Sectas

¿Que es una secta?

Una secta, en su sentido más global no es más que un grupo de personas aglutinadas por el hecho de seguir una determinada doctrina y/o líder y que, con frecuencia, se han escindido previamente de algún grupo doctrinal mayor respecto de cual, generalmente, se muestran críticas.

Una Secta Destructiva (SD) será todo aquel grupo que, en su dinámica de captación y/o adoctrinamiento, utilice técnicas de persuasión coercitiva que propicien la destrucción (desestructuración) de la personalidad previa del adepto o la dañen severamente. El que, por su dinámica vital, ocasione la destrucción total o severa de los lazos afectivos y de comunicación efectiva del sectario con su entorno social habitual y consigo mismo. Y, por último, el que su dinámica de funcionamiento le lleve a destruir, a conculcar, derechos jurídicos inalienables en un Estado de Derecho.

Adicción a Sectas

Ante el hecho real y doloroso de las «sectas», suele adoptarse la actitud de satanizar al grupo -así como al líder y a las técnicas de manipulación empleadas- haciéndole único responsable de cuantos males afectan a un adepto y a su entorno. Sin embargo, esta postura, humanamente comprensible, no aborda el tema desde el punto de vista correcto; equivoca el verdadero origen y causas del problema. Por ello, impide una comprensión adecuada de la situación, que permita encarar la búsqueda de soluciones razonables y posibles.

Con frecuencia, entre quienes acuden a mi consulta en busca de asesoramiento, me encuentro frente a personas empeñadas en convencerme de cuán malvada es la «secta» que «se ha apoderado» de su familiar y sólo están interesadas por saber de qué manera pueden «acabar» con ella. Mi respuesta, en estos casos, suele ser la de inducirles a reflexionar sobre la siguiente pregunta:

– ¿Quiere usted tener razón o solucionar su problema?

No cabe duda de que buena parte de los afectados -aunque no todos, obviamente- tienen razón en sus críticas contra el grupo que les aflige, pero estar en lo cierto respecto a las manifestaciones externas de un problema no implica estarlo también con relación a sus causas. Así, por ejemplo, describir el comportamiento de una persona dependiente del alcohol o del juego y enumerar los problemas que su adicción le significan a ella y a su entorno no sirven para comprender las verdaderas motivaciones de su comportamiento. Tampoco permiten iniciar un abordaje terapéutico, puesto que, para ambas intenciones, antes deberán identificarse las causas de índole psicosocial que indujeron a esa persona en concreto a beber o a jugar en exceso y a hacer de ello el centro de su vida. Por otra parte, identificar los lugares donde aparentemente se origina la conducta alcohólica o jugadora -el bar de la esquina, por ejemplo- y pretender que tal problema es responsabilidad del dueño del bar y que desaparecería si se cerrase su establecimiento -o todos los bares del país- sería tan absurdo, injusto e inútil como lo es hacer lo propio respecto a un sectario y el grupo del que se ha vuelto dependiente.

No hay que luchar contra la «secta» -aconsejo a menudo-, sino actuar a favor del sectario. Una persona sectadependiente necesita, de modo imperioso, la relación intensa y absorbente que ha establecido con su «secta». Igual le ocurre a un alcohólico y a cualquier otro tipo de adicto en relación con la sustancia o el comportamiento del que depende. De esta forma, todo ataque al objeto de su adicción se convertirá automáticamente en una agresión a su núcleo de bienestar (que es, precisamente, el sentimiento que le proporciona su estado de dependencia) y, por ello, producirá el efecto contrario al deseado. Cuanta más presión se ejerza sobre un sectario y su grupo, más profundo se sumergirá a aquél en éste. Por el contrario, si obviando a la «secta» logramos encontrar estímulos ajenos al grupo que ayuden al sectario a sentirse bien, la necesidad desesperada de afiliación que éste experimenta se irá diluyendo progresivamente hasta anular la dependencia del grupo mantenida hasta entonces. En suma, no hay que romperle el objeto de su devoción, sino ayudarle a ver que existen otros grupos o elementos en los que se puede apoyar sin tanto riesgo.

