La gaviota

De: Alias de MSNMINERO16  (Mensaje original) Enviado: 04/01/2004 12:50
Erase una gaviota que vivía en una playa de la región patagónica; grandes acantilados limitaban la visual hacia tierras lejanas. Vivía con sus compañeras de vuelo que todas las mañanas al despuntar el alba partían con rumbo desconocido, internándose en el mar para buscar alimentos, mientras con placer sobrevolaban ese infinito azul.
-Hoy no saldré -dijo un día nuestra gaviota a sus compañeras -deseo quedarme a ver el amanecer en la playa, tengo curiosidad por ver qué sucede mientras nosotras volamos. Sé que vienen los humanos, quiero verlos de cerca.
-¿Qué tiene eso de atractivo? -preguntó una gaviota curiosa

-Desperdiciar volar en el inmenso azul por ver unos seres que sólo quieren asustarnos -sentenció otra gaviota frunciendo su pico.
-Si -dijo decididamente nuestra gaviota -quiero ver con mis ojos todas las maravillas a que el mar incita.
-Es una eutropelia -dijo la gaviota mayor -nos dejas para quedarte con ellos.
-Quiero observarlos, nada más -dijo tímidamente la gaviota. -Mañana volaré con ustedes. Sólo será  por hoy.

Las restantes gaviotas emprendieron el vuelo, como todos los días, apenas el sol apareció en el horizonte.
Nuestra gaviota quedóse caminando por la playa, comiendo pequeños moluscos. Cuando el sol despegó del horizonte, comenzaron  a llegar los humanos, con sus sombrillas coloridas, bolsos  rebosantes de alimentos, hombres arrastrando sus redes, niños que bajaban desenfrenadamente en busca del mar.
Pasó el resto del día haciendo pequeños vuelos. Los niños intentaban  acercarse a ella… Les extrañaba una gaviota solitaria en la playa y corrían a su encuentro.
El sol se fue poniendo y con las últimas luces, los bañistas y pescadores fueron abandonando la playa. A lo lejos pudo observar una blanca línea que se aproximaba a la costa. Eran sus compañeras que volvían después del largo día.
-¿Cómo te fue? -preguntó la gaviota curiosa.

-¿Qué fue más interesante que volar sobre el ancho mar? -preguntó la gaviota mayor.
-Vi niños jugar, mujeres disfrutando del sol, hombres compartiendo travesuras con sus hijos, pescadores concentrados en apresar peces, parejas de enamorados caminando por la costa, mujeres mayores disfrutando de sus nietos, jovencitas dorando sus cuerpos mientras mantenían largas charlas adolescentes. Conocí a un vendedor ambulante que me dio unas bolitas blancas exquisitas, mientras pregonaba en voz muy alta sus dulces, aquellos que los niños desean. Vi gente ejercitando sus cuerpos, unos corriendo, otros caminando, otros en bicicleta.
Las otras gaviotas escuchaban el relato de nuestra amiga en silencio, hasta que una de ellas preguntó -¿Qué harás mañana?
-Me quedaré un día más a observarlos, me gustó verlos, será él ultimo día, después continuaré los vuelos con ustedes. Dicho esto, se retiró a dormir a su nido, mientras las otras murmullaban a sus espaldas.
Así pasaron los días y nuestra gaviota, siempre decía “un día más”. Pasaron semanas. Hasta que una mañana al alba estaba alistada junto con sus compañeras. Ya había visto lo suficiente de los humanos, había compartido con los niños sus alegrías, había hecho amigos, había disfrutado su compañía… Quería volver a ver los mares en toda su plenitud.
Sus compañeras la miraron asombradas, ya casi no la tenían en cuenta, se sentían traicionadas por ella. Como siempre decía la mayor de todas -era una eutropelia hacia las gaviotas.
Todas abrieron sus alas y remontaron el hermoso cielo azul.
Todas, menos nuestra amiga, que no podía levantar vuelo más de dos metros de la arena. Caía y volvía a aletear. Sus alas estaban endurecidas. Vio cómo se alejaban sus compañeras hacia el infinito, sin siquiera intentar ayudarla.

Pasó el día. Ya no disfrutó con los humanos, estaba triste. Ya no podía volar como antes.
Quedóse detrás de una roca, decidida a morir de hambre. Se dio cuenta que sin volar su vida no tenía sentido. Su curiosidad por conocer cosas nuevas la había traicionado.
Así quedó, agazapada detrás de una roca durante todo el día. Ya comenzaba a atardecer cuando un niño la vio. Él había estado jugando con nuestra gaviota los últimos días, le había tirado miguitas, había corrido con ella todo el día, ya no tratando de atraparla, era un juego sin fin.
El niño se acercó, la gaviota no atinó a escapar. Se miraron. El niño vio esos ojos tristes y comprendió todo.
Se quedó pensativo, su amiga era evidente que no podía volar, tal vez estaba herida o tal vez… pero hizo como todos los niños, en vez de pensar, actuó rápidamente…
Tomó a la gaviota entre sus pequeños brazos y la llevó hasta la cima del acantilado. La posó sobre el suelo y le dijo.
-Vuela, bonita gaviota, vuela por mí, tú naciste con alas… Úsalas!
La gaviota vio el precipicio, no sabía si podría hacerlo, pero miró la cara del niño, ese niño que se había convertido en su amigo. Ninguna gaviota tiene un amigo. No lo podía defraudar.
Abrió sus alas, sintió alegría, plenitud de su condición de ser y voló, voló, y voló…

La luz de la esperanza

De: MINERO16  (Mensaje original) Enviado: 04/01/2004 12:40
Una historia sobre la importancia de ser testigos de Cristo para alumbrar el camino del prójimo

Había una vez, hace cientos de anos, en una ciudad de Oriente, un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida.

La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella.

En determinado momento, se encuentra con un amigo.

El amigo lo mira y de pronto lo reconoce.

Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo. Entonces, le dice:

– ¿Que haces Guno, tu ciego, con una lámpara en la mano? Si tu no ves..

Entonces, el ciego le responde:

– Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mi…

No solo es importante la luz que me sirve a mi, sino también la que yo uso para que otros puedan servirse de ella.

Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para uno y para que sea visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite.

Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil…

Muchas veces en vez de alumbrar oscurecemos mucho mas el camino de los demás.

¿Cómo? A través del desaliento, la critica, el egoísmo, el desamor, el odio, el resentimiento.

¡Que hermoso seria si todos iluminaríamos los caminos de los demás!

Sin fijarnos si lo necesitan o no. Llevar luz, y no-oscuridad.

Si toda la gente encendiera una luz el mundo entero estaría iluminado y brillaría día a día con mayor intensidad.

Todos pasamos por situaciones difíciles a veces. Todos sentimos el peso del dolor en determinados momentos de nuestras vidas. Todos sufrimos en algunos momentos… lloramos en otros…

Pero no pensemos solo en nuestro dolor cuando alguien desesperado busca ayuda en nosotros. No exclamemos como es costumbre:

– “La vida es así”, llenos de rencor, llenos de odio o de indiferencia.

