Zooatropia

Desde su génesis, la modernidad desparramó sobre el mundo una nueva concepción de éste, donde toda creencia que no estuviese fundada en la razón estaría condenada al destierro. Frente a la claridad que parecían brindar las luces de la ciencia, los elementos sobrenaturales de la vida del hombre comenzaron un proceso de extinción. La creencia en la zoantropía, supuesta capacidad del hombre de metamorfosearse en animal, que se ha manifestado en casi todo el planeta; no escapó al desvelo moderno, y pasó a ser considerada como fruto de supercherías y delirios monomaníacos.
Quizá los orígenes de la zoantropía se hallen en la prehistoria, cuando el hombre se encontraba en las misma condiciones que los demás animales a la hora de procurarse alimentos. Muchas de aquellas criaturas estaban mejor equipados que el hombre para atacar y obtener un presa, lo que provocaría en él cierta impotencia ante la carencia de cualidades envidiables como la velocidad y la fuerza.
Con el fin de obtener sus codiciadas habilidades, el hombre comenzó a experimentar con el uso ritual de huesos, pieles, excrementos y cualquier otra cosa que pudiera obtenerse del animal. De esta manera, nacía el nexo entre el chamanismo y el reino animal. Con el tiempo, el chamán de la tribu tendría el poder de convocar al espíritu del jaguar o del lobo para que sirvieran de aliados a los cazadores tribales. A partir de esto, llegar a considerar a un chamán como un hombre-animal, sólo distaba de un paso.
El objetivo de este trabajo consiste en realizar un somero recorrido a través de las variadas manifestaciones zoantrópicas en los diversos rincones del planeta a lo largo de la historia de la humanidad.
En este trabajo se exponen también, algunas teorías sobre este fenómeno desde la particular visión de Elifás Leví y de Antonio González de Salas.

