Parabola del diamante

De: Alias de MSNLUNA200620  (Mensaje original) Enviado: 12/07/2006 8:27

Érase una vez, hace mucho tiempo, un rey que vivía en Irlanda. En aquellos tiempos, Irlanda estaba dividida en muchos reinos pequeños, y el reino de aquel rey era uno más entre esos muchos. Tanto el rey como el reino no eran conocidos, y nadie les prestaba mucha atención.
Pero un día el rey heredó un gran diamante de belleza incomparable de un familiar que había muerto. Era el mayor diamante jamás conocido. Dejaba boquiabiertos a todos los que tenían la suerte de contemplarlo. Los demás reyes empezaron a fijarse en este rey porque, si poseía un diamante como aquél, tenía que ser algo fuera de lo común.
El rey tenía la joya perpetuamente expuesta en una urna de cristal para que todos los que quisieran pudieran acercarse a admirarla. Naturalmente, unos guardianes bien armados mantenían aquel diamante único bajo una constante vigilancia. Tanto el rey como el reino prosperaban, y el rey atribuía al dia- mante su buena fortuna.
Un día, uno de los guardias, nervioso, solicitó permiso para ver al rey. El guardián temblaba como una hoja. Le dio al rey una terrible noticia: había aparecido un defecto en el diamante. Se trataba de una grieta, aparecida justamente en la mitad de la joya. El rey se sintió horrorizado y se acercó corriendo hasta el lugar donde estaba instalada la urna de cristal para comprobar por sí mismo el deterioro de la joya. Era verdad. El diamante había sufrido una fisura en sus entrañas, defecto perfectamente visible hasta en el exterior de la joya.
Convocó a todos los joyeros del reino para pedir su opinión y consejo. Sólo le dieron malas noticias. Le aseguraron que el defecto de la joya era tan profundo que si intentaban subsanarlo, lo único que conseguirían sería que aquella maravilla perdiera todo su valor. Y que si se arriesgaban a partirla por la mitad para conseguir dos piedras preciosas, la joya podría, con toda probabilidad, partirse en millone s de fragmentos.
Mientras el rey meditaba profundamente sobre esas dos únicas tristes opciones que se le ofrecían, un joyero, ya anciano, que había sido el último en llegar, se le acercó y le dijo:
-Si me da una semana para trabajar en la joya, es posible que pueda repararla.
Al principio, el rey no dio crédito alguno a sus palabras, porque los demás joyeros estaban totalmente seguros de la imposibilidad de hacerlo. Finalmente el rey cedió, pero con una condición: la joya no debía salir de¡ palacio real. Al anciano joyero le pareció bien el deseo de¡ rey. Aquél era un buen sitio para trabajar, y aceptó también que unos guardianes vigilaran su trabajo desde el exterior de la puerta del improvisado taller, mientras él estuviese trabajando en la joya.
Aún costándole mucho, al no tener otra opción, el rey dio por buena la oferta del anciano joyero. A diario, él y los guardianes se paseaban nerviosos ante la puerta de aquella habitación. Oían los ruidos de las herramientas que trabajaban la piedra con golpes y frotamientos muy suaves. Se preguntaban qué estaría haciendo y qué es lo que pasaría si el anciano los engañaba.
Al cabo de la semana convenida, el anciano salió de la habitación. El rey y los guardianes se precipitaron al interior de la misma para ver el trabajo del misterioso joyero.
Al rey se le saltaron las lágrimas de pura alegría. ¡Su joya se había convertido en algo incomparablemente más hermoso y valioso que antes! El anciano había grabado en el diamante una rosa perfecta, y la grieta que antes dividía la joya por la mitad se había convertido en el tallo de la rosa.
Así es como Dios nos cura. Trabaja nuestro mayor defecto y lo convierte, y con él a nosotros, en algo hermoso.

¡¡¡ Que Dios los bendiga y guarde con bien , no dejemos de poner  en sus manos nuestros defectos para que Él los transforme en algo bello  !!!

Las pulgas

De: Alias de MSNLUNA200620  (Mensaje original) Enviado: 11/07/2006 12:59

Las pulgas

Dos pulgas estaban conversando y una le comentó a la otra:
-¿Sabes cuál es nuestro problema? Nosotras no volamos, sólo sabemos saltar.
Nuestra chance de supervivencia es nula cuando somos descubiertas por el perro.
Es por eso que existen muchas más moscas que pulgas.
Entonces contrataron a una mosca como consultora, entraron en un programa de aprendizaje de vuelo y salieron volando.

Pasado algún tiempo, la primera pulga le dijo a la otra:
-Mirá, volar no es suficiente, porque nos pegamos al cuerpo del perro y nuestro tiempo de reacción es mucho menor que la velocidad de la pata de él.
Tenemos que aprender a hacer como las abejas, que chupan el néctar y levantan el vuelo rápidamente.
Y ellas, por lo tanto, contrataron el servicio de consultoría de una abeja, que les enseñó la técnica del llega-chupa-vuela. Funcionó, pero no resolvió el problema.