Al contrario, ayudemos a los demás sembrando esperanza en ese corazón herido.

Nuestro dolor es y fue importante, pero se minimiza si ayudamos a otros a soportarlo, si ayudamos a otro a sobrellevarlo…

Luz… demos LUZ…

Tenemos en el alma el motor que enciende cualquier lámpara, la energía que permite iluminar en vez de oscurecer…

Esta en nosotros saber usarla…Esta en nosotros ser Luz y no permitir que los demás vivan en las tinieblas…

El operador del puente

MINERO16  (Mensaje original) Enviado: 04/01/2004 12:39
Una historia sobre la intensidad y la fuerza del amor de Dios como Padre de todos

Había una vez un puente que atravesaba un gran río. Durante la mayor parte del día, el puente permanecía con ambos carriles en posición vertical de manera que los barcos pudiesen navegar libremente por río. Pero a determinada hora, los carriles bajaban colocándose en forma horizontal a fin de que algunos trenes pudiesen cruzar el río.

Un hombre era el encargado de operar los controles del puente, y lo hacía desde una pequeña choza que estaba ubicada al lado del río. Una noche, el operador estaba esperando el último tren para activar los controles y poner al puente en posición horizontal; vio a lo lejos las luces del tren y esperó hasta que estuviese a una distancia prudente para bajar los carriles del puente. Cuando advirtió la cercanía del tren, se dirigió a la cabina de control donde horrorizado descubrió que los controles no funcionaban correctamente y que el seguro que sujetaba la unión entre los carriles ya colocados en forma horizontal se malogró.

Existía el peligro de que con el peso del tren, el puente que no podría mantenerse firme pues los carriles tambalearían, ocasione que el tren se estrelle directamente en el río.

El tren de la noche trae muchos pasajeros abordo por lo que muchas personas perecerían inmediatamente en el accidente. Habría que hacer algo. El operador abandonó rápidamente la cabina de control, cruzó el puente para dirigirse al otro lado del río donde había un interruptor para accionar una palanca manualmente la cual sostendría los dos carriles del puente. El operador tendría que bajar la palanca y tenerla en dicha posición con mucha fuerza hasta que el tren cruce el puente. Muchas vidas dependían de la fuerza de este hombre.

Fue entonces cuando escuchó un sonido que provenía muy cerca de la cabina de controles y que hizo que se le helara la sangre. “Papi, ¿donde estás?”, escuchó repetidas veces. Su hijo de tan sólo cuatro años de edad estaba cruzando el puente para buscarlo. Su primer impulso fue gritar “corre, corre” pero se dio cuenta que las diminutas piernas de su pequeño jamás podrían cruzar el puente antes de que el tren llegase. El operador casi suelta la palanca para correr tras su hijo y ponerlo a salvo, pero comprende que no tendría suficiente tiempo para regresar y sostener la palanca. Tenía que tomar una decisión: o la vida de su hijo o la vida de todas aquellas personas que estaban al borde del tren. La velocidad con que venía el tren evitó que los miles de pasajeros que venían abordo se diesen cuenten del diminuto cuerpo de un niño que había sido golpeado y arrojado al río por el tren. Tampoco fueron conscientes de los sollozos y dolor de un hombre, aferrándose todavía a la palanca a pesar que el tren ya había cruzado y no era necesario que él estuviese ahí. Ni mucho menos vieron a ese hombre deambulando por el puente en dirección a su casa a decirle a su esposa como es que su único hijo había muerte brutalmente.

Ahora tu puedes comprender lo que le pasó al corazón de este hombre. Puedes comprender los sentimientos y el dolor de nuestro Padre del Cielo cuando sacrificó a su Hijo para construir ese puente que nos permitiese a todos sus hijos en la tierra obtener la vida eterna.

¿Cómo se sentirá Dios en el cielo cuando ve como nosotros corremos por la vida sin tener en cuenta el gran sacrificio de amor que Él hizo al enviarnos a su único Hijo para que muera por nuestra salvación?

El abrazo de Dios

De: MINERO16  (Mensaje original) Enviado: 04/01/2004 12:36
Una historia sobre el amor paternal de Dios que nos socorre en los tiempos difíciles

Un fuerte viento soplaba en una friolenta noche de marzo en las afueras de un pequeño hospital de Dallas, mientras el doctor entró en el cuarto donde se encontraba Diana Blessing. Ella aun estaba adormecida por la cirugía y su esposo David aguantaba su mano cuando el médico les comunicó el último informe de su recién nacida, la pequeña Danae Lu Blessing. La tarde del 10 de marzo de 1991, complicaciones habían forzado a Diana, con solo 24 semanas de embarazo (seis meses), a tener una cesárea de emergencia para que naciera Danae Lue, la nueva hija de la pareja.

La niña nació pesando solo una libra y nueve onzas y con solo 12 pulgadas de longitud. Los padres sabían que la niña estaba peligrosamente prematura, pero no estaban preparados para escuchar lo que la suave voz del medico estaba a punto de decir.

“No creo que podrá sobrevivir. Hay solo 10 % de posibilidad de que dure toda la noche y aunque sobreviva, su futuro será muy cruel. Nunca caminara o hablara. Posiblemente sea ciega. Será susceptible a enfermedades catastróficas como retardación mental”.

“¡No, no, no!” era lo único que la madre podía decir. Ella al igual que su esposo David y su hijito Justin, de solo cinco años de edad, habían soñado por mucho tiempo en tener una hijita para así completar la familia con cuatro integrantes. Ahora en unas pocas horas, ese sueño estaba desapareciendo.

Durante las horas oscuras de la mañana, mientras la pequeña Danae Lue seguía luchando por vivir, su madre se dormía y despertaba pero con una creciente determinación no solo de que su pequeña hijita sobreviviría sino que seria una niña feliz y saludable. Sin embargo, David pensó que debía empezar a preparar a Diana para lo inevitable.

“Debemos empezar a hacer arreglos para el funeral,” le decía el. Diana recuerda lo mucho que David intento convencerla pero ella rehusó escuchar y le respondía: “no, eso no va a ocurrir. No importa lo que los médicos digan. Danae no va a morir. ¡Un día estará bien y regresara a la casa con nosotros!”.

Como si la determinación y voluntad de su madre se estuviera imponiendo, Danae se mantuvo sujeta a la vida hora tras hora a pesar de estar rodeada por máquinas médicas.

Cuando pasaron esos primeros largos días de vida en los cuales parecía que en cualquier momento Danae dejaría de respirar, una nueva agonía tomo lugar. Por tener un sistema nervioso tan frágil y subdesarrollado, el beso mas suave intensificaba la incomodidad de la pequeña así que ni siquiera los padres podían tenerla en sus brazos y ofrecerles de esa forma su amor y cariño. Todo lo que podían hacer mientras la pequeña yacía cubierta por rayos ultravioleta, tubos y cables, era orarle a Dios para que Él se mantuviera cerca de su pequeña. La niña siguió sobreviviendo aunque sin ninguna mejora drástica. También poco a poco fue aumentando de peso.

