Jesucristo en las otras religiones

Jesucristo en las otras religiones
Fco. Javier Avilés Jiménez
No pasa Jesús de Nazaret inadvertido en las grandes religiones. Después de siglos de mutuo rechazo, las grandes tradiciones religiosas se plantean el reto del diálogo y la cooperación para evitar la intolerancia y apoyar, unidas, la paz, la justicia y el respeto de la naturaleza.
Jesús en el Corán.
Si algo caracteriza la visión musulmana de Dios es su radical distancia respecto al hombre y al mundo. Alá es clemente y misericordioso, pero ante él la única postura es la de la más perfecta sumisión (islam). Aquí surge una diferencia importante con el cristianismo, que si bien respeta la distancia entre la divinidad y la realidad creada, mantiene que Dios es experto en salvar distancias y aproximarse sin pudor al hombre y la creación.
Mahoma se refiere repetidamente a Jesús, considerándolo un caso paralelo al suyo: un profeta que por revelación de Dios predica la verdad. Pero en cualquier caso, se trata de un hombre (sura 43,63) que anuncia a los judíos la venida de Mahoma (61,6). Los milagros fueron auténticos pero hechos con le permiso de Dios (3,49). Jesús fue uno de los justos y allegados a Dios (3,45) que, como hacen los buenos creyentes (musulmán) practica la oración y la limosna (19,32). Rechazado por los judíos, estos creyeron matarlo, pero Dios se lo impidió llevándoselo al cielo (4,157). Esta negación de la muerte en la cruz de Jesús se corresponde con la idea del éxito de los profetas.
A pesar de que está claro para el Corán que Jesús no es Dios, se le pone a la altura del profeta. Se reconoce su nacimiento virginal (19,21), no como muestra de divinidad sino de la omnipotencia de Dios. Incluso de le llama la Palabra de Dios, pero sin identificarlo nunca con él. Las premisas para un diálogo fecundo entre el Islam y el Cristianismo están aquí, pero pasan por la superación de las diferencias históricas: reconciliación por la vía del reconocimiento mutuo de errores y agresiones.
El Hinduismo y Jesús.
A pesar de que le demos un nombre unitario, son numerosas y distintas las tradiciones religiosas que dan contenido a lo que nosotros llamamos hinduismo (por ejemplo, visnuismo, sivaísmo y saktismo, que son los cultos más profesados…). No deja de ser un concepto expresivo del colonialismo intelectual de Occidente. También es verdad que dentro de su pluralidad todas tienen en común una convergencia intencional superior: abrir al hombre un acceso a la divinidad o al Absoluto (Brahma).
Ni que decir tiene que esta interna constitución del hinduismo como pluralidad de tradiciones religiosas hace de él un fenómeno de tolerancia. La divinidad supremo no considera rivales a otros dioses, todos ellos existen por él y manifiestan su realidad.
Muy temprano aparece el cristianismo en la India, hacia el s. II, relacionado con la tradición de Sto. Tomás. Para los hinduistas el sermón del monte es cercano a su propia fe. También la idea de encarnación o manifestación humana de lo divino (avatara) es familiar para la historia de las tradiciones hinduistas (Krisna, por ejemplo). Sin embargo, esa misma apertura la reconocimiento de la presencia humana de la divinidad se opone a toda reivindicación de exclusivismo por parte de ninguna de sus manifestaciones, como sería el caso de Jesucristo. Entre las muchas avataras de la divinidad, Jesucristo bien puede ser una, como reconoce Gandhi, que lo proclama su modelo da noviolencia.
Una cristología hindú partiría del Jesús histórico y el ethos que se desprende de su predicación, de sus bienaventuranzas: la defensa de los pobres y la propuesta del amor noviolento. La ley eterna del amor sería una coincidencia profunda del hinduismo con el cristianismo. Y desde ahí habría una valoración de lo que de eterno y divino se hace presente en Cristo.
Jesús ante el Budismo.
La diferencia más plástica y expresiva entre Cristo y el Buda se ve en la contraposición del rostro sufriente del crucificado y la sonrisa pacificadora del iluminado (Buda). El budismo no acepta que el Iluminado sufriera en vida después de llegar a la iluminación. El Buda Gautama estuvo por encima del sufrimiento, pues no en vano ahí radica la esencia del budismo, en la superación del sufrimiento. Pero Budismo y Cristianismo coinciden en que el sufrimiento es superado al final. comparten la esperanza en la liberación del sufrimiento.
Como en el caso del hinduismo, el Budismo admite pluralidad de iluminados, pluralidad de Budas (el Buda Gautama tiene predecesores y sucesores). Aquí habría una diferencia fundamental con el cristianismo que mantiene que Jesucristo no es un caso más de acceso a la perfección. Y es que el Budismo es una tradición cíclico-mística que busca una vía de liberación interior y el cristianismo es histórico-profético, cree en la acción de Dios en determinados acontecimientos.
Por último está el gran escollo para la comprensión religiosa del Budismo. Buda calló sobre Dios, no se planteó esa cuestión por considerar que suponía otra forma de apego a la realidad material. Por encima del posible valor que pudiera suponer la búsqueda de Dios está el carácter radical de contingencia de toda la realidad y la necesidad de liberarse de ella para que cese el sufrimiento, condición metafísica de la existencia. Jesús habla de Dios con la confianza del chiquillo en su padre (Abba).  Y propone que esa confianza sea más fuerte que la aparente victoria de la muerte. Desde esa confianza, el amor solidario y compasivo y el compromiso por evitar la parte de sufrimiento causada por la injusticia tiene sentido, es el sentido cristiano de la vida.

