Susurradores de caballos

LA VANGUARDIA 31/07/2003

JUAN ARAQUISTAIN, “SUSURRADOR” DE CABALLOS

Tengo 36 años. Nací en Barcelona, pero viví temporadas de mi niñez en el valle navarro de Lecumberri. Estoy casado y tengo cuatro hijos, de 8 años a pocos meses. Soy liberal. Soy católico practicante. Estoy enamorado de los caballos: cuido 30 propios y otros tantos ajenos. Practico la doma natural, basada en observar y entender al caballo.

VÍCTOR-M. AMELA -Qué es un “susurrador de caballos”?

Ese término se ha hecho famoso por algún libro y, sobre todo, por
aquella película de Robert Redford, pero…

–¿Qué?

A mí no me gusta, porque parece sugerir que se trata de algo misterioso, mágico…

–Ah, pues me han dicho que usted lo es.

Pues yo no tengo poder sobrenatural alguno, ni un don, ni nada mágico. Se trata de saber conectar con el caballo, tranquilizarle, entenderle… y entonces el caballo responde.

–Y a eso se le ha llamado “susurrador”…

Sí, y es lo que hacían los antiguos chamanes indios: sabían relacionarse con los caballos más difíciles. Y conocían ciertas plantas para calmarles dolores y tranquilizarles, y lo rodeaban todo de ciertos rituales.

–Y les susurraban al oído a los caballos…

Sí, pero se trataba sólo de calmar al caballo, de ganar su confianza. Eso que parecía un poder secreto fue sistematizado por dos norteamericanos, los hermanos Dorrance.

–Pero, dígame, ¿existe un idioma equino?

A un caballo puedes decirle “sígueme” y que te siga, pero deberás actuar con él como si tú fueras otro caballo: se trata de un conjunto de actitudes, de gestualidad corporal…

–¿Me enseña?

Hay una cosa que debe saber: usted es un carnívoro depredador (ojos juntos en la delantera del rostro, orejas pegadas al cráneo) y un caballo es herbívoro, o sea, presa (ojos separados, orejas erguidas y móviles). Y reacciona como presa: al menor riesgo, ¡huye!

–Oiga, nadie me había descrito antes como depredador.

¡Pues así le ve el caballo! Y como depredador actúa usted, aunque no se dé cuenta.

–Pues no me doy cuenta. ¿Por qué lo dice?

Si usted tiene que coger una cosa, se acerca en línea recta a esa cosa, extiende la mano y la coge directamente. ¡Depredador! Un caballo, en cambio, primero mira de refilón, se acerca un poco, luego retrocede, da un rodeo, se acerca de lado, mira alrededor, se acerca, se aleja… y al final llega a la cosa.

–Ya veo la diferencia. Entendido.

Actúe de ese modo con los caballos… ¡y le irá bien! Y tiene una ventaja: los caballos en manada delegan en un líder. Si sabe hacerlo usted bien, puede convertirse en su líder.

–Estupendo.

¡Pero no les falle! En manada, si un líder comete un solo error y ello perjudica al grupo, ¡deja automáticamente de ser líder! Y otro caballo pasa a asumir esa función.

–Son más prácticos que los humanos, veo.

Lo que un caballo quiere, fundamentalmente, es estar tranquilo. Nada más. Así que quien le garantice tranquilidad –el más prudente y experimentado–, ése será su líder.

–No el más fuerte.

No. Los caballos no son competitivos.

–Pero he visto peleas de caballos.

En caballos domésticos, en situación artificial, de cautividad. ¡Por eso los tengo aquí en la mayor libertad posible! En libertad, si alguien pretende dominarlos, ellos se largan.

–Pero usted pretende dominarlos…

Pero sin violencias. Sin que huyan.

–¿Y cómo…?

Con un lenguaje corporal relajado. ¡Pienso y actúo como lo haría un caballo! Y como su líder: siendo claro, mostrando confianza en mis decisiones… y escuchando al caballo.

–¿Y funciona?

Mi máxima emoción con un caballo fue con uno nervioso que, cierta vez que salimos al campo, al detenernos a descansar, el caballo se tumbó… ¡y se echó un sueñecito!

