testamento de cuahutemoc

TESTAMENTO DE  CUAUHTEMOC

Emperador del México Anahuak

( Cuahutemoc significa Aguila que desciende. Hay quienes erroneamente leen “Águila que cae”…El Águila cuando desciende es para cazar, para conseguir lo que quiere…)

“Nuestro Sol se ha ocultado Nuestro Sol se ha escondido y nos ha dejado en la màs completa oscuridad… Sabemos que volverá a salir para alumbrarnos de nuevo, pero mientras permanezca allà en el Mictlàn debemos unirnos ocultando en nuestros corazones todo lo que amamos.

Escondamos nuestros teokaltin, (templos) nuestros kalmekameh,( escuelas de altos estudios) nuestros tlachkouan, ( campos de pelotas) nuestros telpochkaltin, (escuelas para jòvenes) y nuestras kuikakaltin, (casa del canto) y dejemos las calles desiertas para encerrarnos en nuestros hogares.

De hoy en adelante, ellos, nuestros hogares, seràn nuestros teokaltin, nuestros kalmekameh, nuestros Tlachkouan, nuestros telpochkaltin y nuestros kuikakaltin.

De hoy en adelante, hasta que salga el Nuevo Sol, los padres y las madres seràn los maestros y los guìas que lleven de la mano a sus hijos mientras vivan, que los padres y las madres no olviden decir a sus hijos, lo que ha sido hasta hoy Anawak.

Al amparo de nuestros dioses, y como resultado de nuestras costumbres y de la educaciòn que nuestros mayores inculcaron a nuestros padres, y que con tanto empeño èstos inculcaron en nosotros.

Que tampoco olviden decir a sus hijos lo que un dìa deberà ser el Grande Mèxico Anawak ¡¡¡¡ “.
Profecías del Tlatoani Kuauhtemoc.

Náhuatl ( Texto Original )

Totonal yomotlatih Totonal yoixpollih iuan Zentla youayan o tech Kateh
Mach Tikmatih ka okzepa ualla man Ka okzepa kizakin iuan yankuiotika tech tlahuiliquin

Mach inoka ompa miktlan maniz manzanueliui tozentlalikan, tetochtetokan iuan tezolnepantla tiktlatikan nochi intlen toyolkitazohtla Kiueyi tlatkiomati.

Man tikin popolokan toteokaluan tokalmekahuan totlachkohuan totelpochkahuan tokuikakalhuan.

Man mozelkahuacan tohumeh iuan man tochanhuan Kin ihkuak kixouaz toyankuik tonal. In tatitzin iuan in nanzitzin Man aik kuikalkuan kimilhuizkeh itelpochhuan iuan matechnazkeh mo pipilhuan inokan nemiskeh uel kenin yoko.

Kin axkan totlazoh Anawak in tlanekiliz iuan tlapeliuiz in tonechtoltiliz uan iuan zan ye nopampa tokenmauiliz iuan tokem popoliz okizelikeh totiachkatzitzihuan iuan tleh totahtzitzin auik yolehkayopan oki xi nachtotakeh toyelizpan.

Axkan tehua tekin tekimakah in topilhuan Amo kin ilkauazkeh nonotzazkeh mopilhuan uelkenin yez kenin imakokiz iuan uelkenin chikahkauiz iuan uel kenin kiktzon kixtitin iueyika neltohtiliz inin totlatzoh talnantzin Anawak ¡¡¡¡

Pronunciamiento en el dia internacional de los derechos indigenas

PRONUNCIAMIENTO CONJUNTO

EN EL DIA INTERNACIONAL DE LOS PUEBLOS INDIGENAS

Los pueblos indígenas, sus asociaciones y organizaciones, los organismos que trabajamos con los pueblos indígenas y personas solidarias abajo firmantes, queremos hacer saber a la sociedad nicaragüense y a los organismos internacionales, lo siguiente:

CONSIDERANDO:

Que la base fundamental de la cultura y espiritualidad de los pueblos indígenas reside en la posesión de un territorio determinado; el cual históricamente ha sido preservado, en uso y usufructo de acuerdo a nuestras características particulares.

Que los pueblos indígenas existimos desde tiempos milenarios y que nos opusimos a la conquista y colonización europea; en el caso de los territorios indígenas de la Costa Atlántica su resistencia persiste aún en un proceso mas reciente.

Que las naciones indígenas y negras constituidas por chorotegas, nahuatl, matagalpas, hokanos (sutiabas), jinotegas, sumus/mayangnas, ramas y miskitus, así como los pueblos garífunas y negros criollos hemos preservado nuestra identidad y cultura principalmente por defender nuestros territorios y nuestra cosmovisión indígena, que es una alternativa ante la destrucción de la naturaleza y de la vida humana.

Que en los territorios donde conviven los pueblos indígenas se encuentran los principales recursos naturales y la diversidad biológica, los que constituyen su patrimonio, tanto por cuidarlos, protegerlos y mantenerlos fuera de la voracidad y explotación de las empresas nacionales y extranjeras, así como de las políticas irracionales de los gobiernos.

Que la Organización de las Naciones Unidas declaró 1993 como el Año Internacional de los Pueblos Indígenas y posteriormente en 1994 el Decenio Internacional de los Pueblos Indígenas y los artículos 5, 89, y 181 de la Constitución Política de la República de Nicaragua.

Que diversos gobiernos en donde conviven los pueblos indígenas de nuestra gran Madre Tierra Abya Yala (Amerindia), han ratificado el Convenio num. 169 de la OIT, que regula la existencia, preservación y reconocimiento de derechos especiales para los pueblos indígenas en países cuya cultura etnocentrista ha destruido a diversas culturas y espiritualidades. Este convenio fue suscrito por Nicaragua en 1989, quedando hasta la fecha sin ratificar por parte de la Asamblea Nacional.

Que las naciones indígenas de la Costa Atlántica han demandado ante los organismos internacionales y el gobierno central la amplia participación de sus pueblos en la formulación y elaboración de las leyes relativas a sus territorios.

Que la situación de abandono histórico en que han vivido los pueblos miskitos y mayangnas que habitan en el departamento de Jinotega, en la Reserva de Biosfera BOSAWAS, ha permitido cómodas definiciones de intervenciones políticas a nuestros derechos de desarrollo como pueblos indígenas.

Que en abierta violación a los derechos indígenas, el Gobierno de Nicaragua y el Banco Mundial, éste en particular, en clara oposición a su propia Directriz Operativa 4.20, han procedido a impulsar un anteproyecto de ley que promueve un proceso de consulta sin la participación de los pueblos indígenas.

POR TANTO DECIDIMOS:

1. Continuar de forma inclaudicable nuestra lucha milenaria por la defensa, promoción y respeto de nuestros pueblos indígenas, sobre la base de la unidad de las naciones indígenas y negras que coexistimos en la República de Nicaragua.

2. Hacer valer el respeto y derechos sobre nuestros territorios, preservación de nuestra identidad y cultura; así como a nuestra autodeterminación.

3. Declarar que no permitiremos más concesiones sobre los recursos naturales (tanto del suelo, como del subsuelo y plataforma marina); y que nos oponemos a que el gobierno y las empresas extranjeras estén decidiendo sobre megaproyectos sin el consentimiento de nuestros pueblos indígenas.

4. Demandar que las leyes que se gestionen relativas a las organizaciones, formas de vida, propiedad y usufructo de parte de los pueblos indígenas deben partir desde nosotros mismos y revertir la forma en que hasta el momento se han venido realizando.

5. Exigir el cese a las invasiones, ocupaciones, robo y saqueo de nuestras tierras y recursos naturales, culturales y la diversidad biológica.

6. Oponernos a la concepción globalizante de convertirnos en sujetos del mercado a partir de la mercantilización de nuestros territorios y recursos naturales, culturales y diversidad biológica.

7. Demandamos que el actual proceso de Consulta que ejecuta la Universidad BICU, sobre el Anteproyecto de Ley que regula el Régimen de Propiedad comunal de las comunidades indígenas y de BOSAWAS, asegure una participación informada de nuestras comunidades.

8. Apoyamos la carta de la Coordinadora de la Nación Rama dirigida al presidente del Banco Mundial en la que se demanda el cumplimiento de la Directriz Operativa 4.2 relativa a los pueblos indígenas en la que se asume que “las poblaciones indígenas no serán afectadas negativamente por los proyectos del Banco Mundial” y que “las actividades esenciales para cualquier proyecto que afecta las poblaciones indígenas debe incluir: consultas directas para la identificación de las preferencias locales, sus derechos a los recursos naturales y económicos.”

9. Demandar que la Asamblea Nacional de la República de Nicaragua ratifique el Convenio num. 169 de la OIT.

10. Declarar el 9 de agosto de 1999 como el Día de la Madre Tierra y de las Naciones Indígenas en Nicaragua.

Managua, Nicaragua, 9 de agosto de 1999

Firmantes al Pronunciamiento Conjunto:

    * Movimiento Indígena de Nicaragua (MIN)
    * Movimiento Indígena de la Región Autónoma del Atlántico Sur (MINRAAS)
    * Movimiento Indígena de la Región Autónoma del Atlántico Norte (MINRAAN)
    * Consejo Regional Indígena del Pacífico (Chorotegas, Nauhalt y Hokanos)
    * Consejo Regional Indígena del Centro-Norte (Matagalpas, Jinotegas,
    * Chorotegas, Miskitos del Coco y Mayangnas del Bocay)
    * Consejo de Ancianos, Costa Caribe de Nicaragua
    * Asociación para el Desarrollo del Sector Raudales de las Comunidades Miskitas y Mayangnas (KUNASPAWA)
    * Asociación para el Desarrollo y el Progreso de las Comunidades Indígenas Miskito y Mayangna del Departamento de Jinotega (ADEPCIMISUJIN)
    * Fundación MISKUT
    * Asociación MASAKU
    * Centro Alexander von Humboldt
    * Fundación Alistar
    * CIDCA – UCA
    * URACCAN
    * Centro de Educación para la Paz y la Justicia (CEDUPAZ)
    * Centro de Estudios y Acción por el Desarrollo (CESADE)
    * Comité de Solidaridad Nicaragua-Chiapas

También se suma una lista de personas que a manera individual suscribieron este Pronunciamiento.

Llahtakunah atipayninwanqa, tihsimuyuta kuyuchisunchismi

De: sietevientos (Mensaje original) Enviado: 23/12/2003 10:14 a.m.
Qhapaj Raymi o Navidad? ¿Inti Raymi o San Juan? Por la recuperación de nuestros valores de identidad, cultura y religiosidad

CANO – Toronto, Canada – (Posted on Dec-21-2003)

¿QHAPAJ RAYMI O NAVIDAD? ¿INTI RAYMI O SAN JUAN?
POR LA RECUPERACION DE NUESTROS VALORES DE IDENTIDAD, CULTURA Y RELIGIOSIDAD

Tras la violenta invasión europea a nuestro continente Abya-Yala se sucedieron una serie de cambios impuestos por la fuerza sobre nuestros pueblos tanto a nivel cultural, político, religioso, económico, militar, jurídico, etc. Estos cambios se dieron de diferentes maneras y procesos, desde las más sutiles hasta las más abruptas y turbulentas. Sin duda que una que una de ellas se dió en el plano religioso cuyos representantes mediante la Santa Inquisición justificaron sus crímenes de lesa religiosidad produciendo la colonización espiritual de nuestros antepasados.

La expansión de la religiosidad occidental tomó la forma de sectas a medida que los concflictos internos en la iglesia católica y el caos cristiano oficiales se iban agudizando irremediablemente. En este proceso es en el que se inscriben por ejemplo la suplantación descarada de nuestras festividades, rituales y ceremonias religiosas, con otros nombres relacionados con la religion dominante, con otros elementos ceremoniales, con otros conceptos y visiones del mundo, y tratando de adecuar y hacer coincidir de modo sutil las fechas más importantes de las festividades andinas en nombre de un supuesto sincretismo religioso.

Y de esta híbrida mezcla emergieron nuevos rituales, nueva simbología, nuevas creencias, etc. que a decir verdad no son mas que grotescas caricaturas de nuestras verdaderas tradiciones espirituales y religiosas, las mismas que en su mayoría son practicadas por la iglesia católica sobre la población criollo-mestiza principalmente en los centros urbano-citadinos en donde mas influencia tuvo la invasión.

Sin embargo de todo esto, conforme pasaba el tiempo y de acuerdo a la tradición y transmision oral andina, constatamos que en infinidad de nuestras comunidades originarias aun conservamos intacto la semilla pura de nuestra religiosidad, presta a echar nuevamente las raíces, a germinar y brotar como el maíz de la tierra. Esto en el propósito de mostrar lo que esencialmente representa para nuestro mundo andino el porqué de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestro júbilo.

En nuestros sagrados Andes existen cuatro momentos importantes en el ciclo vital del maíz como referencia esencial, los que científicamente establecidos constituyen determinados puntos en el tiempo llamados equinoccios y solsticios, durante el lapso de un año, tiempo en el que nuestro planeta gira dando una vuelta entera alrededor del sol.

Entre estos solsticios se distinguen nuestras celebraciones del Inti Raymi y del Qhapaj Raymi, festividades que nuestros antepasados solían celebrar el 21 de Junio y el 21 de Diciembre de cada año, fechas en las cuales el sol alcanza su máxima distancia en su alejamiento del centro equinoccial de la tierra, llamado también el Inti-ñan o Inti-guatana, lo que significa la ceremonia de protección del Padre Sol, el Tata Inti, a fin de evitar que esta deidad suprema se aleje extremadamente de nuestro planeta y, contrariamente, permita la germinación y maduración de los frutos que nacen de nuestra Madre Tierra, la Pachamama, otra de nuestras divinidades supremas.

Nuestros sabios Amawtas y Achachilas de los Andes nos enseñaron a venerar la Madre Tierra, porque ella constituye fuente inagotable de vida, que nos provee de alimentos, nos provee de medios para protegernos de los desastres naturales, nos provee del placer de convivir con nuestros congéneres, con la madre naturaleza y con los otros seres vivientes que habitan nuestro planeta.

Conforme a la naturaleza de nuestra cosmovisión, el equinoccio de septiembre simboliza la época de la siembra, tiempo en el que la tierra muestra su máxima pureza y fertilidad, tiempo en el que ella se muestra desnuda, virgen, con su color y aroma inconfundible, lista para recibir la semilla. Es la festividad del Q’uya Raymi, dedicada al agradecimiento a la tierra y al mismo tiempo a la veneración de la feminidad (mujer), porque es ella quien entrega la vida al universo. Esta celebración ha sido superpuesta con la llamada fiesta de la Virgen María por parte de la invasion europea.

Con el transcurrir de los días, las semanas y los meses, la semilla sembrada es alimentada y protegida constantemente por su madre, la tierra, y en sus entrañas, esta semillita sufre una transformación grandiosa, el de la transición de la muerte a la vida, la semilla se transforma y pasa a ser una planta viva, es el momento en que celebramos el renacer de la muerte a la vida, hoy comunmente celebrado como el día de los difuntos.

Entonces ya cuando el tierra en su desplazamiento sitúa al sol en su extremo derecho, o geográficamente hablando hacia el polo sur, se produce un otro solsticio, el 21 de diciembre. Para este tiempo, la semilla ha brotado del vientre de su madre, ahora ya es una planta, pequeñita y llena de vida. Los ojos de nuestros abuelos y abuelas expresan nítidamente el júbilo que sienten por su hermosura, su bondad, su fortaleza.

A este momento y visión los sabios y Amawtas lo llamaron Inti Qhapaj Raymi, pues la influencia del sol, sumado a la de todo el cosmos renueva la vida a través de las semillas plantadas en el vientre virgen de la Tierra. Estas tiernas plantitas se comparan a la llegada del niño esperado, y que luego es arrullado en los brazos de sus padres. Como nuestros niños, juguetones, sonrientes y alegres, las pequeñas plantas llegan a poblar la Tierra y ellas darán fruto, seguridad y bienestar a la siguiente generación.

El ritual del Qhapaj Raymi o la gran fiesta de la nueva vida, ancestralmente se la celebraba con mayor majestuosidad que en los tiempos actuales. Pues como se trataba de una festividad dedicada a la continuación de la vida, estaba explícitamente dedicada a las nuevas generaciones, a los niños y jóvenes, que luego del gran ritual pasaban a formar parte viva, activa y sujetos de la sociedad en sí.

Cuenta la tradición oral, que los mayores engalanaban a las futuras generaciones con obsequios celebrando el ritual de la dotación simbólica a los recién nacidos, de prendas de vestir, los valores más preciados, los útiles y herramientas más esenciales para que ellos sean los continuadores de su compromiso natural adquirido en la vida y que los irían trasmitiendo de generación en generación. Este acto de ofrenda a los menores, se traducía en base al compromiso y la participación recíproca de todos los integrantes de la comunidad.

Tal era la magnificencia de nuestras fiestas, que los invasores venidos de occidente a través de la imposición de símbolos y creencias, tuvieron que buscar modos para reemplazarlas con algo que también tuviera gran peso y esplendor material y espiritual conforme a lo que acontecía en este tiempo. Y esta imposición fue suplantando nuestras festividades.

Por ejemplo la Fiesta del Inti Raymi que se celebra cada 21 de Junio fué maliciosamente yuxtapuesta por la fiesta católica llamada San Juan, una muestra clara de esta intención es que por ejemplo las tradicionales danzas y formas musicales que se bailaban en esa fiesta en la región de Imbabura, fueron denominados “San Juanitos”, a fin de demostrar que eran ritmos dedicados a la fiesta San Juan.

Igual hicieron con la fiesta del Qhapaj Raymi, que lo celebramos el 21 de Diciembre. Pretendieron convercernos de que esta celebración era la misma a la que ellos denominaban la fiesta de la Pascua de Navidad, dedicada al nacimiento del niño Jesus considerado por ellos redentor de la humanidad, y que se la debía efectuar los días 24 y 25 de Diciembre. Igualmente los cánticos y danzas tradicionales de la época llamadas Ch’untunkis fueron denominados Villancicos de Navidad.

Así, bajo el nombre de sincretismo religioso se pretende yuxtaponer valores religiosos traídos de occidente. En la actualidad estas festividades son difundidas profusamente desde El Vaticano, hecho que es muy bién recibido por el mundo capitalista para estimular el florecimiento de la sociedad de consumo.

Este gigantesco proceso de usurpación y suplantación de símbolos y rituales originarios ha ocasionado la pérdida de la identidad de grandes grupos de hermanos y hermanas durante estas más de 5 centurias. En este tiempo del Pachakuti, estamos retomando el camino de la recuperación, estamos re-emprendiendo la senda de la emanciapción espiritual, estamos pasando de la reflexión a la acción, a la defensa de nuestras vidas y la de todos los seres que habitan la tierra. Estamos emprendiendo el proceso de sanación del cosmos y la tierra.

Por: Ivan Ignacio

Carta abierta para los hijos del norte

Carta Abierta para los Hijos del Norte  
Wednesday, September 10 2003
Contributed by: Admin

Juan Santos es un Chacaruna, una persona que actua como un puente. Alguien que por ahora es un vehiculo de la infraestructura de el movimiento Indigina presente. El trabajo de el es cumplir con las necesidades de la gente en lo que se refiere a lo social, moral y espiritual de acuerdo a las tradiciones y valores espirituales de ellos. El es uno de muchos trabajando con las comunidades indiginas de los Andes. En la region de Cuzco el esta cometido como un representante de danza con las naciones que hacen la peregrinacion a la Montana sagrada de Qoyllor-Ritti. El es un Quechua.

Desde las profundidades de los Andes, del corazon mismo de las naciones Quechua, Aymara, Amazonicas del Peru, deseo hacerles llegar este mensaje, a vosotros, hijos de los Estados Unidos del norte.

Reciban el saludo, de uno de los muchos representantes naturales que habemos aqui, en estas regiones del sur y que junto a nuestros pueblos trabajamos en los pequenos y grandes haceres de todos los dias.

