Anatomia de las sectas

ANATOMÍA DE LAS SECTAS
Y ACTITUDES PSEUDORRELIGIOSAS

escribe Gustavo Fernández

Encarar el estudio de los movimientos sectarios con orientación espiritual o pseudoespiritual implica dos consideraciones previas: mantener la adecuada objetividad –es muy fácil sentirse inclinado a atacarlas, aun a sabiendas de los perjuicios que ocasionan, por partidismos religiosos o políticos– y, en segundo lugar, desbrozando la paja del trigo, no incluir en un grupo común estos movimientos con aquellos otros que sí buscan, sincera y honestamente, un camino espiritual, con cuyos objetivos podemos estar de acuerdo o no pero que, en razón de la libertad de disenso y del libre albedrío no tenemos derecho a combatir en tanto no dañen ni a la sociedad ni al individuo.

Educar a la sociedad, especialmente a padres y maestros sobre el daño esencialmente psicológico pero también violando expresas figuras penales, que la acción de estos grupos hace en adolescentes y adultos con problemas emocionales, es una exigencia del momento. Pero alentar una persecución represiva puede desembocar en una verdadera “caza de brujas”. Y se requiere un grado particular de madurez para entender que más allá de preocupaciones sensatas existen intereses que también se beneficiarían de la erradicación de aquellos. Igualdad de enemigos no significa igualdad de procedimientos.

Sin que esto deba entenderse como una manifestación ideológica (qué difícil es en estos tiempos y en este país, expresar una reflexión sin que se le trate de encontrar segundas lecturas políticas) debe observarse que, tradicionalmente, los partidos allegados a la izquierda del espectro partidista tienden a demostrar un marcado escepticismo o, mejor aún, una previsión distante y refleja –en el sentido de automatismo– sobre todo lo que tenga un hálito de espiritualidad. No sólo el comunismo fue siempre enemigo de la religión, sino que aun hoy en día muchos especialistas en el tema de las sectas se encuentran, sean conscientes de ello o no, al servicio de ideologías de este tipo, en tanto y en cuanto “despejan” el panorama del público de alternativas que pueden afectar, ora su credibilidad, ora su captación de votos. En tanto, los grupos de derecha, especialmente aquellos fuertemente arraigados en el poder político o económico en países con más proximidad a un feudalismo psicológico del que uno cree conveniente, encuentran en la búsqueda de poder de algunos sectarios la herramienta útil para manipular desde grandes masas humanas hasta pequeños grupos aristocráticamente elegidos. Igualmente cierto es que poderosas religiones instituidas y oficializadas advierten que el histerismo subyacente en una emocional oposición a las sectas puede servir también para eliminar del escenario a grupos sanamente espirituales, ahora potenciales contrincantes de las mismas en el atractivo de los fieles. Basta entonces con endilgarle a alguno de esos movimientos no perniciosos el mote de “secta” para que la opinión pública, sensibilizada, le vuelva la espalda.

Esto se relaciona con el avance de lo que trataremos en otro trabajo: la actividad de parapsicólogos, “sanadores psíquicos”, etc. Es pasmosa la credulidad del público que consume sin discreción este tipo de propuestas, pero también es alarmante la soberbia de ciertos medios académicos o científicos que consideran ridícula toda incursión en estos temas, precisamente por concluir que no existe otra manera de encararla que aquella que caracteriza a los “manosantas” y “curanderos”.

