MIGUEL LEÓN-PORTILLA

MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Nació en México, D.F., el 22 de febrero de 1926. Ingresó en El Colegio Nacional el 23 de marzo de 1971. Premio Nacional de Ciencias Sociales, Historia y Filosofía (1981); Premio Elías Sourasky. La historia y los historiadores en el México Antiguo (discurso de ingreso). Memoria, tomo VII, número 2. 1971 pp. 147-164

Nació el 22 de febrero de 1926 en la ciudad de México. Cursó sus primeros estudios en la ciudad de Guadalajara, Jalisco, y en la ciudad de Los Ángeles, California. En esta última ciudad, obtuvo el título de Master of Arts, con la mención Summa cum Laude. En la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México se doctoró en Filosofía, bajo la guía del padre Garibay, con la tesis titulada La Filosofía náhuatl estudiada en sus fuentes. Esta publicación que apareció revisada en 1959, ha sido traducida al ruso, al inglés, al francés y al alemán. Otros libros suyos son Los antiguos mexicanos, La visión de los vencidos (traducida a quince idiomas) y Literaturas indígenas de México.

Ha sido profesor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM desde 1957. Director del Instituto de Investigaciones Históricas, miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM, y actualmente es investigador del Instituto de Investigaciones Históricas, con antigüedad desde 1957. Ha dado conferencias en las principales universidades del país, de Estados Unidos, de Europa, de Asia y de América Latina y pertenece, como consejero, al Instituto de Civilizaciones Diferentes de Bruselas, Bélgica; a la Sociedad de Americanistas con sede en París Francia, a la American Anthropological Association, a la Sociedad Mexicana de Antropología, a la Academia de la Investigación Científica, a la Academia de la Historia, a la Academia Mexicana de la Lengua, a la American Historical Association, la National Academy of Sciences y a otras instituciones culturales de México y el extranjero. Sobresalen entre las distinciones que ha recibido: El Premio Elías Sourasky, El Premio Nacional de Ciencias Sociales, Historia y Filosofía 1981, El Premio Universidad Nacional 1994, Cronista de la ciudad de México 1974, el ser Consejero de Cahiers du Monde Hispanique et LusoBrésilien de la Universidad de Toulouse-Le Mirail, Francia; Asesor de la revista California History, de la Sociedad de Historia de San Francisco, California; el ser catedrático distinguido en la Universidad de Alberta, Canadá; Coordinador de la Comisión Nacional del V Centenario 1492-1992. En El Colegio Nacional desde el 23 de marzo de 1971.

Teogonia e historia de los mexicanos: mitos cosmogénicos tezcocanos (fragmentos)

Teogonia e historia de los mexicanos: mitos cosmogénicos tezcocanos (fragmentos)

100. En cuanto a la creación del mundo, había sido destruido una vez, y las gentes habían sido creadas de rocas, y que en la primera creación, los dioses habían creado cuatro soles bajo cuatro figuras, según se muestra en sus libros.

101. El primero de los cuales se llama Chalchiuhtonayo, que es como dios de piedras preciosas, y que los que vivieron bajo este sol, murieron ahogados y algunos tornáronse en peces y otros vivían de una yerba del río nombrada acicintli.

102. El segundo sol se decía Chalchiuhtonatiuh y los que vivieron en éste comían una yerba cencoccopi y murieron todos abrasados en fuego del cielo, de los cuales, unos se convirtieron en pavos, los otros en mariposas, los demás en perros.

103. El tercer sol se llama Yohualtonatiuh que quiere decir sol oscuro y nocturno. Los que vivieron bajo éste comían mirra y resina de los pinos, de los cuales hay gran abundancia en este país, y estos murieron devorados por bestias salvajes, que ellos llaman … (laguna) que quiere decir gigantes, de los que entonces hubo en Nueva España como contaremos después.

104. El cuarto sol se llama Ehecatonatiuh que quiere decir sol de aire. Los que vivieron bajo este sol se nutrían con el fruto de un árbol que se llama mizquitl, del cual hay gran copia en la Nueva España, el cual fruto los indios tienen en muy grande estima, y de él hacen bollos para llevar cuando van de camino, y para guardar para lo largo del año, y en verdad es un buen fruto. Estos murieron por tempestades de vientos y se volvieron monos.

105. Cada uno de estos soles no duró sino veintitrés años y se perdió en seguida.

106. Y habiéndoles preguntado que (si) el sol perecía con los hombres cómo luego salían y se producían otros soles y hombres, respondieron que los dioses hacían estos soles y estos hombres.

107. Dicen también que sus antepasados les han dicho que el mundo fue destruido por las aguas, y así fueron ahogadas todas las gentes, a causa de los pecados que habían cometido contra los dioses, además (que) ellos habían descendido al infierno donde las almas eran quemadas.

108. Y que por esta causa, los que fueron creados después habían de quemar los cuerpos y guardar las cenizas porque esperaban que Mictlantecutli, dios del infierno, los dejaría salir y así resucitarían otra vez. En lo cual se ve bien que el demonio les decía una verdad para hacerles creer mil embustes.

NUEVA CREACION

109. Después de la destrucción del mundo, como se ha contado, cuentan la creación del segundo de esta manera:

110. Luego que las aguas pasaron encima de la tierra, en la cual ellos dicen no haber dejado cosa sin destruir, fue de nuevo ordenada y llena de todas las cosas que eran necesarias para el uso del hombre que los dioses crearon después.

111. Esta nueva creación atribuían los mexicanos al dios Tezcatlipuca y a otro llamado Ehecatl, e. d. aire, los cuales dicen haber hecho el cielo de esta suerte:

112. Había una diosa llamada Tlalteutl, que es la misma tierra, la cual, según ellos, tenía figura de hombre: otros decían que era mujer.

113. Por la boca de la cual entró un dios Tezcatlipuca y en su compañero llamado Ehecatl, entró por el ombligo, y ambos se juntaron en el corazón de la diosa que es el centro de la tierra, y habiéndose juntado, formaron el cielo muy bajo.

114. Por lo cual los otros dioses muchos vinieron a ayudar a subirlo y una vez que fue puesto en alto, en donde ahora está, algunos de ellos quedaron sosteniéndolo para que no se caiga.

115. Lo que dicen haber sido hecho el primer día del año pero no saben cuánto ha que esto fue, aunque les parece que ha cien tiempos, de los que hemos dicho que hacen 102,000 años (sic).

116. El segundo año fueron hechas las estrellas por otros dioses, llamados Citlaltonac y Citlalicue su mujer.

117. La noche también dicen haber sido hecha por otros dioses, llamados Yoaltecutli y Yacohuiztli.

118. El dios Tláloc, que es el dios de las aguas, hizo este mismo año el agua, la lluvia, y por quien dicen que el agua de la lluvia sale de los montes, nombran a estos Tlaloque, que quiere decir “señores”.

119. Mictlantecutli, es dios del infierno, fundó el infierno en el año octavo.

120. Todo esto hecho, deliberaron acerca de hacer al hombre que poseyera la tierra los dioses Tezcatlipuca y Ehecatl.

121. En seguida el dicho Ehecatl descendió al infierno a buscar de Mictlantecutli ceniza de difuntos para hacer otros hombres.

122. El cual dios del infierno entregó solamente un hueso de una vara, y tan luego como lo hubo entregado, se arrepintió mucho, pues esta era la cosa que más quería de todo cuanto tenía.

123. Y por ello siguió a Ehecatl para quitarle el hueso, pero al huir Ehecatl se le cayó y se rompió, por lo cual, el hombre salió pequeño, pues ellos dicen que los hombres del primer mundo eran gigantes en grandor.

124. Él luego tomó el hueso y el resto de la ceniza y se metió en un apaztle, que quiere decir lebrillo, desde el cual llamó a todos los dioses para la creación del hombre primero.

125. Los cuales juntos, se sacrificaron la lengua y así comenzaron el primer día de la creación del hombre, formándole el cuerpo, el cual se movió en seguida.

126. Y el cuarto día estaban hechos el hombre y la mujer pero no quedaron en seguida grandes, sino según el curso natural.

127. Luego que fueron hechos los nutrió un dios dicho Xolotl, que quiere decir gallo de indias, el cual los nutrió con pan molido, no con leche.

128. El nombre de este primer hombre no lo saben, pero dicen que fue creado en una nueva cueva de Tamoanchan, en la provincia de Cuernavaca, que es Cuauhnahuac, en el Marquesado del Marqués del Valle.

OTRO MITO DE LA CREACION

144. Por los cuatro soles, de los que hemos contado, entendían cuatro edades, aunque no saben bien declararlo, pero nosotros lo declararemos después más ampliamente.

145. Algunos otros dicen que la tierra fue creada de esta suerte:

Dos dioses, Quetzalcoatl y Tezcatlipuca bajaron del cielo a la diosa Tlaltecutli, la cual estaba llena por todas las coyunturas de ojos y de bocas, con las que mordía, como bestia salvaje.

146. Y antes de que fuese bajada, había ya agua, que no saben quién la creó, sobre la que esta diosa caminaba.

147. Lo que viendo los dioses, dijeron el uno al otro: “Es menester hacer la tierra”.

148. Y esto diciendo, se cambiaron ambos en dos grandes sierpes, de los que el uno asió a la diosa de junto a la mano derecha hasta el pie izquierdo, y el otro de la mano izquierda al pie derecho.

149. Y la apretaron tanto, que la hicieron partirse por la mitad, y del medio de las espaldas hicieron la tierra y la otra mitad la subieron al cielo, de lo cual los otros dioses quedaron muy corridos.

150. Luego, hecho esto, para compensar a la dicha diosa de los daños que estos dos dioses la habían hecho, todos los dioses descendieron a consolarla y ordenaron que de ella saliese todo el fruto necesario para la vida del hombre.

151. Y para hacerlo, hicieron de sus cabellos, árboles y flores y yerbas; de su piel la yerba muy menuda y florecillas; de los ojos, pozos y fuentes y pequeñas cuevas; de la boca, ríos y cavernas grandes; de la nariz, valles y montañas.

152. Esta diosa lloraba algunas veces por la noche, deseando comer corazones de hombres, y no se quería callar, en tanto que no se le daban, ni quería dar fruto, si no era regada con sangre de hombres.

MITO GENESICO DEL MUNDO

153. Estos indios afirman tener también una diosa Citlalicue la cual envió del cielo mil seiscientos hijos a una ciudad llamada Tetotihuacan, cerca de Tezcuco.

154. Los cuales, tan luego como llegaron a dicha ciudad, perecieron.

155. Luego, después de veinticinco años de que el mundo había sido creado y había quedado ya por todo este tiempo oscurecido, por la falta de sol, se juntaron tres dioses, Tezcatlipuca, Ehecatl y Citlalicue, diosa, los cuales acordaron hacer el sol que alumbrara la tierra.

156. En este tiempo había otro dios llamado Piltzintecutli y su mujer se llamaba Xochiquetzal, los cuales tenían un hijo llamado Xochipilli, y un otro, que no era suyo, pero lo criaban, que se llamaba Nanahuaton, cuyo padre se decía Itzpapalotl y la madre Cuzcamiauh, los cuales tomaban cuerpo y figura humana cuando bien les parecía.

157. Cuando, pues, los dioses quisieron hacer el sol, todos estos juntos y otros más, hacían penitencia para poder merecer ser sol, ofrecían a los tres grandes dioses perlas preciosas, incienso y otras cosas muy ricas.

158. Mas Nanahuatl, como era pobre, no tenía nada para ofrecer, pero su sacrificio era picarse con una espina a menudo y ofrecía lo que podía haber, según su pobreza.

159. Se juntó con sus hermanos e hizo un gran fuego delante de los dioses, los cuales le dijeron que se metiera, que él sería sol.

160. Entonces, Nanahuaton se arrojó al fuego por arte mágica, en que él era bien sabio, y se fue entonces al infierno y de ahí trajo muchas piezas ricas y fue escogido por sol.

MITO COSMOGONICO DE CHALCO

161. En otra provincia llamada Chalco cuentan haber sido el agua la primera causa del mundo, no saben empero quién la hizo.

162. Y que descendieron del cielo algunos dioses, llamados Cemecatl, Tezcatlipuca, Chiconahui, Ehecatl, todos hijos de Atlalicue o Clitlalicue, diosa de las estrellas, la cual dicen haber hecho las estrellas, el sol y la luna, y los dioses hijos hicieron al hombre, mas no saben qué año fue esto.

163. Además dicen haber nueve cielos, aunque no saben a dónde están el sol, la luna y las estrellas ni los dioses.

ORIGEN DE QUETZALCOATL

184. En las historias de este pueblo salvaje se cuenta que había un dios llamado Camaxtli, que tomó por mujer una diosa, llamada Chimalma, la que de él tuvo hijos, entre los cuales había uno de nombre Quetzalcoatl.

188. Este nació en Michatlauhco, y fue entregado a sus abuelos para que lo crearan, pues su madre había muerto al darlo a luz.

189. Después de haber sido creado, fue enviado cerca de su padre, mas porque era muy amado por su padre, lo envidiaban sus hermanos, tanto que se propusieron matarlo.

190. Y para hacerlo, lo enviaron con engaños a una gran peña llamada Tlachinoltepec que quiere decir “peña donde se hace arder”, y lo dejaron allí y se bajaron y miraron el fuego alrededor de la peña.

191. Pero Quetzalcoatl se metió en un agujero que había en la roca y sus hermanos se fueron, pensando haberlo quemado.

HAZAÑAS

192. Habiéndose ido ellos, salió de la roca con un arco y flechas y tiró a un animalejo y lo mató echándoselo a la espalda, lo llevó ante su padre, y llegó antes que sus hermanos, los cuales al venir, quedaron maravillados de verlo.

193. Pensaron matarle otra vez y así lo subieron a un árbol diciéndole que tirara a los pájaros, y estando él sobre el árbol, le comenzaron a tirar flechas, mas como discreto se dejó caer en tierra fingiendo estar muerto.

194. Lo cual vieron sus hermanos y se fueron a su casa y habiendo partido sus hermanos, se levantó y mató un conejo, y lo llevó a su padre, antes que sus hermanos llegaran.

195. El padre que sospechaba lo que sus hermanos querían hacerle, le preguntó dónde estaban sus hermanos, y él respondió que ya venían, y se partió de con su padre a otra casa.

196. Entretanto, sus hermanos vinieron y les preguntó su padre por su hermano y ellos, respondieron que ya venía.

197. Entonces les reprendió porque querían matarlo, de lo cual ellos quedando enojados, se propusieron matar a su padre y así lo hicieron llevándolo a una montaña.

198. Después de haberlo matado, volvieron a buscar a Quetzalcoatl y le hicieron creer que su padre se había cambiado en roca, persuadiéndole juntamente a que sacrificara y ofreciera alguna cosa a esta roca, como leones, tigres, águilas, animalejos, mariposas, pues no podría él encontrar estas bestias.

199. Y como no quiso obedecer él, lo quisieron matar, mas escapó de entre ellos y se subió a un árbol, o lo que es más verosímil, sobre la misma roca y a flechazos los mató a todos.

200. Hecho esto, sus vasallos que le querían mucho, le vinieron a buscar con honores y tomaron las cabezas de sus hermanos y vaciándoles los cráneos de ellos hicieron copas para beber.

201. Y se partieron en seguida de allí y se vinieron a la tierra de México y permanecieron unos días en un pueblo llamado Tulancingo, y de ahí se fue a Tula, donde no se sabe que entonces se hicieran sacrificios y por eso como él llevó el uso de los sacrificios, fue tenido por dios.

202. Él les enseñó muchas cosas buenas, templos para él y otras cosas muchas y duró 160 años por dios de este país.

VENIDA DE TEZCATLIPUCA

203. Quetzalcoatl vivía muy a su gusto en Tula, siendo adorado por dios, pero como la verdad no se puede largo tiempo ocultar, sucedió que llegó a Tula un otro dios, del cual hemos hablado aquí antes, Tezcatlipuca.

204. El cual, en llegando, de envidia que tenía a Quetzalcoatl, tentó hacer mal al pueblo de Tula, para que adorara a él y asimismo a Quetzalcoatl.

205. Entró a Tula como un pobre y tomaba diversas figuras y espantaba a los de Tula y a Quetzalcoatl, el cual aunque fuera demonio tanto como el, siempre hay demonios los unos más grandes que los otros, pues están hechos de ángeles y los ángeles hay unos más grandes que los otros.

206. Un día, pues, fue Tezcatlipoca al templo de Quetzalcoatl. Había una efigie de Quetzalcoatl y un espejo que los indios estimaban mucho, pues según Quetzalcoatl les había hecho creer, por medio de este espejo siempre había de haber lluvias y si se la pidieran por este espejo, el se las daría.

207. Entrando, pues, Tezcatlipuca al templo encontró los guardias dormidos y se fue derecho al altar y robó el espejo y lo escondió debajo del palacio en donde dormían los guardias, lo que hecho se marchó.

208. Habiendo despertado los guardias, como buscaran el espejo, estaban muy diligentes buscándolo, pero Tezcatlipuca encontró a una vieja en su camino y le dijo:

209. Vete al palacio y di a esos guardias que lo que buscan está debajo de su palacio y serás bienquista de ellos. Lo hizo la vieja.

210. En tanto Tezcatlipuca se mudaba en diversas figuras de animales y monstruos buscando de atemorizar a las gentes.

211. Se hizo también cortar los cabellos, lo que los indios jamás habían visto.

212. Y se fue al templo de Quetzalcoatl y destruyó su figura, y arrojándola por tierra y tomando diversas figuras, burló a sus servidores y a todos los de Tula.

213. Cuando ellos veían esto se iban saliendo de la ciudad y Quetzalcoatl al verlo tuvo miedo y huyó también con algunos de sus servidores con lo cual Tezcatlipuca quedó bien contento.

HUIDA DE QUETZALCOATL

214. Quetzalcoatl se fue de allí a Tenayuca y duró allí por algún tiempo.

215. De ahí se fue a Culhuacan donde duró también largo tiempo, mas no lo saben tampoco cuanto.

216. De ahí pasó a las montañas y se fue a Cuauhquecholan y aderezó un templo y un altar para sí y era adorado, por dios, y no había más que él, y allí duró 290 años y dejó allí un señor llamado Matlalxochitl.

217. Y se fue a Cholula, donde duró 160 años y le hicieron un templo en gran manera magnífico, del cual aún hay gran parte, pues estaba bien construido y bello, el cual los gigantes habían hecho, como diremos después.

218. De allí se fue a Cempoala ciudad principal en la mar del norte donde primeramente llegó el Marqués don Hernando Cortés, cuando él entró en este país, mas al presente está todo demolido, como los españoles han hecho con muchas otras.

219. En esta ciudad permaneció 260 años y hasta este lugar le persiguió Tezcatlipuca.

220. Y viéndose tan perseguido de este Tezcatlipuca se fue a un desierto y tiró un flechazo a un árbol y se metió en la hendidura de la flecha y así murió.

221. Y sus servidores le tomaron y quemaron y de allí quedó la costumbre de quemar los cuerpos muertos.

222. Del humo que salió de su cuerpo dicen haber sido hecha una gran estrella que se llama Héspero.

223. Este Quetzalcoatl no tuvo jamás mujer ni hijos.

224. Otros dicen que cuando él debía morir se fue a un lugar… (termina el Ms.).

*De Teogonía e Historia de los Mexicanos, ed. de Angel Mª Garibay. Porrúa, México 1979.