Al cumplir dos meses de vida, sus padres pudieron finalmente tomar a Danae en sus brazos por primera vez. Dos meses más tarde, a pesar que los médicos seguían pronosticando condiciones difíciles de vida para la pequeña Danae, ésta fue llevada a su casa con sus padres, tal como había su madre predicho.

Hoy, cinco años mas tarde, Danae es una chiquita batalladora con brillantes ojos grises y con un insaciable entusiasmo por vivir. Ella no tiene ni lo mas leves síntomas de su incierto e improbable nacimiento y lucha por sobrevivir. Tampoco hay síntoma alguno de impedimento físico o mental. Es todo lo que una pequeña de cinco años debe ser y mucho más. Pero este esta lejos de ser el fin de esta historia.

Una calurosa tarde en el verano de 1996, cerca de su casa en Irving, Texas, Danae estaba sentada en las piernas de su madre en las gradas de un terreno de béisbol donde Justin practicaba junto al resto de sus compañeros. Como siempre, Danae estaba hablando y sonriendo con su madre y algunos otros padres allí presente.

Estaba sentada cuando de repente dejo de hablar, cubrió su pecho con ambos bracitos y dijo: “¿Puedes oler eso?” Su madre al oler el aire y notar que se acercaba una tormenta respondió: “si, huele como lluvia.” La pequeña cerro sus ojos y otra vez pregunto: “¿Puedes oler eso?” Nuevamente su madre respondió: “Si, creo que nos vamos a mojar, huele como lluvia.” Aun en medio del momento, Danae meneo sus delgados hombros y sus pequeñas manos y dijo en alta voz, “no, huele como Él.”

“Huele como Dios cuando tu recuestas tu pequeña cabeza en su pecho.”

Lagrimas empañaron los ojos de Diana mientras su hijita corría a jugar con los otros niños justo antes de empezar a llover. Las palabras de su hijita confirmaban lo que Diana y todos los miembros de la familia sabían, por lo menos en sus corazones: “que durante esos largos días y noches de los dos primeros meses de la vida de Danae, cuando sus nervios eran muy sensitivos para ser tocados y sus padres ni siquiera podían tocarla o abrazarla, Dios estaba cargando a la pequeña en su pecho y es su amorosa aroma lo que ella recuerda tan bien”

Mi ángel guardián

De: MINERO16  (Mensaje original) Enviado: 04/01/2004 12:34
Una historia que nos enseña a ser conscientes de la dulce protección de nuestro ángel

Había una vez una pequeña niña sentada en un parque. Todos pasaban por su lado y nunca nadie se detenía a preguntarle que le pasaba. Vestida con un traje descolorido, zapatos rotos y sucios, la niña se quedaba sentada mirando a todo el mundo pasar. Ella nunca trató de hablar, y jamás dijo una palabra.

Al día siguiente decidí volver al parque a ver si la niña aún estaba ahí. Faltando pocos metros, la vi sentada en el mismo lugar en el que estaba ayer, con la misma mirada de tristeza en sus ojos.

Me dirijí hacía ella; al acercarme note que en su espalda había una joroba. Ella me miró, y su mirada me rompió el alma. Me senté a su lado y sonriendo le dije “hola”.

La pequeña me miró sorprendida y con una voz muy baja respondió a mi saludo. Hablamos hasta que los últimos rayos de sol desaparecieron. Cuando nos quedamos sólo nosotros dos y teniendo a la luna como lumbrera le pregunté por qué estaba tan triste.

Ella me miró y con lágrimas en los ojos me dijo:
– Porque soy diferente.

Yo respondí con una sonrisa:
– Lo eres.

Y ella dijo aún más triste:
– Lo sé.

Entonces yo le contesté:
– Pequeña, ser diferente no es malo. Tú me recuerdas a un ángel, dulce e inocente.

Ella me miró, sonrió y por primera vez sus ojos brillaron con la luz de la alegría.
Despacio ella se levantó y dijo:
– ¿Es cierto lo que acabas de decir?

– Sí -le respondí.. -Eres como un pequeño ángel guardian enviado para proteger a todos los que caminan por aquí.

Ella movió su cabeza afirmativamente y sonrió.
Ante mis ojos algo maravilloso ocurrió. Su joroba se abrió y dos hermosas alas salieron de ahí. Ella me miró sonriente y dijo:

– Yo soy tu ángel guardian.

No sabía que decir. Ella me dijo:
– Por primera vez pensaste en alguien más. Mi mision está cumplida.
Yo me levanté y pregunté por qué nadie la había ayudado.

Ella me miró y sonriendo dijo:
– Tú eres la única persona que podía verme.- Y ante mis ojos desapareció.
Después de ese encuentro mi vida cambió drásticamente. Cuando pienses que solo te tienes a ti mismo, recuerda que tu angel guardian está siempre pendiente de ti.

EL KÁLEVALA

EL KÁLEVALA

LA EPOPEYA NACIONAL DE FINLANDIA

Versión castellana  de ALEJANDRO CASONA
EDITORIAL  LOSADA, S.  A.

ISBN: 950-03-0412-0
Diseño de tapa: ALBERTO DIEZ
Digitalizado por Anelfer
Octubre 2002

PRÓLOGO

El Kálevala —título que significa la tierra de los héroes— es el poema nacional de Finlandia. Estricta¬mente es una colección de cantares épicos tradiciona¬les, reunidos bajo apariencia de poema. Su origen se remonta a los siglos VI a XIV, desde que los hombres de lengua finesa se establecieron en el territorio que hoy se llama Finlandia hasta la invasión de los suecos. Desde luego, al transmitirse de siglo en siglo, estos cantos sufrían alteraciones, pero en conjunto repre¬sentan bien aquella época lejana.
El idioma de Finlandia pertenece a la familia finno-úgrica, muy distinta de la indo-europea, cuyas lenguas ocupan la mayor parte del territorio de Europa y parte del de Asia (principalmente la India, la Persia, la Ar¬menia, la Siberia). Los principales representantes del grupo finno-úgrico, cuyos orígenes se sitúan hipotéti¬camente en la cuenca del Volga, son —además del fin¬landés— el estonio, el lapón y el húngaro. El finlandés recibe desde el final de la Edad Media la influencia del sueco: conquistada Finlandia por Suecia, se impone allí como oficial el idioma de la nación dominadora y se difunde como medio de expresión literaria; pero la lengua popular se mantuvo, y a ella se tradujo la Bi¬blia desde el siglo XVI. En los campos, sobre todo, persistían los viejos cantos del pueblo finlandés, y apa¬recían siempre nuevos poetas.