Sobre este particular, debemos recordar el trabajo clarificador que viene cumpliendo el Centro de Armonización Integral, en el sentido de tratar de proponer públicamente una discusión abierta sobre el antiguo pensamiento esotérico, hermético, en el cual, una vez eliminadas las distorsiones que los milenios han provocado, podemos reconocer otros caminos para el descubrimiento de las potencialidades del ser humano. En lo personal, hemos experimentado poco tiempo atrás una anécdota reveladora de esta forma de conflicto: en ocasión de una conferencia sobre el problema de las sectas dictada en esta ciudad de Paraná (E.Ríos, Arg.), se hacen presentes dos individuos –que se identifican como “pastores evangelistas”– que solicitan información sobre las actividades de nuestro Centro. Al advertir que el mismo incluía seminarios sobre “Autodefensa Psíquica” y “Teoría y Práctica del Tarot” comentan, en voz innecesariamente elevada, que en consecuencia “esto no es tan serio como parecía”. Como si admitir la posibilidad de un replanteo conceptual de formas arquetípicas de conocimiento cuasi extrasensorial significara, necesariamente, incurrir en la explotación de la credulidad ajena.

Definición y tipificación de sectas.

En primer lugar, ¿de dónde proviene tal expresión?. Se le aceptan dos raíces: en latín, “sectare” (“separar”) y “secquis” (“seguir”). Ambas definen particularidades de las mismas, pues generalmente se “separan” de otro tronco ideológico, y además “siguen” a un maestro o líder (segundo término que emplearemos, de aquí en más, para citar a quien conduce una de estas agrupaciones). Pero ocurre que, desde un punto de vista estrictamente etimológico, el cristianismo es (o fue) una secta, ya que se desprende del judaísmo (lo fueron todos sus primeros integrantes, Jesús incluido) y, lógicamente, siguieron a un Maestro.

El Vaticano ha propuesto una tendenciosa definición: “Secta es todo grupo o movimiento que tiene un libro rector o un discurso al que se subordinan las Sagradas Escrituras”. Tal es, por ejemplo, el caso de los mormones, ya que la Biblia se interpreta en función de lo que se conoce, precisamente, como El Libro de Mormón. O el de los Testigos de Jehová que, si bien se valen del Antiguo y Nuevo Testamento, éste se encuentra “re-traducido” para, según señalan ciertos expertos, darle una interpretación más afín con sus objetivos. Pero ocurre que existen sectas que abrevan, verbigracia, en fuentes orientalistas, totalmente excluyentes de lo bíblico con lo cual la definición del papado, además de parcial e interesada, queda también incompleta.

Nosotros preferimos adherir a la definición que dice: “Secta es todo grupo o movimiento que, subordinados a un discurso y con un líder carismático, provoca con su accionar perturbaciones psicológicas y fisiológicas en sus adeptos y alteraciones en el orden sociológico que en corto, mediano o largo plazo afectan temporal o definitivamente su capacidad homeostática”. (“Homeostasis”: en Psicología, capacidad de lograr un equilibrio.) Alguien también nos sugirió agregar el concepto de “desvirtuaciones del orden religioso” pero, claro, ¿quién tiene la verdad sobre lo religiosamente correcto?.

La Asociación de Psicólogos de los Estados Unidos ha propuesto dividir a las sectas en destructivas y no destructivas. Las segundas refieren, obviamente, a aquellos movimientos espirituales a los que hiciéramos referencia en el contexto de una búsqueda honesta de la verdad espiritual. Las primeras son, evidentemente, las que dan razón a esta investigación. En ese sentido si se quiere peyorativo de la palabra “secta” es que encuadramos a las agrupaciones mencionadas en este marco.