Cuanta buena voluntad me anima, para a travez de la palabra, expresar este mensaje de solidaridad y respeto, a todos ustedes ciudados del pais del norte, y mi corazon florece, al pensar que hoy seguramente, estaran mas dispuestos a escuchar los susurros de hermandad y refleccion que los frescos vientos arrastran desde el sur.

Quienes mas que nosotros, indigenas, sabemos lo que significan las preciosas gotas de sangre absurdamente derramadas. Gotas que luego, luego pueden convertirse en rios.

Quienes mas que nosotros, indigenas, sabemos del sabor amargo de la impotenica del dolor y las lagrimas. Y sabemos mucho tambien, del deseo irresistible de odiar y buscar venganza.

Pero que hermoza y prudente se muestra la vida en su otra orilla. Al cabo de reflecciones serenas, los pueblos con sabiduria, aun, a pesar de todos los holocaustos, terminamos siempre por entender el significado real de lo que son nuestros preciosos dias en esta tierra, en este Madre Cosmica.

El temor o el miedo, si acaso no son controlados, pueden convertir nuestras existencias en cumulos enormes de incertidumbre y locura.

Y la inseguridad no se da, cuando el enemigo asecha.

La inseguridad impera y se acrecienta, solo cuando los pueblos o los individuos no saben que son y que hacen, en un mundo lleno de posibilidades.

Quizas este sea un tiempo bueno y propicio para hacer reflecciones, respecto a ciertos conceptos, posturas y creencias que a menudo, los individuos adoptamos, por el solo hecho de vivir en un cierto orden de cosas, al cual se le ve como unico e irremplazable, como unico e inigualable y por el que se puede estar dispuesto a sacrificar, hasta los propios principios espirituales, eticos o morales.

Los pueblos indigenas tenemos una preocupacion muy sentida, respecto a quienes hacen la politica, la economia y demas reglas de juego, en las llamadas sociedades modernas. Vemos por ejemplo, que entre los dirigentes politicos del mundo moderno, esta muy de moda el discurso del desarme y la lucha contra drogas.

Pero quienes montan las grandes fabricas y laboratorios de armas, para abastecer los arsenales militares de los paises en el mundo?
Y no es verdad, acaso, que las armas valen, en tanto mas mortiferas estas sean?

De donde provienen los insumos quimicos, para la elabloracion de la droga dura…y quienes son los duenos de los bancos que protejen y lavan el dinero sucio, al amparo de leyes de secreto bancario?

Si buscasemos responsables, de seguro estos terminarian siendo, los mismos que se satisfacen y benefician cotidianamente, de los miles de cadaveres, victimas de las drogas, y probablemente estos, tambien sean los mismos que disponen los escenarios de las proximas guerras o conflictos belicos en el mundo.

Y quizas asi quede explicado, el porque del odio mortal, entre los pueblos llamados “de dios” y los otros llamados “los elegidos”.

En el caso nuestro, hace 509 anos llegaron invasores provenientes de Espana, en aquel entonces los genocidas justificaban sus crimenes con el argumento de la cristianizacion de indios. Y asi se aduenaron de nuestros territorios y casi logran exterminarnos para siempre.

Hoy las intensiones siguen siendo las mismas, aunque los metodos hayan cambiado enormamente. Ahora, las transnacionales o corporaciones economicas son las que actuan como el brazo largo de los paises ricos, en donde los pequenos grupos de poder
que sojuzgan a los pueblos, se benefician a la sombra de sus capitales y protejidos por
organizmos de control y chantaje, como son la Organizacion Mundial del Comercio, el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial.

De esta manera, se pretende arrancar el ultimo trozo de metal de nuestras cordilleras, el ultimo arbol de nuestros bosques y contaminar o secar, la ultima gota de agua de nuestres fuentes.

En tanto que, si exijimos respeto a nuestros territorios, nos culpan de separatistas.

Si defendemos nuestra identidad, cultura y lenguas originarias, nos acusan de ignorancia y que pretendemos regresar al pasado.

Y cuando se trata de nuestras practicas espirituales, entonces se asustan, al tiempo que nos penetran sistematicamente, con decenas de sectas religiosas, con alcohol, con programas de asistencialismo y hasta con terrorismo de estado encubierto.

Seguramente, que las politicas de sojuzgamiento hacia nosotros, las indigenas, sean las mas descarnadas y directas, pero es innegable que los pueblos en el mundo de hoy, de una u otra manera sufren manipulacion, explotacion o dependencia.

El presente mensaje conlleva el proposito de manifestar nuestra solidaridad, imvilandoles a reflexionar juntos, respecto a, cuanto mas estamos dispuestos a hacer, para transformar y re-orientar las cosas, hacia un sistema de vida mas natural y equilibrado, en donde la co-existencia entre las identidades se construya sobre principos de reciprocidad, respeto y permanencia.

Solo deseamos que nuestros hijos vivan en un mundo diversidad, en donde los colores compartan y trabajen juntos. Sin “poderosos” que traten de uniformizar la vida, para beneficio de sus mesquinos intereses. Es verdad que nuestra Madre Tierra esta enferma y dolida.

Muchas veces no hemos preguntado quienes son sus verdugos.

Pero los reproches no curan.

Mas preciso seria en este tiempo, volver aprender, volver a entender el lenguaje de nuestra Madre Tierrra.

Meditemos muy profundamente en todo ello hermanos y hermanas del norte.

Los pueblos, los individuos, somos simple proyeccion de la inteligencia cosmica y de sus leyes.

Aun es tiempo de re-aprender el lenguaje olividado de Pacha Mama.

DECIMO PACHAKUTI-QUINTO SOL DE LA ERA ANDINA

la crisis espiritual del hombre moderno Por Seyyed Hossein Nasr

Capítulo I

El problema

Últimamente, se efectuaron numerosos estudios sobre la crisis que la ciencia moderna y sus aplicaciones producen, pero son pocos los que buscaron las profundas causas intelectuales e históricas responsables de este estado de cosas. Cuando nos invitaron a pronunciar en esta Universidad una serie de conferencias sobre el significado de la guerra y la lucha por la preservación de la dignidad humana bajo condiciones que amenazan la existencia humana misma, creímos que sería más apropiado que más bien nos ocupáramos de los principios y causas que de las contingencias y efectos, uno de los cuales es el problema de la acción moral en el nivel social y humano, junto con la posible consecuencia bélica que la tecnología y la ciencia modernas hicieron total. Por tanto, confiamos en exponer el problema que hoy resultó del encuentro del hombre y la naturaleza, en buscar luego las causas subyacentes que produjeron esta condición, y en citar los principios cuyo descuido agudizó tanto la crisis moderna.

Hoy, casi todos los que residen en los centros urbanos del mundo occidental, sienten intuitivamente que en la vida les falta algo. Esto se debe directamente a que se creó un medio ambiente artificial del que, en la máxima extensión posible, se excluyó a la naturaleza. En tales circunstancias, hasta el hombre religioso perdió el significado espiritual de la naturaleza (1). El dominio de ésta se convirtió en una “cosa” carente de significado, y al mismo tiempo el vacío creado por la desaparición de este aspecto vital de la existencia humana continúa viviendo dentro de las almas de los hombres y manifestándose de muchos modos, a veces violenta y desesperadamente.
Además, está amenazado hasta este tipo de existencia secular y urbana, a través del dominio mismo de la naturaleza que lo hizo posible, de modo que la crisis causada a través del encuentro del hombre y la naturaleza y de la aplicación de las ciencias modernas a la tecnología se convirtió en un asunto de interés común (2).
A pesar de todo el clamor oficial acerca del dominio siempre creciente sobre la naturaleza, y del denominado progreso que se supone que es su concomitante económico, muchos advierten íntimamente que los castillos que construyen están sobre arena y que hay un desequilibrio entre el hombre y la naturaleza, que amenaza la aparente victoria del hombre sobre ésta.
Los peligros que produce el dominio del hombre sobre la naturaleza se conocen demasiado bien como para que necesiten ser aclarados. La naturaleza perdió sacralidad para el hombre moderno, aunque este proceso sólo fue llevado a su conclusión lógica en el caso de una pequeña minoría (3). Además, a la naturaleza se la llegó a considerar como algo que hay que usar y gozar al máximo posible. En vez de parecerse a una mujer casada de la que un hombre obtiene beneficio pero hacia la cual también es responsable, para el hombre moderno la naturaleza se volvió parecida a una prostituta, de la que hay que sacar beneficio sin sentido alguno de obligación y responsabilidad hacia ella. La dificultad es que la condición de la naturaleza prostituida se está volviendo tal que hace imposible todo otro goce de ella. Y, de hecho, he ahí por qué muchos empezaron a preocuparse por su condición.
Precisamente, es el “dominio de la naturaleza” el que causó el problema de superpoblación, la falta de “espacio para respirar”, la coagulación y la congestión de la vida de ciudad, el agotamiento de recursos naturales de toda índole, la destrucción de las bellezas naturales, la destrucción del medio ambiente vital por medio de las máquinas y sus productos, el aumento anormal de enfermedades mentales, y mil y una dificultades más, algunas de las cuales parecen completamente insuperables (4). Y finalmente, el mismo “dominio de la naturaleza”, limitado a la naturaleza externa y unido al hecho de dar libertad completa a la naturaleza animal existente dentro del hombre, es lo que tornó tan crucial el problema de la guerra, una guerra que parece inevitable, pero que debido a su naturaleza total y casi “cósmica”, producto de la tecnología moderna, debe ser evitada.
El sentido de dominio sobre la naturaleza y un concepto materialista acerca de ésta por parte del hombre moderno se combinan, además, con una lujuria y un sentido de codicia que plantean una exigencia cada vez mayor sobre el medio ambiente (5). Incitado por el elusivo sueño del progreso económico, considerado como un fin en sí mismo, se desarrolla un sentido del poder ilimitado del hombre y sus posibilidades, junto con la creencia, particularmente bien evolucionada en América, de posibilidades ilimitadas e ilimitables dentro de las cosas, como si el mundo de las formas no fuera finito y no estuviera limitado por los lindes mismos de esas formas (6).
El hombre no sólo quiere dominar a la naturaleza por motivos económicos sino también por una “mística” que es un residuo directo de una relación espiritual unitemporal respecto a la naturaleza. Los hombres no escalan más montañas espirituales, o al menos lo hacen raras veces. No quieren conquistar todas las cimas de las montañas (7). Desean despojar a la montaña de toda su majestad venciéndola, preferentemente siguiendo la línea más difícil de ascenso. Los hombres no disponen más de la experiencia de volar a los cielos, que en el cristianismo es simbolizada por la experiencia espiritual de la Divina Comedia, y en el islamismo por la ascensión nocturna (al-mi’râj) del Profeta Muhammad (la paz sea con él); lo que queda es el impulso de volar al espacio y conquistar los cielos. Por todas partes existe el deseo de conquistar a la naturaleza, pero en ese proceso se destruye el valor del conquistador mismo, que es el hombre, y se amenaza su existencia misma.
En vez de que el hombre decidiera el valor de la ciencia y la tecnología, estas creaciones del hombre se convirtieron en normas del mérito y del valor del hombre (8). En la práctica, la única protesta que se oye es la de los conservacionistas y otros amantes de la naturaleza. Su voz, aunque de mucho valor, no se oye del todo porque sus argumentos se consideran a menudo más bien sentimentales que intelectuales. Teólogos y filósofos muy conocidos guardaron, en su mayoría, silencio o se sometieron para no ofender la tendencia científica que predominaba en su época. Sólo en raras ocasiones se elevó alguna voz para demostrar que creer en el dominio de la naturaleza es, desde el punto de vista religioso, usurpar el papel del hombre como custodio y guardián de la naturaleza (9).
Las mismas ciencias de la naturaleza, que en un sentido son el fruto, y en otro la causa de la crisis actual del encuentro del hombre con la naturaleza, se secularizaron a través de un proceso gradual que examinaremos luego. Y este conocimiento secular de la naturaleza, divorciado de la visión de Dios en la naturaleza, llegó a aceptarse como la única forma legítima de la ciencia (10). Además, debido a la distancia que separa al científico del lego, se creó una distorsión y una discrepancia mayores entre las teorías científicas y su divulgación sobre las que demasiado a menudo se basan sus supuestas implicancias teológicas y filosóficas (11).
Puede decirse que el problema concierne por completo tanto a las ciencias como a los medios con los que se las entiende, interpreta y aplica. Existen crisis tanto en los dominios de la comprensión como de la aplicación. El poder de la razón dado al hombre, su ratio, que es como la proyección o la prolongación subjetiva del intelecto o del intellectus, divorciado de su principio, llegó a ser como un ácido que quema su trayecto a través de la fibra del orden cósmico y amenaza destruirse en ese proceso. Hay un desequilibrio casi total entre el hombre moderno y la naturaleza, como lo atestiguan casi todas las expresiones de la civilización moderna que busca ofrecer un desafío a la naturaleza más que cooperar con ella.
Es un hecho admitido por la mayoría que la armonía entre el hombre y la naturaleza ha sido destruida. Pero no todos se dan cuenta de que este desequilibrio se debe a la destrucción de la armonía entre el hombre y Dios (12). Abarca una relación que concierne a todo el conocimiento. Y, de hecho, las mismas ciencias modernas son el fruto de un conjunto de factores que, lejos de limitarse al dominio de la naturaleza, conciernen a toda la herencia intelectual y religiosa del hombre occidental. Debido a esto, o a menudo como una reacción contra esto, nacieron las ciencias modernas. Es por esa razón que es necesario que empecemos nuestro análisis volviéndonos primero hacia las ciencias naturales y las opiniones que se sostienen con respecto a su significado filosófico y teológico, y luego hacia las limitaciones inherentes a ellas que son responsables de la crisis que su aplicación y la aceptación de su visión del mundo, causaron en el hombre moderno.
Jamás deberá olvidarse que para el hombre que no es moderno -ya sea antiguo o contemporáneo- la materia misma del Universo tiene un aspecto sagrado. El cosmos habla al hombre, y todos sus fenómenos contienen significado. Son símbolos de un grado superior de realidad que el dominio cósmico vela y revela a la vez. La estructura misma del cosmos contiene un mensaje espiritual para el hombre y, en consecuencia, es una revelación que proviene de la misma fuente que la religión misma (13). Ambas son las manifestaciones del Intelecto Universal, del Logos, y el cosmos mismo es parte integral de ese Universo total de significado en el que el hombre vive y muere (14).
A fin de que las modernas ciencias de la naturaleza nacieran, la sustancia del cosmos tuvo primero que vaciarse de su carácter sagrado y volverse profana. La visión del mundo perteneciente a la ciencia moderna, especialmente como se propagó a través de su divulgación, contribuyó a esta secularización de la naturaleza y de las sustancias naturales. Los símbolos de la naturaleza se convirtieron en hechos, en entidades en sí mismas que están totalmente divorciadas de los otros órdenes de la realidad. Así, el cosmos, que había sido transparente, se volvió opaco y espiritualmente sin sentido -al menos para los que estaban inmersos en la visión científica de la naturaleza-, aunque los científicos individualmente creyeran lo contrario. Las ciencias tradicionales como la alquimia, que puede compararse con la celebración de una misa cósmica, se redujeron a una química en la que las sustancias perdieron todo su carácter sacramental. En ese proceso, las ciencias de la naturaleza perdieron su inteligibilidad simbólica, un hecho que es casi directamente responsable de la crisis causada por la moderna visión científica del mundo y sus aplicaciones (15).
El carácter cuantitativo de la ciencia moderna debe señalarse en particular porque existe como una tendencia general que busca como ideal reducir toda calidad a cantidad y todo lo que es esencial en el sentido metafísico a lo material y sustancial (16). El asfixiante medio ambiente material creado por la industrialización y la mecanización, al que lo sienten todos los que viven en los grandes centros urbanos de hoy, es una consecuencia de la naturaleza puramente material y cuantitativa de las ciencias cuyas aplicaciones hicieron posible la industrialización. Además, debido a la falta de una visión total del mundo de naturaleza metafísica en la que pudieran integrarse las ciencias modernas, se olvida el aspecto simbólico de número y cantidad. Se hizo aparecer la teoría pitagórica-platónica de los números, a semejanza de tantas otras ciencias tradicionales, como un cuento de comadres.
Además, las ciencias cuantitativas de la naturaleza que son una ciencia posible y, en circunstancias apropiadas, legítima, de hecho vienen a ser las únicas ciencias válidas y aceptables de la naturaleza. Todo otro conocimiento de los órdenes natural y cósmico es despojado del status de ciencia y relegado al rango de sentimentalismo o superstición. Parece como si la ciencia moderna hubiera condicionado su aceptación al rechazo del conocimiento acerca de la raíz de la existencia misma, aunque, nuevamente, muchos científicos, como individuos, no compartan este criterio (17). El impacto total de la ciencia moderna sobre la mentalidad de los hombres ha sido para proveerles de un conocimiento de los accidentes de las cosas, siempre que renuncien a un conocimiento de la sustancia que subyace en todas ellas. Y esta limitación es la que amenaza con las más horrendas circunstancias al hombre como ser integral (18).
La perspectiva muy restrictiva que se asocia con la ciencia moderna hace que, en el sentido verdadero, sea imposible conocer la cosmología dentro del molde del moderno criterio científico mundial. La cosmología es una ciencia que se ocupa de todos los órdenes de la realidad formal, de la cual el orden material es sólo un aspecto. Es una ciencia sagrada que está obligada a conectarse con la revelación y la doctrina metafísica en cuyo vientre se vuelve significativa y eficaz. Hoy en día no hay cosmología moderna, y usar ese vocablo es realmente usurpar un término cuyo significado original ha sido olvidado (19). Una cosmología que se base solamente en el nivel material y corpóreo de la existencia, por lejos que se extienda en las galaxias, y que además se base en conjeturas individuales que cambien de un día al otro, no es cosmología real. Es una visión generalizada de una física y una química terrestres, y como lo señalaran ciertos teólogos y filósofos cristianos, está realmente desprovista de todo significado teológico directo, a no ser por accidente (20). Además, se basa en una física material que tiende a un análisis y una división cada vez más grandes de la materia con el ideal de llegar a la materia “última” en la base del mundo, ideal que, sin embargo, jamás podrá alcanzarse debido a la ambigüedad e ininteligibilidad que yace dentro de la naturaleza de la materia y la frontera del caos que separa la materia formal de la “materia pura” a la que los filósofos medievales llamaban materia prima (21).
La desaparición de una cosmología real en Occidente se debe, en general, al descuido de la metafísica, y más particularmente a que no se logró recordar las jerarquías del ser y del conocimiento. Los múltiples niveles de la realidad se reducen a un solo dominio psicofísico, como si de repente se quitara la tercera dimensión de nuestra visión de un paisaje. Como resultado, la cosmología no sólo se redujo a las ciencias particulares de las sustancias materiales, sino que, en un sentido más general, predominó vastamente la tendencia de reducir lo superior a lo inferior, y a la inversa, de tratar de hacer que lo mayor nazca de lo menor. Con la destrucción de toda noción de jerarquía en la realidad, desapareció la relación entre los grados del conocimiento y la correspondencia entre varios niveles de realidad sobre los cuales se basaban las ciencias antiguas y medievales, haciendo que estas ciencias aparecieran como superstición (en el sentido etimológico de esta palabra) y como algo cuyo principio o base fue destruido u olvidado.
De modo semejante, la metafísica se redujo a filosofía racionalista, y esta filosofía se convirtió gradualmente en subordinada de las ciencias naturales y matemáticas, hasta que algunas escuelas modernas consideran que el único papel de la filosofía es dilucidar los métodos y aclarar las coherencias lógicas de las ciencias. La función crítica independiente que la razón debe ejercer respecto a la ciencia, que es su propia creación, desapareció de modo que este hijo de la mente humana se convirtió en juez de los valores humanos y en criterio de la verdad. En este proceso de reducción en el que el papel independiente y crítico de la filosofía se sometió a los edictos de la ciencia moderna, se olvida a menudo que la revolución científica del siglo XVII se basa en una posición filosófica particular. No es la ciencia de la naturaleza sino una ciencia que formula ciertas suposiciones sobre la naturaleza de la realidad, el tiempo, el espacio, la materia, etc. (22). Pero una vez que se formularon estos supuestos y que nació una ciencia que se basaba en ellos, se los olvidó cómodamente y los resultados de esta ciencia hicieron que fuera el factor determinante respecto a la naturaleza verdadera de la realidad (23). Por eso es necesario que volvamos, aunque sea brevemente, a la opinión de modernos científicos y filósofos de la ciencia sobre qué significa la ciencia moderna, especialmente la física, en la determinación del sentido de la naturaleza total de las cosas. Nos guste o no, tales opiniones son precisamente las que determinan gran parte del concepto moderno de la naturaleza, aceptado por el público en general, y por ello son elementos importantes en el problema general del encuentro del hombre y la naturaleza.
Sin entrar en pormenores sobre las diferentes escuelas de la filosofía de la ciencia -tarea para la que hay otros mucho mejor preparados que nosotros, y que de hecho fuera llevada a cabo con plenitud en varias obras recientes (24)- es necesario describir algunas tendencias que pertenecen más directamente al tópico que discutimos. De éstas, tal vez la más influyente, ciertamente en los países de habla inglesa, ha sido el positivismo lógico nacido del círculo vienés de R. Carnap, P. Frank, H. Reichenbach y otros (25). En procura de eliminar el último espectro de significado metafísico de la ciencia moderna, los adherentes de esta escuela creen que a la ciencia no le corresponde descubrir la naturaleza de las cosas o algún aspecto de lo real, sino establecer conexiones entre signos matemáticos y físicos (a los que ellos llaman símbolos) que pueden elaborarse por medio de los sentidos externos y los instrumentos científicos, concernientes a la experiencia que se nos presenta como el mundo externo.
Aunque esta escuela fue instrumental al codificar y aclarar algunas definiciones y algunos procedimientos lógicos de la ciencia moderna, en particular la física, también despojó a la ciencia del elemento más importante que le legara la Edad Media, a saber, la búsqueda de lo real. Opuestos a los astrónomos y matemáticos griegos, para quienes el papel de las ciencias matemáticas era concebir modelos conceptuales que “evitaran los fenómenos”, los científicos musulmanes, seguidos luego por los latinos, creían que, hasta en el dominio de la matemática, la función de la ciencia era descubrir un aspecto de lo real. Aplicaban el realismo de la biología y la física aristotélicas al dominio de la exactísima ciencia matemática de la época, a saber, la astronomía, y convertían el sistema epicíclico ptolomeico de configuraciones matemáticas en esferas cristalinas que formaban parte de la textura real del Universo.
En una obra posterior de Ptolomeo, por supuesto, se hace alusión a la naturaleza cristalina de los cielos. Empero, fueron los matemáticos musulmanes, seguidos por los científicos latinos, los que universalizaron esta indicación y la convirtieron en un principio de todas las ciencias para buscar el conocimiento del dominio de la realidad por el que se interesaban. Esta actitud era tan central que, a pesar de la rebelión de la ciencia del siglo XVII, especialmente contra el aristotelismo, la creencia de que la ciencia procura descubrir la naturaleza de la realidad física sobrevivió desde Galileo y Newton hasta los tiempos modernos. También debe añadirse que los positivistas, quienes afirman que están volviendo al punto de vista de los matemáticos y astrónomos griegos contra el realismo de los peripatéticos, olvidan el hecho de que los matemáticos griegos también estaban en busca de un conocimiento de lo real. Sin embargo, para ellos la realidad no estaba en los fenómenos sino en las relaciones matemáticas que poseían un status ontológico gracias a la filosofía pitagórica, que impregnaba su pensamiento.
La interpretación positivista de la ciencia es en realidad un fin para desontologizarla por completo -no mudando el status ontológico del dominio físico al mundo pitagórico-platónico de los arquetipos conectado con la matemática, sino negando plenamente su significado ontológico. Es con justicia que un crítico de la escuela positivista, como J. Maritain, la acusa de confundir un análisis empiriológico de las cosas con su análisis ontológico, y añade que la física moderna “desontologiza las cosas” (26). De modo parecido, ciertos filósofos de la ciencia, entre quienes descuella E. Meyerson, insistieron en el aspecto ontológico que todas las ciencias deben poseer por fuerza (27).
Muy afín a la actitud positivista es la de los operacionalistas conectados principalmente con el nombre de P. Bridgman en el dominio de la física. Tomando como base un desdén hacia una visión unificada del mundo y una metodología monolítica para la ciencia, ata todo el significado de la ciencia a las operaciones que puedan definir sus conceptos. La operación misma, más que lo real, es la matriz última del conocimiento científico. En la filosofía operacional hay un dejo del mundo pluralista de William James, a saber, un desdén hacia un fondo filosófico y metodológico total por parte de la ciencia, característico de la mentalidad anglosajona en general, en comparación con la del Continente. Esto hace acordar del famoso dicho: “la ciencia es lo que los científicos hacen”. Hay diferentes dominios de la indagación que carecen de una teoría unificada y universal (28); “un multiverso más bien que un Universo”, para citar la frase de R. Oppenheimer.
Otra escuela, que también tiene relación con el punto de vista positivista en su negación de una conexión entre los conceptos de la ciencia y lo real, a veces se llama no-realista lógica. Entre sus miembros, los más destacados son H. Poincaré y P. Duhem, ambos célebres matemáticos y físicos. Duhem es también eminente historiador de la ciencia (29), y también lo es en un sentido E. Maeh, físico y filósofo e historiador de la ciencia. No es aquí a propósito la cuestión de si otras formas de conocimiento pueden llegar al nivel de la realidad, pues los diferentes miembros de esta escuela han sostenido distintos criterios sobre la cuestión. La base en la que están de acuerdo es que los aspectos derivados de la intelección, y que constituyen las leyes y el contenido indiscutible de la ciencia moderna, son aspectos no descubiertos de la realidad con un aspecto ontológico. Más bien son irreductibles conceptos mentales y convenciones subjetivas de naturaleza lingüística establecidos por los científicos para que, a su vez, puedan establecer comunicación recíproca. En consecuencia, la ciencia se concibe como un conocimiento de nociones subjetivas más bien que como existencia de una realidad objetiva (30).

