Michael James

Michael James

Michael James conoció las enseñanzas espirituales de Bhagavan Sri Ramana en 1976 mientras viajaba alrededor de la India buscando algo que diera un significado y propósito a su vida. Lo poco que escuchó al principio, acerca de la vida y enseñanzas de Sri Ramana, despertaron su interés, así que Michael decidió visitar Tiruvannamalai (la ciudad al sur de la India donde Él vivió durante cincuenta y cuatro años) para aprender más, y donde terminó viviendo los veinte años siguientes.
Al poco tiempo de estar en Tiruvannamalai encontró la ayuda de Sri Sadhu Om quien le ofreció respuestas simples y claras acerca de la filosofía y la práctica de las enseñanzas de Sri Ramana. Durante los más de ocho años que pasó en compañía de Sri Sadhu Om, pudo bajo su clara dirección estudiar minuciosamente y en profundidad todas las escrituras originales del tamil de Sri Ramana, y otros trabajos importantes tales como Gurú Vachaka Kovai, que es el registro más comprensivo y profundo de los dichos de Sri Ramana, compilados en la forma de versos tamiles por su primer discípulo, Sri Muruganar. De esta manera, Michael tuvo una oportunidad única de conseguir penetrar profundamente en la enseñanza de Sri Ramana, aprendiendo directamente de los textos originales en su tamil original con la ayuda y la dirección personal de uno de sus discípulos más cercanos (término que no sólo significa que fueron bendecidos para vivir cerca de Él físicamente, sino que siguieron sus enseñanzas lo más de cerca posible y fielmente).
Habiendo trabajado tan estrechamente con Sri Muruganar y con su extensa obra poética, Sri Sadhu Om tenía una comprensión muy íntima de todos sus versos, así que cuando Michael le ayudó a traducir al inglés el Gurú Vachaka Kovai, él fue capaz de explicarle el fondo de muchos de los versos, e indicarle todas las implicaciones sutiles contenidas en cada uno de ellos. De la misma manera, arreglando los versos de Sri Ramana Jnana Bodham, él le explicaba a menudo su significado profundo y sutil.
Lamentablemente, Michael, no fue capaz por entonces de registrar por escrito todas estas explicaciones. Sin embargo, toda esta enseñanza penetró profundamente en su mente, construyendo una base firme de profunda comprensión, que ahora es capaz de compartir con otros a través de sus actuales escritos tales como La Felicidad y El Arte de Ser, con el único propósito de guiarnos y animarnos en nuestra búsqueda práctica de la experiencia directa, inmediata, no-dual y absoluta del auto-conocimiento verdadero.

La Realización Metafísica

La Realización Metafísica
(Capítulo X del libro: Introducción General al Estudio de las Doctrinas Hindúes)

Al indicar los caracteres esenciales de la metafísica, hemos dicho que constituye un conocimiento intuitivo, es decir, inmediato, que se opone en eso al conocimiento discursivo y mediato del orden racional. La intuición intelectual es incluso más inmediata aún que la intuición sensible, ya que está más allá de la distinción del sujeto y del objeto que esta última deja subsistir; es a la vez el medio del conocimiento y el conocimiento mismo, y, en ella, el sujeto y el objeto están unificados e identificados. Por lo demás, todo conocimiento no merece verdaderamente este nombre sino en la medida en que tiene por efecto producir una tal identificación, pero que, en cualquier otro caso, permanece siempre incompleto e imperfecto; en otros términos, no hay otro conocimiento verdadero que el que participa más o menos en la naturaleza del conocimiento intelectual puro, que es el conocimiento por excelencia. Todo otro conocimiento, al ser más o menos indirecto, no tiene en suma más que un valor sobre todo simbólico o representativo; no hay otro conocimiento verdadero y efectivo más que el que nos permite penetrar en la naturaleza misma de las cosas, y, si una tal penetración puede tener lugar ya hasta un cierto punto en los grados inferiores del conocimiento, no es sino en el conocimiento metafísico donde ella es plena y totalmente realizable.

La consecuencia inmediata de esto, es que conocer y ser no son en el fondo más que una sola y misma cosa; son, si se quiere, dos aspectos inseparables de una realidad única, aspectos que, verdaderamente, ya no podrían distinguirse siquiera ahí donde todo es «sin dualidad». Eso basta para volver completamente vanas todas las «teorías del conocimiento» con pretensiones pseudometafísicas que tienen un lugar tan grande en la filosofía occidental moderna, y que a veces tienden incluso, como en Kant por ejemplo, a absorber todo lo demás, o al menos a subordinárselo; la única razón de ser de este género de teorías está en una actitud común a casi todos los filósofos modernos, y que, por lo demás, ha salido del dualismo cartesiano, actitud que consiste en oponer artificialmente el conocer al ser, lo que es la negación de toda metafísica verdadera. Esta filosofía llega así a querer sustituir el conocimiento mismo por la «teoría del conocimiento», y, por su parte, eso es una verdadera confesión de impotencia; a este respecto, nada es más característico que esta declaración de Kant: «Después de todo, la mayor y quizás la única utilidad de toda filosofía de la razón pura es exclusivamente negativa, puesto que no es un instrumento para extender el conocimiento, sino una disciplina para limitarle»[1]. ¿No equivalen tales palabras a decir simplemente que la única pretensión de los filósofos debe ser imponer a todos los límites estrechos de su propio entendimiento? Por lo demás, ese es el inevitable resultado del espíritu de sistema, que es, lo repetimos, antimetafísico al más alto grado.

La metafísica afirma la identidad profunda del conocer y del ser, que no puede ser puesta en duda más que por aquellos que ignoran sus principios más elementales; y, como esta identidad es esencialmente inherente a la naturaleza misma de la intuición intelectual, no sólo la afirma, sino que la realiza. Al menos esto es verdad para la metafísica integral; pero es menester agregar que lo que hubo de metafísica en Occidente parece haber permanecido siempre incompleto bajo este aspecto. No obstante, Aristóteles planteó claramente en principio la identificación por el conocimiento, al declarar expresamente que «el alma es todo lo que ella conoce»[2]; pero ni él ni sus continuadores parecen haber dado nunca a esta afirmación su alcance verdadero, sacando de ella todas las consecuencias que implica, de suerte que ha permanecido para ellos algo puramente teórico. Eso es mejor que nada, ciertamente, pero no obstante es muy insuficiente, y esta metafísica occidental se nos aparece como doblemente incompleta: lo es ya teóricamente, puesto que no va más allá del ser, como lo hemos explicado precedentemente, y, por otra parte, no considera las cosas, en la medida misma en que las considera, más que de una manera simplemente teórica; la teoría se presenta en ella en cierto modo como bastándose a sí misma y como siendo su propio fin, mientras que, normalmente, no debería constituir más que una preparación, por lo demás indispensable, en vista a una realización correspondiente.

Es menester hacer aquí una precisión sobre el tema de la manera en que empleamos esta palabra «teoría»: etimológicamente, su sentido primero es el de «contemplación», y, si se tomara así, se podría decir que la metafísica toda entera, con la realización que implica, es la «teoría» por excelencia, únicamente, el uso ha dado a esta palabra una acepción algo diferente, y sobre todo mucho más restringida. Primeramente, se ha tomado el hábito de oponer «teoría» y «práctica», y, en su significación primitiva, esta oposición, al ser la de la contemplación y la acción, también estaría justificada aquí, puesto que la metafísica está esencialmente más allá del dominio de la acción, que es el de las contingencias individuales; pero el espíritu occidental, al estar vuelto casi exclusivamente del lado de la acción, y al no concebir ninguna realización fuera de está, ha llegado a oponer generalmente teoría y realización. Por consiguiente, es esta última oposición la que aceptamos de hecho, para no apartarnos del uso recibido, y para evitar las confusiones que podrían provenir de la dificultad que se tiene para separar los términos del sentido que se está habituado a atribuirles con razón o sin ella; no obstante, no llegaremos hasta cualificar de «práctica» a la realización metafísica, ya que esta palabra ha permanecido inseparable, en el lenguaje corriente, de la idea de acción que expresaba primitivamente, y que aquí no podría aplicarse de ninguna manera.

En toda doctrina que es metafísicamente completa, como lo son las doctrinas orientales, la teoría va siempre acompañada o seguida de una realización efectiva, de la que es sólo la base necesaria: ninguna realización puede ser abordada sin una preparación teórica suficiente, pero la teoría toda entera está ordenada en vista de la realización, como el medio en vista del fin, y este punto de vista se supone, al menos implícitamente, hasta en la expresión exterior de la doctrina. Por otra parte, la realización efectiva puede tener, además de la preparación teórica y después de ella, otros medios de un orden muy diferente, pero que, ellos también, están destinados a proporcionarle un soporte o un punto de partida, que no tienen en suma más que un papel de «ayudas», cualquiera que sea, por lo demás, su importancia de hecho: esa es, concretamente, la razón de ser de los ritos de carácter y de alcance propiamente metafísicos cuya existencia hemos señalado. No obstante, a diferencia de la preparación teórica, estos ritos no se consideran nunca como medios indispensables, no son más que accesorios y no esenciales, y la tradición hindú, donde tienen no obstante un lugar importante, es completamente explícita a este respecto; pero, por su eficacia propia, facilitan enormemente la realización metafísica, es decir, la transformación de ese conocimiento virtual que es la simple teoría en un conocimiento efectivo.

Estas conclusiones pueden parecer ciertamente muy extrañas a los occidentales, que no han considerado nunca ni siquiera la simple posibilidad de algo de este género; y, sin embargo, a decir verdad, se podría encontrar en occidente una analogía parcial, aunque bastante lejana, con la realización metafísica, en lo que llamaremos la realización mística. Queremos decir que en los estados místicos, en el sentido teológico de esta palabra, hay algo efectivo que hace de ellos algo más que un conocimiento simplemente teórico, aunque una realización de este orden sea una realización forzosamente limitada. Por eso mismo de que no se sale del modo propiamente religioso, no se sale tampoco del dominio individual; los estados místicos no tienen nada de supraindividual, no implican más que una extensión más o menos indefinida de posibilidades únicamente individuales, que, por lo demás, van incomparablemente más lejos de lo que se supone ordinariamente, y sobre todo de lo que son capaces de concebir los psicólogos, incluso con todo lo que se esfuerzan en hacer entrar en su «subconsciente». Esta realización no puede tener un alcance universal o metafísico, y permanece siempre sometida a la influencia de elementos individuales, principalmente de orden sentimental; ese es el carácter mismo del punto de vista religioso, pero aún más acentuado que en cualquier otra parte, como ya lo hemos señalado, y es también, al mismo tiempo, lo que da a los estados místicos el aspecto de «pasividad» que se les reconoce bastante generalmente, sin contar que la confusión de los dos órdenes, intelectual y sentimental, puede ser en ellos frecuentemente una fuente de ilusiones. En fin, es menester advertir que esta realización, siempre fragmentaria y raramente ordenada, no supone ninguna preparación teórica: los ritos religiosos juegan en ella ese papel de «ayudas» que juegan en otra parte los ritos metafísicos, pero es independiente, en sí misma, de la teoría religiosa que es la teología; eso no impide, por lo demás, que los místicos que poseen algunos datos teológicos se eviten muchos de los errores que cometen aquellos que están desprovistos de ellos, y que sean más capaces de controlar en una cierta medida su imaginación y su sentimentalidad. Tal cual es, la realización mística, o en modo religioso, con sus limitaciones esenciales, es la única que es conocida en el mundo occidental; podemos decir también aquí, como hace un momento, que eso es mejor que nada, aunque esté muy lejos de la realización metafísica verdadera.

Hemos tenido que precisar este punto de vista de la realización metafísica, porque es esencial para el pensamiento oriental, y, por lo demás, común a las tres grandes civilizaciones de las que hemos hablado. No obstante, no queremos insistir demasiado en ello en esta exposición, que debe forzosamente permanecer más bien elemental; así pues, en lo que concierne especialmente a la India, no le consideraremos sino en tanto que sea estrictamente inevitable hacerlo, ya que este punto de vista es quizás aún más difícil de comprender que cualquier otro para la generalidad de los occidentales. Además, es menester decir que, si la teoría puede ser expuesta siempre sin reservas, o al menos bajo la única reserva de lo que es verdaderamente inexpresable, no sucede lo mismo con lo que toca a la realización.

[1] Kritik der reinen Verunuft, ed. Harteustein, p. 256.

[2] De Anima.

El Estado Incondicionado de Âtmâ

El Estado Incondicionado de Âtmâ
(Capítulo XV del libro: El Hombre y su devenir según el Vedanta)

«Vigilia, sueño, sueño profundo, y lo que está más allá, tales son los cuatro estados de Âtmâ; el más grande (mahattara) es el Cuarto (Turîya). En los tres primeros, Brahma reside con uno de sus pies; tiene tres pies en el último». Así, las proporciones establecidas precedentemente desde un cierto punto de vista, se encuentran invertidas desde otro punto de vista: de los cuatro «pies» (pâdas) de Âtmâ, los tres primeros, en cuanto a la distinción de los estados, no son más que uno en cuanto a la importancia metafísica, y el último es tres por sí mismo solo bajo la misma relación. Si Brahma no fuera «sin partes» (akhanda), se podría decir que solo un cuarto de Él está en el Ser (comprendido ahí todo lo que depende de él, es decir, la manifestación universal de la que él es el principio), mientras que Sus otros tres cuartos están más allá del Ser. Estos tres cuartos pueden considerarse de la manera siguiente: 1º, la totalidad de las posibilidades de manifestación en tanto que no se manifiestan, y por consiguiente en el estado absolutamente permanente e incondicionado, como todo lo que es del «Cuarto» (en tanto que se manifiestan, pertenecen a los dos primeros estados; en tanto que «manifestables», al tercero, principial en relación a éstos); 2º, la totalidad de las posibilidades de no manifestación (de las que no hablamos en plural más que por analogía, ya que están evidentemente más allá de la multiplicidad, e incluso más allá de la unidad); 3º, finalmente, el Principio Supremo de unas y de las otras, que es la Posibilidad Universal, total, infinita y absoluta.