Del antiguo conocimiento sagrado a la actual

Del antiguo conocimiento sagrado a la actual
tradición científica

Por Giovanni D’Aloe

Allá donde el Urubamba, tras un recorrido espumeante y turbulento, parece tomarse un respiro, en una revuelta perfectamente circular, alrededor de una verde montaña cónica, en el lado externo de la curva azul del río surge el Machu Pichu, la Vieja Montaña, de escarpados barrancos adornados por gigantescas orquídeas; allá arriba, entre la cima del monte y el desfiladero que lo une con el Huayha Pichu, surge la Ciudad sin Nombre, construida con piedras traídas de muy lejos, precedida por pacientes bancales y dominada por el Inti Huatana, el templo-observatorio del Sol.

Probablemente esta ciudad sagrada peruana (en el sentido de ciudad reservada a la casta sacerdotal) sea la más hermosa que exista en el mundo.

Dividida en sectores, destinados a viviendas, a los templos, a la producción y a la investigación, bendecida por una fuente de agua purísima, cuya canalización se ve facilitada por las escarpadas pendientes, totalmente autosuficiente, la Ciudad sin Nombre ha sido capaz de sustraerse a las más cuidadosas investigaciones (pasaron cerca, sin darse cuenta, todos los buscadores de Eldorado, incluido el legendario Aguirre). Al mismo tiempo, domina el fértil valle del alto Urubamba en la gran altiplanicie en dirección a Cuzco, y la inacabable extensión de las selvas tropicales en dirección a Iquitos, donde el Urubamba corre hacia el Amazonas.

Podía esconder y mantener de 500 a 1.500 personas durante tiempo indefinido. Los últimos sacerdotes y dignatarios Incas la abandonaron por su propia voluntad para ir a morir entre las tribus amazónicas de los Ashaninka (que aún conservan su nombre) después de más de un siglo de dominación española sobre el resto del ex-imperio incaico.

Concebida como residencia y centro de estudio de la seleccionadísima élite sacerdotal inca, la Ciudad sin Nombre (Machu Pichu es el nombre de la montaña donde está construida) posee todas las características ideales de la ciudad sacerdotal. Perfectamente orientada sobre el eje magnético terrestre (el norte magnético y el norte geográfico están exactamente señalados por dos de las esquinas del pequeño obelisco indicador del Inti Huatana), construida en posición dominante, no dependía, como Delfos, de la presencia de peregrinos, ni estaba implicada, como Lhasa, en la dirección política del país.

Sus bancales, estudiados a la perfección para cultivos cíclicos que permitieran el sustento de un determinado número de personas y animales, la hacían perfectamente autosuficiente. Su técnica de construcción, con paredes de piedras cuadradas y tejados de ramas, la hacían prácticamente invisible. Incluso su nombre ha permanecido en secreto hasta nuestros días a diferencia del de otros grandes centros sacerdotales, egipcios (Tebas, Luxor) o Mayas (Chichén Itzá, Uxmal).

En este perfecto y gran «College», la aristocracia incaica desarrollaba sus conocimientos religiosos y científicos.

Aquí, casi con seguridad, se cultivaron muchas de las 160 variedades de papas (patatas) que alimentaban a las poblaciones quechuas de las montañas, aquí se cultivó la coca, ayuda para la respiración a gran altura, y aquí también se descubrieron las variedades de legumbre de contenido proteico superior al de la carne.

La inmensa reserva arbórea de la selva preamazónica, el clima tropical atemperado por la altura y el magnifico espectáculo de la salida del sol por las montañas hicieron de la Ciudad sin Nombre el centro de ciencia agrícola más importante que probablemente haya existido nunca. Incluso hoy día debemos nuestra supervivencia a los conocimientos aquí adquiridos. Realmente es difícil concebir la nutrición de una población de alta densidad sin la patata, el tomate o el maíz, cultivados, seleccionados y perfeccionados en las universidades agrícolas de Teotihuacán y Chichen Itzá, pero sobre todo en nuestra Ciudad sin Nombre. Además de esto, los sacerdotes formados en las pendientes del Machu Pichu controlaban la tercera parte de toda la producción del imperio incaico (la primera correspondía al Inca y a su ejército, la segunda a los productores), mediante la cual no sólo evitaban las carestías sino que estaban en condiciones de realizar excelentes operaciones económicas.

La sabiduría concentrada en manos de estos brahmanes incas les permitía actuar puntualmente sobre la vida de cada ciudadano del imperio, pero sin ejercer ningún poder político ni estar condicionados en ningún aspecto. Cuando el tosco Pizarro y sus conquistadores invadieron el Imperio, interviniendo en una guerra de sucesión entre Huasca (el Inca legitimo) y su hermano Atahualpa (el usurpador), estos sacerdotes no inventaron ningún arma contra los invasores, se retiraron al Machu Pichu, para después dispersarse por la selva, donde el Urubamba vierte sus aguas en el Amazonas.

Su misteriosa escritura simbólica, tal vez oculta entre los bordados de sus mantos ceremoniales, calló para siempre.

Este tipo de castas sacerdotales, en las que quizás Herman Hesse se inspiró para su «Castalia» y su «Juego de los abalorios», eran la norma del mundo antiguo. Su poder derivaba del monopolio de la ciencia. Durante milenios únicamente los sacerdotes supieron regular los ciclos agrícolas según la sucesión de las estaciones y las fases lunares. Sólo ellos podían garantizar la conservación de las reservas necesarias para superar las crisis (las vacas flacas) en los silos subterráneos de los templos. Las ciencias naturales, astronómicas y matemáticas eran su prerrogativa más celosamente guardada y no se conoce ningún caso de traición al secreto.

El sacerdocio y por ende el acceso a los conocimientos superiores, sólo se obtenía al término de una larga y difícil iniciación, cuyo esoterismo era ante todo educación en el silencio. Los misterios no eran solamente teofánicos, sino también científicos; su divulgación se consideraba no sólo sacrílega, sino además peligrosa para toda la colectividad.

En el mundo antiguo, históricamente, no ha ocurrido jamás que la ciencia haya sido utilizada con fines destructivos.

Y sin embargo, se trataba de conocimientos acerca de las leyes naturales, por lo tanto fácilmente transformables en tecnología. Se debería reflexionar sobre el hecho de que las únicas aplicaciones tecnológicas permitidas por las castas sacerdotales fueron las agrícolas y las arquitectónicas, siendo su sabiduría muy superior.

Existe toda una literatura acerca de la creencia de que los hombres de la antigüedad no podían llegar solos a determinadas conquistas (y de ahí la pretendida intervención de los extraterrestes). En verdad, la acústica de los estadios construidos por los Mayas sólo se podría obtener mediante el conocimiento de los ultrasonidos, la altura de la Gran Pirámide es una exacta fracción de la distancia entre la tierra y la luna, y los observatorios solares de Chichen Itzá o del Machu Pichu están orientados hacia el Norte magnético con mayor precisión que el observatorio de Greenwich.

Las matemáticas de los brahmanes hindúes —inventores del cero— y de los «magos» medos y babilonios estaban sin duda a la altura de nuestras mejores escuelas normales. Por otra parte, quien haya ido a Stonehenge (a dos horas de tren de Londres) no puede creer que se trate de algo pensado y realizado en un país «bárbaro» y en el Neolítico.

Sin embargo, los sacerdotes del templo de Amón, evocadores del «ghibli» y los de Delfos, señores del rayo, siguieron influyendo en la política del Mediterráneo incluso en tiempos perfectamente conocidos por nosotros y, desde luego, si César, Ciro o Alejandro rindieron homenaje a dichos templos no fue por mérito de los extraterrestres.

La verdad es que todas las manifestaciones culturales que nos han llegado desde el noveno milenio a.C. (cuando, al parecer, se realizaron las primeras observaciones astronómicas) hasta la mitad del primer milenio (es decir a la llegada de la democracia en Grecia) son expresión de restringidos grupos sacerdotales, cuyos conocimientos se trasmitían exclusivamente por vía esotérica (y, por lo tanto, se han perdido en gran parte).

Los primeros en poseer una cultura «laica» fueron los Griegos y también ellos con una gran cautela, por lo menos al principio, si es cierto que la escuela pitagórica, madre de esta cultura, iniciaba al neófito con el silencio durante un período de dos a cinco años.

También en Grecia se daban cuenta del peligro que hay en una indiscriminada difusión del conocimiento. Los inventores del mito de Prometeo tenían buen cuidado de expresarse mediante oscuras metáforas cuando se trataba de las leyes fundamentales de la naturaleza. Así, las leyes de la gravedad, formuladas por el mismo Pitágoras con la metáfora de las vibraciones musicales (que más adelante retomará Platón), debieron esperar a Newton para formularse de forma más clara; y las leyes químicas de la formación de las moléculas, metafóricamente expresadas por Demócrito en términos de «simpatía atómica», siguieron siendo desconocidas para los más (es decir, para los no alquimistas) durante otros dos siglos

Por lo tanto, el auténtico «pecado» de los Griegos no fue el de haber difundido conocimientos secretos, sino el de haber confundido el conocimiento con el ejercicio directo del poder.

Los catastróficos intentos políticos dé Pitágoras y de Platón demuestran la violación de una estricta línea de demarcación entre el ejercicio del poder y el dominio de la ciencia, lo que con Aristóteles se manifestará ya muy claramente.

No sólo el Estagirita puso la Sabiduría al servicio del Poder —como pedagogo de Alejandro el Macedonio— sino que utilizó esta «traición» para destruir, con el imperio del Gran Rey, la antiquísima escuela de los Magos y para infligir un duro golpe a la casta sacerdotal egipcia que fue (excesivamente) generosa madre de la cultura griega.

La parábola del Helenismo, que se inició con el incendio de Persépolis, concluyó con el incendio de la biblioteca de Alejandría; el primero, realizado por el discípulo mismo de Aristóteles, demostró la fundamental función destructiva de una ciencia al servicio del poder, mientras que el segundo, en la ciudad de su nombre, demostró que una cultura basada en la escritura podía ser destruida tan fácilmente como otra basada en la tradición oral.

Para comprender en qué ambiente se han «inventado» la agricultura, la astronomía, la domesticación de animales, la rueda, la pintura, la escritura, etc., no es suficiente hacer referencia al concepto de «casta»: es necesario integrarlo en los de «orden» y «escuela iniciática».

En un principio, estos conceptos coincidían en la vocación iniciática individual. Sólo cuando, con el brahmanismo, el sacerdocio se hace hereditario, fue necesaria la institución de grupos más restringidos y organizados, seleccionados a partir de datos personales. Surgieron las órdenes sacerdotales y monásticas, con sus escuelas, sin las cuales no se habría producido la difusión de las grandes religiones reformadoras ni tampoco el progreso cultural inherente a las mismas; éstas fueron la de los Magos en Persia, la de Tebas en Egipto, la Budista y Jainista en la India, la Taoísta en la China y otras (por el contrario, los Levitas siguieron como casta).

Fuera de las castas y de las escuelas sacerdotales no había posibilidad alguna de cultura. Pero de la misma manera que fomentaban la investigación teórica, actuaban como freno de las aplicaciones tecnológicas. En este sentido, son ejemplares la historia de la rueda en América y de la pólvora y la imprenta en China. La primera, símbolo del Cielo y del Sol – por lo tanto sagrada- no pudo ser utilizada para el transporte ni por los Mayas, ni los Aztecas, ni tampoco por los Incas. La segunda, generadora del fuego, sólo se empleó en China para fuegos artificiales en ocasión de festividades religiosas, pero no para fabricar cañones. En cuanto a la imprenta, todo el mundo sabe que ya se conocía desde los tiempos de Marco Polo, pero hubo quien impidió su difusión más aún su inevitable desarrollo en prensa tipográfica.

Mientras tanto, en Occidente la «traición» aristotélica había provocado una difusión incontrolada de conocimientos tecnológicos; en esa época cualquier tirano, cualquier estúpido y cualquier criminal podía utilizar esos instrumentos «mágicos» que en el resto del mundo estaban todavía bajo el férreo control de las escuelas sacerdotales.

Estas diferencias provocaron fatalmente la destrucción de todas las civilizaciones «tradicionales» en cuanto entraron en contacto con la fáustica cultura de Occidente, cultura libre de todo control moral: los cañones del semianalfabeto Pizarro dirigidos contra los templos-fortaleza de los Incas.

La imposición de la tecnología como «civilización global» llevaba en sí misma el germen de la autodestrucción de la humanidad. En 1945, en América, un grupo de los mejores científicos del mundo, bajo el mando de un general del ejército de los Estados Unidos, construyó el primer ingenio nuclear, que después hizo estallar un «tabaquero» (el Presidente Truman tenía precisamente esta calificación profesional) sobre las ciudades imperiales japonesas.

De este modo los incendios de Persépolis y de Alejandría se reavivan en los de Hiroshima y Nagasaki. Con ello esta jerarquía naturaliter humana, incluida la de las inteligencias puras, fue definitivamente suprimida.

Tengamos en cuenta que la ciencia médica ha quedado como la única entre las ciencias naturales que exige de sus practicantes al menos un juramento, el de Esculapio (residuo, también éste, de una antigua orden sacerdotal), por el que los conocimientos aprendidos se utilizarán para el bienestar de la humanidad.

Ningún juramento parecido se pide a los demás científicos, que, por el contrario, se ven obligados a jurar —si quieren acceder a la enseñanza universitaria— fidelidad al Estado en cuyas universidades realizarán su investigación. ¡Como si la sabiduría, o incluso el conocimiento técnico más sencillo, no fuese patrimonio de todos los hombres y no de un solo pueblo o de un grupo de poder!

Hacia el final de la segunda guerra mundial, Hermann Hesse en El juego de los abalorios atisbó una posibilidad de salvación en la disociación de todos los hombres de ciencia de cualquier forma de poder político o económico y en su convergencia en una orden: la Castalia.

Su mensaje no fue entendido. Pero ahora hay que repetirlo más claramente; es evidente que se ha de volver a plantear un control no sólo intelectual, sino también moral en el acceso a los conocimientos. Quien desee aprender, deberá primero ser educado para callar y, convencido después, bajo el vínculo de los más sagrados juramentos, de que ha de utilizar la ciencia aprendida únicamente en favor de la humanidad en su conjunto.

Es necesario impedir que la ciencia sea empleada como instrumento de guerra, de poder y de beneficio por parte de personas no cualificadas. Solamente los hombres de ciencia podrán hacer que se perdone la traición de Aristóteles y al mismo tiempo protegerse de la posibilidad de convertirse en ciegos servidores de los generales y los industriales.

El mundo científico deberá reorganizarse bajo forma de orden autosuficiente.

La venta de unas pocas innovaciones inocuas a precio justo bastaría para financiar todas las investigaciones, cuyas finalidades científicas —el conocimiento puro— deben mantenerse a distancia de las finalidades operativas (la tecnología).

Por el contrario, las actuales comunidades científicas se basan en principios de acceso indiscriminado a los conocimientos mediante una selección puramente mental (por lo tanto de base muy amplia), en la máxima difusión de los resultados de la investigación científica —garantizada por publicaciones especializadas aunque de fácil acceso— en congresos, concursos, etc. y sus posibilidades de aplicación (garantizadas por el sistema de patentes) y, por último, en la tutela del secreto y de la exclusiva de sus aplicaciones únicamente industriales.

Es muy importante subrayar que la única tutela jurídica del conocimiento actúa cuando éste ya está fuera del alcance de los científicos y es propiedad de industriales y financieros.

¡Esta es realmente la auténtica finalidad de la polémica contra el oscurantismo! Pero no acaba aquí la cosa, los derechos de autor que tienen vigencia en el campo de la creación artística y literaria, están condicionados en el de la ciencia por la divulgación de los conocimientos precisamente por medio de las patentes. He aquí un sistema que desposee a sus creadores del conocimiento científico y tecnológico para dárselo… ¿a quién?

El eterno conflicto entre Brahmanes y Ksatriyas, entre depositarios del conocimiento sacerdotal y del poder real, que tuvo su culminación mística con el Avatar Visnuítico de Parasurama y la histórica con el encuentro entre Alejandro Magno y Aristóteles, hoy día se ha terminado con la omnipotencia de Mammon -el dinero- que domina tanto el Conocimiento como el Poder, obligando al primero a ceder sus secretos a vulgares especuladores y al segundo a ceder su carisma a vulgares demagogos e intrigantes.

De esta forma, los “clérigos”, en la ilusión galileana de reivindicar su “libertad de investigar” ante las “autorictates” represivas, se han convertido en los siervos de Mammon, colaborando —aunque como subordinados— en la destrucción de la Tierra.

¡Con saludos a la “magnifique sorti e progressive”! (1)

Nota:

(1). El autor hace aquí referencia (“la magnífica suerte y progresista”) a un conocido verso de Giacomo Leopardi, cuya obra reivindica, entre otros temas, el valor de la mitología, e ironiza a menudo —adelantándose a nuestro tiempo— sobre el progreso científico (N. de la R.)

Persistencia de la identidad indígena-4056

Persistencia de la identidad indígena

Por Federico González

Esta ponencia tiene por título “Persistencia de la identidad indígena” y lleva implícito un interrogante: ¿Existe en nuestros días, está viva, la Tradición precolombina? Responderemos afirmativamente dada la evidencia testimoniada por cuarenta y cinco millones de indígenas en toda América y diremos que esto es así puesto que no puede subsistir verdaderamente nada alejado de las fuentes tradicionales, que son precisamente las que generan la posibilidad de una cultura, cualquiera que ésta fuera. Por lo tanto nuestra respuesta a la pregunta es un sí, basado en la experiencia y confirmado por prácticamente la totalidad de antropólogos, arqueólogos, simbolistas y otros investigadores.

Queremos destacar que este tema de la sobrevivencia de las antiguas culturas precolombinas es de vital importancia, puesto que generalmente se dá por descontado que estas culturas están muertas, o sólo sobreviven de ellas jirones inofensivos, etiquetados con el nombre de folklore que deben su validez al pintoresquismo exótico y colorido, superficial, de vestimentas, bailes, costumbres, leyendas, ceremonias, etc. Desde nuestro punto de vista, y si esto sólo fuera así, sería muy relativo el interés que nos despertarían estas culturas apenas sobrevivientes, más ligadas a la óptica del turismo que a la de la gnosis.

Por lo que deseamos señalar aquí dos puntos disímiles que servirán para dar coherencia a nuestro discurso:

a) La asimilación por parte de los indígenas americanos de determinados elementos del cristianismo, que ya existían en sus cosmogonías, comenzando por la cruz, y siguiendo por arcángeles, ángeles y santos, como imágenes de sus dioses. Estas asociaciones a su vez son más o menos claras en la actualidad según los lugares y pueblos indígenas, aunque debe destacarse por sobre todo matiz la capacidad autóctona de verdadera comprensión del cristianismo en su aspecto más elevado, el anagógico, mismo del que no eran conscientes todos los misioneros, y la mayor parte de los cristianos de hoy día. Esta síntesis o sincretismo, si se quiere, ha hecho posible, por otra parte, la supervivencia de la antigua tradición, aunque ésta jamás se dejó atrapar por la totalidad de los dogmas religiosos, y ha mantenido siempre hasta la actualidad el culto paralelo de otras teofanías y diversas expresiones soteriológicas, vinculadas con los estados de un Ser Universal -o nombres divinos- perdidos en la visión cristiana contemporánea. De más casi está decir que esta actitud mental y espiritual indígena ha llevado también a rechazar los usos y costumbres del hombre blanco occidental ya que no se corresponden en absoluto con su cosmovisión, donde el macro y el microcosmos juegan papeles y roles precisos y armónicos, totalmente alejados de un valor individual y separado, y mucho menos de exaltación competitiva de lo personal y culto a lo más material, grosero y finito. Aunque se debe hacer la salvedad de que ciertas manifestaciones han subsistido de manera bastante adulterada, tanto en su esencia como en las formas en que se expresan, y algunas particularidades aparecen como no fundamentadas claramente en la cosmovisión indígena Tradicional (análoga a la Cosmogonía Perenne y Unánime, expresada en símbolos y mitos presentes en sus monumentos y códices), sino degradadas, signadas por la superstición -que comparten con mestizos y blancos-, y la “brujería” más elemental.