En mis conferencias sobre la problemática sectaria, suelo recurrir a una metáfora que considero muy elocuente. Se basa en un experimento que realizó el estadista y científico norteamericano Benjamin Franklin (1706-1790) hace ya un par de siglos. El inventor del pararrayos y de los lentes bifocales le encargó a un carpintero que, de una misma pieza de madera, elaborase veinte estacas idénticas. Acto seguido, las hizo pintar usando todo el espectro cromático que conforma la luz blanca (violeta, azul, verde, amarillo, anaranjado y rojo) y con diferentes gamas de cada color. Finalmente, por la mañana temprano, antes de salir el sol, Franklin clavó cuidadosamente las veinte estacas en el suelo nevado del jardín de su casa, procurando que guardasen la misma distancia entre ellas, con igual orientación y que no se hundiesen más allá de una marca que les era común.

Cuando llegó el mediodía, tras unas horas de acción solar, Franklin fue a observar su obra y se encontró con un pequeño caos. Nada era igual. Unas estacas se habían hundido hasta tocar el suelo, otras sólo un poco; algunas se inclinaban hacia delante, mientras que otras caían hacia atrás… Si todas las estacas eran similares en todo y aguantaron condiciones exteriores idénticas, ¿qué había sucedido? La respuesta era sencilla: cada color absorbe de forma diferente el calor del sol y, por lo tanto, la temperatura alcanzada por cada estaca varió, fundiendo la nieve de forma proporcional al calor acumulado, lo que explica las diferentes posiciones en que quedaron las estacas.

Si convertimos este experimento en metáfora y la aplicamos a los seres humanos, veremos que aunque todos somos aparentemente iguales (es decir, de la misma madera), dado que no tenemos exactamente el mismo color (que sería el equivalente a la personalidad, pues las gamas cromáticas determinaron las reacciones a los estímulos externos), tampoco nos comportamos todos de la misma manera ante las inclemencias de la vida. Unos tienen la fortaleza suficiente para poder soportar el sol sin más; otros tienen la habilidad de poder emplear algún tipo de protector (crema, sombrero, sombrilla) para enfrentarse a él y no resultar perjudicados; pero otros, en cambio, no disponen de la fortaleza ni de la habilidad necesarias para enfrentarse con las dificultades de la vida y resultan achicharrados vivos. Estos últimos son los que acaban conformando la legión de los adictos a sustancias y comportamientos, entre los que se encuentra el sectarismo.

El achicharramiento vital, siguiendo con nuestra metáfora, genera mucha ansiedad en los sujetos que lo padecen. Por ello, debido a que estamos biológicamente preparados para intentar escapar del dolor, buscan algún tipo de reductor de la ansiedad, igual que hacemos todos, aunque en esos casos -al carecer en mayor o menor medida de la habilidad para recurrir a los protectores habituales, es decir, a las estrategias psicológicas para afrontar problemas- acaban cayendo en reductores de ansiedad extremos como son los comportamientos adictivos.

Por todo lo anterior, cuando se pretende que una persona supere su sectadependencia, lo más adecuado no es «luchar contra la secta», sino, por el contrario, apoyar y ayudar al sectario para que encuentre algún tipo de quitasol alternativo y no perjudicial que pueda reemplazar la función que cumple su adicción al grupo. El tema no es nada fácil, puesto que el origen y el fondo de la problemática sectaria son mucho más complejos de lo que la mayoría imagina.

Sectas: ¿Por qué son tan atractivas?

Independiente de los aspectos criticables que caracterizan al sectarismo -que no son pocos-, es necesario reconocerle también su innegable capacidad para atraer y enamorar a muchos ofreciéndoles «soluciones» que la sociedad no sectaria es incapaz de proporcionarles; o mejor dicho, que los aspirantes a sectarios no han logrado encontrar en su entorno social cotidiano. Por eso, aceptar de entrada que alguien pueda sentirse bien en una secta -incluso mejor que en su propia casa- será un sano ejercicio de comprensión, que ayudará a matizar posturas extremistas y, sobre todo, a ser críticos con ese entorno pretendidamente no sectario que tanto defendemos y presentamos como «lo normal y óptimo». Pero, normal y óptimo ¿para qué?, ¿para quién? o ¿en qué momento? Resulta altamente saludable poner en tela de juicio todo aquello que, desde la propia idiosincrasia, se cree indiscutible, y muy especialmente cuando hay que enfrentarse a comportamientos y creencias diferentes de los mayoritarios. Los nuevos puntos de vista a los que se llega tras este ejercicio de relativismo abren vías muy positivas para el entendimiento y la búsqueda de soluciones.