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EL VIEJO QUE HACIA FLORECER LOS ÁRBOLES (cuento japones)

EL VIEJO QUE HACIA FLORECER LOS ÁRBOLES
ANÓNIMO
Hace muchos, muchos años, un viejo leñador que vivía en una pequeña aldea a la orilla de un gran bosque salió por la mañana, como era su costumbre diaria, a cortar unos árboles para el señor de la provincia. Cuando estaba a medio camino observó a un pequeño perro blanco que estaba tumbado a la vera del sendero. El animal estaba muy delgado y no tardaría mucho tiempo en morir de hambre y de frío. El sufrimiento de la criatura movió la piedad del leñador quien lo cogió en sus manos, lo puso tiernamente en el regazo de su quimono 1 y se volvió a casa. Su esposa vino corriendo hacia él sorprendida de que volviera tan pronto, y le preguntó qué había pasado. Como respuesta, el hombre descubrió al pequeño perro y se lo mostró a su mujer.
—¡Pobre perrito! —exclamó ella enternecida—. ¿Quién ha podido ser tan cruel contigo? ¡Y qué inteligente pareces ser con tus claros y brillantes ojos y tus orejas vivas y alertas! Unos viejos como nosotros te tendrán a gusto en su casa.
—En efecto, así es —murmuró el anciano que estaba deseando tenerlo como mascota.
Llevaron adentro al perro, lo colocaron en el suelo de paja y se pusieron enseguida a atender su enfermedad.
Con estos cariñosos cuidados el pequeño perro se puso bien y fuerte. Sus ojos brillantes resplandecían, sus orejas se enderezaban al más mínimo ruido, su hocico estaba siempre moviéndose de un lado para otro, curioseándolo todo, y su pelo se cubrió de tal blancura que la anciana pareja le llamaba Shiro, que significa blanco. Como quiera que los ancianos no tenían hijos, Shiro fue tan querido para ellos como un hijo y el animal seguía a los viejos adonde quiera que iban.
Un día de invierno el anciano cogió el azadón, lo echó sobre su hombro y marchó al huerto a coger unas verduras. Shiro, a quien siempre le alegraban enormemente estas ocasiones, saltó y brincó alrededor de su amo haciendo grandes círculos; luego pegó varias carreras hacia las zanjas y los matorrales.
Cuando llegaron al campo echó a correr tan locamente como siempre y ladró de placer al arrojarse sobre la maleza.
De repente se detuvo. Sus orejas se alzaron y se pusieron rectas y todo su cuerpo se tensó. Con el hocico en la tierra echó a andar lentamente hacia la empalizada que había cerca de una de las esquinas del huerto. Su hocico se movía rápidamente, olfateando en un montoncito de tierra. De pronto, empezó a escarbar intensamente: apartaba la tierra y la echaba para atrás con sus patas. Sus fuertes y excitados ladridos atrajeron la atención del anciano que se hallaba en la otra puerta del campo. Se dio cuenta que Shiro tenía que haber descubierto algo muy extraordinario para que se comportase de aquella manera. Echó a correr hacia donde estaba el animal para ver qué era aquello.
El hombre cogió su azadón y empezó a cavar en el agujero que había abierto Shiro y, apenas había pegado dos golpes con la herramienta, cuando una lluvia de monedas de oro empezó a manar como si fuera de un manantial invisible y a llenar el aire. El anciano se echó para atrás sorprendido y volvió corriendo a su casa para que su mujer viera el milagro.
Sin embargo su vecino, un hombre avaricioso y de mal genio que también había sido atraído por los ladridos de Shiro, había presenciado esta maravilla increíble desde la otra parte de la cerca de bambú que separaba sus campos. Sus ojos resplandecieron de codicia y casi no pudo controlar sus crispadas manos. Muy astutamente adoptó una voz amigable y rogó a los ancianos que le prestaran el perro durante el día. Corteses y bondadosos como eran, y siempre dispuestos a prestar servicios, el anciano levantó a Shiro, le dijo que se portara como un buen perro y se lo entregó al vecino por encima de la empalizada.
Al notar la mala naturaleza del hombre, Shiro se negó a seguir a su amo temporal. Se echó al suelo temblándole el cuerpo de miedo. El vecino lo acarició y le gritó, le gritó y lo acarició, pero sólo para conseguir que el temor de Shiro aumentase más. Cada vez más colérico por su parte, el hombre ató una cuerda alrededor del cuello de Shiro y lo llevó arrastrando hasta un rincón de su huerto. Allí, lo ató a un árbol, dejándolo muy apretado y con tan poca cuerda para moverse con libertad, que la pobre criatura se vio forzada a estar echada en una postura agonizante. Su garganta estaba tan apretada por la cuerda que ni su verdadero amo podía oír sus débiles ladridos.
—Ahora —dijo el malvado vecino—, ¿dónde está enterrado? ¿Dónde está enterrado? Búscamelo o te mataré, despreciable sabueso.
Furioso, golpeó la tierra ante el hocico de Shiro. La hoja del azadón se hundió en la tierra y chocó contra algún objeto metálico. El arisco hombre se enderezó tenso. Sus ojos se ampliaron en ávida expectación. En un instante estaba arañando la tierra con ambas manos en medio de un frenesí de avaricia. Sin embargo, cuando no pudo desenterrar más que viejos andrajos, zuecos de madera y tejas rotas, su furia se hizo incontrolable. Agarró el azadón otra vez y golpeó salvajemente a Shiro, que en aquel instante se quejaba y se ponía a cubierto aterrorizado al pie del árbol. El golpe hirió cruelmente al animal, pero también cortó la cuerda que le sujetaba, por lo que el perro echó a correr en angustiados círculos, herido por el tajo y aullando de dolor. Su verdadero amo, atraído ahora por sus ladridos, corrió hacia la cerca, y al ver lo que estaba ocurriendo se llenó de pena. Shiro atravesó la cerca y su amo lo cogió cariñosamente en sus manos.
—Shiro, mi pobre Shiro, ¡qué cosa tan terrible te ha ocurrido! ¿Podrás perdonarme? ¿Podrás perdonarme mi cruel error? —lloriqueó el anciano.
Pero Shiro se apretaba temblando contra él.
El hombre, muy triste, regresó con Shiro a su casa. Allí le bañó y curó su herida y le dio de comer su comida preferida. Pero, a pesar de todos sus esfuerzos, el azadón de su infame vecino le había herido tan gravemente que el animal murió aquella misma noche.
Los ancianos quedaron traspasados con su pérdida. Aquella noche no pudieron dormir y por la mañana temprano, con gran dolor y tristeza, enterraron a su pequeña mascota en el rincón del huerto donde había ocurrido el milagro de Shiro. Sobre su tumba el anciano puso una pequeña lápida y junto a ella plantó un pino joven. Todos los días la anciana pareja iba a la tumba y de pie, con las cabezas inclinadas, lamentaban la pérdida de su amigo.
El árbol creció con una rapidez increíble. En una semana sus ramas daban sombra a la tumba de Shiro; a los quince días ya se necesitaban dos personas con los brazos extendidos para poder rodear su tronco; y al cabo del mes las hojas de su copa parecían barrer el cielo, tan grande estaba ya. Todos los días el anciano se asombraba ante esta nueva maravilla y decía:
—Mujer, esto es sin duda otro milagro. Nuestro pequeño Shiro ha muerto, pero su espíritu ha penetrado en este árbol. Su esplendidez y exuberancia no pueden morir. Se ha convertido en la savia de este magnífico árbol y está brincando alegremente en sus hojas y ramas. Estoy seguro de que es así.
Y miraban al árbol con renovado asombro.
Las noticias del rápido desarrollo del árbol se extendieron enseguida. Desde los lejanos valles y montañas acudían diariamente gentes con el propósito de contemplarlo. Doblaban el cuello hacía atrás y forzaban los ojos para ver sus ramas más altas. Movían sus cabezas y se susurraban unos a otros que no podía ser, pero luego volvían a levantar las cabezas para mirar otra vez y no podían dudar de lo que estaban viendo sus ojos.
Un día de invierno la anciana dijo a su marido:
— Marido, ¿te acuerdas de cuánto le gustaban a nuestro pequeño Shiro los pastelillos de arroz? ¿No crees que sería una buena idea confeccionar un buen mortero del tronco del árbol de Shiro y hacer pastelillos de arroz para ofrecerlos en su tumba?
—¡Es una idea excelente, fantástica! —replicó excitado el marido—. Lo haremos como tú dices. E inmediatamente empezó a afilar su enorme hacha.
Durante la mañana y la tarde siguiente estuvo trabajando, cortando lentamente el enorme tronco. Al fin, con una última y poderosa oscilación, el majestuoso árbol crujió y cayó a tierra con un rugido tan poderoso que se tuvo que oír en los rincones más apartados del Japón. De las hábiles manos del anciano salía poco después un bonito y elegante mortero que pronto estuvo dispuesto para recibir y moler el resplandeciente y blanco arroz.
Con los corazones llenos de amor y cariño hacia la memoria de su pequeño amigo, la anciana pareja empezó a machacar el arroz en el almirez , con el fin de convertirlo en harina antes de cocerlo. Pero apenas habían machacado poco más que una cazuela llena de granos de arroz, cuando ante sus asombrados ojos, todo el puñado de grano se convirtió en un resplandeciente montón de monedas de oro.
¡Cómo se maravillaron! ¡Y con cuánta vehemencia hablaron de su buena fortuna a sus vecinos quienes se alegraron muchísimo de que a los ancianos les hubiesen caído tales riquezas. Bueno, todos los vecinos se alegraron menos uno, claro, el hombre irascible que tan cruelmente había matado al pequeño Shiro. Apenas podía contener su avaricia, al oír la historia del mortero mágico. Al día siguiente fue a la casa de la anciana pareja» los aduló, los lisonjeó y fingió gran pena al decir:
