MITOLOGÍA INCA

MITOLOGÍA INCA

“¡Ah Pachayachachi!. Por poco tiempo me diste vida y me dispensaste tus favores; haz que padezca lo mismo que yo y sus ojos vean lo que yo veo quien ahora me hace sufrir”
Inca Huascar

El imperio Inca comprendió, en la época de su mayor extensión, los actuales territorios del Ecuador, Perú, Bolivia, el Noroeste Argentino, la mitad del norte de Chile y la parte meridional de Colombia. La religión de los incas fue en un principio sencilla, solo adoraban a Viracocha (Dios creador), Inti, etc., a los cuales rendían ritos y sacrificios, al igual que otras mitologías, algunos dioses se repetían o eran llamados igual en distintas provincias del Imperio Inca, aunque posteriormente todos estos dioses se unificaron para formar el verdadero panteón inca de divinidades.
Dioses Incas
VIRACOCHA: (Illa Viracocha Pachayachachi), (Esplendor originario, Señor, maestro del mundo), fue la primera divinidad de los antiguos Tiahuanacos, proveniente de Titicaca, al igual que su homónimo Quetzalcoatl, surgió del agua, creó el cielo y la tierra y la primera generación de gigantes que vivían en la oscuridad, dado que el culto del Dios creador suponía un concepto intelectual y abstracto, dicho culto estuvo limitado a la nobleza. Igual como el Dios Nórdico Odín, Viracocha fue un dios nómada, y como aquél, tenía un compañero alado, el pájaro Inti, gran sabedor incluso de los acontecimientos futuros.
INTI: (El Sol), llamado “Siervo de Viracocha”, ejercía la soberanía actual en el plano divino, del mismo modo que un intermediario, el Emperador, llamado “Hijo de Inti”, reinaba sobre los hombres. Inti era la divinidad popular más importante, se adoraba en múltiples santuarios, para rendirle ofrendas de oro, plata y ganado, así como las llamadas vírgenes del Sol.
MAMA QUILLA: (Madre Luna), Esposa del Sol, y madre del firmamento, de ella se tenía una estatua en el templo del Sol, a la cual una orden de sacerdotisas le rendía culto, dicha orden se extendía a lo largo de toda la costa.
PACHA MAMA: “La Madre Tierra”, tenía un culto muy extendido por todo el imperio, puesto que era la encargada de propiciar la fertilidad en los campos.
PACHACAMAC: Casi una reedición de Viracocha, venerado en la costa central y más tarde incorporada al Imperio Inca.
MAMA SARA: (Madre del Maíz).
MAMA COCHA: (Madre del Mar).
ALGUNAS LEYENDAS:
La Primera Creación: “Caminaba por las inmensas y desiertas pampas de la meseta Viracocha Pachayachachi, “el hacedor de las cosas”, después de haber creado el mundo en un primer ensayo como si se tratara de un bosquejo, sin luz, sin sol y sin estrellas. “Pero cuando vio que los gigantes eran muchos más grandes que él, dijo: No es conveniente crear seres de tales dimensiones, ¡me parece mejor que tengan mi propia estatura! Así creó Viracocha los hombres según sus propias medidas, tal como son hoy en día, pero aquellos vivían en oscuridad”.
La Maldición: Viracocha ordeno a los hombres, vivir en paz, orden y honrarle, pero aquellos se entregaron a la mala vida, los excesos y fue así como el Dios creador, los maldijo, convirtiéndolos en piedras o animales, algunos quedaron sembrados en la tierra, otros fueron absorbidos por las aguas, finalmente arrojo sobre ellos un diluvio en el cual todos perecieron.
La Segunda Creación: Solo tres hombres quedaron con vida, y con el recado de ayudarlo en su nueva creación, luego de pasado el diluvio, “el maestro del mundo”, decidió dotar a la tierra con luz, y fue así como junto con sus tres súbditos ordenó que brillase el sol, la luna y las estrellas y ocuparan su lugar en el vasto firmamento.

Neochamanismo y movimiento mistico moderno

TEXTO DE JOAN B. TOWNSEND

“NEOCHAMANISMO Y EL MOVIMIENTO MÍSTICO MODERNO”

Las formas de ponerse personalmente en contacto con una realidad alternativa o mundo “sobrenatural” han constituido una parte importante de la cultura humana a lo largo de la historia. El chamán, individuo que goza de una relación especial con un grupo de ayudantes espirituales, ha jugado un papel significativo en este contacto personal, a pesar de que el chamanismo ha existido paralelamente a las creencias sobre e otro mundo. Sobreviviendo en pequeñas sociedades dispersas por el mundo, pero en áreas donde se han desarrollado civilizaciones, los chamanes han sido substituidos por sacerdotes que representan prácticas religiosas más organizadas, encaminadas a resolver problemas de la sociedad. No obstante, el chamanismo y otras creencias semejantes han sobrevivido tras distintos semblantes en las civilizaciones antiguas e incluso en el seno de la civilización occidental.

A lo largo de los siglos que van del trece al dieciocho, se practicaba en Occidente una “brujería” positiva, que incluía actividades de estilo chamánico para el bien de la comunidad, como la curación física, psicológica y la adivinación. Más recientemente, espiritistas y videntes han perpetuado parte de dicho sistema. Actualmente hay un resurgimiento importante, en la sociedad occidental de las formas más tradicionales del chamanismo.

Este resurgimiento tiene lugar primordialmente en un pequeño pero importante segmento de la población que experimenta una nueva espiritualidad caracterizada por su interés en sistemas religiosos no occidentales. Y resulta especialmente significativo este interés por cuanto incluye gente educada, de clase media alta, personas que ocupan posiciones desde las que pueden influir, a su vez, sobre las ideas y tendencias de su sociedad. En dicho grupo se están redefiniendo y modelando distintos sistemas de creencias que cobran apariencia de un nuevo movimiento místico.

El neochamanismo ejerce una gran influencia en este movimiento en cuestión. Combina aspectos específicos del chamanismo tradicional, procedente de diversas sociedades alrededor del mundo, con un nuevo complejo de prácticas y creencias. Desde 1983 he estado trabajando con neochamanes, psíquicos, espiritistas, curanderos y otras personas que aspiran a la trascendencia. También he asistido a diversos grupos en los cuales se imparten enseñanzas y se perpetúan dichos sistemas. En este capítulo me ocuparé primordialmente de los que están vinculados de un modo directo con el neochamanismo. En algunos casos incluiré también a videntes y espiritistas. Quiero subrayar que los parámetros del nuevo movimiento místico emergente son más amplios de lo que el sólo uso del término neochamanismo indica.

Orígenes del neochamanismo

Los períodos de euforia religiosa no son desconocidos en la historia del mundo occidental. Sin embargo, este último movimiento parece insólito y distinto de otros anteriores, como el primer gran despertar que se produjo a partir de 1740, y el segundo gran despertar acaecido en 1790 y en los Estados Unidos, puesto que combina sistemas de creencias distintas y está siendo impulsado por un conjunto de individuos que comparten un sistema de comunicación sin precedentes. A pesar de que este nuevo movimiento místico ha germinado a partir de las semillas del siglo diecinueve y de anteriores resurgimientos espirituales, debe su definición inicial al movimiento hippie y a otros de semejante índole, que comenzaron en la década de los sesenta y se desarrollaron siguiendo vías paralelas durante los años setenta.

Estas tendencias se caracterizaron por la búsqueda de un nuevo significado en la vida, que comenzó a expresarse mediante un sentimiento de hermandad entre la gente, un movimiento de “retorno a la tierra”, la valoración de estilos d vida simples y “naturales”, y ciertas preocupaciones conservacionistas. Significativamente, se ha despertado un gran interés en las teologías no ortodoxas, especialmente filosofías espiritualistas, místicas y orientales, así como en la cultura indígena americana, incluido el chamanismo.

Se hizo hincapié en la participación personal e individual en el misticismo religioso y en el contacto directo con lo trascendente, en lugar de limitarse al papel de mero observador, en ritos oficiados por funcionarios eclesiásticos. En la década de los setenta surgió el movimiento de potencial humano de orientación psicológica, que hacía hincapié en el poder de cada individuo para sacarle más provecho a la vida. Proliferaron los talleres donde se enseñaban dichas técnicas y su filosofía de autodesarrollo. El mayor interés se despertó entre gentes de formación avanzada.

Los antropólogos que han recogido información de muchos pueblos indígenas de todo el mundo, incluidos los indios y los esquimales (llamados inuit en Canadá), cuando les ha sido posible han descrito el chamanismo y otros rituales; no obstante, la investigación sobre el chamanismo y la religión ha perdido popularidad con el transcurso del tiempo, en favor de estudios sobre otros aspectos culturales. Los estudios chamánicos, en general, han quedado relegados a publicaciones relativamente desconocidas, y la mayor parte del público tiene escasa idea del enorme contenido de dicho material. Algunos de estos estudios han sido “descubiertos” durante el crecimiento del neochamanismo en los años setenta.

En la década de los sesenta, algunos antropólogos iniciaron un nuevo trabajo con chamanes indígenas que habían conservado sus sistemas tradicionales. Su forma de investigar difería de la de sus predecesores, en cuanto a que estaban dispuestos a convertirse en aprendices y asimilar de primera mano los sistemas chamánicos. Los trabajos de Michael Harner con los chamanes sudamericanos y los de Peter Furst y Barbara Myerhoff sobre el chamanismo huichol en el norte de México han jugado un papel particularmente importante en el desarrollo del neochamanismo en Occidente.

Uno de los acontecimientos más significativos, en el veloz crecimiento de interés por el chamanismo, fue la publicación en 1969 de la tesis doctoral sobre antropología de Carlos Castaneda, seguida de varios libros del mismo autor, en los que describe su aprendizaje junto al chamán-hechicero yaqui llamado don Juan, en el norte de México. Así pues, a principios de la década de los setenta, la escena estaba lista para el crecimiento del neochamanismo.

Chamanes, psíquicos y espiritistas

Un chamán es un individuo muy especial, con extraordinarias habilidades específicas. Pueden ser hombres o mujeres, y algunos de los más poderosos son mujeres, en especial después de la menopausia. En mis descripciones utilizo el pronombre masculino por pura comodidad. Existen ciertas características específicas que separan al chamanismo de otras actividades religiosas, características que se desenvuelven alrededor de la persona del chamán, individuo inspirado que mantiene un contacto íntimo con el mundo espiritual. No todos los oficiantes de ceremonias que practican ritos religiosos en las sociedades indígenas son chamanes, e incluso cabe la posibilidad de que en una determinada sociedad no exista chamán alguno. Hasta en las sociedades que disponen de un chamán, puede que éste no participe en las ceremonias religiosas, o que no sea el dirigente principal de las mismas.

Evidentemente, lo fundamental del chamanismo es el acceso a una realidad alternativa, distinta a la realidad cotidiana en la que todos funcionamos. El chamán es capaz de penetrar en dicha realidad a voluntad, y lo que ocurra en la misma como consecuencia de su intercesión puede afectar, a posteriori, directamente la realidad ordinaria.

En su contacto con la realidad alternativa, el chamán dispone de cierto número de ayudantes espirituales, humanos, animales y otras “entidades”, que le prestan directamente ayuda en las curaciones, adivinaciones, en el hallazgo de al. mas perdidas, en la asistencia a los difuntos para facilitarles el camino al reino de los muertos, en la protección de sus con ciudadanos y otras actividades diversas. El chamán es capaz de viajar a la realidad alternativa y establecer allí contacto con otros entes para provecho de su sociedad y para el suyo propio, teniendo en cuenta que es de especial importancia el que después recuerde dichas experiencias. Por tanto, es evidente que forma parte integral de su comunidad. (1)

Un aspecto importante del chamanismo -que lo diferencia de algunos tipos de “trance profundo” de los médiums y de los estados de posesión del “vudú”- es el hecho de que el chamán, salvo muy raras excepciones, controla siempre la situación. Determina si debe trasladarse a la realidad alternativa, cuándo hacerlo y cuándo regresar. Generalmente los espíritus no “se apoderan de él” por completo, a pesar de que durante el trance chamánico puede que algún espíritu hable ocasionalmente a través de él. Además, cuando actúa como curandero, puede que funcione simultáneamente en ambas realidades, eliminando el objeto responsable de la enfermedad en la realidad alternativa y cuidando del paciente en la realidad cotidiana.

En gran parte, los neochamanes, los videntes, los espiritistas y los curanderos (tanto hombres como mujeres), practican las mismas actividades y comparten las mismas creencias. Los videntes son personas que utilizan habilidades distintas a las de los cinco sentidos, como por ejemplo la telepatía y la clarividencia, sin creer necesariamente en nada en particular como fuente de sus habilidades. Los espiritistas suelen ser médiums, pero también creen en su capacidad para comunicarse con los muertos y otros espíritus, y para que éstos les presten ayuda. La curación de problemas físicos o psicológicos puede ser llevada a cabo tanto por videntes como por espiritistas.

Al igual que los chamanes, los psíquicos y los espiritistas también hacen hincapié en la existencia de una realidad alternativa. El individuo puede trasladarse a dicha realidad para ponerse en contacto con maestros y guías, que pueden o no haber vivido en esta realidad. Los “guías” y “ayudantes espirituales” acompañan a la persona para ayudarla y protegerla, tanto en la realidad ordinaria como en la alternativa. También se recurre a la realidad alternativa para efectuar una curación. El curandero puede funcionar simultáneamente en ambas realidades, recibiendo orientación de sus espíritus ayudantes, al tiempo que cuida del enfermo en esta realidad.

El control de la entrada y salida de la realidad alternativa, así como el recuerdo de lo ocurrido en la misma, es algo que comparten los chamanes, los videntes y los espiritistas. Por lo general, la persona conserva el control de la situación. Decide si entrar o no en la realidad alternativa, y cuándo entrar y salir de la misma. No existe consenso en cuanto a equiparar los médiums con los chamanes o neochamanes, porque los primeros no siempre recuerdan lo ocurrido durante su trance profundo. No obstante, por lo menos algunos médiums, durante un trance profundo, son capaces de emprender viajes de estilo chamánico a la realidad alternativa, con la ayuda de sus guías, y recordar lo que haya podido tener lugar en la misma.

Los chamanes, los psíquicos y los espiritistas tienen a sus ayudantes espirituales a su alrededor prácticamente en todo momento y pueden acudir a ellos a voluntad, incluso en la realidad ordinaria. Si deseamos hacer distinciones entre estos especialistas místicos, podemos decir que en la realidad alternativa, el chamán tiende a acudir a los espíritus, mientras que en el caso de los psíquicos y los espiritistas, los espíritus suelen acudir a ellos. Claramente, la línea que separa a los chamanes tradicionales y neochamanes contemporáneos por una parte, de los videntes y espiritistas por otra, es sumamente sutil, por lo que resulta peligroso establecer una distinción rigurosa entre “chamán” y “no chamán”.

El neochamanismo y el movimiento místico

El chamán forma parte integral de su sociedad, pero Achterberg, entre otros, sugiere que el vidente, el espiritista y, por extensión, el neochamán, son individuos marginales. (2) Es cierto que ninguno de estos especialistas místicos se ajusta a la ideología “científica y materialista” supuestamente dominante en la sociedad norteamericana contemporánea. La sociedad del chamán tradicional es pequeña y homogénea, mientras que la norteamericana contemporánea es grande y heterogénea, con numerosos subgrupos. En dicho contexto, los componentes del movimiento místico representan un grupo aparte de suma importancia. Mantienen y refuerzan sus creencias a través de una red de contactos. En el contexto del movimiento en su conjunto, los neochamanes, los videntes y los espiritistas están definitivamente integrados, son reconocibles y juegan un papel fundamental en el mantenimiento y continuación del mismo.

En las pequeñas sociedades “chamánicas” tradicionales suelen ser pocos los que aspiran a convertirse en chamán, y todavía menos los que lo consiguen. Los chamanes reciben una formación rigurosa y prolongada. En el conjunto de la sociedad occidental, los neochamanes y demás místicos suponen también un número relativamente reducido. No obstante, prácticamente todos los componentes del movimiento neochamánico intentan alcanzar un estado de trascendencia, buscan tratar directamente con maestros espirituales y con animales de poder, y prestar ayuda e impartir curaciones a los miembros del movimiento, a la sociedad y al mundo en general. En este sentido, el neochamanismo moderno difiere considerablemente del chamanismo tradicional.

Muchos neochamanes son individuos en busca de trascendencia, que no suelen afiliarse a organizaciones duraderas o claramente definidas, como las iglesias o los grupos de “culto”. En realidad, sus “grupos” no son más que pequeñas aglomeraciones de gente que se reúne en talleres y asambleas locales. Estos grupos, raramente dotados de una estructura social, son amorfos y relativamente de poca duración. La gente participa con frecuencia en varios grupos de este género simultáneamente, en uno de los cuales puede que se haga hincapié en el neochamanismo, en otro en la curación, en otro en el desarrollo psíquico y en otro en sesiones espiritistas.

Puede que sea más comprensible pensar en dichas asociaciones como redes vinculadoras superpuestas, que se extienden por Norteamérica y Europa. Estos “buscadores” desarrollan sus sistemas de creencias muy individualizados, basándose en sus eclécticas experiencias, y acostumbran a conservarlos durante mucho tiempo, probablemente la vida entera.

Al igual que los hippies y otros precursores del neochamanismo, la gente que se siente atraída hacia las asociaciones neochamánicas suele estar decepcionada con las religiones tradicionales, y a menudo con buena parte de la sociedad occidental. A pesar de que no acostumbran a afiliarse a ninguna religión organizada, a nivel personal cultivan una búsqueda intensa de espiritualidad, significado y trascendencia. Intentan hallar nuevos métodos de organizar sus vidas de un modo más satisfactorio, y esperan encontrar un mayor significado en el sentido religioso y filosófico. Siguen siendo “religiosos” en el sentido amplio de la palabra sin dejar de creer en una especie de ser sobrenatural tipo Dios o Conciencia.

Cuando asistí a unos talleres neochamánicos, les pedí a los participantes que rellenaran unos cuestionarios relacionados con sus creencias y su relación con el neochamanismo y con el movimiento místico. Las respuestas revelaron lo importante que es la búsqueda para los participantes. (3) No se trata de un simple pasatiempo ni de una mera diversión para ricos aburridos. En el neochamanismo sienten que han hallado orientación.

Por ejemplo, un psicoanalista varón de sesenta y ocho años lo resumió diciendo: “He emprendido un viaje espiritual, que proseguiré el resto de mi vida”. Otros, como una profesora de ciencias de enseñanza media de cincuenta y dos años, fueron más explícitos:

Parece que la pérdida de su fértil tradición por parte de las religiones organizadas, así como su incapacidad para tratar los problemas de una compleja sociedad moderna, ha impulsado a mucha gente a buscar otras “verdades”. El movimiento femenino ha aumentado el concienciamiento tanto entre los hombres como entre las mujeres, convirtiendo las doctrinas “en conserva” en inaceptables en á – mejor de los casos, y dotando a la gente de la necesaria seguridad en sí misma para buscar su propio camino.

Algunos expresaron su creencia en “una conciencia colectiva y la fraternidad de los seres humanos”. Por ejemplo, una quiropráctica de treinta y dos años que asistía a una reunión neochamánica, observó:

No tengo creencias religiosas, a excepción de que cualquier camino que conduzca a la iluminación me parece válido. Lo que cuenta es la espiritualidad, no la religión. Además, creo que si una persona tiene conocimientos y poder, debe utilizarlos para ayudar, enseñar, orientar y proporcionar placer a los demás… El chamanismo facilita una orientación práctica para el uso del poder espiritual.

El neochamanismo y otros sistemas espirituales encaminados a la trascendencia y la curación, como los de los videntes y los espiritistas, parecen satisfacer las necesidades de quienes buscan un sistema que tenga significado, que sea consecuente con los nuevos valores que desarrollan y que permita un contacto directo con lo sobrenatural.

Creencias neochamánicas

Existen varias premisas básicas en el neochamanismo, también válidas en el movimiento místico en su conjunto. Lo más fundamental, como ya he dicho anteriormente, es la creencia en la existencia de más de una realidad: existe la realidad “ordinaria” de la vida consciente, despierta, de todos los días, y existe también la realidad “alternativa”, donde las leyes de la “naturaleza” tal como las conocemos en esta realidad no son necesariamente aplicables. La realidad alternativa es la morada de los espíritus de los muertos, espíritus que jamás han vivido, multitud de otras entidades y, a menudo, un ser supremo. Al igual que sus predecesores chamánicos tradicionales, los neochamanes creen que una persona puede viajar por la realidad alternativa, para obtener ayuda y orientación de los espíritus y otras entidades que moran en la misma, y además que los actos llevados a cabo en la realidad alternativa pueden afectar la realidad ordinaria. Estos supuestos difieren notablemente de los de la mayoría de la sociedad occidental y como tales constituyen una nueva visión del mundo, una nueva comprensión o un nuevo paradigma de la realidad.

Las ideas de un neochamán son mucho más eclécticas que las de un chamán clásico. Además de las fundamentales, existen muchas otras no necesariamente compartidas por todos los neochamanes, tales como la creencia en la existencia e importancia de las auras y los chakras (centros de energía o de poder en el cuerpo) en la curación y en las actividades de poder. A los cristales y otros objetos de este mundo se les atribuye una esencia espiritual y un poder que puede ser utilizado en la adivinación y la curación. Los guías y los maestros espirituales, así como los animales de poder, son esenciales para tratar con la realidad alternativa. A Jesucristo se le considera un maestro importante, una ayuda espiritual y un curador, independientemente de que se acepte su divinidad como hijo de Dios.

La interconexión de todo cuando existe es fundamental en el chamanismo tradicional y constituye la base de las creencias de muchos investigadores espirituales contemporáneos, tanto si son primordialmente neochamanes como si son videntes o espiritistas. También se comparte dicho supuesto en gran parte de la nueva física, con la que muchos de los investigadores espirituales están familiarizados. El equilibrio espiritual y la necesidad de mantener una relación armónica con la naturaleza en general, es fundamental para el bienestar espiritual y físico del individuo y del mundo.

Este supuesto esencial de que todo está interrelacionado conduce a un enfoque profundamente ecológico en el neochamanismo, reminiscente de las primeras creencias hippies, y a una gran preocupación por la supervivencia de la tierra y del medio ambiente. Esta preocupación no sólo está relacionada con el temor de una guerra nuclear, sino con el deterioro más inmediato del medio ambiente, los residuos nucleares, la contaminación de la tierra, el agua y la atmósfera, y la destrucción de los bosques, los animales y la capa de ozono. Esta preocupación tiene un carácter urgente; en palabras de un participante: “a la tierra no le queda mucho tiempo de vida”. Se considera que el trabajo neochamánico constituye un instrumento para poner fin a dichas pautas y dirigir el rumbo del desarrollo humano hacia la supervivencia, en lugar de la destrucción.

En el neochamanismo se considera que las relaciones humanas son más importantes que los beneficios materiales y existe una sensación de fraternidad entre los seres humanos. Se perpetúan los valores hippies de antaño, de valorar la vida simple y natural. La libertad de pensamiento y los derecho de cada individuo a explorar su propia espiritualidad son de gran importancia para todos. Existe también una esperanza y una fe compartidas en que cuanta más gente ingrese en dicha espiritualidad, mayor será la probabilidad de efectuar un cambio en el mundo, que lo convierta en un lugar mejor y más seguro donde vivir. La unión de todos los pueblos puede convertirse en realidad y la paz en un hecho consumado. Es preciso que tenga lugar un despertar espiritual y éste es el fin al que se encamina la totalidad del movimiento místico.

En el chamanismo clásico, en un sentido amplio, la enfermedad se debe a la intrusión de un objeto ajeno en el cuerpo, la pérdida del alma, o la pérdida de “fuerza” a causa -por ejemplo- del abandono de sus ayudantes espirituales de poder. A veces los neochamanes utilizan técnicas del chamanismo clásico para curar, tales como la de succionar para eliminar el objeto intruso en esta realidad y en la realidad alternativa, o la de viajar a la realidad alternativa para rescatar un alma perdida o un espíritu de poder. Sin embargo, su interpretación de la enfermedad es más amplia. La mayoría acepta la teoría de los gérmenes, así como otros modelos occidentales contemporáneos sobre las causas de las enfermedades, y reconoce el valor de las técnicas de la medicina moderna. En la mayoría de los casos, la curación chamánica (psíquica o espiritual) se considera adjunta a la medicina occidental, más que una opción alternativa.

