiene porque aceptarlo necesariamente.

Vemos que no hay conflicto entre el abordaje místico y el científico, porque uno por misticismo no está comprometido a ningun pronunciamento tajante sobre la estructura del universo. Puedes practicar el misticismo enteramente en términos psicológicos, y en base a un agnosticismo total en relación a las ideas conceptuales de la reigión ortodoxa, y aun asi llegar al conociiento -la gnosis- y los frutos del conocimiento serán los frutos del espíritu: amor, goce, paz y la capacidad para ayudar a los demás. Y como dijo Cristo en el evangelio, ‘El arbol es conocido por sus frutos’ (Mateo 12:33).

Un expediente abierto

En la entrada anterior había citado el postulado de Aleister Crowley que establece que los demonios de la Goetia son partes de nuestro cerebro, es decir las partes no integradas que corresponden a lo reprimido, ó no conocido de nuestro ser. Sin embargo está afirmación tomada en forma literal nos lleva a la conclusión de que en realidad los Dioses, Ángeles, Demonios, etc. vendrían siendo la representación animada de nuestras aspiraciones y miedos. A partir de éste punto se desarrollo durante el siglo XX una corriente “sicologizante” de la Magia que veía a los rituales como forma de psicodramas encaminados a la liberación de los conflictos internos.
Crowley no fue el único en configurar esta línea de pensamiento, Dion Fortune psicóloga de profesión estaba interesada en integrar esta disciplina con el esoterismo y más delante Israel Regardie, discípulo de Crowley que después de su rompimiento con el mago inglés fue protegido durante una temporada de Fortune se familiarizó con las corrientes sicoanalíticas clásicas y con la escuela Jungiana, aunque al final de su vida se decantó por las terapias y cuerpo conceptual de Wilhelm Reich. No estoy tratando de decir que estos autores negaran la realidad de un mundo espiritual, sino que a partir de ellos algunos de sus discípulos si lo hicieron.
En realidad esoterismo y sicología nunca estuvieron divorciados, en las escuelas Cabalísticas clásicas se encuentran contenidos los postulados de una suerte de psicoanálisis con una división de las funciones intelectuales e instintivas y una guía para el desarrollo de una personalidad equilibrada y sería interesante determinar hasta que punto Sigmund Freud se vio influenciado por el pensamiento místico judío.
Ahora bien ¿la magia es solo una forma arcaica de terapia? ¿Es por ejemplo el culto a Isis únicamente la sublimación de nuestra necesidad de una madre nutriente de la que nos vemos separados en cierta etapa de la infancia?
Desde el punto de vista Hermético todo el universo es el resultado de una misma corriente que forma y anima cada manifestación de vida y materia y sostiene los distintos planos de realidad. Su comprensión se encuentra más allá de las capacidades humanas, aunque podemos elaborar a partir de un punto acerca de su naturaleza. El caso es que al reflexionar en el orden universal aparecen centros energéticos que actúan de manera más o menos homogénea lo que parece concederles independencia y propósito en relación al resto del conjunto. Estas “fuerzas inteligentes”, por llamarlas de alguna manera son aspectos diferenciados de la primera manifestación que se desdoblan en niveles cada vez más densos desde lo más abstracto ó espiritual hasta llegar a lo denso formando una jerarquía de seres enlazados de acuerdo a su naturaleza y funciones. Esto nos da una jerarquía del tipo, el rey manda a sus generales, que ordenan a sus capitanes, que transmiten a sus soldados que ejecutan la orden y aunque el propósito sea uno, en cada nivel hay cierto grado de adaptación a las circunstancias determinado por los factores del medio y la interacción con otras fuerzas. Así que influir en algún lugar del sistema es para el Mago participar en el resultado final.
Aunque más allá del grado de influencia que como humanos podemos tener en la manifestación de las cosas; la entrada se trata de reflexionar hasta que punto cada nivel de realidad es el resultado del concurso de fuerzas conscientes de sí mismas. Es evidente la existencia de dichas fuerzas, hay elementos creadores, destructores, aglutinadores; fuerzas expansivas, constrictivas y equilibrantes. En otras palabras los antiguos no inventaron los Dioses a capricho, sino que personificaron el concurso de fenómenos que observaban que para ellos se manifestaban como seres con personalidad propia.
De acuerdo a Denning y Phillips autores pertenecientes a la orden Aurum Solis la explicación cabalística sería la siguiente.