Se tienen motivos fundamentales, dada la identidad de todo tipo evidente, para hablar de una Tradición Precolombina, aunque en realidad son numerosas las culturas y civilizaciones que existían, o mejor, coexistían a la época del descubrimiento, así como son muchas las que hoy subsisten con formas bastante distintas, asociadas a diversos símbolos de fauna, flora, regímenes de lluvias y agrarios, etc. Ya volveremos sobre ello más adelante, bástenos ahora tener presentes estos dos temas para adentrarnos en la comprensión de lo indoamericano actual, a saber: por un lado que las formas tradicionales indígenas se expresan muchas veces de modo cristianizado y al amparo de la religión católica, aunque conservando en mayor o menor grado su estructura Precolombina y que, en algunos casos, esta Tradición, heredera de la Gran Tradición Atlante, se ha ido contaminando hasta degradar de una manera grosera como lo acreditan ciertos indígenas, pseudoindígenas, o varios. Por otro, que hay motivos para hablar de una Tradición Precolombina común a los distintos pueblos aborígenes.

Pasemos ahora a la cuestión de la identidad indígena. El mismo enunciado de este tema es dual y supone una visión general de las culturas observadas desde el punto de vista europeo-occidental y no un asunto propio de las culturas aborígenes que jamás se preguntan esta cuestión, y por ende no tienen respuesta para ella. En primer lugar, diremos que un miembro de una comunidad americana tradicional no se ve a si mismo como un indio -y ya se sabe que ese mismo término es completamente espúreo- sino como el heredero de los dioses, la posibilidad de ser el hombre verdadero, es decir el Hombre Universal, el ser humano como intermediario creacional.

Por otra parte, las distintas tradiciones indígenas no se identifican entre sí, y tienden a considerar a los integrantes de otras naciones, tribus, o mismo clanes, como extranjeros, cuando no enemigos, dadas las rivalidades y las guerras que han tenido a lo largo del pasado -y que posibilitaron en gran parte su propia conquista-, muchas de las cuales se perpetúan en la actualidad, a nivel local y aún familiar, en forma de enconos.

Eso se debe a que cada pueblo en sí se considera el Centro del Mundo y piensa que su cultura y su lengua es la que mantiene viva la posibilidad del Ser en ese mundo, que se perpetúa gracias a su hacer sagrado (sacrificio) y al conocimiento de los misterios cosmogónicos y metafísicos, que les fueron revelados a sus ancestros en el Origen. Los pueblos indígenas de América no mantienen mucha comunicación entre sí, ni la han mantenido, salvo a través de un sencillo comercio de trueque y las constantes guerras, (que por otro lado forman parte de su concepción dialéctica del cosmos) que han generado y generan siempre interrelaciones y todo tipo de secuelas. Por lo tanto no sienten que pertenecen a un tronco ancestral común, ya que cada pueblo tiene el propio, que enraiza directamente con lo vertical, o divino. Esto hace que un indígena tradicional contemporáneo no se sienta “indio”, o perteneciente a una “raza”; ni siquiera solidario con la idea de América o Nuevo Mundo, y tampoco con la del país republicano a que “pertenece” actualmente. Sólo desde hace aproximadamente 20 ó 30 años han comenzado, junto con la irrupción de los medios de comunicación, y la “universalización” del globo terráqueo, a conocerse entre ellos y a tratar de entablar algún contacto directo, lo que se ha dado tan sólo entre algunos grupos y tomando en común temas no estrictamente ligados con su tradición metafísica y cosmogónica propios de los chamanes y jefes autóctonos, sino secundarios, aunque muy importantes, acerca del trato social, económico y cultural que han padecido y siguen padeciendo de cara a la pretendida civilización del hombre blanco, su crueldad, su deshumanización y su injusticia.1

Sin embargo, y a pesar de que los indios americanos no se conozcan o se hayan tratado poco entre ellos, para un observador imparcial, sus culturas se encuentran íntimamente ligadas, como ya hemos dicho en cuanto comparten una misma cosmogonía y símbolos, mitos y ritos análogos, además de un cierto tipo humano común y otros innumerables rasgos y costumbres que los emparentan a la gran mayoría de ellos entre sí. Hemos de señalar de paso que lo mismo sucede con los distintos pueblos europeos, aunque la situación, por diversos motivos no es exactamente la misma.

De otro lado, las comunidades indígenas actuales son “primitivas”, en el sentido que poseen una clara y sencilla sabiduría sin complicaciones, otra mentalidad, o sea que su punto de vista es más sintético que el del hombre blanco, su intuición mayor y directa sin necesidad de discursos y su conocimiento de los ciclos y ritmos naturales y cósmicos más profundo, al punto de llevarlos tan encarnados que constituyen casi parte de su ser, lo que paradójicamente dificulta la comunicación con el mundo moderno, al cual, por otra parte, se le suele conocer de manera incompleta.

En la actualidad hay varios movimientos y asociaciones interétnicos y muchos de ellos pretenden unir distintas tribus en una misma república moderna, o en el conjunto continental, tratando de “concientizar” al indígena, generalmente en cuanto a sus derechos humanos constantemente avasallados, a sus propiedades perennemente en disputa, y a reconocerse como una minoría explotada y marginada, en el mejor de los casos: tolerada, aunque como un lastre productivo, y vivida como un peso muerto en los países de mayoría indígena, donde se los menosprecia, rechaza, e inclusive por un complicado proceso de culpa, se les teme.

Esta incipiente comunicación de los pueblos indígenas, de cara al hombre blanco, se ha visto desde el comienzo, desgraciadamente, influida por la política continental y mundial y algunos de los líderes indígenas, muchos de los cuales no conocen el significado verdadero de su Tradición, están condicionados por ideologías extrañas a sus naciones y que nada tienen que ver con ellas, sino con el hombre blanco, tal el marxismo (que pretende disminuir el valor de la Tradición interpretándolo materialmente y desvirtuándolo al ponerlo al nivel económico de una mera lucha de clases), aunque la mayor parte de las comunidades autóctonas rechaza estas actitudes.

Para seguir aclarando nuestro panorama acerca de la identidad indígena debemos recordar el grado y la diferencia de aculturación de los diversos pueblos y las formas que ésta ha tomado en cada caso. En efecto, numerosos grupos están mucho más cerca de la cultura occidental que otros y sus miembros son bi o trilingües y por lo tanto con un acceso mayor a los medios de comunicación, e intercambio cultural; de otro lado, hay comunidades indígenas ricas y otras pobres, y el mismo concepto de propiedad: reserva, ejido, propiedad comunitaria y privada, varía de acuerdo a los diferentes pueblos y estados. La ubicación geográfica es en este asunto determinante, y puede observarse que los indios que en general habitan cerca de las grandes ciudades, o en lugares accesibles, están lógicamente más aculturizados que los que viven en sitios remotos y aún hoy casi impenetrables. Es prácticamente una ley que estos últimos conservan su Tradición y su identidad en escala mucho mayor que aquellos que han sido absorbidos totalmente por el cristianismo y la cultura de consumo, hasta el punto de ser, o querer convertirse en “ladinos”, para lo cual, casi con regularidad dejan de usar el traje regional que cambian por camisa y pantalón, y sobre todo, no usan ya su calzado, sino zapatos. Esto es casi dejar su condición de indios, a lo que va unido la pérdida de la memoria tradicional, por el corte voluntario con las propias raíces. Este fenómeno ha sido y es constante desde la época de la conquista. Por cierto hay excepciones a la regla y se da el caso de ciertas comunidades indígenas que han guardado sus tradiciones hasta hoy pese a su contacto con extranjeros de todo tipo y la cercanía de grandes ciudades y medios de comunicación. Esta situación se presenta particularmente en los Estados Unidos de América, donde numerosas comunidades, en reservas, o en pequeñas ciudades o pueblos, han incorporado determinados elementos del “american way of life” (heladera, televisión, automóvil, tractor, casa de material, etc.), aunque conservando sus tradiciones y ritos. Sobre el particular, o sea sobre el grado de aculturación, o pérdida de los valores tradicionales, de ninguna manera se puede generalizar y es necesario tomar cada caso en particular, lo cual no es tan engorroso como a simple vista parece, puesto que existen actualmente elementos para efectuar una evaluación equilibrada, tomando como base las manifestaciones emanadas de los propios autóctonos.

Igualmente hemos de considerar a los pueblos indígenas que no quieren comunicarse con el hombre blanco, con los mestizos, o alguien en particular. Son la mayoría, y aunque uno pueda acercarse a ellos son impenetrables y salvo algún caso particular nada dirán de sí mismos ni de nada. Estas comunidades se han retirado a las más elevadas y abruptas montañas, o viven en las profundidades de la selva, aunque no siempre se encuentran tan aisladas, y hace ya largos años que evitan todo contacto con el universo profano de los invasores, al precio de soportar las condiciones físicas más extremas y una pobreza completa.

Por otra parte, el tema del indigenismo, en las modernas repúblicas americanas o la toma de conciencia del “problema” indígena nace a finales del siglo pasado, con el desarrollo de la Etnología, y es precisamente en un país “indígena” como México, donde alcanza su mayor evolución, ya que esta república no sólo se encuentra a la cabeza de América Latina en cuanto investigación arqueológica e histórica, sino también en antropología, y en el trato de las diferentes instancias relativas a la vida de los aborígenes y su inserción en el “mundo moderno” y el ámbito nacional. Numerosas instituciones, organismos y medios, así oficiales (los distintos Institutos Nacionales Indigenistas, propios de cada país, cuyas políticas han sido discutidas y debatidas constantemente) como internacionales o privadas (nos place destacar aquí la importante labor cumplida por el Instituto Indigenista Interamericano, fundado en 1940 y dependiente de la Organización de Estados Americanos y su órgano de difusión la revista “América indígena”), contribuyen actualmente a esclarecer y actualizar las diversas modalidades de su cultura, así como ponen en evidencia el abandono de que son objeto por parte del Estado y la sociedad civil en general.

En realidad los indios así como la naturaleza y el paisaje americano han sido descritos, al igual que su cultura, “creencias”, y usos y costumbres, por los cronistas españoles y también portugueses, franceses e ingleses desde los primeros tiempos del descubrimiento, comenzando por el almirante Cristóbal Colón y siguiendo por una legión de escritores, casi todos sacerdotes (aunque no faltaron licenciados y guerreros), que dejaron asentado con mayor o menor fortuna, y muchas veces por encargo de los reyes europeos, sus impresiones acerca de los naturales, indagando en su historia y en sus orígenes. A ellos han seguido los libros escritos por los indios en su propia lengua pero con caracteres latinos, y la literatura mestiza o criolla del siglo XVII y XVIII, mucha de ella basada en documentos de los autóctonos, o en sus narraciones transmitidas de una manera directa. Hay que agregar los relatos posteriores de viajeros, y desde mediados del siglo pasado el interés científico y universitario tanto en la arqueología como en la etnología, cada vez más sostenido hasta los tiempos actuales (aunque con una visión literal, utilitaria y material que no hace sino reflejar la época y el estado de la ciencia oficial a que pertenecen).

Para dar ahora una imagen de lo vivas que están estas culturas y su multiplicidad pasaremos a citar algunas de las muchísimas lenguas en que se expresan aún hoy los indoamericanos y el número de hablantes que las practican. Todas estas etnias en un grado u otro conservan sus tradiciones, ritos, costumbres, etc. y tienen sacerdotes-chamanes entre ellos; los aborígenes que las integran se sienten parte de una tradición que involucra a sus ancestros temporales, imagen de los orígenes primordiales, y a toda su vida, su tribu, en definitiva, su ser; por lo que puede decirse que a pesar de los V siglos transcurridos desde el descubrimiento se puede comprobar la persistencia de su identidad, aunque no es como “indígenas” tal cual ellos se perciben, o al menos no sienten la necesidad de compartir con otros americanos a los que han oído tal vez nombrar en el mejor de los casos, o desconocen totalmente, pero a los que no ubican en ningún lugar preciso, ya que en general ignoran todo lo referido a la geografía, a menos que no sea lo que les circunda o lo recorrido en determinada zona. Por otra parte, ya que diremos algo de la distribución de las lenguas añadiremos que en algunas comunidades la ignorancia de los idiomas europeos, que funcionan como “lingua franca”, es, a veces, del 50%; se podrá tener una idea del aislamiento en que vive el indio a la fecha, y el por qué si bien tiene una identidad, dada por la tradición, no se siente indio, en cuanto a lo que nosotros entendemos por tal: un miembro de una raza que puebla un inmenso continente. Vayamos a las cifras:

Existen tres millones de hablantes quechuas en el Perú, millón y medio en el Ecuador, al igual que en Bolivia; en Argentina llegan a cien mil, por lo que podemos calcular que son unos seis millones de personas que utilizan esa lengua, de las cuales el 40% no dominan el castellano. El aymara es hablado por trescientas treinta mil personas en Perú y un millón ciento setenta mil en Bolivia y Chile. Ochocientos ochenta mil se comunican en náhuatl, el 90% de los paraguayos se expresan en guaraní, mientras sólo el 50% lo hacen en castellano. El maya yucateco se habla en todo Yucatán, en Guatemala el quiché, el k”ek”chí, el cackchiquel, el mam, aparte de casi otras veinte lenguas son usadas cotidianamente. En México el otomí, el tarasco, el mixteco, el tzotzil, el zapoteco y otras decenas de idiomas se hallan vivos, y utilizados cada uno de ellos por cientos de miles de gentes, al igual que los de la Patagonia Argentina y Chile, en especial el araucano, o tehuelche que es practicado por 550.000 parlantes.

En las selvas y montañas de Brasil, Colombia y Venezuela, se hablan decenas de lenguas. En los Estados Unidos, el Canadá y entre los esquimales -estos últimos suman sesenta y dos mil- la situación es análoga, y aún si pudiera decirse más desordenada; en EE.UU. es confusa, ya que constantes migraciones, antes y después de la invasión europea, el hecho de que fueran nómadas, y la propia organización histórico-política del país hacen sumamente dificultosa, si no imposible esa tarea, al igual que la de catalogar de manera exacta las distintas tribus o naciones indígenas. Lo que agrava la situación es que muchos pueblos tienen idénticas costumbres, símbolos, mitos y ritos y distintas lenguas, y a la inversa, pueblos de la misma lengua poseen diferencias en su estructura cultural, y aún grandes rivalidades en el uso y manejo de la tradición común.

Quien se ocupe de estas culturas, ha de actuar con sumo cuidado, tratando de estudiar cada caso cultural particular, a la vez que lo articula a la estructura de conjunto; de otro lado ha de investigar los materiales emanados no sólo por la Lingüística sino por la Historia, la Arqueología, etc. y en todos ellos encontrará datos tradicionales necesarios, aparte de lo que pueda significar su conocimiento y contacto directo, su “trabajo de campo”, por llamarlo así, no sólo con los indígenas sino con la geografía de América, con su tierra, aún en formación, así se trate de montes, valles o sierras, lugares todos donde se asentaron las antiguas culturas tradicionales, sitios donde aún algunas subsisten, pese a los traslados de que han sido objeto. Si se ha especializado en algún área en particular es lógico que estudie las vecinas para encontrar analogías y diferencias; en realidad numerosos investigadores han actuado de esta manera ampliando el marco de referencia hasta abarcar la totalidad de América. Otros aún han ido más lejos al punto -y esto ha sucedido desde las primeras crónicas sobre los nativos- de comparar su cultura con la de los griegos y romanos, y particularmente con la historia y tradición judía, que como cristianos -algunos de ellos convertidos- conocían bien; no han faltado quienes han mencionado el origen atlante de estas culturas.

Pensamos que han contribuido con su testimonio a conservarlas, como todos los estudiosos, americanos y europeos, que se han ocupado de ellas, hasta la presente fecha, lo han hecho directa e indirectamente. Directamente puesto que por su labor, muchas veces bastante sacrificada, hemos logrado comprender estas culturas hasta donde se puede, desde luego, y podemos percibir entonces sus valores tradicionales, diferentes y análogos, con otros pueblos del mundo, y compartir con ellos sus concepciones sobre la cosmogonía, el significado de la vida, la sacralidad de los ritos cósmicos y las leyes en que se organiza la Inteligencia Universal. Indirectamente, porque al valorizar su cultura y tradición por medios letrados y universitarios se consigue que las instituciones oficiales se ocupen de los indígenas, a los que no sólo debe otorgárseles los mismos derechos que a los demás integrantes de las distintas repúblicas modernas, sino también a su cultura, la que debe ser respetada, incluso conservada, como fragmentos vivos amenazados de casi inmediata extinción; por otra parte también se obtiene la aceptación de sus formas tradicionales por los propios indígenas y mestizos que las ven apreciadas, lo cual vuelve sus ojos a su propia identidad, de cara a la anarquía completa de la sociedad de consumo y el mundo moderno.

Anteriormente hemos mencionado que en la actualidad las culturas precolombinas subsisten en estado “primitivo”, pese a que muchas de ellas constituyeron en el pasado grandes civilizaciones. Esa misma forma en que se manifiestan es para nosotros parte de su atractivo porque expresan de modo sintético su cosmogonía y su metafísica, la que es percibida y vivida de manera directa y de acuerdo al ritmo y los ciclos en que se produce el Universo entero. A través de un trato directo con la naturaleza el indígena conoce su origen sobrenatural y los espíritus y deidades que la conforman; esta realización es y ha sido constante a lo largo de su vida al extremo de constituir su identidad, ya que él de ninguna manera es ajeno a este proceso. Las cosas, los seres y los fenómenos se encuentran en perfecto devenir y nosotros con ellos en un mundo permanentemente animado y en proceso de creación, y por lo tanto cualquier signo está simbolizando directamente ese proceso que él conforma. De hecho la creación perenne se manifiesta de acuerdo a los símbolos que en cantidad indefinida existen en ella. Por ese motivo la cosmogonía indígena se mueve en su propio medio y es ritualizada a cielo abierto, o en ranchos, o tiendas con muy pocos elementos ceremoniales, todos ellos extraídos del entorno.

Los mitos son el paradigma de estos ritos y sus símbolos aritmético- geométricos, y minerales, vegetales y animales, se corresponden con los movimientos del sol (en el día y año), la luna (mes, año), venus, las pléyades, y otras entidades celestes, de fácil observación y cuyos ritmos evidentes son fundamentales en su pensamiento; igualmente en lo que concierne a los espíritus o deidades atmosféricas, o intermediarias: en especial los vientos y todo lo ligado a la lluvia. Por otra parte, como decíamos, esa cosmogonía se describe de manera muy sencilla y se percibe de modo directo; este modelo cosmogónico se encuentra presente en todo el continente americano, con algunas leves diferencias secundarias y perfectamente explicables. He aquí la comunicación del antropólogo G. Reichel-Delmatoff, referida a los indios Kogi de Colombia2: -“Partiendo de un concepto dualístico, de opuestos complementarios, se amplían luego las dimensiones, a una estructura de cuatro puntos de referencia. Es este un concepto estático, bidimensional, en el cual, en un plano horizontal se divide el mundo en cuatro segmentos. El modelo paradigmático son los cuatro puntos cardinales: Norte, Sur, Este y Oeste. Asociada con ellos encontramos nuevamente una larga serie de otros aspectos, personajes míticos, animales, plantas, colores y actitudes. En primer lugar, los progenitores de los cuatro clanes principales, junto con sus mujeres respectivas, ocupan los cuatro puntos cardinales y son sus ‘Dueños’. En segundo lugar, se asocian con estas direcciones los animales que se relacionan con los clanes: en el Norte el marsupial y su mujer el armadillo; en el Sur el puma y su mujer el venado; en el Este el jaguar y su mujer el cerdo salvaje, y en el Oeste el búho y su mujer la culebra. Ya que se trata de clanes patri y matrilineales en que la pertenencia se hereda de padre a hijo y de madre a hija, la relación de los opuestos complementarios se expresa en el hecho de que el animal ‘femenino’ (armadillo, venado, cerdo, culebra) es precisamente la presa y comida preferencial del animal ‘masculino’ (marsupial, puma, jaguar, búho). Son pares de antagonistas simbólicos. Siguen luego las asociaciones de colores: Norte-azul, Sur-rojo, Este-blanco y Oeste-negro. Por otro lado, el color rojo (Sur) se clasifica entre los colores claros y forma así, junto con el blanco (Este) un ‘lado bueno’, en oposición al ‘lado malo’ formado por el Norte y el Oeste que tienen colores ‘obscuros’. Las asociaciones con cada punto cardinal son múltiples pues cada clan es al mismo tiempo ‘Dueño’ de ciertos otros animales, de plantas, minerales, fenómenos atmosféricos, objetos manufacturados, bailes, cantos y otros elementos más.