No obstante, existe un sentimiento, compartido por los miembros del sistema de creencias neochamánico y los del movimiento místico en general, de decepción con respecto a la medicina convencional. Se respetan los éxitos alcanzados por la medicina occidental, pero son muchos los que opinan que ha ido demasiado lejos. Con frecuencia se perjudica a los pacientes, en lugar de ayudarles. Ciertas enfermedades severas y catastróficas como el SIDA, el cáncer y los problemas cardiovasculares parecen ir en aumento. La información que sobre dichas dolencias facilita constantemente la prensa induce al público a creer en la existencia de una auténtica epidemia, para la que hay muy poca ayuda. El coste creciente del tratamiento médico, que puede destruir los recursos de una familia, contribuye al desamparo. El movimiento de salud holística, que hace hincapié en la medicina preventiva, ofrece una respuesta. Cuando la prevención fracasa, se utiliza el neochamanismo y otras técnicas trascendentes de curación chamánica/psíquica/espiritual para aumentar y mejorar las terapias médicas convencionales. (Véanselos capítulos de Achterberg y Dossey en la segunda parte.)

Técnicas tales como la imposición de manos, la curación del aura, la curación por meditación a distancia y con la asistencia de ayudantes espirituales, o los viajes chamánicos y la extracción de la enfermedad, se consideran como suplementos útiles a las terapias ortodoxas. A veces éstas pueden triunfar donde ha fracasado la medicina convencional y curar a paciente desahuciado. La curación no es sólo física. Incluso cuando no se cura la enfermedad física, la curación del espíritu y la armonía del paciente consigo mismo y con “el universo” se consideran de una importancia igual o mayor.

El futuro del neochamanismo

La divulgación de sistemas de creencias místicos no occidentales, como el chamanismo, a guisa de moda “instantánea” de consumo en Occidente, ha sido objeto de crítica.’ Cabe argüir que dicha búsqueda de trascendencia encarna el vacío y la superficialidad de gran parte de la sociedad actual de supermercado. Al igual que existe una demanda de versiones compendiadas de novelas clásicas como Moby Dick, por parte de quienes no están dispuestos a realizar el esfuerzo necesario para leer el original, existe también una demanda de cursos intensivos y versiones abreviadas de trascendencia espiritual. La sociedad occidental está obsesionada con la percepción instantánea y el deseo de saborear multitud de experiencias sin invertir mucho tiempo o energía, ni adquirir grandes conocimientos sobre ningún tema.

Michael Harner respondió a las críticas dirigidas contra sus “cursos intensivos” sobre chamanismo, poco después del accidente de 1986 en la central nuclear de Chernobyl, en la Unión Soviética:

…si las grandes naciones del mundo trabajan día y noche en sus propios cursos intensivos para nuestra aniquilación mutua, no podemos permitirnos ir más despacio en nuestro trabajo en dirección opuesta. La pausada enseñanza que fue posible en las antiguas culturas tribales ha dejado de ser apropiada. Las fuerzas de destrucción nuclear y ecológica avanzan apresuradamente, y también debemos hacerlo nosotros. Es preciso despertar a la gente, o puede que duerma eternamente. Y no sólo es preciso que despierte al conocimiento de la realidad ordinaria, por importante que ésta sea, sino a una comprensión personal, profundamente espiritual, de la interconexión de todo lo existente. Trabajemos unidos y tan rápido como podamos. (5)

La respuesta de Harner es típica de los sentimientos de muchos miembros del neochamanismo y del movimiento místico en general. Es posible cambiar radicalmente la actitud y por consiguiente el rumbo de la historia mundial por medio del trabajo místico, conforme prolifere entre la población del planeta. Sin un cambio de rumbo importante, el mundo se encamina a la destrucción. Por el camino de la mística y conscientes de la unión de todo cuanto existe, se conseguiría un mundo nuevo y mejor en esta realidad, además de la paz que aporta la trascendencia.

El chamanismo posee importantes verdades místicas y el potencial de experiencias trascendentes que mucha gente en la sociedad occidental anhela con ahínco. Si bien uno puede “aprender” chamanismo por cuenta propia, investigando y experimentando ampliamente, no es una forma práctica de hacerlo. La experiencia de participar en un grupo chamánico, aunque sólo sea por unos días, facilita orientación y vivencia cualitativas, sumamente importantes para un auténtico conocimiento, comparadas con una mera intelectualización en solitario.

El nuevo paradigma de la realidad, aunque fundamentalmente individual, es compartido por una cantidad creciente de la población. La aceptación por parte del conjunto de la sociedad de esta visión distinta del mundo, consciente de realidades alternativas, espíritus, viajes místicos y de la unidad de todas las cosas, dependerá de muchos factores. Uno de ellos puede ser la posición que ocupen en la sociedad los que profesen dicho punto de vista. Por consiguiente, es significativo que el nivel de educación entre los mismos sea generalmente alto, y que con frecuencia practiquen profesiones y ocupen cargos desde los que puedan afectar extraordinariamente las actitudes sociales y políticas. Además, la mitad de los asistentes a los grupos tienen hijos. Una gran cantidad de los videntes y espiritistas locales son también padres. Esto les convierte en una especie de trampolines, ya que les pueden transferir sus creencias a sus hijos, con sus correspondientes actitudes y conductas. Las creencias místicas chamánicas representan una actitud completamente diferente frente a la vida. Si quienes comparten dichas creencias ocupan cargos importantes y son padres -lo que en mi opinión es probable en la mayoría de los casos-, esta nueva visión del mundo, con su comprensión de la realidad, tendrá más posibilidades de desarrollarse y difundirse en el conjunto de la sociedad.

He hablado de una nueva visión del mundo, fundamental para el neochamanismo y para el movimiento místico en general. En 1931, Ernst Troeltsch vislumbró la evolución de una “religión espiritual y mística” que denominó la “religión secreta de las clases educadas”. (6) Se trata de una religión no dualista que es tolerante, ve verdades en todas las religiones y se nutre de muchas fuentes. Es improbable que esta religión espiritual y mística dé lugar a ninguna iglesia formal organizada. El individualismo religioso es esencial; cada individuo es su propio sacerdote.

A mi parecer, el movimiento místico, constituido por el neochamanismo, la curación psíquica, el espiritismo y otras búsquedas de trascendencia y curación en Occidente, están contribuyendo a que se materialice dicha “religión secreta” con su nueva forma de comprender el mundo, la realidad y nuestra relación con todo cuanto existe. Así pues, creo que el neochamanismo y el resto del movimiento místico no constituyen una moda pasajera de una sociedad seglar y consumista, sino que suponen una tendencia importante, en potencia capaz de cambiar radicalmente las creencias de la sociedad occidental.

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1. Compárese Mircea Eleade, Shamanism: Arcahaic Techniques of Ecstasy (Princeton, N. J., Bollingen Series 76, Princeton University Press, 1964/1972); Michael Harner, The way of the shaman: a guide to power and healing (Nueva York, Bantam New Age, 1980).
2. Jeanne Achtenberg, “The shaman: Master Healear in the Imaginery Realm”, American Theosophist 73, Número especial: “The Ancient Wisdom in Shamanic Cultures”.
3. Deseo darles las gracias a todos los que me han ayudado: Trabajar con ellos ha sido y sigue siendo un placer: Los asistentes a los talleres se han tomado muchas molestias para facilitarme información detallada. Han soportado un cuestionario de ocho páginas y han ampliado algunas respuestas para facilitarme una mayor comprensión de sus creencias y de su movimiento. Los que no rellenaron el cuestionario durante su estancia en el taller, me lo mandaron por correspondencia. Les doy sinceramente las gracias a todos ellos. Videntes y espiritistas locales, entre otros, se han tomado muchas molestias para enseñarme, ofrecerme información y ayudarme a comprender. A un nivel más práctico, esta investigación ha contado con el apoyo económico del SSHRC de Canadá y con fondos de la Junta de la Universidad de Manitoba. Edwin Anderson, Beberly Suderman y Gary Doore han prestado una gran ayuda editorial. Les estoy a todos profundamente agradecida.
4. Véase Brian Wilson, Religión in a Secular Sociatey (Baltimore, Penguin, 1969); Contemporary Transformations in Religion (Londres, Oxford, 1976)
5. Michael Harner, carta en Center for Shamanic Studies Newsletter, Norwalk, Conn, verano 1086, p. 1
6. Ernst Troeltsch, The Social Teaching of he Chrisitian Churches (Nueva York, McMillan, 1931). Véase también Colin Campbell, “The Secret Religion of the Educated Classes”, Socialogical Analysis 39, 146-156.

No creemos lo que vemos sino que vemos lo que creemos.

No creemos lo que vemos sino que vemos lo que creemos.

Conferencia del Dr. Josep Mª Fericgla, impartida el 3 de marzo del 2001 dentro del ciclo EL INSTANTE ENTERNO, en el Espai d’Art Contemporani de Castelló, del centro Estudis de Cultura Contemporània de Castellón (País Valencià)