Para intentar comprender a un «sectario», debe asumirse previamente que su nueva perspectiva ideológica y sus comportamientos -por disparatados que parezcan a sus críticos- son consecuencia de un proceso de vida determinado y cubren de forma útil una serie de necesidades vitales que el sujeto siente como prioritarias y básicas en ese momento.

Se buscan, sin duda alguna, creencias trascendentales -aunque no necesariamente religiosas-, pero con más urgencia aún se demanda la adscripción a grupos «que le hagan sentirse bien a uno», que aporten al sujeto una carga de afectividad, relaciones humanas y objetivo vital que «le llenen».

Por lo tanto, debido a esta búsqueda de elementos subjetivos de seguridad y felicidad, será más acertado hablar de marcos ideológico/emocionales que de creencias en el sentido clásico del término. Las creencias, en definitiva, no son más que un espejismo para buscadores de seguridad. Son el faro que ilumina y justifica, pero sus seguidores, en todo caso, son cautivados por la intensidad del marco emocional que esconden.

“Te encuentras en un momento en que el mundo que te rodea te desborda -me contaba un ex sectario- y, en lugar de asumirlo, necesitas una explicación o algo más pequeño, a tu medida. Entonces, te metes en estos grupos cerrados en donde sabes qué gente hay, o aunque no lo sepas, allí obtienes una explicación para todo. Te organizan el mundo y te lo explican, te quitan la sensación de caos. Te dan mucha seguridad, la gente se siente muy segura. Vives situaciones muy solidarias. La gente se abraza en los rituales y sientes que te apoyan, que estás en un mundo afectuoso, todo lo contrario del mundo externo, que te hacen ver como hostil. Por eso, cuando ves lo que es el grupo y te sales, se produce como un desgarro. El desengaño es muy grande al ver cómo te han estado engañando y utilizando. En realidad, es como sentirte violado.”

Esta comunión intensa de sentimientos, de comunicación humana, es patrimonio funcional exclusivo de los pequeños grupos. Por eso, las «sectas», en su sentido más amplio, y las sectas destructivas en particular, son dinámicas increíblemente atractivas para los individuos más frágiles, para todos aquellos que, en un momento dado de su vida, necesitan encontrar un mundo a su medida.

El dogma, la creencia particular de cada grupo, es lo de menos. Lo que engancha a un individuo a una secta no es lo que cree, sino el cómo lo cree. Los dogmas no son más que una pantalla que sirve de coartada para autojustificarse la necesidad de administrarse una experiencia emocional intensa, en el sentido dado al término en relación con las conductas adictivas. Sentirse creyente de tal o cual deidad o ideal, al margen de servir de soporte para tejer la sensación subjetiva de formar parte de «algo» trascendental, parece más honorable que sentirse adicto, sin más, a un grupo de gente que por su dinámica de relación hace que uno se sienta francamente bien. Lo primero pasa por religiosidad sublime, lo segundo pertenece al campo de las denostadas -aunque siempre buscadas- pasiones mundanas. El autoengaño es una tendencia general que caracteriza a todas las actuaciones emocionales del ser humano.

Si tenemos en cuenta que los actos de los seres vivos se rigen, entre otros, por los principios de búsqueda de economía -mínimo esfuerzo- y de placer -mínimo dolor-, podremos estar absolutamente seguros de que nadie adhiere a una «secta» para empeorar su situación psicosocial previa al ingreso en el grupo. Al contrario, la fase sectaria -con independencia de la calidad de las condiciones objetivas que definan y delimiten la nueva realidad del sujeto- parece aportar un equilibrio inédito en la estructura de personalidad del neófito. Esta apreciación, aparentemente contradictoria, se explica y justifica gracias a la particular configuración de toda estructura sectaria bajo la forma de universo protector.