Ciertas instituciones cercanas a la Iglesia Católica (en Argentina, la FUPES, dirigida por el lic. Carlos María Bahamonde) han propuesto una categorización que consideramos perversa, ya que encierra el germen de la idea de que toda religión fuera de las tres o cuatro universalmente aceptadas y políticamente dominantes (Iglesia Católica, Ortodoxa, Protestantismo, Judaica, Islámica) es sectaria (y la FUPES no distingue entre “destructivas” y “no destructivas”) no sólo retomando aquel viejo concepto de la “caza de brujas” sino mostrando decididamente una patología paranoide –en el mejor de los casos– o una manipulación interesada y discriminatoria –en el peor–. Estos verdaderos “grupos de poder” (que suelen endilgarle a las sectas costumbres por ellos mismos históricamente adoptadas, como la tradición conventual o del Opus Dei de alejarse de la familia, cambiar su nombre –para desintegrar su personalidad anterior– entregar sus bienes a la Iglesia o someterse a ayunos inhumanos, suplicios y flagelaciones) son quizás los más peligrosos, pues aprovechan un sensacionalismo mediático y la histeria de conversión de las masas para retornar a la costumbre medieval de dirigir el odio de un público inmaduro e inculto hacia un chivo expiatorio. Así, católicos disidentes, bautistas, adventistas, testigos de Jehová, mormones, “moonies”, “baha’is”, devotos de Khrisna, de Sai Baba o del Maharishi Maheshi Yogui; rosacruces, gnósticos y masones, seguidores de Gurdjieff o espiritistas, “contactados” con extraterrestres, umbandistas, practicantes de control mental, de metafísica y de yoga, todos son, para ellos, “sectarios”.

Y es posible que algunos de entre ellos lo sean, como seguro es que la mayoría no. Porque si algo hemos aprendido al estudiar desapasionadamente el tema de las sectas todos estos años, es que sectarias son las actitudes, no los grupos. Y que las características de una “secta destructiva” –que enunciaremos a continuación, también son hallables en partidos políticos, equipos deportivos, empresas multinacionales, etc.

Características identificatorias de una secta destructiva

Reduccionismo simplista: A su entender, el Universo es sencillo o, cuanto menos, absolutamente comprensible a través de las enseñanzas de la secta. No existen misterios que, de alguna manera, no le sean accesibles.

Literalismo: En el caso de las vinculadas a un origen cristiano o católico, se trata de una interpretación textual, literal, de lo que dice la Biblia, sin someterla al análisis, la contextualización histórica o la presunción de la alegoría o lo simbólico. En grupos con otras fuentes literarias, se define como un progresivo degeneramiento en la conceptualización intelectual de tales enseñanzas escritas, hasta llegar a una burda aplicación textual. Este literalismo se hace más chocante cuando se trata de aplicar sus preceptos en la vida cotidiana, sin la necesaria revisión o ambientación teológica.

Protagonismo electivo: el adepto, quizás desengañado de las religiones convencionales a las que imagina de espaldas al pueblo, se siente querido, respetado, considerado dentro del ámbito de la secta; escapa a la mediocridad y al anonimato. Para los otros, él parece importar. Demuestran preocupación. Es alguien.

Esto es especialmente evidente en el caso de los evangelistas pentecostales, donde si el adepto ha cometido algún delito en el pasado o manifestado una conducta asocial (alcoholismo, drogadicción, prostitución, violencia familiar) es conminado a dar “testimonio” de su regeneración, es decir, reconocer públicamente, micrófono en mano y escenario mediante, su pasado. Esto, psicológicamente hablando, no sólo viola la intimidad del individuo, exponiéndolo en su desnudez moral ante los demás y generando dependencia –ya que es “salvado” a través de la secta, pero si la abandona volverá a ser el “pecador” que fue antes– sino que degrada la autoestima del sujeto ya que le quita la autoridad sobre sí mismo de creerse responsable de su propia reeducación.

Revelación constante: el sectario o, más comúnmente su líder, tiene “línea directa con Dios”. Entroncado esto con el “reduccionismo simplista”, significa que la iluminación no es producto de un momento especial (histórica o humanamente hablando) ni de un trabajo profundo, devocional, personal, sino que la “comunicación” puede volver a establecerse fácilmente en cualquier momento, casualmente, cuando el grupo ande escaso de información, convencimiento o atractivos.

Imposibilidad de diálogo: si bien al comienzo de la relación todo integrante de una secta busca el diálogo con los de “afuera” (en su necesidad de aumentar fieles) su fanatismo lo lleva a bloquearse ante cualquier abierta discusión de sus ideas. Este autismo es más cierto aún cuando se revierte en el propio sujeto, quien llega a suponer que sus naturales dudas son consecuencia de falta de evolución, o posesión demoníaca, o que el interlocutor está al servicio de intereses espúreos y destructivos. Sólo es posible ese diálogo en la medida en que se acepten sus postulados o se los enriquezca.