Cuando tan amablemente me invitaron a participar en este ciclo de temas de interés contemporáneo, dedicado al instante eterno, de inmediato me vinieron a la mente un puñado de conceptos, ideas y de recuerdos de mis propias experiencias con ello. Es inevitable.
Lo primero que me vino a la cabeza fue preparar una conferencia sobre “lo indecible”, lo no expresable, dado que en todas las culturas del mundo es la dimensión más importante. Luego, mi pensamiento se dirigió hacia el silencio. La eternidad, si existe, ha sido buscada por cada pueblo en el silencio. Parece como si el propio sonido creara el tiempo. Y, de hecho, así es, y se trata de una gran paradoja que queda muy clara en la música. No habría música sin silencios. La música es un acto no un objeto. De ahí que, como propone con tanta lucidez el etnomusicólogo Christopher Small, debiéramos referirnos a ella en forma de verbo: el verbo musicar. La música tal y como aparece en forma de sustantivo estático no existe, como tampoco existe el silencio absoluto. Lo que existe es la acción de musicar y la de silenciar. Para que haya música debe haber un tiempo, unos emisores -los intérpretes y sus instrumentos-, un auditorio y un espacio físico donde ejecutar el acto. El hecho de musicar implica construir algo que antes no estaba y que tiene el fin en sí mismo, luego no queda nada. Musicar es edificar una arquitectura invisible de sonidos sobre los silencios que se desvanece en el mismo instante en que sucede, como una voluta de humo. Un concierto es un algo vivo, es como enamorarse que “sucede”, no está ahí como objeto muerto, y la grabación de un evento musical es fijar el recuerdo de un algo vivo que sucedió, como ver la foto de una enamorada del pasado, pero carece de la vida del acto mismo. Con la eternidad, el éxtasis místico y el ahora y aquí perennes ocurre lo mismo. No es nada y es todo a la vez. Es un “construirlos en el mismo instante” con el mismo acto de referirse a ello, pero, paradójicamente, al hablar de la eternidad ya deja de ser, puesto que el propio sonido de la palabra la encapsula en un tiempo y un espacio concretos.
El éxtasis también es un algo inexpresable fuera de sí mismo, es una experiencia auto remunerativa que no necesita una finalidad ulterior que la justifique. En sí mismo y por sí mismo tiene sentido. En el estado de Nirvana no sucede nada, no se hace nada. Cualquiera que lo conozca por experiencia -y esta es la única forma de conocerlo- sabe que el éxtasis es solo observar; mejor dicho, observarse a uno mismo en el universo, estando. La vida laboralmente activa, con su ruido y exigencias, sería imposible en estado de permanente iluminación. De la experiencia contemplativa más profunda y silenciosa que nos conecta con lo eterno no debe esperarse nada, ni tan solo poderlo compartir por medio de las palabras ¿Cómo expresar, pues, aquello que sucede durante una experiencia extática que es, en sí mismo inexpresable, solo experimentable? ¿Cómo dar una conferencia honesta sobre ello?
Como les comentaba, cuando recibí la invitación a dar esta conferencia, lo primero que me vino a la mente fue el silencio. Descolgué el teléfono y me sumergí en el muy relativo silencio de mi vida cotidiana para pensar en lo que buenamente trataría de explicarles aquí hoy. Inmediatamente deseché la idea de preparar una conferencia académica, por ejemplo explicando lo que se entiende en diversas culturas por “eternidad”, o un enfoque similar. Estuve reflexionando en qué cosas podría aportarles a Uds. desde mi condición de científico experto en estudios sobre la consciencia y la cognición. Al fin decidí que, dado que el tema de lo espiritual, el silencio y la eternidad es algo tan inefable, iba a tomarme la libertad de hablarles desde mi propia experiencia subjetiva, de los estados de catarsis y de éxtasis que he experimentado. Pero algo dentro mío me sugirió que lo dejara para el final, que primero sería más interesante realizar un repaso a lo que tal ámbito de la vida nos aporta desde nuestra ventana cultural, desde nuestra forma específica de ser humanos. Así que postergué pensar sobre mis experiencias y me pregunté: “en tanto que miembro de mi sociedad ¿Qué me sugiere la idea de silencio, de éxtasis, de instante eterno?” A partir de las respuestas a esta cuestión he hilado mi conferencia, que espero les sirva del algo.
Voy a empezar exponiendo a qué espacios conceptuales me encaminó mi propio ensueño sobre la eternidad:
1) A lo primero que me remitió tal reflexión fue a lo contrario de eternidad, tal y como la concebimos los occidentales hoy. Mi pensamiento se dirigió al instante fugaz. En latín “instante” significaba “tiempo presente”, el ahora más estricto. Y esta categoría, irremediablemente nos conduce también al “aquí”. El tiempo y el espacio son las dos coordenadas básicas sobre las que se construye el mundo de los humanos. No hay por donde huir. Nada humano puede hacerse fuera de un tiempo y un lugar concretos, y como somos humanos… podemos jugar a imaginar otras dimensiones pero nuestro ser transcurre a lo largo de unos 80 años de promedio y envuelto en los paisajes que nos cobijan. Podemos acariciar la experiencia de eternidad o de intemporalidad, pero estamos encarcelados en el aquí y ahora que fluye constantemente. De hecho, todo lo demás es mitología o, dicho de una forma más seria, son metáforas autopoyéticas. Para crecer, debemos acostumbrarnos al hecho de que nada es estable y que la apariencia de solidez es solo una mala fotografía en la que queremos creer para calmar nuestra ansiedad de seres conscientes de sí mismos. El aquí y ahora fluyendo es todo cuando existe, y precisamente por ello… justo aquí y ahora está el instante eterno. El resto son solo recuerdos de un pasado que nos ha atrapado, o palabras vacías referidas a algo que no existe, el futuro. Pero como dice el famoso pensamiento zen: la vida es una paradoja tremenda. La única realidad que existe es el aquí y ahora. El pasado no debe preocuparnos porque ya no existe, pero el instante presente es fruto del pasado. El futuro tampoco debe preocuparnos porque no existe, pero de lo que se haga en este mismo instante depende el futuro, aunque tampoco sabemos cual será. Lo único seguro respecto del futuro es que la muerte nos está ahí esperando.
Cada vez que yo acabo una frase -esta misma frase por ejemplo- acaban de morir miles de personas, literalmente. Eran personas que no esperaban que esta fuera su última respiración. Un ataque al corazón, una bala, un accidente de tráfico, la última expiración de un anciano que sabía que le quedaba poco tiempo pero desconocía el instante concreto de su óbito… algunos centenares de personas acaban de morir de hambre en este mismo instante. Muchas de ellas tampoco esperaban que éste fuera su último respiro, como no lo pensamos Uds. ni yo ahora.
Tampoco los inmigrantes ecuatorianos o magrebíes que ahora mismo están sufriendo marginación, humillación y engaños imaginaron, hace tan solo un año, que hoy dormirían en las calles de un país extraño esperando su turno para un papel con unas palabras escritas por algún burócrata desconocido que decidiera sobre su futuro.
El futuro es algo extraño para todos, a pesar de que en nuestras sociedades creamos poder manejar el tiempo y dominarlo por el camino de prever, organizar y planificar cada evento de la vida individual y colectiva. Esta fue mi primera reflexión al hilo del instante eterno.
2) La segunda fue pensar en el instante eterno desde mi condición de hombre occidental. Esta segunda excursión por el mundo invisible de las ideas me remitió a mi trabajo como antropólogo. La antropología ha confirmado que la forma específica de percibir -mejor dicho, de construir- el tiempo, revela los factores fundamentales de cada sociedad y de su estilo cultural. Cada pueblo percibe y crea el mundo por medio de sistemas propios. No hay un mundo, sino que cada uno crea su mundo o, dicho de otra manera, el mundo no es como es, sino como cada uno lo ve. Y cada ser humano inevitablemente crea su propio mundo desde el marco cultural en que se ha socializado. Esta ventana -la cultura desde la que cada uno se ha convertido en ser humano- nos ha de permitir caminar por la vida de una única manera, con lo que a la vez nos empuja a ser humanos pero no nos deja ser otra manera.
Así por ejemplo, en diversos pueblos de la alta Amazonía y de los Andes se hablan algunos idiomas que carecen de formas verbales de pasado. Se trata de pueblos de tradición oral, sin escritura. Para estos millones de seres humanos está vivo lo que tienen enfrente o, máximo, latente en su memoria. Lo otro está ya muerto. Lo olvidado no existe, desapareció. En este sentido, se trata de pueblos que viven en un presente casi permanente y no pueden referirse a su pasado con detalle porque carecen de términos para hacerlo. Este simple hecho revela la existencia de un universo humano completamente distinto al nuestro. El tiempo es otro, la vida es otra, la eternidad, para ellos, está aquí mismo pero no hay categorías abstractas para referirse a ella, se experimenta. Carecen de esta imagen nuestra de un camino que empieza aquí y no tiene final, como sucede con la infinitud de los números: yo puedo comenzar a contar desde el 1 en este mismo instante y seguir contando para el resto de mis días y dejar esta operación de herencia a mis sucesores para que sigan contando hasta la eternidad o hasta el final de la especia humana. Para estos pueblos amerindios esta operación es impensable, inimaginable, está fuera de su territorio cognitivo. Nuestro tiempo y nuestra vida, en cambio, los construimos así, sumando segundos, minutos, horas, días, meses y años, linealmente. Nunca hay un espacio para detenerse en el aquí y ahora más profundos. Para muchos pueblos de tradición oral lo extraño sería salir del ahora y aquí radicales.
Otro ejemplo que viene al caso es la cultura china. Nosotros expresamos la idea de temporalidad por medio de los tiempos verbales. En el idioma chino mandarín, el más generalizado de los muchos idiomas que hay en la China actual, hay formas verbales intemporales, algo impensable para nosotros. Estos verbos expresados sin tiempo permiten dar a los actos a los que se refieren una forma inmensa, grandiosa, monumental; pueden pensar actos colgados de la infinitud, con sentido eterno. Por ejemplo, son muchas de las formas verbales usadas en el I Ching, el libro sagrado de la cultura tradicional china y de ahí la extrema dificultad para traducirlo, ni tan solo en forma de simples aproximaciones al sentido original. Nuestras culturas apegadas a la tecnología material no nos permiten ni pensar en estos términos tan grandiosos. En este sentido, pues, no podemos entender ninguna cultura, ni tan solo la personalidad de un individuo, sin entender la estructura temporal invisible que subyace a su forma de ser; pero tampoco podemos entender la concepción del tiempo que tiene un pueblo sin entender su cultura. Es otra paradoja cerrada.
La cultura es la segunda naturaleza humana y nos condiciona a la vez que nosotros la creamos y modificamos. Somos objetos y sujetos a la vez de la cultura, de la misma forma que lo somos del tiempo. Solo a través de una cultura concreta, localizada en el tiempo y el espacio, podemos descubrir el pasadizo hacia la eternidad, ella nos dice como escaparnos de su propio molde que es finito.
Piensen Uds. por ejemplo, en la gran diferencia de medir el tiempo con un reloj de arena o de hacerlo con los relojes actuales. Un reloj de arena no habla de un tiempo vectorial que nos transporta hacia algún lugar futuro que nunca alcanzamos. Sino que las sociedades que medían el tiempo con sencillos relojes de arena sabían para qué necesitaban el tiempo cada vez que se ocupaban de él, era un tiempo concreto, cerrado, tranquilo, con principio y fin. Un reloj de arena mide una porción de tiempo que no esclaviza, como sí sucede con nuestra forma de medirlo. El reloj de arena indica amablemente cuánto duró algún acto. “Tienes tres minutos para hablar”. Nada más. El resto de tiempo ya es mítico o, dicho de otra manera, es el tiempo que transcurre de acuerdo a tu forma personal de sentir. Controlar el tiempo con relojes de arena implicaba que la medida válida era la humana, mi forma de sentir el tiempo. Que pasara lento, rápido o se detuviera dependía de cada persona y de cada momento en la vida de cada persona. No es lo mismo cinco minutos con tu novia que cinco minutos sentado sobre la estufa encendida, como ilustró Einstein a unos niños.
Y ello concordaba con el hecho de que el centro y el sentido de la vida estaban dentro de cada ser humano, no fuera como sucede hoy. Cada uno achataba o alargaba su tiempo, no dependía de una máquina externa. Con la forma de medir el tiempo de hoy mi sentir interno pierde valor y con ello mi vida. El centro, el sentido de mi vida, ya no está dentro mío sino que me viene indicado por elementos externos.
La concepción y la forma actual de vivir el tiempo tiene muy poca relación con otras épocas. La consciencia de las sociedades tradicionales, que también puede ser denominada consciencia mitológica, no concebía el tiempo como una abstracción a la manera en que hoy lo hacemos. Para nuestros ancestros y para las personas de otras sociedades, la consciencia capta el mundo a la vez en su forma sincrónica y diacrónica, por tanto eran y son más intemporales que nosotros, más eternos.
El ser humano post-industrializado -nosotros- conoce el pasado mas remoto y pretende prever el futuro con mucha antelación. Hemos conseguido manejar con comodidad la categoría “tiempo” a costa de enajenarnos a nosotros mismos, a costa de poner el tiempo fuera de la vida humana y dar las riendas a los aparatos de control que “crean” nuestro tiempo. Y digo “crean” porque el tiempo, como el silencio, no es nada en sí mismo. La mejor forma de explicarlo es pensando en la imagen de una cortina o telón transparente que cubre un escenario vacío. La cortina no se ve y solo va adquiriendo imagen, sentido y consistencia a medida que se le van pegando cosas encima. Entonces, depende de lo que se pegue sobre le telón transparente que la obra de teatro adquiere una escenografía y un argumento u otro.
A lo largo de la historia de la humanidad se observa un intento constante por unir la percepción lineal del tiempo -la que hoy se enseñorea como única- con una percepción cíclica, mítica y poética. Con una concepción que incluya la eternidad en cada momento de la vida. Thoman Mann se refiere a ella como “una condensación del tiempo mediante el ensueño”. Este tiempo de ensueño, al que yo prefiero llamar “tiempo sin tiempo de la experiencia extática”, es la base misma de los sistemas de valores en que se fundamentan la diferentes culturas orientales; en ellas se alimenta la idea de inmovilidad, de eterno presente. De ahí que, para aquellos pueblos, los cambios afecten solo la superficie de la vida más que a su esencia, al contrario de lo que concebimos nosotros. Para ellos, el tiempo de la vida diaria se esfuma como para nosotros pero no hay problema, porque dicho tiempo es solo una apariencia del mundo.
3) Sigo dejando que mi pensamiento vague a través de las ideas estimuladas por el título de este ciclo: el Instante Eterno, y la siguiente parada la hace en la idea del centro. El centro es otra metáfora del aquí y ahora eternos. En este sentido es importante resaltar que el centro me remite a mi mismo, me emplaza a arrojarme a un proceso implosivo si quiero algo más que vivir de apariencias. También esto lo estamos perdiendo y necesitamos recuperarlo con urgencia antes de convertirnos en meros mecanismos dirigidos desde el exterior. El centro de cada uno debe estar en sí mismo si quiere percibir la eternidad. Por centro me refiero a la suma de todo esto que hace que yo sea yo: mis recuerdos, sentimientos y emociones, anhelos, dolores y tristezas, la rabia de la frustración, mis valores culturales y mi identidad. Todo ello debe partir de mi interior y cada persona debe ser consciente de lo que siente en cada momento y de cómo se siente ante lo que siente. En el mundo actual el centro está fuera, dramáticamente lejano. Los políticos se llenan la boca con frases falsas del tipo “los españoles piensan que esto debe ser así” o “los catalanes no dejarán que…” sin haberlo consultado antes con “los españoles” o “los catalanes”, o con el pueblo que fuera. Y los españoles o los catalanes o el pueblo que sea, cree lo que dicen sus gobernantes sin auscultarse a sí mismos sobre lo que realmente opinan, o sobre si simplemente tienen opinión sobre este tema específico del que los políticos dicen lo que pensamos. Esta misma afirmación que acabo de hacer ahora está en la misma línea de hablar en nombre de otros sin saber lo que otros dirían, incluso a veces a costa de la voz de los otros que no tienen acceso a los medios de comunicación de masas. Por tanto, no deben ni creerme antes de escucharse cada uno y cada una a sí mismo. La televisión es lo único que llena nuestros silencios más íntimos -y por ello más sagrados- con mensajes vacíos diciéndonos como debemos vestir para sentirnos jóvenes, qué debemos consumir para sentirnos llenos de chispas de vida y un largo y patético etcétera más que no vale la pena enumerar porque es de todos conocido.
Cuando se tiene el centro dentro de uno mismo, nada de fuera puede afectar a este centro. Cuando una persona conoce sus anhelos, emociones y el sentido que tiene la vida para ella podrá materializarlo o no, esto depende del entorno, pero sabrá hacia dónde debe encaminar sus pasos. El pensar, el sentir y el actuar irán paralelos. Entonces llega lo importante para nuestro propósito de hoy, y es que cuando el centro está dentro de uno mismo, esta persona puede implotar y conocer la eternidad. Implosión significa explotar hacia dentro, como los famosos agujeros negros del cosmos cuya fuerza de gravedad es tan intensa que los arrastra hacia dentro de sí mismos.
En los seres humanos, cuando se quiere viajar hacia el abismo interior, la primera barrera que se encuentra es el miedo a la muerte. Se debe atravesar esta fobia para acariciar el instante eterno. La mayoría de sociedades no occidentales han instaurado los ritos de paso o de transformación como marcos culturales que permiten este encuentro con el miedo a la muerte y atravesarlo. Casi todos los ritos iniciáticos que han de pasar los jóvenes para ser aceptados en el mundo de los adultos consisten, justamente, en un encuentro con la muerte, sea por medios visionarios administrando potentes substancias psicoactivas o sea forzando al neófito a realizar alguna proeza física y mental que le enfrente a su desaparición.
Una vez atravesada esta capa del miedo a la muerte, el centro de cada persona se va hundiendo en sí mismo hasta la implosión, la explosión hacia dentro. Hasta donde yo sé, nadie es capaz de vivir la implosión voluntariamente y sin ayuda externa, de ahí la necesidad de guías o de terapeutas experimentados en ello que ayuden dando el último empuje fraterno para animar a las personas que están buscando catar la eternidad en el ahora y aquí más dinámicos. Paradójicamente también, la implosión se resuelve es una explosión hacia fuera, explosión que permite a cada persona descargarse de las emociones que lo tenían atrapado bajo su presión consciente o inconsciente. Este proceso es el que sucede en las catarsis. Más adelante hablaré de ello con mayor detalle, pero ahora les apunto que las catarsis permiten entender qué significa detener el tiempo, y vislumbrarlo de esta forma tan sólida que solo tienen los conocimientos adquiridos por propia experiencia.
Tras la implosión viene la explosión emocional que permite a las personas vivir las emociones de forma pura, atemporales. Algo que no es posible hacer en la vida cotidiana donde solo percibimos sentimientos, que son las emociones una vez han pasado por el filtro de la cultura y la consciencia, y se han desactivado en buena parte. Hace cinco años que creé y sigo dirigiendo junto a mis colaboradores los Talleres de Integración Vivencial de la Propia Muerte (TIVPM) por los que han pasado ya mas de 1.000 personas. Estos talleres tienen la misma estructura y finalidad que los ritos de transformación que han guiado a la humanidad cada vez que perdía el sentido de la existencia. En ellos, los participantes pueden vivir una experiencia catártica y salir, no tan solo renovados en un sentido profundo, sino también habiéndose descubierto a sí mismo como colgando de la intemporalidad. No hay palabras para describir esta vivencia, solo aproximaciones, y una de ellas se refiere al tiempo que desparece. El cosmos y toda su historia deja de estar fuera para revelarse dentro de uno mismo. Una imagen que me viene a la cabeza es la afirmación de C.G. Jung, uno de los padres de la moderna psicología profunda, cuando afirmaba que todos llevamos un saurio dentro. Es literal. Nuestro camino evolutivo, desde el inefable momento inicial de los tiempos, permanece en cada uno de nosotros de la misma forma que un edificio se sostiene gracias a cada uno de los ladrillos que una vez fue puesto sobre el anterior. Los seres humanos somos lo que somos gracias a las aportaciones de cada paso previo del camino evolutivo. Así, al igual que los varones mantenemos unos pezones que no nos sirven de nada y que son la reminiscencia de un momento de nuestra ontogénesis en que no había separación sexual, de esta misma forma los humanos mantenemos trazos psíquicos y biológicos de cuando fuimos saurios, moscas, depredadores y chimpancés. Todo ello está en cada uno de nosotros de una forma u otra y podemos conocerlo por medio de la implosión, pero para ello antes se debe situar el centro en uno mismo. Me parece natural que haya tantas manifestaciones artísticas aludiendo a lo eterno cuya estructura formal consiste en un centro, en un punto, en una sola línea que no hacen sino redirigir la atención del espectador hacia sí mismo.
En el mundo clásico oriental había un deseo cargado de mala intención que rezaba así: el destino quiera que tu próxima vida transcurra en un momento de la historia lleno de cosas interesantes. Naturalmente, se deseaba esta perversidad para que el interlocutor perdiera su centro y quedara así condenado a la angustia de una vida sin sentido.
4) Sigo recorriendo lo que me sugiere la idea de eternidad y mi pensamiento se detiene en los estudios que están haciendo nuestros físicos contemporáneos. Tales investigaciones han puesto de relieve que el tiempo es algo elástico, que se contrae y expansiona, que existe una relatividad en el tiempo y que no hay nada fuera de nosotros. Ni tan solo esto que percibimos como substancia: las mesas, sillas, paredes o el arroz a la paella no tienen consistencia permanente. La física ha descubierto para la ciencia que esto que denominamos materia es “solo” un tipo de vibración, y que es una vibración de no sabemos qué por lo que enunciarlo tampoco es una explicación de nada. De hecho, se trata de verdades que ciertos sabios orientales vienen repitiendo desde hace tres miles años. Nuestros grandes físicos están discutiendo desde los años veinte sobre la inmaterialidad de la materia y son memorables las controversias habidas entre Bohr, Heisenberg y Einstein alrededor de este tema. Quien no lo ha entendido todavía es el hombre de la calle que siguen creyendo que la materia es sólida y los átomos unas bolitas, como imaginaba Lucrecio en la época clásica. A partir de esta falsa creencia, el hombre de la calle organiza su vida cotidiana, las guerras y el consumo compulsivo.
El tamaño de las moléculas que concibe la física subatómica es impensable de tan pequeño; tales partículas son tan inimaginables como la misma eternidad. Para entendernos -tomo el ejemplo de otro humanista, Luís Racionero, El progreso decadente, Espasa, 2001-, el propio rayo de luz que permite observar un electrón lo golpea cambiándolo de velocidad y de dirección, de modo que lo que se observa ya no es la realidad externa, sino la realidad creada por el propio acto de observarla. Dicho aun de otro modo, al fijar nuestra atención en una determinada realidad, y al hacerlo de determinada manera la estamos creando en aquel mismo instante.
Volviendo a usar la música de símil explicativo, el Réquiem de Mozart no existe fuera del acto de interpretarlo, del hecho de musicar. Las partituras no son el Réquiem. Esta fantástica composición sinfónica se crea cada vez que un coro y un orquesta la interpretan y va desapareciendo a medida que se deja atrás un compás y otro, y otro… Además, tal compleja realidad se construye en la manera en que cada director de orquesta y cada intérprete en cada momento de la interpretación musican. No existe fuera de ello. La misma partitura del Réquiem interpretada bajo la mirada de von Karajan es una realidad, pero si es “observada” por el sensible director Sir Georg Solti es otra realidad muy distinta.
La paradoja de la moderna física es que se describen experimentos con palabras y conceptos que se sabe que no corresponden para nada a la realidad que se intenta describir. Y el misterio se ve acrecentado ¿Cómo podemos entender algún contenido expresado por medio de campos comunicativos completamente inadecuados para ello? ¿Cómo puedo referirme a la eternidad y a las experiencias extáticas por medio de palabras, sabiendo que hablo de algo que está más allá de los límites de las palabras? Y lo más misterioso aun ¿Cómo pueden entenderme Uds.? No voy a entrar ahora en los espesos trabajos filosóficos de L.J.J. Wittgenstein y sus sucesores sobre los niveles de metalenguaje que tienen los lenguajes pero es otro campo muy interesante de explorar desde la idea rectora de la eternidad.
5) Al pensar en todo esto de lo que les estoy hablando, también me viene a la cabeza la idea de que nuestra propia mente crea berenjenales, se mete en ellos y después no sabe como salir. Por ejemplo, el punto de vista que Dios debe tener de la eternidad. Forzosamente ha de ser distinto del que tiene un ser humano. Para nosotros, mortales, la idea más extendida de “lo eterno” se refiere a algo que durará siempre. Pero desde el punto de vista de la divinidad lo eterno debe referirse, supongo, a una noción de algo que YA ha estado desde siempre ahí. Para Dios el mundo salió terminado de sus manos, existiendo tal cual en el pasado, el presente y el futuro. ¿Cómo puedo yo pensarlo de una forma razonable? …no hay cómo. Entonces ¿por qué y para qué somos capaces de pensar en ello? Para mi es otro misterio, casi chistoso. Pero a mi juicio, como les decía, lo misterioso no es que lo pensemos sino que seamos capaces de entendernos por encima de la mala y equívoca herramienta que son las palabras.
Una parte importante de esta misma paradoja proviene del hecho de que a nuestro cerebro solo llegan impulsos bioeléctricos y bioquímicos, no ondas de luz, de sonido o de temperatura. Nada de esto llega a nuestro interior. El cerebro y la mente viven encerrados y aislados en su propia realidad, construyendo mundos de universales a partir de hechos particulares. Andando por el monte veo un hongo, un solo hongo, de la variedad Lactarius sanguifluus, popularmente llamado robellón o níscalo, y es solo un caso particular, una forma concreta en un lugar y momento concretos; probablemente jamás volveré a ver otro níscalo igual ya que cada seta adquiere formas y tonos distintos, pero algo de mi mente será capaz de distinguir para siempre un robellón de cualquier otra variedad fúngica. Lo paradójico de ello es que nuestra mente vive aislada del mundo sensible siendo “una espectadora de sus propios carceleros” como dice el conocido neurólogo A. Damasio.
A pesar de estar en este alejamiento del mundo sensible, la mente solo puede construirse y desarrollarse a través de la interacción con los estímulos externos. Sabemos que la mayor o menor riqueza de las conexiones neuronales que darán cuerpo al pensamiento abstracto y a las experiencias catárticas de cada uno, en buena parte dependen de la riqueza de los estímulos recibidos durante el proceso primario de enculturación, durante los tres primeros años de vida. En este sentido, el reciente descubrimiento de los relativamente pocos genes que nos configuran ha sido una nueva lección de humildad y de pragmatismo que la naturaza ha dado al pensamiento positivista: los seres vivos son lo que hacen, no hay más secreto que patentar.
Reflexionando sobre la eternidad me percaté una vez más de que las cosas básicas y esenciales de la vida son invisibles: el tiempo, el inconsciente, las leyes que regulan la existencia, el amor y todo lo demás importante. Lo invisible es lo no-visible que no es lo mismo que inexistente. Son nuestras percepciones y nuestro entrenamiento cultural lo que nos permite ver o no ver algo, pero más allá hay una realidad esencial a la que no podemos acceder más que por medio de las metáforas en unos casos -la realidad inmaterial- y por medio de la técnica en otros casos -lo que está más allá de nuestras capacidades perceptuales como infrasonidos o lo contrario, cromatismos infrarrojos, etc.
El universo está recorrido por un laberinto de senderos invisibles que discurren por todas partes. Algunos europeos lo llaman huellas de ensueño, otros como Bruce Chatwin lo denominan trazos de la canción, los indígenas australianos lo llaman pisadas de los antepasados o camino de la ley. Da igual, son distintas expresiones para referirse a algo que, o bien se conoce por medio de la experiencia o nunca se puede llegar a conocer. Expresado en términos más cercanos a la ciencia y no tanto a la poética, tales senderos invisibles que cruzan el universo son los lazos emocionales que unen a las personas y animales generando lo que el biólogo inglés Rupert Sheldrake ha denominado campos de resonancia mórfica. Este eminente e innovador investigador inglés, autor de la famosa obra Siete experimentos que pueden cambiar el mundo (publicado en castellano por ed. Paidós, Barcelona, 1995), ha puesto de relieve la existencia de campos relacionales invisibles cuya existencia se verifica por diversos caminos empíricos, el más doméstico de los cuales lo constituyen los perros, loros y gatos que saben que sus dueños están ya camino del hogar cuando éstos justo acaban de iniciar, o de pensar en iniciar, el regreso a casa, estando aun a kilómetros de distancia. Las emociones constituyen el campo básico sobre el que se construye la red social y solo se conocen cuando se han experimentado en la propia existencia. Estar profundamente enamorado, exultante de alegría o pletórico del gozo de vivir que da la solidaridad entre iguales solo se puede conocer por propia experiencia.
Una creencia solo es una expectativa, o una teoría o una interpretación. En cambio, la experiencia no tiene juicios de valor ni comparaciones, ni categorizaciones. Cuando estamos en un estado de trance, de repente podemos sentir que no hay límites. Podemos sentir que no hay tiempo ni espacio, que el amor y el reconocer la Naturaleza de los demás y reconocerse cada uno a sí mismo es lo único realmente importante. El conflicto aparece cuando decretamos que algo es así porque así lo creemos nosotros. Las creencias empiezan a crecer y se vuelven más valiosas que la vida misma. En el nombre de la verdad el ser humano creó la esclavitud, el genocidio, las guerras, la santa inquisición y el pensamiento único en que estamos todos peligrosamente sumergidos con la imposición de la globalización del capital, que no de las culturas ni de las personas.
Los pueblos que no viven de su experiencia del mundo sino que sobreviven navegando entre las secas creencias y con el centro fuera de sí mismos, son los que creen también que deben matar a todos los que no piensan como ellos porque son un peligro. La actual mundialización del neocapitalismo es una sangrienta muestra de esto.
Para ir acabando y a partir de las anteriores reflexiones, viene a mi mente el único factor imprescindible para acercarnos a lo inefable, a lo invisible, al éxtasis: como he dicho es la propia experiencia. En realidad y a pesar de la gigantesca cantidad de literatura existente, el único camino intelectual, abstracto o espiritual que merece seguirse es el que construimos sobre nuestra propia experiencia vital. Cada uno es lo que hace, no lo que piensa.
Y ahora es cuando voy a comentar algo de mis propias vivencias en este campo del existir. Las experiencias extáticas deben ir mas allá de lo concreto, deben trascender la realidad perceptual por medio de los Estados Modificados de Consciencia (EMC). Vivir de verdad tales estados ampliados de consciencia, no como juego de fin de semana -que también lo he hecho-, me permite percibir más, experimentar por mí mismo el descenso a los infiernos, que no son sino mis propios abismos interiores; me permite sentir unido al Todo y viajar a través del tiempo y el espacio. En estas condiciones no necesitamos tener fe. Hasta el más escéptico recobra la dimensión profunda o espiritual de la existencia humana.
Palabras como maravilloso, inefable, estupefacto, indescriptible, espléndido…., infinito, catarsis, lo inmenso, Ser sin acción, experiencia visionaria inexpresable , la unidad entre el ser, el estar y el hacer, sentir una bondad infinita, llorar limpiamente y sin sufrimiento… todas ellas son palabras que, de pronto, se cargan de contenido cuando se ha vivido una catarsis.
Tales experiencias de plenitud son la puerta para descubrir la finalidad última del ser humano, de cada uno y cada una. La pulsión que nos induce a buscar la grieta entre el mundo perceptual y la eternidad que albergamos dentro es algo tan intenso en muchos seres humanos que los lleva a buscarla en el consumo de substancias embriagantes, en diversas prácticas de tipo místico, en el desierto o en las montañas, en el abandono y en la desmesura. Da igual, es como cuando se tiene una necesidad imperiosa de compañía o de sexo: se busca donde sea y por el camino que sea, o se sufre. Y si un contexto cultural, como es el nuestro, olvidó o se dejó robar el camino para acceder a estas experiencias, las personas lo crean de nuevo, incluso a veces de forma anómala.
En nuestro desarrollo como seres vivos ha habido un paso que está aun por resolver. Cabría esperar que el proceso evolutivo desde nuestro cerebro más antiguo al actual más sofisticado, hubiera sido un proceso suave, como sucedió con los demás órganos: de la aleta de cetáceo se pasó lentamente a la compleja mano del mamífero superior. Pero con el cerebro no ha sucedido así. Creo que nadie sabe la razón, probablemente no la haya.
En nuestro caso, en lugar de transformarse suavemente el viejo cerebro en un nuevo órgano, sucedió que se superpuso una estructura nueva, el neocórtex, a la vieja, el hipotálamo. McLean (citado por L. Racionero) llama esquizofisiología a esta coordinación defectuosa entre el viejo cerebro donde están ubicadas las emociones y ciertas reacciones, y la nueva estructura que rige el comportamiento intelectivo. La vieja estructura del cerebro que rige las emociones es casi la misma en los humanos y en el resto de mamíferos superiores. Así pues, si por un lado tenemos los dos lóbulos bastante bien conectados en sentido horizontal a través del cuerpo calloso, por otro lado no tenemos tan bien resuelta la conexión vertical, desde el recientemente adquirido pensamiento conceptual y analítico, ubicado en el neocórtex, hacia las abismales profundidades del instinto.
Es probable que los animales carezcan de miedo a la muerte porque habitan en un permanente aquí y ahora pero el ser humano es un animal al que se le ha dotado de razón y hay cosas que parece que están aun por resolver, tales como, por ejemplo, el miedo a la muerte. La consciencia intelectiva nos permite saber que un día vamos a morir inevitablemente, que venimos de un vacío prenatal y nos dirigimos hacia la oscuridad del óbito, y este “conocer” despierta el instinto y nos sumerge en un estado de profunda angustia. Entonces, para frenar la ansiedad de la consciencia usamos el arma mas poderosa que tenemos los humanos: la capacidad para crear mundos alternativos, para engendrar paraísos, dioses y espíritus. Y una vez creados, organizamos guerras para defenderlos u ofertarles sacrificios a cambio de nuestra propia salvación, pero… en realidad no hay nada. Solo aquello que creamos con nuestra propia mente.
En cambio, sí hay una salida a la angustia que crece en el hipotálamo antes las ideas del neocórtex: los estados de catarsis y de éxtasis.
Durante la catarsis, la razón y la naturaleza emocional se armonizan. La implosión permite deshacerse de las abismales presiones emocionales y llevarlas a la consciencia intelectiva. “Nunca sospeché que hubiera tanta rabia -o pena, o miedo, o…- dentro mío; ahora sé que la tenía y el hecho de descubrirlo y de descargarme me ha transformado, me siento lleno de amor”, son palabras habituales tras las experiencias de catarsis que suceden en nuestros Talleres de Integración de la Propia Muerte.
Todas las culturas del mundo han usado potentes substancias embriagantes o diversas técnicas extáticas para ayudar a las personas a tener tales experiencias. A pesar de la mala prensa que hoy predomina sobre ello, estas substancias -llamadas enteógenas- abrían las puertas a la libertad, ayudaban a resituar el centro de cada dentro de sí mismo, donde le corresponde estar. Sin duda, por ello nos las han prohibido. La mayor parte de los psicotropos visionarios -excluyendo a los simples estimulantes o narcóticos- no hacen sino conectar de una forma especialmente eficaz las terminales neuronales de nuestros sistema central. Al tomar LSD, ayahuasca, psilocibina o peyote aumenta la capacidad de conexión cerebral en sentido horizontal y también vertical, de ahí que se “escuchen los sentimientos”, se “vea el color de la música” y las percepciones en general aumenten de forma insospechada su intensidad y su cualidad. Quien lo ha probado lo sabe. Lo mismo sucede cuando se usa abundante oxígeno para aumentar el rendimiento de nuestra vitalidad por medio de ciertas técnicas de respiración rápida: se amplifica la consciencia y aumenta la conectividad entre nuestros distintos cerebros.
Todas las personas que a lo largo de la Historia lo han probado de una forma buena, saben que con estas superconexiones del sistema nervioso activadas no se hace nada en el sentido habitual: se contempla amorosamente el propio ser, esto es el “éxtasis”. En su origen, éxtasis significaba “verse desde fuera”. A este beatífico estado mental yo lo denomino “consciencia dialógica”, consciencia que dialoga consigo misma en lugar de estar en plena guerra civil interior como suele pasar la mayor parte del tiempo: las emociones contra el intelecto, los recuerdos contra el aquí y ahora, la espontaneidad contra los comportamientos establecidos…
También, y ya para acabar, sucede que tras la experiencia extática la persona percibe que descubrir los senderos invisibles que recorren el mundo no responde a la imagen de alguien que va con una linterna iluminando la oscuridad de una realidad preexistente, sino que descubrir lo que hay fuera y dentro de uno es mas bien como la música, que engendra el cosmos sonoro a medida que avanza. Construimos el mundo al movernos por él.
De ahí pues que uno no cree en lo que ve -aunque muchos lo piensen-, sino que se ve lo que se cree (o le han hecho creer al sujeto y éste no lo ha verificado por sí mismo). El mundo es lo que yo, y otros como yo, urdimos en cada instante.

Dr. Josep Mª Fericgla
Societat d’Etnopsicologia Aplicada i Estudis Cognitius
Prof. MGS/Universitat de Barcelona

PLANTAS, CHAMANISMO Y ESTADOS DE CONSCIENCIA, PREFACIO del Dr. Josep Mª Fericgla

PREFACIO del Dr. Josep Mª Fericgla al libro PLANTAS, CHAMANISMO Y ESTADOS DE CONSCIENCIA, Ed. Libros de la Liebre de Marzo, Barcelona.

Las culturas varían, pero el ser humano parece buscar siempre lo mismo, tanto en su interior como en el exterior. Tal vez sólo se diversifica la forma de buscar, pero lo que se anhela es siempre idéntico. O tal vez la esencia misma del ser humano sea buscar. Nuestras sociedades occidentales iniciaron hace miles de años, para algunos, para otros hace tres siglos y aún para otros hace escasamente nueve décadas, un camino evolutivo que pasó primero por la evolución técnica, luego por la tecnológica y ahora está en la fase de la revolución informática o de la información, especialmente en referencia al conocimiento del mundo físico sea externo o propio al ser humano. Parece que hoy el interés y la energía (económica, personal, mecánica y toda las demás formas de energía) se volcaran únicamente hacia esa dimensión concreta físico-química del mundo. No obstante, frente al prejuicio general, totalmente vigente, según el cual la única base esencial de nuestro conocimiento del mundo proviene exclusivamente del exterior y en consecuencia nihil esse in intelectu quod non antea fuerit in sensu, hay personas que entienden el cosmos y a nosotros dentro de él desde otras perspectivas menos reductivistas, más holísticas.

Las religiones, se dice, forman parte del pasado: el marxismo las eliminó tildándolas de narcotizante colectivo y las grandes instituciones religiosas actuales (sean de cruces o de lunas), con sus verdades eternas vacías y su interés por fundirse con los sistemas de control de la realidad social (el poder político), las está rematando. Se diría que sólo cuentan los nuevos modelos de coches, el marketing que hace vender (sea vender un objeto útil o inútil, un placer psicológico o una porción de buena consciencia) y las apariencias. El grueso de la sociedad imagina a los estudiosos de las religiones como individuos de cara larga, seria y avinagrada, con descomunales carencias afectivas, frustrados, sin dinero y dedicándose a algo inútil y lejano (y a veces los hay realmente así).