La primera pulga explicó el porqué:
-Nuestra trompa para almacenar sangre es pequeña, por eso tenemos que quedarnos mucho tiempo chupando.
Escapar, hasta logramos escapar; pero no nos estamos alimentando bien.
Tenemos que aprender de los mosquitos, que se alimentan con suma rapidez.
Y un mosquito les dio un curso de cómo agrandar el tamaño del abdomen.
Resolvieron el tema, pero por unos pocos minutos. Como habían crecido y engordado a causa de tantos cursos y experimentos, la aproximación al perro era fácilmente percibida por él, así que las espantaba antes mismo de que se posaran.

Fue ahí que se encontraron con una saltarina pulguita que les dijo:
-Epa!!! ¡Ustedes están enormes! ¿Se hicieron cirugía plástica?

-¡No! Hicimos consultorías. Ahora somos pulgas adaptadas a los desafíos del siglo XXI.
Volamos, picamos y podemos almacenar más alimento.
-¿Y por qué entonces están con esa cara de hambrientas?
-Eso es temporario. Ya estamos consultando con un murciélago, que nos va a enseñar la técnica del radar.
¿Y tu, cómo estás?
-Ah, yo estoy bien, fuerte y gordita.

Era verdad. La pulguita se veía bien alimentada.
Pero las pulgonas no querían dar la pata a torcer:

-¿Tu no estás preocupada con el futuro? ¿No pensaste en hacer consultorías?

-¿Quién dice que no? Contraté a una babosa como consultora.
-¿Ehh?!! ¿Y qué tienen que ver las babosas con las pulgas?

-Todo.

Yo tenía el mismo problema que ustedes dos. Pero llamé a la babosa para que examinase la situación y me sugiriese la mejor solución. Y ella se pasó tres días allí, quietita, sólo observando al perro, y entonces me dio el diagnóstico.

-¿Y qué te sugirió la babosa?

-Que no cambiara nada. Sólo debía posarme en el medio del lomo del perro. Es el único lugar que la pata de él no llega.

“Usted no necesita un cambio radical para ser más eficiente… Muchas veces, el gran cambio es una simple cuestión de reposicionamiento ante la vida y ante las luchas”.

Brahma

El amoroso sacrificio

De: Alias de MSNLUNA200620  (Mensaje original) Enviado: 10/07/2006 8:53

El amoroso sacrificio

Se trata de dos hermosos jóvenes que se pusieron de novios cuando ella tenía trece y él dieciocho. Vivían en un pueblito de leñadores situado al lado de una montaña. Él era alto, esbelto y musculoso, dado que había aprendido a ser leñador desde la infancia. Ella era rubia, de pelo muy largo, tanto que le llegaba hasta la cintura; tenía los ojos celestes, hermosos y maravillosos..
La historia cuenta que habían noviado con la complicidad de todo el pueblo. Hasta que un día, cuando ella tuvo dieciocho y él veintitrés, el pueblo entero se puso de acuerdo para ayudar a que ambos se casaran.
Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera trabajar como leñador. Después de casarse se fueron a vivir allí para la alegría de todos, de ellos, de su familia y del pueblo, que tanto había ayudado en esa relación.
Y vivieron allí durante todos los días de un invierno, un verano, una primavera y un otoño, disfrutando mucho de estar juntos. Cuando el día del primer aniversario se acercaba, ella sintió que debía hacer algo para demostrarle a él su profundo amor. Pensó hacerle un regalo que significara esto. Un hacha nueva relacionaría todo con el trabajo; un pulóver tejido tampoco la convencía, pues ya le había tejido pulóveres en otras oportunidades; una comida no era suficiente agasajo…
Decidió bajar al pueblo para ver qué podía encontrar allí y empezó a caminar por las calles. Sin embargo, por mucho que caminara no encontraba nada que fuera tan importante y que ella pudiera comprar con las monedas que, semanas antes, había ido guardando de los vueltos de las compras pensando que se acercaba la fecha del aniversario.
Al pasar por una joyería, la única del pueblo, vio una hermosa cadena de oro expuesta en la vidriera. Entonces recordó que había un solo objeto material que él adoraba verdaderamente, que él consideraba valioso. Se trataba de un reloj de oro que su abuelo le había regalado antes de morir. Desde chico, él guardaba ese reloj en un estuche de gamuza, que dejaba siempre al lado de su cama. Todas las noches abría la mesita de luz, sacaba del sobre de gamuza aquel reloj, lo lustraba, le daba un poquito de cuerda, se quedaba escuchándolo hasta que la cuerda se terminaba, lo volvía a lustrar, lo acariciaba un rato y lo guardaba nuevamente en el estuche.
Ella pensó: “Que maravilloso regalo sería esta cadena de oro para aquel reloj.” Entró a preguntar cuánto valía y, ante la respuesta, una angustia la tomó por sorpresa. Era mucho más dinero del que ella había imaginado, mucho más de lo que ella había podido juntar. Hubiera tenido que esperar tres aniversarios más para poder comprárselo. Pero ella no podía esperar tanto.
Salió del pueblo un poco triste, pensando qué hacer para conseguir el dinero necesario para esto. Entonces pensó en trabajar, pero no sabía cómo; y pensó y pensó, hasta que, al pasar por la única peluquería del pueblo, se encontró con un cartel que decía: “Se compra pelo natural”. Y como ella tenía ese pelo rubio, que no se había cortado desde que tenía diez años, no tardó en entrar a preguntar.
El dinero que le ofrecían alcanzaba para comprar la cadena de oro y todavía sobraba para una caja donde guardar la cadena y el reloj. No dudó. Le dijo a la peluquera:
– Si dentro de tres días regreso para venderle mi pelo, ¿usted me lo compraría?
– Seguro – fue la respuesta.
– Entonces en tres días estaré aquí.
Regresó a la joyería, dejó reservada la cadena y volvió a su casa. No dijo nada.
El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquito más fuerte que de costumbre. Luego, él se fue a trabajar y ella bajó al pueblo.
Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tomar el dinero, se dirigió a la joyería. Compró allí la cadena de oro y la caja de madera. Cuando llegó a su
casa, cocinó y esperó que se hiciera la tarde, momento en que él solía regresar.
A diferencia de otras veces, que iluminaba la casa cuando él llegaba, esta vez ella bajó las luces, puso sólo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza. Porque él también amaba su pelo y ella no quería que él se diera cuenta de que se lo había cortado. Ya habría tiempo después para explicárselo.
Él llegó. Se abrazaron muy fuerte y se dijeron lo mucho que se querían. Entonces, ella sacó de debajo de la mesa la caja de madera que contenía la cadena de oro para el reloj. Y él fue hasta el ropero y extrajo de allí una caja muy grande que le había traído mientras ella no estaba. La caja contenía dos enormes peinetones que él había comprado… vendiendo el reloj de oro del abuelo.
Si ustedes creen que el amor es sacrificio, por favor, no se olviden de esta historia. El amor no está en nosotros para sacrificarse por el otro, sino para disfrutar de su existencia.