Los humanos -y muy particularmente quienes tienen un perfil de personalidad presectaria- precisamos alcanzar una determinada parcela de seguridad para sentirnos equilibrados, y esa seguridad se adquiere de modo gradual a través de una interacción positiva con el entorno social. Pero si el balance es negativo, surge el desequilibrio, el descontento angustioso que empuja a buscar -y encontrar- nuevos marcos sociales acordes con las necesidades sentidas y capaces de darles satisfacción.

Cabría añadir, no obstante, que una dinámica de sectarismo destructivo no puede aportar soluciones sólidas y definitivas a sus angustiados clientes, pero cometeríamos un grave error si no tuviésemos en cuenta que sus «soluciones» atraen y enganchan a muchos, a la par que reducen y compensan estados de ansiedad y, en definitiva, reparten equilibrios de cartón piedra que sólo se mantienen en la medida en que el sujeto que los disfruta sigue seducido por el marco sectario. De todos modos, no nos engañemos cuando nos referimos a personas con un perfil presectario, que necesitan desesperadamente un determinado tipo de soporte social y emocional para seguir adelante. Debemos tener presente que las «soluciones» que provee una «secta» no serán ni más ni menos útiles o provisionales que cualesquiera otras alcanzadas a través de cualquier otra vía (exceptuando la psicoterapéutica). En estos casos, ya lo hemos dejado bien en claro, la clave del problema reside en la necesidad de dependencia que presenta un determinado sujeto más que en la estructura de que se sirve éste para encubrir y compensar su fragilidad. Sin embargo, también es verdad que el precio personal que se pagará por la conducta adictiva podrá variar mucho en función de las características del grupo del que se pase a depender.

En definitiva, lo que debemos retener es que, cuando se intenta comprender comportamientos y actitudes individuales, debe tenerse bien presente que éstos materializan siempre una vía encaminada a la satisfacción de alguna o algunas de las necesidades básicas que tenemos los humanos. Aunque pueda discreparse de la fórmula elegida por otros para mejorar sus circunstancias, no debemos olvidar que el comportamiento que llama la atención en ellos obedece precisamente a que su elección fue el camino que creyeron más indicado -o el único que fueron capaces de encontrar- para intentar colmar necesidades muy sentidas.

Factores de predisposición que pueden decantar una personalidad presectaria

A. Problemas derivados de la edad

    * Adolescencia/juventud.

B. Problemas derivados de un sistema familiar disfuncional:

    * Empleo de pautas educativas extremas (excesivamente autoritarias o laxas).
    * Malos tratos físicos y/o psíquicos en general.
    * Generación de vínculos sobreprotectores (derivados de la actuación materna especialmente).
    * Síndrome de “ausencia del padre” (por ausencia real, presencia mínima, o débil relación padre-hijo). Carencia de dirección paterna y/o incapacidad para guiar la maduración del hijo y dotarle de estructura y límites que le capaciten para ser un ente autónomo e independiente.
    * Carencias afectivas y falta de atención paternas que impidan fortalecer y/o reafirmar el vínculo paterno filial y el sentimiento de seguridad.
    * Pobre comunicación familiar y/o empleo de pautas de comunicación doble-vinculantes por parte de los padres hacia los hijos.
    * Desconocimiento de la realidad evolutiva y social del hijo y, por ello, incapacidad para ayudarle a superar sus problemas y contener sus conflictos emocionales.
    * Situación de conflicto permanente (reconocido o no) entre la pareja paterna.