ESTUDIAR TEOLOGIA Y SER MUJER

ESTUDIAR TEOLOGIA Y SER MUJER
Cristina Galletero, bachiller en teología
 
Basta dar una vuelta por los centros de estudios teológicos para constatar que el número de mujeres estudiantes de teología es bastante reducido. Mayor aún es el vacío en las librerías religiosas, donde casi es nulo el número de libros de contenido teológico escritos por mujeres. Desde esta constatación y como mujer que estudia teología me pregunto el por qué de esta situación .
En primer lugar, es evidente que en la Iglesia (y en la sociedad en la que está inmersa) se ha dado (y se sigue dando a ciertos niveles) una discriminación de la mujer por el hecho de serlo. Algo se ha avanzado, pero los frutos de siglos de desigualdad no son fáciles de superar. En esta situación se puede notar lo siguiente, por una parte la mujer ha estado y esta activamente en ciertos campos de la vida religiosa (cuando no ha sido considerada como criada) y por otra parte el estudio, la formación intelectual y teológica le han estado vedados por mucho tiempo.
Por efecto de todo lo anterior, la mujer ha tenido y tiene todavía en amplios sectores un arraigado complejo de inferioridad, sobre todo en campos como el intelectual-teológico, que le lleva a una pasividad y dependencia de los hombres. Baste constatar que la mayoría de los ejercicios espirituales, conferencias, charlas, retiros, etc… son llevados a cabo por hombres.
Pero creo que es hora de tomar conciencia a todos los niveles de que la Iglesia, la evangelización y el hacer presente el Reino anunciado y vivido por Jesús es obra de to- dos, mujeres y hombres, unidos en el
 
hacer y en el pensar, en la reflexión y  en la acción.
Hacer realidad el Reino es promover el desarrollo integral de la persona, posibilitando las condiciones de vida, la formación y la cultura para que de una manera real pueda ser libre y pueda asumir las riendas de su vida. Lo cual conlleva  denunciar todo tipo de injusticia y superar todo tipo de desigualdad, incluyendo la discriminación de la mujer allí donde la haya (tanto a nivel social como eclesial). Desde este punto de vista, pienso que la teología ha de ser llamada y tarea de la mujer. Y entiendo por teología no una estéril especulación y simple acumulación de saberes y conocimientos, sino una misión, porque misión es proclamar la Buena Noticia del Reino inculturado, inserta en las situaciones de cada mujer, hombre y pueblo, proclamada en su claves vitales. Tener formación teológica es urgente para todo cristiano, incluidas mujeres sin ningún tipo de complejo de inferioridad o inercia cómoda.
Desde aquí, y si este artículo pudiera ser tribuna de mi voz y de mi pensar en alto, animaría de manera muy especial a las mujeres para que desde sus posibilidades concretas de tiempo, estudios, trabajo, etc… estudien teología, lean teología, y aporten así a este mundo y a la Iglesia no sólo sus posibilidades y capacidades intelectuales, sino también su visión femenina del mundo, de la persona, de la fe, de Dios, que completaría la hasta ahora casi exclusiva visión masculina.

LAS TEOLOGIAS LOCALES COMO EXPRESION DE LA FE ENCARNADA.

LAS TEOLOGIAS LOCALES COMO EXPRESION DE LA FE ENCARNADA.
José Vicente Monteagudo.
  “Teología” es un concepto que puede evocar resonancias distintas: para un no-creyente es un discurso vacío de contenido, pues Dios no es más que una idea creada por el hombre; para un creyente al que las “movidas”  de la Iglesia le “resbalan” es cosa de curas y en todo caso, una reflexión sobre una idea muy particular y personal sobre Dios; para los que nos movemos en el mundillo de la Iglesia tiene también varias connotaciones: es un pozo inagotable desde el cual justificar razonablemente una ideología y una tendencia eclesial; o una ciencia que, sistemáticamente elaborada, se estudia en facultades, seminario y centros teológicos (y que está alejada de la realidad social y cultural); o una simple especulación sobre conceptos inmutables, reservada para unos pocos “sabios”( y para la curia romana).
Sin embargo, tiene también un sentido para mí más significativo: indudablemente es un discurso racional y riguroso, pero cuyo estímulo, objeto y finalidad es la fe y su sentido para  el cristiano. Surge de la experiencia de fe, desde la que éste se pregunta por las implicaciones que para su vida y la de los demás tiene, y por cómo hacer esta fe inteligible al mundo del que forma parte el hombre de hoy. Es una reflexión que busca superar todo fundamentalismo porque sirve de motor dinamizador de las fórmulas demasiado rígidas de los dogmas (si bien éstos hacen un servicio a la identidad de la propia fe).
 