Hay otros, como E. Cassirer, a quien H. Morgenau sigue, que aceptan los conceptos irreductibles de la ciencia, y los emplean, pero sólo como conceptos reguladores. Para ellos, estos conceptos se aceptan “como si” existieran, pero en realidad sólo poseen un estado regulador (31). Este grupo, que se llamó neokantiano, precisamente debido a que aceptaba el status als ob -status como si- de los conceptos (punto de vista que, después de Kant, iba a ser sistematizado por Vaihinger), debe, por tanto, considerarse también como no-realista y contrario a conceder a la ciencia la facultad para entender la naturaleza de las cosas.
Está, además, el grupo de los realistas lógicos opuestos a los dos anteriores para quienes los conceptos derivados a través del intelecto tienen un status lógicamente realista; se refieren a un objeto ontológico del conocimiento. Entre este grupo puede mencionarse a A. Grünebaum y F. S. C. Northrop, quienes subrayan la correspondencia entre los conceptos de la física matemática y lo real (32). Northrop procura especialmente demostrar que tanto el mundo newtoniano-kantiano de la física matemática como la visión cualitativa de la naturaleza que subrayara Goethe, a la que él llama histórica natural, y cuyo conocimiento es inmediato y estético más bien que abstracto y matemático, son, en última instancia, reales (33). El mundo es orden o cosmos más bien que caos, un mundo que está vivo como un organismo y que, al mismo tiempo, es gobernado por una ley (34). Pero una vez más se subraya en esta escuela que el conocimiento derivado de las ciencias es el camino que nos conduce hacia un conocimiento último de las cosas. No existe jerarquía del conocimiento; sólo hay un conocimiento del dominio corpóreo que determina al conocimiento como tal.
Entre los científicos -particularmente los físicos- muchos comprendieron que, limitada por relaciones cuantitativas, la ciencia jamás podrá obtener un conocimiento de la naturaleza última y la raíz de las cosas, sino que está obligada a moverse siempre dentro del mundo cerrado y subjetivo de las “lecturas de datos” y los conceptos matemáticos. Esta opinión, popularizada en especial por A. Eddington (35) y, en otra vena, por J. Jeans, la usaron en gran medida los no-científicos para demostrar las limitaciones de la ciencia o el carácter “ideal” del mundo. Sin embargo, tampoco sirvió al propósito de definir el dominio del conocimiento científico dentro de una jerarquía universal del conocimiento. No obstante, es ciertamente significativa la tesis de Eddington en el sentido de que la ciencia es selectiva debido a su método y está ligada a un “conocimiento seleccionado subjetivamente”; empero, sólo se ocupa de un aspecto de la realidad y no de la totalidad de ésta, en la cuestión de la relación entre ciencia, filosofía y religión. Éste es un punto de vista que también expusiera, aunque de modo muy distinto, A. N. Whitehead. Su método filosófico de la naturaleza procuró también poner en evidencia la riqueza de una realidad de la que la ciencia sólo se ocupa en parte (36).
Otros científicos insistieron en que en vez de ser una metodológica búsqueda del conocimiento, la ciencia está tan inextricablemente atada a la práctica y a la historia de la ciencia que sus premisas no pueden formularse independientemente (37). Es una actividad total, y no es atinado hablar de una filosofía y un método claros y explícitos de la ciencia. De modo parecido, algunos científicos insisten en que la física y las otras ciencias no pueden comprobar ni refutar ninguna tesis filosófica en particular, ya sea materialista o idealista, y que no deben buscarse implicancias filosóficas de teorías y opiniones científicas (38). Huelga decir que esta perspectiva no es aceptada totalmente, en especial por los divulgadores no-científicos de la ciencia que a menudo ven implicancias más generales en las teorías científicas que los mismos científicos.
En contraste con este grupo, hay ciertos científicos que han visto las más profundas implicancias en las teorías de la ciencia moderna, ya sea la relatividad o la mecánica cuántica, las teorías corpusculares de la luz o el principio de la indeterminación (39). Sólo que, con demasiada frecuencia, el significado de un descubrimiento científico se eleva muy por encima de los confines del dominio de la física misma, como si fueran inexistentes las autoimpuestas restricciones de la ciencia moderna, que por su elección se limita al aspecto cuantitativo de las cosas. Se hace que la teoría de la relatividad implique que no hay nada absoluto, como si toda la realidad fuera solamente movimiento físico. Se hace que el principio de la indeterminación signifique la libertad de la voluntad humana o la falta de un nexo de causalidad entre las cosas. La hipótesis de la evolución (que es una criatura de la filosofía del siglo XIX) se convierte en un dogma de la biología que se presenta al mundo como una verdad axiomática y, además, una moda mental que ocupa todos los dominios de modo que no se estudia nada más en sí mismo sino sólo su evolución o su historia.
En esta cuestión, los no-científicos fueron mucho más allá, de hecho, que los mismos científicos, especialmente en biología y en la cuestión de la evolución. A veces, las pruebas más superficiales que se presentan en favor de una particular verdad religiosa o filosófica lo son como si la única prueba aceptable fueran teorías científicas recientemente descubiertas. Cuán a menudo se ha oído en las aulas y desde los púlpitos que la física, a través del principio de la indeterminación, “admite” que el hombre sea libre, como si lo menor pudiera determinar lo mayor, o como si la libertad humana pudiera ser determinada externamente por una ciencia que está contenida en la consciencia humana misma.
Debe añadirse que muchos físicos se interesan seriamente por problemas filosóficos y religiosos, con frecuencia más que los que se ocupan de las ciencias sociales y psicológicas. Además, algunos físicos, al tratar de hallar soluciones a los dilemas que la física moderna les plantea, se volvieron hacia las doctrinas orientales -habitualmente, con interés genuino, pero raras veces con la actitud intelectual necesaria para captar su pleno sentido. Entre los que más seriamente se interesan por este campo se puede mencionar a R. Oppenheimer y E. Schrödinger. Este último, que escribió mucho sobre la filosofía de la física moderna, en su particular interés por el problema de la multiplicidad de consciencias que comparten el mundo, se volvió hacia las doctrinas hindúes en procura de una solución. Para explicar esta multiplicidad, cree que debe ser cierto uno de dos milagros: o la existencia de un mundo externo real, o la admisión de que todas las cosas y todas las consciencias son aspectos de una sola realidad, el Uno (40). El mundo es maya que no me concierne, la consciencia que dice “yo”. Sobre este punto, la metafísica oriental añadiría que no es cuestión de escoger entre los dos milagros. Ambos son ciertos, pero cada uno en su propio nivel. El milagro de la existencia misma es el más grande de todos los milagros para quienes residen en el dominio de las cosas existentes, mientras que desde el punto de vista del Uno, del Absoluto, no hay “alteridad” o “separación”. Todas las cosas son una, no material y sustancialmente, sino interior y esencialmente. Además, es cuestión de comprender los niveles de realidad y la jerarquía de los diferentes dominios del ser.
Los científicos tampoco fueron totalmente negligentes respecto de los problemas teológicos y religiosos causados por la divulgación de la opinión científica y por un descuido de sus limitaciones inherentes. Unos pocos, como C. F. von Weizäcker, hasta se interesan por el escepticismo causado por la ciencia moderna y trataron de ocuparse de modo significativo de los encuentros de la teología y la ciencia moderna (41). En este dominio, estos escritos son a veces más serios y pertinentes que algunas obras de teólogos profesionales. Este último grupo descuidó singularmente la cuestión de la naturaleza, y cuando la consideró, fue conducido, a menudo, a problemas irrelevantes o secundarios. Además, los autores religiosos exhibieron con frecuencia un sentido de inferioridad y de temor ante la ciencia moderna, que llevó a una sumisión aún mayor y a una adopción de opiniones científicas con el fin de aplacar al oponente (42). Sin embargo, unos pocos científicos enfocaron el problema sin estas limitaciones, y en consecuencia pudieron efectuar comentarios pertinentes (43).
Para resumir el examen de la opinión corriente sobre la filosofía de la ciencia, puede decirse que para la mayoría la filosofía, y de hecho el uso general de la inteligencia misma, se sometieron a la ciencia. En vez de seguir siendo juez y crítico de los métodos y descubrimientos científicos, la filosofía se convirtió en un reflejo de la ciencia. Existen, por supuesto, las escuelas filosóficas continentales del existencialismo y la fenomenología, que, sin embargo, han tenido poco efecto sobre el movimiento científico (44). La interpretación fenomenológica de la ciencia tuvo hasta ahora poca influencia. Esencialmente, el existencialismo cercena las relaciones del hombre con la naturaleza, y las cuestiones científicas le interesan poco. En medio de esta escena, están los que procuran demostrar las limitaciones de la ciencia y otros que exploran con interés genuino los problemas del encuentro entre la ciencia, la filosofía y la religión. Pero a lo largo de todo esta compleja escena, el único factor que está casi por doquier presente es la falta de un conocimiento metafísico, de una scientia sacra que es la única que podrá determinar los grados de la realidad y de la ciencia. Sólo este conocimiento podrá revelar el significado, simbólico y espiritual, de las teorías científicas y los descubrimientos cada vez más complejos que, en ausencia de este conocimiento, aparecen corno puros hechos opacos y aislados de las verdades de un orden superior (45).
En la medida en que nos interesamos por el aspecto espiritual de la crisis del encuentro entre el hombre y la naturaleza, es también importante discutir brevemente las opiniones de los teólogos y pensadores cristianos sobre este tópico, además de las de los filósofos de la ciencia antes señalados. Para empezar, debe decirse que entre los teólogos cristianos hubo un singular descuido en este dominio, particularmente entre los protestantes. La mayoría de las tendencias teológicas principales se ocupó del hombre y la historia, y más bien se concentró sobre la cuestión de la redención del hombre como un individuo aislado que sobre la redención de todas las cosas. La teología de P. Tillich se concentra sobre el problema del interés último por el fundamento del ser que abarca lo sagrado y lo profano, y más bien se vuelve hacia el papel existencial del hombre en la historia y su posición como un ser aislado ante Dios que como una parte de la creación y dentro del cosmos mismo considerado como una hierofanía. Más apartados aún de esta cuestión están teólogos como K. Barth y E. Brunner, quienes extendieron un muro de hierro alrededor del mundo de la naturaleza (46). Creen que la naturaleza nada le puede enseñar al hombre acerca de Dios y que, en consecuencia, no es de interés teológico ni espiritual (47). En cuanto a los desmitologizadores como R. Bultmann, más bien que penetrar en el significado interior del mito como símbolo de una realidad trascendente que concierne a la relación entre el hombre y Dios en la historia lo mismo que en el cosmos, ellos también descuidan el significado real de la naturaleza, y la reducen al estado de un antecedente artificial sin sentido para la vida del hombre moderno.
No obstante, hay unos pocos que comprendieron la importancia de la naturaleza como fondo de la vida religiosa, y de una ciencia religiosa de la naturaleza como elemento necesario en la vida integral de un cristiano (48). Ellos entendieron la necesidad de creer que la creación pone de manifiesto la marca del Creador a fin de poder tener una fe firme en la religión misma (49).
Ha pasado el tiempo en que se creía que la ciencia, en su siempre continua marcha hacia adelante, derriba los muros de la teología, cuyos principios inmutables, desde el punto de vista de un dinamismo sentimental, aparecen como dogma rígido y petrificado, al menos en muchos círculos académicos principales (50). Hay científicos que comprenden y respetan la importancia de la disciplina teológica, mientras ciertos teólogos cristianos aseveraron que el criterio científico moderno, debido a su ruptura con el cerrado concepto mecanicista de la física clásica, es más compatible con el punto de vista cristiano (51). Este argumento de hecho avanzó en tantos sectores que la gente empezó a olvidar que el criterio mundial secular de la ciencia moderna, una vez sacado de manos del científico profesional y presentado al público, pone un gran obstáculo ante la comprensión religiosa de las cosas.
Aunque en un sentido la destrucción misma de un concepto monolítico y mecanicista del mundo dio cierto “espacio para respirar” a los otros criterios, la popularización de las teorías científicas y de la tecnología privó hoy a los hombres aún más de un contacto directo con la naturaleza y de un concepto religioso del mundo. “Padre nuestro que estás en los cielos” se vuelve incomprensible para una persona despojada de la autoridad patriarcal de padre por la sociedad industrializada y para quien el cielo perdió su significado religioso y cesó de ser algún “donde”, gracias a los vuelos de los astronautas. Es sólo con respecto a la relación teórica entre ciencia y religión que se puede decir en un sentido que la opinión científica moderna es menos incompatible con el cristianismo que las opiniones científicas de los siglos XVIII y XIX.
Sin olvidar el carácter pasajero de las teorías científicas, ciertos escritores cristianos previnieron contra la armonía complaciente y fácil en demasía en la que se efectúan comparaciones superficiales entre los dos dominios. Con demasiada frecuencia, los principios y dogmas de la religión, que son trascendentes e inmutables, se presentan como si estuvieran de conformidad con los últimos hallazgos de la ciencia, siguiendo nuevamente la famosa tendencia de reducir lo mayor a lo menor (52). Además, para el tiempo en que este proceso de conformar la teología a las teorías científicas corrientes se lleva a cabo y la religión se hace “razonable” apareciendo como “científica”, las teorías científicas mismas pasaron de moda. En este dominio puede al menos decirse que entre un grupo pequeño pero significativo hay una reacción contra la actitud simplista prevaleciente en ciertos sectores del siglo XIX, aunque en el nivel masivo hay mucho más retraimiento de la religión ante lo que aparece como científico que en cualquier época anterior.
Empero, otros escritores subrayaron la estrecha relación entre el cristianismo y la ciencia señalando que muchos supuestos fundamentales de la ciencia, como la creencia en el orden del mundo, la inteligibilidad del mundo natural y la confiabilidad de la razón humana dependen del criterio religioso, y más particularmente cristiano, de un mundo creado por Dios en el que encarnó el Verbo (53). Algunos relacionaron el problema de la unidad y la multiplicidad de la naturaleza con la Trinidad del cristianismo (54), mientras otros insistieron en que, en un sentido positivo, sólo el cristianismo hizo posible la ciencia (55). Pero en todos esos casos uno se extraña de la validez total de esta aseveración si se toma en consideración la existencia de ciencias de la naturaleza en otras civilizaciones (particularmente, en el Islam). Estas ciencias insisten en la unidad más que en la trinidad. Además, debemos considerar el estrago que la ciencia moderna y sus aplicaciones causaron dentro del mundo del cristianismo.
Más específicamente, dícese que la relación entre sujeto y objeto como lo sostiene la ciencia moderna deriva de la relación entre el espíritu y la carne en el cristianismo (56). El orden del Universo se identifica con la Mente Divina (57), y se dice que el científico está descubriendo, en sus búsquedas científicas, la mente de Dios (58). Al método científico se lo llamó método cristiano de descubrir la mente de Dios (59).
De más interés central en nuestro problema es el intento de unos pocos teólogos, que se mueven contra la marea de las modernas tendencias generales de la teología, para traer a la vida una vez más el carácter sacramental de toda la creación y devolver a las cosas la naturaleza sagrada de la que las despojaran las recientes modalidades de pensamiento. Este grupo reafirmó la importancia del mundo creado como un sacramento que revela una dimensión de la vida religiosa (60), y ya señaló la olvidada verdad de que, desde el punto de vista cristiano, la encarnación implica la naturaleza sacramental de las cosas materiales, sin destruir de modo alguno el nexo causal entre las cosas (61). Se reafirmó que la única relación entre lo espiritual y lo material que, en un sentido profundo, puede llamarse cristiana (62) es aquella en la que el aspecto externo y material de las cosas actúa como un vehículo de la gracia interior y espiritual que mora en todas las cosas, en virtud de ser creadas por Dios (63). A fin de que Dios sea Creador y también eternamente Él Mismo, Su Creación debe ser sacramental tanto para Sus criaturas como para Él Mismo (64).
El aspecto revelado de todo el Universo fue sacado a luz en los escritos de este pequeño grupo de teólogos que consagraron alguna atención a la cuestión de la relación del hombre con la naturaleza. Si de algún modo la creación no se revelara, no habría revelación posible (65). De modo parecido, toda la creación debe participar, de algún modo, en el acto de la redención como toda la creación es afectada por la corrupción y el pecado del hombre, como lo afirmara san Pablo en la Epístola a los Romanos (capítulo VIII). La salvación total del hombre es posible cuando se redimen no sólo el hombre mismo sino todas las criaturas (66).
Sin embargo, en raras ocasiones entendieron y aceptaron este punto de vista antes propuesto, que podría tener el significado más profundo en la relación del hombre moderno con la naturaleza. Hasta quienes más se consagraron a una teología sacramental fracasaron en su mayoría en aplicarla al mundo de la naturaleza. Como resultado, quienes aún sienten y entienden el significado de lo sagrado, al menos en los ritos religiosos, no logran extenderlo al reino de la naturaleza. El criterio sacramental o simbólico de la naturaleza -si entendemos al símbolo en su sentido verdadero- no fue propagado en general por las modernas escuelas de teología cristiana. De hecho, subsiste lo contrario. En la medida en que lo que prevalecientemente se subrayó fue la redención del individuo y la desatención de la “redención de la creación”, la mayor parte del pensamiento religioso moderno ayudó a secularizar la naturaleza y retrocedió sometiéndose a los dictados de la ciencia en el dominio natural.
Al discutir las opiniones de autores cristianos sobre las ciencias de la naturaleza, no se puede dejar de mencionar a la escuela neotomista que puso en tela de juicio las pretensiones de totalidad y exclusividad de los métodos científicos y les aplicó rigurosos métodos lógicos (67). El principal principio de la posición neotomista fue demostrar que la ciencia está limitada por sus métodos y no pueden aplicarse a una solución de problemas metafísicos. No es permisible usar los mismos métodos y proceder de la misma manera en los dominios de la ciencia y la metafísica. Pues, para citar a santo Tomás, “Es un pecado contra la inteligencia querer proceder de manera idéntica en los dominios típicamente diferentes -físico, matemático y metafísico- del conocimiento especulativo” (68).
El conocimiento de todo el Universo no está dentro de la competencia de la ciencia (69) sino de la metafísica. Además, los principios de la metafísica permanecen independientes de las ciencias y de ningún modo pueden ser refutados por ellas (70). Se debe comprender las diferentes formas de conocimiento y poner cada una dentro de sus propios límites. De hecho, el resultado más importante del criterio neotomista no fue tanto proveer una nueva interpretación espiritual de la naturaleza y devolverle su carácter sagrado y simbólico cuanto proveer a la ciencia una filosofía de la naturaleza y demostrar, a través de argumentos filosóficos, las limitaciones existentes dentro del enfoque científico. Fue salvaguardar la independencia de la teología y la metafísica respecto de las ciencias experimentales (71). Sean cuales fueren sus defectos por ser demasiado racionalista y no lo suficientemente simbólica y metafísica en el verdadero sentido, esta escuela al menos afirmó y aseveró una verdad simple que hoy en día se olvida cada vez más, a saber, que la facultad crítica de la inteligencia y de la razón no puede someterse a los hallazgos de una ciencia espiritual que la razón misma hizo posibles.
Si se echa una mirada sobre todo el campo de la relación entre la ciencia, la filosofía y la teología, como lo hemos hecho de modo escaso y resumido, de inmediato se toma conocimiento de la falta de una base común entre estos tres dominios. Se ha olvidado a la doctrina metafísica, o a la gnosis que es la única que puede ser el terreno donde se reúnan ciencia y religión, y como resultado se desmoronó la jerarquía del conocimiento en una masa confusa en la que los segmentos no se unen más orgánicamente. Mientras la filosofía recapituló y se rindió a la ciencia o reaccionó totalmente contra ella, la teología rehusó considerar el dominio de la naturaleza y sus ciencias o, a su vez, adoptó paso a paso los hallazgos y métodos de las ciencias con el fin de crear una síntesis. Con frecuencia, esto fue tan superficial como pasajero. Además, un equívoco entre las ciencias modernas de la naturaleza y un conocimiento del orden natural que es de significado teológico y espiritual condujo a interminables controversias y errores (72).
Por esta mismo razón, y también a pesar de toda la actividad en las ciencias naturales, hoy no hay filosofía de la naturaleza. Mientras la ciencia medieval de la física, que era verdaderamente una filosofía natural, llegó a ser una ciencia entre otras ciencias naturales, nada ocupó su lugar como el fundamento de todas las ciencias particulares de la naturaleza. Aunque la necesidad de una filosofía de la naturaleza la sienten hasta algunos físicos (y muchos vuelven a la historia de la ciencia precisamente a fin de recibir inspiración en procura de métodos y filosofías que pudieran ser de ayuda en la ciencia moderna), aún no existe una filosofía generalmente aceptada de la naturaleza, a pesar de las filosofías que propusieran varios pensadores modernos como Whitehead y Maritain (73).
Puede decirse hasta con mayor pesar que tampoco hay teología de la naturaleza que pudiera proporcionar satisfactoriamente un puente espiritual entre el hombre y la naturaleza. Algunos comprendieron la necesidad de armonizar la teología cristiana y la filosofía natural para proveer una teología de la naturaleza (74), pero tal tarea no se cumplió y no podrá cumplirse hasta que la teología se entienda a la luz intelectual de los primeros Padres de la Iglesia, los metafísicos cristianos de la Edad Media, como Erigena y Eckhart, o en el sentido de la teosofía de Jacobo Boehme. Mientras por teología se entiende una defensa racional de los dogmas de la fe, no hay posibilidad de una teología real de la naturaleza, ni modo de penetrar en el significado interior de los fenómenos naturales y de hacerlos espiritualmente transparentes. Sólo el intelecto podrá penetrar en lo interior; la razón sólo podrá explicar.
Esta falta de sentido de la transparencia de las cosas, de intimidad con la naturaleza como un cosmos que transmite al hombre un significado que le concierne, se debe por supuesto a la pérdida del espíritu contemplativo y simbolista que ve más bien símbolos que hechos. La cercana desaparición de la gnosis, como se la entiende en su verdadero sentido como conocimiento unitivo o iluminativo, y su reemplazo por misticismo sentimental y el descuido gradual de la teología apofática y metafísica en favor de una teología racional, son todos efectos del mismo acontecimiento que tuvo lugar dentro de las almas de los hombres. En Occidente, la mayoría olvidó la perspectiva simbólica de las cosas, y sólo sobrevive entre pueblos de regiones muy distantes (75), mientras la mayoría de los hombres modernos vive en un mundo desacralizado de fenómenos, cuyo único significado es sus relaciones cuantitativas expresadas en fórmulas matemáticas que satisfacen a la mente científica, o su utilidad material para el hombre considerado como un animal de dos piernas, sin destino más allá de su existencia terrena. Pero para el hombre como ser inmortal no tienen un mensaje directo. O más bien puede decirse que aún tienen el mensaje, pero no existe más la facultad apropiada para descifrarlo.
En este movimiento de la mentalidad contemplativa a la apasionada, de la simbolista a la fáctica, parece que hay una caída en el sentido espiritual correspondiente a la caída original del hombre. Del mismo modo que la caída de Adán del Paraíso implica que la creación, hasta entonces inocente y amistosa y también interior, de esa manera se volvió hostil y también exteriorizada, así el cambio de actitud entre el hombre pre-moderno y el moderno respecto a la naturaleza implica otra etapa de esta alienación. Se destruye la relación yo-tú para ser yo-eso, y ninguna cantidad de uso peyorativo de términos como “primitivo”, “animista” o “panteísta” podrá hacer olvidar la pérdida implícita en este cambio de actitud. En esta nueva caída, el hombre perdió un paraíso y en compensación de éste descubrió una nueva tierra llena de riqueza aparente, pero ilusoria (76). Perdió el paraíso de un mundo simbólico en cuanto a significado para descubrir una tierra de hechos que puede observar y manejar a su arbitrio. Pero en este nuevo papel de una “deidad sobre la tierra” que no refleja más su arquetipo trascendente, está en el atroz peligro de ser devorado por esta misma tierra sobre la que parece ejercer dominio completo, a menos que pueda recuperar una visión del paraíso que perdió.
Entretanto, el concepto totalmente cuantitativo de la naturaleza que gracias a la tecnología empezó a dominar toda la vida está dando muestras gradualmente de grietas en sus paredes. Algunos están contentos con este acontecimiento y creen que es la ocasión de reafirmar la perspectiva espiritual de las cosas. Pero, concretamente, con suma frecuencia las grietas se llenan con los más negativos “residuos psíquicos” y las prácticas de las “ciencias ocultas” que, una vez cercenadas de la gracia de una espiritualidad viva, se convierten en las más insidiosas influencias y son mucho más peligrosas que el materialismo (77). Son más bien el agua que disuelve que la tierra que solidifica. Empero, estas no son las “aguas de arriba” sino las “aguas de abajo”, para usar el muy significativo simbolismo bíblico. Dista de ser accidental que en la mayoría de los círculos pseudo-espiritualistas se dé mucha importancia a la síntesis de ciencia y religión en un “nuevo orden espiritual” como si el hombre pudiera crear por sí mismo una escalera hacia el cielo, o, para hablar en términos cristianos, como si el hombre pudiera unirse con la naturaleza de Cristo a menos que la naturaleza de Cristo se hubiera convertido en hombre.
Lo que se necesita es llenar las grietas de la pared de la ciencia con la luz que proviene de arriba y no con la oscuridad de abajo. La ciencia deberá integrarse en una metafísica de lo alto para que sus hechos indiscutidos puedan también obtener significado espiritual (78). Y porque es imperativa, la necesidad de tal integración se siente en muchos sectores (79) y muchas personas con un grado de perspicacia miran más allá de las peligrosas síntesis psicofísicas de hoy, a las que habitualmente se añade una especie de “sabiduría” pseudo-oriental. Una síntesis real seguiría siendo fiel a los principios más hondos de la revelación cristiana y a las exigencias más rigurosas de la inteligencia. Esta tarea sólo se podrá cumplir redescubriendo el significado espiritual de la naturaleza. Este descubrimiento depende de acordarse de los aspectos más intelectuales y metafísicos de la tradición cristiana que se olvidaron hoy en tantos círculos, junto con el conocimiento de las causas históricas e intelectuales que causan el actual atolladero. Es por eso que primero deberemos ponernos a considerar ciertas fases de la historia de la ciencia y la filosofía de Occidente, en su relación con la tradición cristiana, antes de ponernos a discutir los principios metafísicos y cosmológicos de esta tradición y de las tradiciones orientales que puedan actuar como ayudamemoria de quienes integran el panorama del mundo cristiano.