«Los Sabios piensan que el Cuarto (Chaturtha), que no es conocedor ni de los objetos internos ni de los objetos externos (de una manera distintiva y analítica), ni a la vez de los unos y de los otros (considerados sintéticamente y en principio), y que no es (siquiera) un conjunto sintético de Conocimiento integral, puesto que no es ni conocedor ni no conocedor, es invisible (adristha, e igualmente no perceptible por ninguna facultad cualquiera que sea), no actuante (avyavahârya, en Su inmutable identidad), incomprehensible (agrâhya, puesto que comprende todo), indefinible (alakshana, puesto que es sin ningún límite), impensable (achintya, puesto que no puede ser revestido de ninguna forma), indescriptible (avyapadêshya, puesto que no puede ser calificado por ninguna atribución o determinación particular), la única esencia fundamental (pratyaya-sâra) del “Sí mismo” (Âtmâ, presente en todos los estados), sin ningún rastro de desarrollo de la manifestación (prapancha-upashama, y por consiguiente absoluta y totalmente libre de las condiciones especiales de cualquier modo de existencia que sea), plenitud de la Paz y de la Beatitud, sin dualidad: Él es Âtmâ (Él mismo, fuera e independientemente de toda condición), (así) debe ser conocido».

Se observará que todo lo que concierne a este estado incondicionado de Âtmâ se expresa bajo una forma negativa; y es fácil comprender que ello sea así, ya que, en el lenguaje, toda afirmación directa es forzosamente una afirmación particular y determinada, la afirmación de algo que excluye otra cosa, y que limita así aquello de lo que se puede afirmar. Toda determinación es una limitación, y por tanto una negación; por consiguiente, es la negación de una determinación lo que es una verdadera afirmación, y los términos de apariencia negativa que encontramos aquí, son, en su sentido real, eminentemente afirmativos. Por lo demás, la palabra «infinito», cuya forma es semejante, expresa la negación de todo límite, de suerte que equivale a la afirmación total y absoluta, que comprende o envuelve todas las afirmaciones particulares, pero que no es ninguna de éstas a exclusión de las demás, precisamente porque las implica a todas igualmente y «no distintivamente»; y es así como la Posibilidad Universal comprende absolutamente todas las posibilidades. Todo lo que puede expresarse bajo la forma afirmativa está encerrado necesariamente en el dominio del Ser, puesto que él mismo es la primera afirmación o la primera determinación, aquella de la que proceden todas las demás, del mismo modo que la unidad es el primero de los números y que éstos se derivan todos de ella; pero aquí, estamos en la «no-dualidad», y ya no en la unidad, o, en otros términos, estamos más allá del Ser, por eso mismo de que estamos más allá de toda determinación, incluso principial.

Así pues, en Sí mismo, Âtmâ no es ni manifestado (vyakta), ni no manifestado (avyakta), al menos si se considera lo no manifestado solamente como el principio inmediato de lo manifestado (lo que se refiere al estado de Prâjna); sino que Él es a la vez el principio de lo manifestado y de lo no manifestado (aunque este principio Supremo pueda decirse, por lo demás, también no manifestado en un sentido superior, aunque no sea más que para afirmar con ello Su Inmutabilidad absoluta y la imposibilidad de caracterizarle por ninguna atribución positiva). «A Él (al Supremo Brahma, al que Âtmâ incondicionado es idéntico), el ojo no Le alcanza, ni la palabra, ni la “mente”; nosotros no Le reconocemos (como comprehensible por otro que Él mismo), y es por lo que no sabemos cómo enseñar Su naturaleza (por una descripción cualquiera). Es superior a lo que es conocido (distintivamente, o al Universo manifestado), y está incluso más allá de lo que no es conocido (distintivamente, o del Universo no manifestado, uno con el Ser Puro); tal es la enseñanza que hemos recibido de los Sabios de antaño. Se debe considerar que Lo que no es manifestado por la palabra (ni por ninguna otra cosa), sino Eso por lo que la palabra es manifestada (así como todas las cosas), es Brahma (en Su Infinitud), y no lo que es considerado (en tanto que objeto de meditación) como “esto” (un ser individual o un mundo manifestado, según que el punto de vista se refiera al “microcosmo” o al “macrocosmo”) o “eso” (Îshwara o el Ser Universal mismo, fuera de toda individualización y de toda manifestación)».

Shankarâchârya agrega a este pasaje el comentario siguiente: «Un discípulo que ha seguido atentamente la exposición de la naturaleza de Brahma debe ser llevado a pensar que conoce perfectamente a Brahma (al menos teóricamente); pero, a pesar de las razones aparentes que puede tener para pensar así, por eso no es menos una opinión errónea. En efecto, la significación bien establecida de todos los textos concernientes al Vêdânta es que el “Sí mismo” de todo ser que posee el Conocimiento es idéntico a Brahma (puesto que, por este Conocimiento mismo, se realiza la “Identidad Suprema”). Ahora bien, de toda cosa que es susceptible de devenir un objeto de conocimiento, es posible un conocimiento distinto y definido; pero ello no es así para Lo que no puede devenir un tal objeto. Eso es Brahma, ya que Él es el Conocedor (total), y el Conocedor puede conocer las demás cosas (puesto que las encierra a todas en Su infinita comprehensión, que es idéntica a la Posibilidad Universal), pero no hacerse a Sí mismo el objeto de Su propio Conocimiento (ya que, en Su identidad que no resulta de ninguna identificación, no se puede hacer siquiera, como en la condición de Prâjna, la distinción principial de un sujeto y de un objeto que son sin embargo “el mismo”, y ya que no puede dejar de ser Sí mismo “omniconocedor”, para devenir “omniconocido”, lo que sería otro Sí mismo), de la misma manera que el fuego puede quemar otras cosas, pero no quemarse a sí mismo, (puesto que su naturaleza esencial es indivisible, como, analógicamente, Brahma es “sin dualidad”). Por otra parte, no puede decirse tampoco que Brahma pueda ser un objeto de conocimiento para otro que Sí mismo, ya que, fuera de Él, no hay nada que sea conocedor (puesto que todo conocimiento, incluso relativo, no es más que una participación del Conocimiento absoluto y supremo)».

Por eso es por lo que se dice en la continuación del texto: «Si piensas que conoces bien (a Brahma), lo que conoces de Su naturaleza es en realidad poco; por esta razón, Brahma debe ser considerado aún más atentamente por ti. (La respuesta es ésta:) Yo no pienso que Le conozco; con eso quiero decir que no Le conozco bien (de una manera distinta, como conocería un objeto susceptible de ser descrito o definido); y sin embargo Le conozco (según la enseñanza que he recibido concerniente a Su naturaleza). Quienquiera de entre nosotros que comprende estas palabras (en su verdadera significación): “Yo no Le conozco, y sin embargo Le conozco”, ese Le conoce en verdad. Para el que piensa que Brahma es no comprendido (por una facultad cualquiera) Brahma es comprendido (ya que, por el Conocimiento de Brahma, ese ha devenido real y efectivamente idéntico a Brahma mismo); pero el que piensa que Brahma es comprendido (por alguna facultad sensible o mental) no Le conoce. Brahma (en Sí mismo, en Su incomunicable esencia) es desconocido para aquellos que Le conocen (a la manera de un objeto cualquiera de conocimiento, ya sea un ser particular o el Ser Universal), y es conocido para aquellos que no Le conocen (como “esto” o “eso”)».

Proposición de comprensión

«Yo soy esto» es el ego. Cuando «yo» es mantenido solo como «yo», es el sí mismo

(…)

D. Uno tiene a veces vívidos relámpagos de una consciencia cuyo centro está fuera del sí mismo normal, y que parece ser omni-inclusiva. Sin entrar en conceptos filosóficos, ¿qué me aconsejaría Bhagavan que haga para obtener, retener y extender esos raros relámpagos? ¿Implica abhyasa (práctica) en esa experiencia el retiro?

M. ¿Fuera? ¿Para quién es dentro o fuera? Éstos solo pueden existir mientras hay el sujeto y el objeto. ¿Para quién son estos dos? En la investigación usted encontrará que ellos se disuelven solo en el sujeto. Vea quién es el sujeto; y esta indagación le lleva a la consciencia pura más allá del sujeto. El sí mismo normal es la mente. Esta mente es con limitaciones. Pero la consciencia pura es más allá de limitaciones, y es obtenida por la investigación como se ha señalado más arriba. La obtención: el sí mismo está siempre aquí. Solo tiene que eliminar el velo que obstruye la revelación del sí mismo. La retención: una vez que realiza el sí mismo, eso deviene su experiencia directa e inmediata. No se pierde nunca. La extensión: no hay ninguna extensión del sí mismo, pues el sí mismo es como siempre, sin contracción o expansión.

El retiro: permanecer en el sí mismo es soledad. Debido a que no hay nada ajeno al sí mismo. El retiro debe ser de algún lugar o estado a otro. No hay ni lo uno ni lo otro aparte del sí mismo. Puesto que todo es el sí mismo, el retiro es imposible e inconcebible. Abhyasa (práctica) es solo impedir la perturbación de la paz inherente. Usted está siempre en su estado natural, tanto si hace abhyasa como si no… Permanecer como es, sin cuestión ni duda, es su estado natural.

D. Al realizar el samadhi, ¿no obtiene uno siddhis (poderes) también?

M. Para exhibir siddhis, debe haber otros que los reconozcan. Eso significa que no hay ningún jñana en el que los exhibe. Por consiguiente, los siddhis no son dignos de un pensamiento; solo debe aspirarse a jñana y solo debe obtenerse jñana.

D. ¿Ayuda mi realización a otros?

M. Sí, y posiblemente es la mejor ayuda que pueda dar a otros. Aquellos que han descubierto grandes verdades, lo han hecho en las profundidades quietas del sí mismo. Pero, en realidad, no hay ningún «otro» a quien ayudar. Pues el ser realizado ve solo el sí mismo, de la misma manera que el orfebre ve solo el oro mientras lo aprecia en diferentes joyas hechas de oro. Cuando se identifica con el cuerpo, el nombre y la forma están ahí. Pero cuando trasciende la consciencia del cuerpo, los «otros» también desaparecen. El realizado no ve el mundo como diferente de sí mismo.

D. ¿No sería mejor si los santos se mezclaran con los otros?

M. No hay ningunos «otros» con los que mezclarse. El sí mismo es la única realidad.

D. ¿No debo yo intentar ayudar al mundo que sufre?

M. El Poder que le ha creado a usted ha creado también el mundo. Si ese poder puede cuidar de usted, similarmente puede cuidar del mundo también… Si Dios ha creado el mundo, es incumbencia Suya cuidarlo, no es incumbencia de usted.

D. ¿No es nuestro deber ser patriotas?

M. Su deber es SER, y no ser esto o eso. «YO SOY LO QUE YO SOY» resume toda la verdad; el método está resumido en «SOLO SEA».

¿Y qué significa «en quietud»? Significa «Destrúyase a usted mismo»; debido a que, todo nombre y forma es la causa del trastorno. «Yo-yo» es el sí mismo. «Yo soy esto» es el ego. Cuando «yo» es mantenido solo como «yo», es el sí mismo. Cuando se va por la tangente y dice «Yo soy esto o eso, yo soy fulano», —es el ego.

D. ¿Quién es entonces Dios?

M. El sí mismo es Dios. «Yo soy» es Dios. Si Dios es aparte del sí mismo, Él debe ser un Dios sin sí mismo, lo cual es absurdo. Todo lo que se requiere para realizar el sí mismo es SOLO SER. ¿Qué puede ser más fácil que eso? Por consiguiente, atma-vidya es lo más fácil de obtener.

Ativarnashramî. El Libro de las Contemplaciones.

Ativarnashramî, el no nacido, el no mortal por tanto, es el autor de estas meditaciones, Ativarnashramî somos todos, lo queramos o no, es lo que somos, la realidad imperecedera y única desde la cual se os convoca a todos vosotros, si es que lo queréis.

La mano por la que estas meditaciones fueron escritas es la de alguien que en un cierto momento no se hallaba en este mundo aparente, en este mundo que aparece cada mañana al abrir los ojos. Ese no encontrarse, ese no encontrar paz duradera, definitiva, de una vez por todas, esa paz que no está sometida a la zozobra de cada día y de lo que cada día trae, es el anhelo que pone en marcha la búsqueda de uno mismo y la escritura de estas meditaciones.
Después de mucho dar vueltas, de leer libros, de practicar primero el catolicismo, después el Islam, luego las doctrinas hindúes en sus representantes más actuales y genuinos y finalmente y viendo que todo estaba poco más o menos que al principio de la búsqueda, parándose a meditar consigo mismo, con seriedad, con dedicación preferente y continuada, las preguntas claves fueron brotando y sus respuestas correctas también.
Poco importan entonces los detalles biográficos, las títulos académicos, las distinciones universitarias, las condecoraciones, los méritos mundanos, los méritos de este mundo de la vigilia, irreales desde todos los puntos de vista.
¿Estas meditaciones sirven de ayuda a alguien? Sí, ya han servido y por eso están aquí a disposición de los que las encuentren, y no sólo los escritos, sino la persona misma que los escribió no hace mucho tiempo.

¿Por qué Ativarnashrami el nombre del autor? ¿Por qué “Ha sido escuchado” el título del libro? Ativarnashrami quiere decir “sin color” y también “sin nacimiento”. Luego el autor es literalmente “nadie”. “Ha sido escuchado” quiere decir exactamente que “Ha sido escuchado”; también que “Ha sido visto” o que “Ha sido saboreado”. Esta obra no es un tratado sobre el Vedanta Advaita ni sobre ninguna otra doctrina. No esta estructurada, no ha sido concebida ni pensada como una “obra”. No se ha pretendido hacer nada “vedantino” ni nada con un color cualquiera que sea. Es la puesta por escrito de una autoindagación llevada al día. Esta obra está hecha sólo de preguntas. Si ayuda a alguien a encontrar sus propias respuestas será para él una cosa buena. En caso contrario, será una cosa inútil.