Fuerte compromiso grupal: los adeptos cierran filas sobre sí mismos, ven al mundo con hostilidad, llegando a combatir u oponerse a la familia normalmente constituida, la única célula social con un caudal potencial como para oponérseles. Esto lleva a una pérdida de la individualidad y la consciencia yoica, reflejado en el caso de los adeptos que pierden toda voluntad en la toma de decisiones y consultan a sus líderes hasta para las cuestiones más nimias.

Implementación de técnicas coercitivas: Estas se dividen en:

a) Lavado de cerebro (por bombardeo de conceptos conflictivos y abrumadores entre sí, como gritar una letanía junto a un oído del individuo mientras junto al otro se desarrolla una teoría racional, o, como las viejas técnicas soviéticas, usar un par de auriculares con relatos totalmente ajenos uno de otro por cada parlante).

b) Privación de la libertad (con un espectro muy amplio, desde el alejamiento en “retiros espirituales” aparentemente aceptados naturalmente por el adepto, que no advierte así su progresivo condicionamiento, hasta las “comunidades” con alambrados y guardias armados).

c) Ruptura del esquema familiar (se estimula en el adepto su carga de agresividad hacia la familia, responsabilizándola de sus propios fracasos y errores, anteponiéndole la secta como un sustituto afectivo válido).

Promesas de realización personal: el adepto conseguirá o alcanzará, por medio de la secta, todo aquello en lo que ha fracasado anteriormente. Esto es evidente, por ejemplo, entre ciertos grupos evangelistas y, por qué no, en las empresas de “ventas piramidales”: se hace ostentosa exhibición de posesiones a la vez que se relata el estado de “pobreza” inicial del pastor o gerente. La propuesta es clara: “si a mí me fue tan bien, ¿por qué a ustedes no?”. Simultáneamente se hace hincapié en la necesidad de hacer donaciones porque lo que se de materialmente es poco comparado con lo que, también materialmente, “Dios” les ha de devolver, algo así como decir “no le pichuleen al Señor”, generando los cuantiosos ingresos que se le conocen, por caso, a la “iglesia electrónica”.

Respuestas para todo: la angustia ante lo desconocido, tan natural para el hombre, es sublimada en las sectas que siempre darán la respuesta necesaria para cualquier ámbito de su vida: lo económico, lo espiritual, lo afectivo. Esto evidencia, además, una actitud paternalista del líder hacia sus seguidores: son como niños a los que todo hay que explicar y darles una absoluta y perpetua protección.

Atomización de la cultura: los valores étnicos, sociales, tradicionales que conforman el marco cultural del individuo quedan supeditados a la eventualidad de no ser conflictivos con los dictados de la secta, en cuyo caso forzosamente se prescinde inmediatamente de los primeros.

Perturbaciones orgánicas que las sectas provocan en sus adeptos.

Pérdida anormal de peso: muchos de estos grupos enarbolan la bandera del naturismo como una condición necesaria para “eliminar impurezas”, aumentar su “energía” o su “percepción extrasensorial”. Si bien existen buenas razones por cuestiones clínicas para seguir una dieta vegetariana y, si se quiere, también filosóficas, tales cambios alimenticios no deben hacerse ni abruptamente ni sin control médico, entendiéndose además que cada organismo y personalidad necesita de una progresiva y particular adaptación, además de que en ciertos casos es casi impracticable so pena de provocar un cambio pernicioso en el estado de ánimo. Una caída violenta de peso es, se sabe, orgánicamente objetable, pero forma parte del proceso de “conversión” empleado por estos movimientos.

