Saber que ignoramos- ignorar que sabemos

From: MINERO16  (Original Message) Sent: 30/11/2003 16:10
Saber de nuestras propias sombras e ignorar de nuestra propia luz: éste es el sendero del buscador.

Para empezar a crecer en el sendero de la sabiduría, el paso primero y más importante es saber que no se sabe. Asumir la sombra para poder emerger, o para poder florecer hacia la luz.

El proceso de aprender es el de reconocer que la ignorancia mayor es, más que la ausencia de conocimiento, la ausencia de sensibilidad a la luz. La insensibilidad nos conduce a una oscuridad más profunda, a la tibieza de una ignorancia que no puede comprometerse con nada. El camino del aprendiz pasa por la caída al fondo oscuro de la propia sombra, el reconocimiento doloroso de la propia ignorancia. Sólo en la aceptación de nuestra vulnerabilidad podemos recuperar la sensibilidad a la propia luz; y descubrimos que era luz, lo que la oscuridad tan temida, guardaba.

Más allá del conocimiento, la sensibilidad permite un reconocimiento interior: permite convertir el saber en un verdadero sabor que podemos degustar. Saber que no se sabe es el primer paso en el camino de la sabiduría, pues todo el tiempo en que ignoremos que ignoramos es un tiempo perdido para la evolución. En ese tiempo estamos condenados a repetir los mismos errores sin despertar a sus lecciones.

El primer indicio del despertar es el reconocimiento de la propia oscuridad, cuando se experimenta una sed infinita de la luz. Entonces se cultiva la lectura espiritual, una capacidad de leer más allá de las apariencias, el lenguaje de los símbolos en la naturaleza.

Sabe cultivar aquel que aprende, en vivo y en directo, que hay arquetipos de la vida en cada semilla; el que ya, cuando siembra, siente el sabor de la cosecha. Es sabio, aunque casi de nada conozca, el humilde campesino que ha encarnado en sí mismo el sol, la tierra y las semillas, y que sencillamente danza en su trabajo y su vida los ritmos, sagrados de la naturaleza.

El que sabe que conoce, y lleva a todas partes su conocimiento como un estandarte, ignora la sabiduría sencilla del alma y termina convirtiéndose en el mayor ignorante; es el camino del orgullo, el separatismo, la gran herejía; es el sendero de la ciencia autosuficiente y dogmática que pretende convertirse en la medida del arte, la religión y la filosofía. En esa docta ignorancia pretendemos reemplazar la sabiduría del Creador inmersa en la naturaleza con nuestra pequeña inteligencia.
Pretendemos construir una imagen de Dios a nuestra imagen y semejanza. Sabemos que sabemos para poder ignorado y fluir por los ríos del conocimiento hacia el mar de la sabiduría, sabiendo que el conocimiento que pasa a través de nosotros, no nos puede pertenecer porque es patrimonio del Ser. En el sentir que se es uno con todos los seres está la clave de la sabiduría. Si primero podemos ver a los otros, sabiendo que, tras sus apariencias, hay un orden perfecto, único e irrepetible, no podremos menos que mirarlos con reverencia; y más allá de la reverencia, del respeto y la tolerancia, los podremos sentir con amor.

Es amor el estímulo esencial para que la vida germine. La semilla requiere para germinar un grado adecuado de calor y humedad, que en términos humanos es amor y ternura. En ese ambiente la madre permite que el hijo -la semilla- pueda brotar.
¿Cómo vemos las cosas? Si las miramos con amor, estamos dándole a la creación el calor que necesita para germinar. Todos somos sembradores: en cada mirada, en cada actitud, en cada abrazo, en cada silencio, en cada acompañamiento, estamos sembrando la semilla en el surco de nuestra tierra para que germine.

Estamos muriendo a una cosa cuando estamos naciendo a otra; todos los días, semillas nuevas están germinando en nosotros. Así que no es tan cierto que yo sólo germino cuando nazco, o cuando me amamantan, o cuando termino en la universidad, ¡no!, germino hasta la muerte, en la muerte, y después de la muerte, porque la consciencia es una semilla de infinitas variedades que está germinando en cada momento.

Es la consciencia de la ignorancia, o de la sombra, la que nos lleva a buscar la luz; esa es la primera consciencia de la consciencia. En ella aprendemos que somos responsables de nosotros y del mundo en que vivimos; y cuando vivimos el mundo estamos ayudando en la creación, siempre y cuando lo miremos con amor y seamos sensibles a él, porque de lo contrario, aunque lo conozcamos, aunque seamos eruditos en los fundamentos del universo, no estaremos participando del proceso de la creación.

De lo que se trata para florecer, es de Ser; y, ¿qué es Ser? Es participar del proceso de la creación. Ser, en términos humanos, es ser creador, es ser partícipe de la creación, es hacer parte del Creador; es dejar de ser sólo criatura o sólo la danza del Creador, para ser el creador. Ser creador parte del sentir, de la sensibilidad que puede expresar el amor; podemos nutrir el mundo en cada uno de sus momentos, con cada una de nuestras palabras, con cada mirada, con cada silencio, con cada actitud; si esa actitud está envuelta en el amor, es sabia. El amor se expresa en una corriente de sabiduría que se convierte en servicio. Es decir, el amor no es sólo un potencial, es también una corriente de acción que puede emerger de nuestro corazón a cada instante.

En la consciencia de la consciencia surgimos al Amor-Sabiduría, un florecer de la creación en el plano humano. Estamos aquí para expresar ese amor, que también es inteligencia. Como el fuego que da luz y calor, así el Amor-Sabiduría es un sentimiento que llena de luz la vida, dando dirección, propósito y sentido a esas poderosas fuerzas emocionales que cuando no están canalizadas se vuelven contra nosotros mismos.