“Los cuatro puntos de la estructura cósmica los encontramos luego en muchísimas versiones microcósmicas. El mundo está sostenido por cuatro hombres míticos; la Sierra Nevada se divide en cuatro sectores; las poblaciones construidas según el plan tradicional (como Seráncua) tienen cuatro entradas y alrededor de ellas se encuentran cuatro lugares sagrados donde se depositan ofrendas. Las casas ceremoniales también tienen una estructura cósmica pues en éstas hay cuatro grandes fogones alrededor de los cuales se sientan los miembros de los cuatro clanes principales. Por cierto, en la casa ceremonial, la línea divisoria que separa el círculo en dos segmentos, agrupa a los indios nuevamente en pares antagónicos y los del lado derecho’ (rojo) ‘saben menos’ mientras que los del ‘lado izquierdo’ (azul) ‘saben más’, pues estos últimos se encuentran más cerca de las fuerzas negativas que rigen el universo.

“Pero un esquema de cuatro puntos lleva a un quinto, un punto central, un punto de en medio. El simbolismo del ‘punto de en medio’ es de suma importancia para los Kogi. Es el centro del universo, es la Sierra Nevada, y es el punto central del círculo de la casa ceremonial donde están enterradas las principales ofrendas y donde se sienta Máma cuando quiere ‘hablar con dios’. En las prácticas de adivinación el individuo coloca sobre el suelo cuatro objetos rituales o grupos de objetos: piedras, semillas, conchas, orientándolos según los puntos cardinales. Pero en el centro coloca un diminuto banquito tallado de piedra o de madera. Es su ‘asiento’, su ‘puesto’, desde el cual la esencia de su ser, una réplica diminuta e invisible de su persona, recibe las contestaciones a las preguntas que formula. La importancia cosmogónica de la orientación ritual, se repite luego en muchos otros detalles de la cultura”.3

Para los indoamericanos tradicionales el mundo se está haciendo ahora, la creación entera es un experimento del que participan activamente como sujetos, su vida es eso, -aunque ellos no lo enuncien en estos términos- al contrario del hombre moderno que ve al mundo como estático y a sí mismo como un observador fuera de cualquier proceso, por lo que la existencia se convierte en una representación teatral tristísima, donde se repiten mecánicamente los parlamentos y se reiteran cíclicamente los roles sin que los sujetos adviertan siquiera la pesadilla en que se encuentran sumergidos.

El indio tradicional está en la vida, o mejor, es la vida, y él es eso, su aprehensión de símbolos es, por así decirlo, intuitiva y directa. Los contemporáneos para comprender los signos han de utilizar un camino indirecto, donde los mecanismos lógicos y racionales juegan un importante papel. La visión actual de los integrantes de la Tradición precolombina es esquemática y sencilla; la de la cultura europea es complicada en cuanto se utilizan estructuras complejas y largos recorridos; en la arquitectura del templo, y en los ritos que en él se practican resulta este hecho evidente si comparamos una sencilla ceremonia a cielo descubierto, o en una choza o tienda cultual, con una misa pontificial celebrada en una catedral gótica.

Tarahumaras, yaquis, mayos, huicholes, phurépechas, náhuas, totonacas, mixtecos, zapotecos, lacandones, tzotziles, tzetzales, yucatecos, quichés, cakchiqueles, tzutuhiles, arahuacos, guajiros, guambias, quechuas, aymaras, guaraníes, otavalenses, tarabucos, mapuches, e indefinidas tribus de la selva amazónica brasileña, colombiana, peruana, venezolana y ecuatoriana, son algunos de los pueblos que aún mantienen vivas sus tradiciones y creencias sólo en el área latinoamericana, aunque están completamente amenazados por el mundo moderno, materialista y profano, que los atrae con la seducción de sus engañosas promesas y la idea de un progreso inexistente. Todas ellos llevan vestimentas y usan lenguas que los identifican inmediatamente y los distinguen del hombre blanco. Expresan su ontología, mediante su cosmovisión y metafísica, muchas veces de manera totalmente cristianizada, o alterna, en la que se practican ritos en la iglesia y en otros lugares sagrados, o propiamente precolombinos, donde la actuación chamánica, y en muchos casos la ingestión de sustancias psicotrópicas, juegan un papel decisivo.

Todo esto nos mueve a pensar que si las culturas son símbolos vivos, aparte de cuestiones humanitarias, y si, sobre todo, nos lamentamos de la destrucción de aquella en la que nos hemos educado, la europea, ¿cómo no interesarse en la supervivencia de los que aún conservan su Tradición viva aunque fuese fragmentariamente? Una persona que se dedique a la investigación de lo Precolombino, en cualquier rama que fuere, tarde o temprano terminará encontrándose con el indio de hoy, de carne y hueso. También si sabe mirar se encontrará con una Tradición viva que, con leves diferencias, regla la vida de 45.000.000 de personas, o aún más. Se encontrará asimismo con una forma de ser indígena, con algo difícil de definir que puede tomar el modo del silencio, la atención, la más extrema sencillez junto a la más increíble metáfora, una serenidad y diafanidad extremas unidas a un completo sentido del humor y la paradoja… Igualmente, si le ha tocado vivir en América, o nacer allí, podrá valorizar el hecho asombroso de la geografía americana, su exhuberancia y variedad inagotable, su extensión, y los constantes movimientos telúricos que generan permanentemente catástrofes de distinto tipo: terremotos, erupciones volcánicas, desbordes y cambios de ríos, etc. Esta perpetua “novedad” del continente conforma parte esencial de la Tradición Precolombina, ya que sus culturas se gestaron en este medio, y por lo tanto con situaciones de geografía sagrada particulares a su período cíclico.4 Por lo que pensamos que estas culturas deberían ser estudiadas con mayor cuidado y profundidad, sobre todo por aquellos que han nacido en América, y por una serie de prejuicios culturales no han podido acercarse con el debido respeto ni atención a un medio que tienen muy cerca y que podría depararles muchas sorpresas, ya que muchos de los que se han aproximado, lo cual ha sido frecuente en los E.E.U.U., han terminado por identificarse con él y su cosmovisión. De todo lo dicho creemos que se pueden sacar las siguientes :

Conclusiones

1 – Existe una identidad indígena de acuerdo a la pertenencia a una Tradición que se remonta a más allá de los tiempos históricos; esa Tradición común está viva, aunque diseminada en corpúsculos, los cuales prácticamente se desconocen entre sí, y que han comenzado a contactarse merced a problemas comunes respecto al hombre blanco.

2 – Algunas veces cuesta reconocer el meollo o la espiritualidad de sus mitos, ritos y símbolos por la amalgama con elementos cristianos; en otros casos, como en los ritos de fecundación, imploración de lluvias, y todo lo ligado con la agricultura y la generación, altamente sagradas para ellos, las ceremonias son más arcaicas; ni qué decir que en las iniciaciones guerreras y todo lo ligado al chamanismo, la Tradición se presenta casi intacta.

3 – Consideramos que si se protegen ciertos sitios y monumentos históricos, incluso señalándolos como “patrimonio de la humanidad” y se gastan presupuestos en su conservación, con qué mayor razón debieran ser protegidas las culturas indígenas, algunas de ellas fragmentos vivos de la Tradición. En este sentido es obvio que el fomento al estudio de las lenguas indígenas dentro de las mismas comunidades, así como la educación bilingüe, son factores de integración, e identificación, como es obvio, aunque no tenemos aquí el espacio para tratar en extenso el tema.

4 – Los estudiosos e interesados en las culturas indígenas, por la misma valoración de esas culturas y por su familiaridad con ellas, pueden hacer tal vez más de lo que piensan para su preservación, así como ellas les pueden retribuir generosamente en orden de conocimientos. Para eso es necesario que tanto ellos como los propios indígenas se pongan en la perspectiva de los autores de esa cultura y no en la moderna, y así vayan al fondo mismo de su Tradición, que es tan válida hoy como cuando fue creada, y que por lo tanto es capaz de generar nuevos frutos en cualquier momento.

Notas:

(1) Los indígenas que no son monolingües hablan, según donde viven, el castellano, portugués, o inglés; esos idiomas se constituyen en lingua franca para los que habitando un mismo país, o comarca, no conocen las lenguas de otras tribus. Lo que también muestra que lo que tienen en común es en relación con los hombres blancos (en este caso la lengua), pero no en cuanto a ellos entre sí.

(2) Los Kogi son una tribu de dos mil indios de habla chibcha que habita en la actualidad las faldas meridionales de la Sierra Nevada de Santa Marta, Colombia, y guardan aún hoy completamente su visión cosmogónica, tradicional y metafísica, la que se expresa por medio de variados ritos, símbolos y prácticas culturales. G. Reichel-Dolmatoff (La Antropología Americanista en la Actualidad, 1989, tomo I) ha estudiado este pueblo y sus conceptos cosmogónicos, religiosos y sociales.

(3) El autor citado también afirma: “Subyacente a muchas formas de pensar y de actuar de los indios de la Sierra Nevada de Santa Marta, se observa un concepto de dualismo que se expresa sobre muy diversos planos. A nivel del individuo, como ente biológico, es el cuerpo humano que da el modelo, formado por la ideación de principios opuestos pero siempre complementarios. Son la aparente simetría bilateral del cuerpo y las diferencias sexuales lo que da la norma. Sobre otro nivel, el del grupo social, encontramos una división dualista entre ‘gente de arriba’, ‘gente de abajo’, no referente a la situación altitudinal de su habitat respectivo sino agrupándose así ciertos clanes, que forman grupos opuestos pero complementarios. Las poblaciones mismas están divididas en dos partes y una línea divisoria invisible, pero reconocida por todos, separa la aldea en dos segmentos. Las casas ceremoniales también se imaginan como divididas en dos mitades, cada una con su propio poste central; una línea diametral entre las dos puertas opuestas, divide el plan circular de la construcción en un ‘lado derecho’ y un ‘lado izquierdo’. Ya en un nivel cósmico, esta misma división separa el universo en dos lados, determinados por el sol, el cual, dirigiéndose de Este a Oeste, divide al mundo en un lado derecho y un lado izquierdo. Los dualismos de este tipo son innumerables: hombre-mujer, macho-hembra, mano derecha-mano izquierda, calor-frío, luz-obscuridad, etc., se asocian con ciertas categorías de animales y de plantas, con colores, vientos, enfermedades y, desde luego, con conceptos del Bien y del Mal. Entonces el simbolismo con este concepto de dualismo básico, se manifiesta continuamente, en todas las prácticas mágico-religiosas. Por cierto, muchas de estas manifestaciones dualísticas tienen esencialmente el carácter de antagonistas simbólicos que, en el fondo, comparten una sola esencia; tal como existen divinidades tribales que en un solo ser reúnen aspectos benéficos y maléficos, cada hombre lleva en sí mismo esa polaridad vital del Bien y el Mal.

“Los Kogi creen en la existencia de un principio del Bien (derecho) cuya permanencia y función benéfica está determinada por la existencia simultánea de un principio del Mal (izquierdo). Así, para asegurar la existencia del Bien es necesario fomentar el Mal ya que, si éste desapareciese, por no encontrar una justificación de su existencia, se eliminaría al mismo tiempo el Bien. Es necesario pues que el individuo cometa pecados que atestigüen la influencia activa del Mal. Es aquí donde yace, según los Kogi, el principal problema de la condición humana: en equilibrar estas dos fuerzas opuestas pero complementarias, y en establecer entre éstas una relación armónica. El concepto básico se denomina yulúka, lo que podría traducirse por ‘estar de acuerdo’, ‘ser igual’, ‘estar identificado’. Este estar ‘de acuerdo’, el saber equilibrar las energías productivas y destructivas, en el camino de la vida que lleva del Oriente hacia el Occidente, es pues el principio fundamental de la conducta humana; así pues el Máma, al pesar en sus manos las hojas de coca u otros objetos ritualizados, primero trata de establecer este equilibrio hasta que, por fin, la mano derecha, es decir el principio del Bien, ‘pesa más’. Más adelante las asociaciones continúan. El universo, el huevo cósmico, se interpreta como un útero, el útero de la Madre Universal, dentro del cual vive aún la humanidad. Asimismo la tierra es un útero, la Sierra Nevada lo es, cada cerro, cada casa ceremonial, cada casa de vivienda y, finalmente, cada entierro. Las cavernas y grietas de la tierra se interpretan como orificios del cuerpo de la Madre. Los grandes ‘nidos’ construidos en forma de un embudo formado por varas, y rellenos con paja en analogía con el pubis, que se levantan sobre las casas ceremoniales, son el órgano sexual de la Madre dispuesta a ser fecundada por el cielo donde se depositan ofrendas que representan un concepto de fertilización. Estas son ‘puertas’ que se abren hacia el nivel cósmico de ‘arriba’. De lo más alto del interior del techo cónico de la casa, baja un hilo que representa el cordón umbilical y es sentado en el centro de la casa donde el Máma establece el contacto con las fuerzas sobrenaturales, etc.” Discúlpesenos estas largas citas, pues el autor sintetiza aquí una cosmogonía que podríamos llamar “ejemplar” para el conjunto de la Tradición Precolombina, perfectamente asimilable u homologable con toda cultura tradicional.

(4) Véase por ejemplo el dios Kabrakan del Popol Vuh, su relación con los terremotos -con su hermano practicaban estos juegos, con los montes- y de todo el texto quiché con los volcanes de esa geografía. Igual el dios unípede taíno “Hurakán” -del cual deriva el nombre de ese fenómeno meteorológico, etc.- directamente emparentado con el quiché homónimo.

Sobre indigenismo, Por Federico González

El investigador que se adentra en el estudio de los símbolos precolombinos por medio del arte de esos pueblos (arquitectura, iconografía) y se compenetra con su historia, usos y costumbres, así como con su pensamiento cosmogónico y metafísico, del cual derivan sus ideas sobre lo social, lo económico, sus instituciones, etc., explícitas en las crónicas de los descubridores y conquistadores, en las de los propios indígenas (códices anteriores y posteriores a la colonia), e igualmente en los relatos de viajeros extranjeros, advierte que puede confirmar su trabajo y aun complementarlo, con los datos de la etnología y la antropología, que desde el siglo pasado ofrecen numerosas perspectivas en coincidencia con los principios de las culturas estudiadas, muchas de las cuales siguen practicando los mismos ritos, mantienen idénticos mitos y símbolos (algunas veces adaptados a circunstancias de tiempo y lugar) y conservan iguales usos y costumbres, y casi la misma lengua que sus antepasados precolombinos. Se trata, pues, de culturas que se mantienen vivas, que guardan en alguna –y diferente– medida las antiguas concepciones tradicionales, su cosmovisión, y determinadas prácticas espirituales, religiosas y mágicas, vinculadas con el conocimiento de otras realidades en el orden creacional y metafísico que aquéllas que suelen procurar la programación condicionante del mundo moderno, y el engaño ilusorio de los sentidos, como únicas garantías, materiales, positivas y concretas de percibir una supuesta “realidad”. Lógicamente el interés del investigador al conocer estos hechos es inmediato y al profundizar en esas culturas con los elementos que le brindaron otros colegas que han pasado años de trabajo in situ enriquece su labor, a la vez que se va interesando en esas comunidades, a las que ve como depósitos de una Tradición Original, como fragmentos de culturas arcaicas en pleno funcionamiento, o sea como posibilidades de desarrollo de la naturaleza humana, aún vigentes para numerosos grupos, las cuales, incluso, se han constituido en algunos casos como alternativas para el atormentado hombre moderno y la horrible vida vacía en espantosos trabajos y ciudades.

De más está decir que quien recibe esta luz y advierte la naturaleza extraordinaria de las culturas de los “contemporáneos primitivos” trata de preservarlas a toda costa, en la medida de sus fuerzas, pues se siente comprometido con el punto de vista de estos hombres y mujeres, que han decidido durante cinco siglos –en el caso de los indoamericanos– mantener su identidad, su lengua, sus mitos, ritos y símbolos, sus valores culturales, aunque hayan tenido que enfrentar durante ese lapso de tiempo la pobreza, la marginación y el desprecio del ignorante hombre occidental contemporáneo gracias al cual, por su falta de inteligencia, sentido de justicia, ferocidad y arrogancia, y sobre todo por su espiritualismo material y los espejismos de su ciencia menesterosa y su idea de un poder de tan corto alcance como destructor, estamos situados los habitantes de todo el mundo en una situación límite, que demográfica y ecológicamente (para nombrar sólo dos factores) es imposible de mantener como hasta ahora lo pretenden los “especialistas” de distintas minucias y la “clase política”, pseudónimo actual de sinvergüenzas disfrazados, elementos verdaderamente peligrosos de la disolución final, que lejos de verse como una catástrofe, debería significar el fin de la enfermedad, el dolor y la mentira, y la posibilidad de un orden nuevo y de una vida digna de llamarse de esa manera, posibilidades que los indígenas saben que no son de este mundo, pero que sí pueden obtenerse en este mundo, constituyendo ellas garantías y gérmenes vitales para cualquier tipo de vida futura.

De hecho, si nuestro investigador está interesado en el pasado “arqueológico” de estas culturas, por decirlo de alguna manera, ¿cómo no ha de interesarse por las estructuras y jirones que aún se mantienen vivos, aunque algunos de ellos estén aparentemente alejados de lo tradicional y cercanos a lo folklórico? ¿Cómo no intentaría proteger estas manifestaciones culturales? ¿Cómo no desearía que se revalorizaran en su exacta dimensión, a la que es ajena la mentalidad contemporánea? ¿Acaso no es extraordinario que se mantenga una cultura arcaica, en medio de la ignorancia y la perversidad del hombre actual que no es capaz de advertir siquiera que su propia velocidad está generando un cataclismo? Aquí llegamos al problema del indio actual, a la vertiginosa pérdida de sentido de sus propias tradiciones para los indígenas, muchos de los cuales las desconocen, así como sus raíces, y se contentan con algún signo superficial que los distingue, y que perderán de aquí a muy poco tiempo sin remedio, a menos que comprendan la naturaleza exacta de su propia Tradición y sus medios como camino o vía para la realización de sus posibilidades individuales y comunitarias; las que siempre comienzan por lo espiritual: lo metafísico y cosmológico.