La génesis de este panorama es fácil de comprender. Originalmente, la religiosidad era parte integrante de la vida cotidiana y ritual de las personas como lo sigue siendo entre los pueblos primitivos, y en pequeñas comunidades occidentales, cada vez más numerosas, donde se practican nuevas formas de religión más acordes con el resto de elementos del mundo de hoy ; algunas personas tenían más sensibilidad y compromiso que otras hacia el mundo interior que se revelaba por medio de la religión, pero esto no importaba ya que con el arte, los deportes, la familia y las galletas de chocolate sucede lo mismo. No todos disfrutamos del mismo umbral de sensibilidad hacia los mismos estímulos o campos de interés.

No obstante, sí había algo en común, algo que hemos buscado durante toda la historia de nuestra especie de Homo sapiens sapiens, que aparece en las excavaciones arqueológicas, en los estudios antropológicos referidos a cualquier pueblo de la Tierra, y que está en el centro de toda religión orientada a religare origen etimológico del concepto el mundo exterior e interior del ser humano: la búsqueda del éxtasis, de la iluminación profunda, del autoconocimiento del propio ser que permite vivir con un elevado nivel de gracia y armonía (palabra, ésta, muy maltratada en la actualidad). Las técnicas descubiertas y usadas a lo largo y ancho de la historia y del mundo para buscar el éxtasis son múltiples y diversas: análisis y trabajo de los propios sueños naturales, ayunos extremos, técnicas de hiperventilación del cerebro, meditación, yoga, katsugén o el más generalizado de todos los métodos la ingestión de substancias enteógenas (neologismo que vendría a significar “dios dentro mío”; acuñada en el año 1979, es la más adecuada de que disponemos para referirse a las plantas y substancias hasta ahora llamadas alucinógenas). Incluso ciertas corrientes zen afirman que es justamente esta capacidad de disociación mental lo que nos distingue del resto de especies vivas con las que compartimos la Tierra, lo que nos hace propiamente humanos.

El cristianismo medieval fue acabando con todos aquellos métodos que permitían al individuo, como tal, conectar con sus divinidades; o, según una acertada expresión de A. Escohotado que lo aleja de la concepción religiosa, realizar una excursión psíquica. Se quiso imponer una cosmovisión única, una jerarquía única, un dios único… y la fórmula fue acabar implacablemente con todo método que permitiera acceder a estos estados extáticos o de profunda interiorización; estados mentales que, en términos psicoanalíticos junguianos, permiten conectar con los propios arquetipos y el contenido que subyacen en nuestro inconsciente.

La modernidad enmarcó con un único término -bruja- lo que en los obscuros siglos de la Edad Media, y ya desde el Imperio Romano, se dividía en masca, fara, maléfica, sortilegia, lammia, pythonissa, stria, incantatrix, herbaria, fascineria y arlia. Cada una de estas palabras tenía un origen etimológico propio y una aventura semántica independiente, pero la Inquisición y la Justicia regular, con el terror que sentían hacia los diversos fenómenos culturales y populares que eran incapaces de discernir, acusaron a cualquier persona que realizara actividades desconocidas, o que no entraran dentro del esquema de valores cosmológicos que les interesaba entender, de “brujería”: así fueron condenados bajo una misma acusación muchos símbolos que indicaban diversas realidades, y en especial todo lo que tuviera que ver con excursiones psíquicas no autorizadas por la autoridad eclesiástica. Un ejemplo tristemente famoso fue el de la Doncella de Orleans (Juan de Arco, 1412-1431), quien después de ser quemada viva a los 19 años por su presunta relación con el diablo origen de las visiones extáticas que le venían ha sido objeto de discusión eclesiástica durante siglos para dilucidar si, finalmente, se trataba de una iluminación divina o demoníaca. Esto es, si la autoridad hegemónica jurídico-eclesiástica lo quería aceptar y entonces, a posteriori, elevaba la imagen de Juan de Arco al pódium de la santidad (cosa que hizo en el año 1920 con lo cual, de pasada, parasitó la fama histórica y popular de la heroína francesa); o si no lo quería aceptar y se reafirmaba en su decisión original.

Pasaron los siglos y la justicia civil, en prácticamente todo Occidente, tomó las riendas del control de las dimensiones interiores de los seres humanos. Realizar excursiones interiores la más extrema y salutífera manifestación de la libertad humana sin el permiso de la autoridad pasó, pues, de ser pecado y motivo de hoguera, a ser motivo de burla o de cárcel.

Llegamos al siglo XIX. Durante este siglo, el ideal occidental se llamaba progreso. Todo aquello que tenía relación con el progreso (máquinas, cultural formal, industrialización, medicina farmacólogica aun en ciernes, producción en cadena, etc.) era bueno y deseable, era el modelo cultural a seguir. Y, contrariamente, todo el que no encajaba o aceptaba el progreso industrial, el control social centralizado y el capitalismo era tildado de retrógrado y de supersticioso. Los consumidores del hongo enteógeno Amanita muscaria, tradición que en algunos parajes del Viejo Mundo incluso había sobrevivido a los siglos de Inquisición, continuaron escondiendo su hábito pero ahora por temor a hacer el ridículo ante los valores crecientes. Los mismo sucedió, por ejemplo, con las plantas medicinales, cuyo conocimiento popular y uso terapéutico tradicional cayó en picado porque a nadie le gusta ser tratado de ignorante, bárbaro y supersticioso, y este era el mensaje de la creciente industria farmacéutica con el fin de eliminar competición (¡además gratuita!) a sus productos de laboratorio.

El único método de embriagamiento que perduró durante todos aquellos siglos fue el alcohol: naturalmente, se trataba del intermediario que había usado y seguía usando el cristianismo para contactar aunque ahora ya sólo simbólicamente con su divinidad. El vino era, y sigue siendo, la substancia que se transmutaba milagrosamente en sangre de Cristo durante la celebración del rito cristiano, la Misa. Los sacerdotes y monjes cristianos, para nada ajenos al proceso de monopolización del camino que nos ayuda a descubrir nuestro interior, han sido los que magistralmente han ido descubriendo innumerables métodos para elaborar bebidas alcohólicas, cada vez más delicadas y perfeccionadas. Así, gracias a la paciencia milenaria de los monjes de los Países Bajos hoy podemos disfrutar de extraordinarias cervezas belgas elaboradas con centeno o con trigo, con gustos altamente refinados y graduaciones que extrañamente bajan de los 6º de alcohol; gracias a las órdenes del Císter y de Cluny, hoy se produce un magnífico vino en toda la Francia centro y meridional; también el champán fue un descubrimiento de los monjes cristianos; y podría seguir citando los innumerables licores estomacales con nombre de abadías o de santos famosos. Sin duda, las bebidas con contenido alcohólico son el embriagante de nuestras sociedades, repudiado como ajeno, en cambio, por otros pueblos que prefieren el suyo (por ejemplo, en el mundo islámico está prohibido el consumo de bebidas alcohólicas, o se trata de algo muy estigmatizante cosa que desde Occidente nos suele parecer absurdo , de la misma manera que entre nosotros está prohibido el consumo de haxís o de marihuana, tradicional entre los musulmanes).

Llegado un cierto momento de casi mediado siglo XX, renace el interés, por una parte del pueblo laico, por conocer y transitar estas realidades interiores (afectivas, trascendentes, extáticas…) de que tanto han hablado nuestros antepasados y de que tanto se habla en otras sociedades. Algunos individuos norteamericanos o afincados en los EE.UU., especialmente escritores, aprenden las técnicas de meditación oriental y las importan; otros descubren el consumo de plantas narcotizantes y de hongos y cactus enteógenos que se da entre los indígenas mexicanos. Se interesan por ello, lo prueban, se extasían y algunos se instalan en México.

En la década anterior (en 1942), Albert Hofmann había descubierto accidentalmente el potencial psicoactivo de una extraña substancia derivada del cornezuelo del centeno, la LSD 25, que cinco años antes había sido descubierta pero había quedado aparcada en el voluminoso registro anónimo de las nuevas substancias sintéticas. Inicialmente, los laboratorios Sándoz propietarios del descubrimiento, distribuyeron muestras de LDS 25 entre psiquiatras reputados para que lo experimentaran en sus terapias e informaran de los resultados clínicos obtenidos. El éxito registrado en las sesiones de terapias psicolíticas (nombre dado a las técnica terapéutica basada en la administración de la LSD 25) fue extremadamente alentador. Se distribuyó por todo el mundo, especialmente en Suiza y los EE.UU.

A mediados de los años 1950 comenzó a extenderse el uso no clínico de la LSD 25, y en 1960 ya se había constituido un movimiento social potente, cuyo núcleo simbólico y cosmológico surgía del consumo de la LSD 25. La legalidad del LDS 25 duró 20 años aproximadamente, durante los cuales la sociedad occidental había puesto los cimientos para una profunda revolución.

El resultado final fue que la justicia regular, de nuevo, dirigió sus esfuerzos a impedir la expansión de cualquier método que permitiera realizar excursiones psíquicas sin su consentimiento y, a mediados de la década de los años 1960, prohibió la distribución, venta y consumo de LSD 25. Más tarde esta lista se ha ido ampliando hasta ser ilegal, en EE.UU., incluso el trabajo de cualquier bioquímico del cual se pueda presuponer que puede sintetizar algún tipo de enteógeno (es decir, se castiga la sola intención, ya no es preciso llegar al acto de elaboración privada de enteógenos ni a su distribución; objetivamente, no hay ninguna distancia con aquello de los pecados de pensamiento).

Entre tanto, mientras la vanguardia de la sociedad occidental de la década de los años 1960 se sacudía el inmovilismo psíquico y espiritual aprovechando la expansión del LDS 25, de los hongos psilocíbicos y de las técnicas de meditación importadas de Oriente, los estudiosos de la religiones con alguna excepción seguían alejados de los enteógenos, mundanales temas de la calle. Hasta que en 1968, el banquero Robert Gordon Wasson, posteriormente de fama universal por sus descubrimientos etnomicológicos, publicó un libro titulado Soma: Divine Mushroom of Inmortality. Con él, en palabras de J. Ott, “sorprendió el somnoliento mundo de los estudios védicos”. R.G. Wasson proponía, defendía y mostraba que el famoso, divinizado y mítico Soma de los vedas, objeto de innumerables investigaciones anteriores y elemento central de la religión más antigua de la Tierra, era el hongo embriagante Amanita muscaria. Ello provocó un revuelo que llegó hasta los más recónditos y eruditos despachos de los historiadores de las religiones. Hubo defensas y ataques de todos los colores y desde todos los ámbitos. Pero, al margen de valor del propio descubrimiento, algo muy importante había sucedido: alrededor de los trabajos de R. Gordon Wasson se fueron dando cita investigadores independientes que, desde distintos campos de la ciencia, habían mantenido su interés despierto y orientado hacia estas substancias capaces que permitir al ser humano “ser como dios” o bajar a los infiernos.

De hecho, nunca se había parado la investigación en este campo del conocimiento de la propia consciencia humana y sus procesos y capacidades. Una década y media antes de la publicación del libro de R.G. Wasson, Aldous Huxley había estado escribiendo y divulgando sus excursiones psíquicas, inducidas por mescalina primero y luego con psilocibina, en conferencias, libros y novelas de gran éxito, avisando de una forma literariamente pulida y muy bonita del peligro inherente al monopolio, por parte de quien fuera, del método para conseguir el éxtasis (Un Mundo feliz) y repitiendo las inmensas ventajas de incluir estas substancias en la educación de los jóvenes (La Isla).

Por otro lado, la antropología ponía de relieve que la práctica totalidad de culturas distintas a la occidental actual, tienen algún sistema consensuado para autoinducirse estados modificados de la consciencia por medio de vegetales o de pócimas compuestas, y que tal consumo no sólo no genera ninguna de las lacras sociales que los medios de comunicación de masas había atribuido a los enteógenos consumidos en los años 1960-70, sino que este consumo constituye el núcleo mismo de una gran variedad de ritos y ceremonias que, entre otras finalidades, propician la unión grupal, actuando de proceso negantrópico aplicado a la sociedad humana.

A pesar de la prohibición, pues, la ciencia había seguido trabajando. Para un científico de espíritu limpio es realmente irrelevante que algo sea legal o ilegal, pecado o premio. Lo único que interesa a la ciencia es verificar si un fenómeno sucede o no sucede, y si realmente sucede tratar de entender los mecanismos internos que lo promueven o lo orientan. Nada más. Durante estas décadas y hasta la actualidad se había dado, bajo otra máscara, la eterna lucha entre platónicos (o partidarios del valor esencial del mundo interior) y aristotélicos (o partidarios de las formas externas como origen de todo orden y conocimiento).

Después de la que podríamos llamar la generación de los investigadores científicos clásicos (A. Hofmann, R. Evans Schultes, A. Shulgin, P.T. Furst, G. Reichel-Dolmatoff, M. Harner, R. Gordon Wasson, incluso R. Graves, C. Naranjo, y otros), a partir de los años 1980 aparece una nueva generación de investigadores que recogen las aportaciones anteriores, en muchos casos directamente de los propios maestros, e inician su andadura. Es la historia de, por ejemplo, el psiquiatra S. Grof, quien después de haber descubierto el fascinante uso del LSD 25 en su labor como terapeuta, y asumiendo la ilegalización de esta substancia, se lanza a buscar nuevos o viejos, pero distintos métodos para modificar la consciencia que no puedan ser prohibidos, lográndolo por medio de lo que llama la respiración holotrópica. Es también el caso del químico y etnobotánico J. Ott, quien trabajó junto a R. Gordon Wasson, y a quien se puede considerar su actual y aventajado seguidor, el cual en su reciente libro Pharmacoteon intenta rebatir la hipótesis de que la planta Peganum Harmala era el Soma de los vedas, en lugar de serlo el hongo Amanita muscaria, y lo debate como “lo hubiera hecho Wasson”. Es igualmente el caso de antropólogos relativamente jóvenes como L. E. Luna y S. Schaefer, entre otros, que centran sus investigaciones en el ámbito del uso y manifestaciones de los enteógenos en distintos pueblos indígenas, en relación a sus pautas culturales y simbólicas.

Relacionado con todo ello, en noviembre del año 1992 se dio un evento importante. El profesor y doctor en arqueología Joaquín Muñoz y entonces director de sección del INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia), México, junto al también arqueólogo Manuel C. Torres, norteamericano de origen cubano y profesor de la International University of Florida, en EE.UU., decidieron aprovechar la oportunidad del financiamiento que les ofrecía una institución y reunieron a una parte importante de los investigadores científicos actuales de todo el mundo, cuyos trabajos se orientan hacia el estudio de los enteógenos. La reunión no fue anunciada más que a los propios invitados y, aunque luego hubo sesiones a puerta abierta, la mayor parte del encuentro de una semana se realizó con la única participación de los invitados.

El objetivo era ambicioso, pero necesario: poner en común los trabajos de investigadores, provenientes de cualquier campo de la ciencia, relacionados con la modificación de la consciencia. Ello implicó, de entrada, la aceptación de una transdisciplinariedad a alto nivel (neuroquímicos, antropólogos, botánicos, arqueólogos, historiadores, etc.), riesgo que se corrió al no establecer sesiones separadas para cada disciplina, y que dio un magnífico resultado final. El distinguir campos de trabajo no sólo es posible sino también necesario por motivos prácticos y sólo pueden separarse los campos si se ha sentado conscientemente la limitación. Pero cuanto más complejos, como era nuestro caso, son los fenómenos sobre los cuales debe actuar el pensamiento, tanto más amplio debe ser el campo delimitado y el conocimiento correspondiente. En aquella conferencia, pues, se trató justamente de eliminar la separación entre campos de investigación y ver qué podía aportar cada uno, de su propia praxis científica.

La reunión se hizo en San Luís Potosí, México. Todos estuvimos en las conferencias de todos; cuando algo no se podía comprender por falta de manejo de una terminología muy específica, se preguntaba; cada uno habló en su idioma y los demás hicimos esfuerzos por entender a cada conferenciante. La misma actitud de favorecer el intercambio se puso de relieve organizando una exposición de arte plástico, a la cual se invitó a pintores y estetas europeos y americanos que trabajan sobre o desde la visión chamánica, inspirados en motivos propios de los estados modificados de consciencia, etc.

Abrió la conferencia Alexander Shulgin y detrás suyo fueron desfilando científicos y pensadores como D. Flattery, L.E. Luna, M.C. Torres, el matrimonio formado por Joaquín y Nicole Muñoz, J.C. Callaway, A. Escohotado o S. Schaefer, hasta una treintena de ponentes. P.T. Furst hizo la conferencia final leyendo un texto enviado por R. Evans Schultes, quien, a pesar de ser invitado de honor, había declinado asistir por su delicado estado de salud y su avanzada edad.

Las jornadas permitieron valorar a fondo el estado de tales investigaciones, poniendo de relieve la enorme cantidad de material descriptivo y analítico fiable de que se dispone actualmente, pero, al mismo tiempo, la falta de marcos teóricos amplios que permitan orientar las investigaciones hacia paradigmas novedosos y fecundos. Mi ponencia concreta iba en este sentido.

Los textos recopilados en este volumen provienen de la reunión de San Luís Potosí. Se trata de una muestra ilustrativa e interesante de distintas aportaciones realizadas en allí, y de la interdisciplinariedad reinante, por desgracia no tan extendida en la realidad académica como en el deseo de muchos científicos. Los artículos que siguen tratan temas referidos a casi cada continente, hay aportaciones de cada disciplina principal representada en la reunión de México y hay enfoques de predominancia teórica, y otros más históricos o más descriptivos.

El largo artículo de Richard Evans Schultes (El campo virgen en la investigación de las plantas psicoactivas) es una puesta al día de su permanente actividad investigadora en el campo de la etnobotánica y una nueva perspectiva en referencia a las plantas del Nuevo Mundo que se supone que puedan contener principios enteógenos. Jonathan Ott (La historia de la planta del Soma después de R. Gordon Wasson) contribuye con un texto muy erudito sobre las discusiones teóricas y metodológicas que siguieron a la publicación de las tesis de R.G. Wasson sobre la naturaleza muscarínica del Soma de los vedas; Ott repasa todos los argumentos a favor y en contra, y deja claramente sentado el estado de la cuestión hoy. El texto de Giorgio Samorini (La religión buiti y la planta psicoactiva Tabernanthe Iboga) aporta una interesante documentación original sobre las prácticas extáticas de la religión buiti, originaria de la selva africana ecuatorial de Gabón, prácticas secretas en las que el autor fue iniciado. Otro autor, Manuel C. Torres, es uno de los pocos arqueólogos de reconocido prestigio que ha puesto de relieve la importancia que tienen los polvos inhalantes con efectos psicoactivos para explicar la difusión de ciertos trazos iconográficos de la prehistoria sudamericana; en este volumen presenta un texto original sobre el tema (Iconografía Tiwanaku y alucinógenos en San Pedro de Atamaca, Chile). El artículo de James C. Callaway (B-Carbolinas endógenas y otros alcaloides indólicos en los mamíferos) puede resultar un texto un tanto difícil para el lector que ignore todo de la química orgánica, pero en caso contrario resultará interesante por la aportación de las recientes investigaciones sobre el problema de los enteógenos que segrega el propio cuerpo humano. Finalmente el corto texto de A. Shulgin (El arte de ver), situado a modo de introducción, tiene más de poético que de críptico o hermético, como tal vez se podía esperar de un experto como él en neurotoxinas, y, justamente porque ha sido escrito por un experto en la manipulación química de la mente, me parece un precioso y fiable reflejo de algo que C.G. Jung escribió ahora hace casi medio siglo: “pese a la tendencia materialista a entender el alma como mera copia de los procesos físicos y químicos, no hay una sola prueba que apoye esta hipótesis”. Con mi aportación cerrando el libro (¿Alucinógenos o adaptógenos inespecíficos?), se abren nuevas posibilidades teóricas para la comprensión del uso y función de los enteógenos en su relación con la vida y cultura humana. Sin duda se trata de una teoría de riesgo, pero, de momento, me siento satisfecho de su esbozo aquí resumido y estoy trabajando para apuntalarla con nuevos datos provenientes de otras campañas de investigación antropológica. Con ello queda, pues, lo que podríamos llamar un libro de posibilidades abiertas.

Para acabar, en la medida de lo posible se ha dejado, en los artículos que siguen, el estilo propio de las conferencias orales originales. Los artículos que componen la presente recopilación han sido publicados al mismo tiempo, en lengua inglesa, por la revista Integration. Journal of Mind, Moving Plants and Culture, editada en Alemania, y mi conferencia fue publicada originalmente por la Revista de Antropología Social que edita la Universidad Complutense de Madrid.

Poemas a Maria Sabina

MARIA SABINA

MARIA SABINA

Texto: Camilo Jose Cela

Traduccion al ingles: Luz Castaños and
Theodore S. Beardsley, Jr.

PART I

-Pregonero

En la serranía de Oaxaca

Crece el hongo de fray Bernardino

Los indios le dicen nanacatlh

Y con él se emborrachan y cantan

Los herejes los sabios los brujos

Las leonadas galas del teyhninti

La sangre del dulce sacrificio

La sangre del ave de la selva

la sangre del Ometepec niño

Enfermo de amor y vanidad

La sangre de los guerreros muertos

En brazos de las sucias doncellas

Al cabo de cuatro siglos largos

Nació el ángel Maria Sabina

Que come teunanacatlh amargo

Y bebe ron y anís y agua clara

La condenaron a muerte en la horca Y de nada valieron el llanto de Valentina
Pavlovna Wasson Y el fantasma de Antonin Artaud

Pidiendo caridad al demonio

Clemencia a los ángeles ruinosos

Mil llamas al Popocatepetl

el fin del mundo a los verdes dioses

Se apiade de Maria Sabina

Y del corazón de sus verdugos

Sin nombre para poder decir

Desnudos alacranes hambrientos

Calvos de tiña mansa y de tiña

Brava y de astronomía ¡legal

Amén y sobre las cien cabezas

Del cordero brille el relámpago

-Coro

El pueblo quiere ahorcar a María Sabina El pueblo quiere ver cómo el verdugo
que vino de la cuidad ahorca a María Sabina El pueblo quiere tirarle de los
pies a María Sabina ahorcada El pueblo quiere besar la falda de Maria Sabina

—María Sabina

Soy una mujer que llora

Soy una mujer que escupe

Soy una mujer que ya no da leche

Soy una mujer que habla

Soy una mujer que grita

Soy una mujer que da la vida

Soy una mujer que ya no pare

Soy una mujer que flota sobre las aguas

Soy una mujer que vuela por los aires

Soy una mujer del aire

Soy una mujer que bebe el humo

Soy una mujer de luz

Soy una mujer pura

Soy una mujer de trapo

Soy una mujer que come flores

Soy una mujer capaz de pasar hambres

Soy una mujer que pasa hambres

Soy una mujer que pasa muchas hambres . ~

Soy una mujer sin lengua

Soy una mujer de palo

Soy una mujer con ojos que ni miran ni brillan

Soy una mujer que ve en la tiniebla

Soy una mujer que palpa la gota de rocio posada sobre la yerba

Soy una mujer hecha de polvo y vino aguado

Soy una mujer que sueña mientras la atropella el hombre

Soy una mujer que siempre vuelve a ser atropellada Soy una mujer que no
tiene fuerza para levantar una aguja

Soy una mujer condenada a muerte

Soy una mujer de inclinaciones sencillas

Soy una mujer que cría viboras y gorriones en el escote

Soy una mujer que cría salamandras y helechos en el sobaco

Soy una mujer que cria musgo en el pecho y en el vientre

Soy una mujer a la que nadie besó jamas con ehtusiasmo

Soy una mujer que esconde pistolas y rifles en las arrugas de la nuca

Soy una mujer que no tiene dientes

Soy una mujer con dos filas de dientes

Soy una mujer con tres filas de dientes

Soy tina mujer a la que nacen dientes en el

paladar

Soy una mujer que come tierra

Soy una mujer que se cura las Hagas con tierra

Soy una mujer que no salta con alegría por encima de los tejados

Soy una mujer sin pezones

Soy una mujer con seis tetas como las perras

Soy una mujer a la que enterraron viva

Soy una mujer que gozó al ser enterrada viva

Soy una mujer que bebe el semen del padre en la flor de la mandrágora

Soy una mujer que fuma yerbas aromáticas en una pipa hecha de vértebras de
martir desangrado

Soy una mujer casi ciega

Soy una mujer casi sorda

Soy una mujer casi muda y paralítica

Soy una mujer que ronda los urinarios y los desmontes

Soy una mujer a la que canta el vientre

Soy una mujer que ignora el pecado

Soy una mujer que se desnuda y se viste con libertad

Soy una mujer que ríe sin motivo

Soy una mujer fiel

Soy una mujer respetuosa

Soy una mujer indecente

Soy una mujer que cría ranas y culebras de agua en el lavabo

Soy una mujer envuelta en un sudario de colores

Soy una mujer con las uñas quebradizas

Soy una mujer que se está quedando sin uñas

Soy una mujer que ya ni recuerda cuando perdió las uñas

Soy una mujer que no sabe solfeo

Soy una mujer que alimenta pulgas por caridad

Soy una mujer de aliento fétido

Soy una mujer gorda y poco sana

Soy una mujer a la que cosieron el sexo y el ano

Soy una mujer a la que nadie mira de frente

Soy una mujer que se cobija donde puede por ejemplo bajo los puentes o en la
cama de los leprosos

Soy una mujer que ama el fuego

Soy una mujer que lleva el fuego de un lado para otro

Soy una mujer incapaz de escupir fuego

PART II

-Coro

Las viejecitas impedidas quieren ahorcar a María Sabina

Las viejecitas impedidas quieren ver el gesto que pone el verdugo mientras
abraza por el aire a Maria Sabina

Las viejecitas impedidas no podrán colgarse de los pies de María Sabina

Las viejecitas impedidas quieren oler el último sudor de María Sabina

—Maria Sabina

Oye luna

Oye mujer cruz del sur

Oye mujer estrella de los navegantes

Oye cirio del muerto

Oye coneja recien parida

Oye el sol y las nubes

Oye mujer herida de muerte

Oye mujer sin alma

Oye mujer sin cuerpo

Oye mujer sin amor

Oye mujer

Oye caracol de la fuente

Oye mosca del verano

Oye lucero de la Mañana

Oye gorgojo de los ataudes

Oye Andromaca

Oye agua de la Iluvia

Oye dia luminoso

Oye negra boca del perro

Oye viuda salaz y reconfortada

Oye viuda salaz y Hermosa

Oye Maria Estuardo

Oye hospiciano de los latigazos

Oye Juana de Arco

Oye San Andres en la cruz

Oye hospiciano de los latigazos

Oye Mesalina

Oye hospiciano de los latigazos

Oye flor de la marijuana

Oye ojo pisado por las bestias mansas

Oye sacristan que roba el aceite

Oye descolorida ánima del purgatorio

Oye lechuza solitaria

Oye Nicanor

Declaro que soy una muerta que canta

Declaro que conozco la ciencia de levantar columnas con lágrimas y saliva

Declaro que sé preparar elixires de vida y pocimas de muerte

Declaro que si pido clemencia es para escarnecer vuestro corazón

Declaro que no creo en vuestra justicia ni en vuestra injusticia

Declaro que soy culpable ante la ley que os rige

Declaro que desprecio vuestra ley

Declaro que escupo vuestra ley

Declaro que siento compasión por vosotros y por vuestra ley

-Coro

¡AY! ¡AY! ¡AY! ¡AY! ¡AY!