Antropologia real contra ficcion prehispanica

Entrevista realizada al antropologo Francisco Peña de Paz, egresado
de la Facultad de Antropologia de la Universidad Autonoma de
Queretaro

Que resiltaria de una investigacion etnografica realizada por un
antroplogo que habla sobre cuestiones prehispanicas teniendo por
fuente solo material bibliografico y algo de material arqueologico?

R: pues primero que naa eso no es hacer arqueologia, se llama
etnohistoria y hay diversas escuelas dentro de la antropologa que
han puesto en tela de juicio la validez de esa forma de
investigacion, en primer lugar orque las fuentes que se consultan no
son directas, asi pues, el analisis siempre viene mediado por los
prejuicios y conceptos del que las creo; a diferencia del trabajo de
etnohistoria que se basa en la recaudacion de historia oral, el
trabajo acerca de grupos prehispanicos tiene, como todos los temas
que no son rescatables oralmente, el problema de la mediacion
simbolica de los grupos etnicos “vencidos”, digase, solo se estudia
la versiòn del vencedor, con todo lo que este cncepto implica.

Se puede decir que la toltequidad es similar a la cultura occidental
actual, y decir que la toltequidad era universal???

R: No, primero, porque son contextos diametralmente distintos, tanto
en teminos de estructura social, como de apreciacion simbolica del
poder, segundo, porque las relaciones politico economicas tambien
eran diferentes, en resumen, esta equiparacion solo proviene de la
ignorancia ante los indicadores que nos periten evaluar, dentro de
la historia, los contexos en rlacion con los sucesos. Decir que la
cultura tolteca era universal y que es similar a la occidental de
hoy es ridiculo por dos razones que requieren la simple reflexion:
1- ¿cual es la cultura tolteca, acaso no habia diversidad cultural
al interior del grupo?
2- ¿cual es la cultura occidental?, ¿la francesa, la norteamericana,
la mexicana?, o ¿acaso existe una “cultura francesa”?…
cualquier antropologo serio, conoce las respuestas, y todas son
negativas, porque la diversidad cultural es el primer legado de la
antropologia moderna, asi pues, dichas afirmaciones se basan en el
paradigma totalizador de mediados dl siglo pasado, y eso, ya ha sido
rebazado.

Un investigador aficionad pueden relizar descubrimiento
arqueologicos sin reportarlos ante el inah, como por ejemplo,
encontrar restos de temazcales o tener pruebas de calendarios mayas?

R: no, mira, la cuestion es que el INAH es el unico encargado de la
investigacion arqueologica en nuestro pais, porque la federacion es
dueña del subsuelo y de lo que en el se encuentra, asi pues, solo el
inah, como institucion federal tiene la competencia de hacer
excavaciones, si lo hace alguien mas requiere del permiso y
colaboracion dle inah, de lo contrario comete un delito federal.

Un “descubrmiento” puede ademas ser ilegitimo, porque es facil
encontrar restos de construcciones o de herramientas que no
corresponden a las culturas prehispanicas, sino a imitaciones
posteriores, o bien, a basura. Pero, si el descubrimiento es
legitimo es por ley federal propiedad del Estado, por lo cual debe
ser reportado y entregado al inah, de lo contrario se rompe la ley
sobre patrimonio historico, lo cual esta penado con un minimo de 5
años de prision sin derecho a fianza.

Pueden arqueologos o antropologos extranjeros registrar sus
descubrimientos con derechos de propiedad inustrial?

R: lo comun es el registro de derechos de autor y de autoria
intelectual de las obras, porque hay mucho plagio, pero el registro
se hace comunmente en terminos de validacion academica, sacas una
publicacion porque es de interes de la comunidad antropologica o
arqueologica, no porque desees hacer foruna con ella. Las
investigaciones sociales y arquelogicas tienen en comun que dependen
de la validacion de la comunidad de instituciones y grupos de
profesionistas, de investigadores, para que el credito y el merito
sean reconocidos, aunque eso mucha veces cierra puertas a nuevos
investigadores, por lo general con un descubrimiento valido (digase
real) lo seguro es que alguna institucion se preferira afiliar al
inestigador y coovalidar su trabajo, que esperar a que otra
institucion le gane el merito.

Zooatropia

Desde su génesis, la modernidad desparramó sobre el mundo una nueva concepción de éste, donde toda creencia que no estuviese fundada en la razón estaría condenada al destierro. Frente a la claridad que parecían brindar las luces de la ciencia, los elementos sobrenaturales de la vida del hombre comenzaron un proceso de extinción. La creencia en la zoantropía, supuesta capacidad del hombre de metamorfosearse en animal, que se ha manifestado en casi todo el planeta; no escapó al desvelo moderno, y pasó a ser considerada como fruto de supercherías y delirios monomaníacos.
Quizá los orígenes de la zoantropía se hallen en la prehistoria, cuando el hombre se encontraba en las misma condiciones que los demás animales a la hora de procurarse alimentos. Muchas de aquellas criaturas estaban mejor equipados que el hombre para atacar y obtener un presa, lo que provocaría en él cierta impotencia ante la carencia de cualidades envidiables como la velocidad y la fuerza.
Con el fin de obtener sus codiciadas habilidades, el hombre comenzó a experimentar con el uso ritual de huesos, pieles, excrementos y cualquier otra cosa que pudiera obtenerse del animal. De esta manera, nacía el nexo entre el chamanismo y el reino animal. Con el tiempo, el chamán de la tribu tendría el poder de convocar al espíritu del jaguar o del lobo para que sirvieran de aliados a los cazadores tribales. A partir de esto, llegar a considerar a un chamán como un hombre-animal, sólo distaba de un paso.
El objetivo de este trabajo consiste en realizar un somero recorrido a través de las variadas manifestaciones zoantrópicas en los diversos rincones del planeta a lo largo de la historia de la humanidad.
En este trabajo se exponen también, algunas teorías sobre este fenómeno desde la particular visión de Elifás Leví y de Antonio González de Salas.

