La naturaleza de la mente

From: MINERO16  (Original Message) Sent: 01/02/2004 11:12
Cuando las enseñanzas budistas nos dicen que la naturaleza de la mente es
espacio, pensamos que esto quiere decir que es como el espacio interestelar.
Lo vemos así por la costumbre que tenemos de objetivar las cosas, de querer
“mirarlas”. Pero el espacio al que se refieren las enseñanzas no corresponde
al “espacio físico” que pretendemos “ver”, sino al espacio psicológico que
“sentimos”.

Cuando vemos algo, o escuchamos algo, ¿dónde lo vemos o dónde lo escuchamos?
Ese espejo en donde se reflejan los sonidos, visiones, ideas y sentimientos
es la mente. Ese espejo multidimensional es un espacio psicológico
consciente y radiante, un espacio que se da cuenta. No es la idea de un
espacio “vacío” sino la idea de un espacio “consciente”, un espacio que no
es diferente de nuestra percepción del mundo. Es un espacio con
características extraordinarias, es omnipresente, inmutable, eterno, y con
todas las cualidades del Ser Absoluto. La naturaleza última de la mente es
idéntica  a la naturaleza última de la realidad, es inherentemente completa
y perfecta, y abarca a toda la realidad. La diferencia que hay con las
religiones teístas, es que este SER no se ve como algo que está separado del
mundo y que es su creador. Este SER es el mismo mundo, es la totalidad, es
el espacio donde se ES, que no se diferencia de lo que ES.

Por esto no se puede decir que el budismo sea una religión atea, en el
sentido que no tenga respeto y devoción por lo que existe. El budismo es muy
distinto al materialismo mecánico, e incluso más inspirador y devocional que
las mismas religiones teístas, donde la deidad está separada del mundo. En
estas religiones no es frecuente que el practicante tenga una experiencia
directa de la deidad, precisamente tenga una experiencia directa de la
deidad, precisamente porque está alejada. En el budismo, por el contrario,
se apunta a la consecución de una experiencia directa de la realidad, que es
perfectamente posible porque es de la misma naturaleza de nuestra mente
profunda. Esto, sin embargo, no significa que sea fácil, pues tenemos que
trascender la dualidad con la cual identificamos nuestra particularidad. La
meta budista es ir más allá de esta dualidad, penetrar el estado de donde
ella surge, hacernos conscientes del océano de existencia del que surgen
mundos y seres.

La naturaleza de la mente, como se mencionó antes, no es distinta de su
expresión o manifestación, de lo que comúnmente llamamos el mundo
condicionado, el mundo de las cosas concretas.  Sin embargo, en la
experiencia corriente de los seres, lo que se ve son estas cosas, el
movimiento, el aspecto “relativo” de esta energía primaria. ¿Por qué? Porque
el mundo es la contraparte del ego, del “yo” al que nos apegamos como
fundamento de nuestra existencia. Este error básico es la fuente de las
emociones conflictivas, a través de las cuales defendemos nuestra
individualidad. Estas emociones surgen como un apego neurótico al ego, como
un mecanismo de  defensa  que nos vemos obligados a mantener en forma
compulsiva.

El camino espiritual, visto desde el punto de vista del Budismo Tibetano,
consiste en la purificación de esta neurosis, en aflojar estos mecanismos de
defensa hasta descubrir su inutilidad. El aspecto compulso de esta neurosis
es lo que llamamos “karma humano”.