PROTECCIÓN A TRAVÉS DE SATIPATTHANA* NYANAPONIKA THERA

PROTECCIÓN A TRAVÉS DE SATIPATTHANA*

NYANAPONIKA THERA

Traducción española por Gloria Ávila

En cierta ocasión el Buda contó a sus monjes la siguiente historia (Satipatthana Samyutta, No. 19):

Había una vez un par de malabaristas que efectuaban sus proezas sobre una vara de bambú. Un día, el maestro dijo a su aprendiz:

“Ahora, súbete a mis hombros y sube también la vara de bambú.” Cuando el aprendiz había hecho lo que se le indicó, el maestro le dijo: “Bueno, ahora protégeme bien y yo voy a protegerte a ti!. Protegiéndonos y viendo uno por el otro de esa forma, podremos mostrar nuestra habilidad, obtener ganancias y bajarnos sanos y salvos de la vara de bambú.” Pero el aprendiz replicó: “No es así maestro!” Usted, Oh maestro, deberá protegerse a usted mismo y yo, por mi parte, me haré cargo de mi. Así haremos nuestras proezas, auto-protegidos y auto-cuidados.”

“Esa es la manera correcta,” dijo el Bendito y continuó de la siguiente manera:

“Es justamente como lo dijo el aprendiz: ‘Yo me protegeré” -de esa manera, deben practicarse los fundamentos de la atención (satipathana). ‘Yo protegeré a otros’ – de esa manera deben practicarse los fundamentos de la atención. Protegiéndose a uno mismo, uno protege a los otros; protegiendo a otros, uno se protege a uno mismo.

“¿Y cómo al protegerse uno mismo, protege a los demás? Por la práctica repetida y frecuente de la meditación (asevanaya bhavanaya bahulikammena).

“¿Y cómo uno, al proteger a otros, se protege a uno mismo? Por medio de la paciencia e indulgencia, por medio de una vida sin violencia y sin daño, por medio de la benevolencia y de la compasión.”

Este Sutta pertenece al número considerable de enseñanzas importantes y eminentemente prácticas del Buda, que todavía permanecen escondidas como tesoros enterrados, desconocidos y sin uso. Aún así, este texto tiene un importante mensaje para nosotros, y el hecho de que esté impreso el sello real de satipaååhàna le da un llamado adicional a nuestra atención.

El Individuo y la sociedad

El Sutta trata la relación entre nosotros mismos y nuestros congéneres, entre el individuo y la sociedad. Suma, de una manera sucinta, la actitud budista ante los problemas de la ética individual y social, del egoísmo y el altruismo. El fondo está contenido en dos oraciones concisas:

“Protegiéndose uno mismo, se protege a otros.”

(Attanam rakkhanto param rakkhati)

“Protegiendo a otros, uno se protege a uno mismo.” (Param rakkhanto attanam rakkhati.)

Estas dos aseveraciones son complementarias y no deben tomarse o citarse separadamente. Actual-mente, cuando el servicio social es tan importante, las personas pueden sucumbir a la tentación de apoyar sus ideas citando únicamente la segunda oración. Pero cualquier cita parcial de esta idea no representa-ría el punto de vista total del Buda. Hay que recordar que en nuestra historia el Buda aprobó expresamente las palabras del aprendiz, que uno tiene que vigilar cuidadosamente los propios pasos si desea proteger a otros de un daño. Aquél que está hundido en el barro no puede ayudar a otros para que salgan de ahí, en ese sentido, la auto-protección forma la base indispensable de la protección y la ayuda ofrecida a los otros. Pero la auto-protección no es una protec-ción egoísta. Es auto-control y auto-desarrollo ético y espiritual.

Hay algunas grandes verdades que son tan amplias y profundas que podría parecer que tienen un límite de importancia siempre en expansión que crece con el propio límite de comprensión y de práctica de ellas. Dichas verdades son aplicables en varios niveles de entendimiento, y son válidas en varios contextos de nuestra vida. Después de alcanzar el primero o segundo nivel, uno se sorprenderá de que se desplieguen ante nuestro entendimiento, una y otra vez, nuevas perspectivas, iluminadas por la misma verdad. Esto también opera para las grandes verdades gemelas de nuestro texto, mismas que consideraremos ahora detalladamente.

“Al protegerse uno mismo, uno protege a los demás” -la verdad de esta aseveración principia en un nivel muy simple y práctico. Este nivel material inicial de la verdad es tan evidente que no necesitamos decir mas que unas pocas palabras al respecto. Es obvio que la protección de nuestra propia salud alcanzará a lograr la protección de la salud de otros en nuestro medio ambiente, especialmente cuando se involucran enfermedades contagiosas. La precaución y circuns-pección en todos nuestros actos y movimientos protegerá a otros del daño que puede resultar de nuestra negligencia y falta de cuidado. Al manejar cuidadosamente, abstenernos del alcohol, tener auto-control en situaciones que pueden llevar a la violen-cia-en todos estos casos y de muchas otras maneras-protegeremos a otros, protegiéndonos a nosotros mismos.

El Nivel Ético

Llegamos ahora al nivel ético de esa verdad. La auto-protección moral salvaguardará a otros, individuos y sociedad, contra nuestras propias pasio-nes e impulsos egoístas sin control. Si permitimos que las “tres raíces” del mal – avidez, odio e ignorancia-se afirmen en nuestros corazones, entonces sus brotes se esparcirán extensamente como una enredadera de la jungla, sofocando todo crecimiento saludable y noble de los alrededores. Pero si nos protegemos nosotros mismos contra estas tres raíces, nuestros congéneres también estarán a salvo. Estarán a salvo de nuestra imprudente avidez de posesiones y poder, de nuestra lujuria y sensualidad incontenibles, de nuestra envidia y nuestros celos; a salvo de las consecuencias destructivas de nuestro odio y desamor que pueden ser destructivos o hasta criminales; a salvo de los estallidos de nuestra ira y de la atmósfera de antagonismo y conflicto resultante, que pueden hacer que sus vidas se vuelvan insoportables.

Los efectos dañinos de nuestra avidez y nuestro odio por otros no están limitados a los momentos en que ellos se vuelven objetos pasivos o víctimas de nuestro odio, o cuando sus posesiones llegan a ser el objeto de ella. Tanto la avidez como el odio tienen un poder infeccioso que multiplica ampliamente sus efectos dañinos. Si nosotros mismos no pensamos en otra cosa que no sea desear y asir, adquirir y poseer, retener y apegarse, entonces haremos surgir o bien fortaleceremos estos instintos de posesión en los otros. Nuestra conducta negativa puede llegar a ser la conducta normal de quienes nos rodean – ya sea nuestros niños, nuestros amigos, nuestros colegas. Nuestra propia conducta puede inducir a otros a unírsenos en la satisfacción común de deseos rapaces; o podemos hacer surgir en ellos sentimientos de resentimiento y competitividad. Si estamos llenos de sensualidad, también podemos avivar en ellos el fuego de la lujuria. Nuestro propio odio puede provocar en ellos el odio y la venganza; también podmos aliarnos con otros o instigarlos a efectuar actos comunes de odio y enemistad. La avidez y el odio son, verdaderamente, como enfermedades contagiosas. Si nos protegemos a nosotros mismos contra estas infecciones malignas, protegeremos, hasta cierto punto, a los demás.

Protección a través de la Sabiduría

Con respecto a la tercera raíz del mal, sabemos muy bien cuánto daño puede hacerse a otros con el engaño o la ignorancia, a través de la estupidez, del descuido, de los prejuicios, de las ilusiones y el engaño de una sola persona.

Sin sabiduría y sin conocimiento, los intentos de protegerse a uno mismo y a los demás fallarán generalmente. Uno verá el peligro sólo cuando ya es demasiado tarde, y no se tomarán precauciones para el futuro; uno no conocerá los medios acertados y efectivos de protección y ayuda. Por lo tanto, la auto protección a través de la sabiduría y el conocimiento es de capital importancia. Al adquirir la sabiduría y conocimiento verdaderos, protegeremos a otros de las consecuencias dañinas de nuestra propia ignorancia, prejuicios, fanatismo y engaño infecciosos. La historia nos muestra los grandes y destructivos engaños masivos, que han sido encendidos frecuentemente por sólo un individuo o un pequeño número de personas. La auto-protección a través de la sabiduría y el conocimiento protegerá a otros del efecto pernicioso de tales influencias.

Brevemente, hemos indicado la manera en que nuestra vida privada puede tener un fuerte impacto en las vidas de otros. Si cada uno de nosotros deja sin resolver las fuentes reales o potenciales del mal social dentro de nosotros mismos, nuestra actividad social externa será fútil o notoriamente incompleta. Por lo tanto, si nos mueve un espíritu de responsabilidad social, no debemos eludir la difícil tarea del auto-desarrollo moral y espiritual. La preocupación respecto a las actitudes sociales no debe representar una excusa o un medio de escape del principal deber, limpiar primero nuestra propia casa.

Por otra parte, aquella persona que se ha dedicado encarecidamente a sí mismo para el auto-mejoramiento y auto-desarrollo espiritual será una fuerza potente y activa a favor del bien en el mundo, aunque no se comprometiera en cualquier servicio social externo. Su silencioso ejemplo por sí solo proporcionará ayuda y aliento a muchas personas, al mostrarles que los ideales de una vida sin egoísmo y sin daño pueden ser vividos realmente y que no son sólo temas de predicación.

El Nivel Meditativo

Continuemos ahora con el siguiente nivel superior en la interpretación de nuestro texto. Se expresa en la siguientes palabras del Sutta: “¿Y cómo es que, protegiéndose uno, se pueda proteger a otros? Por la práctica repetida y frecuente de la meditación”. La auto-protección moral carecerá de estabilidad mientras que permanezca como una disciplina rígida reforzada después de una lucha de motivos contra hábitos conflictivos de pensamiento y conducta. Los deseos apasionados y las tendencias egoístas pueden alcanzar mayor intensidad si uno trata de silenciarlos por medio de una determinante fuerza de voluntad. Aún si uno logra el éxito temporalmente en cuanto a la supresión de impulsos pasionales o egoístas, el conflicto interior que no ha sido resuelto impedirá el progreso moral y espiritual propio y desviará al propio carácter del camino recto. Es más, la desarmonía interior provocada por una supresión forzada de los impulsos buscará una salida en la conducta externa. Puede hacer que el individuo se vuelva irritable, resentido, dominante y agresivo en su relación con otros. Así es que el hecho de utilizar un método equivocado de auto-protección puede hacer que el daño afecte a uno mismo o a otros. Sólo cuando la auto-protección moral a uno mismo ha llegado ser una función espontánea, cuando se torna tan natural como el reflejo del párpado al cerrarse para proteger del polvo al ojo -sólo entonces nuestra estatura moral proporcionará realmente protección y seguridad efectivas tanto para nosotros mismos como para los demás. Esta naturalidad de la conducta moral no nos llega como un don del cielo. Tiene que ser adquirida por medio de la práctica repetida y del cultivo. Por lo tanto, nuestro Sutta dice que es por medio de la práctica repetida que llega a nosotros la auto-protección, volviéndose suficientemente fuerte como para proteger también a los demás.

Pero si la práctica repetida del bien tiene lugar únicamente en los niveles prácticos, emocionales e intelectuales, sus raíces no estarán firmes y con la suficiente profundidad. Dicha práctica repetida debe extenderse también al nivel del cultivo meditativo. Por medio de la meditación, los motivos prácticos, emocionales e intelectuales de la auto-protección moral y espiritual llegarán a ser nuestra propiedad personal que no podrá perderse nuevamente con facilidad. Por lo tanto, nuestro Sutta habla aquí de bhavana, el desarrollo meditativo de la mente en su sentido más amplio. Esta es la forma más elevada de protección que el mundo puede conferir. Aquél que ha desarrollado su mente por medio de la meditación vive en paz consigo mismo y con el mundo. De él no provendrá ningún daño o violencia. La paz y la pureza que irradia tendrán un poder de levantamiento y será una bendición para el mundo. Será un factor positivo en la sociedad, aún si vive en reclusión y silencio. Cuando el entendimiento y el reconocimiento del valor social de una vida meditativa cese en una nación, será uno de los primeros síntomas de deterioro espiritual.

Protección de Otros

Ahora debemos considerar la segunda parte de la declaración del Buda, un complemento necesario para la primera: “Protegiendo a otros uno se protege a uno mismo, ¿Y cómo? Por la paciencia y la tolerancia, por medio de una vida sin violencia y sin daño, por la benevolencia y la compasión (khantiya avihimsaya mettataya anuddayataya).”

Aquél cuya relación con sus congéneres está gobernada por estos principios se protegerá a si mismo mejor de lo que podría hacerlo con fuerza física o con cualquier arma poderosa. Aquél que es paciente y tolerante evitará conflictos y querellas, y se hará amigo de aquéllos a los que les ha mostrado una comprensión paciente. Aquél que no recurre a la fuerza o a la coerción raramente llegará a ser, bajo condiciones normales, un objeto de violencia, ya que no provoca la violencia de los otros. Y si debiera enfrentar la violencia, la llevará a un rápido fin, ya que no perpetuará la hostilidad a través de la venganza. Aquél que tiene amor y compasión para todos los seres, y que está libre de enemistad, combatirá la voluntad-enfermiza de los otros y desarmará a los violentos y brutales. Un corazón compasivo es el refugio de todo el mundo.

