Aspirantes

-don Juan, estoy seguro de que habrá montones de gente que emprenderían con gusto la tarea de hacerse hombre de conocimiento.
-Sí, pero ésos no cuentan. Casi siempre están rajados. Son como guajes que por fuera se ven buenos, pero gotean al momento que uno les pone presión, al momento que uno los llena de agua.
(Una realidad aparte, C. Castaneda)

Desatino controlado

“El mundo no tiene ‘ser’ salvo como alegoría: del principio al fin es farsa y simulación”.
Shabistari, El jardín secreto (siglo XIII)

-Acaso podría usted decirme más acerca de su desatino controlado -dije.
-¿Qué quieres saber de eso?
-Dígame por favor, don Juan, ¿qué es exactamente el desatino controlado?
Don Juan rió fuerte y produjo un sonido chasqueante golpeándose el muslo con la mano ahuecada.
-¡Esto es desatino controlado! -dijo, y nuevamente rió y golpeó su muslo.
-¿Qué quiere usted decir . . . ?
-Estoy feliz de que, al cabo de tantos años, finalmente me hayas preguntado por mi desatino controlado, y sin embargo no me hubiera importado en lo más mínimo si nunca hubieras preguntado. Pero he decidido sentirme feliz, como si me importara que preguntases, como si importara que me importara. ¡Eso es desatino controlado!

-¿Con quiénes practica usted el desatino controlado, don Juan? -pregunté tras un silencio largo.
El chasqueó la lengua.
-¡Con todos! -exclamó, sonriendo.
-Entonces, ¿cuándo decide usted practicarlo?
-Cada vez que actúo.
En ese punto sentí necesidad de recapitular, y le pregunté si desatino controlado significaba que sus actos no eran nunca sinceros, sino sólo los actos de un actor.
-Mis actos son sinceros -dijo-, pero sólo son los actos de un actor.
-¡Entonces todo lo que usted hace debe ser desatino controlado! -dije, verdaderamente sorprendido.
-Sí, todo -dijo él.
-Pero no puede ser cierto -protesté- que cada uno de sus actos sea únicamente eso.
-¿Por qué no? -replicó con una mirada misteriosa.
-Eso significaría que nada tiene caso para usted y que nada ni nadie le importan en verdad. Yo, por ejemplo. ¿Quiere usted decir que no le importa si yo me convierto o no en hombre de conocimiento, o si vivo, si muero, si hago cualquier cosa?
-¡Cierto! No me importa. Tú eres como Lucio, o como cualquier otro en mi vida, mi desatino controlado.
Experimenté una peculiar sensación de vacío. Obviamente no había en el mundo razón alguna para que yo hubiera de importarle a don Juan, pero a la vez yo tenía casi la certeza de que se preocupaba por mi en lo personal; pensaba que no podía ser de otro modo, pues siempre me había dedicado su atención completa durante cada momento que yo había pasado con él. Se me ocurrió que acaso don Juan sólo decía eso por estar molesto conmigo. Después de todo, yo abandoné sus enseñanzas.
-Siento que no estamos hablando de lo mismo -dije-. No debía haberme puesto como ejemplo. Lo que quise decir es que debe haber algo en el mundo que a usted le importe en una forma que no sea desatino controlado. No creo que sea posible seguir viviendo si nada nos importa en realidad.
-Eso se aplica a ti -dijo-. Las cosas te importan a ti. Tú me preguntaste por mi desatino controlado y yo te dije que todo cuanto hago en relación conmigo mismo y con mis semejantes es precisamente eso, porque nada importa.
-La cosa es, don Juan, que si nada le importa, ¿cómo puede usted seguir viviendo?
Rió, y tras una pausa momentánea, en la que pareció deliberar si responderme o no, se levantó y fue al traspatio de su casa. Lo seguí.
-Espere, espere, don Juan -dije-. De veras quiero saber; debe usted explicarme lo que quiere decir.
-A lo mejor no es posible explicar -dijo él-. Ciertas cosas de tu vida te importan porque son importantes; tus acciones son ciertamente importantes para ti, pero para mí, ni una sola cosa es importante ya, ni mis acciones ni las acciones de mis semejantes. Pero sigo viviendo porque tengo mi voluntad. Porque he templado mi voluntad a lo largo de toda mi vida, hasta hacerla impecable y completa, y ahora no me importa que nada importe. Mi voluntad controla el desatino de mi vida.
Se acuclilló y pasó los dedos sobre unas hierbas que había puesto a secar al sol en un gran trozo de arpillera.
Me hallaba desconcertado. Jamás habría podido anticipar la dirección que mi interrogatorio había tomado. Tras una larga pausa, pensé en un buen punto. Le dije que en mi opinión algunos actos de mis semejantes tenían importancia suprema. Señalé que una guerra nuclear era defini-tivamente el ejemplo más dramático de un acto así. Dije que, para mí, destruir la vida en toda la faz de la tierra era un acto de enormidad vertiginosa.
-Crees eso porque estás pensando. Estás pensando en la vida -dijo don Juan con un brillo en la mirada-. No estás viendo.
-¿Me sentiría distinto si pudiera ver? -pregunté.
-Una vez que un hombre aprende a ver, se halla solo en el mundo, sin nada más que desatino -dijo don Juan en tono críptico.
Hizo una pausa y me miró como queriendo juzgar el efecto de sus palabras.
-Tus acciones, así como las acciones de tus semejantes en general, te parecen importantes sólo porque has aprendido a pensar que son importantes.
Puso una inflexión tan peculiar en la palabra “aprendido” que me forzó a inquirir a qué se refería con ella.
-Aprendemos a pensar en todo -dijo-, y luego entrenamos nuestros ojos para mirar al mismo tiempo que pensamos de las cosas que miramos. Nos miramos a nosotros mismos pensando ya que somos importantes. ¡Y por supuesto tenemos que sentirnos importantes! Pero luego, cuando uno aprende a ver, se da cuenta de que ya no puede uno pensar en las cosas que mira, y si uno no puede pensar en lo que mira todo se vuelve sin importancia.
Don Juan debe haber notado mi expresión intrigada; repitió sus aseveraciones tres veces, como para hacerme comprenderlas. Lo que dijo me sonó al principio como un galimatías, pero al pensarlo cuidadosamente, sus palabras descollaron más bien como una declaración elaborada acerca de alguna faceta de la percepción.
(Una realidad aparte, C. Castaneda)

“El mundo no tiene ‘ser’ salvo como alegoría: del principio al fin es farsa y simulación”.
Shabistari, El jardín secreto.