En resumen, el contexto cultural concreto en que uno vive plantea determinadas preguntas a la vivencia del creyente: su fe, para madurar y no quedarse en un nivel de inocencia o de simple contestación social tiene que dar respuestas adecuadas a la realidad que le rodea y entrar en diálogo con ella. Durante muchos años, la teología ha tenido una formulación caracterizada por una centralización del saber (no sólo teológico) en los países desarrollados. La teología europea ha marcado la pauta desde unas bases filosóficas e ideológicas también europeas (platonismo, aristotelismo, tomismo, escolástica, existencialismo, liberalismo, etc.).
Pero las diferentes iglesias cristianas se han extendido enormemente por América Latina, Africa, Asia y Oceanía, lugares que culturalmente son incluso radicalmente distintos a la vieja Europa. ¿Cómo puede transmitirse el Evangelio en esas culturas sin imponer nuestras categorías teológicas que responden a esquemas grecolatinos?¿No es la fe acaso un don que se recibe y no algo impuesto y aprendido de memoria? También, en el primer mundo aparecen en nuestros días otros planteamientos culturales e ideológicos que afectan a estas cuestiones: cultura gitana, feminismo, nacionalismos, inmigrantes, etc.
Existen actualmente muchísimas visiones del mundo distintas dentro de una misma Iglesia, y cada comunidad tiene derecho a expresar su fe también desde esquemas distintos, con una teología contextualizada, propia, local. Surge aquí otra cuestión: ¿puede la comunidad ser fiel tanto al propio entorno cultural en que vive, piensa y siente, como a la fe en Cristo recibida de la tradición cristiana?
 
Hay un sentimiento creciente de que las teologías heredadas de las iglesias del primer mundo no se adaptan de forma adecuada a circunstancias culturales muy diferentes. Se les ha acusado de paternalistas y colonialistas porque no ofrecen una respuesta real a sus inquietudes y problemas. Documentos del Concilio Vaticano II (Decreto “Ad Gentes”) o la  “Evangelii Nuntiandi” de Pablo VI hablan de una teología misional y emplean vocablos como: “indigenización”, “inculturación”, “adptación”, “localización”, “contextualización”, etc.
Esta nueva teología o mejor dicho estas nuevas teologías desarrollan su labor precupadas por el contexto, método e historia. Comienzan por un estudio detallado del contexto, por lo que echan mano, no sólo de la filosofía sino también de la antropología, sociología, etnología, semiótica, etc.: su desarrollo da más prioridad al papel de la comunidad como creadora de teología a la luz de la historia de su contexto (dominaciones raciales, económicas, sexuales e ideológicas). A este trabajo teológico se le ha llamado “teologías indígenas”, “etnoteología”, “inculturación”, “teología contextual” o “teología local”: este último´es el término más apropiado, porque hace referencia a la “iglesia local” y porque cada contexto admite un acercamiento distinto.
En su proceder, las teologías locales responden a diversos modelos:

1) Se dan modelos de traducción. Buscan un paralelismo entre lo esencial de la fe y de la cultura en que se transmite, pero su análisis cultural es superficial e interesado por la urgencia pastoral y porque lo que se transmite como esencial de la fe no va desnudo culturalmente hablando, sino que conlleva imposiciones de la cosmovisión occidental.

2) Modelos de adaptación: tratan a la cultura con mayor seriedad, se dividen en tres grupos.  El primero intenta construir una cosmovisión de la cultura local que sirva de base para la elaboración teológica; sin embargo pretende una teología académica y sistemática que no responde a las inquietudes profundas de la cultura: no deja de ser un esquema noratlántico de elaborar teología.
El segundo se basa en la fidelidad a la “Iglesia uniforme del Nuevo Testamento” (propio de las iglesias calvinistas) como base filosófica fundamental; pero se trata de una precomprensión europea de la reforma protestante del siglo XVI.
El tercer grupo busca anunciar la fe apostólica para que sea asimilada por la cultura local desde sus propios esquemas vitales: respeta así la tradición cristiana y las tradiciones autóctonas, pero ¿dónde se puede encontrar una cultura pura en la que el cristianismo no haya influído ya? ¿Vamos a negar a determinadas tribus o etnias la posibilidad de responder desde su fe a las influencias del mundo occidental que ya han calado en su cultura?