Aspectos generales sobre la zoantropía
La transformación de humanos en animales ha sido en todo tiempo habilidad del brujo. En una u otra forma, y más o menos preferentemente según su vocación y aptitudes, se considera que el brujo tiene la capacidad de ser zoántropo.
Se supone que existen zoántropos desde que hay brujos en el mundo, y éstos habitan en él desde tiempos inmemoriales. Previo al descubrimiento de América, había en el continente brujos declaradamente zoántropos. Entre ellos hay diferencias cuantitativas, pero están unidos por el hecho de haber realizado un pacto con el diablo, que puede ser más o menos condescendiente con unos que con otros. La diferencia estribaría, única y exclusivamente en la calidad de las aficiones y en el mayor o menor poder que el brujo recibe de su patrono.
La zoantropía fue, sin duda alguna, uno de los primeros frutos de la superstición, hermana de la ignorancia de las arcaicas sociedades humanas.
La superstición trajo al mundo al hechicero, que es su ministro, su intérprete, su representante. Ya se considere a la zoantropía como una creencia en la transmutación de seres humanos en bestias, o como un género de locura que de ella se origina (la manía lupina, por ejemplo), ofuscó y aquejó en un principio, a latinos y griegos, a los pueblos de Oriente y con posterioridad a los de Europa. Las sociedades humanas padecieron en todas partes, extravíos de la misma índole. Los tenía el Nuevo Mundo al tiempo del descubrimiento. La conquista los halló en los bohíos y en las tolderías del aborigen y en los imperios del Inca y de Moctezuma. Después de la conquista florecieron en los nuevos pobladores, en campos y ciudades.
Cuentan las relaciones historiales de los misioneros, que en las regiones que vierten al Paraná y Uruguay, había una casta de indios que eran poseídos por un espíritu maligno, que los impulsaba a penetrar en pueblos a modo de perros rabiosos y hacer en ellos carnicerías. De repente, se apoderaba de ellos un furor irresistible y, con su arco y flechas, rugiendo como fieras mataban a la gente y se la comían. Se dice que solían vagar de noche por los campos como enajenados, tomando brazas de fuego con las manos, llevárselas a la boca y engullirlas sin que les hiciesen daño. Pasado el furor, no sabían qué era aquello que interiormente les motivaba a ejecutar cosas semejantes. Estos indios eran llamados apiocarés, que quiere decir hombres protervos o sin discurso [1].El licántropo, que de Europa se trasladó con los nuevos pobladores al continente de Colón, ha podido pasar a ser zoántropo con facilidad en su nuevo domicilio. Al pisar las playas de América, se encontró con un colega que le dejaba muy atrás en habilidades. En toda la región meridional del continente hubo zoántropos. En todas las costas bañadas por el Atlántico, el licántropo halló hechiceros o brujos capaces de tomar las formas de lobo o de cualquier animal feroz cuyos instintos y poder irresistible le conviniese utilizar para satisfacer sus pasiones o para la ejecución de empresas menos interesadas. En las regiones que se extienden del Amazonas hacia el Orinoco, salió el Tejoje a recibirlo. En las regiones que comprenden desde el istmo de Panamá hacia el Orinoco se topó con el Payé o hechicero que, como el Tejoje, sobrevivió a la entrada de los españoles y portugueses.
Las mitologías y las tradiciones indias son también una rica fuente de creencias vinculadas a la zoantropía. Los brahmanes habían sistematizado las primitivas creencias del pueblo y unificado toda aspiración fetichista, ya desde el zoomorfismo más elemental al antropomorfismo más perfecto. El vishnuismo, que por un lado humaniza y por el otro zoomorfiza todas las fuerzas de la naturaleza, agrupa estas primitivas creencias, las recopila literariamente y forma un cuerpo de doctrina cuyas avataras se narran las sucesivas transformaciones que sufre el divino Vishnú.
Para librar de la muerte a los hombres, Vishnú se encarna primero en tortuga gigante y, con su fuerza colosal, como lo hiciera Hércules, sirve de soporte al mundo; en el jabalí de dientes afilados que lo limpió de los peligros; y en el monocero o pez milagroso que dirigió el rumbo de la nave de Manú cuando éste fue salvado con los suyos del diluvio. Su transformación en Hombre León o Nurisnha le permite despedazar al demonio que acometía a los dioses. En sus transformaciones humanas, Vishnú es sucesivamente Rama, Khrisna y Buda, amén de simbolizar a todos los gurús o fundadores de sectas religiosas.
Algunos avatares de Vishnú, como Khrisna y Rama, aparecen en ciertos pasajes también con atributos bestiales, en especial cuando se ven obligados a luchar contra sus enemigos.
En el mismo espíritu que los avatares indias están las “transformaciones” de los antiguos egipcios: más allá de la muerte, el egipcio esperaba renacer o, mejor dicho, sufrir transformaciones a través de diversos animales sagrados, para volver por fin a su forma humana original, que guardaba celosamente gracias a los perfectos procesos de momificación. Durante el período de pérdida de su humanidad, en las sucesivas encarnaciones zoomórficas, debía luchar contra bestias fantásticas o impías que hacían de él su presa favorita. Estas fieras se representan en jeroglíficos egipcios como hienas, chacales y, principalmente, como lobos que pueden devorar la sombra material del individuo y hacerle imposible la resurrección.
Subyaciendo con la figura del zoántropo, como ocurre con la del vampiro, se hallan rasgos de erotismo perverso que, cuando se manifiesta en el hombre, llega a la consumación de los más horribles crímenes. Esta misma característica se da en los dioses: Khrisna es un dios báquico que corretea tras idílicas y voluptuosas pastoras, pero halla el verdadero goce cuando al fin lucha contra los reyes impíos y los despedaza. Rama, bajo la tutela de Hanuman, el dios mono, marcha al frente de su ejército cuando invade Ceilán y destroza alegremente los cráneos de los enemigos.
En la tradición bíblica, existe también algunos casos de zoantropía. Caín, tras haber asesinado a su hermano Abel para arrebatarle a su esposa Aclima -dicen los talmudistas-, vagó por las selvas llevando una vida errante, y que tan agudo fue su proceso de animalización que, años después, uno de sus nietos lo mató creyéndolo una fiera salvaje.

Teorías sobre la metamorfosis zoantrópica
Según el sacerdote Rosacruz francés Alphonse Louis de Constante –más conocido como Elifás Leví (1810-1875)-, clásico expositor de la ciencia oculta, expresa en su obra Dogme et Rituel del la Haute Magie que ninguna de las personas que supuestamente son zoántropos, saben qué es lo que padecen. Leví sostiene que ninguna persona habría sido muerta por un zoántropo sin herida de sangre; que ninguno de éstos, aun herido, habría muerto en el acto y lugar de la pelea; y que los individuos que se sabían zoántropos se habrían hallado siempre en sus casas, después de haber sido perseguidos, más o menos lastimadas, pero en su cuerpo antropomorfo. Un zoántropo, según Leví, es el cuerpo sideral (1) de un hombre cuyos instintos salvajes y sanguinarios representa el lobo. Penosamente duerme en su cama y sueña que es lobo, mientras el fantasma que lo representa, el animal, vaga por el campo. Se hace manifiesta la sobreexitación, próxima al sonambulismo, que ocasiona el pánico en los individuos que le contemplan, o la particular disposición de los campesinos a ponerse en comunicación con la luz astral (2) a cuyo favor se realizan las visiones y los sueños. Los golpes que recibe el zoántropo hieren a la persona dormida que representa; lo que se verifica en virtud de una congestión ódica (Od: Fuerza vital, que todo lo penetra y que de todos los cuerpos fluye incesantemente, a manera de dinamismo cósmico. Ódico: que incluye od o pertenece a él) de la luz astral, de una correspondencia entre el cuerpo inmaterial y el cuerpo material[2].Un erudito humanista de principios del siglo XVII, D. Jusepe Antonio González de Salas, concibió, disertando sobre zoántropos, una idea muy original. Así como parece haber hombres que se transforman en bestias, se planteó el hecho de por qué no habría de ser posible que las bestias, a su vez, se transformasen en hombres. Confiesa, no obstante, que antes de él, pensaron lo mismo Simónides y Proclo; pero González, según sus palabras, aún no había leído sus obras, cuando le surgió aquella inquietud, hallazgo que dio lugar a que ya por entonces “recelasen espíritus nobles y trascendidos” que viviesen entre la gente, lobos, asnos, cerdos y otros diversos animales en figura de seres humanos, pero con hábitos, actitudes, ademanes y rasgos fisionómicos que delataban su forma e índole natural. No debería sorprender, por tanto, la probabilidad de toparse con individuos que, después de verlos y hablar con ellos, y a veces de primera ojeada; se muestren irracionales; lo cual indicaría, para González de Salas, ser bestias con apariencia de hombres [3].

Esta supuesta habilidad de los animales de transmutar se puede apreciar en El Monstruo del Mar (The Sea Thing, 1939), cuento del escritor A. E. Van Vogt, donde un dios-tiburón adquiría forma humana para vengarse de un pescador que intenta matarlo de un arponazo. La mirada del furibundo tiburón-hombre despertaba una gran perturbación entre los personajes del relato, quienes intuían que aquel hombre ocultaba un ominoso secreto.
Leví desarrolla también una teoría muy similar a la de González de Salas. Según Leví, la fisonomía de cada individuo lleva marcado el sello de su instinto predominante. Esta circunstancia le predispone a transformarse, por medios adecuados, en el animal cuyo instinto manifiesta predominar entre las condiciones de su carácter. A unos instintos contraponen otros diferentes de igual o mayor eficacia, por los que los que son equilibrados o vencidos.
Si se es un perro –dice Leví- y se busca el amor de una gata, no se debe hacer más que metamorfosearse en gato por medio de la observación, de la imitación y de la imaginación, a través de la “polarización de la propia luz animal, hasta conseguir el equilibrio de la fuerza que obraba en sentido antagónico”. La Polarización magnética puede efectuarse por medio de formas animales. Los magnetizadores dan al agua pura, por sola imposición de las manos, las propiedades del vino o de un medicamento. Los domadores de fieras dominan al león, superándole mental y magnéticamente en fuerza y bravura. Los animales son los símbolos vivos de pasiones e instintos de los hombres: el hombre tímido se convertirá en liebre, y el feroz, en tigre. Leví comenta que San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, desarrolla una gran potencia mágica ordenando a sus discípulos que vean, gusten y palpen las cosas invisibles. “El jesuita comunica la eficacia de sus principios a un conjunto de voluntades igualmente acondicionadas, y cada uno de los padres de la compañía es tan fuerte como la sociedad religiosa que integra, y esta sociedad es más fuerte que el mundo”. [4]

Licantropía: la celebérrima forma de zoantropía
El licántropo no representa sino una de las variadas formas de zoantropía. Sólo que la licantropía vino a ser la forma clásica, la que preponderó en Europa, e hizo olvidar todas lasa demás de las que se revistiera el zoántropo. El patrono de los hombres lobo es Licaón, rey de Arcadia y de cuyo nombre se deriva el término.
Pausianas, Platón y Ovidio han dado distintas versiones de lo que le ocurrió a Licaón, pero coinciden en señalar que su gran arrogancia y presunción lo llevó a querer burlarse de Zeus invitándole a comer un guiso preparado con el cadáver de su propio hijo. Zeus, al darse cuenta del engaño, lo castigó transformándolo en lobo.
Plinio recoge a su vez en la Historia Natural el caso de un brujo llamado Domaco que por haberse comido el vientre de un niño, era transformado en lobo durante una noche de luna llena.
Nabucodonosor, rey de Babilonia, fue metamorfoseado en buey durante siete años, como castigo divino por haber sometido a los israelitas. La leyenda dice que cuando el rey de Babilonia recuperó la forma humana, sus uñas quedaron deformadas a modo de pezuñas de buey. Afectado por un trastorno cerebral, Nabucodonosor habría padecido la llamada manía lupina o insania lupina, extraña afección que tanto apasionara a médicos, teólogos y demonólogos. Santo Tomás sostenía que la transformación de Nabucodonosor sólo existía en su exaltada imaginación.

Pero más que un buey u otra figura animal, es la del lobo la que adopta quien padece la manía lupina; y es justamente esta figura la que da origen a su denominación en todas las lenguas europeas: werewolf, loup-garou o loup-varou (del latín lupus varios), garwall, lobisome, etc.
Poetizados los licántropos por Homero, Ovidio y Apuleyo, los hombres lobo han tenido siempre una característica: no hay folklore ni religión que no haga alusión a los avatares de los dioses y demonios en su transformación bajo un aspecto seductor, punitivo o triunfante. La fatalidad ha querido que esas amables fantasías sean a menudo tomadas al pie de la letra, habiendo dado lugar así durante el Renacimiento, a discusiones interminables, y tanto más inhumanas, ya que desembocaban en la ejecución de la pena de muerte de aquellas personas consideradas brujos, acusados de haber revestido forma animal.
En la antigüedad, las creencias estaban, por otra parte, escindidas respecto del carácter divertido o maléfico de las transformaciones animales. Al lado de los trucos y trampas que los dioses empleaban para seducir a los mortales, existían verdaderas víctimas maleficios de cólera celestial, como son los casos de los compañeros de Ulises y el del ya mencionado Nabucodonosor.
El caso más flagrante de licantropía es posible que sea, sin embargo, el de Osiris, que salió de los infiernos y, adoptando la forma del lobo, ayudó a su esposa Isis y a su hijo Horus en la lucha contra el tifón.
Durante la Edad Media, los hombres-lobo podían ser identificados según señales inequívocas, cuando su transformación no era evidente: por frecuentes contorsiones corporales o su andar felino, por la hinchazón de la cara, insensibilidad a los insectos y los parásitos, respuestas extrañas que no correspondían a lengua alguna conocida, punzadas de agujas sin que hubiera efusión de sangre, y el signo más verídico: los clamores de vientre.
Mediante estas señales, y principalmente debido a los clamores abdominales, cuenta Ramón Hervas Marco, en su libro Los Hombres Monstruo, que en el siglo XVII fue detenido un hombre llamado Giles Garnier. El propio Luis XIII siguió de cerca el asunto y cuando supo que sus corchetes (suerte de cuerpo policial) habían hecho que una zorra hambrienta devorara el hígado del desdichado sin que éste manifestara dolor, autorizó su proceso.
Probado que tomaba frecuentemente la forma de lobo para cometer asesinatos, Enrique Camus, conserje del rey, manifestó al tribunal que Garnier habría ido a una viña pocos días antes de Todos los Santos y allí había atrapado a una niña de doce años a la cual mató con sus colmillos y garras.
Según demostró la instrucción, pocos días más tarde de estos hechos, Garnier habría vuelto a atacar a otra niña para devorarla. Y ya la tenía bajo sus garras para despedazarla, cuando a los gritos de la desdichada acudieron unos vecinos y pudieron salvarla, aunque, aparentemente, bastante maltrecha. Después de la fiesta de Todos los Santos, estando todavía en su forma de lobo, habría devorado un muchacho y, posteriormente, ya en su figura humana, robando un niño y con la intención de comérselo.
Quemado vivo y echadas sus cenizas al viento, Garnier no parece ser el único loup-garou registrado en los documentos franceses.
Juan Grenier, un muchacho de quince años, fue también condenado al la hoguera acusado de ser un brujo lobo y de haber comido a varios niños, según testimonió Juana Garibauc, una muchacha de su edad que habría sido atacada por él.
Estando el diablo medieval representado por el macho cabrío, no es extraño que se considerase que Satán se posesionaba de los hombres tomando rasgos animales que simbolizaran la crueldad de sus crímenes. ¿Y qué animal más cruel que el lobo a los ojos de los aldeanos europeos?
Como escribe el demonólogo Lancre: “El diablo se transforma más a gusto en lobo que en otro animal porque el lobo es devorador y, por lo tanto, más dañino que otros animales. También porque el lobo es el enemigo mortal del cordero, en cuya forma fue figurado Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor…”. [5] Príncipes y Varones de toda Europa creyeron firmemente en la posibilidad de que un hombre pudiese transformarse en lobo. Segismundo (1368-1437), rey de Hungría y líder del Sacro Imperio Romano Germánico, hizo que la Iglesia reconociera oficialmente la existencia de hombres-lobo durante el concilio ecuménico de 1414. Allí, se llegó a la conclusión de que, en efecto, había licántropos u hombres que, con la ayuda del diablo, podían transformarse en lobos. Se llegó a considerar inclusive, que era una herejía negar o no creer en la existencia de licántropos. En el siglo XVI, el fenómeno adquirió tales proporciones en toda Europa que la Iglesia romana decidió llevar a cabo una investigación oficial. Entre 1520 y mediados del siglo XVII, se enumeraron unos treinta mil casos de licantropía en Europa occidental, Serbia, Bohemia y Hungría.

El poder de las flores, o cómo Luciano de Samosata recuperó su forma humana
Durante la Edad Media, y aún la moderna, se generalizó en Europa la creencia de que las personas de ambos sexos podían, a favor de ciertos hechizos o por medio de un encanto, transformar o ser transformar o ser transformadas en aves o cuadrúpedos. En unos era temporaria, dependiente de su voluntad y para sólo cumplir sus designios, buenos o malos, y en otros fatal, ineludible y perpetua. Lo más común era la forma, hábitos, condiciones e instintos de ave de rapiña, de lobo, de búho o de gato (3).Algunos autores estiman que es bajo la fuerza de drogas poderosas que los hombres pueden transformarse en bestias, pero no coinciden en señalar cuáles pueden ser exactamente las hierbas que operan el prodigio. En cambio coinciden en señalar que determinadas flores son capaces de devolverles a su primitivo estado.
Antiguamente se creía que los pétalos de la rosa eran los que tenían la facultad de “deslobar” al hombre y, en las tradiciones modernas, esta misma virtud se atribuye a la flor del acónito.
El filósofo y jurista griego, Luciano de Samosata (125-192) relata cómo queriendo transformarse en pájaro, recurrió a las artes de una bruja tesaliana para que le preparase una poción adecuada. La hechicera equivocó la fórmula, y en lugar de pájaro, Luciano quedó convertido en asno, animal que simboliza a Príapo. Tras diversas aventuras bajo la figura asnal, Luciano pasó a ser propiedad de una mujer tan licenciosa como volcánica, que encuentra en Luciano al único remedio que puede apaciguar su apetito. Pero tanta es la perversión, que su ama llega a exhibirlo en público para que todos puedan ser testigos de las proezas del asno y de los goces de ella. Esta aventura termina cuando, descansando junto a su cama, Luciano advierte que entra en la estancia un hombre cargado de flores. Entre aquellas, distinguió rosas recién cortadas; al instante, saltó del lecho. Todos creyeron que se levantaba para bailar pero, recorriendo los ramos con su hocico, escogió rosas entre las otras flores y las devoró. Entonces, con gran asombro de los espectadores, la figura del animal se desvaneció; el asno desapareció y en su lugar había aparecido Luciano, de pie y completamente desnudo. Todo el mundo quedó desconcertado a causa de la metamorfosis asombrosa e inesperada; se produjo entonces un escándalo espantoso.
El incidente termina con la presencia del gobernador, que reconoce a Luciano y ordena que sea puesto en libertad. Y aquella misma noche, con sus mejores galas, Luciano se dirigió a la casa de su antigua ama. Cenó con ella, y ya avanzada la noche, llegada la hora de irse a la cama, se levantó y creyendo realizar una hazaña, se desnudó, estimando que así le gustaría más en comparación con el burro. Pero ella, viendo que Luciano no era más que un hombre, lo miró con desprecio y le dijo que se largara, a lo que Luciano le preguntó qué crimen había cometido para merecer semejante respuesta; a lo que ella respondió que no era él sino del asno de quien estaba enamorada, que era con el animal y no con Luciano con quien se había acostado, y que pensaba que todavía conservaba su “hermosa y buena pieza” que distinguía al asno. Luego de la metamorfosis, Luciano era, en opinión de su antigua dama, un mono ridículo.

Los hombres-tigre de Sumatra y el runauturuncu
En la selva virgen el hombre se encuentra tan cerca de la naturaleza y depende tan por completo de ella, que no puede menos que sopesar todos los fenómenos que observa. A medida que el tiempo transcurre, las generaciones de los moradores de la selva entretejen teorías y fantasías alrededor de los sucesos, que luego dan lugar a grotescas leyendas.
Pocas de las leyendas de Sumatra son creídas con más firmeza por los habitantes de la selva como la que se relaciona con los ngelmu-gadongan, es decir, con los hombres-tigre.
Según las tradiciones del distrito de Palembang, Indonesia, existen seres humanos que parecen completamente normales, pero que carecen del canal del labio superior. Estas personas, según las leyendas, tienen la facultad de convertirse en tigres. Algunos lugareños afirman que en la región montañosa, en las alturas de Dempo, se decía que existía una aldea habitada exclusivamente por hombres y mujeres tigre.
Cuando adoptan la forma humana, los hombres-tigre se conducen como cualquier ser humano común y corriente. Atienden sus campos y asisten a bazares a vender sus cosechas y a efectuar sus compras, y se casan con personas de los establecimientos vecinos.
Según los lugareños en cierta época del año, los tjindaku, abandonan su morada para dirigirse a sus regiones preferidas de caza. Si llegan a alguna aldea, ingresan a ella en forma humana, suplicando a los aldeanos que les permitan pasar la noche. En el caso de que el aldeano sea poco cauto y no observe que les falta el canal del labio superior, pagará muy caro su descuido: por la mañana los vecinos sólo encontrarán sus huesos, y no se verán señales de los tjindaku.
Las leyendas sobre los ngelmu-gadongan y tjindaku no sólo se limitan a Sumatra. Gente del este de Java parece haber escuchado la leyenda de los gadongan, pero sin la fórmula mágica. Según su versión, la metamorfosis de hombres en animales opera de forma inconsciente.
El misterio de la zoantropía ha poblado con sus creaciones también la selva santiagueña. En ella hay un mito al que los antiguos pobladores de la zona solían llamar runauturuncu. Este nombre está formado por dos palabras de origen quichua: hombre (runa) y tigre (uturuncu). Este indio-tigre es un brujo. Sin embargo, los relatos de la selva no descubren el secreto de su virtud. Se cree que pudo haber sido obtenido en pacto con el diablo (Zupay), debido a razones vinculadas a la venganza, o bien para poseer el vigor animal y la inteligencia humana.
Curiosamente, el runauturuncu ha sido inmortalizado por Alfredo Guido en el mural titulado “Las leyendas del país de la selva” (1938), que se encuentra en la estación Bulnes de la línea D del subterráneo de Buenos Aires.