Aspectos generales sobre la zoantropía
La transformación de humanos en animales ha sido en todo tiempo habilidad del brujo. En una u otra forma, y más o menos preferentemente según su vocación y aptitudes, se considera que el brujo tiene la capacidad de ser zoántropo.
Se supone que existen zoántropos desde que hay brujos en el mundo, y éstos habitan en él desde tiempos inmemoriales. Previo al descubrimiento de América, había en el continente brujos declaradamente zoántropos. Entre ellos hay diferencias cuantitativas, pero están unidos por el hecho de haber realizado un pacto con el diablo, que puede ser más o menos condescendiente con unos que con otros. La diferencia estribaría, única y exclusivamente en la calidad de las aficiones y en el mayor o menor poder que el brujo recibe de su patrono.
La zoantropía fue, sin duda alguna, uno de los primeros frutos de la superstición, hermana de la ignorancia de las arcaicas sociedades humanas.
La superstición trajo al mundo al hechicero, que es su ministro, su intérprete, su representante. Ya se considere a la zoantropía como una creencia en la transmutación de seres humanos en bestias, o como un género de locura que de ella se origina (la manía lupina, por ejemplo), ofuscó y aquejó en un principio, a latinos y griegos, a los pueblos de Oriente y con posterioridad a los de Europa. Las sociedades humanas padecieron en todas partes, extravíos de la misma índole. Los tenía el Nuevo Mundo al tiempo del descubrimiento. La conquista los halló en los bohíos y en las tolderías del aborigen y en los imperios del Inca y de Moctezuma. Después de la conquista florecieron en los nuevos pobladores, en campos y ciudades.
Cuentan las relaciones historiales de los misioneros, que en las regiones que vierten al Paraná y Uruguay, había una casta de indios que eran poseídos por un espíritu maligno, que los impulsaba a penetrar en pueblos a modo de perros rabiosos y hacer en ellos carnicerías. De repente, se apoderaba de ellos un furor irresistible y, con su arco y flechas, rugiendo como fieras mataban a la gente y se la comían. Se dice que solían vagar de noche por los campos como enajenados, tomando brazas de fuego con las manos, llevárselas a la boca y engullirlas sin que les hiciesen daño. Pasado el furor, no sabían qué era aquello que interiormente les motivaba a ejecutar cosas semejantes. Estos indios eran llamados apiocarés, que quiere decir hombres protervos o sin discurso [1].El licántropo, que de Europa se trasladó con los nuevos pobladores al continente de Colón, ha podido pasar a ser zoántropo con facilidad en su nuevo domicilio. Al pisar las playas de América, se encontró con un colega que le dejaba muy atrás en habilidades. En toda la región meridional del continente hubo zoántropos. En todas las costas bañadas por el Atlántico, el licántropo halló hechiceros o brujos capaces de tomar las formas de lobo o de cualquier animal feroz cuyos instintos y poder irresistible le conviniese utilizar para satisfacer sus pasiones o para la ejecución de empresas menos interesadas. En las regiones que se extienden del Amazonas hacia el Orinoco, salió el Tejoje a recibirlo. En las regiones que comprenden desde el istmo de Panamá hacia el Orinoco se topó con el Payé o hechicero que, como el Tejoje, sobrevivió a la entrada de los españoles y portugueses.
Las mitologías y las tradiciones indias son también una rica fuente de creencias vinculadas a la zoantropía. Los brahmanes habían sistematizado las primitivas creencias del pueblo y unificado toda aspiración fetichista, ya desde el zoomorfismo más elemental al antropomorfismo más perfecto. El vishnuismo, que por un lado humaniza y por el otro zoomorfiza todas las fuerzas de la naturaleza, agrupa estas primitivas creencias, las recopila literariamente y forma un cuerpo de doctrina cuyas avataras se narran las sucesivas transformaciones que sufre el divino Vishnú.
Para librar de la muerte a los hombres, Vishnú se encarna primero en tortuga gigante y, con su fuerza colosal, como lo hiciera Hércules, sirve de soporte al mundo; en el jabalí de dientes afilados que lo limpió de los peligros; y en el monocero o pez milagroso que dirigió el rumbo de la nave de Manú cuando éste fue salvado con los suyos del diluvio. Su transformación en Hombre León o Nurisnha le permite despedazar al demonio que acometía a los dioses. En sus transformaciones humanas, Vishnú es sucesivamente Rama, Khrisna y Buda, amén de simbolizar a todos los gurús o fundadores de sectas religiosas.
Algunos avatares de Vishnú, como Khrisna y Rama, aparecen en ciertos pasajes también con atributos bestiales, en especial cuando se ven obligados a luchar contra sus enemigos.
En el mismo espíritu que los avatares indias están las “transformaciones” de los antiguos egipcios: más allá de la muerte, el egipcio esperaba renacer o, mejor dicho, sufrir transformaciones a través de diversos animales sagrados, para volver por fin a su forma humana original, que guardaba celosamente gracias a los perfectos procesos de momificación. Durante el período de pérdida de su humanidad, en las sucesivas encarnaciones zoomórficas, debía luchar contra bestias fantásticas o impías que hacían de él su presa favorita. Estas fieras se representan en jeroglíficos egipcios como hienas, chacales y, principalmente, como lobos que pueden devorar la sombra material del individuo y hacerle imposible la resurrección.
Subyaciendo con la figura del zoántropo, como ocurre con la del vampiro, se hallan rasgos de erotismo perverso que, cuando se manifiesta en el hombre, llega a la consumación de los más horribles crímenes. Esta misma característica se da en los dioses: Khrisna es un dios báquico que corretea tras idílicas y voluptuosas pastoras, pero halla el verdadero goce cuando al fin lucha contra los reyes impíos y los despedaza. Rama, bajo la tutela de Hanuman, el dios mono, marcha al frente de su ejército cuando invade Ceilán y destroza alegremente los cráneos de los enemigos.
En la tradición bíblica, existe también algunos casos de zoantropía. Caín, tras haber asesinado a su hermano Abel para arrebatarle a su esposa Aclima -dicen los talmudistas-, vagó por las selvas llevando una vida errante, y que tan agudo fue su proceso de animalización que, años después, uno de sus nietos lo mató creyéndolo una fiera salvaje.