(Jorge Bucay)

Los tres leones

De: Alias de MSNLUNA200620  (Mensaje original) Enviado: 09/07/2006 9:03
Los tres leones

En la selva vivían 3 leones. Un día el mono, el representante electo por los animales, convocó a una reunión para pedirles una toma de decisión: Todos nosotros sabemos que el león es el rey de los animales, pero hay una gran duda en la selva:

existen 3 leones y los 3 son muy fuertes.
¿A cuál de ellos debemos rendir obediencia?
¿Cuál de ellos deberá ser nuestro Rey?

Los leones supieron de la reunión y comentaron entre sí: Es verdad, la preocupación de los animales tiene mucho sentido. Una selva no puede tener 3 reyes. Luchar entre nosotros no queremos ya que somos muy amigos.

Necesitamos saber cual será el elegido, pero, ¿Cómo descubrir?

Otra vez los animales se reunieron y después de mucho deliberar, llegaron a una decisión y se la comunicaron a los 3 leones.

Encontramos una solución muy simple para el problema, y decidimos que Uds. 3 van a escalar la Montaña Difícil.

El que llegue primero a la cima será consagrado nuestro Rey.

La Montaña Difícil era la más alta de toda la selva. El desafío fue aceptado y todos los animales se reunieron para asistir a la gran escalada.

El primer león intentó escalar y no pudo llegar. El segundo empezó con todas las ganas, pero, también fue derrotado. El tercer león tampoco lo pudo conseguir y bajó derrotado.

Los animales estaban impacientes y curiosos;

si los 3 fueron derrotados,

¿Cómo elegirían un rey?

En ese momento, un águila, grande en edad y en sabiduría, pidió la palabra:

¡Yo sé quien debe ser el rey! Todos los animales hicieron silencio y la miraron con gran expectativa.

¿Cómo? Preguntaron todos.

Es simple, dijo el águila. Yo estaba volando bien cerca de ellos y cuando volvían derrotados en su escalada por la Montaña Difícil escuché lo que cada uno dijo a la Montaña.

El primer león dijo: – ¡Montaña, me has vencido!

El segundo león dijo: – ¡Montaña, me has vencido!

El tercer león dijo: – ¡Montaña, me has vencido, por ahora! porque ya llegaste a tu tamaño final y yo todavía estoy creciendo.

La diferencia, completó el águila, es que el tercer león tuvo una actitud de vencedor cuando sintió la derrota en aquel momento, pero no desistió y quien piensa así, su persona es más grande que su problema: Él es el rey de sí mismo, está preparado para ser rey de los demás.

Los animales aplaudieron entusiasmadamente al tercer león que fue coronado El Rey de los animales.

Moraleja: No tiene mucha importancia el tamaño de las dificultades o problemas que tengas. Tus problemas, por lo menos en la mayor parte de las veces, ya llegaron al nivel máximo, pero no tú.

Tú todavía estás creciendo y eres más grande que todos tus problemas juntos.
Todavía no llegaste al límite de tu potencial

y de tu excelencia.
La Montaña de las dificultades tiene un tamaño fijo, limitado.