Se debe señalar que el período cíclico en el que los contemporáneos estamos insertos es universal y toca a cada uno de los seres, fenómenos y cosas que existen en este mundo. La caída, especialmente marcada en Occidente por la escisión provocada por el racionalismo cartesiano, preparada previamente por lo que de más denso tuvo el Renacimiento, al punto de desembocar en un “humanismo”, es hoy de una multiplicación vertiginosa y cubre áreas hasta hace un siglo impensadas, como selvas, altas montañas, desiertos y lugares helados, donde toda clase de basura consumista invade los últimos reductos de las culturas “primitivas”. Aunque debe manifestarse que los medios de comunicación, especialmente la televisión, son los verdaderos heraldos de la penetración materialista, caracterizada por sus pasiones y violencia, por la ignorancia y exhibición y culto de lo más elemental, como si fuera algo en sí, para colmo verdadero y novedoso; igualmente por creer en la ilusión de lo “real”, caracterizado por ser concreto, útil y satisfactorio de acuerdo al programa modélico de la clase pequeño-burguesa, llena de tabúes y prejuicios tan falsos como efímeros, y capaces de cambiar inmediatamente a los opuestos por un golpe de la moda, o simples intereses particulares de cualquier tipo, o grupo.

Esta situación, propalada por el Occidente y que alcanza a todos los pueblos del mundo, sin exclusión de color, clases culturales sociales o económicas, profesiones, oficios, sexos, etc. es el medio “natural” del hombre actual y toca también a la totalidad de sus instituciones, comenzando por sus religiones, cuyas perspectivas, en el mejor de los casos alcanzan lo piadoso y ciertas supuestas “buenas acciones” siempre ligadas a lo exterior, ignorando, o negando por ignorancia y mala fe sus orígenes esotéricos, es decir vaciándolas completamente de sentido al grado de constituirse en pantomimas y burlas de lo espiritual, donde los mitos, los símbolos y los ritos han perdido todo sentido para propios y extraños.

Esta profanización total ha tocado a todos los hombres y mujeres del siglo XX, y sólo se salvan de ella los seres y comunidades que se marginan totalmente (por el simple expediente de no creer de modo alguno en esos supuestos que comprueban experimentalmente como falsos), ya que su descripción del mundo y la realidad participan de la verdad de otros espacios y planos –que están igualmente en este mundo y en el hombre mismo– ligados a lo metafísico, en los cuales acreditan sin ninguna hesitación por su propia evidencia, encarnada en ellos mismos y manifestada en el total de la expresión universal, y por lo tanto comprobable en todo tiempo y lugar, gracias a los signos que permanentemente la revelan.

Se ha de destacar, sin ir más lejos, que estos seres y comunidades a que nos referimos en último lugar constituyen pequeñas minorías dentro de la corriente general, hoy identificada con la ilusión del progreso y la superstición científica. Entre ellas siempre se han destacado las culturas indoamericanas, muchas veces atacadas de frente por falsas ideas acerca de la vida, la felicidad, el confort, y la justicia misma, miradas desde las valoraciones profanas del hombre blanco, el que de una manera verdaderamente imperialista trata de imponer ideologías propias de su “raza”, así sean las del consumismo “capitalista”, como las del resentimiento “marxista” disfrazado de justicia social, ambas completamente ajenas a la mentalidad de la tradición amerindia, y sólo esgrimidas para hacer de los indígenas, no hombres dignos pertenecientes a una Tradición, permanentemente ligada a los valores eternos, propios del ser humano y su función como hijo directo de Dios y producto del gesto creacional, sino como meros factores de la producción (al igual que los proletarios industriales), que los hace o ciudadanos de quinta categoría, miserables que pueblan las periferias de las ciudades como autómatas, entre gases tóxicos, con el único auxilio de la televisión como guía de sus pasos, mientras aguardan la posibilidad del auto y la casa propia con los años, a la par que sus hijos son capaces de elevarse hasta obtener un título, hacerse ejecutivos, políticos, o narcotraficantes, o escoger por cualquiera otra de las indefinidas opciones de incorporarse al caos y a la ignorancia general.1

En términos generales, diremos que hay distintas “etnias” dentro de cada país moderno: bastantes de esas etnias se encuentran fragmentadas y aun polarizadas entre sí, a tal punto que, en realidad, la pertenencia a tal o cual grupo la da en última instancia el municipio en el que vive el indígena, y las autoridades civiles –en la mayoría de los casos también religiosas– que lo rigen son las encargadas de velar por los asuntos internos de la comunidad, a la par que sirven de puente con el “exterior”, o sea, con los engranajes del gobierno nacional.

Estas comunidades suelen dividirse en Latinoamérica en dos grandes grupos: a) los tradicionales y  los progresistas. Los primeros a su vez se subdividen en dos grupos; en el primero se encuentran los hombres de conocimiento, chamanes y personas que verdaderamente conocen su Tradición, viven en ella y la practican cotidianamente como forma de vida, y en el segundo, los que bien podrían ser llamados tradicionalistas, pues sin conocer a fondo los misterios últimos de su cosmovisión, sin embargo participan en distintos grados de ella, de lo cual se sienten orgullosos, así como de sus costumbres y su riquísimo acervo cultural (entre ello de su lengua) que respetan y gozan.

En cuanto a los “progresistas”, se les puede dividir a su vez en tres grupos: 1) los “evangélicos”, que han tenido mucho éxito en su prédica estos últimos años debido fundamentalmente a su condena del alcohol, problema que padecen los indígenas, pues la misma sustancia que utilizan en sus ceremonias y ritos, ha transformado a algunos en alcohólicos consuetudinarios con problemas sociales. 2) los catequistas, grupos juveniles de activistas católicos que ponen énfasis en su trato igualitario con los indios y se ocupan de ciertas obras deportivas y sociales, descuidando completamente la vida espiritual, de la que participan a su modo las etnias desde hace cinco siglos, poniendo sólo énfasis en las necesidades materiales de los autóctonos a los que ve como indigentes, ya que su abandono, desde el punto de vista de la sociedad de consumo, es grande. Hoy en día, siguiendo órdenes papales, se empeñan en una “teología” de la “justicia social” que éste acaba de oficializar (pidiendo perdón a los indígenas por los pecados cometidos) destinada a erradicar la “teología de la liberación”, pero que parte de los mismos supuestos materiales de ella. Agregaremos que en muchos templos los mismos indígenas han tenido que salir en defensa de ceremonias y ritos y fiestas netamente católicas que los progresistas han pretendido eliminar. 3) en tercer lugar están los “marxistas”, en muchos casos apoyados por el grupo que acabamos de describir, interesados sólo en la política (en sus intereses políticos), y apoyados por la demagogia de los partidos existentes. Para esta gente el indio es sólo un pobre diablo hambreado e ignorante que no tiene la menor idea de nada, un “objeto” que una vez detectado es fácil de manipular. Demás está decir lo que piensa un auténtico chamán indoamericano sobre estos “progresistas”, salvo que los considera los enemigos más grandes, demonios capaces de dar la última puñalada a estos pueblos, al quitarles de manera directa (o indirecta) su Tradición y convertirlos definitivamente en masa, es decir en nada; situación en la que los indígenas serán los únicos perjudicados, y que anuncia los días de la muerte de su cultura, y por lo tanto de su identidad, en aras de una “civilización” que está abocándonos a todos a un fin inminente, y que sin más pretende disolver las tradiciones precolombinas forjando un signo más de la disolución universal, como lo sabe muy bien ese chamán al que nos estamos refiriendo.

En realidad el problema es claro: se cree que la sociedad moderna, o post-moderna, técnica o electrónica, constituye un avance; si se considera que la humanidad va evolucionando y aun se cree en el “progreso”, como a fines del siglo pasado, es obvio que los indígenas, (que siempre se han apartado de las congregaciones blancas desde la invasión europea), son sumamente atrasados e incomprensibles. ¿Cómo puede perder su tiempo el ama de casa india torteando su maíz cuando puede comprar su tortilla empaquetada en el supermercado, o regodearse con los corn flakes? ¿Cómo van a vivir en ranchos de paja y barro cuando tal vez podrían acceder al monoblock y a las ciudades satélites? ¿Cómo siguen atendiéndose con el chamán e ingiriendo yerbas, cuando para eso están la medicina alopática, la cirugía y los hospitales? ¿Acaso no es ridículo producir artesanías con elementos del entorno cuando pueden fabricar en serie y en forma masiva con máquinas y utilizando el plástico como materia prima? ¿Por qué insisten en trabajar personalmente su milpa, cuando podrían ser proletarios sindicalizados y poseer televisión y otros artefactos del hogar? Y sobre todo: ¿Cómo es que no abandonan sus ridículas creencias y se unen democráticamente a las de la mayoría que desea un civilismo laico, productivo y materialista?

Lamentablemente este tipo de planteos son propios de los gobiernos y los estados subdesarrollados y en vías de desarrollo, que aún acreditan en la masificación cuantitativa. Por el contrario las naciones (e individuos) desarrollados que han sufrido en carne propia las maravillas del “progreso” y para cuyas juventudes “no hay futuro”, consideran al mundo moderno no como evolucionado sino en proceso de total involución y creen en un fin inevitable y no muy lejano, precisamente por esas circunstancias. Por lo que la cuestión resulta clara y sencilla: para los que aún se ilusionan con el progreso indefinido los indígenas han de ser salvados de su barbarie –y dejar de ser indígenas– para incorporarse al mercado de consumo, y a la producción industrial, cuando no se los trata de manipular política y demagógicamente por gobiernos y estados corruptos. A la inversa, para aquéllos que saben que la sociedad moderna está ya viviendo su fin, los indígenas y su forma de vida se presentan como fragmentos de lo que el ser humano aún tiene de tal y por eso como ejemplos de la cosmogonía y la metafísica de una sociedad tradicional, y aun como modelos alternativos.

Pero esto de ninguna manera significa negar a los autóctonos determinados beneficios obvios propios de la sociedad contemporánea como pueden ser el agua corriente, los alcantarillados y desagües, la propia protección ecológica y las conquistas de la medicina en el campo de la inmunología, para nombrar sólo algunos pocos de ellos; también es fundamental la educación bilingüe, es decir, el estudio de la lengua aborigen para quien no la conoce y la del idioma oficial, para quien no la habla, por la necesidad que tienen actualmente los naturales de pertenecer a los países modernos y como forma de adquirir elementos de todo tipo para la valorización y defensa de su propia cultura, al igual que para impedir la explotación ejercida hoy y ayer por aquellos que han pretendido liberarlos y hacer de ellos personas “decentes”, que no se distingan de la mediocre uniformidad del conjunto, razón por la que los propios indígenas deben tomar conciencia de esta situación y evitar ser engañados como hasta ahora con chatarra, así ésta consista tanto en “cuentas de vidrio”, como en ideologías e “ismos” propios del hombre blanco.

Nota

(1) Aunque serían necesarios más arquitectos indígenas para orientar y realizar sus construcciones con un plan arquetípico y sagrado, como antaño hicieron con sus templos y como siguen haciéndolo hoy en la milpa, a cielo descubierto. Además podrían seguir la carrera de medicina de las universidades con el fin de incorporar los elementos de su arte terapéutico como contribución a la salud general. Igualmente sería necesario continuar con la producción de sus artesanías, no perder la calidad y procurar buen precio por ellas, debida cuenta del valor económico de los objetos realizados a mano en los países más desarrollados, los que para muchas cosas los prefieren a la producción industrial. También sería loable que algunos de ellos –incluso chamanes u hombres de conocimiento– estudiaran leyes para poder defender sus derechos, pero que evitaran comprometerse en el peligroso y delicado mundo de la política de los países que habitan. Asimismo otros que pudieran estar capacitados en técnicas administrativo-contables e informática electrónica, para ser voceros de sus comunidades y respetados en el ámbito nacional. Y todos conocedores de su propia Tradición y de los valores cosmogónicos, filosóficos y metafísicos que entraña.

La muerte de los dioses *

La muerte de los dioses *
Por Nathan Wachtel

Hay presagios pavorosos, y las profecías anuncian el fin de los tiempos. Surgen luego monstruos de cuatro patas, cabalgados por seres blancos de apariencia humana. Es la guerra, la violencia y la muerte… Tales son los temas que evocan los documentos del siglo xvi. Los indios parecen conmocionados por una especie de estupor, como si no consiguieran comprender el acontecimiento, como si éste hiciera saltar en pedazos su universo mental.

Se impone un primer enfoque de simple descripción; el método Puede parecer aproximativo, literario de alguna manera; pero esa descripción previa resulta de todo punto obligada en la medida en que permite captar al nivel de lo vívido los acontecimientos que constituyen el punto de partida de nuestro estudio. Ha de ser a la vez una toma de contacto y un esfuerzo de descentramiento. No se trata de convertirnos en indios, con arreglo a una dudosa efusión sentimental, sino, simplemente, de escucharlos. Es decir, de hacer que los textos hablen, de prestar oído, con atención, respeto y humildad, a estas voces tan extrañas para nosotros: las de los testigos indígenas de la Conquista.

El descubrimiento del mundo antiguo

Los indios descubrieron Europa en la persona de algunos centenares de soldados españoles que los vencieron. Se enfrentaban dos civilizaciones que hasta entonces se ignoraban por completo. Resulta sorprendente que para los indios el «encuentro» se haya en una atmósfera de prodigio y de magia. Es posible que los presagios hayan sido inventados después, pero, cuando menos, testimonio del esfuerzo de los vencidos por interpretar el acontecimiento.

1. Prodigios y profecías

Es en México donde son más numerosos los prodigios que anuncian la llegada de los europeos. Según los documentos indígenas, Moctezama parecía particularmente sensible a los fenómenos de brujería y adivinación. Poco antes de la Conquista, los brujos de Texcoco anunciaron que México sería pronto sometido por extranjeros. La predicción provocó una controversia entre Moctezuma y Nezahualpillí, el rey de Texcoco; este último, seguro de sus adivinos, desafió al rey de México al juego ritual de la pelota y apostó su reino contra tres pavos. Moctezuma ganó las dos primeras partidas, pero perdió cada una de las tres siguientes.

A lo largo de los diez años que precedieron la llegada de los españoles, se enumeran ocho prodigios funestos. Durante un año entero, cada noche fue cubierta por una columna de fuego que aparecía por el oriente y semejaba elevarse desde la tierra hasta el cielo. «Pues cuando se mostraba había alboroto general; se daban palmadas en los labios las gentes; había un gran azoro; hacían interminables comentarlos» . El templo de Huitzilopochtli se incendió de modo misterioso, sin causa aparente, y ardió «por su espontánea acción». Después vino la destrucción del templo de mientras caía una ligera llovizna, le alcanzó un rayo sin relámpago ni trueno. Aparecieron cometas en pleno día, que atravesaban el cielo de Occidente a Oriente. Una tempestad agitó las aguas del lago de México, destruyendo la mitad de las casas de la ciudad. Luego se oyó una voz de mujer que gritaba en la noche: «¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos!»; o también: «Del todo nos vamos ya a perder». Nacieron monstruos, «cuerpos, con dos cabezas procedentes de un solo cuerpo, los cuales eran llevados al palacio de la sala negra del gran Motecuhzorna, en donde, llegando a ella, desaparecían». Pero el prodigio más pavoroso fue, sin duda, ese extraño pájaro color de ceniza semejante a una grulla, que fue capturado sobre el lago de México: «Había uno como espejo en la mollera del pájaro… Allí se veía el cielo: las estrellas, el Mastelejo. Y Motecuhzorna lo tuvo a muy mal presagio cuando vio las estrellas y el Mastelejo. Pero cuando vio por segunda vez la mollera del pájaro, nuevamente vio allá, en lontananza; como si algunas personas vinieran de prisa; bien estiradas, dando empellones. Se hacían la guerra unos a otros, y los traían a cuestas unos como venados. Al momento llamó a sus magos, a sus sabios. Les dijo: —¿No sabéis: qué es lo que he visto? ¡Unas como personas que están en pie y agitándose… Pero ellos, queriendo dar la respuesta, se pusieron a ver: desapareció (todo); nada vieron».

Si intentamos una clasificación de estos presagios diversos, constataremos que asocian los cuatro elementos del universo: el fuego, el agua, la tierra y el aire; todo sucede como si el mundo entero tomase parte en la inminencia de una catástrofe inaudita. Pero los adivinos no logran definir la amenaza que pesa sobre México, de manera que en la ciudad cunde una atmósfera de duda y angustia. Y no menos que los prodigios aterroriza a Moctezuma la impotencia de los brujos.

Entre los mayas, el anuncio de la Conquista reviste la forma más explícita de la profecía. El sentimiento de angustia cede aquí su lugar a una especie de fatalismo apocalíptico, ligado a la conciencia del curso inexorable del tiempo. En efecto, la representación cíclica del calendario maya funda la profecía del Chilam Balam, que predice una verdadera «revolución» al final del Katun trece Abau, un trastorno total del mundo y, específicamente, el advenimiento de una nueva religión:

En el Ahau trece, al final del katun, será maltratado el Itza y rodará por tierra Tancah, oh padre.

Como signo del único dios de arriba, llegará el árbol sagrado, manifestándose a todos para que el mundo sea iluminado, oh padre.

…Cuando agiten su señal, desde lo alto, cuando la levanten con el árbol de la vida, todo cambiará de un golpe. Y el sucesor del primer árbol de la tierra aparecerá y para todos será manifiesto el cambio.

Ciertamente, la profecía del Chilam Balam parece redactada después del acontecimiento. Pero este augurio retrospectivo da testimonio de la necesidad de arraigar en el pasado un hecho demasiado extraordinario para llevar en sí mismo su propia significación.

En el Imperio inca, la llegada de los españoles fue precedida a la vez por prodigios (que eran preponderantes en México) y por profecías (como entre los mayas).

Los prodigios peruanos recuerdan en cierta medida a los del ejemplo azteca; allí se asocian también los cuatro elementos: tierra, fuego, agua y aire. Los últimos años de Huayna Capac, el onceavo Inca, se vieron trastornados por una serie de temblores de tierra. Los terremotos son frecuentes en Perú; pero el inca Garcilaso de la Vega precisa que las sacudidas fueron excepcionalmente violentas. En la costa fueron acompañados por marejadas de extraordinaria amplitud. Un rayo cayó sobre el palacio del Inca. Se vieron en el aire cometas de aspecto pavoroso. Otro presagio hace referencia a un pájaro: cierto día, cuando se celebraba la fiesta del Sol, un cóndor (mensajero del sol) fue perseguido por halcones y cayó en medio de la gran plaza de Cuzco; recogieron al pájaro y se dieron cuenta de que estaba enfermo, recubierto de una especie de sarna; se le prodigaron cuidados, pero murió. Y hubo un espectáculo aún más siniestro; en una noche muy clara, la luna apareció rodeada por un triple halo, el primero color de sangre, el segundo de un negro verdoso y el tercero semejante al humo. Un adivino interpretó el presagio: la sangre anunciaba que una guerra cruel desgarraría a los descendientes de Huayna Capac; el negro significaba la ruina de la religión y del Imperio inca, y todo, finalmente, como lo anunciaba el último halo, se desvanecería en humo.

Fue entonces cuando advirtieron al emperador que acababan de desembarcar en la costa seres de aspecto extraño. Esta noticia, en medio de los prodigios que se multiplicaban, recordó a Huayna Capac la profecía de su ancestro Viracocha, el octavo Inca. Este había predicho que, en e1 reinado del doceavo Inca, hombres desconocidos se apoderarían del Imperio y lo destruirían. En honor del dios Viracocha, creador y civilizador de la humanidad, cuyo nombre llevaba, el octavo Inca había construido un templo laberíntico, compuesto de doce corredores; sobre el altar central erigió una estatua conforme a la imagen del sueño que le había inspirado el dios: representaba, según la tradición conservada por Garcilaso, un hombre de alta estatura, barbudo, vestido con una larga túnica y teniendo sujeto por una cadena a un animal fabuloso con garras de león. Huayna Capac era el onceavo Inca; la profecía de su ancestro se realizaría, por tanto, bajo el reinado de su sucesor. Y Garcilaso cuenta también que Huayna Capac, antes de morir, recomendó a sus súbditos que se sometieran a los recién venidos. Pero ¿por qué se llamó a éstos «Viracochas»? Aquí aparece el tema del retorno de los dioses.

2. ¿Dioses u hombres?