Ahora entenderemos mejor cómo armonizan aquellas dos afirmaciones complementarias de nuestro texto. La auto-protección es la base indispensable. Pero la auto-protección verdadera es posible únicamente si no genera conflicto con la protección de otros; porque alguien que busca la auto-protección a expensas de otros se corromperá a si mismo, además de ponerse en situaciones de peligro. Por otra parte, la protección de otros no debe crear conflicto con los cuatro principios de paciencia, no-violencia, benevolencia y compasión; también debe evitar interferir con su libre desarrollo espiritual como es el caso de varias doctrinas totalitarias. Por ende, la concepción budista de auto-protección excluye todo egoísmo, y en la protección de los otros, no hay lugar para la violencia y la interferencia.

La auto-protección y la protección de otros corresponden a las virtudes gemelas del budismo, sabiduría y compasión. La protección correcta es la expresión de sabiduría, la protección correcta de los otros, la expresión de la compasión. Sabiduría y compasión, siendo los elementos principales del Bodhi o Iluminación, han encontrado su más alta perfección en el Totalmente Iluminado, el Buda. La insistencia de su desarrollo armonioso es un rasgo característico de todo el Dhamma. Las encontramos en los estados sublimes (brahmavihara), en donde la ecuanimidad corresponde a la sabiduría y a la auto-protección, mientras que la benevolencia, la compasión y el gozo altruista corresponden a la compasión y a la protección de los otros.

Estos dos grandes principios de auto-protección y protección de los otros son de igual importancia tanto para la ética individual como la social y los lleva a ambos a la armonía. Sin embargo, su impacto benéfico no se detiene en el nivel ético, sino que lleva al individuo en ascensión hasta la más alta realización del Dhamma, mientras que al mismo tiempo proporciona un firme cimiento para el bienestar de la sociedad.

A criterio del autor, con respecto al entendimiento de esos dos grandes principios de auto-protección y protección a los otros, como manifestación de las virtudes gemelas de sabiduría y compasión, es de vital importancia para la educación budista, ya sea de jóvenes y viejos. Dichos principios son las piedras angulares de la construcción del carácter y merecen un lugar central en el empeño mundial para revivir el budismo.

“Yo protegeré a los otros” -así que deberemos establecer nuestra atención, y guiados por ella, dedicarnos a la práctica de la meditación, para el bien de nuestra propia liberación.

“Yo protegeré a los otros” -así que deberemos establecer nuestra atención, y guiados por ella, regular nuestra conducta por medio de la paciencia, de nuestra inocuidad, benevolencia y compasión, para el bien y felicidad de muchos.

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* Nyanaponika Thera. Traducción al español por Gloria Ávila. Reproducción española con permiso de la Buddhist Publication Society (Sri Lanka). Este material puede ser reproducido para uso personal, puede ser distribuido sólo en forma gratuita. ©CMBT 1999. Última revisión lunes, 13 de marzo de 2000. Fondo Dhamma Dana.

EL TRIPLE REFUGIO* NYANAPONIKA THERA

EL TRIPLE REFUGIO*

NYANAPONIKA THERA

Traducción por Dr. Alejandro Córdova C.

Mediante la antiquísima, sencilla, y sobre todo, compasiva fórmula de ir por refugio a la Triple Joya, los seguidores de Buddha,1 en todos los países buddhistas, expresan su lealtad a Él y a su doctrina liberadora. El ‘ir por refugio’, como sugiere la expresión, debe ser un acto consciente, y no una simple declaración sobre una creencia hipotética o una costumbre piadosa. Existe el refugio protector, pero debemos ir a él mediante nuestro esfuerzo. Éste no vendrá por sí mismo a nosotros mientras permanecemos esperando.

El Buddha es sólo el maestro que ‘señala el camino’, como tantas veces así lo expresó. Por lo tanto, el ir por refugio como expresión de la fe buddhista (saddhà), es, en primer lugar, un acto consciente de voluntad y decisión dirigido hacia la meta de la liberación. Así que se rechaza la noción de una fe que espera por una ‘gracia salvadora’.

En los comentarios pali hay una declaración extraordinaria sobre lo que se quiere transmitir con la expresión de ‘ir por refugio’. Mediante ésta se incorpora la idea de ‘conocimiento’ y ‘entendimiento’. Esto apunta hacia el segundo aspecto sobre ir por refugio. Éste consiste en verlo como un acto consciente de entendimiento, por lo que es un rechazo de la credulidad ingenua y la fe ciega basada en una autoridad externa.El comentarista hace énfasis en este aspecto al describir el ‘ir por refugio’ como un estado mental que no depende de otras personas (aparapaccaya). El Maestro, en muchas ocasiones, advirtió a sus discípulos que no aceptaran sus enseñanzas basándose solamente en la confianza en Él, sino que las aceptaran luego de la experiencia personal, de la práctica y de la reflexión. Es pertinente recordar el famoso discurso a los Kàlàmas: “No acepten basándose en lo que escuchen, costumbres, historias o la autoridad de las escrituras. No acepten por razonamiento, lógica o investigaciones metódicas, ni por la aceptación de pensamientos especulativos, ni inducidos por la devoción, ni por el pensamiento: ‘Éste es mi maestro'” (Aæguttara Nikàya, 3:65).

El acto de ir por refugio contiene un triple conocimiento. Es un conocimiento que responde a los siguientes interrogantes: ¿Es realmente nuestro mundo tan peligroso e infeliz que requiera que nos refugiemos? ¿Existe, de hecho, ese refugio? ¿Cuál es su naturaleza? Muchos no ven la necesidad de un refugio. Están completamente convencidos de que ‘todo está bien en el mundo’ al sentirse complacidos con ellos mismos, y con los insignificantes y momentáneos estados de felicidad. No quieren, o no son capaces de ver más allá de sus estrechos horizontes. Para ellos, no ha aparecido en el mundo ni Buddha ni ningún otro gran maestro religioso. Pero la mayoría de los seres humanos saben, por amarga experiencia, que la dura y cruel cara del mundo está oculta detrás de una máscara amistosa.

Otros, bastante conscientes de la existencia de sus semejantes, añaden a sus experiencias personales, la observación de esas vidas. Un número aún más pequeño tienen la capacidad de reflexionar con sabiduría tanto lo que experimentan, como lo que observan. Para estos últimos, en particular, ‘cuya visión está menos oscurecida por el polvo’, la vida se presenta como un extenso océano de sufrimiento de indescifrable profundidad en cuya superficie los seres nadan por corto tiempo, o navegan en su frágiles y pequeñas embarcaciones, de las cuales se sienten muy orgullosos. Es cierto que hay temporadas en que las aguas están tranquilas, y en las que es placentero flotar sobre un agradable mar, o nadar extensamente para demostrar o disfrutar de la fortaleza del cuerpo. Pero aquellos con mente y ojos abiertos no se dejan engañar por estos cortos períodos de calma, pues conocen la furia sobrecogedora de un mar tormentoso, las peligrosas corrientes y remolinos, y los demonios y monstruos de sus profundidades. Ellos conocen que, aun en las circunstancias más favorables, el impacto de las fuerzas naturales de la vida agotarán rápidamente la endeble fuerza de los seres humanos.

Los cambios sorprendentes de la vida no dan oportunidad para mantener permanentemente, durante la sucesión de transformaciones, ni siquiera un grado inferior de felicidad, y niveles básicos de moralidad. No hay nada que ganar mediante continuas y nuevas travesías en cualquiera de las regiones del océano infinito y extenso de la vida. Sólo existen las mismas repeticiones sin sentido de altas y bajas, flujo y reflujo de la marea. Cuando se enfrenta a los siempre presentes peligros de la vida, y su esencial monotonía, sólo queda el grito de refugio en el corazón y mente que verdaderamente ha comprendido su condición en el mundo. El refugio es la única gran necesidad de la vida, e ‘ir a él’ el único acto sano exigido por esa realidad.

Pero, reconociendo su necesidad, ¿existe, de hecho, un refugio de los males del mundo? Los buddhistas así lo firman, y comprueban mediante esa afirmación que no son nada pesimistas. Al refugio al que se dirigen es la tríada de Buddha, su doctrina y la orden de los nobles discípulos. Se le conoce como la ‘Triple Joya’, al ser lo más preciado y puro. Pero el hecho de proveer de refugio permanente, y no sólo de protección temporal, puede solamente ser comprobado por uno mismo alcanzando este refugio mediante la propia realización interna.

Siempre y cuando sea conocida y apreciada, la Triple Joya existe objetivamente como un ideal o idea impersonal. Aun en esta forma, sin duda alguna, es una fuente continua y activa de beneficio para el mundo. Sin embargo, sólo se transformará de ideal impersonal a refugio personal en la medida en que se actualice en la mente y se manifieste en la forma de vida. Por lo tanto, no puede ser demostrado a los demás la existencia del carácter de refugio de la Triple Joya. Cada cual deberá encontrar este refugio en sí mismo mediante su propio esfuerzo. En el proceso de ir hacia él, el refugio adquirirá existencia y se desarrollará.

Mediante el esfuerzo, esmero y control

Que el hombre sabio construya una isla para sí

Que no pueda ser abrumada por las inundaciones

Dhammapada, v. 25

Sólo existirá el refugio en tanto conteste y corresponda a algo dentro de nosotros. Por esta razón el Sexto Patriarca Zen dijo:

¡Qué cada uno de nosotros tome refugio en las Tres Joyas dentro de nuestra mente!

Con respecto a tomar refugio en el Buddha, el mismo Maestro dijo poco después de su iluminación:

Serán conquistadores aquellos que como yo

han logrado poner fin a las impurezas

Majjhima Nikàya 26 (Ariyapariyesana Sutta)

El Buddha dijo poco antes de su muerte refiriéndose al segundo refugio en el Dhamma:

¡Sean islas para ustedes mismos, sean sus propios refugios!

¡No tomen otro refugio! Permitan que el Dhamma sea su isla, permitan que el Dhamma sea su refugio! No tomen otro refugio.

Dìgha Nikàya 16 (Mahàparinibbàna Sutta)

Se dice lo siguiente en la literatura de los comentarios refiriéndose a otro pasaje, pero aplicable al que hemos citado:

El Dhamma es llamado ‘ser’ (attà) en el caso del sabio

porque es parte de su existencia, y no es distinto de él.

Åìkà del Mahàsatipaååhàna Sutta

La Saægha, el tercer refugio, es el gran modelo enaltecedor a imitarse, la Orden de los nobles discípulos. Sirve de cimiento a este refugio la capacidad inherente de todo ser en convertirse en uno de los ocho tipos de seres nobles que forman el refugio de la Saægha.2

Ahora nos dirigimos a un tercer aspecto, la naturaleza última del Triple Refugio, el cual consiste en el conocimiento implícito en la toma de refugio. Hemos visto que el refugio puede ser alcanzado sólo si echa raíces concretas que existen como fundamentos en las mentes comunes. Surge como el loto en las aguas de la existencia mundana. Ahí se desarrolla y obtiene sus nutrientes. Pero lo que aún está hundido en el océano mundano y el sufrimiento, no puede ser el último refugio, el lugar de gozo y seguridad. No sólo debe aliviar, sino trascender el mundo del peligro, miedo y enfermedad como el loto que surge sobre la superficie del agua, y se mantiene impoluto. Por lo tanto, el refugio perfecto al cual se refiere la fórmula tradicional tiene una naturaleza supramundana y trascendental -lokuttara.

Así que el primer refugio no es el renunciante Gotama, sino el Buddha como personificación de la Iluminación que transciende el mundo. Se dice sobre el discípulo noble en el Vìmaçsaka Sutta: ‘Él cree en la Iluminación del Excelso’ (Majjhima Nikàya 47). El Dhamma del segundo refugio no nos presenta un cuadro frágil, fragmentado, hasta distorsionado de la doctrina según se refleja en la mente de un sujeto no liberado. Es el camino supramundano y su perfección en Nibbàna. El comentarista hace énfasis en la naturaleza supramundana del segundo refugio al decir que el Dhamma, como objeto de aprendizaje, se incluye en el refugio en tanto en cuanto es una expresión de la perfección del conocimiento que se adquiere en el sendero de la liberación.

La Saægha del tercer refugio no es toda la congregación de monjes con las debilidades de cada uno de sus miembros, y en la cual se comparten las limitaciones inherentes a cualquier institución humana. Es más bien la Orden de los nobles discípulos unidos por los lazos comunes de haber alcanzado los cuatro estados de liberación. En otras palabras, también es de naturaleza supramundana. Es la seguridad de un posible progreso de la mente pura y santificada hacia planos elevados que trascienden lo mundano.

El ir por refugio se convierte en un acto consciente de entendimiento mediante este triple conocimiento acerca de la necesidad, existencia y naturaleza del refugio. Este conocimiento y entendimiento apoya firmemente el aspecto emocional de tomar refugio, el cual consiste de tres partes: confianza, devoción y amor. El conocimiento de la existencia del refugio sirve de base para una firme y justificada confianza, para la tranquilidad que viene de la seguridad interna y la fortaleza del convencimiento. El conocimiento de la necesidad del refugio infunde inquebrantable devoción hacia él. El entendimiento de su sublime naturaleza llena el corazón con amor hacia lo más grande que se pueda pensar. Confianza es firmeza en la fe; devoción es tolerar pacientemente con esfuerzo y servicio leal; y el amor añade el elemento de gozo, afecto y ardor. De acuerdo al sentido de estos tres elementos el ‘ir por refugio’ es también un acto consciente de una fe sabia.

Podemos definir ahora el ‘ir por refugio’ como un acto consciente de la voluntad dirigido hacia la liberación el cual se fundamenta en el conocimiento, y se inspira en la fe. Podemos definirlo en forma breve como un acto consciente de decisión, entendimiento y devoción.  Estos tres aspectos de tomar refugio corresponden a las partes volitivas, racionales y emocionales de la mente humana. Así que se requiere el cultivo de las tres para alcanzar un desarrollo armónico de la personalidad.  La voluntad, el entendimiento y la fe se apoyan el uno en el otro en su tarea común. La voluntad, transformada en acción volitiva, libera a la fe de la aridez y los peligros de la laxitud emocional. Evita que el entendimiento se detenga en la simple valorización teorética, y une con firmeza las energías emocionales e intelectuales para acciones específicas. Por su parte, el entendimiento le da dirección y orden a la voluntad. Le da verdadero sentido a la fe, frenando su exceso. A su vez, la fe evita la dejadez en la voluntad, y es el elemento vigorizante y decisivo del entendimiento.