Teorías sobre la metamorfosis zoantrópica
Según el sacerdote Rosacruz francés Alphonse Louis de Constante –más conocido como Elifás Leví (1810-1875)-, clásico expositor de la ciencia oculta, expresa en su obra Dogme et Rituel del la Haute Magie que ninguna de las personas que supuestamente son zoántropos, saben qué es lo que padecen. Leví sostiene que ninguna persona habría sido muerta por un zoántropo sin herida de sangre; que ninguno de éstos, aun herido, habría muerto en el acto y lugar de la pelea; y que los individuos que se sabían zoántropos se habrían hallado siempre en sus casas, después de haber sido perseguidos, más o menos lastimadas, pero en su cuerpo antropomorfo. Un zoántropo, según Leví, es el cuerpo sideral (1) de un hombre cuyos instintos salvajes y sanguinarios representa el lobo. Penosamente duerme en su cama y sueña que es lobo, mientras el fantasma que lo representa, el animal, vaga por el campo. Se hace manifiesta la sobreexitación, próxima al sonambulismo, que ocasiona el pánico en los individuos que le contemplan, o la particular disposición de los campesinos a ponerse en comunicación con la luz astral (2) a cuyo favor se realizan las visiones y los sueños. Los golpes que recibe el zoántropo hieren a la persona dormida que representa; lo que se verifica en virtud de una congestión ódica (Od: Fuerza vital, que todo lo penetra y que de todos los cuerpos fluye incesantemente, a manera de dinamismo cósmico. Ódico: que incluye od o pertenece a él) de la luz astral, de una correspondencia entre el cuerpo inmaterial y el cuerpo material[2].Un erudito humanista de principios del siglo XVII, D. Jusepe Antonio González de Salas, concibió, disertando sobre zoántropos, una idea muy original. Así como parece haber hombres que se transforman en bestias, se planteó el hecho de por qué no habría de ser posible que las bestias, a su vez, se transformasen en hombres. Confiesa, no obstante, que antes de él, pensaron lo mismo Simónides y Proclo; pero González, según sus palabras, aún no había leído sus obras, cuando le surgió aquella inquietud, hallazgo que dio lugar a que ya por entonces “recelasen espíritus nobles y trascendidos” que viviesen entre la gente, lobos, asnos, cerdos y otros diversos animales en figura de seres humanos, pero con hábitos, actitudes, ademanes y rasgos fisionómicos que delataban su forma e índole natural. No debería sorprender, por tanto, la probabilidad de toparse con individuos que, después de verlos y hablar con ellos, y a veces de primera ojeada; se muestren irracionales; lo cual indicaría, para González de Salas, ser bestias con apariencia de hombres [3].

Esta supuesta habilidad de los animales de transmutar se puede apreciar en El Monstruo del Mar (The Sea Thing, 1939), cuento del escritor A. E. Van Vogt, donde un dios-tiburón adquiría forma humana para vengarse de un pescador que intenta matarlo de un arponazo. La mirada del furibundo tiburón-hombre despertaba una gran perturbación entre los personajes del relato, quienes intuían que aquel hombre ocultaba un ominoso secreto.
Leví desarrolla también una teoría muy similar a la de González de Salas. Según Leví, la fisonomía de cada individuo lleva marcado el sello de su instinto predominante. Esta circunstancia le predispone a transformarse, por medios adecuados, en el animal cuyo instinto manifiesta predominar entre las condiciones de su carácter. A unos instintos contraponen otros diferentes de igual o mayor eficacia, por los que los que son equilibrados o vencidos.
Si se es un perro –dice Leví- y se busca el amor de una gata, no se debe hacer más que metamorfosearse en gato por medio de la observación, de la imitación y de la imaginación, a través de la “polarización de la propia luz animal, hasta conseguir el equilibrio de la fuerza que obraba en sentido antagónico”. La Polarización magnética puede efectuarse por medio de formas animales. Los magnetizadores dan al agua pura, por sola imposición de las manos, las propiedades del vino o de un medicamento. Los domadores de fieras dominan al león, superándole mental y magnéticamente en fuerza y bravura. Los animales son los símbolos vivos de pasiones e instintos de los hombres: el hombre tímido se convertirá en liebre, y el feroz, en tigre. Leví comenta que San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, desarrolla una gran potencia mágica ordenando a sus discípulos que vean, gusten y palpen las cosas invisibles. “El jesuita comunica la eficacia de sus principios a un conjunto de voluntades igualmente acondicionadas, y cada uno de los padres de la compañía es tan fuerte como la sociedad religiosa que integra, y esta sociedad es más fuerte que el mundo”. [4]