-Pero si nada importa, don Juan, ¿por qué va a importar que yo aprenda a ver?
-Una vez te dije que nuestra suerte como hombres es aprender, para bien o para mal -repuso-. Yo he aprendido a ver y te digo que nada importa en realidad; ahora te toca a ti; a lo mejor algún día verás y sabrás si las cosas importan o no. Para mí nada importa, pero capaz para ti importe todo. Ya deberías saber a estas alturas que un hombre de conocimiento vive de actuar, no de pensar en actuar, ni de pensar qué pensará cuando termine de actuar.
“Por eso un hombre de conocimiento elige un camino con corazón y lo sigue: y luego mira y se regocija y ríe; y luego ve y sabe. Sabe que su vida se acabará en un abrir y cerrar de ojos; sabe que él, así como todos los demás, no va a ninguna parte; sabe, porque ve, que nada es más importante que lo demás. En otras palabras, un hombre de conocimiento no tiene honor, ni dignidad, ni familia, ni nombre, ni tierra, sólo tiene vida que vivir, y en tal condición su única liga con sus semejantes es su desatino controlado. Así, un hombre de conocimiento se esfuerza, y suda, y resuella, y si uno lo mira es como cualquier hombre común, excepto que el desatino de su vida está bajo control. Como nada le importa más que nada, un hombre de conocimiento escoge cualquier acto, y lo actúa como si le importara. Su desatino controlado lo lleva a decir que lo que él hace importa y lo lleva a actuar como si importara, y sin embargo él sabe que no importa; de modo que, cuando completa sus actos se retira en paz, sin pena ni cuidado de que sus actos fueran buenos o malos, o tuvieran efecto o no.
“Por otro lado, un hombre de conocimiento puede preferir quedarse totalmente impasible y no actuar jamás, y comportarse como si el ser impasible le importara de verdad; también en eso será genuino y justo, porque eso es también su desatino controlado”.
(Una realidad aparte, C. Castaneda)

“El mundo no tiene ‘ser’ salvo como alegoría: del principio al fin es farsa y simulación”.

Le dije a don Juan que me preocupaba mi incapacidad de cambiar de dirección a mitad de la corriente; le expliqué que, junto con la confianza que le tenía, había aprendido también a respetar su forma de vivir y a considerarla intrínsecamente más racional, o al menos más funcional, que la mía. Dije que sus palabras me habían lanzado a un conflicto terrible porque involucraban la necesidad de cambiar mis sentimientos. Para ilustrar mi argumento, narré a don Juan la historia de un anciano de mi propia cultura: un abogado rico, conservador, que había vivido su vida convencido de sostener la verdad. En los primeros años del treinta, con el advenimiento de la política del presidente Roosevelt se vio envuelto apasionadamente en el drama político de aquella época. Poseía la seguridad categórica de que el cambio era perjudicial al país, y por devoción a su forma de vida y convicción de estar en lo justo, juró combatir lo que consideraba un mal político. Pero la marea de la época era demasiado fuerte; lo avasalló. Pugnó contra ella a lo largo de diez años, en la arena política y en el territorio de su vida personal; luego, la segunda guerra mundial selló sus esfuerzos con la derrota completa. Su caída política e ideológica dio por resultado una profunda amargura; se autoexiló durante veinticinco años. Cuando lo conocí, tenía ochenta y cuatro y había vuelto a su ciudad natal a pasar sus últimos días en un asilo de ancianos. Me parecía inconcebible que hubiese vivido tanto, teniendo en cuenta la forma en que había despilfarrado su vida en amargura y autocompasión. Por algún motivo mi compañía le resultaba amena, y solíamos conversar largamente.
La última vez que lo vi, concluyó nuestra conversación en la forma siguiente:
-He tenido tiempo de volver la cara y examinar mi vida. Los asuntos de mi tiempo no son hoy más que una historia, y ni siquiera una historia interesante. Acaso desperdicié años de mi vida persiguiendo algo que nunca existió. Últimamente he tenido el sentimiento de que creí en algo que era una farsa. No valía la pena. Creo que ahora lo sé. Y sin embargo no puedo recobrar los cuarenta años que he perdido.
Dije a don Juan que mi conflicto surgía de las dudas a que me habían arrojado sus palabras sobre el desatino controlado.
-Si nada importa en realidad -dije-, al convertirse en hombre de conocimiento uno se hallaría, forzosamente, tan vacío como mi amigo y no en mejor posición.
-No es así -dijo don Juan, cortante-. Tu amigo se siente solo porque morirá sin ver. Su vida sólo fue para hacerse viejo y ahora ha de sentirse más mal que nunca. Siente haber desperdiciado cuarenta años porque buscaba victorias y no halló sino derrotas. Jamás sabrá que ser victorioso y ser derrotado son iguales.
“Conque ahora me tienes miedo por haberte dicho que eres igual a todo lo demás. Te estás haciendo el necio. Nuestra suerte como hombres es aprender, y al conocimiento se va como a la guerra; te lo he dicho incontables veces. Al conocimiento o a la guerra se va con miedo, con respeto, sabiendo que se va a la guerra, y con absoluta confianza en sí mismo. Confía en ti, no en mí.
“Conque temes el vacío de la vida de tu amigo. Pero no hay vacío en la vida de un hombre de conocimiento: te lo digo yo. Todo está lleno hasta el borde.
Don Juan se puso en pie y extendió los brazos como palpando cosas en el aire.
-Todo está lleno hasta el borde -repitió-, y todo es igual. Yo no soy como tu amigo que nada más se hizo viejo. Cuando yo te digo que nada importa, no lo digo como él. Para él, su lucha no valió la pena porque salió derrotado; para mí no hay victoria, ni derrota, ni vacío. Todo está lleno hasta el borde y todo es igual y mi lucha valió la pena.
“Para convertirse en hombre de conocimiento hay que ser un guerrero, no un niño llorón. Hay que luchar sin entregarse, sin una queja, sin titubear, hasta que uno vea, y sólo entonces puede uno darse cuenta que nada importa.
Pregunté a don Juan si desatino controlado quería decir que un hombre de conocimiento ya no podía querer a nadie.
-Te importa demasiado querer a los otros o que te quieran a ti -dijo-. Un hombre de conocimiento quiere, eso es todo. Quiere lo que se le antoja o a quien se le antoja, pero usa su desatino controlado para andar sin pena ni cuidado. Lo contrario de lo que tú haces ahora. Que los otros lo quieren o no lo quieran a uno no es todo lo que se puede hacer como hombre.
(Una realidad aparte, C. Castaneda)

“El mundo no tiene ‘ser’ salvo como alegoría: del principio al fin es farsa y simulación”.
Shabistari, El jardín secreto (siglo XIII)

-Acaso podría usted decirme más acerca de su desatino controlado -dije.
-¿Qué quieres saber de eso?
-Dígame por favor, don Juan, ¿qué es exactamente el desatino controlado?
Don Juan rió fuerte y produjo un sonido chasqueante golpeándose el muslo con la mano ahuecada.
-¡Esto es desatino controlado! -dijo, y nuevamente rió y golpeó su muslo.
-¿Qué quiere usted decir . . . ?
-Estoy feliz de que, al cabo de tantos años, finalmente me hayas preguntado por mi desatino controlado, y sin embargo no me hubiera importado en lo más mínimo si nunca hubieras preguntado. Pero he decidido sentirme feliz, como si me importara que preguntases, como si importara que me importara. ¡Eso es desatino controlado!