Toda América conoce el mito del dios civilizador que, después de reinar benéficamente, desapareció de modo misterioso prometiendo a los hombres su retorno. Es el caso de Quetzalcoatl en México, que partió en dirección a Oriente, y de Viracocha, en el Perú, que desapareció andando sobre las aguas del mar occidental. Quetzalcoatl debía volver en un año ce?acatl, mientras que el Imperio inca debía tener su fin bajo el emperador número doce. Pero en México los españoles venían del Este, y 1519 correspondía exactamente a un año ce?acatl; en el Perú, venían del Oeste, y el reino de Atahualpa (o el de Huascar) correspondía al del doceavo Inca. En consecuencia, el estupor de los indios revistió una forma particular: percibieron los acontecimientos a través de la óptica del mito y concibieron la aparición de los españoles como un retorno de los dioses. Conviene hacer notar también que esta interpretación no fue general. Y, por lo demás, la ilusión no duró mucho tiempo. Precisemos, por tanto, los matices que distinguen las reacciones de los aztecas, los mayas y los incas por cuanto respecta a la identificación de los españoles.

Mientras en México los adivinos resultaban incapaces de interpretar los presagios y, en consecuencia, eran mandados matar por Moctezuma, un indio de la costa oriental llegó y dijo:

Llegué a las orillas de la mar grande, y vide andar en medio de la mar una sierra o cerro grande, que andaba de una parte a otra y no llega a las orillas, y esto jamás lo hemos visto.

Moctezuma mandó encarcelar al mensajero y encargó a sus servidores qué verificaran la noticia. A su retorno, le indicaron que la torre que flotaba sobre el mar llevaba seres desconocidos, de piel blanca y larga barba. Entonces Moctezuma decidió enviarles embajadores cargados de regalos divinos: los aderezos de Quetzalcoatl.

Los informantes de Sahagún describen la escena asombrosa en el curso de la cual los embajadores de Moctezuma revistieron a Cortés con los adornos del dios: máscara incrustrada de turquesas, collar adornado por un disco de oro, espejo dorsal, brazaletes de jade, cascabeles de oro, escudo con bandas de nácar y oro, rodeado de plumas de quetzal, y sandalias de obsidiana. La conducta de Cortés, en respuesta a estos obsequios, aterrorizó a los indios: ordenó que los atasen e hizo disparar el cañón.

Y en este momento los enviados perdieron el juicio, quedaron desmayados. Cayeron, se doblaron cada uno por su lado: ya no estuvieron en sí.

Los españoles les reconfortaron entonces, les ofrecieron vino y alimento.

Mientras tanto, Moctezuma esperaba con angustia: «Y si alguna cosa hacía, la tenía como cosa vana. Casi cada momento suspiraba. Estaba desmoralizado, se tenía como un abatido». Cuando los embajadores volvieron, se negó a recibirlos antes de que se hubieran purificado, porque: «¡Bien con los dioses conversaron!». Se sacrificaron dos prisioneros, y los emisarios fueron rociados con su sangre. Sólo entonces Moctezuma se atrevió a escuchar su relato:

Por todas partes vienen envueltos sus cuerpos, solamente aparecen sus caras. Son blancas, como si fueran de cal. Tienen el cabello amarillo, aunque algunos lo tienen negro. Larga su barba es, también amarilla; el bigote también tienen amarillo…

Los soportan en sus lomos sus «venados». Tan altos están como los techos…

Pues sus perros son enormes, de orejas ondulantes y aplastadas, de grandes lenguas colgantes; tienen ojos que derraman fuego, están echando chispas: sus ojos son amarillos, de color intensamente amarillo.

… Y cuando cae el tiro, una como bola de piedra sale de sus entrañas: va lloviendo fuego, va destilando chispas, y el humo que de él sale, es muy pestilente, huele a lodo podrido, penetra hasta el cerebro causando molestia.

Pues si va a dar contra un cerro, como que lo hiende, lo resquebraja, y si da contra un árbol, lo destroza hecho astillas, como si fuera algo admirable, cual si alguien le hubiera soplado desde el interior.

… Cuando hubo oído todo esto Moctezuma se llenó de grande temor y como que se le amorteció el corazón, se le encogió el corazón, se le abatió con la angustia.

Para inspirar benevolencia a los dioses, Moctezuma les hizo enviar otro tipo de vituallas: frutos, tortillas, huevos y aves. ¿Quizá querrían también alimentarse con sangre? Se sacríficaron dos prisioneros, salpicándose con su sangre las ofrendas. Pero, cosa extraña, los seres blancos y barbudos rechazaron con disgusto el alimento. La actitud de Moctezuma hada los dioses era, sin embargo, ambivalente, porque al mismo tiempo envía contra ellos a sus brujos. ¿Quizá éstos, gracias a su magia, lograrían hacerles desandar el camino? Sus esfuerzos fueron vanos; los brujos se reunieron con Moctezuma y le dieron cuenta de su fracaso: «¡No somos sus contendientes iguales; somos como unas nadas!». Y Moctezuma sintió miedo ante la extraordinaria potencia de los seres barbudos, pensó en huir, en
« …escabullir(se) a los dioses», en refugiarse en el fondo de alguna gruta. Fracasa también una última tentativa de los hechiceros; encuentran en su camino a Tezcatlipoca bajo la forma de un borracho que repetidamente ejecuta prodigios y predice la ruina de México. «Motecuhzoma, no hizo más que abatir la frente, quedó con la cabeza inclinada. Ya no habló palabra. Dejó de hablar solamente. Largo tiempo así estuvo cabizbajo. Todo lo que dijo y todo con lo que respondió fue esto: —¿Qué remedio, mis fuertes? ¡Pues con esto ya fuimos aquí!…”»’. Angustia colectiva: «Y todo el mundo estaba muy temeroso. Había gran espanto y había terror. Se discutían las cosas y se hablaba de lo sucedido. Hay juntas, hay discusiones, se forman corrillos, hay llanto, se llora por los otros. Van con la cabeza caída, andan cabizbajos».

Y, sin embargo, parece subsistir una duda, porque cuando Moctezuma reúne a sus consejeros para consultarles acerca de la conducta a seguir, éstos expresan opiniones divergentes. Cacama, sobrino de Moctezuma, recomienda acoger a los desconocidos con honores; pero Cuitlahuacatzín, su hermano, expresa escepticismo y pone en guardia a los mexicanos: «Plega a nuestros dioses que no, metáis en vuestra casa a quien os eche de ella y os quite el reino, y quizá cuando lo queráis remediar no sea tiempo». Estas opiniones contradictorias reflejan las reacciones opuestas que suscitan los españoles en las diversas ciudades que atraviesan. Así, los totonacas de Centroala y los tlaxcaltecas deciden aliarse a los blancos. «Mucho los honraron, les proporcionaron todo lo que les era menester, con ellos estuvieron en unión y luego les dieron sus hijas», mientras que los habitantes de Cholula los consideraron como bárbaros.

En Texcoco, Ixtlilxochitl se convirtió rápidamente al cristianismo, pero su madre, Yacotzin, le dirige violentos reproches: «Le respondió que debía haber perdido el juicio, pues tan presto se había dejado vencer de unos pocos bárbaros como eran los cristianos»

En cuanto a Moctezurna, a pesar de las dudas de algunos de sus consejeros, se decidió a recibir a los blancos como si fuesen dioses. Se dirige a su encuentro y les ofrece, en un signo de bienvenida, collares de flores y de oro. Luego pronuncia ante Cortés el extraordinario discurso cuyo recuerdo conservar; los informantes de Sahagún:

Señor… Has arribado a tu ciudad: México. Aquí has venido a sentarte en tu solio, en tu trono…

No, no es que yo sueño, no me levanto del sueño adormilado: no lo veo en sueños, no estoy soñando…

¡Es que ya te he visto, es que ya he puesto mis ojos en tu rostro! …

Como que esto era lo que nos habían dejado dicho los reyes, los que rigieron, los que gobernaron tu ciudad:

Que habrías dé instalarte en tu asiento, en tu sitial, que habría de venir acá…

Pues ahora se ha realizado: ya tú llegaste, con gran fatiga, con afán viniste.

Llega a la tierra: ven y descansa; toma posesión de tus casas reales; da refrigerio a tu cuerpo.

¡Llegad a vuestra tierra, señores nuestros!.

¡Extraña conducta la de los dioses! Cuando los indios les ofrecen oro, manifiestan una alegría desenfrenada: «Como si fueran monos, levantaban el oro, como que se sentaban en ademán de gusto, como se les renovaba y se les iluminaba el corazón». Saquean el tesoro de Moctezuma, separan el oro de las joyas y de los escudos para fundirlo y repartírselo en lingotes. Más tarde, durante la fiesta de Toaxcatl, sobreviene la masacre del templo. Entonces se produce en el espíritu de los indios un cambio brutal; se rebelan, insultan y matan a Moctezuma, y ponen cerco a los españoles, por entonces llamados popolocas, es decir, bárbaros.

Se trata ahora de una guerra entre los indígenas y depredadores muy humanos. Los episodios se suceden: la Noche Triste, la partida de los españoles, la epidemia de la viruela, el retorno de los españoles y el cerco de México. Los indios saben modificar su táctica en función del armamento europeo: «Pero los mexicanos, cuando vieron, cuando se dieron cuenta de que los tiros de cañón iban derechos, ya no caminaban, en línea recta, sino que iban de un rumbo a otro, haciendo zigzag; se hacían a un lado y a otro. huían del frente. Y cuando veían que iba a dispararse un cañón, se echaban por tierra, se tendían, se apretaban a la tierra». Pero poco a poco los españoles cobran ventaja. Los indígenas sacrifican a sus prisioneros y dejan expuestas al sol las cabezas de los blancos y las cabezas de los caballos. Pero es en vano. Intentan entonces un último expediente para salvar a la ciudad: Cuauhtemoc hace que su capitán, Otoclitzin, se vista con el traje ritual que le convierte en «tecolote de Quetzal, y le entrega la jabalina mágica del dios tribal Huitzilopoclidi; si esta jabalina mata a algún enemigo, será la victoria». Pero el plan fracasa nuevamente. Un último presagio anuncia la caída inminente de la ciudad: una noche surgió una bola de fuego: «Se dejó ver, apareció cual si viniera del cielo. Era como un remolino; se movía haciendo giros, andaba haciendo espirales. iba como echando chispas, cual si restallaran brasas». Finalmente, Cuauhtemoc decide someterse a los españoles; pero entonces, por una segunda inversión, en el momento en que aparecen como vencedores son calificados nuevamente como «dioses»: «¡Ya va el príncipe más joven, Cuauhtemoc; ya va a entregarse a los españoles! ¡Ya va a entregarse a los “dioses”! ».

En los territorios mayas, la cualidad divina de los españoles parece menos admitida. Por ser más exactos, hay un contraste muy dato que contrapone en este punto a los quichés y cakchiqueles de las altas tierras de Guatemala, por una parte, y los mayas propiamente dichos del Yucatán, por otra. Los primeros consideraron a los recién venidos como dioses; los segundos, por el contrario, designaron a los españoles con el término más banal de dzules, «extranjeros»; y como éstos, a diferencia de los mayas, comían anonas, se les designó más prosaicamente todavía como «comedores de anonas». ¿Cómo explicar este contraste entre los indios de Guatemala y los del Yucatán?

El simple desarrollo de los acontecimientos da cuenta, en buena medida, de tales diferencias. En efecto, la conquista de Guatemala, realizada por Alvarado en 1524?1525, siguió de cerca a la caída de México y fue muy rápida. Es posible que ante la brutalidad del acontecimiento, los quichés y los cakchiqueles hayan caído en el mismo estupor que los aztecas. En cambio, la conquista del Yucatán fue más tardía y más lenta; emprendida por Montejo en 1527, sólo se consumó, y penosamente, en 1541. Por otra parte, los mayas del Yucatán habían tenido ya ocasión de encontrar a hombres blancos varias veces. Desde 1511, con ocasión del naufragio de Valdivia, algunos españoles habían ido a parar a la costa; fue entonces cuando los indios recogieron a Gonzalo de Guerrero y jerónimo de Aguilar 1′. Después, la expedición de Córdoba en 1517, la de Grijalva en 1518 y la escala de Cortés en 1519 fueron otros contactos que, sin implicar consecuencias militares inmediatas, permitieron a los indios del Yucatán acostumbrarse a la rareza de los españoles; tanto, que en los documentos mayas relativos a la Conquista se borra el carácter divino de los españoles.

El Perú estaba desgarrado por la guerra civil; los dos hijos de Huayna Capac, el bastardo Atahualpa y el heredero legítimo, Huascar, se disputaban el Imperio. En 1533, Atahualpa acababa de capturar a Huascar, pero ejércitos «legítimos» resistían todavía en la región de Cuzco. Es entonces cuando llegan los españoles, y todo sucede como si la reacción de los indios respecto de ellos se hallase determinada por su adhesión a una u otra de las facciones en lucha.

En efecto, los primeros actos de Pizarro parecen favorecer a los partidarios de Huascar. Estos últimos ven en él a un salvador providencial, y el hermano de Huascar, Manco, se apresura a aliarse con los españoles. Los Viracochas, hijos del dios civilizador, han surgido de repente para castigar a Atahualpa y restablecer el orden legítimo. Los cronistas de la tradición cuzquena, principal mente Titu Cusi, describen aquellos rasgos extraños que señalan a los españoles como entes divinos a los ojos de los indígenas: la barba, rubia o castaña; las prendas, que cubren todo el cuerpo; los grandes animales que cabalgan, cuyos pies son de plata; el lenguaje mágico que les permite comunicarse entre sí por medio de pequeños trozos de telas blancas; el dominio del rayo:

Decían que habían visto llegar a su tierra ciertas personas muy differentes de nuestro hábito y traje, que pareçían viracochas, ques el nombre con el qual nosotros nombramos antiguamente al Criador de todas las cosas… y nombraron desta manera a aquellas personas que habían visto, lo uno porque diferenciaban mucho nuestro traje y semblante, y lo otro porque veían que andaban en unas animalías muy grandes, las quales tenían los pies de plata: y esto decían por el rrelumbrar de las herraduras. Y también los llamaban ansí, porque les habían visto hablar a solas en unos paños blancos como una persona hablaba con otra, y ésto por el lleer en libros y cartas; y aun les llamaban Viracochas por la exclençia y paresçer de sus personas y mucha differençia entre unos y otros, porque unos eran de barbas negras y otros bermejas, é porque les veían comer en plata; y también porque tenían Yllapas, nombre que nosotros tenemos para los truenos, y esto dejían por los arcabuçes, porque pensaban que eran truenos del cielo…

Pero los españoles, con su codicia y su brutalidad, disiparon pronto la ilusión. Titu Cusi describe el encarcelamiento de su padre, Manco, y el brusco cambio que se produjo entonces en su espíritu (comparable al de los mexicanos después de la masacre del templo); si los blancos se comportan con tanta crueldad, es que no son Viracochas, sino, al contrario, hijos del «diablo»:

…pensando que era gente grata e enviada de aquél que ellos deçían que era el Tecsi Viracochan —que quiere decir Dios— y pareçeme que me ha salido al rrevés de lo que yo pensava, porque sabed, hermanos, que éstos, segund me han dado las muestras después que entraron en mi tierra no son hijos del Viracocha sino del demonio…

En cuanto a Atahualpa, a diferencia de Manco, nada permite afirmar que haya considerado a los españoles como dioses. Se ha planteado la duda acerca de por qué permitió a Pizarro penetrar en las montañas hasta Cajamarca. Pero tengamos en cuenta que no había consolidado aún su poder sobre el conjunto del país, y que la eventualidad de un ataque de los partidarios de Huascar limitaba sus posibilidades de movimiento. Por otra parte, la expedición española, proveniente de la costa, no parecía poner en peligro el Imperio. Las sociedades costeras del Perú, aisladas por el desierto marino, siempre habían sufrido la dominación de las sociedades montañesas que controlaban la fuente de los ríos; Afahualpa no podía imaginar que los españoles pudiesen recibir socorro del mar ni que otro mundo —Europa— se manifestase a través de ellos. En la sociedad inca, la potencia dependía del número de hombres, y la pequeña tropa de Pizarro parecía una fuerza despreciable desde este punto de vista. Por lo demás, corría el rumor en el campamento de Atahualpa de que los fusiles españoles sólo disparaban dos veces y que los caballos perdían toda eficacia durante la noche. Tal es el motivo de que Atahualpa tendiese a Pizarro la trampa de Cajamarca; después de convenir una entrevista a mediodía sólo llegó al comienzo de la noche; pero la trampa, se volvió contra él.

En términos generales, la conducta de Atahualpa parece «racional», teniendo en cuenta una lógica evidentemente distinta de la nuestra, Cuando se encontró con Pizarro, no manifestó humildad alguna, al revés que Moctezuma ante Cortés. Al exhortarle Valverde para que se convirtiera al cristianismo, presentándole la Biblía, Atahualpa respondió altivamente que el único dios a adorar era el Sol; luego ojeó el libro e intentó escuchar lo que decía; pero, como no oyó nada, lo lanzó coléricamente al suelo. Ningún signo de sumisión.

¿Cómo interpretar las reacciones diversas de los aztecas, de los mayas y de los incas con ocasión de la llegada de los hombres blancos? Conviene plantear correctamente el problema. En efecto, estamos dominados muchas veces por nuestras categorías mentales y nos sorprende que los indios hayan tomado por dioses a los españoles, deteniéndose nuestro pensamiento sobre el aspecto pintoresco de la cosa y no sin alguna condescendencia. Pero no hay aquí pintoresquismo alguno. Por el contrario, nos hallamos en presencia de un fenómeno muy general, descrito a menudo por los viajeros y los etnógrafos, no solamente en América, sino también en África y en Oceanía; se trata del terror de los «indígenas» ante la aparición de estos seres absolutamente desconocidos, los blancos. No se trata de que una «mentalidad primitiva» se oponga, en términos de un pensamiento irracional o dominado enteramente por la afectividad, a la racionalidad occidental. Toda sociedad implica una cierta visión del mundo, una estructura mental regida por una lógica particular. Los acontecimientos de la historia, al igual que los fenómenos de la naturaleza, se ubican en el orden explicativo de los mitos y cosmogonías correspondientes a cada cultura. Todo aquello que represente una excepción a este orden racional (animales cuya conducta parezca extraña, acontecimientos inhabituales, etc.) significa la irrupción de fuerzas sobrenaturales o. divinas en el mundo profano. En esa medida, la racionalidad cotidiana resulta destruida y nace la angustia por el contacto con lo desconocido.

Ahora bien, la intrusión de los europeos en una sociedad que ha vivido aislada durante siglos constituye un acontecimiento que rompe el curso normal de las cosas. No nos asombremos, por tanto, de que Moctezuma haya visto en la llegada de Cortés el retorno de Quetzalcoatl; muy al contrario, se trata de un esfuerzo de racionalización; Moctezuma emplea el instrumental mental de su sociedad, único del que dispone, para comprender el acontecimiento; recurre a los mitos tradicionales para integrar en su concepción del mundo hechos para él inauditos. Este tipo de racionalización fue también el utilizado por los indios de Guatemala o por los partidarios de Huascar. Mientras que Atahualpa, los mayas de Yucatán o los indios de Cholula reaccionaron de modo diferente. Pero ¿por qué?

No todos los indios consideraron a los españoles como dioses; pero todos se plantearon la cuestión de si eran divinos o humanos. En las diferentes sociedades consideradas, lo general es la irrupción brusca de algo desconocido. Todos los documentos aztecas, mayas e incas describen el aspecto extraño (barba, cabellos) y la potencia (escritura, rayo) de los españoles. La visión del mundo de los indios implicaba en todo caso la posibilidad de que los blancos fuesen dioses, y esa posibilidad llevaba consigo en cualquier caso duda ‘ y angustia. Pero la respuesta a la cuestión «¿dioses u hombres?» podía ser positiva y negativa, y varió de acuerdo con las circunstancias particulares de la historia local.