Debilitamiento general: bajo el aspecto de supuestas directivas “espirituales” se les impone un régimen de vida más que espartano pero carente del fortalecimiento psíquico que a aquellos caracterizaba. Se les altera su reloj biológico, se les resta horas de sueño y de esta manera se les quita capacidad de razonamiento y voluntad, observación y crítica, haciéndolos fácilmente manipulables.

Automutilaciones: desde el simple rapado de cabello hasta la castración pasando por el cortarse la falange de un dedo cada vez que fallece un “hermano”, todas tienen, en distintos grados, el objetivo de afectar la autoimagen del individuo y la seguridad en sí mismo que podría emanar de esto.

Alteraciones metabólicas por carencias alimenticias: aunque no se le prive de “cantidad” de comida –lo que por cierto sí suele hacerse– eliminar del menú ciertos componentes (como los proteínicos) es, a propósito, una muy efectiva manera de alterar el normal funcionamiento cerebral del sectario.

El encuadre psicológico de las sectas

Existen ciertas constantes en la conducta de los integrantes de una secta que son apenas el reflejo de la propia conducta de su líder. Entre ellas, sobresale el evidente paternalismo, que se pone de manifiesto apenas el futuro discípulo se aproxima a la misma: siempre el “bien de cambio” es uno solo: el afecto. El adepto se siente querido, comprendido, es decir, protegido, lo que como veremos más adelante es determinante a la hora de forzar su ingreso.

Tipológicamente, podríamos decir que quienes preferentemente son capturados por las sectas destructivas responden a dos naturalezas: adolescentes (o adultos inmaduros) con grandes carencias afectivas o temores frente al mundo, o personas mayores con un amplio ciclo de vida cumplido y que desplazadas de la consideración familiar, con una clara sensación de inutilidad dentro del grupo y, en consecuencia, una sensible lesión en su autoestima. La seducción del líder se ve reforzada cuando éste, al proponer sus enseñanzas o normas de vida, aduce dejar a cada uno la libertad de elegir su curso de acción; cuando sugiere no tratar de convencer a terceros o, mejor aún, cuando pide no ser creído, sino que cada seguidor “experimente” y después concluya. Esto es, ciertamente, apenas una hábil treta psicológica para consolidar la admiración del adepto por el líder: no hay como afirmar “no me crean” para ser creído a rajatabla.

A fuerza de ser objetivos, debemos reconocer que existen dos grandes vertientes que alimentan la jerarquía de líder sectario: está aquel que cree realmente en su papel mesiánico, y está aquel que encuentra aquí la realización de sus frustraciones así como la conquista de poder. También puede decirse que estos individuos buscan un cómodo “modus vivendi” donde un grupo de desesperados le sostengan económicamente, ya sea con aportes pecuniarios, ya sea con su trabajo gratuito pero, en última instancia, todo se encasilla en una de las motivaciones más inconscientes y profundas del ser humano: el placer del poder, un poder que aunque no se ejerza con autoritarismo siempre es reflejo de una personalidad de tales características.

Esto es lógicamente alimentado por el propio adepto en su búsqueda de protección, que es lo mismo que decir de referencias válidas para su vida interior y exterior, seguras y perennes. Una de las características más sobresalientes de este proceso es que, generalmente, el ser humano no busca “la” verdad; apenas, que le sea reafirmada “su” verdad, de donde adscribe afectivamente a cualquier individuo (que por su protagonismo refleje esa imagen de autoridad) en el que crea ver que, de palabra o de hecho, realiza sus profundas pero jamás expuestas (por inseguras) convicciones.

El adepto, decepcionado de (o por) las religiones convencionales (que sospecha de espaldas al pueblo, con liturgias o filosofías de oscura comprensión y distantes de sus cotidianos problemas comunes) busca soluciones alternativas, mágicas, en el sentido de mayor resultado con el menor esfuerzo. No le gusta (y no sabe) pensar, de allí que la actitud sectaria de cobijarlo, orientarlo y darle ya elaboradas respuestas a todas sus preguntas lo aleja de la realidad ansiosa de la duda. Pues sólo los espíritus equilibrados enfrentan desapegados afectivamente la incertidumbre de su propia vida.