–¿Por qué le emociona eso tanto?

¡Eso es como exponerse al primer depredador que pase! Al dormirse
expresó su máxima confianza en mí, su total tranquilidad.

–Usted es un psicólogo equino, más bien…

Bueno… Cualquier ser que se le acerque a menos de 100 metros es una amenaza para un caballo. ¡El miedo ha sido su recurso de supervivencia.., y mi objetivo es vencerlo!

–Y llegar a montarlo. Y a ser su líder.

Eso es. No es fácil, y yo abomino de esos aberrantes métodos de doma basados en la fuerza y en la violencia. ¡No hay mayor horror para un caballo que tirarlo al suelo!

–¿No mima demasiado a sus caballos?

El cerebro del caballo tiene más capacidad sensitiva que el nuestro: el caballo siente más el tacto y los ruidos que nosotros. Hay que tratarlo como trataría a un bebé. Hasta está demostrado que los caballos sueñan.

–No sabía que fueran tan sensibles…

Hay días en que llego aquí cabreado por algo y ese día no puedo trabajar con los caballos. Ellos me lo notan, se apartan de mí.

–¿Cómo nació su amor a los caballos?

De niño pasaba los veranos en las montañas navarras, dónde vivía mi abuelo. Me animó a montar desde los dos años. Allí hay caballos en libertad y los niños jugábamos a montarlos a pelo, a indios y vaqueros. Me he caído mil veces, pero he sentido esa armonía perfecta entre tu cuerpo y el del caballo…

–Suena maravilloso.

Es la felicidad. Y si pegabas a un caballo de ésos, ¡lo perdías de vista todo el verano!

–Y decidió dedicarse usted a ellos…

No, estudié Derecho, como mi padre quería, y fui abogado varios años. Salía de un pleito… y me iba a ver a mi caballo. La pasión ganó terreno y lo dejé todo por ellos.

–Pues ahora, aquí, debe de ser usted feliz.

¡Hombre, mire usted esto!: nació hace sólo tres días, es un potrillo de raza paint…

–¿La de los indios, no? ¡Qué bonito es!

Sí. Le enseñaré cosas, suavemente… Mi padre me dice, como reproche: “¡Tú, que volabas en avión tres veces por semana, y ahora limpias estiércol!”. Es verdad. Y soy feliz.

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LA VANGUARDIA 28/08/2003

“Si están contentos, los caballos cantan”

LUIS LUCIO, JINETE OLÍMPICO Y ENTRENADOR DE CABALLOS

Tengo 45 años. Nací y vivo en Barcelona. Me casé hace tres años y no tenemos hijos, pero tenemos tres perros y muchos caballos. Soy licenciado en Económicas, pero me dedico a los caballos. Soy jinete y entrenador de caballos y jinetes. Políticamente me sitúo en el centroderecha. Soy católico, sobre todo en los momentos difíciles

IMA SANCHÍS – ¿Cómo pasó de la economía a los caballos?

–Tenía el cuerpo en la facultad y la cabeza en las cuadras.

–¿Y el corazón?

–Con los caballos, en las cuadras. Ya de pequeñito quería relacionarme con caballos, pero mis padres no me dejaron empezar a montar hasta los 8 años. Enseguida me profesionalicé, compito como jinete de doma y su disciplina olímpica. He estado en los últimos dos juegos olímpicos como miembro del equipo español y estaré en los dos próximos.

–¿Todavía utilizan la mano dura para domar a los caballos?

–Tradicionalmente la técnica que utilizamos es el adiestramiento a través del control de su cuerpo.

–¿Obligarles a responder y premiarles cuando responden?

–Sí, pero en los últimos dos años he tenido contacto con personas que han desarrollado técnicas para controlar la mente y el estado emocional del caballo. Me han impresionado los resultados.

–¿Susurradores de caballos?

–Así se llaman. Son grandes comunicadores que interactúan con los caballos a través de la imagen, el tacto y la palabra.

–¿De dónde sale esta técnica?