La presencia de estos tres aspectos es lo que distingue la verdadera fe buddhista. En la forma en que se comprende la fe, en otras religiones del mundo, se tiende a enfatizar los aspectos emocionales a expensas de la voluntad y el entendimiento. En contra de este énfasis desmedido en la fe emocional, el entrenamiento espiritual buddhista se dirige desde su comienzo hacia la plenitud y totalidad, y al desarrollo armónico de las facultades mentales. Por lo tanto, en su verdadero sentido, el acto de ir por refugio sólo se alcanza si al menos se relaciona con un grado mínimo de voluntad y de verdadero entendimiento. Sólo así es que la fe tendrá la cualidad de ‘semilla’ capaz de crecer que el Buddha le atribuyó.

El elemento de voluntad en la semilla de fe crecerá hasta madurar en el deseo irresistible de liberación (muñcitukamyatà-ñàäa), uno de los estados más avanzados de la visión cabal (vipassanà). El aspecto de entendimiento inicial en la verdadera fe crecerá en sabiduría penetrante. Finalmente, la confianza en la fe se transformará en la certeza interna que confiere su realización. El recitar la fórmula de ir por refugio de forma inconsciente sería una manera de degradar esta venerable y antiquísima práctica. La privaría de su verdadera validez y significado. El ‘ir por refugio’ debe ser la expresión de un genuino impulso interno semejante a la urgencia que uno pueda sentir en la vida ordinaria de buscar, sin retraso, refugio en un lugar seguro, al estar consciente de un gran peligro.

Cuando se toma refugio uno siempre debe tener en mente las implicaciones de este acto, según lo hemos explicado. Éste será, a la vez, una práctica beneficiosa en la recta atención plena. Siempre debe preguntarse cómo el acto presente de tomar refugio puede transformarse en términos de voluntad y entendimiento. Cuando vemos nuestra vida como si fuese una casa en llamas, no será suficiente venerar la seguridad y libertad que nos señalan desde afuera, sin tomar ningún paso que, de hecho, nos lleve a ellas. El primer paso hacia la seguridad y libertad será tomar refugio en forma correcta, como un acto consciente de decisión, entendimiento y devoción.

En la literatura de los comentarios se conserva un valioso documento sobre viejas prácticas buddhistas que demuestran la forma consciente y específica en que los antiguos devotos tomaban refugio en la Triple Joya. En el documento se mencionan cuatro formas distintas de tomar refugio. Cada una representada mediante la expresión de una fórmula específica, y vinculada con diferentes grados de compromiso.

Ordenadas en forma ascendente, las cuatro comienzan con postraciones, luego van a la aceptación de la condición de discípulo y de la Triple Joya como guía ideal, y terminan en la entrega total. Todas las fórmulas comienzan con las palabras: ‘A partir de hoy…’ las cuales indican el día en que se inicia un nuevo período en la vida del devoto, y hace énfasis en que es un acto definitivo y personal, el cual puede distinguirse de un ritual de carácter impersonal. Las tres fórmulas inferiores concluyen con las palabras: ‘¡Que así puedas tú conocerme!’, una afirmación ante testigo, mediante la cual se le da la solemnidad y fuerza de un voto.

El principio y el final en estas formas de tomar refugio reflejan las tempranas expresiones de compromiso que se informan en los suttas: ‘¡Yo voy por refugio al Señor Gotama, al Dhamma y a la Orden de los monjes! ¡Que el Señor Gotama me conozca como un discípulo laico ¡He tomado refugio, a partir de hoy, mientras viva!’  Estas fórmulas demuestran claramente que los antiguos devotos, quienes las crearon para su uso, eran muy sensibles al profundo significado de ir por refugio. Concebían este aparente y sencillo acto como un paso trascendental y decisivo para toda la vida, el cual exigía responsabilidades de carácter sagrado. Mediante sus cuatro características, las cuales exigían un decisión personal, aseguraban que el proceso de tomar refugio no degenerara en una rutina, y se adaptase a la intensidad creciente y a la dedicación esmerada. La estructura jerárquica demuestra que los antiguos estaban conscientes de que el ir por refugio sólo se perfeccionaba mediante la total entrega, sin reservas, a la Triple Joya.

En las formas más sencillas del acto, aún se mantenía algo del supuesto ego, pues era un ‘ir por refugio’ con reservas. De todas maneras, estas formas inferiores eran pasos definitivos hacia lo más alto, y debían ser cultivadas en forma consciente. Aquí también, como en todo desarrollo armónico mental, los niveles más altos no excluían a los inferiores, sino que éstos eran asimilados al ámbito más amplio.

Explicaremos las cuatro formas partiendo de las inferiores hasta alcanzar las superiores con el fin de obtener un cuadro más claro de éstas.

I. La primera forma de ir por refugio es la postración (paäipàta), la cual se expresa mediante la fórmula: ‘A partir de hoy sólo ofrezco al Buddha, al Dhamma y a la Saægha respetuosos saludos y servicio fervoroso. ¡Que así puedas tú conocerme!’ La postración es la actitud mental, y la expresión física y verbal reverencial que es resultado del reconocer y valorar algo que es superior a uno. Rompe a través del primero y duro caparazón del orgullo y el contentamiento ignorante que no conoce nada mejor que el propio e insignificante ego. Cuando se enfrentan a algo superior, los animales y los seres humanos no desarrollados, ya sean ‘primitivos’ o ‘civilizados’, reaccionan, generalmente, con desconfianza, miedo, fuga, agresión, resentimiento, hostilidad o persecución. Sólo pueden ver las formas de vida superiores como diferentes y extrañas, y, por lo tanto, desconfiadamente. Es distinción de una mente humana verdaderamente desarrollada enfrentar a lo más alto con respeto, admiración y el deseo de imitar. Por lo tanto, el reconocer y valorar algo superior es la condición que antecede al desarrollo espiritual, y el verdadero respeto que surge, sirve también de base para la educación moral.

Por esta razón, en la relación del ser humano con los más alto, viene primero la verdadera postración a la Triple Joya. La postración, como forma de tomar refugio, es la expresión espontánea de profunda veneración que se siente cuando se adquiere conciencia de la existencia y significado del refugio supremo. Es la reacción emocional de gratitud, devoción, y gozo cuando se siente el peso completo del hecho extraordinario de que existe un refugio del sufrimiento universal. Ésta es la razón mediante la cual en los comentarios esta forma de tomar refugio se ilustra, no mediante un acto rutinario de adoración por devotos confesos, sino mediante la conversión altamente emocional de un anciano brahmán, que profundamente conmovido, se postra ante el Excelso, abrazando y besando sus pies.

La postración representa el aspecto emocional de tomar refugio, siendo éste un acto consciente de fe. Mediante pureza de corazón y humildad, el acto de postrarse en cuerpo, palabra y mente, prepara al discípulo emocionalmente para la entrega total. Es un paso indispensable pero, al ser incompleto en lo que respecta entendimiento y decisión, requiere del apoyo adicional de las siguientes dos etapas.

II. Mientras que la postración se mantiene como una relación distante y unilateral con lo Supremo, los devotos, que aún se encuentran en el umbral del santuario, son conducidos a través de su puerta mediante el próximo paso – la aceptación del discipulado (sissabhàv’ ùpagamana). El discípulo expresa: ‘A partir de hoy soy un discípulo de Buddha, el Dhamma y la Saægha. ¡Que así puedas tú conocerme!’ Mediante esta declaración va por refugio a la suprema sabiduría, abriéndose a su penetrante influencia.

El respeto y la humildad adquiridos anteriormente por la genuina postración le ha ganado al discípulo el derecho de entrar al santuario de la sabiduría. Sólo si se acerca con esa actitud reverencial es que el gurú, el maestro espiritual del Oriente, ofrece sus enseñanzas al ser estas cualidades las primeras indicaciones de que el discípulo está listo para recibirlas.

Si se toma el refugio en el sentido del discipulado, la vida se convierte en una constante actividad de aprendizaje, y adaptación de la mente a los normas establecidas por el Buddha, el Dhamma y la Saægha. El carácter del ser humano sabio es que siempre está dispuesto y deseoso de aprender. El proceso de aprendizaje establece una relación entre maestro, enseñanza y discípulo, al punto que ocurre una parcial y gradual identificación mediante la cual el discípulo puede incorporar la sabiduría del maestro y hacerla suya.

El aceptar el discipulado representa el aspecto racional de tomar refugio, el cual es un acto consciente de entendimiento. Provee razones completas y satisfactorias para el acto de postración, y en esa forma añade a la fortaleza y lealtad de la devoción. Pero los seres humanos no son siempre devotos y discípulos. Queda mucho en la vida que no se puede dominar fácilmente con sólo fe y entendimiento. Se requiere de una firme voluntad, decisión, y vasta habilidad para cambiar el curso de las variadas y rutinarias actividades de la vida en dirección hacia el refugio. Esta tarea de ir gradualmente haciendo del refugio el centro de la vida es la función de la tercera forma de tomar refugio.

III. En el tercer nivel el discípulo acepta la Triple Joya como su guía ideal (tapparàyaäatà) reconociéndolo abiertamente ‘A partir de hoy, el Buddha es mi guía ideal, y así también lo son el Dhamma y la Saægha. ¡Que así puedas tú conocerme!’ Al tomar esta forma de refugio, el discípulo promete someter, paso a paso, todas las actividades importantes de su vida a los ideales que integran la Triple Joya. Promete solemnemente destinar sus energías a la tarea de imprimir el triple sello sagrado sobre su vida personal, y sobre sus circunstancias, hasta el punto en que pueda vencer su resistencia. El Triple Refugio, en su carácter de ideal conductor y elemento determinante de la vida, exige completa dedicación en los asuntos externos. Pero esta dedicación al servicio de la Triple Joya aún no es la forma superior de tomar refugio. Todavía existe en la mente del discípulo la diferencia entre los nobles propósitos y la persona que los trabaja. De esta manera se conserva el engañoso ego. Éste se alegra ante el trabajo exitoso, y se apena cuando fracasa. El trabajo sutilmente se convierte en refugio, en vez de la Triple Joya. Si no se da la identificación completa entre el ego y el trabajo, aquél se mantiene ocultándose en el trabajo, y evade el llamado para la entrega total al verdadero refugio. Es posible el progreso más allá de este paso, sólo si se sirve al ideal conductor en forma altamente desprendida, sin buscar alguna recompensa.

IV. Esta forma desprendida hacia el trabajo será uno de los muchos frutos del último paso: la entrega completa a la Triple Joya (attasanniyyatana). No hay lugar para reservas en esta forma de refugio tomada por las personas mundanas. Sin embargo, en cierto sentido no exige nada, pues si el verdadero entendimiento nos ha dicho anteriormente que nada se puede ganar en el saçsàra, que es el aspecto objetivo del ego, entonces nada puede perderse al someter el ego, que es el aspecto subjetivo del saçsàra. No obstante, aunque esta sumisión del ego es sólo la sumisión de una ilusión, todos sabemos que es un sacrificio muy duro. Pero si de veras queremos librarnos de las ataduras del saçsàra, esta sumisión debe hacerse en un momento u otro, por lo que es mejor hacerla hoy que mañana. El mayor premio se gana sólo mediante la más alta apuesta, mediante el sacrificio del ego ilusorio, el cual ha tomado tanto poder que requiere del mayor esfuerzo para quebrarlo. En la toma de refugio mediante la entrega total, el discípulo sigue modestamente el ejemplo del Excelso, quien en la última gran lucha antes de su Despertar, se dirigió con las siguientes palabras a su antagonista interno personificado en Màra: “¡Es con yerba muñja con lo que estoy armado! ¡Vergonzosa la vida! ¡Prefiero morir en batalla que vivir como un derrotado!” (Sutta Nipàta, v. 440). De yerba muñja era el penacho de los antiguos guerreros indios que entraban a la batalla con el voto de ‘luchar o morir’. También debe ser el símbolo de los guerreros espirituales. Si mantenemos dudas, remordimientos, o reticencias, sólo habrá un débil intento en vez del esfuerzo decisivo necesario para la victoria.

Si alguna vez se ha tomado el solemne paso de ir por refugio mediante la entrega total, el discípulo experimentará en su corazón sensaciones de luz, tranquilidad y ausencia de temor. El ego, al cual se ha renunciado, no puede y no necesita temer por una vida que ha sido entregada, y que sólo se mantiene con el único propósito de alcanzar la más alta realización. Por lo tanto, en los primeros tiempos del Dhamma, aquellos de mentes decididas que incursionaron en el ‘ámbito de la acción espiritual’ mediante el cultivo de la meditación, hasta alcanzar la condición de Arahat, comenzaron su tarea con el voto de renuncia, según se aconseja en el siguiente pasaje del Visuddhimagga (Capítulo II, sec. 123-127):

“Habiéndose acercado a su Amigo Noble (i.e. el maestro de meditación), el meditador debe primero someterse al Buddha, el Excelso, o a su maestro, y luego, colmado por un fuerte deseo y determinación, debe solicitar la práctica meditativa. El rendirse al Buddha debe ser de la siguiente manera: ‘¡Te ofrezco, oh Excelso, mi existencia!’ Porque aquel que no ha renunciado a sí mismo, y vive en lugares solitarios, no podrá mantenerse firme ante los objetos de temor que se le acercarán. Puede que regrese al pueblo y asociándose con laicos incurra en una búsqueda incorrecta, para encontrarse en dificultades. Pero aquel que ha renunciado a su ego, no sentirá miedo, aun ante los objetos de temor que se le acerquen. Solo surgirá en él alegría cuando piensa: ‘¿No te has rendido al Buddha, oh hombre sabio, en aquel día?’