C. Problemas derivados de trastornos de la personalidad:

    * Tendencia a la soledad y a la depresión.
    * Dificultad para comunicarse y establecer relaciones. Inseguridad, incertidumbre, confusión y ambivalencia.
    * Tendencia a la ansiedad y la angustia. Inmadurez afectiva.
    * Necesidad de afecto y/o sobrevaloración de la esfera afectivo-sentimental y de las espectativas que cabe esperar de ella.
    * Dependencia y falta de autoconfianza.
    * Baja autoestima.
    * Sentimiento de soledad y/o abandono.
    * Tendencia a la autoculpabilización.
    * Tendencia al idealismo ingenuo.
    * Tendencia a la credulidad.
    * Dificultad para expresar ideas de forma crítica.
    * Falta de asertividad.
    * Baja tolerancia a la ambigüedad.
    * Baja tolerancia a la frustración.
    * Necesidad de valores y/o respuestas absolutos.
    * Búsqueda de la satisfacción inmediata (impaciencia por obtener resultados).

D. Problemas derivados de dificultades de adaptación a la realidad social:

    * Insatisfacción con la vida cotidiana.
    * Depresión y/o rebeldía ante la realidad social.
    * Sentimiento de alienación.
    * Dificultades de adaptación a las estructuras y/o normativas sociales mayoritarias.
    * Desarraigo generalizado.
    * Carencia de un sistema de valores y/o de marcos normativos o autonormativos sólidos.
    * Tendencia a conceptualizar e interpretar los problemas cotidianos desde perspectivas religiosas. Sentimiento de falta de plenitud.
    * Desilusión y/o frustración ante las ofertas del ámbito sociocultural y sus expectativas.

E. Problemas derivados de una búsqueda religioso-espiritual:

    * Aspiración de perfección y trascendencia espiritual.
    * Preponderancia del pensamiento mágico sobre el pensamiento racional.
    * Susceptibilidad y/o atracción hacia los estados de trance y similares.
    * Apetencia por experimentar nuevos estados alterados de conciencia.

F. Problemas derivados del desconocimiento de los factores de    vulnerabilidad personal ante los procesos persuasivo-manipuladores:

    * Desconocimiento de la propia fragilidad psicológica.
    * Desconocimiento del modus operandi de las técnicas de manipulación emocional (persuasión coercitiva) y de sus resultados.
    * Desconocimiento de las situaciones psicosociales que incrementan el riesgo de vulnerabilidad.
    * Desconocimiento de la realidad y riesgos de las sectas destructivas.

Características de las sectas destructivas

Cualquier grupo – con absoluta independencia de su doctrina – en que se den todos los puntos siguientes, podrá ser un campo abonado, bajo los condiciones apropiadas, para que pueda darse la persuasión coercitiva. Y cuanto más intensamente se dé cada punto, tanto más destructiva podrá ser, para el psiquismo del adepto, la estructura sectaria en cuestión.

  1. Ser un grupo cohesionado por una doctrina (religiosa o socio-trascendente en general) demagógica y encabezado por un líder carismático que pretende ser la misma divinidad o un elegido por ella, o bien un poseedor la “Verdad Absoluta” en cualquier ámbito social.
  2. Tener una estructura teocrática, vertical y totalitaria, donde la palabra de los dirigentes es dogma de fe. Los líderes intervienen hasta los detalles más íntimos y personales de sus adeptos y exigen que sus órdenes sean ejecutadas sin la menor crítica.
  3. Exigir una adhesión total al grupo y obligar (bajo presión psicológica) a romper con todos los lazos sociales anteriores a la entrada al culto: padres, pareja, amigos, trabajo, estudios, etcétera.
  4. Vivir en una comunidad cerrada o en total dependencia del grupo.
  5. Suprimir las libertades individuales y el derecho a la intimidad.
  6. Controlar la información que llega hasta sus adeptos, manipulándola a su conveniencia.
  7. Utilizar sofisticadas técnicas psicológicas y neurofisiológicas (enmascaradas bajo la “meditación” o el “renacimiento espiritual”) que sirven para anular la voluntad y el razonamiento de los adeptos; causándoles, en muchos casos, alteraciones psíquicas graves.
  8. Propugnar un rechazo total de la sociedad y de sus instituciones. Fuera del grupo son todos enemigos (polarización entre Bien/secta y el Mal/sociedad), la sociedad es basura y las personas que viven en ella sólo interesan en la medida en que puedan servir al grupo.
  9. Tener como actividades primordiales el proselitismo (conseguir nuevos adeptos) – realizándolo de forma encubierta e ilegítima – y la recaudación de dinero (cuestaciones por las calles, cursos, actividades claramente delictivas).
  10. Obtener, bajo coacción psicológica, la entrega del patrimonio personal de los nuevos adeptos a la secta o de grandes sumas de dinero en concepto de curillos o auditorías. Los miembros que trabajan en el exterior del grupo tienen que entregar todo o gran parte de su salario a la secta. Y los que trabajan en empresas pertenecientes al grupo, no cobran salarios (las nóminas de esas empresas de la secta sólo son una cubierta legal, ya que nunca se llegan a hacer efectivas – o devuelven luego el dinero – para sus miembros/mano de obra).