-¿Con quiénes practica usted el desatino controlado, don Juan? -pregunté tras un silencio largo.
El chasqueó la lengua.
-¡Con todos! -exclamó, sonriendo.
-Entonces, ¿cuándo decide usted practicarlo?
-Cada vez que actúo.
En ese punto sentí necesidad de recapitular, y le pregunté si desatino controlado significaba que sus actos no eran nunca sinceros, sino sólo los actos de un actor.
-Mis actos son sinceros -dijo-, pero sólo son los actos de un actor.
-¡Entonces todo lo que usted hace debe ser desatino controlado! -dije, verdaderamente sorprendido.
-Sí, todo -dijo él.
-Pero no puede ser cierto -protesté- que cada uno de sus actos sea únicamente eso.
-¿Por qué no? -replicó con una mirada misteriosa.
-Eso significaría que nada tiene caso para usted y que nada ni nadie le importan en verdad. Yo, por ejemplo. ¿Quiere usted decir que no le importa si yo me convierto o no en hombre de conocimiento, o si vivo, si muero, si hago cualquier cosa?
-¡Cierto! No me importa. Tú eres como Lucio, o como cualquier otro en mi vida, mi desatino controlado.
Experimenté una peculiar sensación de vacío. Obviamente no había en el mundo razón alguna para que yo hubiera de importarle a don Juan, pero a la vez yo tenía casi la certeza de que se preocupaba por mi en lo personal; pensaba que no podía ser de otro modo, pues siempre me había dedicado su atención completa durante cada momento que yo había pasado con él. Se me ocurrió que acaso don Juan sólo decía eso por estar molesto conmigo. Después de todo, yo abandoné sus enseñanzas.
-Siento que no estamos hablando de lo mismo -dije-. No debía haberme puesto como ejemplo. Lo que quise decir es que debe haber algo en el mundo que a usted le importe en una forma que no sea desatino controlado. No creo que sea posible seguir viviendo si nada nos importa en realidad.
-Eso se aplica a ti -dijo-. Las cosas te importan a ti. Tú me preguntaste por mi desatino controlado y yo te dije que todo cuanto hago en relación conmigo mismo y con mis semejantes es precisamente eso, porque nada importa.
-La cosa es, don Juan, que si nada le importa, ¿cómo puede usted seguir viviendo?
Rió, y tras una pausa momentánea, en la que pareció deliberar si responderme o no, se levantó y fue al traspatio de su casa. Lo seguí.
-Espere, espere, don Juan -dije-. De veras quiero saber; debe usted explicarme lo que quiere decir.
-A lo mejor no es posible explicar -dijo él-. Ciertas cosas de tu vida te importan porque son importantes; tus acciones son ciertamente importantes para ti, pero para mí, ni una sola cosa es importante ya, ni mis acciones ni las acciones de mis semejantes. Pero sigo viviendo porque tengo mi voluntad. Porque he templado mi voluntad a lo largo de toda mi vida, hasta hacerla impecable y completa, y ahora no me importa que nada importe. Mi voluntad controla el desatino de mi vida.
Se acuclilló y pasó los dedos sobre unas hierbas que había puesto a secar al sol en un gran trozo de arpillera.
Me hallaba desconcertado. Jamás habría podido anticipar la dirección que mi interrogatorio había tomado. Tras una larga pausa, pensé en un buen punto. Le dije que en mi opinión algunos actos de mis semejantes tenían importancia suprema. Señalé que una guerra nuclear era defini-tivamente el ejemplo más dramático de un acto así. Dije que, para mí, destruir la vida en toda la faz de la tierra era un acto de enormidad vertiginosa.
-Crees eso porque estás pensando. Estás pensando en la vida -dijo don Juan con un brillo en la mirada-. No estás viendo.
-¿Me sentiría distinto si pudiera ver? -pregunté.
-Una vez que un hombre aprende a ver, se halla solo en el mundo, sin nada más que desatino -dijo don Juan en tono críptico.
Hizo una pausa y me miró como queriendo juzgar el efecto de sus palabras.
-Tus acciones, así como las acciones de tus semejantes en general, te parecen importantes sólo porque has aprendido a pensar que son importantes.
Puso una inflexión tan peculiar en la palabra “aprendido” que me forzó a inquirir a qué se refería con ella.
-Aprendemos a pensar en todo -dijo-, y luego entrenamos nuestros ojos para mirar al mismo tiempo que pensamos de las cosas que miramos. Nos miramos a nosotros mismos pensando ya que somos importantes. ¡Y por supuesto tenemos que sentirnos importantes! Pero luego, cuando uno aprende a ver, se da cuenta de que ya no puede uno pensar en las cosas que mira, y si uno no puede pensar en lo que mira todo se vuelve sin importancia.
Don Juan debe haber notado mi expresión intrigada; repitió sus aseveraciones tres veces, como para hacerme comprenderlas. Lo que dijo me sonó al principio como un galimatías, pero al pensarlo cuidadosamente, sus palabras descollaron más bien como una declaración elaborada acerca de alguna faceta de la percepción.
(Una realidad aparte, C. Castaneda)

“El mundo no tiene ‘ser’ salvo como alegoría: del principio al fin es farsa y simulación”.
Shabistari, El jardín secreto.

-Pero si nada importa, don Juan, ¿por qué va a importar que yo aprenda a ver?
-Una vez te dije que nuestra suerte como hombres es aprender, para bien o para mal -repuso-. Yo he aprendido a ver y te digo que nada importa en realidad; ahora te toca a ti; a lo mejor algún día verás y sabrás si las cosas importan o no. Para mí nada importa, pero capaz para ti importe todo. Ya deberías saber a estas alturas que un hombre de conocimiento vive de actuar, no de pensar en actuar, ni de pensar qué pensará cuando termine de actuar.
“Por eso un hombre de conocimiento elige un camino con corazón y lo sigue: y luego mira y se regocija y ríe; y luego ve y sabe. Sabe que su vida se acabará en un abrir y cerrar de ojos; sabe que él, así como todos los demás, no va a ninguna parte; sabe, porque ve, que nada es más importante que lo demás. En otras palabras, un hombre de conocimiento no tiene honor, ni dignidad, ni familia, ni nombre, ni tierra, sólo tiene vida que vivir, y en tal condición su única liga con sus semejantes es su desatino controlado. Así, un hombre de conocimiento se esfuerza, y suda, y resuella, y si uno lo mira es como cualquier hombre común, excepto que el desatino de su vida está bajo control. Como nada le importa más que nada, un hombre de conocimiento escoge cualquier acto, y lo actúa como si le importara. Su desatino controlado lo lleva a decir que lo que él hace importa y lo lleva a actuar como si importara, y sin embargo él sabe que no importa; de modo que, cuando completa sus actos se retira en paz, sin pena ni cuidado de que sus actos fueran buenos o malos, o tuvieran efecto o no.
“Por otro lado, un hombre de conocimiento puede preferir quedarse totalmente impasible y no actuar jamás, y comportarse como si el ser impasible le importara de verdad; también en eso será genuino y justo, porque eso es también su desatino controlado”.
(Una realidad aparte, C. Castaneda)

“El mundo no tiene ‘ser’ salvo como alegoría: del principio al fin es farsa y simulación”.