Cuando la luz de la emanación del mundo de Atziluth, penetra el mundo de Briah, ilumina la sala celestial de tronos -Merkabah-. Allí residen los arcángeles, dioses y diosas venerados por los hombres, que se reúnen para prestarle forma a la luz y de esa manera darle cuerpo a la manifestación. Hay que recordar que Briah nos habla de un lugar de ideas puras, valores espirituales. Cuando un grupo humano establece contacto con una de éstas formas como un ser diferenciado, se establece el vínculo entre el devoto y su objeto de adoración, a partir de ese momento el Dios/Diosa recibe cada vez más vida por el doble proceso de extraer energía de Atziliut y Assiah.

Es decir la personalidad de un ser espiritual está determinada tanto por la naturaleza a la que responde como por la conceptualización que de él hacen sus devotos. Esto explicaría el hecho de que a pesar de que se pueden establecer comparaciones entre los panteones de Dioses –v.gr. Afrodita tiene la misma naturaleza que el Arcángel Haniel- estos no necesariamente se manifiestan de la misma manera. (Los Dioses egipcios son elegantes, los griegos sensuales, la jerarquía cabalística no tiene elementos oscuros en su naturaleza, etc.).
Ahora bien ¿los seres espirituales existen y son conscientes? Algunos de los miembros de la Goldendawn, quizá para apaciguar el conflicto que les causaba una educación judeo-cristiana, en algún momento recurrieron a una suerte de relativismo alrededor del tema al afirmar que “En las invocaciones que hacemos encontramos que los Dioses se comportan como si en realidad existieran” Una posición en extremo pragmática, que no negaba ni afirmaba la existencia del mundo divino/demoníaco, pero si se valía del aparato conceptual religioso que les heredaba la tradición hermética.
En realidad la cuestión es un expediente abierto y cada uno en su conciencia lo tiene que resolver. Para terminar, y volviendo al postulado de Crowley, efectivamente los demonios de la Goetia son partes de nuestro cerebro y se corresponden con el material del inconsciente. Pero esto no implica que no tengan una realidad externa al operador; hay que recordar lo que decían al respecto los sacerdotes egipcios. “No hay nada en mí que no pertenezca a los Dioses” que entre otras implicaciones nos indica que si podemos traer a nuestra conciencia una realidad es porque ésta ya se encuentra contenida en nosotros.

García Márquez Un señor muy viejo con unas alas enormes

García Márquez

Fragmento

La noticia del ángel cautivo se divulgó con tanta rapidez, que al cabo de pocas horas había en el patio un alboroto de mercado, y tuvieron que llevar la tropa con bayonetas para espantar el tumulto que ya estaba a punto de tumbar la casa. Elisenda, con el espinazo torcido de tanto barrer basura de feria, tuvo entonces la buena idea de tapiar el patio y cobrar cinco centavos por la entrada para ver al ángel.

Vinieron curiosos hasta de la Martinica. Vino una feria ambulante con un acróbata volador, que pasó zumbando varias veces por encima de la muchedumbre, pero nadie le hizo caso porque sus alas no eran de ángel sino de murciélago sideral. Vinieron en busca de salud los enfermos más desdichados del Caribe: una pobre mujer que desde niña estaba contando los latidos de su corazón y ya no le alcanzaban los números, un jamaicano que no podía dormir porque lo atormentaba el ruido de las estrellas, un sonámbulo que se levantaba de noche a deshacer dormido las cosas que había hecho despierto, y muchos otros de menor gravedad. En medio de aquel desorden de naufragio que hacía temblar la tierra, Pelayo y Elisenda estaban felices de cansancio, porque en menos de una semana atiborraron de plata los dormitorios, y todavía la fila de peregrinos que esperaban su turno para entrar llegaba hasta el otro lado del horizonte.