Licantropía: la celebérrima forma de zoantropía
El licántropo no representa sino una de las variadas formas de zoantropía. Sólo que la licantropía vino a ser la forma clásica, la que preponderó en Europa, e hizo olvidar todas lasa demás de las que se revistiera el zoántropo. El patrono de los hombres lobo es Licaón, rey de Arcadia y de cuyo nombre se deriva el término.
Pausianas, Platón y Ovidio han dado distintas versiones de lo que le ocurrió a Licaón, pero coinciden en señalar que su gran arrogancia y presunción lo llevó a querer burlarse de Zeus invitándole a comer un guiso preparado con el cadáver de su propio hijo. Zeus, al darse cuenta del engaño, lo castigó transformándolo en lobo.
Plinio recoge a su vez en la Historia Natural el caso de un brujo llamado Domaco que por haberse comido el vientre de un niño, era transformado en lobo durante una noche de luna llena.
Nabucodonosor, rey de Babilonia, fue metamorfoseado en buey durante siete años, como castigo divino por haber sometido a los israelitas. La leyenda dice que cuando el rey de Babilonia recuperó la forma humana, sus uñas quedaron deformadas a modo de pezuñas de buey. Afectado por un trastorno cerebral, Nabucodonosor habría padecido la llamada manía lupina o insania lupina, extraña afección que tanto apasionara a médicos, teólogos y demonólogos. Santo Tomás sostenía que la transformación de Nabucodonosor sólo existía en su exaltada imaginación.

Pero más que un buey u otra figura animal, es la del lobo la que adopta quien padece la manía lupina; y es justamente esta figura la que da origen a su denominación en todas las lenguas europeas: werewolf, loup-garou o loup-varou (del latín lupus varios), garwall, lobisome, etc.
Poetizados los licántropos por Homero, Ovidio y Apuleyo, los hombres lobo han tenido siempre una característica: no hay folklore ni religión que no haga alusión a los avatares de los dioses y demonios en su transformación bajo un aspecto seductor, punitivo o triunfante. La fatalidad ha querido que esas amables fantasías sean a menudo tomadas al pie de la letra, habiendo dado lugar así durante el Renacimiento, a discusiones interminables, y tanto más inhumanas, ya que desembocaban en la ejecución de la pena de muerte de aquellas personas consideradas brujos, acusados de haber revestido forma animal.
En la antigüedad, las creencias estaban, por otra parte, escindidas respecto del carácter divertido o maléfico de las transformaciones animales. Al lado de los trucos y trampas que los dioses empleaban para seducir a los mortales, existían verdaderas víctimas maleficios de cólera celestial, como son los casos de los compañeros de Ulises y el del ya mencionado Nabucodonosor.
El caso más flagrante de licantropía es posible que sea, sin embargo, el de Osiris, que salió de los infiernos y, adoptando la forma del lobo, ayudó a su esposa Isis y a su hijo Horus en la lucha contra el tifón.
Durante la Edad Media, los hombres-lobo podían ser identificados según señales inequívocas, cuando su transformación no era evidente: por frecuentes contorsiones corporales o su andar felino, por la hinchazón de la cara, insensibilidad a los insectos y los parásitos, respuestas extrañas que no correspondían a lengua alguna conocida, punzadas de agujas sin que hubiera efusión de sangre, y el signo más verídico: los clamores de vientre.
Mediante estas señales, y principalmente debido a los clamores abdominales, cuenta Ramón Hervas Marco, en su libro Los Hombres Monstruo, que en el siglo XVII fue detenido un hombre llamado Giles Garnier. El propio Luis XIII siguió de cerca el asunto y cuando supo que sus corchetes (suerte de cuerpo policial) habían hecho que una zorra hambrienta devorara el hígado del desdichado sin que éste manifestara dolor, autorizó su proceso.
Probado que tomaba frecuentemente la forma de lobo para cometer asesinatos, Enrique Camus, conserje del rey, manifestó al tribunal que Garnier habría ido a una viña pocos días antes de Todos los Santos y allí había atrapado a una niña de doce años a la cual mató con sus colmillos y garras.
Según demostró la instrucción, pocos días más tarde de estos hechos, Garnier habría vuelto a atacar a otra niña para devorarla. Y ya la tenía bajo sus garras para despedazarla, cuando a los gritos de la desdichada acudieron unos vecinos y pudieron salvarla, aunque, aparentemente, bastante maltrecha. Después de la fiesta de Todos los Santos, estando todavía en su forma de lobo, habría devorado un muchacho y, posteriormente, ya en su figura humana, robando un niño y con la intención de comérselo.
Quemado vivo y echadas sus cenizas al viento, Garnier no parece ser el único loup-garou registrado en los documentos franceses.
Juan Grenier, un muchacho de quince años, fue también condenado al la hoguera acusado de ser un brujo lobo y de haber comido a varios niños, según testimonió Juana Garibauc, una muchacha de su edad que habría sido atacada por él.
Estando el diablo medieval representado por el macho cabrío, no es extraño que se considerase que Satán se posesionaba de los hombres tomando rasgos animales que simbolizaran la crueldad de sus crímenes. ¿Y qué animal más cruel que el lobo a los ojos de los aldeanos europeos?
Como escribe el demonólogo Lancre: “El diablo se transforma más a gusto en lobo que en otro animal porque el lobo es devorador y, por lo tanto, más dañino que otros animales. También porque el lobo es el enemigo mortal del cordero, en cuya forma fue figurado Jesucristo, nuestro Salvador y Redentor…”. [5] Príncipes y Varones de toda Europa creyeron firmemente en la posibilidad de que un hombre pudiese transformarse en lobo. Segismundo (1368-1437), rey de Hungría y líder del Sacro Imperio Romano Germánico, hizo que la Iglesia reconociera oficialmente la existencia de hombres-lobo durante el concilio ecuménico de 1414. Allí, se llegó a la conclusión de que, en efecto, había licántropos u hombres que, con la ayuda del diablo, podían transformarse en lobos. Se llegó a considerar inclusive, que era una herejía negar o no creer en la existencia de licántropos. En el siglo XVI, el fenómeno adquirió tales proporciones en toda Europa que la Iglesia romana decidió llevar a cabo una investigación oficial. Entre 1520 y mediados del siglo XVII, se enumeraron unos treinta mil casos de licantropía en Europa occidental, Serbia, Bohemia y Hungría.