Le dije a don Juan que me preocupaba mi incapacidad de cambiar de dirección a mitad de la corriente; le expliqué que, junto con la confianza que le tenía, había aprendido también a respetar su forma de vivir y a considerarla intrínsecamente más racional, o al menos más funcional, que la mía. Dije que sus palabras me habían lanzado a un conflicto terrible porque involucraban la necesidad de cambiar mis sentimientos. Para ilustrar mi argumento, narré a don Juan la historia de un anciano de mi propia cultura: un abogado rico, conservador, que había vivido su vida convencido de sostener la verdad. En los primeros años del treinta, con el advenimiento de la política del presidente Roosevelt se vio envuelto apasionadamente en el drama político de aquella época. Poseía la seguridad categórica de que el cambio era perjudicial al país, y por devoción a su forma de vida y convicción de estar en lo justo, juró combatir lo que consideraba un mal político. Pero la marea de la época era demasiado fuerte; lo avasalló. Pugnó contra ella a lo largo de diez años, en la arena política y en el territorio de su vida personal; luego, la segunda guerra mundial selló sus esfuerzos con la derrota completa. Su caída política e ideológica dio por resultado una profunda amargura; se autoexiló durante veinticinco años. Cuando lo conocí, tenía ochenta y cuatro y había vuelto a su ciudad natal a pasar sus últimos días en un asilo de ancianos. Me parecía inconcebible que hubiese vivido tanto, teniendo en cuenta la forma en que había despilfarrado su vida en amargura y autocompasión. Por algún motivo mi compañía le resultaba amena, y solíamos conversar largamente.
La última vez que lo vi, concluyó nuestra conversación en la forma siguiente:
-He tenido tiempo de volver la cara y examinar mi vida. Los asuntos de mi tiempo no son hoy más que una historia, y ni siquiera una historia interesante. Acaso desperdicié años de mi vida persiguiendo algo que nunca existió. Últimamente he tenido el sentimiento de que creí en algo que era una farsa. No valía la pena. Creo que ahora lo sé. Y sin embargo no puedo recobrar los cuarenta años que he perdido.
Dije a don Juan que mi conflicto surgía de las dudas a que me habían arrojado sus palabras sobre el desatino controlado.
-Si nada importa en realidad -dije-, al convertirse en hombre de conocimiento uno se hallaría, forzosamente, tan vacío como mi amigo y no en mejor posición.
-No es así -dijo don Juan, cortante-. Tu amigo se siente solo porque morirá sin ver. Su vida sólo fue para hacerse viejo y ahora ha de sentirse más mal que nunca. Siente haber desperdiciado cuarenta años porque buscaba victorias y no halló sino derrotas. Jamás sabrá que ser victorioso y ser derrotado son iguales.
“Conque ahora me tienes miedo por haberte dicho que eres igual a todo lo demás. Te estás haciendo el necio. Nuestra suerte como hombres es aprender, y al conocimiento se va como a la guerra; te lo he dicho incontables veces. Al conocimiento o a la guerra se va con miedo, con respeto, sabiendo que se va a la guerra, y con absoluta confianza en sí mismo. Confía en ti, no en mí.
“Conque temes el vacío de la vida de tu amigo. Pero no hay vacío en la vida de un hombre de conocimiento: te lo digo yo. Todo está lleno hasta el borde.
Don Juan se puso en pie y extendió los brazos como palpando cosas en el aire.
-Todo está lleno hasta el borde -repitió-, y todo es igual. Yo no soy como tu amigo que nada más se hizo viejo. Cuando yo te digo que nada importa, no lo digo como él. Para él, su lucha no valió la pena porque salió derrotado; para mí no hay victoria, ni derrota, ni vacío. Todo está lleno hasta el borde y todo es igual y mi lucha valió la pena.
“Para convertirse en hombre de conocimiento hay que ser un guerrero, no un niño llorón. Hay que luchar sin entregarse, sin una queja, sin titubear, hasta que uno vea, y sólo entonces puede uno darse cuenta que nada importa.
Pregunté a don Juan si desatino controlado quería decir que un hombre de conocimiento ya no podía querer a nadie.
-Te importa demasiado querer a los otros o que te quieran a ti -dijo-. Un hombre de conocimiento quiere, eso es todo. Quiere lo que se le antoja o a quien se le antoja, pero usa su desatino controlado para andar sin pena ni cuidado. Lo contrario de lo que tú haces ahora. Que los otros lo quieren o no lo quieran a uno no es todo lo que se puede hacer como hombre.
(Una realidad aparte, C. Castaneda)

Conciencia de la propia muerte

En cuanto a ese profesor del que me has hablado y que no encuentra el estado de presencia, dile que no mire ni hacia el pasado ni hacia el porvenir, que sea el ‘hijo del instante’, y que tenga a la muerte como blanco de sus ojos; entonces lo encontrará, si Dios quiere”.
(Sheij al-Arabi ad-Darqawi)

Ahora debes despegarte -dijo don Juan.
-¿De qué?
-Despégate de todo.
-Eso es imposible. No quiero ser un ermitaño.
-Ser ermitaño es una entrega y jamás me referí a eso. Un ermitaño no está despegado, pues se abandona voluntariamente a ser ermitaño.
“Sólo la idea de la muerte da al hombre el desapego suficiente para que sea incapaz de abandonarse a nada. Sólo la idea de la muerte da al hombre el desapego suficiente para que no pueda negarse nada. Pero un hombre de tal suerte no ansía, porque ha adquirido una lujuria callada por la vida y por todas las cosas de la vida. Sabe que su muerte lo anda cazando y que no le dará tiempo de adherirse a nada, así que prueba, sin ansias, todo de todo.
“Un hombre despegado, sabiendo que no tiene posibilidad de poner vallas a su muerte, sólo tiene una cosa que lo respalde: el poder de sus decisiones. Tiene que ser, por así decirlo, el amo de su elección. Debe comprender por completo que su preferencia es su responsabilidad, y una vez que hace su selección no queda tiempo para lamentos ni recriminaciones. Sus decisiones son definitivas, simplemente porque su muerte no le da tiempo de adherirse a nada.
“El conocimiento de su muerte lo guía y le da desapego y lujuria callada; el poder de sus decisiones definitivas le permite escoger sin lamentar, y lo que escoge es siempre estratégicamente lo mejor; así cumple con gusto y con eficiencia lujuriosa, todo cuanto tiene que hacer.
-La sola idea de despegarme de todo lo que conozco me da escalofríos -dije.
-¡Has de estar bromeando! Lo que debería darte escalofríos es no tener nada que esperar más que una vida de hacer lo que siempre has hecho. Piensa en el hombre que planta maíz año tras año hasta que está demasiado viejo y cansado para levantarse y se queda echado como un perro viejo. Sus pensamientos y sentimientos, lo mejor que tiene, vagan sin ton ni son y se fijan en lo único que ha hecho: plantar maíz. Para mí, ése es el desperdicio más aterrador que existe.
(Una realidad aparte, C. Castaneda)