¡Prepara la sentencia alguacil!

¡Prepara la fosa verdugo!

¡Prepara la piedra niño!

No prepares la fosa sepulturero deja que a María Sabina la devoren los
pájaros y la seque el viento

¡AY! ¡AY! ¡AY! ¡AY! ¡AY!

—María Sabina

Oye reloj del almacén

Oye rata del sumidero

Oye mocita que hoy no quieres mirarme a los

ojos

Oye zángano

Oye ramera mimosa que te dejas chupar la sangre por el zángano

Oye virgen que te miras al espejo con saña

Oye tú también verdugo de suaves maneras

Oye jugador de dados

Oye bebedor de cerveza

Oye violador de cadáveres, confidente de cadáveres, compadre de los
cadáveres

Oye tañedor de ocarina que pecas con las cabras solteras

Oye mariposa clavada con un alfiler

Oye miserable atesorador de botellas vacías

Oye Martín pescador que vuelas sobre la mar embravecida

Oye aurora boreal

Oye arco iris de sólo cinco colores

Me río de vuestra impaciencia

Me do porque sé que os voy a defraudar con mi pirueta

Me lío de que no sepáis aprovechar mejor las ocasiones

PART III

-Coro

Pedimos que el verdugo ahorque a María

Sabina

Pedimos que se reparta su carne para cocerla

en nuestros pucheros

Pedimos que la guardia ahuyente al cuervo y al gusano

Pedimos un poco de sangre reconfortadora

—Maria Sabina

El corazon de Cristo

El corazon de la Madre de Cristo

soy conocida en el cielo

Dios me conoce

Soy una mujer limpia

El pajaro me limpia

El libro me limpia

El agua me limpia

El aire me limpia

La flor me limpia

Soy conocida en el cielo,

Dios me conoce

El corazon de Cristo

El corazon de la Madre de Cristo

-Coro

AY! AY! AY! AY! AY!

Lee ya la sentencia alguacil!

Disponte a columpiarte en el aire

verdugo!

Lavate bien la boca con agua de rosas

niño!

No prepares la fosa sepulturero y ahuyenta los

Pajaros y los gusanos que la carne de Maria

Sabina es de los hombres

AY! AY! AY! AY! AY!

—María Sabina

Sabéis que amo el fuego

Sabéis que llevo el fuego de un lado para otro

Sabéis que escupo fuego si quiero hacerlo

Sabéis que soy una mujer que se lava la cara con la sangre de los mozos

Sabéis que soy una mujer que se lava la cara con la sangre de los muertos

-Coro

Si, Si, sabemos

María Sabina

Sabéis que soy una mujer que se da baños de asiento con la sangre del león

Coro

Sí, Si, sabemos

—María Sabina

Sabéis que soy una mujer que se convierte en humo

Sabéis que soy una mujer que tiene el corazón de aire

Sabéis que soy una mujer que vuela como el vilano

Sabéis que soy una mujer que flota igual que el corcho

Sabéis que soy una mujer que aún puede parir

Sabéis que soy una mujer a la que vais a quitar la vida

Sabéis que soy una mujer no más Viciosa que las otras mujeres

Sabéis que soy una mujer entera y que no llora

Sabéis que soy una mujer que os escupe a la cara

Sabéis que soy una mujer que mea con ruidoso entusiasmo

Sabéis que soy una mujer que alimenta ancianos con su leche

Sabéis que soy una mujer que canta y toca la campana

Sabéis que soy una mujer que canta y toca el violín

Sabéis que soy una mujer que vomita de asco sobre vuestras cabezas

-Coro

Disparad cohetes para que su estruendo no permita oír las palabras de María
Sabina

Pegad a vuestros hijos para que su llanto no permita oír las palabras de
Maria Sabina

Convocad la tempestad para que su quejido no permita oír las palabras de
Maria Sabina

—María Sabina

El corazón de Nuestro Señor Jesucristo

El corazón de su Santísima Madre

Me conocen los santos del cielo y los ángeles

Dios me conoce

Soy una mujer sin sangre

El pájaro me roba la sangre

El libro abierto me roba la sangre

El agua me roba la sangre

El aire me roba la sangre

La flor me roba la sangre

Me conocen los santos de] cielo y los ángeles

Dios me conoce

El corazón de la Santísima Madre de Cristo

El corazón de Nuestro Señor Jesucristo ‘

-Coro

¡AY! AY! ¡AY! ¡AY! ¡AY!

¡Atended a la lectura de la sentencia por el alguacil!

¡No perdáis detalle del esmerado oficio del verdugo !

¡Levantad a los niños sobre vuestras cabezas para que recuerden este
instante durante toda la vida!

¡Emborrachad al sepulturero y rompedle en mil pedazos el azadón!

—María Sabina

El corazón de Cristo

El corazón de la Madre de Cristo

Soy conocida en el cielo

Dios me conoce

Soy una mujer limpia

El pájaro me limpia

El libro me limpia

El agua me limpia

El aire me limpia

La flor me limpia

Soy conocida en el cielo

Dios me conoce

El corazón de Cristo

El corazón de la Madre de Cristo

-Coro

¡Desatad al verdugo! ¡Dad al verdugo un vaso de aguardiente! ¡Guardad un
respetuoso silencio cuando el verdugo cierre los ojos! ¡Viva el verdugo!