Pero tanto el adepto como el líder “racionalizan” a su manera esa fobia a la angustia, elaborando una cosmovisión donde todo está explicado, catalogado y es accesible. Esto también es alienación, reacción psicótica y, por eso mismo, difícil su abordaje y tratamiento: aunque encuadra en etiologías psicopatológicas, un alienado nunca se reconoce como tal.

La secta se va transformando así en una verdadera “droga mental”; mucho más peligrosa que la física, pues mientras ésta también afecta al organismo (que es en realidad lo que moviliza al entorno del afectado en la búsqueda de una solución) aquélla, más sutil y de efecto prolongado, mina y disgrega su personalidad. El daño que esto hace al sujeto es incalculable, porque si ocurre en la etapa adulta, una personalidad atomizada es difícilmente reversible y deviene en una conducta esquizofrénica. Si ocurre en la adolescencia, lo que en ella es impreso se arrastra a lo largo de toda la existencia, prefigurando núcleos de conflictos (traumas y complejos) futuros.

Apocalípticos, generalmente buenos explotadores del milenarismo (arquetipo psicológico colectivo que cíclicamente angustia al hombre con la presunción de un inminente “fin del mundo”), evaden la discusión de sus filosofías o técnicas; de hecho, muchos líderes de sectas instruyen a sus fieles a “disimular” frente a amigos o familiares sus actividades, con la consigna de que “no están aún preparados” para entenderles. Así, por oposición considerándose detentadores de un nivel evolutivo superior, por un lado estimulan el alicaído ego de sus seguidores y, por otro, mantienen en la prudencia de la reserva sus tareas.

Este condicionamiento favorece, por un lado, la violación del libre albedrío y el derecho al disenso, el bien más sagrado del ser humano, pues si bien se aclara que cualquier miembro puede retirarse de la secta cuando lo desee se sugiere, ex profeso, que tal actitud sería una traición a los otros miembros y una pérdida del lugar reservado entre los “elegidos”, con los cuales, por otra parte, todo disenso es imposible: amparados en una actitud de “comprensión” para quienes –nosotros– no hemos alcanzado su grado de iluminación, no exentos de soberbia, ven en toda motivación crítica y reflexiva el estigma de una hipotética inferioridad espiritual.

Puede señalarse entonces como una de las tendencias más marcadas en las modernas sectas el hecho de que sus miembros son preparados para “camuflarse” en la sociedad. El contestatario hippie de los años ’60, cuanto menos, era más honesto: frontalmente negaba esa sociedad. En realidad, lo que se busca es no perder comodidades de este mundo y ganar los “beneficios” de su nueva posición. Cabe aquí entonces preguntar: ¿dónde se encuentra el sacrificio milenariamente pregonado como escalera a la suprema comprensión?.

Por otra parte, debemos considerar el advenimiento de lo que ha sido dado en llamar “la era de Acuario”: un nuevo orden social que en lo espiritual se caracterizaría por el agotamiento de las religiones convencionales y el surgimiento de un individualismo moral, no anárquico sino autorreflexivo y en búsqueda constante. Es posible que en el futuro predomine esa concepción; pero, hoy por hoy, apenas es interpretada por algunos como una atomización religiosa, la búsqueda de respuestas alternativas más fáciles y “a medida” de las necesidades de cada uno. En otras palabras: la multiplicidad de sectas y agrupaciones espiritualistas y pseudoespiritualistas existe porque múltiples y diferenciados son los requerimientos del ser humano, igualmente diferenciado con sus congéneres.

Y si de precisar las particularidades psicológicas del líder de la secta se trata, podemos señalar que, clínicamente, son evidentes su bovarismo, esa actitud veleidosa e insatisfecha, dominada por un concepto propio mítico e irreal, en el que no se distinguen los límites entre fantasía y realidad. El término proviene de la novela “Madame Bovary”, de Flaubert.