Sobre el dialogo interno

Don Juan, durante años he tratado realmente de vivir de acuerdo con sus enseñanzas -dije-. Por lo visto no he sabido hacerlo. ¿Cómo puedo mejorar ahora?
-Piensas y hablas demasiado. Debes dejar de hablar contigo mismo.
-¿Qué quiere usted decir?
-Hablas demasiado contigo mismo. No eres único en eso. Cada uno de nosotros lo hace. Sostenemos una conversación interna. Piensa en eso. ¿Qué es lo que siempre haces cuando estás solo?
-Hablo conmigo mismo.
-¿De qué te hablas?
-No sé; de cualquier cosa, supongo.
-Te voy a decir de qué nos hablamos. Nos hablamos de nuestro mundo. Es más, mantenemos nuestro mundo con nuestra conversación interna.
-¿Cómo es eso?
-Cuando terminamos de hablar con nosotros mismos, el mundo es siempre como debería ser. Lo renovamos, lo encendemos de vida, lo sostenemos con nuestra conversación interna. No sólo eso, sino que también escogemos nuestros caminos al hablarnos a nosotros mismos. De allí que repetimos las mismas preferencias una y otra vez hasta el día en que morimos, porque seguimos repitiendo la misma conversación interna una y otra vez hasta el día en que morimos.
-¿Cómo puedo dejar de hablar conmigo mismo?
-Antes que nada debes usar tus oídos a fin de quitar a tus ojos parte de la carga. Desde que nacimos hemos estado usando los ojos para juzgar el mundo. Hablamos a los demás, y nos hablamos a nosotros mismos, acerca de lo que vemos.
-El mundo es asi-y-así o así-y-asá sólo porque nos decimos a nosotros mismos que esa es su forma. Si dejamos de decirnos que el mundo es así-y-asá, el mundo deja de ser así-y-asá. En este momento no creo que estés listo para un golpe tan enorme; por eso debes empezar despacio a deshacer el mundo.
-¡Palabra que no le entiendo!
-Tu problema es que confundes el mundo con lo que la gente hace. Pero tampoco en eso eres el único. Todos lo hacemos. Las cosas que la gente hace son los resguardos contra las fuerzas que nos rodean; lo que hacemos como gente nos da consuelo y nos hace sentirnos seguros; lo que la gente hace es por cierto muy importante, pero sólo como resguardo. Nunca aprendemos que las cosas que hacemos como gente son sólo resguardos, y dejamos que dominen y derriben nuestras vidas. De hecho, podría decir que para la humanidad, lo que la gente hace es más grande y más importante que el mundo mismo.
-¿A qué llama usted el mundo?
-El mundo es todo lo que está encajado aquí -dijo, y pateó el suelo-. La vida, la muerte, la gente, los aliados y todo lo demás que nos rodea. El mundo es incomprensible. Jamás lo entenderemos; jamás desenredaremos sus secretos. Por eso, debemos tratarlo como lo que es: ¡un absoluto misterio!
“Pero un hombre corriente no hace esto. El mundo nunca es un misterio para él, y cuando llega a viejo está convencido de que no tiene nada más por qué vivir. Un viejo no ha agotado el mundo. Sólo ha agotado lo que la gente hace. Pero en su estúpida confusión cree que el mundo ya no tiene misterios para él. ¡Qué precio tan calamitoso pagamos por nuestros resguardos!
(Una realidad aparte, C. Castaneda)

Aliados, plantas de poder, mezcalito, etc.

En la época en que se produjeron los hechos que se describen en Las Enseñanzas de don Juan, don Juan hablaba mucho de aliados, de plantas de poder, de Mescalito, del humito, del viento, de los espíritus de los ríos y los montes, del espíritu del chaparral, etcétera. Cuando más adelante le recordé la importancia que había dado a aquellos elementos y le pregunté que por qué no hablaba ya de ellos, admitió sin rubor que me había soltado toda aquella palabrería pseudoindia al principio de mi aprendizaje por mi bien.
Me quedé estupefacto. Me pregunté cómo podía afirmar tal cosa que, obviamente, era falsa. Resultaba evidente que lo decía con sinceridad, y si había alguien capacitado para juzgar la veracidad de sus palabras y de sus estados de ánimo, ése era yo.
-No te lo tomes tan en serio -dijo, riendo-. Disfruté mucho contándote todas esas bobadas, y aún disfruté más porque sabía que lo hacía por tu bien.
-¿Por mi bien, don Juan? ¿Qué aberración es ésta?
-Sí, por tu bien. Te engañé dirigiendo tu atención sobre elementos de tu mundo que te provocaban una profunda fascinación, y tú te tragaste el anzuelo, el sedal y la plomada.
»Lo único que me hacía falta era captar toda tu atención. Pero ¿cómo podría haberlo hecho cuando tenías un espíritu tan poco disciplinado? Tú mismo me repetías una y otra vez que permanecías conmigo porque encontrabas fascinante lo que yo decía sobre el mundo. Lo que no sabías expresar era que la fascinación que sentías se debía a que apenas reconocías vagamente cada elemento del que te hablaba. Por supuesto, pensabas que aquella vaguedad era chamanismo, y te atrajo, lo que quiere decir que te quedaste.
-¿Le hace eso a todos, don Juan?
-No a todos, porque no todos vienen a mí y, sobre todo, porque no me intereso por cualquiera. Estuve y estoy interesado en ti, sólo en ti. Mi maestro, el nagual Julián, me engañó de un modo similar. Me engañó a causa de mi sensualidad y mi avaricia. Me prometió conseguirme todas las mujeres bonitas que lo rodeaban y me prometió cubrirme de oro. Me prometió una fortuna, y caí en la trampa. Todos los chamanes de mi linaje han sido engañados de ese modo desde tiempo inmemorial. Los chamanes de mi linaje no son maestros o gurús. Les importa un comino enseñar su conocimiento. Quieren herederos para su conocimiento, no gente vagamente interesada en su conocimiento por razones intelectuales.
(La rueda del tiempo, C. Castaneda)

¿Crees que tu yo somos iguales?