El poder de las flores, o cómo Luciano de Samosata recuperó su forma humana
Durante la Edad Media, y aún la moderna, se generalizó en Europa la creencia de que las personas de ambos sexos podían, a favor de ciertos hechizos o por medio de un encanto, transformar o ser transformar o ser transformadas en aves o cuadrúpedos. En unos era temporaria, dependiente de su voluntad y para sólo cumplir sus designios, buenos o malos, y en otros fatal, ineludible y perpetua. Lo más común era la forma, hábitos, condiciones e instintos de ave de rapiña, de lobo, de búho o de gato (3).Algunos autores estiman que es bajo la fuerza de drogas poderosas que los hombres pueden transformarse en bestias, pero no coinciden en señalar cuáles pueden ser exactamente las hierbas que operan el prodigio. En cambio coinciden en señalar que determinadas flores son capaces de devolverles a su primitivo estado.
Antiguamente se creía que los pétalos de la rosa eran los que tenían la facultad de “deslobar” al hombre y, en las tradiciones modernas, esta misma virtud se atribuye a la flor del acónito.
El filósofo y jurista griego, Luciano de Samosata (125-192) relata cómo queriendo transformarse en pájaro, recurrió a las artes de una bruja tesaliana para que le preparase una poción adecuada. La hechicera equivocó la fórmula, y en lugar de pájaro, Luciano quedó convertido en asno, animal que simboliza a Príapo. Tras diversas aventuras bajo la figura asnal, Luciano pasó a ser propiedad de una mujer tan licenciosa como volcánica, que encuentra en Luciano al único remedio que puede apaciguar su apetito. Pero tanta es la perversión, que su ama llega a exhibirlo en público para que todos puedan ser testigos de las proezas del asno y de los goces de ella. Esta aventura termina cuando, descansando junto a su cama, Luciano advierte que entra en la estancia un hombre cargado de flores. Entre aquellas, distinguió rosas recién cortadas; al instante, saltó del lecho. Todos creyeron que se levantaba para bailar pero, recorriendo los ramos con su hocico, escogió rosas entre las otras flores y las devoró. Entonces, con gran asombro de los espectadores, la figura del animal se desvaneció; el asno desapareció y en su lugar había aparecido Luciano, de pie y completamente desnudo. Todo el mundo quedó desconcertado a causa de la metamorfosis asombrosa e inesperada; se produjo entonces un escándalo espantoso.
El incidente termina con la presencia del gobernador, que reconoce a Luciano y ordena que sea puesto en libertad. Y aquella misma noche, con sus mejores galas, Luciano se dirigió a la casa de su antigua ama. Cenó con ella, y ya avanzada la noche, llegada la hora de irse a la cama, se levantó y creyendo realizar una hazaña, se desnudó, estimando que así le gustaría más en comparación con el burro. Pero ella, viendo que Luciano no era más que un hombre, lo miró con desprecio y le dijo que se largara, a lo que Luciano le preguntó qué crimen había cometido para merecer semejante respuesta; a lo que ella respondió que no era él sino del asno de quien estaba enamorada, que era con el animal y no con Luciano con quien se había acostado, y que pensaba que todavía conservaba su “hermosa y buena pieza” que distinguía al asno. Luego de la metamorfosis, Luciano era, en opinión de su antigua dama, un mono ridículo.