3) Por fin, contamos con los modelos contextuales: se fijan más en el contexto cultural peculiar en que la fe es recibida, se expresa y asimila para que desde las comunidades cristianas de este entorno sean capaces de construir una teología propia, o “su” teología.
Dos son los procedimientos que sigue este modelo: a) los procedimientos etnográficos, que se preocupan por responder a los problemas de la identidad racial, nacional, femenina, etc. dónde ésta ha sido “colonizada” o es absorvida por otra identidad cultural dominante. Analiza la problemática del entorno e interpela desde ahí a la tradición cristiana. Su debilidad consiste en no atender al cambio social que crea conflictos en un determinado contexto. Puede convertirse entonces en un conservadurismo cerrado sobre sí que dogmatiza la propia herencia histórica.b) Los procedimientos de liberación atienden a los conflictos que genera el cambio social y el choque de culturas con intereses divergentes. Se centran en la situación de violencia, opresión, pobreza y discriminación que sufren determinados pueblos y sectores sociales, y desde aquí hacen una lectura creyente desde la oferta de salvación que en la Biblia aparece. Su peligro consiste en que pueden centrarse demasiado en la acción liberadora y no tienen en cuenta la profundidad del mensaje de la fe, con lo que se cierran en una lucha irracional contra el poder y destruyen la religiosidad popular. Sin embargo estos procedimientos son los que mejor han dado respuesta a la realidad de la cultura local.

Después de éste análisis, hay que rercordar que el sujeto principal que elabora una teología local es la comunidad cristiana: ella puede hacer una lectura de la Escritura y la Tradición desde su propia identidad y situación. La teología se convierte así en una pedagogía para la acción. Es en este momento cuando aparece la figura del teólogo profesional, que toma esa experiencia vivida  en su comunidad y la contrasta con la experiencia de otras comunidades y con la experiencia del pasado, abriéndo su comunidad a nuevas perspectivas. Después adquieren protagonismo los  “profetas” y los “poetas”. Los primeros son las voces críticas  de la comunidad y los que descudren la Palabra de Dios en los “reglones torcidos” de aquélla; los poetas traducen todo ello a símbolos y metáforas que manifiestan con profundidad toda esa experiencia de vida.
Con todo ello, vemos que tanto el evangelio como la iglesia (católica o protestante) se interrelacionan dentro de una cultura a través de una comunidad concreta. Esta se pone a la  escucha de la cultura, no desde un análisis funcionalista (demasiado pragmático y poco atento a lo simbólico), ni desde materialismos o ecologismos (útiles para contextos culturales en cambio, pero reduccionista en su interpretación de cosmovisiones sólo a partir del entorno físico), ni tampoco desde lecturas estructuralistas (que descubren estructuras de identidad y cambio cultural pero que, al basar la elaboración cultural en estructuras mentales, subordinan demasiado lo empírico), sino desde el análisis semiótico. Éste permite acercarse a la cultura local dejando hablar a la misma; se acerca a sus “textos” (expresiones mínimas de identidad o de cambio social de una cultura: peleas de gallos, corridas de toros, bodas gitanas, reducción de la cultura vitivinícola de Albacete, etc.,) y descubre en ellos un conjunto de signos y metáforas que se interrelacionan y transmiten mensajes.
De esta forma, la cultura se manifiesta por sí misma en su significación profunda. La labor de la teología se situaría por ello desde la perspectiva del receptor (y no desde el emisor como en los modelos de traducción y adaptación). Éste me dice qué simbología y qué reglas he de seguir para que la fe pueda decir algo a la experiencia de la cultura en que una comunidad está insertada. La teología se constituye entonces en un instrumento al servicio de la autenticidad de la fe encarnada en la vida del hombre concreto.

LA MUERTE-3885

LA MUERTE
Antonio Carrascosa Mendieta

El reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.
También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra.

(Mt 13, 44-45)