¡ Tu todavá estas creciendo !

Y acuérdate del dicho:

“No digas a Dios que tienes un gran problema,sino dile al problema que tienes un gran Dios ”

“Cuando la vida te presente mil razones para llorar, demuéstrale que tienes mil y una razones por las cuales sonreír”.

Las gotas de agua

De: Alias de MSNLUNA200620  (Mensaje original) Enviado: 05/07/2006 8:04

La ola realizó un extraño balanceo interior, se irguió cuajada de espuma sobre la superficie y con la oportuna ayuda del viento, un puñado de gotas se escaparon de su cresta y empezaron a volar sobre la superficie del océano.

Miles, tal vez millones de pequeñas gotas giraban, flotaban, danzaban en el espacio antes de caer nuevamente sobre el mar.

Una de ellas miró a su alrededor y pensó: esa gota de allá es bastante flaca, la de más acá es en cambio demasiado gorda, esa parece muy brillante pero pequeña, insignificante, esa otra en cambio es un tanto opaca, como si estuviera sucia.

Y así siguió y siguió describiendo todo que alcanzaba a ver durante ese breve segundo al que ella ahora llamaba “toda una vida”.

Más tarde se disgustó con una gota que, según ella le hacía sombra, y se hizo amiga de otra, que a su parecer era como ella.

Con el “tiempo” empezó a detestar a unas, y a querer a otras, y en igual medida a temer, admirar, despreciar, seducir, compadecer o apartarse de otras que eran “odiosas”, “amables”, “inteligentes”, “feas”, “agresivas”, “hermosas”, “hipócritas”, “geniales”,”oscuras”, “triunfadoras”, “vacías”, “positivas”, “traicioneras”, “generosas”, “santas” o “destructivas” según su particular forma de verlas.

En una ocasión chocó suavemente con una de ellas y en ese choque algo cambió, se miró en la otra gota y se reconoció a sí misma: eres mi gota gemela, exclamó emocionada, y sucedió que de ese choque brotaron gotas más pequeñas a las que llamó gotas hijas.

En verdad, pensó, soy capaz de dar vida.

Más tarde, trazó un círculo y dijo: todas las gotas que están dentro del círculo son mi familia y mis amigas, las que están fuera son mis enemigas o gotas poco confiables.

A las primeras las amo y las respeto, a las segundas, las detesto y les temo.

Con la seguridad de tener bien delimitado su mundo, sonrió satisfecha al tiempo que seguía su caída inevitable.

En los últimos instantes, en una millonésima de segundo antes de tocar la superficie del océano, la gota se dio cuenta de algo, pero no supo expresar lo que sentía.

Era un sentimiento inmenso, poderoso; algo que la llenaba por completo, pero que al mismo tiempo la dejaba vacía, una especie de destello que borraba todo lo demás, parecido a lo que por unos instantes había sentido con esa gota con la que alguna vez había chocado suavemente y en la que se había reconocido, pero ya era demasiado tarde: la gota cayó finalmente al océano.

Tan pronto como tomó contacto con el agua, se dio cuenta de algo maravilloso: en realidad ella no era una gota, no, su nombre era. su nombre era “océano”.

Más aún, sus límites no eran diminutos, como había creído, sino gigantescos.

Una parte de ella eran olas pequeñas en las que se bañaban los niños de una playa de África, otra parte llevaba – cómo si fuera una caja de fósforos – a un barco carguero, otra parte de ella misma se erguía poderosa mientras cabalgaba y era cabalgada por un huracán en el Caribe, otra tocaba las gélidas costas de la Antártida, otra las costas de Oceanía, otra se agitaba inquieta en el estrecho de Bering.

De pronto se dio cuenta de su enormidad y de su poder sin límites.

Mi nombre es océano, se dijo emocionada, ¡océano!

No tardó mucho su emoción pues una ola la levantó sobre la superficie del agua y con el soplo de la brisa marina se convirtió otra vez en una gota que giraba y flotaba sobre la superficie.

Olvidando todo lo anterior, se volteó y dijo: el mundo está lleno de gotas, hay gotas flacas como la de allá, gordas como la de acá, brillantes como esa, opacas como aquella…

En esas estaba cuando vio una gota junto a ella; en apariencia era como todas las demás pero había un algo que le atraía de forma inevitable.

Su mirada era diferente, su forma de estar y de girar y de ondular al compás de la brisa era extraña, única.

No podía dejar de mirarla, era como si danzara al mismo tiempo que estaba quieta, era como si hablara a la vez que permanecía en silencio, y cuando giraba una luz dorada la iluminaba y ella, no sabía cómo, empezaba a parpadear de manera hipnótica.

Al fin, rompiendo esa mezcla de temor y reverencia por aquella gota extraña, le dijo: ¿quién eres?

La gota la miró con dulzura y le contestó: soy tú.

Se sorprendió de semejante respuesta. ¿Cómo era posible eso?, ¿se trataba de una adivinanza tal vez?, ¿era acaso un misterio insondable?, ¿una broma quizá? Se la quedó viendo sin atreverse a decir nada.