Un notable episodio confirma la interpretación precedente. Mientras se acercaban a Cuzco, los soldados de Pizarro capturaron a unos mensajeros indios. Enviados por Callcuchima, general de Atahualpa, a Quizquiz, otro de sus generales, los mensajeros llevan una importante noticia relativa a la naturaleza de los invasores:

«… Les oyó desir como ChaUcuchima los suia embiado auissando al quizquiz como (los españoles) eran mortales».

3. Las causas de la derrota

Nuestro punto de vista es aquí el de la reacción psicológica de s vencidos, y no entraremos por ello en el detalle de la historia militar de la Conquista. Sin embargo, se plantea el problema de las causas de la derrota de los indios: ¿cómo es posible que imperios tan poderosos como el de los aztecas o el de los incas hayan sido destruidos tan rápidamente por algunos centenares de españoles?

Pensamos en primer lugar en una causa de orden técnico: la superioridad del armamento europeo. Se trata de una civilización del metal contra una civilización de la piedra: espadas de acero contra lanzas guarnecidas de obsidiana, armaduras metálicas contra túnicas forradas de algodón, arcabuces y cañones contra arcos y flechas, caballos contra soldados de a pie. Con todo, este factor técnico parece tener una importancia limitada: las armas de fuego de las cuales disponían los españoles durante la Conquista eran muy poco numerosas y de tiro muy lento. Tuvieron, ante todo, un efecto psicológico, provocando (como los caballos) el pánico entre los indios. Cuando menos al comienzo, mientras los españoles gozaban todavía del beneficio de la sorpresa; pero la sorpresa se disipó rápidamente, y sabemos que los indios supieron adaptar sus métodos de combate en función del armamento europeo.

Mucho más eficaces fueron las enfermedades que diezmaron a los indios a partir de su primer contacto con los blancos. Las terribles epidemias de viruela en México, antes del sitio de la ciudad por Cortés, debilitaron la resistencia de los aztecas. En Perú parece haberse declarado una epidemia a finales del reinado de Huayna Capac, antes incluso de que Pizarro emprendiese su tercera expedición.

Más difícil resulta calcular el alcance de las causas psicológicas y religiosas. Hemos visto que la divinidad de los españoles (al menos mientras fue admitida) desapareció también muy deprisa. Debe tomarse también en consideración la tan particular idea de la guerra entre los indios, que reviste un aspecto esencialmente ritual; en el combate, la meta no es eliminar al adversario, sino hacerle prisionero para sacrificarlo luego a los dioses. La victoria se les escapaba muchas veces a los mexicanos porque trataban de capturar a los españoles, en vez de matarlos. Desde esta perspectiva, los métodos de combate de los blancos constituían un escándalo incomprensible. Por otra parte, la guerra solía finalizar para los indios con un tratado que concedía a los vencidos el derecho de conservar sus costumbres a cambio de un tributo. No podían, evidentemente, imaginar que los cristianos se propusieran destruir su religión y sus leyes. En este sentido, su visión del mundo contribuyó a su derrota. Tengamos en cuenta, sin embargo, que la guerra —fuesen cuales fuesen sus aspectos rituales— no dejaba de tener por consecuencia entre los indios la dominación política; fue la guerra lo que permitió la constitución de los poderosos imperios de los incas y de los aztecas.

De manera que la victoria española se debe sobre todo a las divisiones políticas que debilitaban a tales imperios. En efecto, son los propios indios quienes suministran a Cortés y a Pizarro la masa de sus ejércitos de conquista, que llegan a ser tan numerosos como los ejércitos propiamente indígenas a quienes combaten. En México, los totonacas, recientemente sometidos, se rebelaron contra Moctezuma y se aliaron a los españoles, que encontraron después un apoyo decisivo en los tlaxcaltecas. En Perú, Pizarro obtuvo ayuda de la fracción legítima en su lucha contra los generales de Atahualpa, y se aprovechó también de la colaboración de tribus que, como las de los cañarís y los huancas, se oponían a la dominación inca.

Es cierto que los factores religiosos y políticos se mezclan estrechamente. Recordemos que la alianza de la fracción de Huascar con los españoles se confunde con la identificación de éstos como Viracochas, mientras que los indios mexicanos opuestos a ello se limitan a considerarlos bárbaros invasores. Podemos, así, decir que la opción política reviste una forma religiosa, o, a la inversa, que el factor religioso adquiere forma a través de la coyuntura política. De hecho, las sociedades indígenas de América, en el momento de llegar los españoles, poseen una estructura donde la dimensión religiosa atraviesa todos los niveles: la vida económica, la organización social y las luchas políticas.

* Los vencidos: los indios del Perú frente a la conquista española,
Alianza editorial pp. 37-54.

Nuestra cultura indígena, Por Fernando Trejos

Creíamos que se iba a aprovechar la conmemoración del quinto centenario de la llegada de los españoles a América para reivindicar la grandeza de nuestros pueblos aborígenes. Pero no. Durante el año hemos tenido que escuchar y leer en la prensa variados comentarios que tienden a rebajar –y hasta a negar– la cultura indígena costarricense, exaltando exclusivamente la influencia española e ignorando lo más significativo de esta celebración: la realidad de que en nuestro país también había –y hay– una elevada tradición que milagrosamente se ha mantenido intacta a través de los siglos y que permanece viva a pesar de los ingentes esfuerzos que blancos y mestizos han realizado por destruirla.

Estos comentarios, que tratan de minimizar la importancia de la cultura indígena, y que en algunos casos hasta han llegado a pretender negarla, desnudan una actitud de muchos costarricenses que pone en evidencia una abismal ignorancia de nuestra historia y un estúpido y mediocre orgullo de “no ser indios”, que se expresa en una especie de vergüenza observada en muchas familias nuestras, que se envanecen si la piel es más blanca y que esconden tontamente los orígenes indígenas que nadie medianamente enterado podría atreverse a negar.

Si bien es cierto que la proporción de sangre india en nuestro país es menor que en muchas tierras latinoamericanas, la inmensa mayoría de los costarricenses descendemos –nos guste o no– de indígenas. Muchos de los alimentos principales que ingerimos, y cantidad de palabras que hemos incorporado a nuestro idioma, tienen origen precolombino. Las más sanas y bellas costumbres y leyendas que tenemos las debemos a los indios. Y si pudiéramos comprender y amar nuestros orígenes estaríamos orgullosos de provenir de tan noble estirpe.

En nuestro país hay hombres de conocimiento (médicos-sacerdotes), depositarios, como tantos venerables ancianos indígenas que se encuentran diseminados aún a lo largo y ancho de toda América, de antiguas tradiciones y secretos que se gestaron y transmitieron en esta bendita tierra que ellos han habitado desde hace miles de años; herederos de profundos conocimientos de la medicina, de la naturaleza y de lo sobrenatural, y, sobre todo, vivos exponentes de una espiritualidad verdadera que siempre han transmitido, con amor desbordante, a quienes les respetan y abren su mente y su corazón permitiendo que esa sabiduría e influjo espiritual penetre.

Al oír y leer esos pobres comentarios, que siempre se afanan en tratar al indio de ignorante, me ha parecido escuchar la voz de los ancestros que gritan, no sin ironía, ni sin tristeza: “Han pretendido negar a nuestro Dios; han llamado demonios a nuestros espíritus intermediarios; han querido borrar nuestra historia; han menospreciado nuestro arte maravilloso; se han burlado de nuestra ejemplar mitología; no han podido comprender la fuerza de nuestros ritos ni la grandeza de nuestro espíritu. Pero ¿podrán además seguir llamándonos impunemente ignorantes, y hasta negar nuestra existencia? Pero la propia presencia de estos sabios me ha dado la respuesta: “No. Aquí estamos; somos los verdaderos habitantes de esta tierra; desde siempre hemos pertenecido a ella; observamos con estupor cómo la han mancillado destruyéndola y contaminándola; somos nosotros quienes nos preocupamos por nuestra Madre: la cuidamos, sufrimos sus sufrimientos, la amamos”.

Los pueblos indígenas tienen mucho que enseñar a los hombres modernos. Quienes hayan tenido el privilegio de conocer poblados aborígenes que se mantengan al margen de la contaminación de los “progresos” de los “blancos”, habrán observado, como lo hicimos nosotros en muchos lugares, que la mayoría de los indígenas son seres que se encuentran en un estado de virginidad envidiable; que se respetan los unos a los otros de una manera que no es posible ver ya en nuestras odiosas ciudades modernas; que son hombres humildes, pero con una dignidad que ya no existe “ni en las mejores familias” de estas sociedades decadentes; y que son seres humanos verdaderos, que comparten con su prójimo sus alegrías, sus tristezas y sus pocos haberes materiales.

Y quienes se tomen la molestia de leer los estudios serios –y abundantísimos– que por casi cinco siglos han realizado acerca de las culturas precolombinas frailes y cronistas conscientes, y antropólogos e investigadores sinceros, podrán comprobar que nuestros antepasados no tienen nada que envidiar a las más altas culturas y tradiciones de la tierra.

En todos los pueblos hay hombres sabios y necios, inteligentes y tontos, buenos y malvados; y no pretendemos que todos los indios sean perfectos. Pero hay verdades históricas que no podemos soslayar. La España que llegó a América no fue la España de San Fernando y Alfonso X el Sabio. No fue tampoco la España tolerante en la que convivieron en armonía hombres de conocimiento de orígenes judío, cristiano e islámico. Si América hubiera sido “descubierta” por aquellos sabios españoles éstos habrían reconocido en las culturas indígenas su elevada espiritualidad, su riqueza artística, arquitectónica e histórica, su profundidad filosófica y su pericia en las distintas ramas del saber. Los “conquistadores” y comentaristas más sensibles, como Sahagún, Las Casas, Durán y tantos otros, dan testimonio de la grandeza de las civilizaciones aborígenes. En Costa Rica, autores preclaros como Doris Stone, Carlos Aguilar, Luis Ferrero, María E. Bozzolli, y muchos otros historiadores, antropólogos y estudiosos del tema, han constatado que también en esta tierra había –y hay– grandes sabios y santos indígenas.

Pero desgraciadamente la inmensa mayoría de los españoles que invadieron estas tierras fue ignorante y ambiciosa, dogmática e inquisidora, cargada de odios y prejuicios que desgraciadamente todavía hoy prevalecen. Para justificar los saqueos y violaciones, robos y esclavizaciones, tildaron a los indios de ignorantes y salvajes y se dedicaron a destruir la cultura y a mal informar.

Hemos celebrado el quinto centenario de la raza mestiza, y este año ha sido declarado “de los pueblos indígenas”, lo que nos da la bella oportunidad de recordar nuestros verdaderos orígenes. Pero vemos también, desgraciadamente, con gran dolor, cómo todavía hay personas que se dicen cultas que mantienen esa mentalidad inquisidora e ignorante, y que como verdaderos fariseos no pueden ocultar el odio que han heredado hacia los antiguos y verdaderos habitantes de esta tierra.

Dichosamente, aquí está, todavía viva, la cultura bribrí y cabécar. Aquí siempre ha vivido Sibú. Aquí están los chorotegas, huetares y borucas. Y aquí estamos nosotros, los mestizos que, sin renegar en modo alguno de nuestros orígenes europeos, sí nos sentimos orgullosos de que corra por nuestras venas sangre indígena, y respetamos y amamos a nuestros antepasados aborígenes y a su cultura, y a los tantos hombres que siguen siendo hoy, a pesar del desprecio y la incomprensión, testimonio vivo de que Costa Rica tiene –aunque la mayoría de los costarricenses no lo sepa– una tradición verdadera, heredera de la Tradición Primordial, profundamente india, cargada de enseñanzas y energías espirituales que permitirán que en esta tierra mágica algún día vuelvan a florecer el espíritu, la auténtica paz y el amor.

La emergencia del canto, cuatro ejemplos de poesía nahuatl

Los cuatro poemas que proponemos hoy a los lectores de webislam pertenecen a la poesía nahuatl. Se trata de poemas aztecas, una literatura con antiquísimas raíces, aunque probablemente la mayor parte de las composiciones que se conocen se concibieron en el siglo anterior a la conquista española.

Antes de la consolidación del imperio azteca, todas las culturas predominantes de México habían desarrollado el papel y la escritura. Los Toltecas poseían una escritura y técnicas de grabado; y se sabe que poseyeron un gran libro sagrado compilado hacia el 660 a.C., aunque todo ello fue destruido. También los Mixtecas y Cholula poseían el papel y la escritura, pero la mayoría de sus libros se ha perdido. Igualmente los Zapotecas en Oaxaca y los Totonacas en Vera Cruz. Bernal Díaz vio pilas de libros cerca de Cempaola, capital de los Totonacas: “Entonces llegamos a varias ciudades y en las casas encontramos ídolos… y muchos libros doblados como doblan los españoles la ropa…”

Recordar la amplitud y variedad de la literatura precolombina perdida es recordar el genocidio, la inmensa tarea de desarraigo de los pueblos de su tierra y de los hombres de su lengua que el sistema actual perpetúa.

Puede pensarse que los musulmanes españoles sentimos una especial solidaridad con las culturas de la América precolombina por haber sido víctimas del mismo verdugo, pero la Realidad es otra. Se trata de una intuición pura, de la sensación de que allí podemos encontrar algo de lo anterior a nuestro tiempo. Nosotros creemos que a través de la poesía puede llegarnos algo de ese legado, y eso porque —a pesar de ser traducciones y actualizaciones de textos que nos permanecen velados—, todavía resuena en estas palabras algo del canto primigenio.

En estos cuatro poemas —en verdad exigua muestra— vemos aparecer claves que nos son preciosas a la hora de situarnos en este tiempo donde el shaytán actúa desarraigando pueblos, pues él sabe que al separar al hombre de su tierra lo deja desorientado y a merced de su influencia. El shaytán no nos alcanza allí donde recobramos el sentido de la tierra como madre. Todo ello hace que tanto la mitología indígena norteamericana como su literatura sean la nuestra, pues allí donde se realiza un esfuerzo por recobrar la propia raíz sentimos aparecer el Islam como religión primigenia, como religión universal.

Aquí se habla de Islam como en cualquier lugar donde se habla de la emergencia con que afloran las cosas. Se habla de Islam como hecho no meramente histórico porque se habla del Creador y del vínculo entre Él y lo que crece. Sabemos que sólo el viento de la Sakiná nos traerá victoria (Corán, Al-Tauba:26.)

Emergen, emergen las flores

Emergen, emergen las flores:
floreciendo están las flores en presencia del sol.
A tu canto corresponde el ave del dios.
Tú la buscas: todas ellas son tu canto y son tu dicha:
tú deleitas a los hombres con movedizas flores.
Donde quiera ando, por doquiera canto, yo cantor:
las flores olientes a maíz tostado se remecen
entre las mariposas en el patio florido.

Todas vienen donde el Árbol está enhiesto:

flores que al hombre trastornan,
que pervierten corazones, vienen a derramar,
vienen a dejar caer carga de flores, fragancia de flores.

De flores es la alfombra: muchas hay en tu casa
y entre el musgo acuático canta y trina Xayacamachan:
embriaga su corazón la flor de cacao.
Hermoso canto repercute allí;
alza su canto Tlapaltecutzin, muy perfumadas son sus flores:
se estremece la flor: es la flor del cacao…
la madre de los dioses.

La madre de los dioses

Id a la región de los magueyes salvajes,
para que erijáis una casa de cactus y magueyes,
y para que coloquéis esteras de cactus y magueyes.

Iréis hacia el rumbo de donde la luz procede

y allí lanzaréis los dardos:

amarilla águila, amarillo tigre, amarilla serpiente
amarillo conejo y amarillo ciervo.
Iréis hacia el rumbo de donde la muerte viene.
También en tierra de estepa habréis de lanzar los dardos:
azul águila, azul tigre, azul serpiente,
azul conejo y azul ciervo.

Y luego iréis hacia la región de sementeras regadas.

También en tierra de flores habréis de lanzar los dardos
blanca águila, blanco tigre,
blanca serpiente,
blanco conejo y blanco ciervo.

Y luego iréis hacia la región de espinas.
También en tierra de espinas habréis de lanzar los dardos:
roja águila, rojo tigre, roja serpiente,
rojo conejo y rojo ciervo.

Y así que arrojéis los dardos y alcancéis los dioses,
al amarillo, al azul, al blanco, al rojo:
águila, tigre, serpiente, conejo, ciervo,
luego poned en la mano del dios del tiempo,
del dios antiguo, a tres que habrán de cuidarlo:
Mixcoatl, Tozpan, Ihuitl.

¿Qué estáis pensando, príncipes de Huexotzinco?

¿Qué estáis pensando, príncipes de Huexotzinco?
Fijad la vista en Acolhuacan,
la tierra arrasada, como sementera de Huexotla,
de Itztapalocan.
¡Reina la noche en la ciudad!
Allí está erguido el sabino, la ceiba,
la acacia y la cueva:
Tetlacuahuac, que conoce al dios que da vida

¡Oh príncipe mío, Tlacateotl chichimeca!

¿Por qué motivo nos aborrece Tezozomoctzin?
¡Acaso muerte nos prepara y guerra quiere!
¡Ya está tendida la batalla en Acolhuacan!
Aunque afligidos, damos placer
al dador de vida,
el Colhua Mexicano Tlacateotl.
¿Acaso muerte nos prepara y guerra quiere?
¡Ya está tendida la batalla en Acolhuacan!

Lloro, me pongo triste…

Lloro, me pongo triste, sólo soy un cantor:
¡Si alguna vez pudiera llevar flores,
si con ellas pudiera adornarme en el Lugar de los sin cuerpo!
Me entristezco.
Únicamante como flor es estimado el hombre en la tierra:

un instante muy breve goza de las flores primaverales.

Gozad con ellas, yo me entristezco.
Vengo de la casa de las finas mariposas.
Abre su corola mi canto: he aquí múltiples flores.
Una variada pintura es mi corazón:
¡Yo soy cantor y despliego mi canto!

El redescubrimiento de america

Las tradiciones precolombinas son, quizás, las culturas que más se han estudiado y sobre las que más se ha escrito en el último siglo, en particular en el ámbito especializado (Antropología, Arqueología, etc.) pero las menos comprendidas en su integridad, salvo honrosas excepciones. Sin embargo, en la época actual se cuenta con muchísimos más elementos e información sobre ellas gracias a la “universalización” del mundo, producida por la eclosión de las ciencias de la comunicación, las que, aún siendo duales, igualmente son capaces de brindar informaciones verídicas y utilizables tanto como computarizar valores sin ton ni son.

Re-descubrir América a quinientos años del viaje del Almirante Colón significa, pues, a la luz de los medios y los valores actuales, comprender el gran mensaje que los pueblos que allí vivieron legaron a la posteridad, o sea, al género humano. Lo que ellos una y otra vez destacaron en sus culturas, símbolos y mitos que heredaron al futuro al vivenciar este Conocimiento cotidiana y ritualmente. Estas manifestaciones, expresadas por las distintas sociedades a lo largo y ancho del continente americano, sus usos y costumbres, sus ritos, las distintas conformaciones socioeconómicas y los diversos aspectos, incluso étnicos, pertenecientes a diferentes pueblos indígenas en el espacio y el tiempo, se afirma incluso en sus lenguas, en sus “filosofías”, en su concepción del mundo y el hombre, presente también en las innumerables muestras que van desde la escritura de sus códices, sus pictografías, ideogramas y otros medios de comunicación, hasta la realización de sus calendarios, pasando por las adaptaciones propias de la vida nómada y “primitiva”, patentizándose en su poesía, escultura, orfebrería, tejeduría y cestería, etc., etc., todas ellas simbólicas.