Y nuevamente, al someterse a su maestro, debe decir, ‘¡Reverendo Señor, le ofrezco mi existencia!’ Sin esta renuncia de su ego, éste será desconsolado, terco, no estará dispuesto a aceptar consejos, y actuará por su propia voluntad, sin solicitar permiso de su maestro. El maestro no lo favorecerá con ayuda material o espiritual, y no lo instruirá en los textos difíciles. Al no recibir éstos dos favores, no será virtuoso o regresará a la vida de laico.”

         

Desde luego que esta forma de tomar refugio mediante renuncia aún está muy lejos de la completa cesación del egoísmo o la condición de falsedad, pero es una forma efectiva hacia ese fin. Puede señalar la transición del refugio mundano, al cual aún pertenece; al refugio supramundano, el cual desea alcanzar.

El refugio de la renuncia se ofrece en los textos de los comentarios mediante la siguiente fórmula:

‘A partir de hoy me someto al Buddha, al Dhamma y la Saægha. Me entrego al Excelso, me entrego al Dhamma, me entrego a la Saægha. Les entrego mi vida. Hasta el fin de mi vida tomo refugio en el Buddha. El Buddha es mi refugio, amparo y protección, como también lo son el Dhamma, y la Saægha.’

         

Esta forma de refugio, hasta en su manera externa, es diferente de las tres anteriores al carecer del testimonio: ‘¡Que así puedas tú conocerme!’ De aquí podemos concluir que este, el más solemne de todos los votos, debía ser tomado en lo más recóndito del corazón, según lo requería lo sagrado de la decisión. Aquí, no se requiere la presencia de un testigo, como especie de apoyo moral para mantener el voto, pues tal requisito sólo demostraría lo prematuro en tomar este paso. Toda confesión pública sólo le restaría a la dignidad suprema del voto, y haría su observancia muy difícil, al hacer al discípulo muy consciente de sí, o aun orgulloso. De más está decir que una intencional demostración pública del voto derrotaría su propósito, restituyendo al ego que iba a ser sometido.

La fórmula más larga de sumisión que amplía la corta oración del Visuddhimagga ha sido ofrecida aquí, por primera vez, en un idioma occidental. El original pali parece que también ha producido poco interés en estos tiempos. Si reproducimos esta fórmula aquí, lo hacemos con la esperanza de que será recibida con la solemnidad que merece este valioso documento de antiquísima devoción, santificado mediante los esfuerzos y logros de aquellos que han practicado de acuerdo a él. Añadimos a lo aquí expuesto la más encarecida petición de que no se use livianamente con propósito de devoción común, y que el voto no se tome impulsivamente ante el entusiasmo del momento. Esta solemne promesa no debe hacerse, sino después de haberse puesto a prueba por largo tiempo la propia fuerza y perseverancia, mediante renuncias y obligaciones menores. Debemos cuidarnos de no abaratar y vulgarizar las cosas sublimes del espíritu acercándonos a ellas en forma superficial, hablando en forma descuidada, o tomándolas para luego dejarlas caer de nuestras manos cuando perdemos el interés, o nuestros débiles dedos se cansan. Por lo tanto, si no estamos seguros de nuestra fortaleza, no debemos asumir las serias demandas que exige la renuncia, sino tomar el refugio mediante las formas menores. Pues éstas igualmente demostrarán ser una ayuda poderosa para alcanzar altos logros espirituales. Al hacer uso inteligente de las cuatro formas devocionales del sendero de los antiguos, conservaremos la más popular práctica religiosa del mundo buddhista, el ir por refugio, y evitaremos que se deteriore y haga ineficaz. Deberemos poder convertirlas en una poderosa corriente dadora de vida, la cual nos conducirá algún día a la Isla de la Paz Eterna, Nibbàna, en la cual el refugio y el refugiado se unifican en uno.

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1 En las publicaciones del Fondo Dhamma Dana, incluyendo sus traducciones, se sigue la raíz pali Budha, que significa despertar o iluminar, para Buddha y Buddhismo, en vez de la forma castellanizada Buda y Budismo. De acuerdo a la tradición Theravada el lenguaje pali fue utilizado por Buddha para enseñar su doctrina (Dhamma). (N. del T.)

2 Los ocho tipos de seres nobles (attha-ariya puggala) son aquellos que han alcanzado los cuatro senderos de liberación supramundanos y realizado los cuatro estados correspondientes de perfección o fruición. El ganador de la corriente (Sotàpanna), que ha realizado el primero de los cuatro frutos de liberación, y tiene asegurada la liberación final luego de no más de siete renacimientos. El que regresa una vez (Sakadàgàmi), que ha realizado el segundo de los cuatro frutos de liberación, y alcanzará la liberación final luego de regresar una vez más al mundo de los humanos. El que no regresa (Anàgàmi), que ha realizado el tercero de los cuatro frutos de liberación, y alcanzará la liberación final luego de renacer en un plano superior, sin nunca regresar al plano humano. El liberado (Arahat), que ha realizado el cuarto fruto final de liberación, mediante el cual ha destruido todas las impurezas mentales, y alcanzado la liberación de los ciclos de renacimientos.

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Código: FDD 18

Título: El Triple Refugio

Autor: Nyanaponika Thera

Fecha de publicación: 1986

Editor: Buddhist Publication Society

Dirección del Editor: P.O. Box 61, 54, Sangharaja Mawatha, Kandy Sri Lanka

Original: The Threefold Refuge (Wheel No. 76; ensayo publicado en The Vision of Dhamma)

Traductor: Dr. Alejandro Córdova C.

Revisado por: Ronald Martínez y Virginia Etienne

Fecha: 1997

Fuentes: TimesPali.

Páginas: 9

Reproducción de la traducción española con permiso de la Buddhist Publication Society (1997).

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* Nyanaponika Thera. Traducción al español por Alejandro Córdova. Revisado por Ronald Martínez-Lahoz y Virginia Etienne. Este material puede ser reproducido para uso personal, puede ser distribuido sólo en forma gratuita. ©CMBT 1999. Última revisión lunes, 13 de marzo de 2000. Fondo Dhamma Dana. Este documento requiere la fuente Times Pali.

LA DEVOCIÓN EN EL BUDDHISMO* NYANAPONIKA THERA

LA DEVOCIÓN EN EL BUDDHISMO*

NYANAPONIKA THERA

Traducción por Dr. Alejandro Córdova C.

El Buddha con frecuencia desalentó cualquier tipo de veneración excesiva hacia él. El sabía que un exceso de devoción puramente emocional puede obstaculizar y alterar el desarrollo de un carácter balanceado y armónico y convertirse en un serio obstáculo en el progreso en el camino hacia la liberación. La historia de la religión le ha dado la razón, como lo ilustran las extravagancias del misticismo en oriente y occidente.

Los Suttas relatan la historia de un monje, Vakkali, quien lleno de devoción y amor por el Buddha siempre estaba deseoso de contemplarlo corporalmente. Ante esta actitud del monje, el Buddha le dijo: “¿Qué ganas tú con observar este cuerpo impuro? Aquel que ve el Dhamma me ve a mí.” Poco antes de morir el Buddha dijo: “Si un monje o una monja, un hombre o mujer devota, vive de acuerdo con el Dhamma, es correcto en su forma de vivir, camina de conformidad con el Dhamma, él es quien realmente honra, reverencia y venera al Perfecto (Tathàgata) con los más valiosos honores”.

Una verdadera y profunda comprensión del Dhamma, junto con una conducta conforme a esa comprensión, son superiores a cualquier homenaje externo o mera devoción emocional. Ésta es la instrucción que expresan estas dos enseñanzas del Maestro.

Sin embargo, sería un error concluir que el Buddha desaprueba una actitud reverencial y devocional de la mente cuando ella es la expresión de una verdadera comprensión y una profunda admiración de lo que es grande y noble. También sería un grave error creer que la expresión de “ver el Dhamma” como aparece en la primera oración es idéntica a la mera apreciación intelectual y la aprehensión puramente conceptual de la doctrina. Este tipo de apreciación, en que predomina el enfoque abstracto del mensaje concreto del Buddha, muy a menudo conduce a la pedantería intelectual. Ello producirá un sentimiento de esterilidad que nunca es comparable al fuerte y vivificante impulso que produce el profundo sentimiento de devoción hacia lo que es grande, noble y ejemplar. La devoción, un aspecto y natural complemento de la confianza (saddhà), es un factor necesario en el balance de las facultades (indriya-samatà) que se requiere para la liberación final. La confianza, en todos sus aspectos, incluyendo el devocional, es necesaria para resolver cualquier estancamiento o parálisis del proceso, así como de otras dificultades que resultan del desarrollo parcial de las facultades intelectuales. Este tipo de desarrollo parcial de las facultades intelectuales, con frecuencia tiende a dar vueltas en círculos sin poder detenerse. En esta situación, la devoción, la confianza y la fe, ellos también aspectos del concepto pali ‘saddhà,’ pueden constituir una ayuda efectiva y rápida.

Aunque el Buddha rechazó ser objeto de un culto emocional de la personalidad, también reconoció que el “respeto y homenaje dedicado a quienes son merecedores de respeto” constituye una gran bendición. El Buddha hizo esta declaración en una de sus principales exposiciones de tipo ético, el discurso sobre las Bendiciones (Mahà Maægala Sutta). El Buddha señala que la actitud reverencial y de respeto, así como las bendiciones  de “evitar la asociación con necios” y “asociarse con el sabio”, son fundamentales para el progreso individual como social y para cualquier beneficio elevado ulterior. Aquel que es incapaz de una actitud reverencial también será incapaz de progresar espiritualmente más allá de los limites de su condición mental presente. Aquel que es tan ciego como para no ver o reconocer algo mas elevado y mejor que el pequeño charco de lodo de su mezquino “self” o ego y el medio que lo rodea, sufrirá por largo tiempo un retraso en su desarrollo. Y aquel que a partir de demostraciones autoafirmativas  desprecia la actitud reverencial en él mismo y  en otros, permanecerá prisionero en su propio orgullo, el más formidable obstáculo para una verdadera maduración del carácter y un crecimiento espiritual.

Es a través de reconocer y honrar a alguien o algo más elevado, que uno honra y realiza sus propias potencialidades internas.

                    Cuando magnificamos el corazón elevado y

                    celebramos la visón segura y

                    veneramos la grandeza,

                    nosotros somos grandes.

Debido a que respeto, reverencia y devoción son aspectos parciales del concepto buddhista de confianza, uno comprenderá por que la confianza ha sido llamada la semilla de todas las otras cualidades benéficas.

Cuanto más noble sea el objeto de devoción y reverencia más elevados son los beneficios otorgados por él. “Aquellos que poseen una alegre confianza en lo más elevado, obtendrán los más elevados frutos.” ( Aæguttara,4:34)

Los objetos supremos de reverencia  y devoción buddhista son el Triple Refugio, también llamado las Tres Joyas o Ideales: el Buddha, su enseñanza (Dhamma) y la comunidad de monjes y monjas santos (Saægha). Aquí, también el Buddha es reverenciado no como una personalidad con un determinado nombre, o como una deidad, sino como la encarnación de la Iluminación. Un texto a menudo mencionado en las escrituras buddhistas dice que el discípulo devoto laico “tiene confianza, cree en la Iluminación del Perfecto”. Sin embargo esta confianza no es el resultado de la fe ciega basada en rumores, sino que se deriva de la convicción razonada y basada en su propia comprensión de la palabra del Buddha, que le habla a él claramente con una voz inconfundible de Iluminación. Esta seguridad es enfatizada por el hecho de que junto con la confianza también se menciona la sabiduría como una de las cualidades que como ideal debe seguir el discípulo laico.

Ahora, nosotros podemos preguntarnos ¿no es natural que sentimientos de amor, gratitud, reverencia y devoción busquen expresión a través de la totalidad del ser humano, a través de las acciones del cuerpo y del lenguaje, así como a través de los pensamientos y sentimientos no expresados? Por ejemplo ¿ocultaremos nuestros sentimientos hacia los padres y otros seres queridos? ¿Acaso no los expresaremos con palabras y hechos amorosos? ¿Acaso no mantendremos vivo su recuerdo en una forma adecuada, como por ejemplo, guardando sus fotografías en nuestra casa, colocando flores en sus tumbas, recordando sus nobles cualidades? En esa misma forma, alguien que ha criticado el aspecto devocional de la religión puede tratar de comprender los actos externos de homenaje que se acostumbra realizar en los países buddhistas, cuando con gesto reverencial se colocan flores e incienso ante la imagen de Buddha y se recitan los textos devocionales, no como plegarias sino como meditación. Teniendo en cuenta que tal práctica no degenerara en una estéril rutina, el seguidor del Dhamma derivará algunos beneficios si realiza alguna forma de práctica devocional, adaptándola a su propio temperamento y a las costumbres sociales del medio que le rodea.

El buddhismo, sin embargo, no impone a sus seguidores una demanda para observar alguna forma de devoción o valoración. Esto es dejado enteramente a la elección de los individuos, cuyas necesidades emocionales, devocionales e intelectuales difieren grandemente. Ningún  buddhista deberá sentirse forzado a entrar en un molde de hierro,  sea del tipo devocional o  racionalista. Sin embargo, como un seguidor del camino medio, debe evitar expresar juicios parciales sobre otros y tratar de comprender que sus necesidades y preferencias individuales pueden diferir de las suyas propias.

Mucho más importante y de mayor valor que las formas externas de devoción es la capacidad básica de respeto y reverencia expuesta al principio de este ensayo, así como la práctica de la meditación o de la contemplación de carácter devocional. De esto se obtienen múltiples beneficios y fue por buenas razones que el iluminado recomendó repetidamente el recuerdo meditativo de las cualidades del Buddha (Buddhànussati), junto con otros recuerdos devocionales

Aquí de nuevo la referencia es la encarnación del ideal. Sólo el Buddha, por estar libre de toda huella de vanidad y egoísmo, podría recomendar a sus discípulos una meditación sobre el Buddha.