Mírate, le dijo entonces la gota, mírate hacia dentro y verás que tengo razón.

La gota siguió sin entender.

Cierra los ojos, insistió, escucha tu silencio interior, déjate ir.

No puedo, se rebeló la gota, cómo puedo cerrar los ojos cuando hay tanto que ver, como puedo sumergirme en el silencio cuando hay tanto que oír.

Tus ojos te engañan, tus oídos también, dijo entonces la gota brillante.

No, dijo la gota retrocediendo, aléjate, por un momento creí que eras, no sé, especial, pero ahora veo que estás loca.

Claro que sí, dijo la gota brillante, loca para tu exterior, pero cuerda para tu interior. Una parte de ti sabe que tengo razón, la otra lo niega.

La gota dio un salto hacia atrás aprovechando una leve ondulación de la brisa marina.

Aléjate, gritó, aléjate o te denunciaré con las otras, les diré que estás loca, que eres una amenaza, que debemos deshacernos de ti.

Puedes hacerlo si quieres, contestó con tranquilidad la gota brillante, pero por más que me alejes siempre estaré contigo, porque soy tú, porque soy todas las gotas y mucho más de lo que imaginas.

Algún día comprenderás lo que he querido decir, agregó, algún día, cuando otra ola te levante sobre el océano y saltes a esto a lo que llamas “vida”, una memoria escondida te asaltará, algo brotará desde adentro como un rayo de luz y recordarás, aunque sea de manera nebulosa, algo de lo que en verdad eres.

Entonces, dando un giro increíble, se alejó.

El destello de esa gota la dejó afectada durante un “largo” tiempo.

Con frecuencia pensaba en ella o soñaba con ella, y hubo un tiempo en que ya no sabía qué sentir, si temor o amor, y sucedió que una fracción de segundo antes de caer otra vez en el océano, se dio cuenta, sí, se dio cuenta con claridad de lo que había querido decirle aquella gota extraña, pero ya era tarde.

Cuando tocó nuevamente el agua del mar, se estiró todo lo que pudo, sintió todas sus olas en todas las costas del mundo, y volvió a sentirse océano enorme y poderoso.

Entonces rogó para que en la próxima ocasión en que una ola la levantara sobre la superficie del agua y la lanzara al aire nuevamente, no olvidara lo que en verdad era.

Y así fue: dos o tres olas más tarde, pudo verse a sí misma como una gota-océano flotando, girando, danzando entre millones de gotas aparentemente distintas.

Sintió una felicidad enorme pues al fin se acordaba y se daba cuenta de que había dejado de estar dividida entre la ignorancia y la sabiduría, entre la pequeñez y la grandeza, entre la apariencia y la esencia.

Una gota que la vio brillando con una luz especial, le preguntó intrigada, quién eres, y ella contestó con tranquilidad: yo soy tú, yo soy océano, yo soy infinito. La gota que la escuchaba, frunció el ceño.

Una buena lección…

De: Alias de MSNLUNA200620  (Mensaje original) Enviado: 04/07/2006 10:29

UNA BUENA LECCIÓN…

Un estudiante universitario salió un día a dar un paseo con un profesor, a quien los alumnos consideraban su amigo debido a su bondad para quienes seguían sus instrucciones.

Mientras caminaban, vieron en el camino un par de zapatos viejos y supusieron que pertenecían a un anciano que trabajaba en el campo de al lado y que estaba por terminar sus labores diarias.

El alumno dijo al profesor:

Hagámosle una broma; escondamos los zapatos y ocultémonos detrás de esos arbustos para ver su cara cuando no los encuentre.

Mi querido amigo le dijo el profesor, nunca tenemos que divertirnos a expensas de los pobres.

Tú eres rico y puedes darle una alegría a este hombre.  Coloca una moneda en cada zapato y luego nos ocultaremos para ver cómo reacciona cuando las encuentre.

Eso hizo y ambos se ocultaron entre los arbustos cercanos.  El hombre pobre, terminó sus tareas, y cruzó el terreno en busca de sus zapatos y su abrigo.

Al ponerse el abrigo deslizó el pie en el zapato, pero al sentir algo adentro, se agachó para ver qué era y  encontró la moneda.  Pasmado, se preguntó qué podía haber pasado.  Miró la moneda, le dio vuelta y la volvió a mirar.

Luego miró a su alrededor, para todos lados, pero no se veía a nadie.  La guardó en el bolsillo y se puso el otro zapato; su sorpresa fue doble al encontrar la otra moneda.

Sus sentimientos lo sobrecogieron; cayó de rodillas y levantó la vista al cielo pronunciando un ferviente agradecimiento en voz alta, hablando de su esposa enferma y sin ayuda y de sus hijos que no tenían pan y que debido a una mano desconocida no morirían de hambre.

El estudiante quedó profundamente afectado y se

le llenaron los ojos de lágrimas.

Ahora dijo el profesor ¿no estás más complacido que si le hubieras hecho una broma?

