LA LUNA COMO EL GRAN CONTRA PESO
De: Alias de MSNThe_dark_crow_v301 (Mensaje original) Enviado: 26/08/2006 8:41
LA LUNA
LA LUNA COMO EL GRAN CONTRA PESO
La Luna es el retoño de la Tierra. En la ciencia y en el mito se ha conocido y expresado esta idea en una u otra forma desde los primeros albores de la Historia. La teoría del siglo XIX, que la Luna era un fragmento arrancado a la Tierra aún no formada durante un cataclismo cósmico, hacía eco otra vez en lenguaje nuevo a la leyenda griega de que Selene nació de Theia.
Sólo que la leyenda griega es más sugestiva en muchos aspectos Porque va más allá, agregando que Selene, la Luna, era hija de Theia, la Tierra y de Hyperión, el Sol; que era amado por Pan, el mundo de la Naturaleza, pero estaba enamorada de Endimion, la Humanidad, a quien Zeus adormeció interminablemente. Hay, aquí, sugerencias de muchos papeles, que hacen a nuestras explicaciones puramente geológicas curiosamente sencillas y nada convincentes.
Sin embargo, debe primero aclararse el cuadro general. Un núcleo vitalizante a cuyo alrededor gira un cierto número de satélites, cada uno de los cuales desempeña una función para el todo, parece ser el esquema fundamental de nuestro Universo. Así está el Sol con sus planetas, los planetas con sus lunas, los núcleos atómicos con sus electrones. Vemos una analogía ulterior en la vida humana en donde el padre sostiene en la misma forma a los satélites de su familia; el patrono a sus trabajadores, y el profesor a sus alumnos. Quizá podamos ir más allá, y sugerir que en el mismo cuerpo humano los varios órganos y sus funciones giran análogamente alrededor del corazón, del que depende la unidad y cohesión del todo.
De modo que en cada escala el desarrollo se mide, en mide, en un, sentido, por la responsabilidad. El trabajo de un hombre puede sostener a dos que de él dependan; el de otro hombre a doscientos; el núcleo de un átomo de carbono lleva seis electrones, el de cobre, 29. Marte sostiene dos lunas, Júpiter a 9. Tales satélites pueden imaginarse de muchos modos como prole, como discípulos, como dependientes, o aún como funciones de su sol. Estudiando el Sistema Solar y sus planetas, aparece claro que cada uno de estos símiles contiene un cierto elemento de verdad. En cualquier caso, este arreglo cósmico parece implicar algún modo una responsabilidad del Sol para sus satélites, un servicio que ellos deben rendir en cambio, y, también, un paso de energía o conocimiento del Sol a sus satélites y una aspiración recíproca de os últimos por adquirir una energía semejante a la de él y finalmente para emular su luminosidad.
Ahora bien, en relación con su satélite, la Tierra tiene una responsabilidad que parece única en el Sistema Solar. Sólo tiene una Luna, el tamaño de ésta comparada con su madre es tal, que ni aún el mismo Sol parece desempeñar una tarea semejante. La masa total de todos planetas del Sistema Solar es sólo un ochociento avo de la propia masa del Sol. Pero la masa de la Luna es nada menos que un ochenta avo de la de la Tierra. Parece que la Tierra soporta diez veces más, comparando los tamaños, que el Sol.
Es cierto que sostiene este peso a una distancia relativa mucho más ana. Y la importancia de la distancia será clara si uno trata de sostener un peso de un kilogramo al extremo de un brazo, extendido a un lado, al extremo de una cuerda de dos metros. La Tierra, de hecho, es como un hombre que lleva un peso de un kilogramo en el extremo diez metros. En las condiciones más favorables, la tarea colmaría al máximo el límite de resistencia humana.