—Desde la muerte de vuestro pequeño perro estoy lleno de un gran remordimiento. Un gran remordimiento, buenos vecinos, porque siento que tuve yo la culpa. De noche y de día pienso que si sólo existiera una manera de demostraros lo que siento y de probaros de alguna forma lo arrepentido que estoy, lo haría contento. Hoy, con toda humildad, he venido a pediros perdón. Me agradaría muchísimo hacer pastelillos de arroz para ofrecerlos en la tumba del pequeño Shiro. Pero ¡ay! mi mortero es demasiado viejo, y yo demasiado pobre para comprar uno nuevo. ¿No me prestaríais vosotros, bondadosos amigos, vuestro mortero por un rato para que yo pueda hacer mi pequeña ofrenda a nuestro amiguito?
El afecto y la credulidad de los ancianos quedaron conmovidos profundamente ante las mentirosas palabras de su vecino, y creyendo que estaba sinceramente arrepentido, permitieron al sutil bribón que se llevara consigo el mortero.
Al llegar a su casa no perdió tiempo en monsergas y se puso a preparar las tortas. Junto a su esposa, igualmente avariciosa, echó el arroz en el mortero y los dos se pusieron a machacarlo. Siguieron y siguieron machacando pero el oro no apareció y los dos gritaron furiosamente;
—¡Miserables granos, transformaos en oro, transformaos en oro!
Y  machacaron más vigorosamente que antes. «Don—don, don—don» decían sus manos en el almirez, y los granos volaban en todas direcciones pero de ellos no salía ni una sola moneda de oro. Sus fuerzas estaban ya a punto de sucumbir cuando de repente el arroz molido empezó a moverse y a transformarse.
— ¡Está cambiando! —aulló el viejo pícaro.
— ¡Seremos ricos! —gritó su esposa.
Y  se pusieron a bailar de placer alrededor del mortero. Pero en lugar de aparecer un brillante montón de oro, vieron con horror que no salían sino viejos andrajos, zuecos de madera y tejas rotas, exactamente igual a lo que habían desenterrado en el campo. Tanta rabia le dio al hombre que agarró su destral  y de un solo golpe partió en dos el mortero. Su esposa cogió otro destral y frenéticamente convirtieron en pedacitos las dos mitades del mortero. Encendieron un fuego después, arrojaron en él los trozos y se pusieron a contemplar cómo se convertían en cenizas.
Al día siguiente el anciano fue a pedirles el mortero, pero el vecino le dio una respuesta muy grosera.
—El mortero se rompió y quedó inservible. Al primer golpe de mi mano, el almirez se partió por la mitad, así que lo hice leña y lo eché al fuego hasta que se convirtió en cenizas. Si éstas te sirven de algo, cógelas. Están en el horno.
Con estas ásperas palabras el vecino le volvió la espalda y se negó a decir nada más.
El anciano estaba desolado. Primero miró a su vecino y luego al horno. No había cólera en su corazón, sólo una honda tristeza.
—Primero mi querido Shiro, ahora mi maravilloso y nuevo mortero —se lamentó para sí—. ¡Hombre insensible y sin sentimientos!, pero ¿qué se le va a hacer? Nada, no, nada puede devolvérmelos. Sólo quedan las cenizas. Pero son las cenizas de mi pequeño perro; porque ciertamente el mortero estaba hecho con su divino y maravilloso espíritu. Las cogeré y las enterraré junto a él. Sin duda se alegrará de saber que su espíritu vuelve a él.
El anciano recogió las cenizas en una talega de arroz y se volvió lentamente a su casa preguntándose lo que diría su mujer acerca de este nuevo desastre. Apenas había andado la mitad del camino cuando de un pinar cercano se levantó una suave brisa que danzó momentáneamente entre los árboles. Después empezó a dar vueltas alrededor del talego de arroz, lo levantó y expandió las cenizas en el aire. La brisa murió con tanta rapidez como se había levantado y las cenizas flotaron como copos de nieve sobre las frías y desnudas ramas de los árboles invernales.
Pero sucedió otra cosa maravillosa: allá donde se posaban las cenizas, en las ramas desnudas nacían una profusión de hojas y flores. Enseguida, por todos los alrededores del anciano, la tristeza del invierno se había transformado en la alegría de la primavera y el aire se llenaba del perfume de las flores que se abrían. El anciano se volvió lentamente para presenciar este nuevo milagro. Alargó su mano para tocar las hojas y los pétalos y asegurarse de su realidad. Lentamente, empezó a dar vueltas, con los ojos sumergidos en el tierno verdor y su olfato lleno de la fragancia de mayo. De repente, echó a correr excitado hacia su aldea.
—¡Mirad, mirad! ¡El viejo jardinero puede hacer florecer los árboles! ¡El viejo jardinero puede hacer florecer los árboles! ¡Mirad, mirad! —gritaba, mientras que seguía cogiendo cenizas y poniéndolas sobre cada árbol y arbusto y viendo cómo éstos abrían sus capullos donde caía la ceniza.
Y sucedió que el señor de la provincia, acompañado de sus ayudantes, estaba haciendo un viaje de inspección. Atraído por los gritos del viejo y por la multitud que rodeaba a éste, el señor detuvo su caballo y mandó a uno de sus criados que fuese a enterarse de lo que pasaba.
Mientras tanto el anciano, cuya alegría se había desatado con el nuevo y maravilloso poder que poseía, se había subido a un cerezo y al tiempo que cantaba arrojaba la ceniza en cada rama para que las flores rojas y blancas mostrasen ante ellos toda su esplendidez.
El criado del señor lo llamó. El anciano descendió del árbol y fue llevado a presencia del señor. Humilde y simplemente relató su historia, y cuando demostró el milagro de la ceniza el señor se llenó de gran contento y dijo:
—¡Maravilloso! ¡Verdaderamente maravilloso! Un hombre que hace que las flores le sigan como una sombra. ¿Dónde habrá otro que posea un don de tanta belleza? Anciano, te voy a recompensar.
Y el señor descendió del caballo.
Un ayudante trajo una mesa y sobre ella colocó una rara bolsa de brocado llena de monedas de oro. El mismo señor se la ofreció al anciano quien, inclinándose primero hasta el suelo, la tomó con humilde reverencia.
Como apenas podía esperar más para irse a su casa y contarle a su esposa el milagro de las cenizas y el honor que le había dispensado el señor de la provincia, echó a correr llevando fuertemente asida la bolsa, lleno de alegría y riendo de placer.
Pero el codicioso vecino que había sido testigo de todo el suceso, se llenó de amargura y resentimiento. Volvió corriendo a su casa y abrió la puerta del horno. Sin duda, pensó, que dentro habrían quedado rastros de las cenizas y quizás también en el suelo. Llamó a su esposa y juntos recogieron en una talega todo lo que había quedado. Con la talega bajo el brazo echó a correr y esperó a la orilla del camino por el que habían de pasar el señor y su séquito. El sonido de los cascos de los caballos le advirtió que la comitiva se estaba aproximando. El hombre se subió rápidamente al árbol más cercano y empezó a canturrear para sí y a gritar:
—¡El viejo jardinero puede hacer florecer los árboles, el viejo jardinero puede hacer florecer los árboles! ¡Mirad, mirad!
O sea, exactamente igual que había hecho antes el anciano.
El señor llegó con su caballo hasta el árbol y mirando hacia arriba, dijo:
—¡Qué! ¿Así que tenemos otro milagrero en esta aldea? Este no es ciertamente el mismo viejo que he visto antes. ¡Eh, tú! ¿Eres otro que puede hacer florecer los árboles? Si es así, demuestra tus poderes inmediatamente.
—Sí, mi señor, lo haré enseguida —replicó el malvado vecino.
Rápidamente empezó a dispersar las cenizas sobre las ramas. Pero en vez de producir y hacer brotar flores, las cenizas se dispersaron en todas las direcciones y envolvieron al señor y a sus criados en una sofocante nube de polvo que penetró en sus ojos y se los inflamó, hizo asustarse al caballo del señor y el animal se desbocó.
El señor se indignó muchísimo y sus ayudantes arrastraron furiosos al estúpido desde el árbol y le pusieron de rodillas ante su señor. El hombre se arrastró miserablemente y se golpeó la frente contra el suelo llorando amargamente.
—¡He sido malo y ruin! —gritó desesperado—. En un arrebato de ira maté al perro de mi vecino y destruí su bonito mortero. No ha habido sino envidia y avaricia en mi corazón y debido a eso he causado muchísimo daño a mi buen vecino. Ahora he insultado a mi señor. ¡Perdonadme! ¡Perdonadme! Si accedéis a perdonarme, desde este momento enmendaré mis caminos y mis malos pensamientos. Lo único que os pido es que me deis otra oportunidad.
El señor estaba aún muy disgustado. Reprendió severamente al hombre de mal carácter, pero al final le perdonó con la condición de que, si no cambiaba su modo de ser aquel mismo día, sería severamente castigado.
A medida que pasaban las semanas y los meses la anciana pareja se serenaba más y era más feliz, y su buena fortuna iba también en aumento. Su vecino y la esposa de éste fueron cambiando lentamente su carácter y sus caminos. Su envidia dejó sitio a la bondad; su mal genio a la docilidad; y su grosería con los vecinos a una amistad afectuosa. En cada fiesta y aniversario los cuatro iban juntos al templo y a la tumba de Shiro para ofrecer oraciones y pastelillos de arroz para la imperecedera paz de su espíritu, y el resto de sus días lo gastaron en generosa y buena voluntad los unos con los otros y con todo el pueblo de la aldea.
Este cuento pertenece a la tradición oral japonesa y es de autor anónimo. Su lenguaje, cuidado y elegante, es una de las características de toda las manifestaciones literarias: novela, cuentos, poesía y teatro.