-¿Por qué hace usted todo esto por mí, don Juan? -pregunté.
Se quitó el sombrero y se rasgó las sienes en fingido desconcierto.
-Tengo un gesto contigo -dijo suavemente-. Otras personas han tenido contigo un gesto similar; algún día tú mismo tendrás el mismo gesto con otros: Digamos que esta vez me toca a mí. Un día descubrí que, si quería ser un cazador digno de respetarme a mí mismo, tenía que cambiar mi forma de vivir. Me gustaba lamentarme y llorar mucho. Tenía buenas razones para sentirme víctima. Soy indio y a los indios los tratan como a perros. Nada podía yo hacer para remediarlo, de modo que sólo me quedaba mi dolor. Pero entonces mi buena suerte me salvó y alguien me enseñó a cazar. Y me di cuenta de que la forma como vivía no valía la pena de vivirse… así que la cambié.
-Pero yo estoy contento con mi vida, don Juan. ¿Por qué tendría que cambiarla?
Empezó a cantar una canción ranchera, muy suavemente, y luego tarareó la tonada. Su cabeza oscilaba hacia arriba y hacia abajo, siguiendo el ritmo.
-¿Crees que tú y yo somos iguales? -preguntó con voz nítida.
La pregunta me agarró desprevenido. Experimenté en los oídos un zumbido peculiar, como si don Juan hubiera gritado, cosa que no hizo; sin embargo, su voz tenía un sonido metálico que reverberó en mis oídos.
Me rasqué, con el meñique izquierdo, el interior de la oreja del mismo lado. Desde hacía algún tiempo tenía comezón en las orejas, y había desarrollado una forma rítmica y nerviosa de frotarlas por dentro con el meñique de cualquier mano. El movimiento era, más exactamente, una sacudida de todo el brazo.
Don Juan observó mis movimientos con fascinación aparente.
-Bueno… ¿somos iguales? -preguntó.
-Por supuesto que somos iguales -dije.
Naturalmente, condescendía. Le tenía mucho afecto al anciano, aunque a veces no supiera qué hacer con él; sin embargo conservaba aún en el trasfondo de mi mente -sin que jamás fuera a darle voz- la creencia de que, siendo un estudiante universitario, un hombre del refinado mundo occidental, yo era superior a un indio.
-No -dijo él calmadamente-, no lo somos.
-Por supuesto que lo somos -protesté.
-No -dijo él con voz suave. No somos iguales. Yo soy un cazador y un guerrero, y tú eres un cabrón.
Quedé boquiabierto. No podía creer que don Juan hubiera dicho eso. Dejé caer mi cuaderno y lo miré atónito y luego, por supuesto, me enfurecí.
Él me miró con ojos serenos y apacibles. Esquivé su mirada. Y entonces empezó a hablar. Pronunciaba claramente las palabras. Fluían sin interrupción ni misericordia. Dijo que yo alcahueteaba para otros. Que no planeaba mis propias batallas, sino las batallas de unos desconocidos. Que no me interesaba aprender de plantas ni de cacería ni de nada. Y que su mundo de actos, sentimientos, y decisiones precisas era infinitamente más efectivo que la torpe idiotez que yo llamaba “mi vida”.
Cuando terminó, quedé mudo. Había hablado sin agresividad ni presunción, pero con tal fuerza, y a la vez tal sosiego, que yo ni siquiera estaba ya enojado.
Permanecimos en silencio. Me sentía apenado y no se me ocurría nada apropiado que decir. Esperé que él tomara la palabra. Transcurrieron las horas. Don Juan se inmovilizó gradualmente hasta que su cuerpo adquirió una rigidez extraña, casi atemorizante; su silueta se hizo difícil de discernir conforme la luz menguaba y finalmente, cuando todo estuvo negro a nuestro alrededor, pareció haberse disuelto en la negrura de las piedras. Su estado de inmovilidad era tan total que él parecía ya no existir.
Era medianoche cuando al fin me di cuenta de que don Juan podía quedarse inmóvil tal vez para siempre en ese desierto, en esas rocas, y que lo haría en caso necesario. Su mundo de actos, decisiones y sentimientos precisos era en verdad superior.
Toqué calladamente su brazo, y el llanto me inundó.
(Viaje a Ixtlán, C. Castaneda)

Ser inaccesible

Ser inaccesible significa tocar lo menos posible el mundo que te rodea. No comes cinco perdices; comes una. No dañas las plantas sólo por hacer una fosa para barbacoa. No te expones al poder del viento a menos que sea obligatorio. No usas ni exprimes a la gente hasta dejarla en nada, y menos a la gente que amas.
Jamás he usado a nadie -dije sinceramente.
Pero don Juan mantuvo que sí, y quizá por eso pude declarar sin tapujos que la gente me cansaba y me aburría.
-Ponerse fuera del alcance significa que evitas, a propósito, agotarte a ti mismo y a los otros. -prosiguió él-. Significa que no estás hambriento y desesperado, como el pobre hijo de puta que siente que no volverá a comer y devora toda la comida que puede, ¡todas las cinco perdices!
Definitivamente, don Juan golpeaba debajo del cinturón. Reí y eso pareció complacerlo. Tocó levemente mi espalda.
-Un cazador sabe que atraerá caza a sus trampas una y otra vez, así que no se preocupa. Preocuparse es ponerse al alcance, sin quererlo. Y una vez que te preocupas, te agarras a cualquier cosa por desesperación; y una vez que te aferras, forzosamente te agotas o agotas a la cosa o la persona de la que estás agarrado.
Le dije que en mi vida cotidiana la inaccesibilidad era inconcebible. Me refería a que, para funcionar, yo tenía que estar al alcance de todo el que tuviera algo que ver conmigo.
-Ya te dije que ser inaccesible no significa esconderse ni andar con secretos -dijo él calmadamente-. Tampoco significa que no puedas tratar con la gente.
Un cazador usa su mundo lo menos posible y con ternura, sin importar que el mundo sean cosas o plantas, o animales, o personas o poder. Un cazador tiene trato íntimo con su mundo, y sin embargo es inaccesible para ese mismo mundo.
-Eso es una contradicción -dije-. No puede ser inaccesible si está allí en su mundo, hora tras hora, día tras día.
-No entendiste -dijo don Juan con paciencia-. Es inaccesible porque no exprime ni deforma su mundo. Lo toca levemente, se queda cuanto necesita quedarse, y luego se aleja raudo, casi sin dejar señal alguna.
(Viaje a Ixtlan, C. Castaneda)