Conclusión:
Es notable el hecho de que prácticamente no exista cultura alguna que no haya manifestado creer en la transmutación zoantrópica, hecho que lleva a reafirmar que todas las supersticiones populares tienen su equivalente en otras épocas y regiones, y que poseen un denominador común: la naturaleza desconocida.
La zoantropía nació en un mundo que no estaba regido bajo la lente de la razón, la que, a pesar de despojar al mundo de sus costados fantásticos y míticos, felizmente lo despojó también de la ignorancia. De esta manera, sabemos hoy que ese tipo de creencias estaban fundadas en la superstición y que en muchísimos casos eran producto de perturbaciones mentales, de la autosugestión y de la ingesta de drogas alucinógenas que inducían a aquellos que las consumían a creerse zoántropos: algunos licántropos, de acuerdo con relatos del siglo XVII, aseguraban, por ejemplo, que en realidad eran lobos, pero que su cabello crecía en el interior de su cuerpo. Ejemplos como éste ponen de manifiesto la importancia de la autosugestión en aquellos individuos declarados zoántropos.
La creencia en la zoantropía y sus derivados, han llevado a que a lo largo de la historia se cometan asesinatos brutales a mucha gente por el simple hecho de haber nacido con determinadas anomalías físicas consideradas rasgos distintivos de un zoántropo.
A pesar del empecinado esfuerzo moderno en erradicar toda posibilidad de existencia de seres zoántropos , ésta no ha logrado calar con suficiente hondura en la mente de muchos hombres, quienes mantenemos, en un rincón de nuestro entendimiento, algo de ese temor primitivo hacia lo desconocido heredado de nuestros antepasados, y que le da a nuestras vidas un matiz particular.

Citas y notas:

[1] Padre Antonio Ruiz de Montoya, Conquista Espiritual del Paraguay, Paraná y Tape, en Supersticiones del Río de la Plata, de Daniel Granada, página 418)
(1) Según las doctrinas de la magia, el fluido astral condensado en cuerpo astral es una de las grandes fuerzas de la naturaleza. Todo cuerpo emite este fluido, que permite las materializaciones de los cuerpos de los difuntos y de los vivos. Es el lazo psíquico que une el mundo material o físico, al mundo inmaterial o invisible (espiritual). El cuerpo astral durante la vida del hombre, está en él y fuera de él. Irradia en torno de él, produciendo emanaciones fluídicas. Puede proyectar fuera de sí, mediante una fuerte concentración de su voluntad, su cuerpo fluídico o cuerpo astral, en parte al menos, no enteramente, ya que eso implicaría la muerte. El hombre puede, de esta manera aparecer fluídicamente (o sea, en estado de cuerpo astral) a una distancia cualquiera del punto del que se encuetra. Puede también materializarse, es decir, aparecer revestido del cuerpo físico, y desde luego recupera hasta cierto punto todas las propiedades del cuerpo verdadero. (Ernest Bosc, La Psychologie devant la Science, en Ibid., p.416).
(2) La luz astral según las doctrinas de la magia, es la fuerza-substancia universal, de la cual son modalidades todas las demás fuerzas y substancias. Sigue casi las mismas leyes que la electricidad, una de sus manifestaciones superiores. Es la gran fuerza o corriente luminosa –de donde le viene el nombre-, que mantiene las atracciones armónicas entre todos los astros. La parte más elevada de la producción corporal viene a ser el cuerpo astral, es decir, la fuerza nerviosa que circula en el organismo, la cual, así es susceptible de condensarse como de dilatarse; y de tal modo que puede salir fuera del ser humano. Es una fuerza invisible, a la que vulgarmente se la denomina vida (Papús, Traité Methodique de Science Occulte, en Ibid., p. 422).

[2] Ibid., p.422
[3] Compendio Geográfico e Histórico del Orbe Antiguo, por Pomponio Mela, con nueva y varia ilustración; traducido al castellano por D. Giusepe Antonio González de Salas. Edición de Sancha; Ibid., p. 426
[4] La Clef des Grands Mysteres, por Elifás Leví en Ibid., p.427
[5] Ramón Hervas Marco, Los Hombres Monstruo, p.138
(3) “Otras veces, acabadas de untar a nuestro parecer mudamos (las brujas) de forma y, convertidas en gallos, lechuzas o cuervos, vamos al lugar donde nuestro dueño (el demonio) nos espera, y allí cobramos nuestra forma y gozamos de los deleites, que te dejo decir, por ser tales que la memoria se escandaliza de acordarse de ellos” (Coloquio de los perros Cipión y Berganza, por M. De Cervantes, en Supersticiones del Río de la Plata)

Bibliografía:
Granada, Daniel; Supersticiones del Río de la Plata; Editorial Guillermo Kraft, Buenos Aires, 1947 Hammerly Dupuy, Daniel; Por tierras de Gorilas, Antropófagos y Mau Mau; Editorial Hachette; Buenos Aires, 1958
Hervas Marco, Ramón; Los Hombres Monstruo; Editorial Bruguera, Barcelona, 1974
Jean Marigny; El Despertar de los Vampiros; Ediciones B, Barcelona, 1999
Rojas, Ricardo; El País de la Selva; Editorial Hachette, Buenos Aires, 1956
Saunders Nicholas; Los Espíritus Animales, Editorial Debate, Barcelona, 1996
Schilling, Tom; Cacería en Sumatra y Java; Editorial Constancia; México D.F., 1957

Sectas

¿Que es una secta?

Una secta, en su sentido más global no es más que un grupo de personas aglutinadas por el hecho de seguir una determinada doctrina y/o líder y que, con frecuencia, se han escindido previamente de algún grupo doctrinal mayor respecto de cual, generalmente, se muestran críticas.

Una Secta Destructiva (SD) será todo aquel grupo que, en su dinámica de captación y/o adoctrinamiento, utilice técnicas de persuasión coercitiva que propicien la destrucción (desestructuración) de la personalidad previa del adepto o la dañen severamente. El que, por su dinámica vital, ocasione la destrucción total o severa de los lazos afectivos y de comunicación efectiva del sectario con su entorno social habitual y consigo mismo. Y, por último, el que su dinámica de funcionamiento le lleve a destruir, a conculcar, derechos jurídicos inalienables en un Estado de Derecho.

Adicción a Sectas

Ante el hecho real y doloroso de las «sectas», suele adoptarse la actitud de satanizar al grupo -así como al líder y a las técnicas de manipulación empleadas- haciéndole único responsable de cuantos males afectan a un adepto y a su entorno. Sin embargo, esta postura, humanamente comprensible, no aborda el tema desde el punto de vista correcto; equivoca el verdadero origen y causas del problema. Por ello, impide una comprensión adecuada de la situación, que permita encarar la búsqueda de soluciones razonables y posibles.

Con frecuencia, entre quienes acuden a mi consulta en busca de asesoramiento, me encuentro frente a personas empeñadas en convencerme de cuán malvada es la «secta» que «se ha apoderado» de su familiar y sólo están interesadas por saber de qué manera pueden «acabar» con ella. Mi respuesta, en estos casos, suele ser la de inducirles a reflexionar sobre la siguiente pregunta:

– ¿Quiere usted tener razón o solucionar su problema?

No cabe duda de que buena parte de los afectados -aunque no todos, obviamente- tienen razón en sus críticas contra el grupo que les aflige, pero estar en lo cierto respecto a las manifestaciones externas de un problema no implica estarlo también con relación a sus causas. Así, por ejemplo, describir el comportamiento de una persona dependiente del alcohol o del juego y enumerar los problemas que su adicción le significan a ella y a su entorno no sirven para comprender las verdaderas motivaciones de su comportamiento. Tampoco permiten iniciar un abordaje terapéutico, puesto que, para ambas intenciones, antes deberán identificarse las causas de índole psicosocial que indujeron a esa persona en concreto a beber o a jugar en exceso y a hacer de ello el centro de su vida. Por otra parte, identificar los lugares donde aparentemente se origina la conducta alcohólica o jugadora -el bar de la esquina, por ejemplo- y pretender que tal problema es responsabilidad del dueño del bar y que desaparecería si se cerrase su establecimiento -o todos los bares del país- sería tan absurdo, injusto e inútil como lo es hacer lo propio respecto a un sectario y el grupo del que se ha vuelto dependiente.

No hay que luchar contra la «secta» -aconsejo a menudo-, sino actuar a favor del sectario. Una persona sectadependiente necesita, de modo imperioso, la relación intensa y absorbente que ha establecido con su «secta». Igual le ocurre a un alcohólico y a cualquier otro tipo de adicto en relación con la sustancia o el comportamiento del que depende. De esta forma, todo ataque al objeto de su adicción se convertirá automáticamente en una agresión a su núcleo de bienestar (que es, precisamente, el sentimiento que le proporciona su estado de dependencia) y, por ello, producirá el efecto contrario al deseado. Cuanta más presión se ejerza sobre un sectario y su grupo, más profundo se sumergirá a aquél en éste. Por el contrario, si obviando a la «secta» logramos encontrar estímulos ajenos al grupo que ayuden al sectario a sentirse bien, la necesidad desesperada de afiliación que éste experimenta se irá diluyendo progresivamente hasta anular la dependencia del grupo mantenida hasta entonces. En suma, no hay que romperle el objeto de su devoción, sino ayudarle a ver que existen otros grupos o elementos en los que se puede apoyar sin tanto riesgo.

En mis conferencias sobre la problemática sectaria, suelo recurrir a una metáfora que considero muy elocuente. Se basa en un experimento que realizó el estadista y científico norteamericano Benjamin Franklin (1706-1790) hace ya un par de siglos. El inventor del pararrayos y de los lentes bifocales le encargó a un carpintero que, de una misma pieza de madera, elaborase veinte estacas idénticas. Acto seguido, las hizo pintar usando todo el espectro cromático que conforma la luz blanca (violeta, azul, verde, amarillo, anaranjado y rojo) y con diferentes gamas de cada color. Finalmente, por la mañana temprano, antes de salir el sol, Franklin clavó cuidadosamente las veinte estacas en el suelo nevado del jardín de su casa, procurando que guardasen la misma distancia entre ellas, con igual orientación y que no se hundiesen más allá de una marca que les era común.

Cuando llegó el mediodía, tras unas horas de acción solar, Franklin fue a observar su obra y se encontró con un pequeño caos. Nada era igual. Unas estacas se habían hundido hasta tocar el suelo, otras sólo un poco; algunas se inclinaban hacia delante, mientras que otras caían hacia atrás… Si todas las estacas eran similares en todo y aguantaron condiciones exteriores idénticas, ¿qué había sucedido? La respuesta era sencilla: cada color absorbe de forma diferente el calor del sol y, por lo tanto, la temperatura alcanzada por cada estaca varió, fundiendo la nieve de forma proporcional al calor acumulado, lo que explica las diferentes posiciones en que quedaron las estacas.

Si convertimos este experimento en metáfora y la aplicamos a los seres humanos, veremos que aunque todos somos aparentemente iguales (es decir, de la misma madera), dado que no tenemos exactamente el mismo color (que sería el equivalente a la personalidad, pues las gamas cromáticas determinaron las reacciones a los estímulos externos), tampoco nos comportamos todos de la misma manera ante las inclemencias de la vida. Unos tienen la fortaleza suficiente para poder soportar el sol sin más; otros tienen la habilidad de poder emplear algún tipo de protector (crema, sombrero, sombrilla) para enfrentarse a él y no resultar perjudicados; pero otros, en cambio, no disponen de la fortaleza ni de la habilidad necesarias para enfrentarse con las dificultades de la vida y resultan achicharrados vivos. Estos últimos son los que acaban conformando la legión de los adictos a sustancias y comportamientos, entre los que se encuentra el sectarismo.

El achicharramiento vital, siguiendo con nuestra metáfora, genera mucha ansiedad en los sujetos que lo padecen. Por ello, debido a que estamos biológicamente preparados para intentar escapar del dolor, buscan algún tipo de reductor de la ansiedad, igual que hacemos todos, aunque en esos casos -al carecer en mayor o menor medida de la habilidad para recurrir a los protectores habituales, es decir, a las estrategias psicológicas para afrontar problemas- acaban cayendo en reductores de ansiedad extremos como son los comportamientos adictivos.

Por todo lo anterior, cuando se pretende que una persona supere su sectadependencia, lo más adecuado no es «luchar contra la secta», sino, por el contrario, apoyar y ayudar al sectario para que encuentre algún tipo de quitasol alternativo y no perjudicial que pueda reemplazar la función que cumple su adicción al grupo. El tema no es nada fácil, puesto que el origen y el fondo de la problemática sectaria son mucho más complejos de lo que la mayoría imagina.

Sectas: ¿Por qué son tan atractivas?

Independiente de los aspectos criticables que caracterizan al sectarismo -que no son pocos-, es necesario reconocerle también su innegable capacidad para atraer y enamorar a muchos ofreciéndoles «soluciones» que la sociedad no sectaria es incapaz de proporcionarles; o mejor dicho, que los aspirantes a sectarios no han logrado encontrar en su entorno social cotidiano. Por eso, aceptar de entrada que alguien pueda sentirse bien en una secta -incluso mejor que en su propia casa- será un sano ejercicio de comprensión, que ayudará a matizar posturas extremistas y, sobre todo, a ser críticos con ese entorno pretendidamente no sectario que tanto defendemos y presentamos como «lo normal y óptimo». Pero, normal y óptimo ¿para qué?, ¿para quién? o ¿en qué momento? Resulta altamente saludable poner en tela de juicio todo aquello que, desde la propia idiosincrasia, se cree indiscutible, y muy especialmente cuando hay que enfrentarse a comportamientos y creencias diferentes de los mayoritarios. Los nuevos puntos de vista a los que se llega tras este ejercicio de relativismo abren vías muy positivas para el entendimiento y la búsqueda de soluciones.

Para intentar comprender a un «sectario», debe asumirse previamente que su nueva perspectiva ideológica y sus comportamientos -por disparatados que parezcan a sus críticos- son consecuencia de un proceso de vida determinado y cubren de forma útil una serie de necesidades vitales que el sujeto siente como prioritarias y básicas en ese momento.

Se buscan, sin duda alguna, creencias trascendentales -aunque no necesariamente religiosas-, pero con más urgencia aún se demanda la adscripción a grupos «que le hagan sentirse bien a uno», que aporten al sujeto una carga de afectividad, relaciones humanas y objetivo vital que «le llenen».

Por lo tanto, debido a esta búsqueda de elementos subjetivos de seguridad y felicidad, será más acertado hablar de marcos ideológico/emocionales que de creencias en el sentido clásico del término. Las creencias, en definitiva, no son más que un espejismo para buscadores de seguridad. Son el faro que ilumina y justifica, pero sus seguidores, en todo caso, son cautivados por la intensidad del marco emocional que esconden.

“Te encuentras en un momento en que el mundo que te rodea te desborda -me contaba un ex sectario- y, en lugar de asumirlo, necesitas una explicación o algo más pequeño, a tu medida. Entonces, te metes en estos grupos cerrados en donde sabes qué gente hay, o aunque no lo sepas, allí obtienes una explicación para todo. Te organizan el mundo y te lo explican, te quitan la sensación de caos. Te dan mucha seguridad, la gente se siente muy segura. Vives situaciones muy solidarias. La gente se abraza en los rituales y sientes que te apoyan, que estás en un mundo afectuoso, todo lo contrario del mundo externo, que te hacen ver como hostil. Por eso, cuando ves lo que es el grupo y te sales, se produce como un desgarro. El desengaño es muy grande al ver cómo te han estado engañando y utilizando. En realidad, es como sentirte violado.”

Esta comunión intensa de sentimientos, de comunicación humana, es patrimonio funcional exclusivo de los pequeños grupos. Por eso, las «sectas», en su sentido más amplio, y las sectas destructivas en particular, son dinámicas increíblemente atractivas para los individuos más frágiles, para todos aquellos que, en un momento dado de su vida, necesitan encontrar un mundo a su medida.

El dogma, la creencia particular de cada grupo, es lo de menos. Lo que engancha a un individuo a una secta no es lo que cree, sino el cómo lo cree. Los dogmas no son más que una pantalla que sirve de coartada para autojustificarse la necesidad de administrarse una experiencia emocional intensa, en el sentido dado al término en relación con las conductas adictivas. Sentirse creyente de tal o cual deidad o ideal, al margen de servir de soporte para tejer la sensación subjetiva de formar parte de «algo» trascendental, parece más honorable que sentirse adicto, sin más, a un grupo de gente que por su dinámica de relación hace que uno se sienta francamente bien. Lo primero pasa por religiosidad sublime, lo segundo pertenece al campo de las denostadas -aunque siempre buscadas- pasiones mundanas. El autoengaño es una tendencia general que caracteriza a todas las actuaciones emocionales del ser humano.

Si tenemos en cuenta que los actos de los seres vivos se rigen, entre otros, por los principios de búsqueda de economía -mínimo esfuerzo- y de placer -mínimo dolor-, podremos estar absolutamente seguros de que nadie adhiere a una «secta» para empeorar su situación psicosocial previa al ingreso en el grupo. Al contrario, la fase sectaria -con independencia de la calidad de las condiciones objetivas que definan y delimiten la nueva realidad del sujeto- parece aportar un equilibrio inédito en la estructura de personalidad del neófito. Esta apreciación, aparentemente contradictoria, se explica y justifica gracias a la particular configuración de toda estructura sectaria bajo la forma de universo protector.

Los humanos -y muy particularmente quienes tienen un perfil de personalidad presectaria- precisamos alcanzar una determinada parcela de seguridad para sentirnos equilibrados, y esa seguridad se adquiere de modo gradual a través de una interacción positiva con el entorno social. Pero si el balance es negativo, surge el desequilibrio, el descontento angustioso que empuja a buscar -y encontrar- nuevos marcos sociales acordes con las necesidades sentidas y capaces de darles satisfacción.

Cabría añadir, no obstante, que una dinámica de sectarismo destructivo no puede aportar soluciones sólidas y definitivas a sus angustiados clientes, pero cometeríamos un grave error si no tuviésemos en cuenta que sus «soluciones» atraen y enganchan a muchos, a la par que reducen y compensan estados de ansiedad y, en definitiva, reparten equilibrios de cartón piedra que sólo se mantienen en la medida en que el sujeto que los disfruta sigue seducido por el marco sectario. De todos modos, no nos engañemos cuando nos referimos a personas con un perfil presectario, que necesitan desesperadamente un determinado tipo de soporte social y emocional para seguir adelante. Debemos tener presente que las «soluciones» que provee una «secta» no serán ni más ni menos útiles o provisionales que cualesquiera otras alcanzadas a través de cualquier otra vía (exceptuando la psicoterapéutica). En estos casos, ya lo hemos dejado bien en claro, la clave del problema reside en la necesidad de dependencia que presenta un determinado sujeto más que en la estructura de que se sirve éste para encubrir y compensar su fragilidad. Sin embargo, también es verdad que el precio personal que se pagará por la conducta adictiva podrá variar mucho en función de las características del grupo del que se pase a depender.

En definitiva, lo que debemos retener es que, cuando se intenta comprender comportamientos y actitudes individuales, debe tenerse bien presente que éstos materializan siempre una vía encaminada a la satisfacción de alguna o algunas de las necesidades básicas que tenemos los humanos. Aunque pueda discreparse de la fórmula elegida por otros para mejorar sus circunstancias, no debemos olvidar que el comportamiento que llama la atención en ellos obedece precisamente a que su elección fue el camino que creyeron más indicado -o el único que fueron capaces de encontrar- para intentar colmar necesidades muy sentidas.