–Las utilizaban los indios americanos para llegar a adiestrar los caballos en libertad. Observando su comportamiento llegaron a la conclusión de que el caballo era un animal que se comportaba como presa, siempre huía. Entonces desarrollaron técnicas para llamar su atención y que no huyeran de ellos.

–¿En qué consistían?

–Iban hacia ellos y les hacían correr, desplegar ese impulso natural de huida. A base de repetirlo los caballos acababan por ir hacia ellos buscando la estabilidad, porque lo que quiere un caballo es estar contento y seguro frente a alguien, no huyendo de él.

–Los entiendo perfectamente.

–Les hacían huir hasta que el caballo se cuestionaba por qué y de qué tenía que huir. Esa técnica la utilizamos ahora para que presten atención al jinete. Les haces correr en libertad hasta que el caballo presta atención al estímulo que le hizo correr. Pero cuando lo hacen, el estímulo desaparece. Al final el caballo se interesa por el jinete y se establece una relación muy diferente a la tradicional.

–El caballo es el que se acerca.

–Sí, y esto cambia absolutamente la doma. El caballo viene a que le toques y se deja poner el equipo. Es algo así como que te escuchen a la fuerza o porque quieren.

–Convencer en lugar de vencer.

–Con el tiempo esa relación se fue perfeccionando hasta llegar a ser muy sutil. El caballo tiene una serie de puntos muy sensibles: en la cabeza, en los laterales, en la nuca, en la parte delantera del pecho. Si presionas esos puntos el caballo responde desplazándose. Luego, sólo con el gesto, ya se desplaza.

–¿Conclusión?

–La máxima armonía en la relación con un caballo viene de el concepto de colaboración más que el de imposición.

–¿Son inteligentes?

–Tienen una magnífica capacidad para asociar ideas y una increíble memoria.

–Pues con eso se puede llegar muy lejos.

–Aprenden hasta lo que no quieres enseñarles, tienes que ser muy consciente de lo que haces cuando estás junto a ellos. Y conocen exactamente a todo el mundo, incluso el sonido de sus pisadas y el del coche de cada persona.

–¿Se llega a establecer con ellos una relación profunda?

–Sí, una relación que no tiene límites. En la competición tú visualizas, piensas lo siguiente que tiene que hacer el caballo, pero él se anticipa a la orden. Tienen una altísima sensibilidad. A menudo, en las competiciones los jinetes olvidamos el recorrido y es el caballo el que nos guía.

–¿Pero ellos qué quieren de nosotros?

–Si ellos no quisieran ser montados, no habría manera. Nos dejan hacerlo a cambio de paz y cariño. Quieren no sentirse agredidos, quieren ser felices y son muy, muy cariñosos.

–Como los pulpos.

–Si los tratas bien son muy agradecidos, están pendientes de ti y dispuestos a colaborar. Hoy en día, en las competiciones el estándar de dificultad es tan grande que sólo los caballos que quieren hacerlo bien y disfrutan haciéndolo ganan. Ha pasado el momento de obligar a los caballos a saltar.

–¿No le dan pena?

–Ellos me demuestran que están felices.

–¿Cómo?

–Cantan, como nosotros en la ducha. Se emocionan, brincan, corren. Cuando los montas y están a gusto, se sacuden, gritan, dan saltos. Te esperan con ganas, hacen las cosas que les pides y luego insisten en jugar contigo. Gran parte de la doma natural consiste en juegos. El jinete persigue al caballo y luego es el caballo el que persigue al jinete. Esos juegos en libertad se realizan a diario, porque establecen una relación de armonía y no de sumisión.

–¿Puede que el jinete no les sea simpático?

–Sí, hay caballos excelentes que han cambiado de jinete y no han querido colaborar con él. Le obedecen, pero no se entregan. Si el caballo no quiere, no hay resultado.

–¿Los caballos perciben nuestros estados de ánimo?

–Absolutamente. Aparte de las sustancias químicas que segregamos, ellos son expertos detectores de comportamiento por los movimientos. Y si estás triste, perciben que te comunicas menos; entonces se acercan a ti e insisten hasta que les hablas, me ha pasado muchas veces. Son excelentes compañeros.