El Pájaro del Alma

EL PÁJARO DEL ALMA

HONDO, MUY HONDO, DENTRO DEL CUERPO HABITA EL ALMA.
NADIE LA HA VISTO NUNCA PERO TODOS SABEN QUE EXISTE.
Y NO SOLO SABEN QUE EXISTE,  SABEN TAMBIÉN LO QUE HAY EN SU INTERIOR.

DENTRO DEL ALMA, EN SU CENTRO,  ESTA, DE PIE SOBRE UNA SOLA PATA,  UN PÁJARO:
EL PÁJARO DEL ALMA.  EL SIENTE TODO LO QUE NOSOTROS SENTIMOS.

CUANDO ALGUIEN NOS HIERE, EL PÁJARO DEL ALMA VAGA POR NUESTRO CUERPO, POR AQUÍ, POR ALLÁ, EN CUALQUIER DIRECCIÓN,  AQUEJADO DE FUERTES DOLORES.

CUANDO ALGUIEN NOS QUIERE,  EL PÁJARO DEL ALMA SALTA, DANDO PEQUEÑOS Y ALEGRES BRINCOS,  YENDO Y VINIENDO, ADELANTE Y ATRÁS.

CUANDO ALGUIEN NOS LLAMA POR NUESTRO NOMBRE.
EL PÁJARO DEL ALMA PRESTA ATENCIÓN A LA VOZ, PARA AVERIGUAR QUE CLASE DE LLAMADA ES ESA.