¿Cuáles son los beneficios de tales meditaciones devocionales? El primer beneficio es la purificación mental. Muchas meditaciones han sido denominadas por el Buddha “eficaces procedimientos para la purificación de una mente impura” (Aæguttara Nikàya,3:71).  “Cuando un noble discípulo contempla al Iluminado, en ese momento su mente no se encuentra envuelta en el deseo, ni en el odio ni en la ignorancia. En ese momento su mente se encuentra rectamente dirigida: él se ha desprendido del deseo, está lejos de él y está libre de él. Deseo es aquí un nombre para los cinco deseos sensuales. Al cultivar esta contemplación muchos seres se purificaron.” (Aæguttara Nikàya, 6:25)

Si al practicar esta actitud devocional uno se esfuerza por vivir como si estuviera en “presencia del Maestro” (satthà sammukhì bhùta), uno sentirá vergüenza de hacer, hablar o pensar cualquier cosa no valiosa o incorrecta. Uno se abstendrá de hacer algo malo, y como una reacción positiva uno se sentirá inspirado para hacer un gran esfuerzo por emular el gran ejemplo del Maestro.

Imágenes y no conceptos abstractos son el lenguaje del subconsciente. Así, si con frecuencia creamos en nuestra mente la imagen del Iluminado como la encarnación del hombre perfecto; esta imagen penetrará profundamente en nuestro subconsciente y si es suficientemente fuerte actuará como un freno automático contra los impulsos de hacer el  mal. A través de esta práctica, el subconsciente, que normalmente y a menudo constituye el enemigo escondido que impide que tengamos auto-control, puede llegar a ser un poderoso aliado en este esfuerzo. Con el propósito de educar el subconsciente es útil usar una imagen o pintura del Buddha como una ayuda para visualizarlo.  En esta forma la concentración de la mente se puede obtener con mayor facilidad. Para evocar y absorber algunos aspectos de la personalidad del Buddha se deben contemplar sus cualidades tal y como se encuentran descritos en el Visudhimagga.

El método de recordar las cualidades del Buddha produce un estado de alegría (pìti) que constituye una forma efectiva de vigorizar y fortalecer la mente y sacarla de los estados de distracción, tensión, fatiga y frustración que ocurren durante la meditación así como en la vida cotidiana.

El Buddha mismo recomendó: “Si durante una práctica intensa de meditación, al contemplar el cuerpo emergiera la agitación corporal incluyendo deseos sensuales, laxitud mental o distracción; ante esta situación el meditador deberá volver su mente hacia el sujeto vivificante que produce unos sentimientos de elevación” (Saçyutta Nikàya 47:10). En este caso los antiguos maestros recomendaron el método de “recordar las cualidades del Buddha”. Cuando estos obstáculos a la concentración se desvanecen bajo esa influencia, el meditador será capaz de volver al sujeto original de su meditación.

Los principiantes, cuando intentan concentrarse, con frecuencia su propósito se ve frustrado por una inquietud autoconsciente; es como si el meditador volviese la mirada sobre sí mismo. El meditador se siente perturbado al ser consciente de las múltiples y pequeñas molestias de su cuerpo, así como de la lucha contra los obstáculos de su mente, los cuales aumentaran su fuerza cuanto más lucha contra ellas. Esto puede suceder no sólo cuando el objeto de meditación son los propios procesos físicos y mentales, sino que también puede ocurrir cuando usamos otros objetos. En esta situación será mejor seguir al consejo dado anteriormente de cambiar la atención de nuestra personalidad hacia la inspiradora personalidad del Buddha y la contemplación de sus cualidades. El estado de gozoso interés que esto produce podría traer consigo ese olvido de sí mismo que es un aspecto muy importante para obtener la concentración de la mente. El gozo o alegría produce calma y ésta conduce al sentimiento de bienestar (sukha) y éste a la concentración (samàdhi).

De esta  manera la meditación devocional puede ser una valiosa ayuda para lograr la concentración mental. La cual es la base del ‘insight’ liberador. Esta función de la meditación devocional no puede ser mejor descrita que con las palabras del Maestro:

“Cuando un noble discípulo contempla al Iluminado, en ese momento su mente no está envuelta en el deseo, en el odio ni en la ignorancia. En ese momento su mente se encuentra rectamente dirigida hacia el Perfecto (Tathàgata) y con una mente rectamente dirigida el noble discípulo gana mayor  entusiasmo por la meta, entusiasmo por el Dhamma y obtiene el disfrute del Dhamma. Y así disfrutando, surge el gozo. En uno que está gozoso, el cuerpo y la mente se calman. Y calmando su cuerpo y su mente, se siente en paz; y en paz, su mente se concentra. Tal sujeto es llamado un noble discípulo quién entre la humanidad equivocada, él ha realizado lo que es recto; quién entre la humanidad acosada por dificultades, él está libre de las dificultades.”

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Código: FDD 013

Título: La Devoción en el Buddhismo

Autor: Nyanaponika Thera

Fecha de publicación: 1986

Editor: Buddhist Publication Society, Sri Lanka

Dirección del Editor: P.O. Box 61, 54, Sangharaja Mawatha, Kandy Sri Lanka

Original: Devotion in Buddhism

Traductor: Dr. Alejandro Córdova C.

Fecha: 1997

Fuentes: TimesPali.

Páginas: 5

Reproducción de la traducción española con permiso de la Buddhist Publication Society (1997)

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*  Nyanaponika Thera. Traducción al español por Alejandro Córdova. Este material puede ser reproducido para uso personal, puede ser distribuido sólo en forma gratuita. Última revisión lunes, 13 de marzo de 2000. Fondo Dhamma Dana. Este documento requiere la fuente Times Pali.

EL BUDDHISMO Y LA IDEA DE DIOS* NYANAPONIKA THERA

EL BUDDHISMO Y LA IDEA DE DIOS*

NYANAPONIKA THERA

Traducción por Dr. Alejandro Córdova C.

En la literatura occidental se encuentran expresados puntos de vista contradictorios respecto a la actitud del buddhismo en relación al concepto de Dios y dioses. A partir del estudio de los discursos del Buddha preservados en el Canon Pali, se puede observar que la idea de una deidad personal, un dios creador concebido como eterno y omnipotente es incompatible en las enseñanzas de Buddha. Por otro lado, las concepciones de una divinidad impersonal, como por ejemplo la de una alma universal o cósmica, se excluyen de acuerdo con la enseñanza de Buddha de anatta, no self o ego o la insubstancialidad.

En la literatura buddhista, la creencia en un dios creador (issaranimàna-vàda) se menciona con frecuencia y es rechazada junto con otras causas que erróneamente se aducen para explicar el origen del mundo; como por ejemplo un alma universal, el tiempo, la  naturaleza, etc. Sin embargo, la creencia en Dios no es colocada en la misma categoría de aquellos puntos de vista moralmente destructivos que rechazan los resultados kammicos de la acción, asumen un origen fortuito del hombre y la naturaleza o enseñan un determinismo absoluto. Todos estos puntos de vista son considerados totalmente perniciosos y tienen malos resultados seguros debido a su efecto sobre la conducta.

Sin embargo, el teísmo se considera como una forma de enseñanza sobre el kamma en cuanto el sostiene la eficacia moral de la acción. Debido a esto, un sujeto teísta que lleva o practica una vida moral como cualquiera que hace esto en nombre de lo que sea, podría esperar un renacimiento favorable. Incluso es posible que el renazca en un mundo celestial que se asemeje a la concepción que tenga de dicho lugar, aunque éste no durará eternamente como él espera. Pero si el fanatismo lo induce a perseguir a aquellos que no comparten sus creencias1, ello tendrá graves consecuencias para su destino futuro, ya que, las actitudes fanáticas, la intolerancia y la violencia contra otros, crean kamma insano que conduce al deterioro moral y a un renacimiento infeliz.

Aunque la creencia en Dios no excluye un renacimiento favorable, es una variedad de eternalismo, una falsa afirmación de permanencia enraizada en la avidez de existencia y como tal constituye un obstáculo para la liberación final. El teísmo se encuentra clasificado como una de las cadenas (saçyojana) que atan a la existencia tales como la creencia en una personalidad o entidad permanente en los fenómenos o cosas, el apego a ritos o rituales  y el deseo por una existencia material sutil o por un “cielo de la esfera de los sentidos.”

Los primeros buddhistas consideraron que la idea de Dios para explicar el origen del universo y la situación del hombre en este mundo resultaba no convincente. A través de los siglos, los filósofos buddhistas han formulado detallados argumentos refutando la doctrina de un dios creador. Sería interesante comparar dichos argumentos con los que los filósofos occidentales han refutado las pruebas teológicas de la existencia de Dios.

Sin embargo, para un entusiasta creyente, la idea de Dios es mucho más que un mero recurso para explicar los hechos externos como el origen del mundo. Para él, Dios es un objeto de fe que puede otorgar un fuerte sentimiento de certeza, no sólo como la existencia de Dios en algún lugar del universo, sino también como una presencia cercana y consoladora. Este sentimiento de certeza requiere un detallado escrutinio. Este escrutinio revelará que en la mayoría de las cosas la idea de Dios es la proyección de los ideales del devoto o creyente -generalmente nobles- y su ferviente deseo y profunda necesidad de creer. Esta proyección se encuentra principalmente condicionada por las influencias externas tales como las impresiones de la infancia, la educación, la tradición y el medio ambiente social.

Los devotos, cargados con una gran fuerza emocional, producto de la poderosa capacidad humana para la formación de imágenes, visualización y creación de mitos, se identifican con las imágenes y conceptos de cualquier religión que ellos sigan. En el caso de la mayoría de los más sinceros creyentes, un penetrante análisis mostrará que su experiencia en Dios no tiene otro contenido que el anteriormente expuesto.

Sin embargo el alcance y el significado de la creencia en Dios y la experiencia en Él no se agota en lo anteriormente expuesto. Las vidas y escritos de los místicos de todas las grandes religiones son testigos de experiencias religiosas de gran intensidad en las que se presentan considerables cambios cualitativos de la conciencia. Una profunda absorción en la plegaria o la meditación puede producir una profundización y ampliación, una clarificación e intensificación de la conciencia, que se acompaña de sentimientos de éxtasis y felicidad. El contraste entre este estado de conciencia y el normal es tan grande que el místico cree que su experiencia es una manifestación de la divinidad; y dado tal contraste es compresible que así se crea.

La experiencia mística también se caracteriza por una marcada reducción o exclusión temporal de la multiplicidad de las percepciones sensoriales y la inquietud de pensamiento; y así la relativa unificación de la mente es interpretada como una unión y comunión con Dios. Todas estas impresiones y sus primeras interpretaciones espontáneas las identifica el místico dentro de su teología particular. Sin embargo es interesante señalar que el intento de los más grandes místicos occidentales por relacionar sus experiencias místicas con el dogma oficial de sus respectivas iglesias a menudo fueron vistos con recelo por la ortodoxia, y en muchos casos fueron considerados francamente heréticos.

Los aspectos psicológicos que subyacen a esas experiencias religiosas son aceptadas y bien conocidas por el buddhista, pero él distingue acuciosamente las experiencias en sí mismas de la interpretación teológica que se hace de ellas. Después de emerger de una absorción (jhàna) meditativa profunda, el meditador buddhista es aconsejado para que los factores físicos y mentales que forman parte de su experiencia sean analizadas a la luz de las tres características de toda existencia condicionada: impermanencia, ligada al sufrimiento, y la ausencia de un ego permanente o una sustancia eterna. Esto se hace principalmente con el objeto de utilizar la pureza meditativa y la fuerza de la conciencia para los propósitos más elevados: la introspección liberadora. Pero este procedimiento también tiene un efecto colateral muy importante: el meditador no será arrollado por cualquiera de las incontrolables emociones y pensamientos evocados por su singular experiencia, y de esta manera será capaz de evitar interpretaciones de dicha experiencia que no estén garantizadas por los hechos.

Así un meditador buddhista, al mismo tiempo que se beneficia de los refinamientos de la conciencia que ha obtenido, será capaz de observar estas experiencias meditativas por lo que ellas son, y posteriormente él comprenderá que ellas no tienen ninguna sustancia permanente la cual pudiera ser atribuida a una deidad que se manifiesta en su mente. Por lo tanto, la conclusión buddhista es que el estado místico más elevado no es una evidencia de la existencia de un Dios personal o divinidad impersonal.

El buddhismo algunas veces ha sido llamado una enseñanza atea, ya sea en un sentido aprobatorio por libre pensadores y racionalistas o en un sentido derogatorio por personas de orientación teísta. Sólo en un sentido puede el buddhismo ser descrito como ateísta, a saber, en tanto que el rechaza la idea de un Dios o divinidad eterna y omnipotente, que es el creador y ordenador del mundo. Sin embargo la palabra “ateísmo”, así como la palabra “sin Dios (godless)” con frecuencia están cargados de un sentido despreciativo o implicaciones que nada tienen que ver con la enseñanza del Buddha.

Aquellos que usan la palabra “ateísmo” a menudo la asocian con una doctrina materialista que no conoce nada más elevado que este mundo de los sentidos y la poca felicidad que él puede otorgar. El buddhismo no tiene nada que ver con dicha concepción. En este sentido está de acuerdo con las enseñanzas de otras religiones de que una verdadera y permanente felicidad no se puede encontrar en este mundo; y el Buddha agrega que en ningún plano de existencia más elevado, concebido como un mundo celestial o divino, ya que todos los planos de existencia son impermanentes y por lo tanto incapaces de ofrecer una felicidad eterna.