Factores de predisposición que pueden decantar una personalidad presectaria

A. Problemas derivados de la edad

    * Adolescencia/juventud.

B. Problemas derivados de un sistema familiar disfuncional:

    * Empleo de pautas educativas extremas (excesivamente autoritarias o laxas).
    * Malos tratos físicos y/o psíquicos en general.
    * Generación de vínculos sobreprotectores (derivados de la actuación materna especialmente).
    * Síndrome de “ausencia del padre” (por ausencia real, presencia mínima, o débil relación padre-hijo). Carencia de dirección paterna y/o incapacidad para guiar la maduración del hijo y dotarle de estructura y límites que le capaciten para ser un ente autónomo e independiente.
    * Carencias afectivas y falta de atención paternas que impidan fortalecer y/o reafirmar el vínculo paterno filial y el sentimiento de seguridad.
    * Pobre comunicación familiar y/o empleo de pautas de comunicación doble-vinculantes por parte de los padres hacia los hijos.
    * Desconocimiento de la realidad evolutiva y social del hijo y, por ello, incapacidad para ayudarle a superar sus problemas y contener sus conflictos emocionales.
    * Situación de conflicto permanente (reconocido o no) entre la pareja paterna.

C. Problemas derivados de trastornos de la personalidad:

    * Tendencia a la soledad y a la depresión.
    * Dificultad para comunicarse y establecer relaciones. Inseguridad, incertidumbre, confusión y ambivalencia.
    * Tendencia a la ansiedad y la angustia. Inmadurez afectiva.
    * Necesidad de afecto y/o sobrevaloración de la esfera afectivo-sentimental y de las espectativas que cabe esperar de ella.
    * Dependencia y falta de autoconfianza.
    * Baja autoestima.
    * Sentimiento de soledad y/o abandono.
    * Tendencia a la autoculpabilización.
    * Tendencia al idealismo ingenuo.
    * Tendencia a la credulidad.
    * Dificultad para expresar ideas de forma crítica.
    * Falta de asertividad.
    * Baja tolerancia a la ambigüedad.
    * Baja tolerancia a la frustración.
    * Necesidad de valores y/o respuestas absolutos.
    * Búsqueda de la satisfacción inmediata (impaciencia por obtener resultados).

D. Problemas derivados de dificultades de adaptación a la realidad social:

    * Insatisfacción con la vida cotidiana.
    * Depresión y/o rebeldía ante la realidad social.
    * Sentimiento de alienación.
    * Dificultades de adaptación a las estructuras y/o normativas sociales mayoritarias.
    * Desarraigo generalizado.
    * Carencia de un sistema de valores y/o de marcos normativos o autonormativos sólidos.
    * Tendencia a conceptualizar e interpretar los problemas cotidianos desde perspectivas religiosas. Sentimiento de falta de plenitud.
    * Desilusión y/o frustración ante las ofertas del ámbito sociocultural y sus expectativas.

E. Problemas derivados de una búsqueda religioso-espiritual:

    * Aspiración de perfección y trascendencia espiritual.
    * Preponderancia del pensamiento mágico sobre el pensamiento racional.
    * Susceptibilidad y/o atracción hacia los estados de trance y similares.
    * Apetencia por experimentar nuevos estados alterados de conciencia.

F. Problemas derivados del desconocimiento de los factores de    vulnerabilidad personal ante los procesos persuasivo-manipuladores:

    * Desconocimiento de la propia fragilidad psicológica.
    * Desconocimiento del modus operandi de las técnicas de manipulación emocional (persuasión coercitiva) y de sus resultados.
    * Desconocimiento de las situaciones psicosociales que incrementan el riesgo de vulnerabilidad.
    * Desconocimiento de la realidad y riesgos de las sectas destructivas.

Características de las sectas destructivas

Cualquier grupo – con absoluta independencia de su doctrina – en que se den todos los puntos siguientes, podrá ser un campo abonado, bajo los condiciones apropiadas, para que pueda darse la persuasión coercitiva. Y cuanto más intensamente se dé cada punto, tanto más destructiva podrá ser, para el psiquismo del adepto, la estructura sectaria en cuestión.

  1. Ser un grupo cohesionado por una doctrina (religiosa o socio-trascendente en general) demagógica y encabezado por un líder carismático que pretende ser la misma divinidad o un elegido por ella, o bien un poseedor la “Verdad Absoluta” en cualquier ámbito social.
  2. Tener una estructura teocrática, vertical y totalitaria, donde la palabra de los dirigentes es dogma de fe. Los líderes intervienen hasta los detalles más íntimos y personales de sus adeptos y exigen que sus órdenes sean ejecutadas sin la menor crítica.
  3. Exigir una adhesión total al grupo y obligar (bajo presión psicológica) a romper con todos los lazos sociales anteriores a la entrada al culto: padres, pareja, amigos, trabajo, estudios, etcétera.
  4. Vivir en una comunidad cerrada o en total dependencia del grupo.
  5. Suprimir las libertades individuales y el derecho a la intimidad.
  6. Controlar la información que llega hasta sus adeptos, manipulándola a su conveniencia.
  7. Utilizar sofisticadas técnicas psicológicas y neurofisiológicas (enmascaradas bajo la “meditación” o el “renacimiento espiritual”) que sirven para anular la voluntad y el razonamiento de los adeptos; causándoles, en muchos casos, alteraciones psíquicas graves.
  8. Propugnar un rechazo total de la sociedad y de sus instituciones. Fuera del grupo son todos enemigos (polarización entre Bien/secta y el Mal/sociedad), la sociedad es basura y las personas que viven en ella sólo interesan en la medida en que puedan servir al grupo.
  9. Tener como actividades primordiales el proselitismo (conseguir nuevos adeptos) – realizándolo de forma encubierta e ilegítima – y la recaudación de dinero (cuestaciones por las calles, cursos, actividades claramente delictivas).
  10. Obtener, bajo coacción psicológica, la entrega del patrimonio personal de los nuevos adeptos a la secta o de grandes sumas de dinero en concepto de curillos o auditorías. Los miembros que trabajan en el exterior del grupo tienen que entregar todo o gran parte de su salario a la secta. Y los que trabajan en empresas pertenecientes al grupo, no cobran salarios (las nóminas de esas empresas de la secta sólo son una cubierta legal, ya que nunca se llegan a hacer efectivas – o devuelven luego el dinero – para sus miembros/mano de obra).

¿Cómo ayudar a una persona sectadependiente?

No hay que luchar contra la «secta» -aconsejo a menudo-, sino actuar a favor del sectario.

Una persona sectadependiente necesita, de modo imperioso, la relación intensa y absorbente que ha establecido con su «secta». Igual le ocurre a un alcohólico y a cualquier otro tipo de adicto en relación con la sustancia o el comportamiento del que depende. De esta forma, todo ataque al objeto de su adicción se convertirá automáticamente en una agresión a su núcleo de bienestar (que es, precisamente, el sentimiento que le proporciona su estado de dependencia) y, por ello, producirá el efecto contrario al deseado. Cuanta más presión se ejerza sobre un sectario y su grupo, más profundo se sumergirá a aquél en éste. Por el contrario, si obviando a la «secta» logramos encontrar estímulos ajenos al grupo que ayuden al sectario a sentirse bien, la necesidad desesperada de afiliación que éste experimenta se irá diluyendo progresivamente hasta anular la dependencia del grupo mantenida hasta entonces. En suma, no hay que romperle el objeto de su devoción, sino ayudarle a ver que existen otros grupos o elementos en los que se puede apoyar sin tanto riesgo.

Por ello, cuando se pretende que una persona supere su sectadependencia, lo más adecuado no es «luchar contra la secta», sino, por el contrario, apoyar y ayudar al sectario para que encuentre algún tipo de quitasol alternativo y no lesivo que pueda reemplazar la función que cumple su adicción al grupo. El tema no es nada fácil, puesto que el origen y el fondo de la problemática sectaria son mucho más complejos de lo que la mayoría imagina.

¿Cualquier persona puede ser captada por una secta?

No. Los expertos en problemática sectaria solemos repetir que prácticamente cualquier persona puede ser captada por una secta si es abordada en el momento oportuno. Y este «momento oportuno» es la resultante de diversidad de elementos de predisposición caracteriológica y, muy especialmente, de una serie de circunstancias sociales que sobrecargan, momentáneamente, los niveles de ansiedad y/o estrés del sujeto, haciéndole más vulnerable a la manipulación emocional. Así, pues, aunque no todo el mundo es vulnerable siempre ni a cualquier ataque proselitista sectario, la existencia de situaciones y factores de riesgo determina la probabilidad de que sí seamos vulnerables en muy diversas circunstancias y ante determinados mensajes sectarios.

Para que pueda darse la captación sectaria deben coincidir a un mismo tiempo —el «momento oportuno»— las cuatro condiciones siguientes:

1. Tener un perfil de personalidad presectaria.

2. Estar atravesando un momento de crisis —derivado de una circunstancia puntual y anómala y/o de algún problema largo tiempo sostenido— especialmente grave y doloroso que haga rebosar la capacidad del sujeto para resistir el estrés y la ansiedad.

3. Ser contactado de un modo adecuado —que pueda ser tenido en cuenta por el sujeto— por un reclutador sectario (conocido o no de la víctima).

4. Que el mensaje sectario propuesto encaje con las necesidades, intereses y mentalidad del sujeto.

Si falta una sola de estas condiciones, la probabilidad de ser captado por alguna secta destructiva se reduce drásticamente hasta hacerse prácticamente imposible. Pero también es verdad que, teniendo el primer factor —que persiste de por vida si no media un proceso terapéutico adecuado—, es más fácil que las siempre cambiantes circunstancias de una vida acaben por hacerlo coincidir con los otros tres factores desencadenantes de la adicción sectaria.

Anatomia de las sectas

ANATOMÍA DE LAS SECTAS
Y ACTITUDES PSEUDORRELIGIOSAS

escribe Gustavo Fernández

Encarar el estudio de los movimientos sectarios con orientación espiritual o pseudoespiritual implica dos consideraciones previas: mantener la adecuada objetividad –es muy fácil sentirse inclinado a atacarlas, aun a sabiendas de los perjuicios que ocasionan, por partidismos religiosos o políticos– y, en segundo lugar, desbrozando la paja del trigo, no incluir en un grupo común estos movimientos con aquellos otros que sí buscan, sincera y honestamente, un camino espiritual, con cuyos objetivos podemos estar de acuerdo o no pero que, en razón de la libertad de disenso y del libre albedrío no tenemos derecho a combatir en tanto no dañen ni a la sociedad ni al individuo.

Educar a la sociedad, especialmente a padres y maestros sobre el daño esencialmente psicológico pero también violando expresas figuras penales, que la acción de estos grupos hace en adolescentes y adultos con problemas emocionales, es una exigencia del momento. Pero alentar una persecución represiva puede desembocar en una verdadera “caza de brujas”. Y se requiere un grado particular de madurez para entender que más allá de preocupaciones sensatas existen intereses que también se beneficiarían de la erradicación de aquellos. Igualdad de enemigos no significa igualdad de procedimientos.

Sin que esto deba entenderse como una manifestación ideológica (qué difícil es en estos tiempos y en este país, expresar una reflexión sin que se le trate de encontrar segundas lecturas políticas) debe observarse que, tradicionalmente, los partidos allegados a la izquierda del espectro partidista tienden a demostrar un marcado escepticismo o, mejor aún, una previsión distante y refleja –en el sentido de automatismo– sobre todo lo que tenga un hálito de espiritualidad. No sólo el comunismo fue siempre enemigo de la religión, sino que aun hoy en día muchos especialistas en el tema de las sectas se encuentran, sean conscientes de ello o no, al servicio de ideologías de este tipo, en tanto y en cuanto “despejan” el panorama del público de alternativas que pueden afectar, ora su credibilidad, ora su captación de votos. En tanto, los grupos de derecha, especialmente aquellos fuertemente arraigados en el poder político o económico en países con más proximidad a un feudalismo psicológico del que uno cree conveniente, encuentran en la búsqueda de poder de algunos sectarios la herramienta útil para manipular desde grandes masas humanas hasta pequeños grupos aristocráticamente elegidos. Igualmente cierto es que poderosas religiones instituidas y oficializadas advierten que el histerismo subyacente en una emocional oposición a las sectas puede servir también para eliminar del escenario a grupos sanamente espirituales, ahora potenciales contrincantes de las mismas en el atractivo de los fieles. Basta entonces con endilgarle a alguno de esos movimientos no perniciosos el mote de “secta” para que la opinión pública, sensibilizada, le vuelva la espalda.

Esto se relaciona con el avance de lo que trataremos en otro trabajo: la actividad de parapsicólogos, “sanadores psíquicos”, etc. Es pasmosa la credulidad del público que consume sin discreción este tipo de propuestas, pero también es alarmante la soberbia de ciertos medios académicos o científicos que consideran ridícula toda incursión en estos temas, precisamente por concluir que no existe otra manera de encararla que aquella que caracteriza a los “manosantas” y “curanderos”.

Sobre este particular, debemos recordar el trabajo clarificador que viene cumpliendo el Centro de Armonización Integral, en el sentido de tratar de proponer públicamente una discusión abierta sobre el antiguo pensamiento esotérico, hermético, en el cual, una vez eliminadas las distorsiones que los milenios han provocado, podemos reconocer otros caminos para el descubrimiento de las potencialidades del ser humano. En lo personal, hemos experimentado poco tiempo atrás una anécdota reveladora de esta forma de conflicto: en ocasión de una conferencia sobre el problema de las sectas dictada en esta ciudad de Paraná (E.Ríos, Arg.), se hacen presentes dos individuos –que se identifican como “pastores evangelistas”– que solicitan información sobre las actividades de nuestro Centro. Al advertir que el mismo incluía seminarios sobre “Autodefensa Psíquica” y “Teoría y Práctica del Tarot” comentan, en voz innecesariamente elevada, que en consecuencia “esto no es tan serio como parecía”. Como si admitir la posibilidad de un replanteo conceptual de formas arquetípicas de conocimiento cuasi extrasensorial significara, necesariamente, incurrir en la explotación de la credulidad ajena.

Definición y tipificación de sectas.

En primer lugar, ¿de dónde proviene tal expresión?. Se le aceptan dos raíces: en latín, “sectare” (“separar”) y “secquis” (“seguir”). Ambas definen particularidades de las mismas, pues generalmente se “separan” de otro tronco ideológico, y además “siguen” a un maestro o líder (segundo término que emplearemos, de aquí en más, para citar a quien conduce una de estas agrupaciones). Pero ocurre que, desde un punto de vista estrictamente etimológico, el cristianismo es (o fue) una secta, ya que se desprende del judaísmo (lo fueron todos sus primeros integrantes, Jesús incluido) y, lógicamente, siguieron a un Maestro.

El Vaticano ha propuesto una tendenciosa definición: “Secta es todo grupo o movimiento que tiene un libro rector o un discurso al que se subordinan las Sagradas Escrituras”. Tal es, por ejemplo, el caso de los mormones, ya que la Biblia se interpreta en función de lo que se conoce, precisamente, como El Libro de Mormón. O el de los Testigos de Jehová que, si bien se valen del Antiguo y Nuevo Testamento, éste se encuentra “re-traducido” para, según señalan ciertos expertos, darle una interpretación más afín con sus objetivos. Pero ocurre que existen sectas que abrevan, verbigracia, en fuentes orientalistas, totalmente excluyentes de lo bíblico con lo cual la definición del papado, además de parcial e interesada, queda también incompleta.

Nosotros preferimos adherir a la definición que dice: “Secta es todo grupo o movimiento que, subordinados a un discurso y con un líder carismático, provoca con su accionar perturbaciones psicológicas y fisiológicas en sus adeptos y alteraciones en el orden sociológico que en corto, mediano o largo plazo afectan temporal o definitivamente su capacidad homeostática”. (“Homeostasis”: en Psicología, capacidad de lograr un equilibrio.) Alguien también nos sugirió agregar el concepto de “desvirtuaciones del orden religioso” pero, claro, ¿quién tiene la verdad sobre lo religiosamente correcto?.

La Asociación de Psicólogos de los Estados Unidos ha propuesto dividir a las sectas en destructivas y no destructivas. Las segundas refieren, obviamente, a aquellos movimientos espirituales a los que hiciéramos referencia en el contexto de una búsqueda honesta de la verdad espiritual. Las primeras son, evidentemente, las que dan razón a esta investigación. En ese sentido si se quiere peyorativo de la palabra “secta” es que encuadramos a las agrupaciones mencionadas en este marco.

Ciertas instituciones cercanas a la Iglesia Católica (en Argentina, la FUPES, dirigida por el lic. Carlos María Bahamonde) han propuesto una categorización que consideramos perversa, ya que encierra el germen de la idea de que toda religión fuera de las tres o cuatro universalmente aceptadas y políticamente dominantes (Iglesia Católica, Ortodoxa, Protestantismo, Judaica, Islámica) es sectaria (y la FUPES no distingue entre “destructivas” y “no destructivas”) no sólo retomando aquel viejo concepto de la “caza de brujas” sino mostrando decididamente una patología paranoide –en el mejor de los casos– o una manipulación interesada y discriminatoria –en el peor–. Estos verdaderos “grupos de poder” (que suelen endilgarle a las sectas costumbres por ellos mismos históricamente adoptadas, como la tradición conventual o del Opus Dei de alejarse de la familia, cambiar su nombre –para desintegrar su personalidad anterior– entregar sus bienes a la Iglesia o someterse a ayunos inhumanos, suplicios y flagelaciones) son quizás los más peligrosos, pues aprovechan un sensacionalismo mediático y la histeria de conversión de las masas para retornar a la costumbre medieval de dirigir el odio de un público inmaduro e inculto hacia un chivo expiatorio. Así, católicos disidentes, bautistas, adventistas, testigos de Jehová, mormones, “moonies”, “baha’is”, devotos de Khrisna, de Sai Baba o del Maharishi Maheshi Yogui; rosacruces, gnósticos y masones, seguidores de Gurdjieff o espiritistas, “contactados” con extraterrestres, umbandistas, practicantes de control mental, de metafísica y de yoga, todos son, para ellos, “sectarios”.

Y es posible que algunos de entre ellos lo sean, como seguro es que la mayoría no. Porque si algo hemos aprendido al estudiar desapasionadamente el tema de las sectas todos estos años, es que sectarias son las actitudes, no los grupos. Y que las características de una “secta destructiva” –que enunciaremos a continuación, también son hallables en partidos políticos, equipos deportivos, empresas multinacionales, etc.

Características identificatorias de una secta destructiva

Reduccionismo simplista: A su entender, el Universo es sencillo o, cuanto menos, absolutamente comprensible a través de las enseñanzas de la secta. No existen misterios que, de alguna manera, no le sean accesibles.

Literalismo: En el caso de las vinculadas a un origen cristiano o católico, se trata de una interpretación textual, literal, de lo que dice la Biblia, sin someterla al análisis, la contextualización histórica o la presunción de la alegoría o lo simbólico. En grupos con otras fuentes literarias, se define como un progresivo degeneramiento en la conceptualización intelectual de tales enseñanzas escritas, hasta llegar a una burda aplicación textual. Este literalismo se hace más chocante cuando se trata de aplicar sus preceptos en la vida cotidiana, sin la necesaria revisión o ambientación teológica.

Protagonismo electivo: el adepto, quizás desengañado de las religiones convencionales a las que imagina de espaldas al pueblo, se siente querido, respetado, considerado dentro del ámbito de la secta; escapa a la mediocridad y al anonimato. Para los otros, él parece importar. Demuestran preocupación. Es alguien.