Es interesante destacar que muchas de estas culturas aparentemente muertas están vivas hoy día y siguen expresándose a sí mismas por medio de ritos y ceremonias que revelan su origen, a veces en un sincretismo cristianizado, o bajo el disfraz agradable del folklore, o en algunas de ellas, como lo han hecho desde siempre, tradicionalmente, según nos lo certifica el trabajo de los antropólogos actuales y las crónicas de la colonia, así como el relato de innumerables viajeros extranjeros, a los que hay que agregar la extraordinaria labor de los estudiosos de lo indígena en Europa y América.(1)

Todos estos testimonios están a mano de quien quiera familiarizarse con ellos y lo único que se necesita para realizar una investigación de esta naturaleza es buena voluntad, interés y paciencia, armas con las que se podrá conquistar la comprensión de las culturas precolombinas, tanto en su carácter formal o sustancial de manifestación, invariablemente rico, admirable y sugerente, como en su realidad, es decir, en su auténtica raíz, en su esencia; lo que es comprenderlas de verdad, o sea, hacer nuestros esos valores, ese conocimiento que, como ya se ha dicho, nos legaron. También es comprender una sociedad tradicional e igualmente la mentalidad arcaica, origen de todas las grandes civilizaciones, entre las que se destaca la precolombina, a la par de las mayores conocidas que se hayan dado tanto en Occidente como en Oriente.

Por otra parte, descubrir su cosmovisión, a veces análoga y a veces exacta a la de otros pueblos es, además de una sorpresa y como toda verificación cualitativa, un placer, la prueba de que existe una cosmogonía arquetípica, un modelo del universo, cuya estructura manifiesta lo que se ha dado en llamar la Filosofía Perenne, la que aparece de modo universal, a pesar de los innumerables ropajes con que se viste en distintas geografías y tiempos. Fray Juan de Torquemada en su Monarquía Indiana (prólogo al libro VII) advierte con sagacidad: “Y no te parezca fuera de propósito, tratando de indios occidentales y de su modo de religión, hacer memoria de otras naciones del mundo, tomando las cosas que han usado desde sus principios, porque uno de mis intentos, escribiendo esta larga y prolija historia ha sido dar a entender que las cosas que estos indios usaron, así en la observancia de su religión como en las costumbres que tuvieron, que no fueron invenciones suyas nacidas de su solo antojo, sino que también lo fueron de otros muchos hombres del mundo”.(2)

Tal vez la expresión Filosofía Perenne no alcanza a explicar a esta ciencia, razón por la que se le ha llamado también Religión Perenne y Universal; acaso esta última expresión sea aun menos clara que la primera y podrá producir equívocos… Se pudiera igualmente llamar Gnosis Perenne Universal, o Cosmovisión Universal o Tradición Unánime, pero no es su nominación sino su contenido lo verdaderamente importante, lo trascendente. Sin embargo, esta concepción del mundo, común a todas las tradiciones verificables, que se manifiesta de un modo unánime (a pesar, como se ha dicho, de sus diferencias formales, las que hacen precisamente que cada una se destaque con sus valores propios que a la vez las distinguen y las identifican) no es conocida hoy en el mundo moderno sino por unos pocos, ya que no se enseña de manera masiva y oficial, siendo además negada por las concepciones de este mismo mundo moderno, a partir precisamente de su gestación en el Renacimiento hasta nuestros días, razón por la que el hombre contemporáneo, a la inversa del hombre tradicional, o sea al revés del hombre de todos los tiempos, ha desechado las energías espirituales y sutiles como componentes activos de la manifestación cósmica, siempre presentes en ella, y sólo se interesa por lo material y limitado, de lo cual toma prolija nota estadística.

Hay que aclarar que las analogías reales que poseen las distintas tradiciones entre sí, derivadas de sus concepciones metafísicas, ontológicas y cosmogónicas, no son meras coincidencias de forma y similitudes casuales, sino por el contrario, adecuaciones de una misma realidad universal intuida (revelada) por todos los hombres de todos los lugares y tiempos; la que está fundada en la verdadera naturaleza del ser humano y el cosmos. De allí que esas filosofías sean auténticamente perennes y que revelen un pensamiento idéntico de distintas maneras, adecuado a circunstancias de mentalidad, tiempo y lugar. Igualmente es sabido que existen pautas que permiten identificar el pensamiento tradicional, su cosmovisión, su simbólica, su Imago Mundi, no exclusivamente expresada de modo lógico o discursivo. El hombre, como ente completo, incluye diversos grados de ser dentro de sí, que exceden el racionalismo, y en ese sentido debe remarcarse la garantía que son los símbolos al respecto, como lo expondremos más adelante. Miguel León Portilla, en su libro La Filosofía Náhuatl nos dice: “En el pensamiento cosmológico náhuatl encontraremos, más aun que en sus ideas acerca del hombre, innumerables mitos. Pero hallaremos también en él profundos atisbos de validez universal. De igual manera que Heráclito con sus mitos del fuego inextinguible y de la guerra ‘padre de todas las cosas’, o que Aristóteles con su afirmación del motor inmóvil que atrae, despertando el amor con todo lo que existe, así también los sabios indígenas sacerdotes náhuatles, tlamatinime, tratando de comprender el origen temporal del mundo y su posición cardinal en el espacio, forjaron toda una serie de concepciones de rico simbolismo”.

Es de hacer notar también que no sólo la tradición precolombina sufrió la incomprensión de su cultura, la que debía morir a manos de una tradición históricamente más poderosa: la europea cristiana, sino que la propia naturaleza del continente y sus habitantes fueron disminuidos sistemáticamente desde la conquista hasta nuestros días. Desde negar el alma de los indígenas hasta inventar acerca de las especies vegetales y animales americanas, como fue el caso de Buffon y algunos otros, los que atribuían debilidad a estas especies y las consideraban inferiores.(3)
Pájaro y árbol de vida cruciforme. Yaxchilán.

Desde la época del descubrimiento se tuvo en Europa una enorme cantidad de tabúes respecto al nuevo continente. Todos estos elementos generaban seguramente, en la mente europea, determinadas imágenes de atracción y rechazo por lo desconocido, incertidumbre, sospechas, temor y un fuerte impulso de negar todo aquello que no cabía dentro de sus esquemas mentales, a los que otorgaba valor de verdad, simplemente porque eran los propios y los del entorno cultural conocido. Era imposible, con toda la sarta de prejuicios mentales y tabúes religiosos que poseían los descubridores, que consideraran a los aborígenes y su cultura como algo que armonizara con su concepción del hombre y el mundo.

Por otra parte, su rol de conquistadores y misioneros, es decir, su función de evangelizadores y civilizadores, de hombres providenciales en suma, hacía imposible a priori cualquier intento de valorización de las culturas vencidas. Estaban, pues, condicionados por su tiempo y por el sitio geográfico de su nacimiento. Debe tenerse también en cuenta, para el estudio imparcial de la Tradición Precolombina, que el período cíclico general en que se encontraban estos pueblos antes del descubrimiento era de decadencia, al igual que el de la propia cultura europea.

No debe culparse a los descubridores de su ignorancia de la Filosofía Perenne, o sea, del sentido real y auténtico de su propia tradición. El esoterismo cristiano había sido olvidado y la Inquisición era muy activa en ese tiempo. Como ya se ha dicho, el propio Occidente ignora hoy día el sentido metafísico y simbólico de su tradición.

A raíz del descubrimiento, las reacciones fueron muy distintas tanto en España como en el resto del continente, de acuerdo a los países, los puntos de vista, los intereses y el grado de cultura de cada cual.(4)

Por un lado, desde el punto de vista de los descubridores, debía encontrarse alguna justificación intelectual acerca de esas tierras y, sobre todo, de esas gentes nuevas; por el otro, debía asimilarse a esos pueblos bárbaros y salvajes a lo que era la civilización en ese entonces para los europeos. No había tiempo para tratar de entender al vencido y su lugar en la historia y en el continente, sobre el que las otras grandes potencias ya habían comenzado a poner los ojos. Se impidió viajar al Nuevo Mundo a todo aquél que no fuese español. Quedó así sujeta América a España y por lo tanto partícipe de sus vaivenes ideológicos y también de sus desgarramientos y contradicciones. Estas últimas se presentaron en el nuevo continente protagonizadas por dos personajes prototípicos: el soldado y el sacerdote. El primero sólo interesado en el poder y los valores materiales, enemigo del indio, al que despreciaba y maltrataba tratándolo como sirviente. El segundo como protector de los naturales, interesado verdaderamente por ellos e incluso por su tradición, aunque con las debidas precauciones; tal el caso de numerosos religiosos cronistas, a los que hay que estar particularmente agradecidos por sus trabajos. Sin embargo, desde el punto de vista de la Filosofía Perenne, entre ellos no hay ningún sabio de la talla de aquellos numerosos que fincaban en las distintas ciudades y cortes europeas contemporáneamente.

Estos cronistas nos narran que una de las cosas que más repugnó a los descubridores, y a ellos mismos, fueron los sacrificios humanos. Estas prácticas, que hoy son tan difíciles de entender, han sido sin embargo comunes a todos los pueblos arcaicos y se han dado en todas las sociedades. De ninguna manera se intenta con esto “justificar” a esos pueblos, que no necesitan de la “justificación” de nadie; más bien se pretende abordar el tema objetivamente, prescindiendo del criterio actual y de nuestro inevitable sentimentalismo, lo cual es propio de cualquier investigación seria. Estos sacrificios se han practicado también por egipcios, griegos y romanos. Entre estos últimos fueron prohibidos oficialmente por el senado sólo en el año 97 A.C. No solamente los celtas, germánicos y precolombinos conocieron estos sacrificios; aún se practican en algunas tribus africanas. Casi siempre estos ritos van seguidos de la ingestión de la carne (la energía, el poder) de la víctima. La sustitución del hombre por el animal o alguna otra especie se da igualmente en forma rítmica e histórica. Pensamos que no se puede juzgar a una sociedad arcaica con valores actuales, dada la diversa mentalidad, que los hace otros, y establece un abismo entre lo que imagina el hombre de hoy día que es él y el mundo, y la forma de vivir de un ser humano tradicional.
Serpiente bicéfala. Codex Vaticanus, 3733.

Una de las causas de fondo por la que resulta difícil el estudio del pensamiento indígena es, sin duda, la pérdida paulatina del sentido cíclico del tiempo, que Occidente, a partir de una solidificación de su cultura, de la eclosión de las grandes ciudades (lo que supone un alejamiento de los períodos naturales), y una creciente individualización, transformó en un tiempo lineal y cronológico, mientras los arcaicos fundamentaron sus cosmogonías, y por lo tanto su manera de ser, entender y vivir, a partir de un tiempo reincidente que como una energía regeneradora está viva y siempre actuante, conjuntamente con un espacio en perpetua formación.

En efecto, el ciclo diario y anual del sol ha sido para los pueblos tradicionales una prueba de la armonía y complejidad de la máquina del mundo y de su industria constante. El mundo mismo (la máquina) cubierto por el ropaje de la naturaleza, cambiante con las estaciones, no es sino un símbolo del ritmo universal que antecede, constituye y sucede a cualquier manifestación. El misterio del ritmo, expresándose en ciclos y periodos, es la magia que subyace en todo gesto; y la vida del cosmos, su símbolo natural. El sol es, entonces, una de las expresiones más obvias de esa magia; en sus periodos marca con nitidez la regularidad del tiempo, el que procede según su arbitrio.(5) En el año ordena las estaciones y regula los climas y las cosechas, y de su gobierno depende la vida de los hombres. Es por eso el padre, palabra que designa tanto su paternidad omnipotente con respecto a la creación, como limita sus funciones al humanizarlas. Por detrás del astro hay otra energía que lo ha conformado y le ha dado funciones reguladoras que encauzan la vida de los hombres. Lo mismo sucede con los demás astros y estrellas y con las manifestaciones naturales, hasta las más mínimas, lo que constituye un concierto de leyes y una danza de símbolos y analogías en un conjunto perfectamente intercomunicado, en el centro del cual se encuentra el ser humano. El conocimiento de estas relaciones da lugar a la ciencia de los ciclos y los ritmos —otro de los nombres que podría darse a la Filosofía Perenne— la que se cristaliza en los mesoamericanos en su complejo calendario, instrumento mágico de relaciones y correspondencias numéricas y artefacto de sabiduría, con el cual se regían los destinos sociales e individuales.

Para los pueblos americanos, esa periodicidad solar era cuadriforme (sol de mediodía, sol nocturno y dos ocasos; solsticio de verano, de invierno y dos equinoccios) y esa estructura cuaternaria se hallaba presente en cualquier manifestación (cuatro eran las edades de la vida de un ser; en el hombre infancia, juventud, madurez, vejez); a su vez cuatro eran los puntos límite del horizonte,(6) y cuatro los “colores” o diferenciaciones básicas entre todas las cosas (recordar los cuatro estados de la materia: fuego, aire, agua y tierra en la civilización greco–romana). Todo ciclo se divide, entonces, de modo cuaternario, y esta realidad conforma el modelo más sencillo del universo, producto de la partición del propio binario, o sea, su potencialidad (4 = 22). A estos cuatro puntos espacio–temporales hay que agregar un quinto, que se halla en el centro de ellos, constituyendo su origen y su razón de ser, asimilado al hombre y a su verticalidad como intermediario de comunicación tierra–cielo, o sea, entre dos planos distintos de la realidad. Este es el esquema básico de la cosmovisión precolombina. Alfredo López Austin afirma: “La superficie terrestre estaba dividida en cruz, en cuatro segmentos. El centro, el ombligo, se representaba como una piedra verde preciosa horadada, en la que se unían los cuatro pétalos de una gigantesca flor, otro símbolo del plano del mundo. En cada uno de los extremos del plano horizontal se erguía un soporte del cielo. Con el eje central del cosmos, el que atravesaba el ombligo universal, eran los caminos por los que bajaban los dioses y sus fuerzas para llegar a la superficie de la tierra. De los cuatro árboles irradiaban hacia el punto central las influencias de los dioses de los mundos superiores e inferiores, el fuego del destino y el tiempo, transformando todo lo existente según el turno de dominio de los númenes. En el centro, encerrado en la piedra verde preciosa horadada, habitaba el dios anciano, madre y padre de los dioses, señor del fuego y de los cambios de naturaleza de las cosas”.(7)

También esta división cuaternaria presente en todo era válida para los grandes ciclos sobre los cuales tenían complejas y elaboradas teorías. Se puede, asimismo, aplicar su forma de ver y dividir con ella en cuatro la vida o desarrollo de cualquier pueblo: recolectores, nómades con agricultura incipiente, sedentarios agricultores y eclosión de las ciudades, lo que constituye el nacimiento, crecimiento, decadencia y caída de cualquier organismo social. Esto ha sido incluso protagonizado por sus culturas que, desde luego, no han podido sustraerse a estas leyes universales por ellos descubiertas, o mejor, reveladas a sus sabios y profetas. Nos dice J. Imbelloni: “La sucesión de los Soles es en América la imagen de los 4 ciclos vitales que se han sucedido en la tierra hasta el período presente. Al terminarse un ciclo vital, el Sol que le brindó calor y lumbre desaparece del cielo (al igual que los demás astros) y aparece otro Sol al comienzo de la Edad sucesiva. El intervalo está caracterizado por un periodo de tiniebla cósmica, un verdadero interludio sin vida, ni calor, ni luz, en el cual los hombres sobrevivientes a la última calamidad imploran angustiosamente que amanezca”.(8)

Los ciclos de los que se habla, comunes a los precolombinos y a tantos otros pueblos arcaicos, constituyen una Tradición Unánime y deben ser puestos en relación con ruedas que giran independientes y que cumplen su propio ciclo, o mejor, su período dentro de un ciclo, las que al engranar con otras —como sucedió con la Tradición Precolombina y la Cristiana— no tienen necesariamente que compartir ese mismo período cíclico, como es fácil comprobarlo. Inclusive, las culturas indígenas que coexistían con las grandes civilizaciones americanas no se encontraban siempre en un mismo período rítmico y por lo tanto estaban en un disímil estado de desarrollo. Pero esto no significa que estuvieran más o menos evolucionadas en el sentido que se le suele dar a ese término, o sea, como sinónimo de un progreso indefinido. Vivía cada cual una etapa de su historia como un hombre vive su infancia, su juventud, su madurez y su vejez, antes de acabar inexorablemente. Reiteremos: un ciclo mayor contiene a indefinidos menores, subdividiéndose estos a su vez. Una sociedad puede encontrarse ante una barrera de la historia y padecer su fin, su disolución en cualquier período evolutivo; tal cual un niño, un joven, una persona madura o un anciano pueden enfrentar la muerte en cualquier momento. Eso es lo que sucedió con la Tradición Precolombina, la que prácticamente sucumbió con el descubrimiento; sin embargo, puede reconstruirse por medio de los documentos y monumentos que atestiguan su pasado, por sus símbolos que siendo arquetípicos aún están vivos y nos transmiten su manera de ver la Tradición Unánime, el modelo cosmogónico en acción a la luz de la Filosofía Perenne y Universal.
Atlante. Chichén Itzá.

Notas:

(1) En términos generales, los indígenas de hoy día practican la devoción como forma profunda de acercamiento a la deidad (bhakti yoga), influida directamente por el cristianismo y con numerosos resabios arcaicos.

(2) En el mismo sentido, Gonzalo Fernández de Oviedo, Cronista Mayor de Indias, escribe en su Historia General: “Y así me parece en la verdad que, de muchas cosas que nos admiramos en verlas usadas entre estas gentes e indios salvajes, miran nuestros ojos en ellas lo mismo o cuasi que habemos visto o leído de otras nasciones de nuestra Europa e de otras partes del mundo bien enseñadas”.

(3) Ver A. Gerbi, La Naturaleza de las Indias Nuevas y La Disputa del Nuevo Mundo, México, F.C.E. 1978 y 1982.

(4) Pero, sin duda, fue una revolución desde la perspectiva geográfica, o sea, de la coordenada espacial, que modificó (aunque no fuera evidente para todos) las concepciones mentales que se poseían en ese momento y con las cuales aun los europeos se identificaban. Este tema de la modificación de la mentalidad europea y occidental por medio de la geografía y sobre todo la cartografía, cambió su concepción espacial (en un mapa están fijos los sitios, los que no eran anteriormente sino perfectos descubrimientos o redescubrimientos, en la dinámica del viaje) y la limitó, fijándola. Es sabido, que las ciencias geográficas nacieron en esta misma época, muy influenciadas, precisamente, por el descubrimiento de América.

(5) Muchos pueblos indígenas han vivido al terror como manifestación de lo sagrado, como un sentimiento, o energía de la deidad, y con ese criterio pueden aclararse muchos aspectos de sus culturas. En ese sentido, no siempre se contaba con la aparición del astro. Y el temor, asociado a la veneración y a su majestad y a la magia del ritmo ritual producía (o favorecía) estados muchas veces colectivos, de catarsis, o de comunicación con las emanaciones invisibles. Estas eran particularmente notorias cuando el ciclo diario del sol combinaba con el anual, especialmente en el solsticio de invierno, y aun más cuando a esta coincidencia había que sumarle otra correspondiente a un ciclo mayor, como era el caso del período de 52 años (siglo) en mesoamérica.

(6) Lo que puede resultar curioso para alguien inadvertido es que espacio y tiempo coinciden en esta concepción cósmica, tal cual sucede en la ciencia moderna a partir de Einstein. Sin embargo, dicha perspectiva no es sólo indígena sino propia de todos los pueblos tradicionales. Y el estudio de sus distintas cosmogonías, lejos de ser por este motivo tedioso, se enriquece extraordinariamente con las formas que toma cada tradición particular.

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