Los hombres-tigre de Sumatra y el runauturuncu
En la selva virgen el hombre se encuentra tan cerca de la naturaleza y depende tan por completo de ella, que no puede menos que sopesar todos los fenómenos que observa. A medida que el tiempo transcurre, las generaciones de los moradores de la selva entretejen teorías y fantasías alrededor de los sucesos, que luego dan lugar a grotescas leyendas.
Pocas de las leyendas de Sumatra son creídas con más firmeza por los habitantes de la selva como la que se relaciona con los ngelmu-gadongan, es decir, con los hombres-tigre.
Según las tradiciones del distrito de Palembang, Indonesia, existen seres humanos que parecen completamente normales, pero que carecen del canal del labio superior. Estas personas, según las leyendas, tienen la facultad de convertirse en tigres. Algunos lugareños afirman que en la región montañosa, en las alturas de Dempo, se decía que existía una aldea habitada exclusivamente por hombres y mujeres tigre.
Cuando adoptan la forma humana, los hombres-tigre se conducen como cualquier ser humano común y corriente. Atienden sus campos y asisten a bazares a vender sus cosechas y a efectuar sus compras, y se casan con personas de los establecimientos vecinos.
Según los lugareños en cierta época del año, los tjindaku, abandonan su morada para dirigirse a sus regiones preferidas de caza. Si llegan a alguna aldea, ingresan a ella en forma humana, suplicando a los aldeanos que les permitan pasar la noche. En el caso de que el aldeano sea poco cauto y no observe que les falta el canal del labio superior, pagará muy caro su descuido: por la mañana los vecinos sólo encontrarán sus huesos, y no se verán señales de los tjindaku.
Las leyendas sobre los ngelmu-gadongan y tjindaku no sólo se limitan a Sumatra. Gente del este de Java parece haber escuchado la leyenda de los gadongan, pero sin la fórmula mágica. Según su versión, la metamorfosis de hombres en animales opera de forma inconsciente.
El misterio de la zoantropía ha poblado con sus creaciones también la selva santiagueña. En ella hay un mito al que los antiguos pobladores de la zona solían llamar runauturuncu. Este nombre está formado por dos palabras de origen quichua: hombre (runa) y tigre (uturuncu). Este indio-tigre es un brujo. Sin embargo, los relatos de la selva no descubren el secreto de su virtud. Se cree que pudo haber sido obtenido en pacto con el diablo (Zupay), debido a razones vinculadas a la venganza, o bien para poseer el vigor animal y la inteligencia humana.
Curiosamente, el runauturuncu ha sido inmortalizado por Alfredo Guido en el mural titulado “Las leyendas del país de la selva” (1938), que se encuentra en la estación Bulnes de la línea D del subterráneo de Buenos Aires.

Conclusión:
Es notable el hecho de que prácticamente no exista cultura alguna que no haya manifestado creer en la transmutación zoantrópica, hecho que lleva a reafirmar que todas las supersticiones populares tienen su equivalente en otras épocas y regiones, y que poseen un denominador común: la naturaleza desconocida.
La zoantropía nació en un mundo que no estaba regido bajo la lente de la razón, la que, a pesar de despojar al mundo de sus costados fantásticos y míticos, felizmente lo despojó también de la ignorancia. De esta manera, sabemos hoy que ese tipo de creencias estaban fundadas en la superstición y que en muchísimos casos eran producto de perturbaciones mentales, de la autosugestión y de la ingesta de drogas alucinógenas que inducían a aquellos que las consumían a creerse zoántropos: algunos licántropos, de acuerdo con relatos del siglo XVII, aseguraban, por ejemplo, que en realidad eran lobos, pero que su cabello crecía en el interior de su cuerpo. Ejemplos como éste ponen de manifiesto la importancia de la autosugestión en aquellos individuos declarados zoántropos.
La creencia en la zoantropía y sus derivados, han llevado a que a lo largo de la historia se cometan asesinatos brutales a mucha gente por el simple hecho de haber nacido con determinadas anomalías físicas consideradas rasgos distintivos de un zoántropo.
A pesar del empecinado esfuerzo moderno en erradicar toda posibilidad de existencia de seres zoántropos , ésta no ha logrado calar con suficiente hondura en la mente de muchos hombres, quienes mantenemos, en un rincón de nuestro entendimiento, algo de ese temor primitivo hacia lo desconocido heredado de nuestros antepasados, y que le da a nuestras vidas un matiz particular.