Esto es especialmente evidente en el caso de los evangelistas pentecostales, donde si el adepto ha cometido algún delito en el pasado o manifestado una conducta asocial (alcoholismo, drogadicción, prostitución, violencia familiar) es conminado a dar “testimonio” de su regeneración, es decir, reconocer públicamente, micrófono en mano y escenario mediante, su pasado. Esto, psicológicamente hablando, no sólo viola la intimidad del individuo, exponiéndolo en su desnudez moral ante los demás y generando dependencia –ya que es “salvado” a través de la secta, pero si la abandona volverá a ser el “pecador” que fue antes– sino que degrada la autoestima del sujeto ya que le quita la autoridad sobre sí mismo de creerse responsable de su propia reeducación.

Revelación constante: el sectario o, más comúnmente su líder, tiene “línea directa con Dios”. Entroncado esto con el “reduccionismo simplista”, significa que la iluminación no es producto de un momento especial (histórica o humanamente hablando) ni de un trabajo profundo, devocional, personal, sino que la “comunicación” puede volver a establecerse fácilmente en cualquier momento, casualmente, cuando el grupo ande escaso de información, convencimiento o atractivos.

Imposibilidad de diálogo: si bien al comienzo de la relación todo integrante de una secta busca el diálogo con los de “afuera” (en su necesidad de aumentar fieles) su fanatismo lo lleva a bloquearse ante cualquier abierta discusión de sus ideas. Este autismo es más cierto aún cuando se revierte en el propio sujeto, quien llega a suponer que sus naturales dudas son consecuencia de falta de evolución, o posesión demoníaca, o que el interlocutor está al servicio de intereses espúreos y destructivos. Sólo es posible ese diálogo en la medida en que se acepten sus postulados o se los enriquezca.

Fuerte compromiso grupal: los adeptos cierran filas sobre sí mismos, ven al mundo con hostilidad, llegando a combatir u oponerse a la familia normalmente constituida, la única célula social con un caudal potencial como para oponérseles. Esto lleva a una pérdida de la individualidad y la consciencia yoica, reflejado en el caso de los adeptos que pierden toda voluntad en la toma de decisiones y consultan a sus líderes hasta para las cuestiones más nimias.

Implementación de técnicas coercitivas: Estas se dividen en:

a) Lavado de cerebro (por bombardeo de conceptos conflictivos y abrumadores entre sí, como gritar una letanía junto a un oído del individuo mientras junto al otro se desarrolla una teoría racional, o, como las viejas técnicas soviéticas, usar un par de auriculares con relatos totalmente ajenos uno de otro por cada parlante).

b) Privación de la libertad (con un espectro muy amplio, desde el alejamiento en “retiros espirituales” aparentemente aceptados naturalmente por el adepto, que no advierte así su progresivo condicionamiento, hasta las “comunidades” con alambrados y guardias armados).

c) Ruptura del esquema familiar (se estimula en el adepto su carga de agresividad hacia la familia, responsabilizándola de sus propios fracasos y errores, anteponiéndole la secta como un sustituto afectivo válido).

Promesas de realización personal: el adepto conseguirá o alcanzará, por medio de la secta, todo aquello en lo que ha fracasado anteriormente. Esto es evidente, por ejemplo, entre ciertos grupos evangelistas y, por qué no, en las empresas de “ventas piramidales”: se hace ostentosa exhibición de posesiones a la vez que se relata el estado de “pobreza” inicial del pastor o gerente. La propuesta es clara: “si a mí me fue tan bien, ¿por qué a ustedes no?”. Simultáneamente se hace hincapié en la necesidad de hacer donaciones porque lo que se de materialmente es poco comparado con lo que, también materialmente, “Dios” les ha de devolver, algo así como decir “no le pichuleen al Señor”, generando los cuantiosos ingresos que se le conocen, por caso, a la “iglesia electrónica”.

Respuestas para todo: la angustia ante lo desconocido, tan natural para el hombre, es sublimada en las sectas que siempre darán la respuesta necesaria para cualquier ámbito de su vida: lo económico, lo espiritual, lo afectivo. Esto evidencia, además, una actitud paternalista del líder hacia sus seguidores: son como niños a los que todo hay que explicar y darles una absoluta y perpetua protección.

Atomización de la cultura: los valores étnicos, sociales, tradicionales que conforman el marco cultural del individuo quedan supeditados a la eventualidad de no ser conflictivos con los dictados de la secta, en cuyo caso forzosamente se prescinde inmediatamente de los primeros.

Perturbaciones orgánicas que las sectas provocan en sus adeptos.

Pérdida anormal de peso: muchos de estos grupos enarbolan la bandera del naturismo como una condición necesaria para “eliminar impurezas”, aumentar su “energía” o su “percepción extrasensorial”. Si bien existen buenas razones por cuestiones clínicas para seguir una dieta vegetariana y, si se quiere, también filosóficas, tales cambios alimenticios no deben hacerse ni abruptamente ni sin control médico, entendiéndose además que cada organismo y personalidad necesita de una progresiva y particular adaptación, además de que en ciertos casos es casi impracticable so pena de provocar un cambio pernicioso en el estado de ánimo. Una caída violenta de peso es, se sabe, orgánicamente objetable, pero forma parte del proceso de “conversión” empleado por estos movimientos.

Debilitamiento general: bajo el aspecto de supuestas directivas “espirituales” se les impone un régimen de vida más que espartano pero carente del fortalecimiento psíquico que a aquellos caracterizaba. Se les altera su reloj biológico, se les resta horas de sueño y de esta manera se les quita capacidad de razonamiento y voluntad, observación y crítica, haciéndolos fácilmente manipulables.

Automutilaciones: desde el simple rapado de cabello hasta la castración pasando por el cortarse la falange de un dedo cada vez que fallece un “hermano”, todas tienen, en distintos grados, el objetivo de afectar la autoimagen del individuo y la seguridad en sí mismo que podría emanar de esto.

Alteraciones metabólicas por carencias alimenticias: aunque no se le prive de “cantidad” de comida –lo que por cierto sí suele hacerse– eliminar del menú ciertos componentes (como los proteínicos) es, a propósito, una muy efectiva manera de alterar el normal funcionamiento cerebral del sectario.

El encuadre psicológico de las sectas

Existen ciertas constantes en la conducta de los integrantes de una secta que son apenas el reflejo de la propia conducta de su líder. Entre ellas, sobresale el evidente paternalismo, que se pone de manifiesto apenas el futuro discípulo se aproxima a la misma: siempre el “bien de cambio” es uno solo: el afecto. El adepto se siente querido, comprendido, es decir, protegido, lo que como veremos más adelante es determinante a la hora de forzar su ingreso.

Tipológicamente, podríamos decir que quienes preferentemente son capturados por las sectas destructivas responden a dos naturalezas: adolescentes (o adultos inmaduros) con grandes carencias afectivas o temores frente al mundo, o personas mayores con un amplio ciclo de vida cumplido y que desplazadas de la consideración familiar, con una clara sensación de inutilidad dentro del grupo y, en consecuencia, una sensible lesión en su autoestima. La seducción del líder se ve reforzada cuando éste, al proponer sus enseñanzas o normas de vida, aduce dejar a cada uno la libertad de elegir su curso de acción; cuando sugiere no tratar de convencer a terceros o, mejor aún, cuando pide no ser creído, sino que cada seguidor “experimente” y después concluya. Esto es, ciertamente, apenas una hábil treta psicológica para consolidar la admiración del adepto por el líder: no hay como afirmar “no me crean” para ser creído a rajatabla.

A fuerza de ser objetivos, debemos reconocer que existen dos grandes vertientes que alimentan la jerarquía de líder sectario: está aquel que cree realmente en su papel mesiánico, y está aquel que encuentra aquí la realización de sus frustraciones así como la conquista de poder. También puede decirse que estos individuos buscan un cómodo “modus vivendi” donde un grupo de desesperados le sostengan económicamente, ya sea con aportes pecuniarios, ya sea con su trabajo gratuito pero, en última instancia, todo se encasilla en una de las motivaciones más inconscientes y profundas del ser humano: el placer del poder, un poder que aunque no se ejerza con autoritarismo siempre es reflejo de una personalidad de tales características.

Esto es lógicamente alimentado por el propio adepto en su búsqueda de protección, que es lo mismo que decir de referencias válidas para su vida interior y exterior, seguras y perennes. Una de las características más sobresalientes de este proceso es que, generalmente, el ser humano no busca “la” verdad; apenas, que le sea reafirmada “su” verdad, de donde adscribe afectivamente a cualquier individuo (que por su protagonismo refleje esa imagen de autoridad) en el que crea ver que, de palabra o de hecho, realiza sus profundas pero jamás expuestas (por inseguras) convicciones.

El adepto, decepcionado de (o por) las religiones convencionales (que sospecha de espaldas al pueblo, con liturgias o filosofías de oscura comprensión y distantes de sus cotidianos problemas comunes) busca soluciones alternativas, mágicas, en el sentido de mayor resultado con el menor esfuerzo. No le gusta (y no sabe) pensar, de allí que la actitud sectaria de cobijarlo, orientarlo y darle ya elaboradas respuestas a todas sus preguntas lo aleja de la realidad ansiosa de la duda. Pues sólo los espíritus equilibrados enfrentan desapegados afectivamente la incertidumbre de su propia vida.

Pero tanto el adepto como el líder “racionalizan” a su manera esa fobia a la angustia, elaborando una cosmovisión donde todo está explicado, catalogado y es accesible. Esto también es alienación, reacción psicótica y, por eso mismo, difícil su abordaje y tratamiento: aunque encuadra en etiologías psicopatológicas, un alienado nunca se reconoce como tal.

La secta se va transformando así en una verdadera “droga mental”; mucho más peligrosa que la física, pues mientras ésta también afecta al organismo (que es en realidad lo que moviliza al entorno del afectado en la búsqueda de una solución) aquélla, más sutil y de efecto prolongado, mina y disgrega su personalidad. El daño que esto hace al sujeto es incalculable, porque si ocurre en la etapa adulta, una personalidad atomizada es difícilmente reversible y deviene en una conducta esquizofrénica. Si ocurre en la adolescencia, lo que en ella es impreso se arrastra a lo largo de toda la existencia, prefigurando núcleos de conflictos (traumas y complejos) futuros.

Apocalípticos, generalmente buenos explotadores del milenarismo (arquetipo psicológico colectivo que cíclicamente angustia al hombre con la presunción de un inminente “fin del mundo”), evaden la discusión de sus filosofías o técnicas; de hecho, muchos líderes de sectas instruyen a sus fieles a “disimular” frente a amigos o familiares sus actividades, con la consigna de que “no están aún preparados” para entenderles. Así, por oposición considerándose detentadores de un nivel evolutivo superior, por un lado estimulan el alicaído ego de sus seguidores y, por otro, mantienen en la prudencia de la reserva sus tareas.

Este condicionamiento favorece, por un lado, la violación del libre albedrío y el derecho al disenso, el bien más sagrado del ser humano, pues si bien se aclara que cualquier miembro puede retirarse de la secta cuando lo desee se sugiere, ex profeso, que tal actitud sería una traición a los otros miembros y una pérdida del lugar reservado entre los “elegidos”, con los cuales, por otra parte, todo disenso es imposible: amparados en una actitud de “comprensión” para quienes –nosotros– no hemos alcanzado su grado de iluminación, no exentos de soberbia, ven en toda motivación crítica y reflexiva el estigma de una hipotética inferioridad espiritual.

Puede señalarse entonces como una de las tendencias más marcadas en las modernas sectas el hecho de que sus miembros son preparados para “camuflarse” en la sociedad. El contestatario hippie de los años ’60, cuanto menos, era más honesto: frontalmente negaba esa sociedad. En realidad, lo que se busca es no perder comodidades de este mundo y ganar los “beneficios” de su nueva posición. Cabe aquí entonces preguntar: ¿dónde se encuentra el sacrificio milenariamente pregonado como escalera a la suprema comprensión?.

Por otra parte, debemos considerar el advenimiento de lo que ha sido dado en llamar “la era de Acuario”: un nuevo orden social que en lo espiritual se caracterizaría por el agotamiento de las religiones convencionales y el surgimiento de un individualismo moral, no anárquico sino autorreflexivo y en búsqueda constante. Es posible que en el futuro predomine esa concepción; pero, hoy por hoy, apenas es interpretada por algunos como una atomización religiosa, la búsqueda de respuestas alternativas más fáciles y “a medida” de las necesidades de cada uno. En otras palabras: la multiplicidad de sectas y agrupaciones espiritualistas y pseudoespiritualistas existe porque múltiples y diferenciados son los requerimientos del ser humano, igualmente diferenciado con sus congéneres.

Y si de precisar las particularidades psicológicas del líder de la secta se trata, podemos señalar que, clínicamente, son evidentes su bovarismo, esa actitud veleidosa e insatisfecha, dominada por un concepto propio mítico e irreal, en el que no se distinguen los límites entre fantasía y realidad. El término proviene de la novela “Madame Bovary”, de Flaubert.

Esta ambigüedad fronteriza sólo sería perniciosa para el responsable (y sus planes) si no se viera amplificada por otras disfunciones patológicas. En efecto, muchos individuos son víctimas de su propio bovarismo, y es precisamente ese comportamiento el que les encadena a una vida de irrealizaciones y no concreciones. El sujeto, inercialmente, encuentra más agradable el continuar elucubrando (que, por esa difícil capacidad de discernimiento entre lo objetivo y lo subjetivo, para él es igualmente real) que en pasar a la acción. De todas maneras, es ese bovarismo en los adeptos de una secta lo que los hace dependientes de aquella personalidad que puede “cosificar” el entorno de sus sueños.

La levadura psíquica que lleva al líder de una secta a asumirse como tal (tenga ésta millares de seguidores y termine, en definitiva, persiguiendo otros objetivos, como los económicos, ya sea que tenga apenas un puñado de fieles) es la necesidad de contrarrestar la angustia del propio conocimiento de su complejo de inferioridad social. El complejo de inferioridad es el impulso, natural, que lleva al individuo a superar una incapacidad física o psíquica, imaginaria o real. En sujetos neuróticos deviene en una hipercompensación (características de comportamiento desequilibradas) o en descompensación (el sujeto se refugia en la enfermedad para excusar su propio fallo). Así, a partir de esa inferioridad original (que en el caso del líder sectario puede ser una proyección de sus propios complejos afectivos) el sujeto convierte su enfermedad en una justificación por sí misma, entendiendo a la sociedad en un todo como su enemigo natural y al ámbito de su secta como el búnker moral en el cual refugiarse.

En la mayoría de nosotros, de existir, el complejo de inferioridad nos empuja a superarnos. Es, lo dijimos, un impulso natural. Tan natural como el llamado “instinto de poder” obvio en todos nosotros. Con la salvedad de que, en la mayoría, eso nos lleva a la búsqueda de poder por los medios lícitos: la adquisición de bienes materiales, la seducción sexual, la generación de una familia o el protagonismo político, por ejemplo. En todos los seres humanos es natural la búsqueda de poder y, cuando ésta no existe, podemos presumir la existencia de una represión. Y, necesariamente, debemos entender que, en un contexto psicológico, “poder” no conlleva el sentido amoral que le da el lenguaje cotidiano.

Porque psíquicamente es sana la búsqueda de la superación, de poder. Lo que puede ser ilícito es el camino para acceder al mismo. Y en esto último es en lo que incurre el líder sectario.

Es habitual descubrir en el líder de una secta una personalidad esquizoide, caracterizada por introversiones, actitudes excesivamente meditativas, frías, cerradas, incapaz de verdaderos y duraderos afectos. Suele tener dificultad en sus relaciones sociales fuera de su “territorio” y tiende a rehuir el encuentro con personalidades que entiende más dominantes que la propia, refugiándose en actitudes contemplativas y especulativas, o en pasatiempos extravagantes.

En él, al igual que en algunos de sus adeptos, puede evidenciarse una esquizofrenia hebefrénica, caracterizada por graves formas de desorganización de la personalidad, perdiendo por completo la relación con la realidad, presentando manías y alucinaciones (como manía, entendemos un trastorno psíquico en el que se produce un grado elevado de excitación) que en ocasiones puede degenerar en una esquizofrenia paranoide (acentuada por delirios de persecución). En el líder sectario, tales manías adoptan la particularidad de ser de grandeza (convicción de ser una persona absolutamente excepcional) alternando con síndromes maníaco-depresivos (trastornos caracterizados por la alternancia de fases de extrema euforia y depresión). Este cuadro, complejizado sobre sí mismo, deviene en formaciones reactivas (mecanismos de defensa a través del cual un motivo que no puede ser satisfecho –por ejemplo, un amor no correspondido– es sustituido por su contrario –sentimiento de odio–).

¿Y qué ocurre mientras tanto con el adepto?. Aquí podemos distinguir entre las problemáticas de personalidad que generan la dependencia de la secta, y las consecuencias de la relación con la misma.

Entre las primeras, además de lo ya señalado, especialmente el delirio de grandeza (porque por algo él es el “elegido”, o el “evolucionado”) encontramos atimia (condición caracterizada por humor melancólico, apatía y falta de sentimientos). Entre los segundos (especialmente cuando el individuo percibe inconscientemente los aspectos moralmente discutibles de su agrupación) un marcado sentimiento de culpabilidad (derivado del conocimiento que puede presentar un grado variable de consciencia, de haber infringido códigos de comportamiento o valores éticos o sociales. Retenido en el inconsciente, puede causar conflictos de tipo neurótico). El proceso de identificación con el líder, proceso inconsciente a través del cual se adopta a otra persona como modelo al que tiende a semejar en el comportamiento y en la manera de pensar o sentir, desemboca en patologías como la ecolalia (fenómeno esquizo frecuente, consistente en la repetición automática de palabras de otros) y la ecopraxia (cuya manifestación consiste en la imitación de acciones y gestos de terceros) y, finalmente, en la despersonalización (pérdida de la noción real de la propia persona, provocada por la sensación de no ser ya uno mismo).

Acorralado en su propia ansiedad pues los desequilibrios psíquicos se realimentan a sí mismos) el adepto tiende a ejecutar compensaciones, siendo estos mecanismos de defensa inconscientes que lo mueven a reaccionar ante una condición suya de inferioridad, imaginaria o real, con la intención de restablecer un equilibrio favorable para él. Este proceso generalmente es defectuoso, y degenera en complejos, entendiéndose como tales al conjunto de estados afectivos, representativos y cognitivos inconscientes, asociados entre sí en una sola unidad estructural y que determinan el comportamiento del individuo obligado a sentir y actuar según un modelo repetitivo. Este proceso, de manera voluntaria o no, es estimulado por el líder pues es condición sine qua non para generar dependencias.

El “ablosung” (mecanismo que en Psicología permite anular una relación psíquica que se establece entre dos personas, de manera subordinada) sólo es viable mediante una “desprogramación” aplicando terapia no directiva, psicoterapia aplicada por Carl Rogers, cuya finalidad consiste en crear un ambiente caracterizado por el calor humano, comprensión e intimidad, con el fin de que el sujeto pueda considerarse en completa seguridad.

Porque es la falta de ésta (de seguridad) lo que en última reducción se observa como factor desencadenante del ingreso a la secta. Un entorno familiar frío o desentendido de las necesidades (materiales o espirituales) del individuo es un pasaporte abierto a las sectas que, precisamente, seducen mefistofélicamente al angustiado con ambientes agradables, sonrisas afectuosas y palabras que éste está deseando desesperadamente oír.

Otras alteraciones psicológicas y neurológicas que se producen en la secta son: alucinaciones cinestésicas (sensación ilusoria de ser “tocado”, de “presencias”, que no debe confundirse con la verídica percepción extrasensorial), alucinaciones auditivas (el caso de los “mensajes revelados”), alucinaciones visuales, estados de disociación, alteraciones en el dormir, “flashbacks” (imágenes inconexas que se proyectan en el consciente sin razón alguna), cuadros autistas, alteraciones del lenguaje y pérdida del equilibrio emocional.

También puede sindicarse a las sectas destructivas por la comisión de delitos penales tales como falsificación de documentos públicos, estafas a la credulidad pública, ejercicio ilegal de la medicina, privación de asistencia médica (el caso de menores, hijos de Testigos de Jehová, impedidos por sus padres de transfusión de sangre), adquisición fraudulenta de fondos, enriquecimiento ilícito, evasión fiscal e incitación a la prostitución.

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