CUANDO ALGUIEN SE ENOJA CON NOSOTROS, EL PÁJARO DEL ALMA SE ENCIERRA EN SI MISMO SILENCIOSO Y TRISTE.

Y CUANDO ALGUIEN NOS ABRAZA, EL PÁJARO DEL ALMA, QUE HABITA HONDO, MUY HONDO, DENTRO DEL CUERPO, CRECE, CRECE, HASTA QUE LLENA CASI TODO NUESTRO INTERIOR.
A TAL PUNTO LE HACE BIEN EL ABRAZO.

DENTRO DEL CUERPO, HONDO, MUY HONDO, HABITA EL ALMA.
NADIE LA HA VISTO NUNCA, PERO TODOS SABEN QUE EXISTE.
HASTA AHORA NO HA NACIDO HOMBRE SIN ALMA.
PORQUE EL ALMA SE INTRODUCE EN NOSOTROS CUANDO NACEMOS, Y  NO NOS
ABANDONA NI SIQUIERA UNA VEZ MIENTRAS VIVIMOS.

COMO EL AIRE QUE EL HOMBRE RESPIRA  DESDE SU NACIMIENTO HASTA SU MUERTE.

SEGURAMENTE QUIERES SABER DE QUE ESTA HECHO EL PÁJARO DEL ALMA.
¡AH! ES MUY SENCILLO: ESTA HECHO DE CAJONES Y CAJONES PERO ESTOS CAJONES  NO SE PUEDEN ABRIR ASÍ  NADA MAS.

CADA UNO ESTA CERRADO POR UNA LLAVE MUY ESPECIAL.
Y ES EL PÁJARO DEL ALMA  EL ÚNICO QUE PUEDE ABRIR SUS CAJONES.
¿COMO? TAMBIÉN ESTO ES MUY SENCILLO: CON SU OTRA PATA.

EL PÁJARO DEL ALMA ESTA DE PIE SOBRE UNA SOLA PATA;
CON LA OTRA -DOBLADA BAJO EL VIENTRE A LA HORA DEL DESCANSO- GIRA LA LLAVE,  MOVIENDO LA MANIJA Y TODO LO QUE HAY DENTRO SE ESPARCE POR EL CUERPO.
Y COMO TODO LO QUE SENTIMOS TIENE SU PROPIO CAJÓN, EL PÁJARO DEL ALMA TIENE MUCHÍSIMOS CAJONES.

UN CAJÓN PARA LA ALEGRÍA Y  UN CAJÓN PARA LA TRISTEZA,
UN CAJÓN PARA LA ENVIDIA Y UN CAJÓN PARA LA ESPERANZA,
UN CAJÓN PARA LA DECEPCIÓN Y UN CAJÓN PARA LA DESESPERACIÓN,
UN CAJÓN PARA LA PACIENCIA Y UN CAJÓN PARA LA IMPACIENCIA.
TAMBIÉN HAY UN CAJÓN PARA EL ODIO
Y OTRO PARA EL ENOJO,
Y OTRO PARA LOS MIMOS.

UN CAJÓN PARA LA PEREZA  Y UN CAJÓN PARA NUESTRO  VACÍO,
Y UN CAJÓN PARA LOS SECRETOS MAS OCULTOS (ESTE ES UN CAJÓN QUE CASI NUNCA ABRIMOS).
Y HAY MAS CAJONES.
TAMBIÉN TU PUEDES AÑADIR TODOS LOS QUE QUIERAS.

A VECES EL HOMBRE PUEDE ELEGIR Y SEÑALAR AL PÁJARO QUE LLAVES GIRAR Y QUE CAJONES ABRIR.  Y A VECES ES EL PÁJARO QUIEN DECIDE.
POR EJEMPLO:
EL HOMBRE QUIERE CALLAR Y ORDENA AL PÁJARO ABRIR EL CAJÓN DEL SILENCIO;
PERO EL PÁJARO, POR SU CUENTA, ABRE EL CAJÓN DE LA VOZ, Y EL HOMBRE
HABLA Y HABLA Y HABLA.

OTRO EJEMPLO:
EL HOMBRE DESEA ESCUCHAR TRANQUILAMENTE,  PERO EL PÁJARO ABRE, EN
CAMBIO, EL CAJÓN DE LA IMPACIENCIA:
Y EL HOMBRE SE IMPACIENTA.

Y SUCEDE QUE EL HOMBRE SIN DESEARLO SIENTE CELOS; Y SUCEDE QUE QUIERE AYUDAR Y ES ENTONCES CUANDO ESTORBA.
PORQUE EL PÁJARO DEL ALMA NO ES SIEMPRE UN PÁJARO OBEDIENTE Y A VECES CAUSA PENAS…

DE TODO ESTO PODEMOS ENTENDER QUE CADA HOMBRE ES DIFERENTE POR EL PÁJARO DEL ALMA QUE LLEVA DENTRO.
UN PÁJARO ABRE CADA MAÑANA EL CAJÓN DE LA ALEGRÍA; LA ALEGRÍA SE
DESPARRAMA POR EL CUERPO Y EL HOMBRE ESTA DICHOSO.

OTRO PÁJARO ABRE, EN CAMBIO, EL CAJÓN DEL ENOJO; EL ENOJO SE DERRAMA Y SE APODERA DE TODO SU SER. Y MIENTRAS EL PÁJARO NO CIERRA EL CAJÓN, EL HOMBRE CONTINUA ENOJADO.

UN PÁJARO QUE SE SIENTE MAL,  ABRE CAJONES DESAGRADABLES;
UN PÁJARO QUE SE SIENTE BIEN, ELIGE CAJONES AGRADABLES.
Y LO QUE ES MAS IMPORTANTE: HAY QUE ESCUCHAR ATENTAMENTE AL PÁJARO.

PORQUE SUCEDE QUE EL PÁJARO DEL ALMA NOS LLAMA,  Y NOSOTROS NO LO OÍMOS.

¡QUE LASTIMA!
EL QUIERE HABLARNOS DE NOSOTROS MISMOS, QUIERE PLATICARNOS DE LOS
SENTIMIENTOS QUE ENCIERRA EN SUS CAJONES.

HAY QUIEN LO ESCUCHA A MENUDO.
HAY QUIEN RARA VEZ LO ESCUCHA.
Y QUIEN LO ESCUCHA SOLO UNA VEZ.

POR ESO ES CONVENIENTE YA TARDE, EN LA NOCHE,  CUANDO TODO ESTA EN
SILENCIO,  ESCUCHAR AL PÁJARO DEL ALMA QUE HABITA EN NUESTRO INTERIOR,
HONDO,  MUY HONDO, DENTRO DEL CUERPO.

MIJAL SNUNIT

actos de amor

test de fealdad

Este test de la N.O.S.E es real!!!!!