¿Cómo ayudar a una persona sectadependiente?

No hay que luchar contra la «secta» -aconsejo a menudo-, sino actuar a favor del sectario.

Una persona sectadependiente necesita, de modo imperioso, la relación intensa y absorbente que ha establecido con su «secta». Igual le ocurre a un alcohólico y a cualquier otro tipo de adicto en relación con la sustancia o el comportamiento del que depende. De esta forma, todo ataque al objeto de su adicción se convertirá automáticamente en una agresión a su núcleo de bienestar (que es, precisamente, el sentimiento que le proporciona su estado de dependencia) y, por ello, producirá el efecto contrario al deseado. Cuanta más presión se ejerza sobre un sectario y su grupo, más profundo se sumergirá a aquél en éste. Por el contrario, si obviando a la «secta» logramos encontrar estímulos ajenos al grupo que ayuden al sectario a sentirse bien, la necesidad desesperada de afiliación que éste experimenta se irá diluyendo progresivamente hasta anular la dependencia del grupo mantenida hasta entonces. En suma, no hay que romperle el objeto de su devoción, sino ayudarle a ver que existen otros grupos o elementos en los que se puede apoyar sin tanto riesgo.

Por ello, cuando se pretende que una persona supere su sectadependencia, lo más adecuado no es «luchar contra la secta», sino, por el contrario, apoyar y ayudar al sectario para que encuentre algún tipo de quitasol alternativo y no lesivo que pueda reemplazar la función que cumple su adicción al grupo. El tema no es nada fácil, puesto que el origen y el fondo de la problemática sectaria son mucho más complejos de lo que la mayoría imagina.

¿Cualquier persona puede ser captada por una secta?

No. Los expertos en problemática sectaria solemos repetir que prácticamente cualquier persona puede ser captada por una secta si es abordada en el momento oportuno. Y este «momento oportuno» es la resultante de diversidad de elementos de predisposición caracteriológica y, muy especialmente, de una serie de circunstancias sociales que sobrecargan, momentáneamente, los niveles de ansiedad y/o estrés del sujeto, haciéndole más vulnerable a la manipulación emocional. Así, pues, aunque no todo el mundo es vulnerable siempre ni a cualquier ataque proselitista sectario, la existencia de situaciones y factores de riesgo determina la probabilidad de que sí seamos vulnerables en muy diversas circunstancias y ante determinados mensajes sectarios.

Para que pueda darse la captación sectaria deben coincidir a un mismo tiempo —el «momento oportuno»— las cuatro condiciones siguientes:

1. Tener un perfil de personalidad presectaria.

2. Estar atravesando un momento de crisis —derivado de una circunstancia puntual y anómala y/o de algún problema largo tiempo sostenido— especialmente grave y doloroso que haga rebosar la capacidad del sujeto para resistir el estrés y la ansiedad.

3. Ser contactado de un modo adecuado —que pueda ser tenido en cuenta por el sujeto— por un reclutador sectario (conocido o no de la víctima).

4. Que el mensaje sectario propuesto encaje con las necesidades, intereses y mentalidad del sujeto.

Si falta una sola de estas condiciones, la probabilidad de ser captado por alguna secta destructiva se reduce drásticamente hasta hacerse prácticamente imposible. Pero también es verdad que, teniendo el primer factor —que persiste de por vida si no media un proceso terapéutico adecuado—, es más fácil que las siempre cambiantes circunstancias de una vida acaben por hacerlo coincidir con los otros tres factores desencadenantes de la adicción sectaria.