-Alguacil

Ahí la tenéis verdugo

Matadla ya

Nadie os ha de pedir cuentas de vuestra acción

-Verdugo

Perdonadme María Sabina

Es sólo un momento

Una, dos, tres

-Coro

María Sabina … María Sabina … María Sabina…

PSYCHOLOGY AND COMPARATIVE RELIGION

PSYCHOLOGY AND COMPARATIVE RELIGION: A STUDY OF THE SYMBOLISM OF THE CENTRE MIRCEA ELIADE THE VOCATION, or, if you prefer, the trade of the historian of religions is to many laymen an object of envy. Where could one find a nobler or more enriching occupation than one which involves familiarity with the great mystics in every religion, a life surrounded by symbol and mystery, and the ability to read and understand the myths of all nations? The historian of religions, thinks the layman, has an equal comprehension of Greek and Egyptian myth, of the real meaning of the Buddha’s message, of Taoist mysteries, and of the secret initiation rites of ancient societies. Perhaps such lay opinion is not entirely at fault in imagining us as constantly confronted by those problems which are the really great and important ones, and as preoccupied with deciphering all the mightiest symbols and loftiest and most complex myths to be found in the mass of material available to us. But we are, in actual fact, far more modest than this, and, I may add, infinitely more humble. There are many historians of religions who are so absorbed in some special study of their own that they know little more of Greek or Egyptian myth, of the Buddha’s message or of the techniques of Taoists or Shamans, than any well-read non-expert. Most of us have a good knowledge of only some small, meagre portion of the vast field of comparative religion. And, unfortunately, the treatment of even this small sector is usually of a somewhat external nature. It is a mere matter of deciphering, editing and translating texts, producing studies of chronology and the influences at work, writing historical monographs and accounts of monuments, and so on. Forced to narrow our field of work, we feel that our standards of scientific probity
are demanding the sacrifice of that fine spiritual career of which we dreamt when we were young.
But, with a few happy and distinguished exceptions, these excessive scientific standards have had the effect, in the long run, of alienating the educated public. These very rare exceptions apart, specialists in comparative religion are not read outside the narrow circle of their own colleagues and pupils. The public does not read our books because they are too technical, or simply because they are boring; the reason being that they are without any spiritual interest. Having heard Sir James Frazer, for example, repeating for some twenty thousand pages that everything that was thought, imagined or desired by man in primitive society, every one of his myths and rites, all his gods and all his religious experience, were nothing but a monstrous collection of stupidity, cruelty and superstition which rational progress has fortunately abolished, and having heard the same thing, more or less, repeated on every occasion, the public has at last come to accept it as true and to lose interest in the objective study of religions. Some members of it try to satisfy their legitimate curiosity by reading extremely bad books on the mysteries of the Pyramids, the miracles of Yoga, ” primitive revelations “, lost Atlantis, etc.all the shocking literature produced by dilettante neo-spiritualists and pseudo-occultists.
We are to a certain extent responsible for this state of affairs. We have made it our aim to present, at all costs, an objective study of religions, without always remembering that what we called ” objectivity ” was conditioned by the fashion of thought proper to our own time. We have been struggling for nearly a century to establish comparative religion as an autonomous discipline, and we have not yet succeeded; for, of course, it is still involved with anthropology, ethnology, sociology, religious psychology and even oriental studies. The aim of achieving, at all costs, the rank of a ” science ” has subjected comparative religion to all the internal crises through which modern science has passed: its representatives have been in turn, as some of them still are, positivists, empiricists, rationalists and historicists. What is more important, not one of the ” fashions ” which have in turn dominated it, not
one of the general, universal theories which have been applied to the phenomenon of religion, has been produced by an expert in the field. They have sprung from hypotheses put forward by eminent linguists, anthropologists, sociologists or ethnologists, and accepted one after the other by everyone, including specialists in comparative religion.
The present situation amounts to this: there has been a great advance in our knowledge of the material, which has been won at the cost of excessive specialization to the point of partly sacrificing our vocation (for most of us have become specialists in oriental or classical studies, ethnologists, etc.); and there is considerable dependence on the methods which have been elaborated by modern historiography or sociology (and a failure to remember that historical study of some myth or rite is not exactly the same thing as the history of a country or a monograph on some primitive people). One essential fact has been neglected: namely, that if we speak of ” the history of religions “, the emphasis should not be on the word history but on the word religion. For there are innumerable fields of historical work, from the history of technccs to the history of human thought; but there is only one way to approach the subject of religion, and that is to attend to religious facts. Before writing a history of anything, it is well to understand that thing itself, in itself and on its own account. Hence the importance of the work of Professor Van der Leeuw, who has done so much for the phenomenology of religion, and whose numerous brilliant publications have reawakened in the educated public an interest in comparative religion.
This renewal of interest has also been indirectly due to discoveries made by psychoanalysis and depth psychology, especially in the work of Professor Jung. It has been observed that the vast field of the history of religions represents an inexhaustible mine of material for comparison with the behaviour. of the individual and collective psyche as studied by psychologists and analysts. It is common knowledge that such use of socio-religious material by psychologists has not always won the support of students of comparative religion. We will shortly examine the objections raised against such comparisons; they are in fact often injudicious.
But let it be stated here that if comparative religionists had retained a more spiritual perspective in approaching their subject, if they had endeavoured to penetrate more profoundly into religious symbolism, many interpretations made by psychologists and psychoanalysts which now appear to the specialist to be unsound would never have been suggested at all. Psychologists have found excellent material in our books, but seldom any interpretations in depth. This has led them to supply the lack themselves, and so to take the place of the comparative religionists for the purpose of putting forward universal hypotheses which have sometimes been of over-hasty construction.
Summing up, our difficulty today is two-fold: (a) having elected to stand as an objective, ” scientific ” branch of historiography, comparative religion is obliged to meet all the objections brought against historicism as such; ( on the other hand, it is also required to meet the challenge thrown down by psychology, especially depth psychology, which has begun to work directly on historicoreligious material and propounded working hypotheses which are more felicitous, more fruitful, or at least more stimulating than those current among specialists in the field.
To make the difficulty clearer, let us turn to the subject of this article. When I say that my subject is the rites of the Centre, and the ritual approach to immortality, a comparative religionist has the right to ask me: ” What do you understand by such terms? With what rites are you concerned? With what peoples and cultures? What sort of immortality do you mean? For, ” he may go on, ” the days of Tylor, Mannhardt and Frazer are over, you know. You haven’t any right, today, to talk about myths and rites ‘in general ‘, or of any unity in primitive man’s reactions to Nature. Those general terms are mere abstractions, like that of ` primitive man’ itself. What is concrete is the religious phenomenon as it appears in history and through history. And the simple fact that it appears in history means that it is limited and conditioned by history. Then what meaning can there be in a formula like `the ritual approach to immortality’? You must say at once what immortality you are talking about. For, speaking a priori, we have no certainty that humanity as a whole has had any
spontaneous intuition or even desire for immortality. Then you talk about ` the rites of the Centre ‘. Have you, as an historian of religions, the right to do so? Can you make such a light-hearted generalization? It would be better to begin by asking in what culture, after what historical events, can be discerned a crystallisation of the religious notions of the ‘ Centre’, and of immortality. How are these notions integrated and validated in the organic system of such and such a culture? In what way have they been propagated, and among what peoples? It is only when you have dealt with all these preliminary questions that you will have the right to talk about immortality rites or Centre rites in general. Otherwise, what you produce may be psychology, philosophy or even theology, but not the true study of comparative religion.”
I regard all these objections as justified, and as an historian of religions I intend to take account of them. But I do not think they are insuperable. I know very well that we are dealing with religious phenomena, and the fact that they are phenomenathings that manifest and reveal themselves to us-means that they are stamped like a coin with the marks of the historical moment in which they came into being. There is no such thing as a ” pure ” religious fact, divorced from history and time. The noblest religious message, the most universal mystical experience, the most widespread human behaviour-like, e.g., religious fear, rites, prayers-must be particularized and delimited as soon as it begins to be. When the Son of God became incarnate as the Christ, he had to speak Aramaic; he could not behave otherwise than as a Hebrew of his own time-and not as a Yogi, a Taoist or a Shaman. His religious message, universal though it was, was conditioned by the past and present history of the Hebrew people. If the Son of God had been born in India, his spoken message would have had to conform to the structure of the Indian languages and to the historic and proto-historic traditions of that assemblage of peoples.
This statement of principle is a clear indication of the progress made in speculative thought between Kant-who must be considered the precursor of historicism-and the latest historicist and
existentialist philosophers. Man as a concrete, historical, authentic being is in situ. His own authentic existence has its place in history, in time, in his time-which is not his father’s. Nor is it that of his contemporaries in another continent or even another country. This being so, how can we have the right to speak of man’s behaviour in general? This ” man in general ” is a mere abstraction. His existence is due to a misunderstanding, an imperfection in language.
This is not the place for a philosophical critique of historicism and historicist existentialism. In any case, that critique has already been made by authors more competent than myself. We will only observe in passing that this ” historical conditioning ” of the spiritual life of man is a re-application, on a different level and with different dialectic means, of theories, now regarded as slightly out of date, of other ” conditionings “-geographical, economic, social and physiological. All are agreed that a spiritual fact, because it is a human fact, is necessarily conditioned by everything which goes to make up a man, from anatomy and physiology to language. In other words, any spiritual fact must presuppose a human being in his totality: physical entity, social man, economic man, and so on. But the sum total of these conditionings gives no exhaustive account of the spiritual life.
What distinguishes an historian of religions from an ordinary historian is that he is concerned with facts which, while they are historical facts, are manifestations of behaviour far transcending the ordinary historical behaviour of human beings. While it is true that man is always in situ, his situation is not always simply historical; it is not always, that is to say, conditioned solely by that moment of history which is contemporary with him. Man, as a totality, is aware of other conditions than his historical one. He is acquainted, for instance, with dream and day-dream states, with melancholy and detachment, with aesthetic beatitude and escape, and so on. These states are not all ” historical “,-but they are just as authentic and just as important in human existence as a man’s situation in history. Moreover, man is aware of many temporal rhythms, not only that of historical time, meaning by this his own time, the rhythm of contemporary history. Ile has
only to listen to good music, or to fall in love, or to start prayingand at once he has gone out of his ” historic present ” and rejoined the eternal present of love and religion. He only has to open a novel or watch a play in order to rediscover a different temporal rhythm-something one might term contracted time, which is certainly not the same as ordinary historical time. It has been too readily supposed that authentic existence can only be attributed to what is experienced with historical consciousness. In actual fact, the part played in the totality of human consciousness by this historical consciousness is only a minor one-quite apart from any consideration of the areas of the unconscious and the subconscious, which also form part of the total man. Indeed, the more a mind is consciously aware of itself, the more it transcends its historic limits. We have only to remember the mystics and sages of all times, and especially those of the East.
II
But we will now leave these objections which it is possible to bring against historicism and historicist existentialism, and return to our own problem-the dilemma facing the historian of religions. I was saying that the latter is too ready to forget that he is dealing with a type of human behaviour which is both primeval and integral, and that he should not therefore limit himself to a mere record of the historical events in which that behaviour is revealed; he should try to penetrate more deeply into its meaning and its internal relationships. To take an example: we now know that there are certain myths and symbols which have been propagated through the world by cultures of a certain type; myths and symbols, that is to say, which were not spontaneously discovered by primitive man, but created by a clearly defined, elaborate cultural complex, embodied in particular human societies. These creations have travelled long distances from their original home and been assimilated by peoples and societies which would not otherwise have known of them.
I think that a rigorous study of the relations between certain religious syntheses and certain forms of culture, and of the various
stages of their diffusion, should be enough to satisfy an ethnologist; but it should not be enough for a comparative religionist. Once the findings of ethnology have been accepted and integrated, he should start asking himself further questions: why was it possible for such and such a myth or symbol to be so diffused? What was it that it revealed? Why, in the process of diffusion, do certain details-very important details sometimes-get lost, while others continue to survive? What is it to which these myths and symbols represent a response, that they should spread so far afield? Such questions ought not to be left to psychologists, sociologists and philosophers, for none is better equipped to resolve them than the comparative religionist.
It is only necessary to study the problem to realise that, whether received from elsewhere or discovered spontaneously, symbols, myths and rites are always a revelation of man in his ultimate situation, not in his historical situation. What they reveal is the situation that man discovers when he takes stock of his position in the universe. The comparative religionist can fulfil his task by shedding light on these ultimate situations; it is here that his researches come to meet those of depth psychology and even philosophy. Such a study is possible, and furthermore it has already been begun. There need no longer be any hesitation in undertaking it, since depth psychology has drawn attention to the survival of mythical symbols and themes in the psyche of modern man, and showed that the spontaneous rediscovery of the archetypes found in primitive symbolism is something generally experienced amongst all men, without distinction of race or historical background. I shall shortly give some examples of such spontaneous rediscoveries, and we shall see what a comparative religionist should be able to learn from them.
But it is already becoming clear what great prospects would open before comparative religion if it could learn to profit from all its own discoveries and from those of ethnology, sociology and depth psychology. The study of man not only as an historical being but also as a living symbol could make of comparative religion-if we may be excused the use of such a word-a metapsychoanalysis. For its result would be to re-awaken and restore
to consciousness the primitive symbols and archetypes which are still living, or continuing in a fossilized state, in the religious traditions of the whole of humanity. I ventured to use the term ” meta-psychoanalysis ” because the technique to be employed will have to be something spiritual, intended to clarify the theoretical content of such symbols and archetypes, to make intelligible and coherent what is allusive, cryptic or fragmentary. I might also call it a new form of maieutics; for just as Socrates, according to the Theaetetus (149 A sq., 161 E), acted as midwife to the mind, delivering it of thoughts it contained without being aware of them, so comparative religion may succeed in bringing forth a new man; a man who will be more authentically himself and more complete, for by the study of religious traditions he will not merely have rediscovered what primitive behaviour was like, but will have become aware of the spiritual riches implicit in such behaviour.
A maieutic technique of this sort, making use of religious symbolism, will also help to free modern man from the cultural provincialism from which he suffers, and more especially from historicist and existentialist relativism. For it will become extremely plain that man stands over against history even at the very moment when he is engaged in making it, even at the very moment when he is claiming to be nothing else but ” an historical fact “. And in the measure in which a man transcends his moment in history and gives free rein to his desire to relive these archetypes in himself, he fulfils himself as an integral, universal being. In the measure in which he stands over against the historical process, modern man rediscovers his archetypal situation. His very sleep, his very orgiastic impulses are charged with spiritual meaning. The mere fact of rediscovering the rhythms of the cosmos in the heart of his own being the rhythm of day and night, or summer and winter, for instance-brings him a fuller consciousness of his destiny and significance.
Again, the study of comparative religion can help modern man to rediscover the symbolism of that anthropo-cosmos which is his own body. The achievements in this direction of imaginative techniques, especially those of poetry, are insignificant in
comparison with what comparative religion could do. Everything is there still, even in modern man; it is only a question of revivifying it and bringing it up to the conscious level. A recovery of the sense of his own anthropocosmic symbolism-which is simply one aspect of primitive symbolism-would give modern man a whole new dimension of existence, a dimension quite left out of account by current forms of existentialism and historicism. It is a primary, authentic mode of being, a bulwark against nihilism and historicist relativism, which yet in no way abstracts man from his place in history. Indeed, history itself may one day discover its own true meaning and become an epiphany of humanity in its absolute and glorious state. We need only remember the position accorded to historical existence in the Judaeo-Christian tradition to realise how, and with what sense, these words ” glorious ” and ” absolute ” could find their place in history.
Of course there is no question of pretending that the rational study of comparative religion should or can be a substitute for real religious experience, least of all for the experience of faith. But even a Christian mind will find that a maieutic technique of this sort employed by an interpreter of primitive symbolism is something fruitful. Christianity, as we all know, was the heir to very old and very complex religious traditions which survived, structurally, within the Church, though their spiritual meaning and theological bearing were changed. In any case, no believer can be indifferent to anything whatever which-to use Christian terms-is a manifestation in this world of the excellent Glory.
And finally, such a study will bring to light a fact which has until now been the object of too little attention-the fact that there is a logic of symbols, that at least certain classes of symbols show a coherency, a logical connection with one another; that they can be systematically formulated and translated into rational terms. This internal logic in symbols raises a problem big with consequences: is it that the domain of the logos extends into certain zones of the individual and collective unconscious-or are we here faced with manifestations of a trans-conscious? This is a problem which cannot be solved entirely by depth psychology, because the latter is largely concerned with deciphering symbols in
a scattered and fragmentary state appearing in minds in a condition of crisis or even of pathological regression. If we are to grasp the real structure and function of symbols, we must turn to the vast mass of material gathered by comparative religion. And even then we must know how to select. For much of our material consists of forms which are decadent, aberrant, or just mediocre. If we want to arrive at an adequate understanding of primitive religious symbolism we must select; if we were wanting to assess the literature of some foreign country we should not, after all, simply take the first ten or a hundred books we happened to find in its nearest public library. We must hope that some day historians of religion will imitate their colleagues, the historians of literature, in grading their material according to its value and the state it is in. But here, too, we are only at the beginning.
III
Primitive and traditional societies think of the world around them as a microcosm. The borders of this closed world represent the beginnings of the unknown, the formless. On one side is that space which constitutes the cosmos, because it is inhabited and organized; on the other, outside this familiar space, there is the unknown and fearful world of demons, larvae, dead men, strangers -chaos, death and night. This picture of the inhabited world as a microcosm surrounded by waste lands identified with chaos or the kingdom of the dead survived even in very advanced civilizations like those of China, Mesopotamia and Egypt. In many texts, enemies advancing to attack the national territory are identified with larvae, demons and the forces of chaos. Pharaoh’s enemies were ” sons of ruin, wolves, dogs ” etc. Pharaoh himself was identified with the god Re, the conqueror of the dragon Apophis, and his enemies with the mythical dragon.’ The fact that they are attacking and endangering the equilibrium, and indeed the very life of the city (or of any other inhabited, organised territory) is enough to identify the enemy with the demoniac
1 See my Le Mythe de l’Eternel Retour: Archetypes et repetition (Paris, Gallimard, 1949), pp. 68 seq.
powers; for they are trying to re-absorb the microcosm into the state of chaos, which means to suppress it. The destruction of an established order, the abolition of an archetypal image was the equivalent of a regression into chaos, into the unformed, undifferentiated state which preceded the cosmogony. We may observe that the same images are used in our own day to formulate the dangers menacing a certain type of civilization; the talk is still of ” chaos “, ” disorder “, ” darkness ” in which ” our world ” will go down. These are all felt as expressions signifying the abolition of an order, a cosmos, which has been built up, and thus re-immersion in a fluid, amorphous, chaotic state.
The image of the enemy as a demoniac being, an incarnation of the powers of evil, has also survived into our own day. Psychoanalysis of such mythical figures still operating in the modern world may perhaps show us the extent to which we project on to these enemies our own destructive desires. But such a problem goes beyond my competence. What I want to bring out here is that for the primitive world, generally speaking, the enemies menacing the microcosm were not dangerous as human beings, as such, but because they were incarnations of hostile, destructive powers. It is probable that the defensive systems of cities and inhabited places began in the first place as magical defences; for these ditches, labyrinths, ramparts, etc. are laid out so as to prevent invasion by evil spirits rather than attacks by human beings.’ Even late in history, in the Middle Ages, for instance, the walls of cities were ritually consecrated as a defence against the devil, disease and death. It was, of course, in no way difficult for primitive symbolism to identify a human enemy with the devil and with death. In the last analysis, the result of their attacks, diabolical or military, is always the same-ruin, disintegration and death.
Every such microcosm, every inhabited region, possesses what we may call a ” Centre “: a sacred place par excellence. Here, at the Centre, the Holy manifests itself in some total form. It may be in an elementary hierophany, as amongst ” primitives ” with
1 Cf. W. F. J. Knight, Cumaean Gates (Oxford, 1936); Karl Kerenyi, Labyrinth-Studien (Zurich 195o, Series ” Albae Vigilae “, vol. x).
totemic centres such as the caves where they bury tchuringas, etc.; it may be in the more advanced form of direct epiphanies of the gods, as in traditional civilizations. But we must not think of this symbolism of the Centre as having the geometrical implications provided by the western scientific spirit. There may be several ” centres ” for each one of these microcosms. As we shall soon see, all the eastern civilisations-Mesopotamia, India, China, etc.-have not merely one, but an unlimited number of” centres “. Furthermore, every one of them is thought of, and indeed described in so many words, as the ” Centre of the World “. Since we are here dealing with sacred space, as defined by a hierophany or constructed by a ritual, and not with profane, homogeneous, geometrical space, a plurality of ” Centres of the Earth ” within one inhabited region is a matter of no difficulty.’ We are here confronted with sacred, mythical geography, the only geography which is effectively real-not with profane, ” objective ” geography, which is in a sense abstract and non-essential, a theoretical construction of a space and a world where nobody really lives and which, consequently, nobody knows.
In mythical geography, sacred space is real space par excellence, because, as has been recently pointed out,2 for the primitive world myth is real as recounting manifestations of the true reality, which is the Holy. It is in such space that there is direct contact with the Holy-whether incarnate in certain objects (tchuringas, representations of the Divinity, etc.) or manifested in such hiero-cosmic symbols as the World Pillar, the World Tree, etc. In cultures which have the idea of the three cosmic regions of Heaven, Earth and Hell, the Centre is the point where the three intersect. Thus it is the point at which partitions can be broken and communication between the three regions made. We have reason to think that the image of these three regions is very old; it is to be found, for instance, among the Semang pygmies in Malacca: at the centre of the world there rises an enormous rock, Batu-Ribn; underneath ‘ See my Traite d’Histoire Des Religions, Payot, Paris 1949, PP. 315 seq.
2 Cf. R. Pettazzoni, Mid e Leggende (Turin, 1948), I, p. v; id., ” Verita del Mito ” Studi e Materiali di Storia delle Religioni, 1947-8, vol. xxi, pp. 104-16; G. van der Leeuw, ” Die Bedeutung der Mythen “, Festschrift fur Alfred Bertholet (Tubingen, 1949) PP. 287-93; M. Eliade, Traite d’Histoire des Religions, pp. 350 seq.
it is hell. Once there was on Batu-Ribn a tree-trunk, rising up towards heaven. I Hell, the centre of the earth and the ” gate ” of heaven are thus on the same axis; it is along this axis that it is possible to pass from one region to another. We should hesitate to accept the authenticity of this cosmological theory among the Semang, if it were not that we have some reason to think that the same theory had already appeared in prehistoric times .2 The Semang say that there was a time when the tree-trunk linked the summit of this Cosmic Mountain, this Centre of the World, with heaven. Here we have an allusion to a very wide-spread mythical theme: once, communication with heaven and relations with the Divinity were easy and ” natural “; then, because of a ritual fault, the communication was broken, and the gods withdrew still higher into their heaven. Now it is only medicine men, shamans, priests, heroes and kings who are able to re-establish communications, and that only in a transient form and for their own exclusive use .3 The myth of a primordial paradise lost by some fault is an extremely important one; but, though it does in a sense touch on my subject, I cannot discuss it here.
Let us come back to the image of the three cosmic regions linked by an axis running through the ” Centre “. We find this archetypal image especially in the ancient civilizations of the east. The name of the sanctuaries at Nippur, Larsa and Sippar was Dur-anki, ” link between heaven and earth “. Babylon had a multitude of names, amongst others ” house of the foundation of heaven and earth “, ” link between heaven and earth “. But it was also at Babylon that there was a meeting-place between the earth and the nether regions, for the town had been built upon bab-apsi, the ” gate of apsu “; apsu being the name of the waters of Chaos before the Creation. We find this same tradition among the Hebrews. The rock of Jerusalem reached far down into the waters under the earth (tehom). It is told in the Mishna that the Temple stands just above tehdm (which is the Hebrew equivalent of apsu). 1 P. Schebesta, Les Pygmies (French trans., Paris, 1940), PP. 156 seq.
2 Cf., e.g., W. Gaerte, ” Kosmische v orstellungen im Bilde prahistorischer Zeit: Erdberg, Himmelsberg, Erdnabel and Weltenstrnme “, Anthropos, 1914, ix, PP. 956-79.
3 See my article on shamanism in Revue Historique Des Religions, vol. 131, Jan. _.June 1946, pp. 5-52.
And just as at Babylon was the ” gate of apsu ” so the rock of the Temple of Jerusalem closed ” the mouth of tehdm “. We find similar traditions in the Indo-European world. Amongst the Romans, for instance, the mundus is the meeting place between the nether regions and the terrestrial world. The Italic temple was the place of intersection of the upper (divine) world, the terrestrial and the subterranean (infernal) world.’
Every city of the east, in fact, was at the centre of the world. Babylon was a Bab-ilanii, a ” gate of the gods “, because it was there that the gods came down to earth. The Chinese sovereign had his capital near the miraculous tree ” Upright Wood “, Kien-mou, where Heaven, Earth and Hell met. Innumerable further examples could be given. All these cities, temples and palaces, considered as centres of the world, are so many replicas of one primitive image: the World Mountain, the World Tree, the central Pillar which holds up the three zones of the cosmos.
The symbol of a mountain, tree or pillar standing at the centre of the world is, of course, extremely wide-spread. We need only remember Mount Meru in Indian tradition, Haraberezaiti of the Iranians, the Germanic Himingbjorg, the ” Mountain of the Lands ” in Mesopotamian tradition, Mount Thabor in Palestine (which may be tabbur, navel, omphalos), Mount Garizim, in Palestine again, which is actually called ” navel of earth “; and Golgotha, which Christian tradition regarded as the centre of the world, etc .2 The fact that a certain territory, city, temple or royal palace was at the centre of the world-i.e. at the top of the World Mountain-meant that it was the highest place in the world and hence was not covered by the Flood. ” The land of Israel was not drowned in the Flood, ” says a rabbinical text. According to Islamic tradition the highest place on earth is the Ka’aba, because ” the Pole Star shows that it faces the centre of Heaven “.3 The very names of the Babylonian sacred towers and temples indicate their assimilation to the World Mountain, i.e. the centre of the world: ” Mountain of the House “, ” House of the Mountain of all lands “, ” Mountain of tempests “, ” Link between Heaven 1 Cf. Le Mythe de PEternel Retour, PP. 32 seq.
‘- Cf. Traiti, PP. 321 seq.; Le Mythe de PEternel Retour, PP. 30 seq. 3 Cf. the texts in Le Mythe de PEternel Retour, P. 33•
and Earth “, etc. The ziqqurat was properly speaking a cosmic mountain-a symbolic image of the Cosmos. Its seven steps represented the seven heavens of the planets; mounting up them, the priest came to the summit of the Universe. The same symbolism is carried out in the vast building of the temple of Barabudur, which is built as an artificial mountain. The climbing of it is equivalent to an ecstatic journey to the Centre of the World; when the pilgrim reaches the highest terrace he breaks through into a new level; he transcends material space and penetrates into a ” pure region “. We have here a ” Rite of the Centre”.’
The peak of the World Mountain is not only the highest point on earth. It is also the navel of the earth, the point at which creation began. ” The Most Holy created the world like an embryo,” states a rabbinical text. ” As the embryo grows from the navel, so God began to create the world at the navel, and from there it spread in all directions.” ” The world was created begin ning at Sion,” says another text. The same symbolism is to be found in ancient India: in the Rig Veda, the universe is conceived as coming into being from a central point.2
The creation of man, repeating that of the cosmos, also took place at the centre of the world. According to Mesopotamian tradition, man was made at ” the navel of the earth “, at the same place as we find Dur-an-ki, the “link between Heaven and Earth “. Ohrmazd creates the first man, Gajomard, at the centre of the world. Paradise, where Adam was created of clay, is of course at the centre of the cosmos. Paradise was the ” navel of the earth “, and according to a Syrian tradition it was set ” on a mountain higher than any other “. According to the Syrian book The Cave of Treasures, Adam was created at the centre of the earth, at the very spot where the cross of Jesus was later to stand. Judaism retained the same tradition concerning the creation. The Judaic apocalypse and the midrash assert that Adam was created at Jerusalem. Since Adam was buried at the very spot where he was created-at the centre of the world, on Golgotha-the blood of the Lord redeems him too. 3
1 Texts in Traite, pp. 323 seq. z Traite, p. 324; Le Mythe, p. 36. 8 Traite. pp. 323 sea.: Le Mvthe. on. 32 sea.
The most wide-spread variant of this symbolism of the Centre is that of the World Tree, which stands in the midst of the universe and is the axis supporting the three worlds. This World Tree, its roots plunging into Hell and its branches touching Heaven, is to be found in Vedic India, in ancient China, in Germanic mythology, as well as in ” primitive ” religions. In the mythologies of Central and Northern Asia, its seven or nine branches symbolise the seven or nine zones of Heaven, i.e. the seven heavens of the planets. We have no space here to linger over the complex symbolism of the World Tree.’ What concerns us here is its role in the ” Rites of the Centre”. In general, we may say that the majority of the sacred and ritual trees encountered in the study of comparative religion are replicas, imperfect copies, of the archetype of the World Tree. This means that sacred trees are considered as being at the centre of the world; and the ritual trees or stakes consecrated before or during a religious ceremony are so to speak magically projected into the centre of the world. We must here be content with a few examples.
In Vedic India the sacrificial stake (yupa) is made from a tree identified with the Universal Tree. While it is being cut down, the sacrificing priest addresses it as follows: ” Let not thy top tear Heaven, let not thy centre injure the air . . .” Here we have the World Tree itself. From the wood of this Tree is made the sacrificial stake, and the latter becomes a sort of cosmic pillar: ” Rise, O Lord of the forest, on the summit of the earth! ” it is invoked in the Rig Veda (III, 8, 3). ” With thy top thou dost support Heaven, with thy middle part thou dost fill the air, with thy foot thou dost make firm the Earth,” proclaims the Satapatha Brahmana (III, y, I, 4).
The setting up and consecration of this sacrificial stake constitute a ” Rite of the Centre “. Being identified with the World Tree, the stake in its turn becomes the axis linking the three zones of the cosmos. Communication between Earth and Heaven is made possible by the mediation of this pillar. The sacrificing priest does in fact climb skyward, alone or with his wife, up this stake which ritual has transformed into the Axis of the World. 1 Cf. Traite, pp. 236 seq.
Setting a ladder against it, he says to his wife, ” Come, let us go up to Heaven! ” His wife replies ” Let us go up ! ” (Sat. Br., V, 2, I, 9). They begin to climb the ladder. At the top, touching the capital of the column, the priest cries ” We have reached Heaven! ” (Taittiriya Samhita, Sat. Br., etc.). Or, as he climbs up the steps, he stretches out his hands, like the wings of a bird, and cries, as he reaches the top, ” I have reached Heaven and the gods: I have become immortal! ” (Taittiriya Samhita, I, 7, 9). ” Truly “, says the Taittiriya Samhitd (VI, 6, 4, 2) again, ” the priest makes himself a ladder and a bridge by which the heavenly world can be reached “.
It has been possible to erect this ladder, or bridge, because the place is a Centre of the World. So too with the ladder Jacob saw in his dream which touched the heavens. And ” the angels of God ascended and descended on the ladder” (Gen. xxviii. i I seq.). The Indian rite alluded to immortality as being obtained by this ascent to Heaven. As we shall shortly see, many other ritual approaches to the Centre involve a conquest of immortality.
This assimilation of the ritual tree to the World Tree is even more transparently obvious in the shamanism of Central and Northern Asia. The climbing of such a tree by a Tatar shaman signifies his ascent into Heaven. Seven or nine notches are cut in the tree, and as he climbs up them the shaman declares in so many words that he is climbing into Heaven. He describes to the congregation everything that he sees in each of the heavenly zones as he penetrates into it. In the sixth heaven he venerates the moon., in the seventh the sun. Finally, in the ninth, he prostrates himself before Bai Ulgan, the Supreme Being, and offers him the soul of the horse that has been sacrificed.’
The tree is a replica of the World Tree, rising in the middle of the universe; at the top is the supreme god, or the sun-god. The seven or nine notches in the shaman tree symbolise the seven or nine branches of the World Tree, i.e. the seven or nine heavens. The shaman, moreover, is conscious of other mystical links between himself and the World Tree. In the dreams he has at
1 Cf. the material and bibliography in my Le chamanisme (Paris, 1951), pp. 29 seq., 171 seq.
the time of his initiation the future shaman is said to approach the World Tree and to receive three branches from it, from the hand of God Himself, to use as the barrels of his drums.’ The drum has a most important part to play at shamanite seances. It is chiefly by the use of their drums that shamans induce ecstasy. Now, if we remember that these drums are made of the very wood of the World Tree, we can understand the symbolism and religious value of shaman drum-beats. As he beats his drum the shaman is projected, in ecstasy, to the proximity of the World Tree .2 We have here a mystical journey to the ” Centre “, and so to the highest Heaven. Thus both his climb up the ceremonial column with its seven or nine notches, and the beating of his drum, are for the shaman journeys to Heaven. But he is only able to break through from one cosmic level to another, so as to be able to ascend or fly in ecstasy through the Heavens, because he is conscious of being at the very Centre of the World. For, as we have seen, only in such a Centre is it possible to communicate between Earth and Heaven and Hell .3
IV
Very probably, at least in these Central Asian and Siberian religions, the Centre symbolism has been influenced by cosmological schemes derived from Indo-Iranian, and ultimately Mesopotamian, sources. This seems evident from, amongst other things, the importance of the number seven. But it is important to distinguish between a borrowed cosmological theory elaborated round the symbol of the Centre-like that of the seven zones of heaven-and the Centre symbol itself. As we have already seen, from its presence among the pygmies o£ the Malacca peninsula, this symbolism is extremely old. And even if we could assume
‘A. A. Popov, Tavgijcy. Materialy po etnografi avamskich i vedeevskich tavgicev (Moscow-Leningrad, 1936), pp. 84 seq; see my Le chamanisme et les techniques archaiques de l’extase, pp. 16o seq.
z Cf. E. Emsheimer, ” Schamanentrommel and Trommelbaum “, Ethnos, vol. iv, 1946, pp. 161-81.
Initiatory climbing of a ceremonial tree is also to be found in the shamanism of Indonesia, South American (Araucan) and North America (Pomo): cf. my book Le chamanisme.
some remote Indian influence on these Semang pygmies, we should still have to explain the Centre symbolism to be found in various prehistoric remains (the World Mountain, the Four Rivers, the Tree and Spiral, etc.). Further, it has been shown (by the Graebner-Schmidt school) that the symbol of the world-axis is already to be found in such primitive cultures as those of the Arctic and North American peoples; amongst these peoples the central roof-tree is assimilated to the World Axis. At the foot of this beam offerings are laid in honour of the heavenly powers, for it is only up this axis that they can ascend to heaven. When the type of house changes, the but giving place to the yurt (as amongst the pastoral peoples of Central Asia, for instance), this mythico-ritual function of the roof-tree is preserved with the help of the central chimney-hole. When sacrifice is to be offered, a tree is brought into the yurt, and set up with its top sticking up through this hole. The tree has seven branches, for the seven spheres. Thus the house is made one with the Universe, and regarded as being at the centre of the world, for its chimney-hole is set facing the North Star.
I shall return shortly to this symbolic identification of the house with the Centre of the World, for it demonstrates a most instructive aspect of the religious behaviour of primitive man. But for the moment, let us pause and consider the ” ascension rites ” which take place at the Centre. The Tatar or Siberian shaman, as we have seen, climbs up a tree, and the Vedic priest goes up a ladder. Both rites have the same purpose of effecting an ascension into heaven. Many myths speak of a tree, a liana, a rope, a thread of spider’s web, or a ladder linking earth to heaven, by which certain privileged beings can really climb up to heaven. We have seen that there are rites-Shaman tree and Vedic columncorresponding to these myths. An important part is also played by the ceremonial stair. I will give only a few examples: Polynaeus (Stratagematon, VII, 22) speaks of Kosingas, a priest-king in Thrace, who threatened his subjects that he would leave them by going up a wooden stairway to the goddess Hera. This shows that there was in existence a ritual stair, and that it was believed 1 Q- l o chamanisme, nn. 235 sea.
that the king could go up it to heaven. It is probable that an ascension into heaven by going up a ceremonial stair formed part of one of the Orphic initiations. We certainly find it in Mithraic initiation. In the Mithraic mysteries the ceremonial ladder (climax) had seven rungs, each one made of a different metal. According to Celsus (Origen, Contra Celsum, VI, 22), the first rung was of lead and corresponded to the heaven of the planet Saturn, the second of tin (Venus), the third of bronze (Jupiter), the fourth of iron (Mercury), the fifth of ” the alloy used for coins ” (Mars), the sixth of silver (the moon), the seventh of gold (the sun). The eighth rung, says Celsus, represents the sphere of the fixed stars. As he went up this ladder, the initiate passed through the seven heavens and mounted to the Empyrean; just as a man could climb to the highest heaven up the seven levels of the Babylonian ziqqurat, or pass through the various regions of the cosmos by climbing the terraces of the temple of Barabudur, which was, as we have seen, both a World Mountain and an imago mundi.
It is easy to see in this Mithraic ladder a World Axis, standing at the centre of the universe; for it was here that a ” breakthrough ” from one level to another had to take place. ” Initiation “, as we know, meant the death and resurrection of the neophyte, or, in other terms, a descent into hell followed by an ascent into heaven. Death-whether in an initiation or not-is the supreme break-through. That is why climbing is the symbol for it; there are many funeral rites which utilise ladders or stairways. The soul of the dead man walks up the paths of a mountain, or climbs a tree, or a creeper, to reach heaven. This idea is to be found practically everywhere in the world, from ancient Egypt to Australia. The ordinary Assyrian expression for dying is ” to take hold of the mountain “. In Egyptian too, ” to take hold ”
is a euphemism for ” to die “. In Indian mythical tradition, Yama, the first man to die, ” climbed the mountain ” and traversed ” the high passes ” to ” show the way to many men ” (Rig Veda, X, 14, I). The way of the dead, in popular Uralo-Altaic belief, is a way up the mountains; Bolot, the Kara-Kirghiz hero, and Kesar, the legendary king of the Mongols, penetrate into the other
world, in their initiatory trials, through a cave at the top of the mountains; similarly, the shaman’s descent into hell is through a cave. Egyptian funeral texts used the phrase asket pet (asketstep) to indicate that Rd’s ladder is a real ladder, linking Earth and Heaven. ” The ladder is set up for me to see the gods “, says the Book of the Dead; and again, ” The gods make him a ladder, that he may use it to go up to heaven.” In many earlyand middle-dynasty tombs, amulets have been found representing a ladder (maqet) or stair. And the use of a ladder in funeral rites is still to be found today: many primitive Asiatic peoples–the Lolos and the Karens, for instance-place ritual ladders on their tombs by which the dead are to climb up to heaven.
V
We have just seen that an extremely rich symbolism attaches to the stairway-rich, but quite coherent. It is an image of that break-through from one level to another which makes possible a passage from one mode of being to another; in cosmological terms, makes possible communication between Heaven, Earth and Hell. Hence the important part played by stairways and climbing in rites and myths of initiation and in funeral rites, to say nothing of royal and sacerdotal enthronements, and marriage rites. Now, it is well known that climbing and step symbolism often appears in psychoanalytical literature, which indicates that we have here a primitive characteristic of the human psyche, and not merely a product of history, dating from some particular period such as that of ancient Egypt or Vedic India. I will here give only one example of a spontaneous rediscovery of this primitive symbol.=
In his Journal for the fourth of April, 1933, Julien Green observes: ” In all my books, it seems that the idea of fear, or of any other fairly strong emotion, is linked in some inexplicable way to that of a staircase. I noticed this yesterday when I was thinking 1 See Traite d’histoire des Religions, pp. 96 seq.
2 See my study, ” Durohana and the ‘waking dream’ “, Art and Thought, A volume in honour of the late Dr. Ananda K. Coomaraswanmy (London, 1947), pp. 2o9 seq.
about the novels I have written . . . [He gives references.] I am wondering how I can have repeated this effect so often without noticing it myself. As a child I used to dream that I was being chased on a staircase. My mother had fears of a similar kind when she was young; perhaps something of this has remained with me . . . ”
It is easy to see why he associated the idea of fear with the image of a staircase, and why the crises he described in his books -love, death or crime-took place on a staircase. Climbing, going up steps, symbolise a journey towards absolute reality; any ordinary person approaching such a reality is conscious of an ambivalent sensation-fear and joy, attraction and repulsion, etc. The symbol of a stairway carries the ideas of sanctification, death, love, and liberation. And each of these aspects of existence represents an abolition of commonplace humanity, a break in the level of being: love, death, holiness, metaphysical knowledge are ways by which man passes, as the Brihadaranyaka Upanisad says, ” from the unreal to reality “.
But we must not forget that a staircase only symbolizes these things because it is felt as something that stands in the centre, and thus makes possible communication between the different levels of being; because, in fact, it is a concrete form of the mythical ladder, creeper, thread, World Tree or Universal Pillar which links together the three zones of the cosmos.
As we have seen, it was not only temples that were considered as being at the Centre of the World, but any holy place, any place where the Sacred penetrated into profane space. Moreover, such points of sacred space could be constructed. But their construction amounted in a sense to a cosmogony, a creation of the world; this is easy to understand, since, as we have seen, the world was created embryonically, from a centre. Thus, for instance, the construction of the Vedic fire-altar was a reproduction of the creation of the world, and the altar itself was a microcosm, an imago mundi. The water in which the clay is mixed is the primordial Water, says the Satapatha Brahmana (I, 9, 2, 29; VI, 5, I seq., etc.), the clay of the altar’s base is the Earth; the sides represent the Air, etc. (We should perhaps add that this also implies a construction of
cosmic time, but there is no space to treat of this question here: cf. Le Mythe de l’Eternel Retour, pp. 122 seq.).
We need not linger on the fact that ritual construction of the Centre is of frequent occurrence. But I will point out one important matter: in proportion as holy places, temples or altars of long standing lose their religious efficacy, other formulas are discovered and applied-geomantic, architectural or iconographical formulas which represent, sometimes in an amazing manner, this same symbolism of the Centre. Let us consider, as an example, the construction and function of the mandala.1 The term means ” circle “; in Tibetan usage it is sometimes translated by ” centre “, sometimes by “that which surrounds “. A mandala in fact consists of a series of circles, whether concentric or otherwise, within a square. The various divinities of the Tantric pantheon come and take up their positions within this diagram, which is drawn on the ground with coloured threads or coloured rice-powder. The mandala is at once an imago mundi and a symbolic pantheon. Initiation consists in a penetration by the neophyte into the different zones and different levels of the mandala. This rite of penetration may be considered as the equivalent of the rite of walking round a temple (pradaksina), or that of the gradual ascent, terrace by terrace, to the ” pure ground ” of the highest level of the temple. On the other hand, the neophyte’s penetration into the mandala is like initiation by penetration into a labyrinth; some mandalas have, indeed, a definitely labyrinthine character. Its function may then be considered as at least two-fold; on the one hand penetration into it is equivalent to an initiation ritual; on the other, it ” defends ” the neophyte from all harmful external forces, helping him to concentrate, to discover his own ” centre “.
But every Indian_ temple is a mandala, seen from above. Every Indian temple is both a microcosm and a pantheon. Then why make a mandala? What need is there for any new “Centre of the World “? It is simply that certain devout people, feeling the necessity of a more authentic and profound religious experience,
1 See my Techniques du Yoga (Gallimard, 1948), pp. 185 seq.; Giuseppe Tucci, Teoria e pratica del mandala (Rome, 1949); on mandala symbolism, see C. G. Jung, Psychologie and Alchemie (Zurich, 1944) PP. 139 seq.; Gestaltungen des Unbewussten (Ziirich, 1950), pp. 187 seq.
found that the ancient ritual had become fossilized. The building of the fire-altar, the ascent of the terraces of a temple no longer made it possible for them to discover their own ” Centre “. Unlike primitive man and Vedic man, the man of this Tantric phase discovered the need of a personal experience in order that certain primal symbols should come to life once more in his consciousness. This is why some Tantric schools renounced the use of the external mandala and had recourse to an interiorised one. This might be of two kinds: (i) a purely mental construction, playing a ” supporting ” role in meditation, or (2) a discovery of the mandala in one’s own body. In the first case, the Yogi enters mentally into the mandala and so effects both an act of concentration and a defence against distractions and temptations. The mandala concentrates, preventing dispersal and distraction. The discovery of the mandala in one’s own body indicates a desire to identify oneself as a mystical organism with the microcosm. A more detailed analysis of this penetration, by the techniques of Yoga, into what one might call one’s ” mystical body “, would take us too far. I will only say that the successive re-animation of the chakras-the ” wheels ” (circles) which are regarded as so many points of intersection of cosmic life and mental life-is identified with an initiatory penetration into the interior of a mandala. The awakening of the Kurdalini is equivalent to a break-through between ontological levels, i.e. to a full and conscious realization of the symbolism of the ” Centre “.
We have just seen that the mandala can., simultaneously or successively, sustain a concrete ritual, or an act of spiritual concentration, or a technique of mystical physiology. This multivalence, this capacity for operating on many different, though related, levels, characterises Centre symbolism in general. This is easily understood; for every human being tends, even though unconsciously, towards the Centre, and towards his own Centre, where he can find integral reality-” sacrality “. This deeply-rooted desire in man to be at the very heart of reality, at the very Centre of the World, where he can communicate with Heaven, explains the unrestricted use made of ” centres of the world “. We have seen, above, how the house is identified with the Universe, the
hearth or chimney-hole with the Centre of the World. And so all houses-like all temples, all palaces, all cities-stand on one and the same spot, which is the Centre of the Universe.
Is there no contradiction here? There is a mass of myths, symbols and rituals which all with one accord stress the difficulty that there must be in penetrating to the Centre; and, on the other hand, there is this series of myths and rites which affirm that the Centre is accessible. Pilgrimage to the Holy Places, for instance, is difficult; but any visit to any church counts as a pilgrimage. The World Tree cannot be reached; yet it is to be found in any yurt. The way which leads to the Centre is thick with obstacles; yet every city, every temple, every house is already at the Centre of the Universe. The sufferings and trials which Ulysses must undergo are fabulous; yet any and every return home is ” the same ” as the return of Ulysses to Ithaca.
What all this seems to show is that man cannot live except in a sacred place: except in the Centre. We see that there is one group of traditions witnessing to man’s desire to be at the Centre without effort, and another which insists on the difficulty, and hence the merit, of reaching it. I am not here concerned to go into the history of each. The fact that the first-the one that admits the possibility of the Centre’s being constructed in a man’s own house, the ” easy ” tradition-is to be found practically everywhere, suggests that it is the more significant one. It manifests a particular human situation which we might designate ” nostalgia for paradise “. This is to be understood as a desire to be, permanently and without effort, at the Centre of the World, at the heart of reality; to be able, naturally, to transcend our human condition and recover the divine condition-in Christian terms, the condition before the Fall.’
I should like to complete this study by recalling a European myth which, though it has only an indirect connection with Centre symbolism and rites, gathers them up and integrates them into a still vaster symbolism. It is a particular detail in the legend of Parsifal and the Fisher King.’ A mysterious, paralysing sickness 1 Cf. Traite d’Histoire des Religions, pp. 326 seq.
2 Perceval, ed. Hucher, p. 466; Jessie L. Weston, From Ritual to Romance (Cambridge 1920, pp. 12 seq.). The same motif appears in the Gawain Cycle (Weston, ibid.).
has come upon the old King, the holder of the secret of the Graal. Nor is it he alone who suffers; everything around him is falling into ruin and decay: palace, towers, gardens. The animals no longer breed, the trees do not bear fruit, the wells are drying up. Many doctors have tried to cure the Fisher King-without effect. Day and night, knights ride in and ask, as their first care, for news of the King’s health. One knight, and one only-poor, unknown, something of a laughing-stock-gives no heed to considerations of polite ceremonial. His name is Parsifal. Regardless of conventional courtesies, he goes straight to the King, approaches him, and asks, without any preamble: ” Where is the Graal? ”
In an instant, everything is changed. The King rises from his bed of sickness, the brooks and fountains flow again, plants begin to grow, the castle is miraculously restored. Parsifal’s words were enough to bring all Nature to rebirth. Those few words contain the central question, the only one which could arouse not only the Fisher King but also the whole Cosmos: where is the supreme reality, the Holy, the Centre of life, the source of immortality? Where is the Holy Graal ? No one, before Parsifal, had thought to put the central Question-and the world was dying of this metaphysical and religious indifference, lack of imagination, lack of desire for reality.
This detail from a magnificent European myth reveals at least one hidden aspect of the Centre symbol: not only is there a deep solidarity between the life of the universe and the salvation of man, but-it is enough simply to put the question of salvation, it is enough simply to state the central problem, the problem, for the life of the cosmos to be forever renewed. For death, this fragment of a myth seems to be telling us, is often only the result of our indifference to immortality.