Esta ambigüedad fronteriza sólo sería perniciosa para el responsable (y sus planes) si no se viera amplificada por otras disfunciones patológicas. En efecto, muchos individuos son víctimas de su propio bovarismo, y es precisamente ese comportamiento el que les encadena a una vida de irrealizaciones y no concreciones. El sujeto, inercialmente, encuentra más agradable el continuar elucubrando (que, por esa difícil capacidad de discernimiento entre lo objetivo y lo subjetivo, para él es igualmente real) que en pasar a la acción. De todas maneras, es ese bovarismo en los adeptos de una secta lo que los hace dependientes de aquella personalidad que puede “cosificar” el entorno de sus sueños.

La levadura psíquica que lleva al líder de una secta a asumirse como tal (tenga ésta millares de seguidores y termine, en definitiva, persiguiendo otros objetivos, como los económicos, ya sea que tenga apenas un puñado de fieles) es la necesidad de contrarrestar la angustia del propio conocimiento de su complejo de inferioridad social. El complejo de inferioridad es el impulso, natural, que lleva al individuo a superar una incapacidad física o psíquica, imaginaria o real. En sujetos neuróticos deviene en una hipercompensación (características de comportamiento desequilibradas) o en descompensación (el sujeto se refugia en la enfermedad para excusar su propio fallo). Así, a partir de esa inferioridad original (que en el caso del líder sectario puede ser una proyección de sus propios complejos afectivos) el sujeto convierte su enfermedad en una justificación por sí misma, entendiendo a la sociedad en un todo como su enemigo natural y al ámbito de su secta como el búnker moral en el cual refugiarse.

En la mayoría de nosotros, de existir, el complejo de inferioridad nos empuja a superarnos. Es, lo dijimos, un impulso natural. Tan natural como el llamado “instinto de poder” obvio en todos nosotros. Con la salvedad de que, en la mayoría, eso nos lleva a la búsqueda de poder por los medios lícitos: la adquisición de bienes materiales, la seducción sexual, la generación de una familia o el protagonismo político, por ejemplo. En todos los seres humanos es natural la búsqueda de poder y, cuando ésta no existe, podemos presumir la existencia de una represión. Y, necesariamente, debemos entender que, en un contexto psicológico, “poder” no conlleva el sentido amoral que le da el lenguaje cotidiano.

Porque psíquicamente es sana la búsqueda de la superación, de poder. Lo que puede ser ilícito es el camino para acceder al mismo. Y en esto último es en lo que incurre el líder sectario.

Es habitual descubrir en el líder de una secta una personalidad esquizoide, caracterizada por introversiones, actitudes excesivamente meditativas, frías, cerradas, incapaz de verdaderos y duraderos afectos. Suele tener dificultad en sus relaciones sociales fuera de su “territorio” y tiende a rehuir el encuentro con personalidades que entiende más dominantes que la propia, refugiándose en actitudes contemplativas y especulativas, o en pasatiempos extravagantes.

En él, al igual que en algunos de sus adeptos, puede evidenciarse una esquizofrenia hebefrénica, caracterizada por graves formas de desorganización de la personalidad, perdiendo por completo la relación con la realidad, presentando manías y alucinaciones (como manía, entendemos un trastorno psíquico en el que se produce un grado elevado de excitación) que en ocasiones puede degenerar en una esquizofrenia paranoide (acentuada por delirios de persecución). En el líder sectario, tales manías adoptan la particularidad de ser de grandeza (convicción de ser una persona absolutamente excepcional) alternando con síndromes maníaco-depresivos (trastornos caracterizados por la alternancia de fases de extrema euforia y depresión). Este cuadro, complejizado sobre sí mismo, deviene en formaciones reactivas (mecanismos de defensa a través del cual un motivo que no puede ser satisfecho –por ejemplo, un amor no correspondido– es sustituido por su contrario –sentimiento de odio–).