El joven respondió:
Usted me ha enseñado una lección que jamás olvidaré.  Ahora entiendo algo que antes no entendía: es mejor dar que recibir.

MORALEJA

Nosotros podremos compartir siempre con el que no tiene, es decir, dar alegría al necesitado. Solo dejemos de pensar en nosotros mismos y entonces encontraremos ese espacio donde podremos actuar como servidores. solo así nos sentiremos bien con Dios y con nosotros mismos. Como puedes ver no necesitas dar mucho para tocar el alma de un desvalido. Solo actúa.

Y no te olvides: Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu mano derecha. pues la recompensa la da Dios.

¡Que tengas un bello día!

Los sonidos del corazón

De: Alias de MSNLUNA200620  (Mensaje original) Enviado: 03/07/2006 14:31

LOS SONIDOS DEL CORAZON

Un rey envió a su hijo a estudiar donde un gran maestro con el objetivo de prepararlo para ser una gran persona y un buen gobernante al heredar la corona del reino.
Cuando el príncipe llegó ante el maestro, éste lo envió al bosque. Tendría que regresar después de un año para describir todos los sonidos que escuchara allí.
Transcurrido este tiempo, cuando el joven volvió, el maestro le pidió que hiciera un relato de todo lo que había conseguido oír.
El príncipe le dijo:
“Maestro, pude escuchar el canto de los pájaros, el ruido de las hojas, el regocijo de los grillos, el ritmico croar de las ranas, la brisa rozando el pasto, el zumbido de
las abejas, el rumor del viento cortando los cielos… ”
Al terminar su narración, el maestro pidió al muchacho que regresara al bosque, para oír todo aquello que fuera posible.
A pesar de estar intrigado, el príncipe obedeció la orden del maestro, pensando: “No entiendo, ya distinguí todos los sonidos del bosque… ”
Por días y noches permaneció solo oyendo, oyendo, oyendo… pero no conseguía distinguir nada nuevo, además de lo que ya había dicho al maestro.
No obstante, cierta mañana, comenzó a distinguir sonidos vagos, diferentes a todos los que escuchara antes.
Y mientras más atención prestaba, más claro se volvían los sonidos.
Una sensación de encantamiento se apodero del chico.
Pensó: “Esos deben ser los sonidos que el maestro quería que yo escuchara… ”
Y sin prisa, permaneció allí oyendo y oyendo, pacientemente.
Quería tener la seguridad de que estaba en el camino correcto. Cuando regreso al monasterio, el maestro le preguntó que más había logrado oír.
Paciente y respetuosamente el príncipe le dijo:
“Maestro, cuando presté atención pude oír el inaudible sonido de las flores abriéndose, el sonido del sol naciendo y calentando la tierra y el del pasto bebiendo el rocío de la noche…”

Luego el maestro dijo al muchacho:
Solamente cuando se aprende a oír con el corazón es posible percibir de las personas, sus sentimientos mudos, sus miedos no confesados y sus quejas silenciosas. Asímismo, podrás inspirar confianza a tu alrededor, entender lo que está equivocado y atender las necesidades reales de cada uno.
No así, cuando se escuchan solamente las palabras pronunciadas por la boca, sin que atiendas lo que está en el interior del ser que las emite y sin oír sus sentimientos, deseos y opiniones reales. Es necesario, entonces escuchar el lado inaudible de las cosas, el lado no medido, pero que tiene su valor, pues es el lado más importante del ser humano.

Anónimo

El faro y la lampara de aceite

De: Alias de MSNLUNA200620  (Mensaje original) Enviado: 01/07/2006 11:49
EL FARO Y LA LAMPARA DE ACEITE

En una isla frente a un acantilado se alzaba majestuoso un faro. De día, sus blancos muros relucían con el sol, y de noche emitía una luz que, para los que estaban en la mar, apagaba las estrellas. Muchas personas visitaban el faro, y comentaban su altura y aspecto imponente, admirando la nota de belleza que añadía al paisaje circundante. Algunos contaban al farero que su luz los había salvado en alguna tormenta.

Todos amaban al faro, con una excepción: una pequeña lámpara de aceite que vivía en su interior. De día quedaba en el olvido al pie de las escaleras. Al anochecer ayudaba al farero a subir hasta la linterna. No era que la lámpara de aceite tuviera en menos su trabajo -sabía que cumplía un cometido-, pero vivir eclipsada por otro cuya luz era mucho más potente y podía llegar y ayudar a muchos más que una humilde lámpara de aceite era una idea muy dolorosa.

Si la lámpara de aceite hubiera sido otra cosa -digamos, una escoba- no tendría tantos motivos para envidiar al faro; su función habría sido muy diferente. Pero como los dos tenían por objeto alumbrar el camino a otros, a la lámpara de aceite le parecía que se quedaba muy corta. A su juicio, sus defectos se agrandaban por la inmediatez de alguien mucho más mayor. Ese pesar siempre le amargó su trabajo.