Citas y notas:

[1] Padre Antonio Ruiz de Montoya, Conquista Espiritual del Paraguay, Paraná y Tape, en Supersticiones del Río de la Plata, de Daniel Granada, página 418)
(1) Según las doctrinas de la magia, el fluido astral condensado en cuerpo astral es una de las grandes fuerzas de la naturaleza. Todo cuerpo emite este fluido, que permite las materializaciones de los cuerpos de los difuntos y de los vivos. Es el lazo psíquico que une el mundo material o físico, al mundo inmaterial o invisible (espiritual). El cuerpo astral durante la vida del hombre, está en él y fuera de él. Irradia en torno de él, produciendo emanaciones fluídicas. Puede proyectar fuera de sí, mediante una fuerte concentración de su voluntad, su cuerpo fluídico o cuerpo astral, en parte al menos, no enteramente, ya que eso implicaría la muerte. El hombre puede, de esta manera aparecer fluídicamente (o sea, en estado de cuerpo astral) a una distancia cualquiera del punto del que se encuetra. Puede también materializarse, es decir, aparecer revestido del cuerpo físico, y desde luego recupera hasta cierto punto todas las propiedades del cuerpo verdadero. (Ernest Bosc, La Psychologie devant la Science, en Ibid., p.416).
(2) La luz astral según las doctrinas de la magia, es la fuerza-substancia universal, de la cual son modalidades todas las demás fuerzas y substancias. Sigue casi las mismas leyes que la electricidad, una de sus manifestaciones superiores. Es la gran fuerza o corriente luminosa –de donde le viene el nombre-, que mantiene las atracciones armónicas entre todos los astros. La parte más elevada de la producción corporal viene a ser el cuerpo astral, es decir, la fuerza nerviosa que circula en el organismo, la cual, así es susceptible de condensarse como de dilatarse; y de tal modo que puede salir fuera del ser humano. Es una fuerza invisible, a la que vulgarmente se la denomina vida (Papús, Traité Methodique de Science Occulte, en Ibid., p. 422).

[2] Ibid., p.422
[3] Compendio Geográfico e Histórico del Orbe Antiguo, por Pomponio Mela, con nueva y varia ilustración; traducido al castellano por D. Giusepe Antonio González de Salas. Edición de Sancha; Ibid., p. 426
[4] La Clef des Grands Mysteres, por Elifás Leví en Ibid., p.427
[5] Ramón Hervas Marco, Los Hombres Monstruo, p.138
(3) “Otras veces, acabadas de untar a nuestro parecer mudamos (las brujas) de forma y, convertidas en gallos, lechuzas o cuervos, vamos al lugar donde nuestro dueño (el demonio) nos espera, y allí cobramos nuestra forma y gozamos de los deleites, que te dejo decir, por ser tales que la memoria se escandaliza de acordarse de ellos” (Coloquio de los perros Cipión y Berganza, por M. De Cervantes, en Supersticiones del Río de la Plata)

Bibliografía:
Granada, Daniel; Supersticiones del Río de la Plata; Editorial Guillermo Kraft, Buenos Aires, 1947 Hammerly Dupuy, Daniel; Por tierras de Gorilas, Antropófagos y Mau Mau; Editorial Hachette; Buenos Aires, 1958
Hervas Marco, Ramón; Los Hombres Monstruo; Editorial Bruguera, Barcelona, 1974
Jean Marigny; El Despertar de los Vampiros; Ediciones B, Barcelona, 1999
Rojas, Ricardo; El País de la Selva; Editorial Hachette, Buenos Aires, 1956
Saunders Nicholas; Los Espíritus Animales, Editorial Debate, Barcelona, 1996
Schilling, Tom; Cacería en Sumatra y Java; Editorial Constancia; México D.F., 1957