No sólo por la masa de su satélite está la Tierra especialmente agobiada sino, también, por la distancia a que debe sostenerla. Porque la Luna se desplaza a no menos de 30 veces el diámetro da la Tierra. Sólo Saturno sostiene una Luna grande a distancia semejante, y ésta, comparativamente, es una pluma.
El efecto de esta carga para la Tierra es semejante al del nivelador de pesos de un reloj de péndulo, al del lastre para el navío, o al de las esferas de acero que se desplazan actuando como directrices de un motor. Donde quiera que la energía motriz se aplica a un mecanismo, alguna clase de peso es necesaria para suavizar y acentuar la fuerza animadora, y para impedir que el todo se lance en el espacio. Ya hemos visto cómo en el cuerpo humano, construido con un número reducido de elementos, es necesario el peso denso del yodo, abajo, para balancear el principio activante del hidrógeno, arriba. En nuestro ejemplo tomado de la vida humana, la responsabilidad de un niño actúa como pe so o mando sobre los deseos motivadores de sus padres, poniendo freno a sus impulsos centrífugos, y conduciéndolos más allá de momentos de inercia y laxitud. Exactamente en la misma forma, la Luna actúa como mando para la Tierra, igualando y administrando la energía solar.
Este efecto es mejor conocido en la influencia de la Luna sobre las mareas. Sin este equilibrador de pesos, los líquidos tenderían a ser arrojados fuera de la superficie terrestre por la atracción y el calor del Sol, al girar la Tierra. La Luna neutraliza este efecto, estirando las grandes masas líquidas de los océanos, cuando pasa mucho más lentamente sobre ellas. Su efecto real como lo ha asentado el Abate Moreux, es reducir en grado mínimo el peso de los objetos colocados inmediatamente de bajo de ella. Aligerado por un diez milésimo de su masa, el océano se eleva un metro bajo la acción directa de la Luna. Todos los múltiples fenómenos de las mareas resultan de esta acción.
Lo que, sin embargo, ha pasado desapercibido en los tiempos modernos, es que no sólo los océanos, sino que todos los líquidos están sujetos a esta acción. El efecto de marea de la Luna actúa igualmente sobre los líquidos incorporados a la materia orgánica, como sobre los que están libres. Y de hecho, el efecto es evidentemente mucho más fuerte, puesto que los minúsculos capilares por los que se mueven los líquidos orgánicos, los dividen en masas tan pequeñas, que obedecen más bien a leyes moleculares que mecánicas, y son por tanto infinitamente más sensibles que las grandes cantidades de agua con las que estamos más familiarizados.
En esta escala molecular, el efecto de atracción o alzamiento de la Luna es muy evidente y, sin duda, provee de base a muchas tradiciones populares, tales como la creencia de que el desarrollo de las plantas se efectúa en la noche y especialmente en las noches de luna. En forma particular la Luna parece ejercer esta influencia en los fluidos sexuales. El científico sueco Svant Arrhenius ha mostrado estadísticamente que la ovulación humana sigue el período de 27.3 días en que la Luna completa su circuito sideral en el firmamento (más bien que en el período ligeramente más largo de sus fases). En años recientes, observaciones cuidadosas han establecido ritmos sexuales semejantes en cangrejos, gusanos, Ostras, concha y erizos de mar, con variaciones cOrrespondien tes en su melosidad. El contenido de agua de los melones, calabazas y algas marinas sigue el mismo Estudiando los biólogos marinos los lugares de pesca de East Anglia y Milford Haven, han mostrado que las pescas máximas coinciden con la atracción de la Luna, en tanto que los organismos del plankton y las algas flotantes de la costa californiana, varían en la misma forma.
Debe hacerse notar que todos estos ejemplos se han obtenido de organismos cuyo contenido de agua es excepcionalmente alto. Pero, puesto que toda la Naturaleza es húmeda en esencia, la influencia que ejerce la Luna sobre ella varía sólo en grado. Dondequiera que haya líquido hay movimiento lunar. Selene es, en verdad, amada por Pan, cuyos movimientos dependen todos de su atracción. El mundo de la Naturaleza engendrado por el Sol, hecho de la Tierra y revestido de forma por los planetas, es dotado de movimiento por la Luna.