Un día, después de una tarde particularmente soleada en que muchos habían jugado en las arenas de la isla, alguien tocó a la puerta. Era un niño que buscaba a un amigo al que había perdido de vista mientras jugaban. El sol ya se había puesto, y las que horas antes eran playas acogedoras se veían oscuras e inquietantes. ¿Lo ayudaría el amable farero a encontrar a su amigo?

El farero hizo pasar al muchacho y, tras envolverlo en una manta, se puso su abrigo para resguardarse aquella gélida noche.

Seguidamente, descolgó la pequeña lámpara de aceite que estaba entre la puerta y las escaleras. Luego de verificar que la mecha estaba empapada en el aceite y el depósito lleno, encendió la lámpara y le dijo en voz baja: «Fiel amiga, esta noche tienes que alumbrar bien. No puedo llevarme el faro. Él cumple su función aquí; tú estás hecha para ocasiones como esta. ¡Ahora es cuando más falta me haces!»

En ese instante, todos los recelos de la lámpara se disolvieron con la alegría de saber que había una misión que solo ella podía cumplir.

A lo largo de la noche, mientras pasaba por zarzas y arbustos, alumbró más intensa y constante que nunca. El farero contaba con ella, y no podía defraudarlo. Al final, encontraron al chico y lo llevaron sano y salvo al faro, donde estaba su amigo.

La lámpara de aceite no volvió a quejarse de su lugar ni de su función. Aquella noche había aprendido algo muy importante: era más feliz y más útil siendo quien era.

También tú tienes una misión concreta y un lugar que nadie más puede ocupar. Aunque otros se luzcan más por tener mayores talentos o ejercer más influencia, el Farero de nuestro corazón, con Su gran amor omnisciente, tuvo Sus motivos para hacerte como eres. Jamás pienses que tu luz es demasiado débil para hacerse sentir.

Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos.

Mateo 5:14-

Solitario en el camino

De: Alias de MSNLUNA200620  (Mensaje original) Enviado: 29/06/2006 13:42

Solitario en el camino

PAULO COELHO

La vida es como una gran carrera en bicicleta, cuya meta es cumplir la leyenda personal –aquello que, según los antiguos alquimistas, es nuestra verdadera misión en la Tierra.

En la línea de partida estamos juntos, compartiendo camaradería y entusiasmo. Pero, a medida que la carrera se desarrolla, la alegría inicial cede lugar a los verdaderos desafíos: el cansancio, la monotonía, las dudas sobre la propia capacidad. Nos damos cuenta de que algunos amigos ya desistieron en el fondo de sus corazones; aún siguen corriendo, pero es porque no pueden parar en medio de la pista. Este grupo se va haciendo cada vez más numeroso, con todos pedaleando al lado del coche que acompañan, donde conversan entre sí y cumplen con sus obligaciones, pero olvidan las bellezas y desafíos del camino.

Nosotros terminamos por distanciarnos de ellos y entonces estamos obligados a enfrentar la soledad, las sorpresas de las curvas desconocidas, los problemas que pueda crearnos la bicicleta. En un momento dado, después de algunas caídas sin que haya nadie cerca para ayudarnos, terminamos por preguntarnos si vale la pena tanto esfuerzo.

Sí, vale. Se trata sólo de no desistir. El padre Alan Jones dice que para que nuestra alma tenga condiciones de superar esos obstáculos necesitamos cuatro fuerzas invisibles: amor, muerte, poder y tiempo.

Es necesario amar, porque somos amados por Dios.

Es necesaria la conciencia de la muerte, para entender bien la vida.

Es necesario luchar para crecer, pero nunca dejarse ilusionar por el poder que llega junto con el crecimiento, porque sabemos que él no vale nada.

Es necesario aceptar que nuestra alma, aunque sea eterna, está en este momento presa en la tela del tiempo, con sus oportunidades y limitaciones. Así, en nuestra solitaria carrera en bicicleta, tenemos que actuar como si el tiempo no existiera, hacer lo posible para valorizar cada segundo, descansar cuando sea necesario, pero continuar siempre en dirección a la luz divina, sin dejarnos afectar por los momentos de angustia.

Estas cuatro fuerzas no pueden ser tratadas como problemas a ser resueltos, ya que están fuera de cualquier control. Tenemos que aceptarlas y dejar que nos enseñen lo que necesitamos aprender.

Vivimos en un universo que es al mismo tiempo lo suficientemente gigantesco como para rodearnos y lo bastante pequeño como para caber en nuestro corazón. En el alma del hombre está el alma del mundo, el silencio de la sabiduría. Mientras pedaleamos en dirección a nuestra meta, es siempre importante preguntar: “¿Qué hay de bueno en el día de hoy?” El sol puede estar brillando, pero si la lluvia estuviera cayendo, es importante recordar que eso también significa que las nubes negras se habrán disuelto en breve. Las nubes se disuelven, pero el sol permanece inmutable y no pasa nunca. En los momentos de soledad es importante recordar eso.