Tras las huellas de Terpsícore

escrito por Vanegas Hernández, M.F.
martes, 07 de febrero de 2006

La danza, un fuerte elemento de comunicación

“Adiós mundo desdichado, adiós dulce vida, adiós.

Adiós montes, fuentecillas, adiós bosques y colinas.

Y a ti infeliz patria nuestra, adiós para siempre adiós.

Las suliótisas no solo aprendieron a vivir,

saben también dar la vida, antes que volverse esclavas.

Como si a una fiesta fueran, llevando lilas floridas

al Hades van descendiendo, con cantos, con alegría.

No vive el pez en la tierra, ni en arenal la flor.

Las suliótisas no pueden vivir sin la libertad.

Danza de Zalongo

Cuenta la historia, que las mujeres del pueblo de Zalongo en Grecia hace muchos siglos atrás, ante la inminente llegada de los invasores a su población, decidieron lanzarse desde los acantilados al abismo junto con sus hijos, mientras danzaban y cantaban la decisión que habían tomado: morir dignamente en vez de padecer una esclavitud de por vida.

A muchos kilómetros de distancia, la tribu Arapaho en Norteamérica, realizaba alrededor del año 1880 la llamada “Danza del espíritu”, una serie de movimientos y cantos amenizados por los efectos alucinógenos del peyote, una planta originaria de México que les daba la fuerza a los indígenas para autoafirmarse como grupo y aniquilar a uno que otro colono blanco y no recordar nada al día siguiente.

La danza. ¿Cuál es la magia de este arte para ser un elemento de comunicación tan fuerte para el hombre?

“Danzar es organizar y crear un caos coherente”

Alberto Dallal

Bailar es una actividad natural del hombre que ha estado ligado a él desde sus orígenes. Cuando hablar no era posible, el gesto, el contacto físico era el que permitía hacerle entender al otro que había visto un enorme oso en lo alto de la colina. El movimiento le enseñó al hombre a imitar lo que veía, recrear la realidad que lo rodeaba asumiendo un rol en donde los brazos se convertían en alas mientras subían y bajaban, el torso al ritmo del arrastrar de la serpiente indicaba el peligro que se acercaba o simular las patas de un flamingo elevando las piernas o el correr del viento, llevó a que la danza se convirtiera en “la madre de las artes” como dice Sachs.

Haciendo tangibles las percepciones del mundo a través de la danza, el hombre al comunicar, conoció su entorno y a la vez descubrió la utilidad de su cuerpo, la primera arma que tuvo para dominar al mundo a medida que lo expresaba. La danza permitió que desde la Edad de Piedra los primeros grupos humanos pudieran organizar sus primeros códigos comunicativos y se apropiaran del espacio para dominarlo. Así el hombre pudo cazar al oso en compañía, invitando a sus amigos a tráves de la danza como lo hacen las abejas, avisar que caería una tormenta o simplemente explorar y someter de forma organizada todo lo que la naturaleza le brindaba en desorden.

“El movimiento es el más poderoso y el más peligroso medio conocido del arte”

Martha Graham

Cuando el hombre aprende a mover su cuerpo y después a hablar, comienza la magia de la danza, porque es a partir de esas dos actividades básicas que el ser humano se diferencia de los animales. El consciente colectivo ya tenía formas de expresarse, el lenguaje del cuerpo tangible le dio vida a aquel que no veía, aquel que era más fuerte que el grupo social y que lo determinaba desde el más allá. El baile se unió a la leyenda, alimentó el mito y le dio poderes al hombre para comunicarse no solo con el otro al que podía ver, sino con sus superiores invisibles que regían su vida.

La danza con su nuevo caracter mágico socializó al hombre porque le dio un papel específico dentro de su grupo. Durante las ceremonias religiosas, el individuo interpretaba a alguien que no era él para entenderse con los demás. La danza fue el primer intento de red, una conexión que comunicaba al hombre con los otros, con las fuerzas de la naturaleza, con los espíritus, con los animales y se convierte en el legado de las costumbres, religiones y guerras de los pueblos; el hombre se mira a sí mismo y desea mantener viva su esencia, incluso su instinto guerrero.

En Oceanía por ejemplo, los indígenas maoríes de Nueza Zelanda utilizan la danza haka como expresión guerrera en la que al son de las palmas y de golpear los pies contra el suelo, enseñan la genealogía de su pueblo y sus victorias alcanzadas; los ya mencionados indígenas arapaho realizaban la “Danza del sol” para llamar al espíritu guardián que los protegía durante los combates con otras tribus, y algunas danzas primitivas griegas como las ménades (sacerdotisas de Dionisios) permitían entrar en contacto con los dioses.

“Musa, deja las quemas a un lado y canta y baila conmigo

las bodas de los dioses y los banquetes de los hombres y las fiestas de los felices”

Estesí Corosi, siglo VII a.C.

Continuando con el ritmo histórico, un campesino llamado Hesíodo que en el año 700a.C. vivía en Beocia en las laderas del monte Helicón en Grecia, sufrió una extraña aparición en donde nueve hermosas mujeres le dieron una vara de laurel y le infundieron una voz divina para que viera lo venidero y lo pasado y pudiera escribir así su obra “Teogonía”. De aquel bello encuentro con las féminas que él llamó musas y que pudieron haber sido el resultado de una buena noche etílica, la danza se encarnó en una persona, ya no era solo un canal o una serie de códigos para transmitir un mensaje, sino que se convirtió en emisora y perceptora de los movimientos del cuerpo.

Terpsícore, una dama de proporciones esbeltas vestida con una túnica sin mangas y una guirnalda entre los brazos había nacido para la danza y bailaba al son de la lira y la cítara. Hija del dios de dioses del Olimpo, Zeus, y de la diosa de la memoria Mnemosine, o de Urano y Gea en la mitología romana, fue elegida para representar la poesía ligera y la danza, y también se le considera la madre de las sirenas que nacieron de un amorío que tuvo con el dios-río Aqueloo.

Desde las altas culturas antiguas hasta la representación en una mujer que al principio era una ninfa que habitaba los ríos y los bosques, la danza se involucra en todos los campos de la vida del hombre y comienza a ser un sello de reconocimiento propio. Entra a ser parte de lo sagrado (hierático), a comunicar el sentimiento, las creencias y el tributo que se le rinde a un ser superior y de lo profano, la diversión pública y popular del hombre y sus relaciones con los demás como ser social que desea dar a conocer quién es y a cuál grupo pertenece.

La Biblia cuenta cómo bailar era una actividad muy común entre los hebreos, el rey David bailaba y las vírgenes de Israel también lo hacían para conmemorar acontecimientos importantes. En Grecia la danza educaba; era como tomar Coca-Cola que con todo sabía bien: desde las ceremonias más solemnes hasta el ditirambo en honor a Dionisios en donde un celebrante y cincuenta danzantes interpretaban el ciclo de la vida, o en Roma en donde la danza se convierte en una necesidad social y sexual, símbolo de la locura y el desenfreno de una cultura abierta a todo.

La danza con su caracter mágico, religioso, lúdico y comunicativo podríamos decir entonces que es una forma de discurso porque plantea una muestra de identidad dentro de una escena, esa idea la aprecia e interpreta un público hacia el cual la danza va dirigida. Así como en el discurso se utiliza un tono de voz y unos ademanes específicos, la danza trata de persuadir con el vestuario, los colores, el ritmo de la música, los movimientos, el maquillaje y las máscaras; todo un paquete de información que le llega al espectador y puede llegar a transformarlo a partir de lo que le haya quedado de ella.

“Danza como expresión de formas de vida estructuradas”

Alberto Dallal

En Egipto y Mesopotamia apareció la danza como arte con el danzante profesional, creado por la aristocracia de estos pueblos, para que realizaran espectáculos que los entretuvieran. Los incas en el Perú combinaron la música, la danza y la poesía en un escrito llamado qhashwa, la canción de la alegría y la diversión. En Grecia y Roma, las fiestas dionísiacas o bacanales no solo recordaban al dios del vino sino el propio arrebato de la carne del hombre. En la Edad Media la danza coartada por la Iglesia evoluciona desde el anonimato exaltando la muerte y lo macabro. Hoy, los love parades o fiestas de trance enloquecen a los jóvenes, y los pasos del baile de moda “aserejé” los enseñan hasta en los noticieros de televisión.

Es así como tras las huellas de Terpsícore se encuentra la magia de la danza como pilar fundamental del desarrollo de las culturas y las artes en el mundo. El fin de bailar no solo es de realizar un espectáculo agradable y coordinado a la vista para causar admiración o risa. La danza es un libro que solo necesita la armonía del cuerpo humano y los ritmos musicales como materias primas para explicar la historia de un grupo social que se apropia de un espacio a través del movimiento para volverse una unidad y sentirse un ser superior.

El cuerpo por sí solo comunica: tango, danza árabe, tailandesa, hindú, griega, egipcia, merengue, salsa, champeta, esconden tras el mover de las manos y las piernas y el cimbrear de las caderas, el pensamiento del ser humano. Calíope con la poesía épica, Clío y la historia, Polimnia y la pantomima, Euterpe y su música, Erato con la lírica coral, Melpómene y Talía con la tragicomedia, Urania y la astronomía y Terpsícore a través de la danza, fueron el intento mitológico de la antigüedad para explicar las diversas facetas del comunicar del hombre; como él logra hasta nuestros días expresarse a través del arte.

Susurradores de caballos

LA VANGUARDIA 31/07/2003

JUAN ARAQUISTAIN, “SUSURRADOR” DE CABALLOS

Tengo 36 años. Nací en Barcelona, pero viví temporadas de mi niñez en el valle navarro de Lecumberri. Estoy casado y tengo cuatro hijos, de 8 años a pocos meses. Soy liberal. Soy católico practicante. Estoy enamorado de los caballos: cuido 30 propios y otros tantos ajenos. Practico la doma natural, basada en observar y entender al caballo.

VÍCTOR-M. AMELA -Qué es un “susurrador de caballos”?

Ese término se ha hecho famoso por algún libro y, sobre todo, por
aquella película de Robert Redford, pero…

–¿Qué?

A mí no me gusta, porque parece sugerir que se trata de algo misterioso, mágico…

–Ah, pues me han dicho que usted lo es.

Pues yo no tengo poder sobrenatural alguno, ni un don, ni nada mágico. Se trata de saber conectar con el caballo, tranquilizarle, entenderle… y entonces el caballo responde.

–Y a eso se le ha llamado “susurrador”…

Sí, y es lo que hacían los antiguos chamanes indios: sabían relacionarse con los caballos más difíciles. Y conocían ciertas plantas para calmarles dolores y tranquilizarles, y lo rodeaban todo de ciertos rituales.

–Y les susurraban al oído a los caballos…

Sí, pero se trataba sólo de calmar al caballo, de ganar su confianza. Eso que parecía un poder secreto fue sistematizado por dos norteamericanos, los hermanos Dorrance.

–Pero, dígame, ¿existe un idioma equino?

A un caballo puedes decirle “sígueme” y que te siga, pero deberás actuar con él como si tú fueras otro caballo: se trata de un conjunto de actitudes, de gestualidad corporal…

–¿Me enseña?

Hay una cosa que debe saber: usted es un carnívoro depredador (ojos juntos en la delantera del rostro, orejas pegadas al cráneo) y un caballo es herbívoro, o sea, presa (ojos separados, orejas erguidas y móviles). Y reacciona como presa: al menor riesgo, ¡huye!

–Oiga, nadie me había descrito antes como depredador.

¡Pues así le ve el caballo! Y como depredador actúa usted, aunque no se dé cuenta.

–Pues no me doy cuenta. ¿Por qué lo dice?

Si usted tiene que coger una cosa, se acerca en línea recta a esa cosa, extiende la mano y la coge directamente. ¡Depredador! Un caballo, en cambio, primero mira de refilón, se acerca un poco, luego retrocede, da un rodeo, se acerca de lado, mira alrededor, se acerca, se aleja… y al final llega a la cosa.

–Ya veo la diferencia. Entendido.

Actúe de ese modo con los caballos… ¡y le irá bien! Y tiene una ventaja: los caballos en manada delegan en un líder. Si sabe hacerlo usted bien, puede convertirse en su líder.

–Estupendo.

¡Pero no les falle! En manada, si un líder comete un solo error y ello perjudica al grupo, ¡deja automáticamente de ser líder! Y otro caballo pasa a asumir esa función.

–Son más prácticos que los humanos, veo.

Lo que un caballo quiere, fundamentalmente, es estar tranquilo. Nada más. Así que quien le garantice tranquilidad –el más prudente y experimentado–, ése será su líder.

–No el más fuerte.

No. Los caballos no son competitivos.

–Pero he visto peleas de caballos.

En caballos domésticos, en situación artificial, de cautividad. ¡Por eso los tengo aquí en la mayor libertad posible! En libertad, si alguien pretende dominarlos, ellos se largan.

–Pero usted pretende dominarlos…

Pero sin violencias. Sin que huyan.

–¿Y cómo…?

Con un lenguaje corporal relajado. ¡Pienso y actúo como lo haría un caballo! Y como su líder: siendo claro, mostrando confianza en mis decisiones… y escuchando al caballo.

–¿Y funciona?

Mi máxima emoción con un caballo fue con uno nervioso que, cierta vez que salimos al campo, al detenernos a descansar, el caballo se tumbó… ¡y se echó un sueñecito!

–¿Por qué le emociona eso tanto?

¡Eso es como exponerse al primer depredador que pase! Al dormirse
expresó su máxima confianza en mí, su total tranquilidad.

–Usted es un psicólogo equino, más bien…

Bueno… Cualquier ser que se le acerque a menos de 100 metros es una amenaza para un caballo. ¡El miedo ha sido su recurso de supervivencia.., y mi objetivo es vencerlo!

–Y llegar a montarlo. Y a ser su líder.

Eso es. No es fácil, y yo abomino de esos aberrantes métodos de doma basados en la fuerza y en la violencia. ¡No hay mayor horror para un caballo que tirarlo al suelo!

–¿No mima demasiado a sus caballos?

El cerebro del caballo tiene más capacidad sensitiva que el nuestro: el caballo siente más el tacto y los ruidos que nosotros. Hay que tratarlo como trataría a un bebé. Hasta está demostrado que los caballos sueñan.

–No sabía que fueran tan sensibles…

Hay días en que llego aquí cabreado por algo y ese día no puedo trabajar con los caballos. Ellos me lo notan, se apartan de mí.

–¿Cómo nació su amor a los caballos?

De niño pasaba los veranos en las montañas navarras, dónde vivía mi abuelo. Me animó a montar desde los dos años. Allí hay caballos en libertad y los niños jugábamos a montarlos a pelo, a indios y vaqueros. Me he caído mil veces, pero he sentido esa armonía perfecta entre tu cuerpo y el del caballo…

–Suena maravilloso.

Es la felicidad. Y si pegabas a un caballo de ésos, ¡lo perdías de vista todo el verano!

–Y decidió dedicarse usted a ellos…

No, estudié Derecho, como mi padre quería, y fui abogado varios años. Salía de un pleito… y me iba a ver a mi caballo. La pasión ganó terreno y lo dejé todo por ellos.

–Pues ahora, aquí, debe de ser usted feliz.

¡Hombre, mire usted esto!: nació hace sólo tres días, es un potrillo de raza paint…

–¿La de los indios, no? ¡Qué bonito es!

Sí. Le enseñaré cosas, suavemente… Mi padre me dice, como reproche: “¡Tú, que volabas en avión tres veces por semana, y ahora limpias estiércol!”. Es verdad. Y soy feliz.