TEST DE LA N.O.S.E. para detectar la fealdad interior en el Ser humano

contesta si  o no según te sienta identificad@ o no a las siguientes afirmaciones:
-Yo era tan fe@ que, cuando nací, el médico preguntó donde estaba la cámara oculta.

– Era tan fe@ que, cuando nací, el doctor me tiró al aire y dijo:
  ‘si vuela es murciélago’, y luego me tiró en el agua y dijo:
  ‘si nada, es cocodrilo’.

– Era tan fe@que cuando nací, el doctor me dio la cachetada en la cara. Luego fue a la sala de espera y le dijo a mi padre : ‘Hicimos lo que pudimos… pero nació viv@’, y en lugar de felicitar a mi papá, lo golpeó.

– Era tan fe@, que cuando nací me metieron en una incubadora... con vidrios polarizados.

– Era tan fe@, que cuando nací no lloré yo ¡lloró el doctor, mi papá y mi mamá!

– Era tan fe@que la primera vez que fuí de campamento los coyotes prendieron fogatas para que no me acercara.

– Nací tan fe@que cuando era niñ@, por las noches, mi ‘angelito de la guarda’ dormía en la habitación de al lado.

– Era tan fe@ que mi padre llevaba en su billetera la foto del niño que venía cuando la compró.

– Una vez me perdí, y le pregunté al policía si creía que íbamos a encontrar a mis padres; me contestó: ‘No lo sé; hay un montón de lugares donde se pudieron haber escondido’.

– Era tan fe@, que me dolía la cara. Cuando fui al zoológico los monos me tiraban galletitas.

– Era tan fe@ que los ratones me comieron el documento y dejaron la foto.

– Tuve que trabajar desde chic@. Trabajé en una veterinaria y la gente no paraba de preguntarme cuánto costaba yo. Un día llamó una chic@ a mi casa diciéndome: ‘Ven a mi casa que no hay nadie’. Cuando llegué no había nadie.

– Era tan fe@que el psiquiatra me hacía acostar boca abajo.

– Era tan fe@, pero tan fe@, que cuando mandé mi foto por e-mail, el antivirus la detectó.

– Era tan fe@que me echaban del tren fantasma porque ‘asustaba demasiado’.

– Era tan fe@que cuando me miraba en el espejo, el reflejo se tapaba los ojos !!

– Era tan fe@que tiré un boomerang y éste no regresó nunca mas.

– Era tan fe@ que cuando iba al banco, apagaban las cámaras de seguridad.

– Era tan fe@ que cuando fui a la casa de los espantos… regresé con una solicitud de empleo.

– Sí, amigos, yo era tan fe@ tan fe@, que una vez me atropelló un auto… y quedé mejor. Y ahora soy, apenas… fe@

si haz contestado con algún si…..Bienvenido al club de los guapos!!! porque…tu eras,¿verdad?
no a todas o casi todas…..solo la fealda interior puede expresar aberraciones como estas ,que nos hacen reir,son tan cómicas!!! y tu cuandos ries solo trasmites belleza ,que viene de tu interior,bello,siempre bello.
Bonaí.

la muñeca(terror)

Ana tenía una pequeña muñeca de trapo a la que llamaba Perla. Era una muñeca simple, incluso anodina, pues no había nada en ella que, a primera vista, llamara la atención. A Ana no le gustaba nada aquella muñeca, pero sus padres no tenían dinero parar comprarle otra, así que, muy a su pesar, tenía que jugar con Perla.
“La odio”, les decía a sus padres. “Es una muñeca vulgar y aburrida.”
Perla se sentía muy infeliz cuando oía aquellas palabras, pero quería tanto a su dueña que siempre la perdonaba. Se decía a sí misma: ‘seguro que algún día Ana también me querrá a mi; sólo tengo que esperar’.
Un día, Ana invitó a unas amigas a su casa y todas sacaron sus muñecas para jugar. Pero en cuanto vieron a Perla, las niñas se echaron a reír.
“¡Qué muñeca tan fea!”, dijo una. “Tiene una cara sosísima, y no tiene vestidos de noche exclusivos, ni un peinado exclusivo, ni unos zapatos exclusivos.”
“Es súper normal”, dijo otra. “O sea, ¡es casi anti fashion!”
“Por el amor de Dior”, dijo la tercera mirando a Ana, “qué horror tener una muñeca que no es exclusiva, ¿no?”
Ana estaba terriblemente avergonzada. Veía las muñecas de sus amigas, todas con sus ropas exclusivas, sus rizos exclusivos y sus complementos exclusivos… y, mientras, ella tenía que conformarse con Perla.
Estaba harta, así que, aquella misma noche, Ana se metió en la cama y esperó a que su madre acudiera a darle el beso de buenas noches para decirle:
“Mamá, ya no puedo más. Quiero que me compréis una muñeca nueva. Una que sea fashion y cool, como la de mis amigas. Una muñeca exclusiva.”
La madre de Ana la vio tan decidida que tuvo que ceder:
“De acuerdo, hija, buscaremos una de esas muñecas que dices.”
Al oír aquello, Perla se sumió en una tristeza de trapo. Se pasó toda la noche despierta pensando en qué sería de ella cuando Ana tuviera una nueva muñeca y se deshiciera de ella. Aunque Ana siempre la trataba con desprecio, Perla la adoraba. La quería con toda su felpa.
Y de pronto, cuando el reloj marcó las tres de la madrugada, Perla tuvo una idea.
Caminó hasta el escritorio de Ana y se encaramó al panel de corcho en el que la niña colgaba sus dibujos.
‘Si quiere una muñeca exclusiva, tendrá una muñeca exclusiva’, se dijo.
Arrancó del corcho cinco chinchetas y las usó para hacerse… ¡piercings! Piercings en los labios, en las dos orejas y en las dos cejas. Cuando terminó, bajó del escritorio y fue a mirarse al espejo del ropero. Estaba satisfecha. Su aspecto era ahora absolutamente fashion. Absolutamente exclusivo.
Perla se acostó de nuevo en la cama e imaginó lo que sucedería a la mañana siguiente cuando Ana la viese. ¡Una muñeca con piercings!
‘Sin duda gritará de emoción al ver lo exclusiva que soy ahora’, se dijo la muñeca. ‘Y ya no pensará en deshacerse de mi. Tal vez incluso empiece a quererme. ¡Oh, eso sería fantástico!’
Pero lo que sucedió a la mañana siguiente fue algo para lo que ni siquiera Perla estaba preparada. Ana se despertó y, al abrir los ojos, no vio a su muñeca. Ni tampoco gritó de emoción. Porque Ana se había despertado muda, sorda de los dos oídos y ciega de los dos ojos.
Así fue como la niña descubrió que su muñeca siempre había sido la más exclusiva del mundo, pues era nada menos que una muñeca vudú. Y desde aquel día jamás se separó de ella. Es más, durante el resto de su vida trató a Perla con sumo cariño, mimándola como nadie había mimado nunca a una muñeca, porque sabía lo que podría pasarle si Perla sufría algún daño.
FIN

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