¿Y qué ocurre mientras tanto con el adepto?. Aquí podemos distinguir entre las problemáticas de personalidad que generan la dependencia de la secta, y las consecuencias de la relación con la misma.

Entre las primeras, además de lo ya señalado, especialmente el delirio de grandeza (porque por algo él es el “elegido”, o el “evolucionado”) encontramos atimia (condición caracterizada por humor melancólico, apatía y falta de sentimientos). Entre los segundos (especialmente cuando el individuo percibe inconscientemente los aspectos moralmente discutibles de su agrupación) un marcado sentimiento de culpabilidad (derivado del conocimiento que puede presentar un grado variable de consciencia, de haber infringido códigos de comportamiento o valores éticos o sociales. Retenido en el inconsciente, puede causar conflictos de tipo neurótico). El proceso de identificación con el líder, proceso inconsciente a través del cual se adopta a otra persona como modelo al que tiende a semejar en el comportamiento y en la manera de pensar o sentir, desemboca en patologías como la ecolalia (fenómeno esquizo frecuente, consistente en la repetición automática de palabras de otros) y la ecopraxia (cuya manifestación consiste en la imitación de acciones y gestos de terceros) y, finalmente, en la despersonalización (pérdida de la noción real de la propia persona, provocada por la sensación de no ser ya uno mismo).

Acorralado en su propia ansiedad pues los desequilibrios psíquicos se realimentan a sí mismos) el adepto tiende a ejecutar compensaciones, siendo estos mecanismos de defensa inconscientes que lo mueven a reaccionar ante una condición suya de inferioridad, imaginaria o real, con la intención de restablecer un equilibrio favorable para él. Este proceso generalmente es defectuoso, y degenera en complejos, entendiéndose como tales al conjunto de estados afectivos, representativos y cognitivos inconscientes, asociados entre sí en una sola unidad estructural y que determinan el comportamiento del individuo obligado a sentir y actuar según un modelo repetitivo. Este proceso, de manera voluntaria o no, es estimulado por el líder pues es condición sine qua non para generar dependencias.

El “ablosung” (mecanismo que en Psicología permite anular una relación psíquica que se establece entre dos personas, de manera subordinada) sólo es viable mediante una “desprogramación” aplicando terapia no directiva, psicoterapia aplicada por Carl Rogers, cuya finalidad consiste en crear un ambiente caracterizado por el calor humano, comprensión e intimidad, con el fin de que el sujeto pueda considerarse en completa seguridad.

Porque es la falta de ésta (de seguridad) lo que en última reducción se observa como factor desencadenante del ingreso a la secta. Un entorno familiar frío o desentendido de las necesidades (materiales o espirituales) del individuo es un pasaporte abierto a las sectas que, precisamente, seducen mefistofélicamente al angustiado con ambientes agradables, sonrisas afectuosas y palabras que éste está deseando desesperadamente oír.

Otras alteraciones psicológicas y neurológicas que se producen en la secta son: alucinaciones cinestésicas (sensación ilusoria de ser “tocado”, de “presencias”, que no debe confundirse con la verídica percepción extrasensorial), alucinaciones auditivas (el caso de los “mensajes revelados”), alucinaciones visuales, estados de disociación, alteraciones en el dormir, “flashbacks” (imágenes inconexas que se proyectan en el consciente sin razón alguna), cuadros autistas, alteraciones del lenguaje y pérdida del equilibrio emocional.

También puede sindicarse a las sectas destructivas por la comisión de delitos penales tales como falsificación de documentos públicos, estafas a la credulidad pública, ejercicio ilegal de la medicina, privación de asistencia médica (el caso de menores, hijos de Testigos de Jehová, impedidos por sus padres de transfusión de sangre), adquisición fraudulenta de fondos, enriquecimiento ilícito, evasión fiscal e incitación a la prostitución.