De este modo la Luna toma su lugar natural entre los cuerpos ce lestes en su jerarquía de influencia sobre las materias de la Tierra. Hemos visto ya como del Sol puede decirse que controla o influencia la materia en estado electrónico o radiante, cómo los planetas controlan ó influencian la materia en estado molecular o gaseoso, y cómo la Tierra mediante la fuerza conocida por gravedad controla e influye en fa materia en estado mineral o sólido. La influencia de la Luna mitad planeta menor, mitad satélite terrestre tiene así efecto, natural mente, sobre las materias en estado intermedio entre el molecular y el mineral, entre el sólido y el gaseoso; es decir, sobre la materia en estado líquido.
Y desde que el organismo humano es agua en el 72%, en ese grado sus movimientos y tensiones no le son propios, sino resultado desapercibido de la atracción de la gran niveladora de pesos de la Tierra. En otras palabras, podemos decir que la Luna, balanceando la atracción de la Tierra y el Sol, mantiene en suspensión a todos los líquidos orgánicos Sin su apoyo, todos los organismos húmedos se aplastarían, deprimidos por la gravedad solar y terrestre. Si un hombre se yergue derecho con su columna de sangre y linfa erecta sobre el suelo, es la Luna la que permite que esto sea posible. Si levanta un brazo, es la Luna la que le permite vencer la fuerza de gravedad; del modo como la pesa de un reloj permite que se levante el contrapeso.
Hay una curiosa deducción del poder de Luna sobre el movimiento. Hemos dicho ya que el Sol controla la fuerza de vida, la energía vital del hombre y que los planetas controlan sus diferentes funciones y la forma individual que emerge de sus grados variables de desarrollo. Podemos decir que su vida pertenece al Sol, su tipo o esencia a los planetas. De este modo, cuando el movimiento del hombre surge ya del estímulo de su principio de vida ya de las necesidades de su naturaleza esencial, no es todo un efecto lunar sino resultado, como si dijéramos, de una combinación lunar-solar o lunar-planetaria de influencias. Lo que totalmente está bajo la acción de la Luna es el movimiento que no satisface su estímulo de vida ni su esencia, esto es el movimiento sin objeto alguno, el movimiento completamente sin finalidad.
Solamente un hombre que ya ha empezado a estudiarse se dará cuenta de qué parte inmensa juegan estos movimientos sin finalidad en la vida humana. No sólo todas las clases de movimientos nerviosos, agitación, gestos mecánicos de manos y brazos, cambios en la posición del cuerpo, golpes en la cara o las mejillas, los golpes repetidos de pies y tamborilear de los dedos pertenecen a esta categoría, sino también el juego mecánico de los músculos faciales que, en mucha gente, produce incesantemente risa, fruncimiento del ceño, muecas de toda especie, sin que tengan nada de la emoción correspondiente. Puede decirse literal mente de la mayoría de los que no entran en el trabajo físico intencionado que utiliza la energía motora en forma correcta y moral, que nunca están quietos.
Esto puede ser difícil de creer. Empero, apenas se requiere más que el sencillo experimento de intentar permanecer completamente inmóvil en alguna posición, aún la más cómoda, por cinco minutos, para probar que es un hecho literal. Casi toda la vida de vigilia y sueño de muchos vecinos está ocupada por movimientos involuntarios, no reconocidos, y completamente sin objeto. Estos son los que se entiende están bajo el poder de la Luna. Porque el hombre o la mujer cuyo mecanismo físico ha estado en movimiento involuntario durante, digamos, doce horas estarán tan exhaustos que no les quedarán energías para aquellas cosas que desde el punto de vista de su naturaleza real les gustaría tanto como tanto deberían hacer.