¿No es una inmensa alegría haber encontrado aquello por lo que merece la pena vender todo? ¿Qué es la vida humana sino el tanteo por encontrar ese único tesoro? Cada vez que me enfrento con verdad a mi vida más percibo la venta continua, permanente, imparable, brutal… que la preside. Como un goteo persistente, vendemos nuestros días, nos vendemos en ellos sin parar.
Tú me han enseñado que somos capaces de encontrar la razón de esta venta de vida, que no son una venta absurda nuestros días, que merece la pena venderlo todo y con urgencia cuando descubrimos el tesoro. ¡Qué alegría si podemos encontrarlo! Tú sí que encontraste esta perla de inigualable valor, la perla que le da valor a todo… Encontraste en tu misión por el Reino aquello que justifica cualquier entrega… Y me invitas a descubrirme en mí escondido en lo que vivo día a día, a palpar aquél que soy, y tocándome decirme: merece la pena venderlo todo para ser yo cada vez más. ¿Hay tesoro mayor?Merece la pena vender mi vida gota a gota a favor de este proyecto que soy. Meerce la pena incluso, … tu lo sentiste como nadie…, venderse a través de la muerte si uno descubre que sólo a través de ella llegarás a ser el que quieres ser. Y no será una venta ajena a lo que hemos ido vendiéndonos toda la vida. Al contrario, porque hará que tengan su único sentido.
Un tesoro que hay que guardar en lo escondido, porque sólo allí es tesoro. Y allí secretamente voy buscándolo, y voy alimentándome y alimentando a otros… Y un tesoro que fecundará a nuevos buscadores de tesoros sólo a través de mi muerte, como tú con tu muerte fecundas nuestra búsqueda. En lo escondido, allí la muerte hará que seamos aquello que, después de haberlo vendido todo, queríamos ser. Y entonces, sólo entoncer,  será “mi” muerte…  y entonces, sólo entonces,  seré por fin yo… Y entonces, sólo entonces, serás tú en mí para siempre.

0. Confesión personal.
Una confesión personal: me da mucho respeto hablar de este tema, me sobrecoge un poco… Lo cual entra dentro de lo normal, no creo que lo tenga que justificar. Pero me apetecía también acercarme a este tema para poner palabra a lo que voy tímidamente buscando, palpando y tanteando, también acompañado por alguno de vosotros.
Y me da mucho respeto y sobrecoge no tanto por la misma muerte, sino por mis palabras. Me da miedo que suenen a hueco, que sean meras especulaciones, que no terminen de llegar, que se caigan y no duren cuando nos enfrentamos a la experiencia de la muerte cara a cara. O más bien, cuando nos enfrentemos a la vida cara a cara.
Sólo puedo decir que acepto el riesgo. Que sé que mis palabras nunca podrán acertar del todo ni en esta experiencia ni en ninguna, pero que tienen que ser dichas para acercarme a ellas.

1. Las dificultades que rondan este tema.
Cuando uno se propone hablar de esta realidad aquí o en cualquier otro momento apropiado para ello encuentra muchas barreras. Podríamos resumirlas diciendo algo muy simple (ojalá que todo lo que diga sea tan simple…): casi siempre preferimos eludir el tema. Supone casi una reacción instintiva el deseo de quejarnos cuando en una conversación ha aparecido el tema. Incluso culpabilizamos de masoquismo impropio al que hace aparecer el tema de la muerte entre nosotros.
Y no sólo en la conversación, sino, lo que es más grave, en la propia experiencia que tenemos de la muerte, tanto si nos toca en primera persona como en segunda muy cercana. La reacción más natural es eludirla
Incluso estoy seguro que para más de uno de los que estamos aquí nos crea una cierta incomodidad que este tema se haya hecho un hueco en unas charlas de formación y nada menos que en un ciclo con el tema de “creer en la iglesia del futuro”.
¿Y por qué este reparo, este querer pasar por alto? Yo apuntaría varias causas. No me detendré demasiado, porque no es a este nivel al que quiero tratar el tema. Si acaso algo más en la última de las razones.
–    La primera es nuestra propia cultura que acalla la muerte, que la saca de la experiencia cotidiana. Son otros los intereses de una cultura donde se prima fundamentalmente el disfrute, la vida, la salud, etc. También desde un cansancio de una época (bastante lejana ya, todo hay que decirlo) donde tenía un protagonismo impropio y bastante inhumano.
–    Nuestro propio miedo, nuestra inexperiencia en temas que requieren de una profundidad importante. Es algo tan serio que no nos valen los esquemas que habitualmente tratamos para abordar otras experiencias mucho más epidérmicas
–    Y yo quisiera traer aquí una tercera dificultad: las soluciones precipitadas que a veces hemos dado a este tema no han favorecido un clima de acercamiento a la realidad de la muerte. Es tan dura la realidad que casi siempre hemos acudido a ella con “tranquilizantes” mal utilizados. Me refiero, por ejemplo, al tema de la resurrección y la vida junto a Dios. Quiero decir que en ocasiones hemos querido tapar con la Resurrección la muerte, poniendo como fuera de consideración lo que significa morir. Y así, la fe en la resurrección ha sido otra manera más de eludir la muerte.
Y no porque no crea en la Resurrección. Ni porque no crea que la fe en la Resurrección no pueda aportar nada a nuestra reflexión sobre la muerte. Pero intuyo  que sin comprender la experiencia de la muerte no podemos comprender lo que significa resucitar, porque percibo que es precisamente en el corazón de la experiencia de la muerte donde se nos revela lo que significa eso que llamamos resurrección.
Hablaré por tanto poco de la Resurrección. Siento si con ello os decepciono (ya me pasó una vez cuando me tocó hablar de la muerte de Jesús). Creo en la resurrección porque creo en la muerte. Y cuando digo creo en la muerte digo algo más que el hecho de que va a suceder como acontecimiento físico, que en él se esconde el misterio de lo que soy… Pero vayamos por partes.