Hacerse responsable

-Te sientes como una hoja a merced del viento, ¿no? -dijo don Juan, mirándome.
Así me sentía exactamente. Don Juan parecía compenetrado de mis sentimientos. Dijo que mi estado de ánimo le recordaba una canción y empezó a cantarla en tono bajo; su voz cantante era muy agradable y la letra me arrebató: “Qué lejos estoy del suelo donde he nacido. Inmensa nostalgia invade mi pensamiento. Al verme tan solo y triste cual hoja al viento, quisiera llorar, quisiera morir de sentimiento.”
Callamos largo rato. Finalmente, él rompió el silencio.
-Desde el día en que naciste, de una forma u otra, alguien te ha estado haciendo algo -dijo.
-Eso es correcto -dije.
-Y te han estado haciendo algo en contra de tu voluntad.
-Cierto.
-Y ahora estás desamparado, cual hoja al viento.
-Correcto. Así es.
Dije que las circunstancias de mi vida habían sido, a veces, devastadoras. Él escuchó con atención, pero no pude saber si sólo lo hacía por amabilidad, o si estaba genuinamente preocupado, hasta que lo sorprendí tratando de esconder una sonrisa.
-Por mucho que te guste compadecerte a ti mismo, tienes que cambiar eso -dijo con voz suave-. No encaja con la vida de un guerrero.
Rió y cantó nuevamente la canción, pero contorsionando la entonación de ciertas palabras; el resultado fue un lamento risible. Señaló que el motivo de que me gustara la canción era que en mi propia vida yo no había hecho sino lamentarme y hallar defectos en todo. No pude discutir con él. Estaba en lo cierto. Sin embargo, yo creía tener motivos suficientes para justificar mi sentimiento de ser como una hoja al viento.
-Lo más difícil en este mundo es adoptar el ánimo de un guerrero -dijo él. De nada sirve estar triste y quejarse y sentirse justificado de hacerlo, creyendo que alguien nos está siempre haciendo algo. Nadie le está haciendo nada a nadie, mucho menos a un guerrero.
“Tú estás aquí, conmigo, porque quieres estar aquí. Ya deberías haber asumido la responsabilidad completa, y la idea de que estás a merced del viento debería ser inadmisible.”
(Viaje a Ixtlan, C. Castaneda)

¿De qué sirve el poder?

Tomado de http://rojointenso.net/foros/index.php?showtopic=1043

¿De qué sirve el poder?

Cada cierto tiempo se repite algo que sin excepción me pone algo melancólico y me hace preguntarme cosas. Una persona quiere vivir su propia vida y desarrollarse, deja de ver a alguien que le hace daño, o que no quiere superarse, y duele.

Sería muy hermoso poder ayudar a otros. NO ES POSIBLE.

Cuando aprendí a leer las cartas como método para usar mi intuición, se me explicó que jamás se debe cobrar por una sencilla razón. No podemos ayudar a nadie con cartas o no. Podemos crear situaciones para que las personas se ayuden pero no ayudarlas.

Por lo mismo, los que cobran por ayudar a otros, sea a través de las cartas o por operar enfermos, no están ayudando. Si acaso, están realizando un intercambio de esperanzas por dinero, el doctor que hace una cirugía no lo hace gratis. ¿Ayuda él? Trata de ayudar al cuerpo a que se ayude a través de medicamentos o cortar partes del cuerpo, pero ayudar No.

Vivir de ayudar a otros, o enfocar la vida en “ayudar” o “entrenar” a otros tiene un gran riesgo. Se corre el riesgo de interesarse en la vida de los demás porque la propia vida esta vacía. Es necesario ayudarse para poder ayudar, siendo árbol de frutos y no de leña.

Algo que se hablaba mucho cuando estaban presentes al mismo tiempo el Nagual Andrés y el Nagual Rafael, es que no sólo no se puede ayudar, sino que en el caso de un sacerdote, sólo podría absolver de los pecados si no tuviera antes que hacerse perdonar los propios.

El modo y los conocimientos están disponibles para el que quiera tomarlos. Un médico puede publicar sus investigaciones en Internet por varios motivos, pueden ser nobles ( tener sus datos a la mano, ayudar a otros, etc ), o pueden ser egoístas ( reconocimiento profesional, dinero etc), pero ese conocimiento es independiente de quien lo escribe, y no es conocimiento sino hasta que alguien lo aplica.

Podemos entrar en discusiones interminables sobre que si la mamá de un niño con una enfermedad terrible puede o no ayudarlo. Hay batallas que deben pelearse aunque no dependa de nosotros el resultado. Ser un guerrero es ser alguien que no se rinde, si el guerrero no consigue su objetivo, lo intenta repetidamente hasta la muerte. Si no lo consigue no es un guerrero, sino palabras vacías de un hombre vacío.

Un guerrero es práctico. No sirve de nada intentar curar a un alcohólico o tratar de llegar a la luna nadando. Si se cura el alcohólico lo hace por sus propios medios ( que quizá le proporcionó el guerrero ), y si se es un guerrero, no se pierde el tiempo en metas imprácticas, estúpidas o de autocompasión, o como diría Gurdjieff, de verter la nada en el vacío.

Un guerrero tiene su objetivo, y a través de su poder personal trata de salir del camino del burro haya o no conseguido la zanahoria. Al conseguir su meta o darse cuenta que esta realmente es inalcanzable, sale del círculo, y ese es el punto donde se da la evolución, donde se crea una revolución, y donde se puede hacer la diferencia.

Es importante recordar que no podemos ayudar a nadie, y mucho menos a aquellos que amamos, pero podemos protegerlos.

Así mismo, debemos considerar que no podemos pagar porque alguien aprenda por nosotros, un maestro particular puede enseñarnos pero no hacernos aprender, al igual que podemos contratar a un guardaespaladas pero no pagar a alguien para que haga ejercicio por nosotros.

Cualquier lucha por lograr esto es una estupidez. No se obtiene algo de nada. Los magos negros, los obsesionados y los tontos creen que sí.

¿De qué sirve el poder si eres incapaz de ayudar a los que amas?

DE NADA.

Y sin embargo, puede usarse en proteger y nutrir a aquellos que lo necesitan. El poder siempre puede usarse para cumplir con nuestro deber, o ayudarnos a aumentar nuestras habilidades para lo mismo. Cualquier intento de usar el poder para otra cosa, es tirarlo.
Alfonso Orozco – Noviembre 1999
ICQ 41907900

Hablar o no hablar

Tomado de www.nahual.org/hablar.html

Hablar o no hablar

Hace unos días recibí una pregunta por ICQ muy interesante:

“¿Pueden los naguales y los guerreros hacerse conocer? yo tengo un amigo guerrero que un día me confesó todo llorando, que no podía decirle a nadie , por que las personas focalizan en ellos y pierden energía, esto se lo dijo un Nagual, y que eso no lo podía soportar, que hacia un año que no lo decía a nadie, y te aseguro que es absolutamente verdad, por que de ser una persona normal de pronto comenzó a hablar de Castaneda con los términos exactos sin haber leído un libro”

Aquí hay varias consideraciones, primero, un Nagual o guerrero se da a conocer sólo con sus actos visibles. Tener que decirle a alguien que se es un Nagual o guerrero, hace que se deje de serlo. Es cierto que hablar llama sobre uno influencias negativas, pero al respecto, hay que ver cual es el objetivo final del guerrero al hablar. Si puedes tratar de ayudar a otros puedes hablar. Si puedes aclarar las dudas, puedes hablar, pero no puedes hablar para obtener un beneficio personal, o para no estar solo. El silencio es necesario por lo mismo que Cristo menciona que se debe rezar en secreto. Creo que lo que esta detrás de esto es una situación desgraciadamente poco común. Primero, la persona de la que se habla en la pregunta obviamente no tenía una vida equilibrada, sino que buscaba respuestas y encontró solo mas preguntas.