Finalmente, cuando las cosas llegan a ponerse muy duras, no podemos olvidar que todo el mundo ya pasó por eso, independientemente de raza, color, situación social, creencias o cultura. Una hermosa plegaria del maestro sufí Dhu’I-Nun (egipcio, fallecido el año 861 a. C.) resume bien la actitud positiva necesaria en estos momentos:

“Oh, Dios, cuando escucho las voces de los animales, el ruido de los árboles, el murmullo de las aguas, el gorjeo de los pájaros, el zumbido del viento o el estruendo del trueno, percibo en todos ellos el testimonio de tu unidad; siento que tú eres el supremo poder, la omnisciencia, la suprema sabiduría, la suprema justicia.

“Oh, Dios, te reconozco en las pruebas que estoy pasando. Permite, Oh, Dios, que tu satisfacción sea mi satisfacción. Que yo sea tu alegría, aquella alegría que un padre siente por un hijo. Y que yo me acuerde de ti con tranquilidad y determinación, incluso cuando resulte difícil decir te amo”

El loco-2008

De: Alias de MSNLUNA200620  (Mensaje original) Enviado: 28/06/2006 9:34
El loco
En un pueblo rodeado de cerros habitaba un loco, la gente del pueblo le llamaba así: “EL LOCO”, ¿y porqué le llamaban así?, ¿Qué acaso hacia cosas disparatadas, cosas raras, cosas diferentes a lo que hacen la mayoría de las personas, al menos en ese pueblo?.

La gente al verlo pasar se reía y se burlaba de él, humildemente vestido, sin posesiones, sin una casa que se dijera de su propiedad, sin una esposa ni unos hijos; **un desdichado*, pensaba la gente, alguien que no beneficiaba a la sociedad, **un inútil** comentaban otros.

Más he aquí que este viejo ocupaba su vida sembrando árboles en todas partes donde pudiera, sembraba semillas de las cuales nunca vería ni las flores ni el fruto, y nadie le pagaba por ello y nadie se lo agradecía, nadie lo alentaba, por el contrario, era objeto de burla ante los demás.

Y así pasaba su vida, poniendo semillas, plantando arbolitos ante la burla de los demás. Y he aquí que ese ser era un gran Espíritu de Luz, que poniendo la muestra de como se deben hacer las cosas, sembrando, siempre sembrando sin esperar a ver el fruto, sin esperar a saborearlo.

Y sucedió que un día cabalgaba por esos rumbos el Sultán de aquellos lugares, rodeado de su escolta y observaba lo que sucedía verdaderamente en su reino, para no escucharlo a través de la boca de sus ministros.

Al pasar por aquel lugar y al encontrarse al Loco le preguntó: _ ¿Qué haces, buen hombre?

Y el viejo le respondió: _ Sembrando Señor, sembrando.

Nuevamente inquirió el Sultán: _ Pero, ¿cómo es que siembras?. estás viejo y cansado, y seguramente no verás siquiera el árbol cuando crezca. ¿Para qué siembras entonces?

A lo que el viejo contesto: _ Señor, otros sembraron y he comido, es tiempo de que yo siembre para que otros coman.

El Sultán quedo admirado de la sabiduría de aquel hombre al que llamaban LOCO, y nuevamente le preguntó:

_ Pero no verás los frutos, y aun sabiendo eso continuas sembrando… Por ello te regalaré unas monedas de oro, por esa gran lección que me has dado.

El Sultán llamo a uno de sus guardias para que trajese una pequeña bolsa con monedas de oro y las entregó al sembrador.

El sembrador respondió : _Ves, Señor, como ya mi semilla ha dado fruto, aún no la acaba de sembrar y ya me está dando frutos, y aun más, si alguna persona se volviera loca como yo y se dedicara solamente a sembrar sin esperar los frutos sería el más maravilloso de todos los frutos que yo hubiera obtenido, porque siempre esperamos algo a cambio de lo que hacemos, porque siempre queremos que se nos devuelva igual que lo que hacemos. Esto, desde luego, sólo cuando consideramos que hacemos bien, y olvidándonos de lo malo que hacemos.

El Sultán le miró asombrado y le dijo : _ ¡Cuánta sabiduría y cuánto amor hay en ti!, ojalá hubiera más como tú en este mundo, con unos cuantos que hubiese, el mundo sería otro; más nuestros ojos tapados con unos velos propios de la humanidad, nos impiden ver la grandeza de seres como tu. Ahora me retiraré porque, si sigo conversando contigo, terminaré por darte todos mis tesoros, aunque sé que los emplearlas bien, tal vez mejor que yo. ¡Qué Alá te Bendiga!

Y terminado esto, partió el Sultán junto con su séquito, y el Loco siguió sembrando y no se supo de su fin, no se supo si termino muerto y olvidado por ahí en algún cerro, pero él había cumplido su labor, realizó la misión, la misión de un Loco.

****Este cuento sirve para ilustrarnos lo que muchos seres hacen en este mundo, pero callados, sin esperar recompensa y he aquí que se requieren muchos locos en el mundo, seres que repartan la Luz, que den la enseñanza, que sean guías en este mundo tan hambriento de la enseñanza espiritual.

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