El ángel era el único que no participaba de su propio acontecimiento. El tiempo se le iba buscando acomodo en su nido prestado, aturdido por el calor de infierno de las lámparas de aceite y las velas de sacrificio que le arrimaban a las alambradas. Al principio trataron de que comiera cristales de alcanfor, que, de acuerdo con la sabiduría de la vecina sabia, era el alimento específico de los ángeles. Pero él los despreciaba, como despreció sin probarlos los almuerzos papales que le llevaban los penitentes, y nunca se supo si fue por ángel o por viejo que terminó comiendo nada más que papillas de berenjena.

Su única virtud sobrenatural parecía ser la paciencia. Sobre todo en los primeros tiempos, cuando le picoteaban las gallinas en busca de los parásitos estelares que proliferaban en sus alas, y los baldados le arrancaban plumas para tocarse con ellas sus defectos, y hasta los más piadosos le tiraban piedras tratando de que se levantara para verlo de cuerpo entero. La única vez que consiguieron alterarlo fue cuando le abrasaron el costado con un hierro de marcar novillos, porque llevaba tantas horas de estar inmóvil que lo creyeron muerto. Despertó sobresaltado, despotricando en lengua hermética y con los ojos en lágrimas, y dio un par de aletazos que provocaron un remolino de estiércol de gallinero y polvo lunar, y un ventarrón de pánico que no parecía de este mundo. Aunque muchos creyeron que su reacción no había sido de rabia sino de dolor, desde entonces se cuidaron de no molestarlo, porque la mayoría entendió que su pasividad no era la de un héroe en uso de buen retiro sino la de un cataclismo en reposo.

El padre Gonzaga se enfrentó a la frivolidad de la muchedumbre con fórmulas de inspiración doméstica, mientras le llegaba un juicio terminante sobre la naturaleza del cautivo. Pero el correo de Roma había perdido la noción de la urgencia. El tiempo se les iba en averiguar si el convicto tenía ombligo, si su dialecto tenía algo que ver con el arameo, si podía caber muchas veces en la punta de un alfiler, o si no sería simplemente un noruego con alas.

Aquellas cartas de parsimonia habrían ido y venido hasta el fin de los siglos, si un acontecimiento providencial no hubiera puesto término a las tribulaciones del párroco. Sucedió que por esos días, entre muchas otras atracciones de las ferias errantes del Caribe, llevaron al pueblo el espectáculo triste de la mujer que se había convertido en araña por desobedecer a sus padres. La entrada para verla no sólo costaba menos que la entrada para ver al ángel, sino que permitían hacerle toda clase de preguntas sobre su absurda condición, y examinarla al derecho y al revés, de modo que nadie pusiera en duda la verdad del horror. Era una tarántula espantosa del tamaño de un carnero y con la cabeza de una doncella triste. Pero lo más desgarrador no era su figura de disparate, sino la sincera aflicción con que contaba los pormenores de su desgracia: siendo casi una niña se había escapado de la casa de sus padres para ir a un baile, y cuando regresaba por el bosque después de haber bailado toda la noche sin permiso, un trueno pavoroso abrió el cielo en dos mitades, y por aquella grieta salió el relámpago de azufre que la convirtió en araña. Su único alimento eran las bolitas de carne molida que las almas caritativas quisieran echarle en la boca. Semejante espectáculo, cargado de tanta verdad humana y de tan temible escarmiento, tenía que derrotar sin proponérselo al de un ángel despectivo que apenas si se dignaba mirar a los mortales. Además los escasos milagros que se le atribuían al ángel revelaban un cierto desorden mental, como el del ciego que no recobró la visión pero le salieron tres dientes nuevos, y el del paralítico que no pudo andar pero estuvo a punto de ganarse la lotería, y el del leproso a quien le nacieron girasoles en las heridas. Aquellos milagros de consolación que más bien parecían entretenimientos de burla, habían quebrantado ya la reputación del ángel cuando la mujer convertida en araña terminó de aniquilarla.

Fue así como el padre Gonzaga se curó para siempre del insomnio, y el patio de Pelayo volvió a quedar tan solitario como en los tiempos en que llovió tres días y los cangrejos caminaban por los dormitorios.

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