2. Nuestro objetivo.
Ésta última idea me permite aclarar lo que pretendemos en esta reflexión. Por supuesto, no hablamos de la muerte para, como era norma en otros tiempos, asustar la vida, relativizar el valor de la vida o amenazarla, Pero tampoco quiero hablar de la muerte para ayudarnos a domesticarla, a taparla, a subordinarla a otra pretendida experiencia más nuclear.
Quiero hablar de la muerte para vivirla humanamente, para comprenderla desde la vida y desde el ser humano que somos cada uno de nosotros. Mirarla cara a cara (en la medida que esto es posible) desnudándola de todos los ropajes que nuestra culutura, nosotros o esas respuestas precipitadas le han puesto encima para ocultarla. Yo lo expresaría con un juego de palabras, pero que a mí me dice mucho: vivir humanamente la muerte, humanizar vivamente la muerte. Hacerla parte esencial de lo humano y hacerla parte esencial de la vida (no flotando sobre ella o en un rincón de la misma).
No quiero pensar en este tema con el deseo de “prepararnos” para poder apaciguarla y no nos muerda en exceso, sino para vivir el hecho de que vamos a morir. Para que algo tan serio como es la muerte sea vivido por mí, desde nuestra experiencia de hombres y mujeres, para que algo tan nuestro como es nuestra muerte se perciba desde la vida y no desde ningún lado oscuro (o excesivamente brillante…)
Y quiero que lo hagamos como discípulos de Jesús. Ello quiere decir que su propia experiencia ilumina la nuestra. De cómo él fue viviendo su muerte podemos encontrar luz sobre cómo vivirla nosotros. Y al contrario, también experimentando la muerte desde nuestra vida podremos adentrarnos más en la experiencia del maestro, comprenderla y adherirnos a él. No nos será difícil adentrarnos en esta experiencia de Jesús porque es un tema nuclear en los evangelios, yo diría que es “el” tema sobre el que los evangelistas construyen sus relatos.
Esta tarea que es vivir humanamente la muerte estoy convencido de que es un camino vital. Es decir, que no es que en un momento puntual de la vida adquiramos esa comprensión, sino que esto supone todo un camino… Y camino vital porque no es una comprensión intelectual (ésa me temo que no sirve para nada)lo que buscamos, sino una compresión desde la vida.
Bueno pues este camino es que pretendo iluminar… Más bien, el camino que quiero recorrer y en el que me gustaría sentirme acompañado por vosotros. En esta luz para el camino, intento orientar, apuntar solamente