Los valores espirituales por los que el buddhismo aboga están dirigidos no hacia una nueva vida en un mundo superior, sino hacia un estado que trasciende completamente el mundo, a saber, el Nibbàna. Sin embargo al hacer esta afirmación hay que señalar que los valores espirituales del buddhismo no establecen una separación absoluta entre el aquí y ahora y el más allá. Ellos tienen raíces firmes en el mundo mismo pues se dirigen hacia la más alta realización en la existencia presente; junto con tal aspiración espiritual el buddhismo alienta para que se haga un entusiasta esfuerzo para hacer este mundo un mejor lugar para vivir.

La filosofía materialista de aniquilación (uccheda-vàda) es rechazada enfáticamente por el Buddha como falsa doctrina. La doctrina del kamma es suficiente para probar que el buddhismo no enseña la aniquilación después de la muerte. Ésta acepta la sobrevivencia, no de un alma eterna, sino de un proceso mental sujeto a renovada existencia; de esta forma enseña renacimiento sin transmigración. La enseñanza del Buddha no es un nihilismo que ofrece a la humanidad sufriente al final  de su vida, una fría nada. Por el contrario es una enseñanza de salvación (niyyànika-dhamma) y de liberación (vimutti) que atribuye al ser humano la facultad de realizar por su propio esfuerzo la meta más elevada, Nibbàna, la cesación final del sufrimiento y la erradicación final de la avidez, el odio y la ignorancia. Nibbàna esta lejos ser el agujero negro de la aniquilación; sin embargo tampoco puede ser identificado con cualquier forma de idea de Dios, ni tampoco puede considerarse el fundamento inmanente o esencia del mundo.

El buddhismo no es un enemigo de la religión como el  teísmo cree. El buddhismo no es enemigo de nada ni nadie. El buddhismo reconoce y aprecia cualquiera de los valores éticos, espirituales y culturales que la creencia en Dios ha creado a lo largo de su accidentada historia. Sin embargo no podemos cerrar los ojos al hecho de que el concepto de Dios también ha servido con frecuencia como un manto para ocultar la voluntad de poder del hombre y el uso imprudente, peligroso y cruel de ese poder, agregando con ello mayor miseria e infelicidad a este mundo, que se supone una creación amorosa de Dios.

Durante siglos el pensamiento libre, la libre investigación y la expresión de puntos de vista disidentes fueron obstaculizados y sofocados en nombre de Dios. Y desgraciadamente estas y otras consecuencias negativas no son enteramente asuntos del pasado. La palabra “ateísmo” también se encuentra cargada indirectamente de una actitud relacionada con la  aprobación de una moral laxa y con la creencia de que una ética hecha por el hombre, sin tener la sanción de la divinidad, descansa sobre bases inestables y débiles. Sin embargo para el buddhismo la ley moral fundamental  o básica es inherente a la vida misma. Es un caso especial de la ley de causa y efecto que no necesita ni una divinidad otorgadora de la ley ni depende de las fluctuaciones de las concepciones humanas socialmente condicionadas por minucias morales y convenciones.

Para una gran porción de la humanidad la creencia en Dios se está derrumbando rápidamente y también la motivación para una conducta moral. Esto muestra el peligro de basar los postulados morales en mandamientos divinos, cuando su supuesta fuente o sostén está rápidamente perdiendo autoridad. Existe la necesidad de una fundamentación autónoma para la ética que tenga raíces más profundas que sólo un contrato social y que sea capaz de proteger la seguridad del individuo y de las instituciones humanas. El buddhismo ofrece esta fundamentación para la ética. El buddhismo no rechaza la idea de que existan en el universo planos de existencia y niveles de conciencia que en alguna forma sean superiores a nuestro mundo terrenal y al promedio de la conciencia humana. Rechazar esto sería ingenuo en esta era de los viajes espaciales. Bertrand Russell ha dicho correctamente: “Es improbable que el universo no contenga algo mejor que nosotros”. Sin embargo, de acuerdo con las enseñanzas del Buddha tales planos de existencia más elevados también están sujetos a la ley de la impermanencia y el cambio. Los habitantes de tales mundos puede que sean en grados diferentes, más poderosos y felices que los seres humanos y que gocen de una existencia más larga. Que llamemos a estos seres superiores dioses, deidades, devas o ángeles, importa  muy poco, pues es poco probable que ellos se llamen a sí mismos con estos nombres. Ellos son habitantes de este universo, compañeros errantes en esta rueda de existencias y aunque más poderosos que el hombre, no por ello son más sabios que él. Más aún, es posible que tales mundos y seres tengan su propio señor y gobernante. Pero como cualquier gobernante humano, un gobernante divino también podría inclinarse a juzgar erróneamente su propio estatus y poder, hasta que uno con más poder llegue y le señale su error, tal y como nuestros textos lo informan del Buddha.

Sin embargo, éstos son asuntos que están más allá de la esfera y del interés de la experiencia humana promedio. Aquí se han mencionado principalmente con el propósito de definir la posición del buddhismo y no como un tópico de especulación y de argumentación. Este tipo de actitud sólo desvía la atención y esfuerzo de aquello que debe ser nuestro objetivo principal; superar la avidez, el odio y la ignorancia donde quiera que  ellas se presenten, aquí y ahora.

Un antiguo verso atribuido al Buddha en el texto “Las Preguntas del Rey Milinda” dice: “No necesitas buscar lejos de aquí la más elevada existencia, ¿de qué sirve? Aquí en este agregado presente, en tu propio cuerpo se puede superar el mundo.”

1 NT. Quizá no sólo persecución que es lo más grave sino también desprecio, benevolencia sádica, etc.

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Código: FDD 014

Título: El Buddhismo y la Idea de Dios

Autor: Nyanaponika Thera

Fecha de publicación: 1986

Editor: Buddhist Publication Society, Sri Lanka

Dirección del Editor: P.O. Box 61, 54, Sangharaja Mawatha, Kandy Sri Lanka

Original: Buddhism and the Idea of God

Tradución: Dr. Alejandro Córdova C.

Fecha: 1997

Fuentes: TimesPali

Páginas: 5

Reproducción de la traducción española con permiso de la Buddhist Publication Society (1997)

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*  Nyanaponika Thera. Traducción al español por Alejandro Córdova. Este material puede ser reproducido para uso personal, puede ser distribuido sólo en forma gratuita. Última revisión lunes, 13 de marzo de 2000. Fondo Dhamma Dana. Este documento requiere la fuente Times Pali.

Nyanaponika, Mahathera (Siegmund Feniger)

Nyanaponika, Mahathera (Siegmund Feniger)

      El Venerable Nyanaponika Thera fue un budista europeo pionero (1901-94) nacido en  Hanauam-Main, Alemania, en una familia judía. Se convirtió al budismo por la lectura de libros budistas, cuando vivía en Silesia. A la edad de 21 años, viajó a Berlín y encontró a otros budistas alemanes, formando un grupo de estudios budistas en Konigsberg. En 1937 fue ordenado como un bhikkhu, siendo discípulo del gran maestro y erudito Nyanatiloka, fue encarcelado como enemigo alemán en Dhehra Dun, en el norte de India.

    En 1951 viaja a Alemania con Nyanatiloka Mahathera. Después de 1952 fue residente del Hermitaje del Bosque, Kandy, Sri Lanka.

    En. 1958-84 fue fundador y editor de la Sociedad de Publicaciones Budistas (BPS) es uno de los más grandes especialistas contemporáneos en  Satipatthana Sutta (Atención Mental) y meditación.

    Sus libros más importantes incluyen: El Corazón de Meditación Budista; La Visión del Dharma; y Estudios del Abhidhamma

    La atención mental es uno de los puntos mas importantes del noble Octuple sendero,  donde se le denomina atención Mental Pura y fue explicado por el Buda en los textos denominados Satipatthana Sutta.

    En el Satipatthana se definen cuatro clases de contemplación: Contemplación del cuerpo, de las sensaciones, del estado general de la mente y del contenido mental objeto de la conciencia, y se muestran catorce ejercicios para desarrollar la atención pura, cuya meta final es la liberación de la mente de los tres venenos, la codicia o deseo, el odio o aversión  y la ignorancia o delusión.

    Mediante la atención en el aquí y ahora  vemos surgir, los pensamientos, emociones y sensaciones y podemos evitar en su mismo nacimiento sus efectos perniciosos y acciones apasionadas. Nos ayuda a desarrollar una moralidad y un comportamiento positivos, así como una atención plenamente concentrada en el objeto, percibiendo muchos detalles nunca antes observados.

    La atención mental desarrolla tambien la intuición y la sabiduría y nos permite ver las cosas tal y como son en realidad, sin ser cegados por nuestras pasiones y nuestros prejuicios por lo que nos permite ofrecer una respuesta correcta a todo lo que surge en la conciencia.

    La protección de uno mismo a través del Satipatthana es tambien la de los demás y la protección de los demás es tambien la nuestra propia. ¿Como se hace esto a través de la atención?

    Buddha dijo:

    Es justamente como lo dijo el aprendiz: ‘Yo me protegeré” -de esa manera, deben practicarse los fundamentos de la atención (Satipatthana). ‘Yo protegeré a otros’ – de esa manera deben practicarse los fundamentos de la atención. Protegiéndose a uno mismo, uno protege a los otros; protegiendo a otros, uno se protege a uno mismo.

    “¿Y cómo al protegerse uno mismo, protege a los demás? Por la práctica repetida y frecuente de la meditación (asevanaya bhavanaya bahulikammena).

    “¿Y cómo uno, al proteger a otros, se protege a uno mismo? Por medio de la paciencia e indulgencia, por medio de una vida sin violencia y sin daño, por medio de la benevolencia y de la compasión.”

    El nivel ético de esa verdad es evidente, la atención en nosotros mismos salvaguardará a individuos y sociedad, contra nuestras propias pasiones e impulsos egoístas sin control. Si permitimos que las “tres raíces” del mal – avidez, odio e ignorancia-se afirmen en nuestros corazones, entonces sus brotes se esparcirán extensamente como una enredadera de la jungla, sofocando todo crecimiento saludable y noble de los alrededores. Pero si nos protegemos nosotros mismos contra estas tres raíces, nuestros congéneres también estarán a salvo. Estarán a salvo de nuestra imprudente avidez de posesiones y poder, de nuestra lujuria y sensualidad incontenibles, de nuestra envidia y nuestros celos; a salvo de las consecuencias destructivas de nuestro odio y desamor que pueden ser destructivos o hasta criminales; a salvo de los estallidos de nuestra ira y de la atmósfera de antagonismo y conflicto resultante, que pueden hacer que sus vidas se vuelvan insoportables.

    Con respecto a la tercera raíz del mal, sabemos muy bien cuánto daño puede hacerse a otros con el engaño o la ignorancia, a través de la estupidez, del descuido, de los prejuicios, de las ilusiones y el engaño de una sola persona.

    Sin sabiduría y sin conocimiento, los intentos de protegerse a uno mismo y a los demás fallarán generalmente. Uno verá el peligro sólo cuando ya es demasiado tarde, y no se tomarán precauciones para el futuro

    Por otra parte, aquella persona que se ha dedicado encarecidamente a sí mismo para el auto-mejoramiento y auto-desarrollo espiritual será una fuerza potente y activa a favor del bien en el mundo, aunque no se comprometiera en cualquier servicio social externo. Su silencioso ejemplo por sí solo proporcionará ayuda y aliento a muchas personas, al mostrarles que los ideales de una vida sin egoísmo y sin daño pueden ser vividos realmente y que no son sólo temas de predicación.

    Y cual es la importancia de la practica de la meditación para lograr esto?

    Los deseos apasionados y las tendencias egoístas pueden alcanzar mayor intensidad si uno trata de silenciarlos por medio de una determinante fuerza de voluntad o mediante la represión mental, esto hace que el individuo esté en desarmonía en su interior y se vuelve irritable, resentido, dominante… La raíz de nuestra intención debe surgir de la misma raíz de la mente y esto se logra mediante la práctica de la meditación.

    Por medio de la meditación, los motivos prácticos, emocionales e intelectuales de la auto-protección moral y espiritual llegarán a ser nuestra propiedad personal que no podrá perderse nuevamente con facilidad. Por lo tanto, nuestro Sutta habla aquí de bhavana, el desarrollo meditativo de la mente en su sentido más amplio. Esta es la forma más elevada de protección que el mundo puede conferir. Aquél que ha desarrollado su mente por medio de la meditación vive en paz consigo mismo y con el mundo. De él no provendrá ningún daño o violencia. La paz y la pureza que irradia tendrán un poder de levantamiento y será una bendición para el mundo.

    Tambien dice el Sutta:

    Protegiendo a otros uno se protege a uno mismo, ¿Y cómo? Por la paciencia y la tolerancia, por medio de una vida sin violencia y sin daño, por la benevolencia y la compasión (khantiya avihimsaya mettataya anuddayataya).”

    Aquél que tiene amor y compasión para todos los seres, y que está libre de enemistad, combatirá la voluntad-enfermiza de los otros y desarmará a los violentos y brutales. Un corazón compasivo es el refugio de todo el mundo.

    La auto-protección es la base indispensable. Pero la auto-protección verdadera es posible únicamente si no genera conflicto con la protección de otros; porque alguien que busca la auto-protección a expensas de otros se corromperá a si mismo, además de ponerse en situaciones de peligro. Por otra parte, la protección de otros no debe crear conflicto con los cuatro principios de paciencia, no-violencia, benevolencia y compasión

    Para terminar si avanzamos en nuestra practica de meditación cuando hacemos el foco de conciencia en todos los seres podremos percibir su sufrimiento, pero… como podemos percibir el sufrimiento de otros? Lo que surge es nuestro propio sufrimiento, lo hemos detectado en su nivel mas profundo, este sufrimiento es tambien la raíz de muchas enfermedades y trastornos físicos… y cual es el antídoto  a eso? La compasión hacia los demás, si proyectamos internamente nuestra compasión hacia todos los seres, desde lo mas profundo estamos cortando tambien nuestro propio sufrimiento y sentando la mas firme base de nuestra propia salud física y mental.

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