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LA VANGUARDIA 28/08/2003

“Si están contentos, los caballos cantan”

LUIS LUCIO, JINETE OLÍMPICO Y ENTRENADOR DE CABALLOS

Tengo 45 años. Nací y vivo en Barcelona. Me casé hace tres años y no tenemos hijos, pero tenemos tres perros y muchos caballos. Soy licenciado en Económicas, pero me dedico a los caballos. Soy jinete y entrenador de caballos y jinetes. Políticamente me sitúo en el centroderecha. Soy católico, sobre todo en los momentos difíciles

IMA SANCHÍS – ¿Cómo pasó de la economía a los caballos?

–Tenía el cuerpo en la facultad y la cabeza en las cuadras.

–¿Y el corazón?

–Con los caballos, en las cuadras. Ya de pequeñito quería relacionarme con caballos, pero mis padres no me dejaron empezar a montar hasta los 8 años. Enseguida me profesionalicé, compito como jinete de doma y su disciplina olímpica. He estado en los últimos dos juegos olímpicos como miembro del equipo español y estaré en los dos próximos.

–¿Todavía utilizan la mano dura para domar a los caballos?

–Tradicionalmente la técnica que utilizamos es el adiestramiento a través del control de su cuerpo.

–¿Obligarles a responder y premiarles cuando responden?

–Sí, pero en los últimos dos años he tenido contacto con personas que han desarrollado técnicas para controlar la mente y el estado emocional del caballo. Me han impresionado los resultados.

–¿Susurradores de caballos?

–Así se llaman. Son grandes comunicadores que interactúan con los caballos a través de la imagen, el tacto y la palabra.

–¿De dónde sale esta técnica?

–Las utilizaban los indios americanos para llegar a adiestrar los caballos en libertad. Observando su comportamiento llegaron a la conclusión de que el caballo era un animal que se comportaba como presa, siempre huía. Entonces desarrollaron técnicas para llamar su atención y que no huyeran de ellos.

–¿En qué consistían?

–Iban hacia ellos y les hacían correr, desplegar ese impulso natural de huida. A base de repetirlo los caballos acababan por ir hacia ellos buscando la estabilidad, porque lo que quiere un caballo es estar contento y seguro frente a alguien, no huyendo de él.

–Los entiendo perfectamente.

–Les hacían huir hasta que el caballo se cuestionaba por qué y de qué tenía que huir. Esa técnica la utilizamos ahora para que presten atención al jinete. Les haces correr en libertad hasta que el caballo presta atención al estímulo que le hizo correr. Pero cuando lo hacen, el estímulo desaparece. Al final el caballo se interesa por el jinete y se establece una relación muy diferente a la tradicional.

–El caballo es el que se acerca.

–Sí, y esto cambia absolutamente la doma. El caballo viene a que le toques y se deja poner el equipo. Es algo así como que te escuchen a la fuerza o porque quieren.

–Convencer en lugar de vencer.

–Con el tiempo esa relación se fue perfeccionando hasta llegar a ser muy sutil. El caballo tiene una serie de puntos muy sensibles: en la cabeza, en los laterales, en la nuca, en la parte delantera del pecho. Si presionas esos puntos el caballo responde desplazándose. Luego, sólo con el gesto, ya se desplaza.

–¿Conclusión?

–La máxima armonía en la relación con un caballo viene de el concepto de colaboración más que el de imposición.

–¿Son inteligentes?

–Tienen una magnífica capacidad para asociar ideas y una increíble memoria.

–Pues con eso se puede llegar muy lejos.

–Aprenden hasta lo que no quieres enseñarles, tienes que ser muy consciente de lo que haces cuando estás junto a ellos. Y conocen exactamente a todo el mundo, incluso el sonido de sus pisadas y el del coche de cada persona.

–¿Se llega a establecer con ellos una relación profunda?

–Sí, una relación que no tiene límites. En la competición tú visualizas, piensas lo siguiente que tiene que hacer el caballo, pero él se anticipa a la orden. Tienen una altísima sensibilidad. A menudo, en las competiciones los jinetes olvidamos el recorrido y es el caballo el que nos guía.

–¿Pero ellos qué quieren de nosotros?

–Si ellos no quisieran ser montados, no habría manera. Nos dejan hacerlo a cambio de paz y cariño. Quieren no sentirse agredidos, quieren ser felices y son muy, muy cariñosos.

–Como los pulpos.

–Si los tratas bien son muy agradecidos, están pendientes de ti y dispuestos a colaborar. Hoy en día, en las competiciones el estándar de dificultad es tan grande que sólo los caballos que quieren hacerlo bien y disfrutan haciéndolo ganan. Ha pasado el momento de obligar a los caballos a saltar.

–¿No le dan pena?

–Ellos me demuestran que están felices.

–¿Cómo?

–Cantan, como nosotros en la ducha. Se emocionan, brincan, corren. Cuando los montas y están a gusto, se sacuden, gritan, dan saltos. Te esperan con ganas, hacen las cosas que les pides y luego insisten en jugar contigo. Gran parte de la doma natural consiste en juegos. El jinete persigue al caballo y luego es el caballo el que persigue al jinete. Esos juegos en libertad se realizan a diario, porque establecen una relación de armonía y no de sumisión.

–¿Puede que el jinete no les sea simpático?

–Sí, hay caballos excelentes que han cambiado de jinete y no han querido colaborar con él. Le obedecen, pero no se entregan. Si el caballo no quiere, no hay resultado.

–¿Los caballos perciben nuestros estados de ánimo?

–Absolutamente. Aparte de las sustancias químicas que segregamos, ellos son expertos detectores de comportamiento por los movimientos. Y si estás triste, perciben que te comunicas menos; entonces se acercan a ti e insisten hasta que les hablas, me ha pasado muchas veces. Son excelentes compañeros.

Sobre hechiceros y curanderos

escrito por Nebreda, J.
viernes, 28 de enero de 2005

1. El hechicero y su magia

En el primero de ellos, titulado «El hechicero y su magia» (Lévi-Strauss 1949a), presenta en primer lugar, basándose en los trabajos de W. B. Cannon, los mecanismos que subyacen a ciertos casos de muerte por conjuro o embrujamiento. Tales mecanismos se agrupan en: a) sociales,  psicológicos y c) lo que podemos llamar «jurídicos». Hace también una exposición de las concomitancias fisiológicas del miedo producido en estos procesos.

En segundo lugar, la eficacia de estas prácticas mágicas depende fundamentalmente de la creencia en ellas. Creencia, en primer lugar, del hechicero mismo en sus propias artes; en segundo lugar, del enfermo (en casos de curación) o del «condenado» (en casos de muerte provocada); y en tercer lugar, creencia del «colectivo social» en el que se mueven tanto el hechicero como su «víctima» y en el seno del cual las prácticas mágicas se desarrollan. Afirma así Lévi-Strauss que se puede decir que la situación mágica es un fenómeno de consensus.

Así, pues, el primer paso en la «estrategia» explicativa de Lévi-Strauss consiste en la conexión del «fenómeno mágico» con la red de las creencias y lazos socioculturales en la que está inserto. Esto es, los casos de magia sólo pueden darse cuando se dan determinados supuestos psicosociales, resumidos en la creencia sociocultural en la posibilidad real de tales hechos, creencia que es participada por los agentes. Se trata ahora de intentar discernir la proporción de credulidad y de crítica que interviene en la actitud grupal ante el hechicero.

La exposición sucesiva de tres casos permite a Lévi-Strauss explayar algunos aspectos de su planteamiento y paralelamente poner de relieve las semejanzas y diferencias entre los grupos socioculturales en que esos casos se han dado y el funcionamiento de los mecanismos de nuestra cultura en situaciones relativamente similares.

Primer caso: Un suceso vivido por él mismo entre los Nambikwara brasileños en 1938 (Lévi-Strauss 1949a: 185-187): El caso del hechicero «transportado por el trueno» lejos de la tribu, bien pudo tener una explicación «política» como la difundida en voz baja por otros miembros del grupo, enmascarada conscientemente por la explicación «mágica». Dadas las circunstancias del grupo (cfr. Lévi-Strauss 1955a: cap. XXIX, en esp. 351-355), la explicación «lógica» del caso reside en la rivalidad religioso (hechicero) – política (jefe del grupo), envuelta en el ambiente de recelos mutuos entre los dos «subgrupos» divergentes que componían la tribu, todo ello dentro de un sistema sociocultural más amplio en el que la existencia de la magia y su eficacia es un componente estructural del sistema de creencias. La explicación «mágica» proporcionada por el hechicero y la explicación, llamémosla así, «política» propalada por sus oponentes son evidentemente divergentes. Pero lo relevante del caso es que las dos versiones no son mutuamente excluyentes en el universo cultural en el que la tribu se mueve. No más, dice Lévi-Strauss, de lo que lo es, para nosotros, la interpretación de la guerra como el último «sobresalto» de la independencia nacional o como el resultado de las maquinaciones de los comerciantes de armas (Lévi-Strauss 1949a: 188). Explicaciones lógicamente incompatibles «coexisten» para nosotros y pasamos de la una a la otra según los casos. Tales explicaciones no son resultado de un análisis objetivo o científico sino expresión de actitudes sin elaborar conceptualmente que tienen el carácter de experiencias. Lo que les permite funcionar complementariamente, tanto en nuestra cultura como entre los Nambikwara, es la incorporación de esas experiencias a determinados esquemas de la cultura del grupo, cuya asimilación es la única que permite objetivar estados subjetivos e integrar en un sistema las experiencias inarticuladas.

Segundo caso: Se trata ahora de las investigaciones hechas por M. C. Stevenson entre los Zuni de Nuevo Méjico (Lévi-Strauss 1949a: 189-192). El proceso hecho a un adolescente acusado de brujería. Las sucesivas versiones que el acusado presenta son progresivamente más ricas en detalles y más «culpables». Lo que los jueces pretenden no es que el acusado refute los hechos que se le imputan (como cabría esperar desde el punto de vista de los procesos judiciales de nuestra cultura) sino que le piden la corroboración de un sistema. Más que la represión de un crimen lo que se busca es la confirmación de la realidad del sistema simbólico-social que lo hace posible. Gracias al proceso, la magia y las ideas asociadas con ella se encarnan en hechos objetivos de experiencia. Porque la elección fundamental se da entre el sistema mágico y la ausencia absoluta de sistema alguno. El adolescente acusado se transforma, a través de sus propias alegaciones, en garantía de la coherencia mental del grupo.

Tercer caso: La autobiografía de un hechicero «crítico», recogida por Franz Boas en la región canadiense de Vancouver (Lévi-Strauss 1949a: 192-196). Se trata de un hombre que no cree en el poder de los hechiceros y decide hacerse él mismo hechicero tanto por curiosidad como por deseo de desenmascararlos. Sus sospechas se confirman pero su exitosa actuación como hechicero le ata cada vez más a su papel. Aun con dudas, su método triunfa donde otros hechiceros de tribus vecinas fracasan. La carrera del hechicero «crítico» prosigue triunfalmente así como su éxito en desenmascarar a los hechiceros como impostores. Pero el final del relato revela un cambio de actitud: El protagonista cree verdaderamente que hay hechiceros verdaderos, no sólo farsantes.

Todo ello muestra, para Lévi-Strauss, que la psicología del hechicero es algo complejo. Una vez más, encontramos una experiencia triple: la del hechicero mismo, la del enfermo y la del público participante. Son los elementos del «complejo chamanístico» (Lévi-Strauss 1949a: 197), que se organizan en torno a dos polos: la experiencia íntima del chamán, por un lado, y el consensus colectivo, por otro. Porque las experiencias del enfermo mismo son el aspecto menos importante del sistema.

Por lo demás, el mismo hechicero no carece de técnicas positivas y experimentales que pueden en parte explicar su éxito. Por otra parte, abundan en ese tipo de sociedades con escasa seguridad las enfermedades que hoy llamamos psicosomáticas. Es claro que los chamanes curan al menos algunos de los casos que atienden; sin ese relativo éxito terapéutico no se hubieran consolidado las prácticas mágicas. Pero con todo no es eso lo esencial: El hechicero «crítico» del tercer caso curaba a sus enfermos porque era un gran hechicero y no a la inversa. Eso nos remite al polo colectivo del sistema chamánico. Sus rivales se hundieron por la actitud colectiva y no tanto por el cómputo relativo de éxitos y fracasos. El problema fundamental planteado es pues el de la relación entre determinados individuos y determinadas exigencias del grupo social en el que actúan. Lo que el chamán ofrece a sus espectadores es el espectáculo de la repetición de su «llamada», del momento en que se vio confirmado en su vocación de hechicero. En esa repetición, el chamán revive su estado de trance inicial para volver a su estado normal al terminar la sesión. Lévi-Strauss pone ahora en relación la curación chamánica y el psicoanálisis. El hechicero abreacciona. Es un abreactor profesional.

La palabra «abreacción» designa en psicoanálisis el momento decisivo de la terapia en el que el enfermo revive intensamente la situación inicial que está en el origen de su mal antes de superarlo definitivamente. (Al resumir el segundo artículo de Lévi-Strauss al que nos hemos referido tendremos ocasión de volver sobre esto.)

Si la relación esencial es la del chamán y el grupo, podemos plantear la cuestión desde un punto de vista distinto: el punto de vista de las relaciones entre pensamiento normal y pensamiento patológico. El pensamiento normal busca el sentido de las cosas. El pensamiento patológico rebosa interpretaciones y resonancias afectivas con las que sobrecarga la realidad. En terminología lingüística, puede decirse que el pensamiento normal padece un déficit de significado, mientras que el llamado pensamiento patológico dispone de una plétora de significante. La colaboración del grupo en la curación mágica ejerce una especie de arbitraje entre ambos. La enfermedad es un problema que el pensamiento normal no entiende. El psicópata es invitado por el grupo a investirse de una riqueza afectiva que en sí misma no tiene aplicación. Se trata de elaborar y remodelar un sistema de oposiciones, una estructura, que integra todos los elementos de la situación total. El enfermo por ser enfermo y el chamán por ser psicópata, esto es, por tener ambos experiencias no integrables de otra manera, pueden hacer entrever al grupo las «iluminaciones» de un universo de efusiones simbólicas. Es esta experiencia lo que realmente cuenta.

No se trata por tanto de buscar científicamente las causas objetivas de estados confusos. se trata más bien de organizar tales estados extraños en un sistema, en una totalidad. El enfermo representa la alienación, la pasividad, lo que para el pensamiento normal es lo informulable. El hechicero es la actividad, el desbordamiento de sí mismo, lo que es la afectividad nutricia de los símbolos. La curación conecta estos polos opuestos manifestando así la coherencia del universo psíquico y, por tanto, del universo social.

Es necesario ampliar la noción de abreacción, a la que el psicoanálisis ha redescubierto subrayando su importancia. Aunque aparentemente, en psicoanálisis, sólo se da la abreacción del enfermo, se ha de tener en cuenta que el propio psicoanalista, para serlo, ha debido someterse al análisis. Pero la diferencia fundamental entre psicoanalistas y chamanes está en el papel del público, del grupo, en la curación. El psicoanálisis readapta al enfermo al grupo; la magia readapta al grupo a problemas ya definidos en el enfermo. Puede decirse que las curaciones psicoanalíticas son conversiones. Y existe el peligro de que el tratamiento se reduzca a la reorganización del universo del paciente en función de interpretaciones psicoanalíticas. El punto final del psicoanálisis sería entonces el punto de partida de la curación mágica.

De cualquier forma, la situación general de psicoanalistas y chamanes señala hacia esa peculiar característica de la humana condición intelectual en la que el universo padece siempre un déficit de significado y el pensamiento un exceso de significaciones. Desgarrado entre los sistemas del significante y del significado, lo que el hombre pide al pensamiento mágico es un nuevo sistema de referencias en el cual datos que aparecen como contradictorios puedan integrarse. Reabsorber una aberrante síntesis local, integrándola, junto con las síntesis normales, en una síntesis general pero arbitraria, representaría una gran pérdida. Se trataría solamente de proporcionar una traducción, socialmente autorizada, de determinados fenómenos. Pero su naturaleza profunda quedaría igual de impenetrable para el grupo, para el enfermo y para el hechicero.

2. La eficacia simbólica

El segundo de los artículos que Lévi-Strauss dedicó a la magia en 1949 lleva por título «La eficacia simbólica» (Lévi-Strauss 1949b).

En él toma como base un largo encantamiento recogido entre los indios Cunas de las islas de San Blas de Panamá, un canto de ayuda para un parto difícil «Mu-Igala o el camino de Muu». (Para la descripción del canto ver Lévi-Strauss 1949b: 205-210 y 213-217.) Lo original de ese texto reside en lo siguiente: Las curas chamanísticas suelen ser de tres tipos: por manipulación o succión, por medio de un combate simulado, o por encantamientos y operaciones. Pero en el texto se trata de aplicar una medicación psicológica a una enfermedad orgánica, de tal modo que puede decirse que es una manipulación psicológica del órgano enfermo. El carácter de esa manipulación psicológica consiste en hacer que la paciente reviva de manera precisa e intensa una situación inicial, cuyo escenario es el cuerpo y los órganos internos de la propia enferma. Se trata de pasar de lo real intrascendente al mito, de lo físico a lo fisiológico, del mundo externo al mundo interno. El texto del canto desarrolla un complicado itinerario, una anatomía mítica que se corresponde a una especie de geografía afectiva en la que el mundo uterino aparece poblado de monstruos y de animales feroces (que se interpretan como los dolores personificados). El texto sugiere que el nele (1) o brujo utiliza dos tipos de ofensiva terapéutica: Una, por medio de lo que Lévi-Strauss llama una mitología psico-fisiológica; la otra, por medio de una mitología psico-social bosquejada por la llamada que en el canto se hace a los habitantes del poblado.

La curación consiste en transformar en pensable una situación planteada en principio en términos afectivos. La falta de correlato objetivo de la mitología del nele carece de importancia. Lo decisivo es la creencia en ella que tienen tanto la enferma como la sociedad a la que la enferma pertenece.

Lévi-Strauss establece aquí una comparación entre la relación Microbios- Enfermedad en nuestra cultura y la relación Monstruos-Enfermedad entre los cunas. La primera de las relaciones se establece entre nosotros en términos de causa y efecto. Podemos decir que es una relación exterior al propio paciente y a su espíritu. Pero la relación entre los monstruos y la enfermedad es una relación interior al propio espíritu. Es una relación de símbolo a cosa simbolizada. Una relación de significante a significado. El nele proporciona a la enferma un lenguaje en el que son expresables estados afectivos informulados y no formulables de otra manera. La posibilidad de expresión verbal provoca el desbloqueo del proceso fisiológico.

De modo que la curación del nele se sitúa a medio camino entre nuestra técnica de medicina orgánica y nuestras terapias psicológicas, como el psicoanálisis. Una comparación permite establecer dos series paralelas de semejanzas y diferencias. Por una parte, las semejanzas: Se trata en ambos casos, de traer a la conciencia conflictos inconscientes. Se trata de una experiencia específica en la cual los conflictos se ordenan en una forma secuencial. Tal experiencia en psicoanálisis se llama abreacción. El nele y el psicoanalista tiene el mismo papel doble: Primero, el de establecer contacto con la conciencia (y el inconsciente) del enfermo. El psicoanalista lo hace como oyente, el nele, como orador, al recitar el encantamiento. En segundo lugar, el nele, además de recitador, es también el protagonista del relato y este papel es similar al del psicoanalista objeto de la transferencia. Por otra parte, las diferencias: El neurótico acaba con un mito individual al oponerse a un psicoanalista real; la parturienta cuna supera un desorden orgánico verdadero al identificarse con un nele mitificado. Lo que se trata de curar en el primer caso es algo psíquico y en el segundo algo orgánico. En este aspecto, la curación del nele es el equivalente exacto de la curación psicoanalítica, pero invirtiendo todos los términos. El psicoanalista, como ya hemos dicho, escucha y el nele habla. El neurótico hace hablar en sí mismo al psicoanalista, el nele habla él mismo por su paciente.

Pero la semejanza es más patente al comparar las técnicas y los métodos, en especial ciertas terapéuticas desarrolladas a partir del psicoanálisis (Lévi-Strauss 1949b: 220-221). En ellas el discurso simbólico, por sí solo insuficiente, se completa con gestos y actuaciones, con la asunción simbólica por parte del terapeuta de determinados roles. Con ello, el psicoanalista dialoga con el paciente a través de acciones concretas, auténticos ritos que llevan un mensaje al inconsciente.

Todo ello conduce a una ampliación de la noción de manipulación. Manipulación que, sea de ideas o de órganos, tiene en común el hecho de que se efectúa por medio de símbolos. Y es la eficacia simbólica lo que garantiza el paralelismo armónico entre el mito y los actos. En la curación psicoanalítica ampliada, el terapeuta pone los actos y el enfermo elabora su mito. En la curación del nele, es el terapeuta el que aporta el mito y la enferma la que efectúa los actos.

Freud sugirió que la descripción psicológica de las neurosis y de las psicosis dejaría un día paso a una concepción fisiológica o química de tales procesos (2). Si se aceptara esa hipótesis u otra similar, la curación psicoanalítica y la chamánica serían estrictamente semejantes. Un intento de inducir una transformación orgánica, consistente en una reorganización estructural, por medio de la intensa vivencia de un mito, elaborado o recibido, cuya estructura reproduce en el plano del inconsciente la misma estructura que se desea formar en el plano corporal.

La comparación aclara algunos aspectos del chamanismo. Tal vez también permita aclarar algunos puntos del psicoanálisis. Lévi-Strauss se centra en las nociones de mito y de inconsciente.

La diferencia que restaría, tras la hipótesis sugerida en el párrafo precedente, se refiere a los orígenes del mito en cada caso. En el psicoanálisis, un mito recobrado en el plano individual; en la curación chamánica, un mito recibido de la tradición colectiva. Aunque buen número de psicoanalistas dirían tal vez que no se trata, en su caso, de mitos sino de acontecimientos reales, no obstante, hay que advertir que el valor terapéutico y el poder traumático de las situaciones psicoanalíticas proviene más bien de su carácter de mito vivido que de su posible carácter real. Las cristalizaciones afectivas se realizan según estructuras, o más bien leyes de estructura, preexistentes e intemporales con respecto a los acontecimientos. Y es el conjunto de tales estructuras lo que forma el llamado inconsciente.

Con ello se disipa la última diferencia entre el chamanismo y el psicoanálisis. El inconsciente, lejos de ser el refugio inefable de particularidades individuales, sería más bien un término con el que se designa una función: la función simbólica. Si ello fuera así, habría que marcar más claramente la distinción entre inconsciente y subconsciente. El último vendría a ser un simple aspecto de la memoria. El inconsciente, por su parte, estaría siempre vacío. Como órgano específico de la función simbólica, se limita a imponer leyes estructurales a los elementos inarticulados provenientes de otra parte. El subconsciente es el léxico individual en el que se acumula el vocabulario de la historia personal. Ese vocabulario sólo adquiere significación cuando es organizado por las leyes del inconsciente. Y el vocabulario es menos importante que la estructura. Tanto si el mito es individual como si pertenece a la tradición colectiva, lo importante es que la estructura permanece y por medio de ella se cumple la función simbólica.

De esta manera aparece el psicoanálisis (la búsqueda del tiempo perdido) como una modalidad peculiar de un método más general y fundamental. Método para el que la forma mítica cuenta más que el contenido del relato y más también que su origen individual o colectivo. Por otra parte, cualquier mito no es sino una búsqueda del tiempo perdido. Lo que el psicoanálisis muestra, como forma moderna del chamanismo, es que en la civilización mecánica en que vivimos el único lugar para el tiempo mítico es el hombre mismo.

Notas

1. Señala Lévi-Strauss que la clasificación de los médicos indígenas cunas se divide en nele, inatuledi y absogedi. Los dos últimos tipos nombran tipos de conocimiento que se adquieren por el estudio y se verifican por exámenes. Pero el talento del nele se considera innato y se caracteriza por la capacidad especial de descubrir como en visión la causa de la enfermedad (Lévi-Strauss 1949b: 206-207).

2. Lévi-Strauss hace referencia a dos lugares en las obras de Freud, Más allá del principio del placer y Nuevas conferencias, que a su vez ha tomado de una publicación inglesa. Baste como muestra la primera: «…nos hallamos obligados a trabajar con los términos científicos; esto es, con el idioma figurado de la psicología. (…) Los defectos de nuestra descripción desaparecerían con seguridad si en lugar de los términos psicológicos pudiéramos emplear los fisiológicos o los químicos» (Freud 1981: III, 2539).

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