En la hoja El prisionero de las estrellas mencioné como pasos para que algo sea valor, el poder publicarlo libremente. Salvo raras excepciones, el conocimiento puede usarse libremente siempre que no perjudique a otros. Enseñar a otros técnicas de parar el mundo es válido, pero aunque suene extraño, hay personas que me han escrito preguntándose como hacer que un pariente viva menos. En lo personal, lo único que no puedo revelar son fragmentos específicos. Para el que busca las respuestas están en muchos lugares, los libros de Castaneda contienen un camino para buscar la verdad, al igual que la Magia Ritual , los rosacruces y demás.

Hay momentos en que el camino exige un juramento de silencio, pero lo que se pide callar es poco. Puedo explicar esto de manera muy sencilla. Si yo digo “Busca y encontrarás” algunos verán un fragmento de la Biblia, otros una burla, y otros entenderán. Todo lenguaje o acto que vemos está condicionado con la energía que tiene a su alcance el receptor. Puedo usar frases como “evolución espiritual”, pero realmente lo que está escrito en unas palabras pasa desapercibido a las personas. La comprensión depende del receptor. Podemos aprender verdades grandes de personas que saben menos que nosotros simplemente porque tenemos una mayor energía que ellos. Este tema lo discuto con detalle en Las escuelas iniciáticas.

La afinidad y el buen juicio son también una guía para saber a quien podemos y no podemos decir ciertas cosas. Durante años me ha tocado ver que dos mundos aislados, uno de personas que me conocen como experto en programación, y otros que me conocen como Nagual, se llevan una gran sorpresa de repente al descubrir la existencia del otro mundo.

Sin embargo, creo que esta persona estaba en medio de un ambiente que no le correspondía y guiado por las circunstancias, tenía necesidad de alguien que le oyera y se preocupara por él. Un guerrero pelea sin esperar recompensa, porque pelear ciertas batallas es suficiente recompensa. Las personas con que estamos en contacto pertenecen a un mundo intermedio; yo puedo dar la iniciación, por poner un ejemplo, pero sólo al que quiere y merece ser iniciado. IMPORTAN LAS PERSONAS. Aquí va un ejemplo que puede parecer exagerado, pero es absolutamente verídico.

Hace un tiempo hablé de matrimonio con una dama, y de repente nos dimos cuenta de un incidente. Siempre le hablaba yo por teléfono, nos poníamos de acuerdo para vernos por Chat, Email, o el mismo teléfono. Ella me mandaba beeper cuando mi beeper funcionaba. Y de repente.. oh sorpresa…. nos dimos cuenta que a pesar de estar casi comprometidos… ella no tenía mi teléfono personal ni el del trabajo.

Uno puede ser reservado con las cosas que no importan, pero las importantes, deben decirse, y demostrarse con actos. El guerrero respalda sus palabras con la conducta. Hay cosas que de repente si hay que decir aunque no sean importantes, por ejemplo, he mencionado en varias ocasiones que puedo ser muy violento físicamente, y que sé artes marciales. Esto lo comento a las personas que me interesan, porque de repente podría parecerles raro que alguien calmado pare un asalto, por ejemplo. Creo que la coherencia es sumamente importante. Un guerrero que se deje llevar por su dolor, su pena o su soledad, no lo es. Las lágrimas pueden indicar corazón, pero el corazón no cuenta si no tiene a que adherirse.

El Nagual Rafael decía a sus discípulos que un estudiante pasa por etapas en las que llega a tener miedo de su sombra, pero realmente, creo que esto no era lo que pasaba al joven del que me comentan. Simplemente, no podía entender que los demás no eran como él. Estaba en la etapa de buscar una vida “normal” … pero una vez que se entró en ciertas cosas no hay marcha atrás, sobre todo cuando uno es sincero.

Me parece raro que se le pidiera no decir nada a nadie desde hacía hace un año.. en un año de entrenamiento no se aprende nada que no deba decirse, y como he dicho antes, las mismas palabras hacen que haya una barrera natural. Solo escucha quien tiene oídos y ve quien tiene ojos.

Que se pueden llamar a influencias negativas, si.. el principal problema de tener dinero y salir a una calle oscura, es que uno está donde no debe estar. Si se focaliza sobre uno y uno pierde energía o es asaltado, no es por decir o ponerse un reloj bueno, sino por el lugar en que se está. Por otra parte hay un momento en que dar explicaciones no está moralmente mal pero puede ser desastroso. Como dice el refrán, quien anda de redentor, termina crucificado.

Algo que me resulta aparente es que la persona de la que se habla no estaba emprendiendo una búsqueda del guerrero como se describe en el ciclo del héroe, porque no se nota la influencia de la fuerza equilibradora en su vida.

Y hay un momento que las influencias negativas son mínimas, porque operan en un nivel diferente… como dice un poema mexicano :” Hay aves que cruzan el pantano y no se manchan”, o como dicen varias filosofías orientales, aquel que no tiene herida puede tocar el veneno con la mano.

Por otra parte, lo de no conocer el lenguaje de Castaneda y de repente después de tratar a un Nagual ( el que le dijo que no dijera nada a nadie ).. pues obviamente esa persona lo familiarizó con textos de Castaneda ya digeridos. Además, siempre es posible que ese maestro haya querido prevenirlo contra el hecho de que los demás no son como uno, y que a veces querer hacer las cosas es sumamente desagradable para otros. Vale la pena ver otros aspectos que he citado en otras partes:

* El pararrayos ( porqué hablo )

* La máscara ( porqué se necesita la no compasión )

* Dos mundos ( renunciar al mundo no está permitido )

* El retiro del mundo

* El prisionero de las estrellas (Pasos para ser valor)

* La llamada

Al hablar de esto recuerdo fragmentos de Castaneda que hablan del Nagual o guerrero(cosas diferentes!!!) como un baluarte de cordura y razón, no de dudas ni penas, ni de soledad. Por detalles que menciono en La llamada, y lo que otros llaman señales o designios, es obvio en mi línea que los nuevos grupos de guerreros no se forman entre los desesperados. Ser Guerrero es ser sobrio. EL Nagual es un faro de cordura, en palabras de Castaneda… hay gentes que no se aceptan en el Nagualismo y el verdadero Nagualismo, NO RECLUTA, como le pasó a Carlos. Mas adelante hablaremos de eso, pero sería interesante ver como llego la persona en cuestión bajo la tutela de ese Nagual.
Alfonso Orozco – Octubre 1999
ICQ 41907900

1 84 85 86 87 88 421