3. El camino.
1). Porque es un camino esencialmente personal y tiene que ser recorrido personalmente. Por ahí precisamente quisiera empezar: comprender la muerte supone un camino que tiene que recorrer cada uno personalmente porque es “su” muerte y no otra la que tiene que humanizar desde su vida, vivir desde su humanidad. Esta es mi primera intuición: nadie puede recorrer este camino al que me invito y os invito y no debemos delegar en nadie este camino. Necesito hacer de la muerte mi muerte (qué duras suenan estas palabras… uno siente la tentación de suavizarlas). Mirar cara a cara esta verdad tan humana.
Entre otras muchas cosas, esto nos alerta contra soluciones generales, teorías, ideologías, etc. Ni yo ni nadie puede dar recetas para nada en la vida, porque lo vital tiene que ser recorrido por uno mismo
Cierto que esto no se hace en todos los momentos, no vamos a estar a todas horas con esta mirada directa. Pero aunque no se haga en todos los momentos, requiere sus momentos. Hay momentos en que nos queremos dejar coger de tu mano… Desde nuestras cegueras reconforta sentir únicamente el calor de tu mano. Sin ver por dónde vamos, pero conscientes de que nos sacas de nuestro pueblo, a un apartado… Para con saliva y tierra ir lavando nuestros ojos. Sabiendo que no vemos nítidamente ni siquiera con tu ayuda, pero con la esperanza de que los ojos se nos abrirán del todo…
2) El proceso quiere dotar de sentido a la muerte. Algo que visto desde fuera es una cuestión puramente física darle un sentido humano. Quizás suene algo raro esto, pero en definitiva es también lo que hacemos con la vida: también la vida es algo puramente físico… y es posible vivirla así, como cualquier organismo vivo. Sin embargo, intentamos durante toda la existencia elevarnos sobre esta facticidad, sobre esta pura animalidad e intentar encontrar un sentido, algo que trascienda lo puramente físico. De tal manera que convertimos lo importante no tanto en el hecho de vivir, sino en lo que le de significado y color en la vida (amor, verdad, belleza, comunicaciónetc).
Pues lo mismo quizás podríamos decir de la muerte (quizás no sea mucho, pero no es poco tampoco): lo que físicamente es pura desaparición y destrucción puede ser “sentidizado”, es decir, dotado de un sentido. Reconozco que quizás sea más difícil que en el caso de la vida, pero quizás no tanto…. Bueno..
Cuál sea ese sentido es precisamente lo que buscamos con este camino y, como decía en el anterior punto, no es algo que esté al principio y se nos dé, sino que tendrá que buscarlo cada uno. Hacer de la muerte “mi” muerte consiste en darle un sentido, un significado para mí… Y destaco aquí sobre todo este para mí.
En este punto quería tan solo advertir que el camino requiere como un presupuesto: es posible darle sentido a mi muerte (no sé si a la muerte en general, pero sí a mi muerte. No lo tengo, lo busco… pero creo que es posible.
3) Intuyo,  y esto sea quizás el núcleo de todo lo que voy a decir, que comprender la muerte va muy de la mano de comprender esencialmente la vida, darle un sentido a mi muerte es dar sentido a mi vida. Caminan juntas ambas búsquedas de sentido, una seguro que nos lleva a la otra y se iluminan mutuamente. Porque ambas están tejidas del mismo género. Si algún sentido tiene la muerte tendrá que estar muy ligado al que tenga la vida. Por eso tomarse en serio la muerte y mirarla cara a cara nos pide tomar en serio la propia vida y mirarla cara a cara. Quizás uno de nuestros problemas y miedos, nuestros reparos a encararnos con la muerte sea que no tenemos la seriedad de vida que se requiere para un experiencia así. Y para ello hay que volverse no sobre a vida en general, sino sobre “mi” vida. El camino de búsqueda de sentido de la muerte no es otro que el de la vida. No busquemos en los huecos, en los reversos, en los aposentos anteriores, superiores o inferiores de la vida. Busquemos en la vida misma, en mi vida misma.
Si algo hemos aprendido de ti, Maestro, es la unidad que tiene en ti muerte y vida, tan íntimamente unidas que tus discípulos, cuando recordaban lo vivido contigo, todo parecía ser parte de tu muerte y parte tu vida a la vez. Cualquier gesto o palabra tuya era recordada como activando tu muerte y tu vida a la vez.
Por eso, la propuesta que aquí os hago es emprender un camino que nos lleve a desentrañar el sentido que tiene “mi” vida. Por eso quizás hable aquí más de la vida que de la muerte.
4) Para emprender este camino necesito releer mi vida y ver que no sólo he sido un organismo vivo (lo decíamos antes), sino que ha habido experiencias que me han elevado de la mera condición física, experiencias de sentido diría yo, que dan color a la vida. Experiencias como el amor, la paternidad y la filiación, la amistad, la alegría de ciertos momento, el goce estético… Pero no sólo lo positivo: también nuestros fracasos, nuestros desalientos, nuestros límites nunca aceptados, etc.¿No es todo esto un paso más allá que lo puramente fenoménico?
¿Y no es todo ello lo que en definitiva somos? Claro que sí. En todo ello es en lo que nos hemos ido dibujando a lo largo de la vida.
Y todas estas experiencias, aquellas que nos hacen, tienen el eco de lo definitivo, de lo irrepetible, de que una vez vivido queda para siempre sin poder volver a ser: una experiencia de amistad o amor, un fracaso, un momento especialmente intenso de amistad… cosas que brillan en el firmamento de nuestra vida de una vez para todas, sin posibilidad de repetirse, pero con un eco que llega a nuestros días. Vamos descubriendo lo de irrepetible y definitivo que tiene todo lo que hacemos. Ha sido… Y no volver a ser… Y es que no puede ni debe volver a ser… Pero ha sido.
Pero aun irrepetibles, si son evocadas con esta intensidad es porque permanecen presentes en nosotros de algún modo, que hay una línea que las une a lo que ahora estamos viviendo.
Os invito a percibir lo que somos. No somos únicamente un fruto de casualidades y de las corrientes de la vida que nos llevan. Por debajo de todo ello (y todas estas experiencias nos lo demuestran) existo yo. No soy simplemente vivido: vivo yo. Existo yo!
5) Desde esta mirada, que como os vengo diciendo, se desarrolla a lo largo de toda una vida de búsqueda, voy intuyendo poco a poco lo que podríamos llamar mi lugar en el mundo, el para qué de mi estar vivo. Como veis casi estamos dando vueltas a lo mismo (aunque supongo que en cada vuelta nos llevamos “algo”). A través de esa mirada que me va descubriendo los momentos y las experiencias que me hacen ser humano puedo ir acercándome al para qué de mi vida. No con frases hechas, no con doctrinas religiosas o ideológicas impuestas desde fuera. Tampoco desde la culpabilidad de lo que no he llegado a ser ni desde la fantasía de lo que me hubiera gustado ser. No desde lo que he vivido como fundamental soy capaz de trazar una línea que conecte todo y percibir lo que llamaría mi misión. ¿Qué es lo que estamos llamados a ser en nuestra vida? Esta es la pregunta. Y para responderla no podemos echar mano de ningún manual sino de lo que hemos ido viviendo. Allí está escrito si sabemos leerlo. Unos pueden intuir la entrega familiar como misión, otros una profunda misión profesional que da sentido a todo, etc.
Creo que así fue, Jesús, como fuiste tomando conciencia de que todo te llevaba hacia una misión que pusiste como centro organizador de su vida. Le llamaste Reino: esa vida la organizaste en torno a hacer presente la gracia amorosa de Dios para con Israel. Sabemos que esta conciencia no te llegó por ciencia infusa, sino la destilaste de tu propia experiencia, de tus propios tanteos, de tantas horas con los tuyos hablando y escuchando. Allí descubriste qué era lo que en el fondo movía tu vida como centro más profundo. Allí queremos vernos de tu mano: ver nuestra propia misión, el para qué de lo que vivimos.
Y en esa misión no sólo veo mis decisiones, mi voluntad, sino también descubro que siendo mía, brotando de mí, alguien la ha puesto en mí, alguien la sostiene. Me atrevo a nombrar a Dios desde mi misión. Lo que me hace ser más yo es lo que más me une a Dios.
6) Y permitidme aquí que sugiera un nuevo paso en este camino: uno puede leer todo lo que es su misión desde una clave: la desposesión de sí. Ese hilo conductor que es la misión, el para qué de la vida, no es sólo realización personal sino irse “entregando”. O mejor dicho, me realiza entregándome fuera de mí.
Uno va viendo que su vida adquiere sentido en la medida en que va saliendo de sí: va siendo a través de ir gastando el ser.
Las experiencias citadas antes (amor, fracaso, alegría, paternidad, etc.) son auténticas experiencias de desgaste. Una desposesión en la línea de la misión, pero no por ello menos “entrega”. Y no sólo por nuestra voluntad: el desgaste de las fuerzas, la desaparición de otros, la lejanía, nos hace ir viendo que la vida es precisamente esta continua experiencia de desgaste. Unas veces ofrecida… Otras arrancada.
No era eso, Jesús, lo que querías decir con aquello de que quien pierde la vida la gana: precisamente vivir es ir desposeyéndonos de la vida: mostraste en tu propia misión que desgastarse es humanizarse. Así enseñaste a los tuyos a ser humano: dándote todo a ellos, entrega que sólo con nuevas entregas se renueva.
7) Y no es ésta una desposesión que se derrame y pierda, sino que da su fruto, como la semilla que muere. La desposesión y entrega que ha nacido de nuestra misión ha “fructificado” en algo distinto de ella misma.
Por frutos se entiende siempre algo que brota de sí (muy nuestro) pero que a la vez se desprende de nosotros y es distinto… Son frutos en otros seres humanos cercanos, en la historia humana, en la naturaleza… En todo lo que podríamos llamar patrimonio humano.
Frutos de nuestra desposesión que hacen vivir y crecer a otros. En algunos casos los tenemos muy conscientes y presentes, fundamentalmente hablo de los que sentimos más cerca… (es lo que hemos sembrado en los hijos, en los amigos, padres, hermanos,…) Pero también sin saberlo a ese pozo común en el que la humanidad se nutre.
Cuando hablo de frutos pienso no en ayudas externas, en enseñanzas, en cosas materiales, en lo genético: no es algo de mí que está en el otro (el que conozco y también el que no conozco)… Por eso que soy de verdad, por esa misión por mi humanidad desposeída habito en los otros.
Quizás en este punto pueda parecer esto un poco teórico, subido a las nubes… Pero no: lo que ocurre es que estas intuiciones no son accesibles con la sola voluntad de tenerlas: a veces se nos presentan. Y no siempre son fáciles de decir.
Hay algo en cada uno de nosotros que se ha enraizado ya fuera de nosotros, que nos ha llevado a otros hogares. Necesitamos una mirada tranquila y profunda para ver todo esto.
Ayúdanos, Maestro a sostener esta mirada en la tuya, donde ibas percibiendo cómo quedabas en los tuyos más cercanos, cómo no eras sólo para ellos un rabí o un sabio, sino que aquello que tú vivías con tanta intensidad estaba empezando a nacer en ellos.
¿Qué es la Iglesia sino estos frutos que unos a otros nos vamos entregando? No somos un mero grupo, pero tampoco algo invisible o abstracto previo a nosotros. No. la iglesia son todos estos frutos de creyentes, el fruto de todas nuestras desposesiones y entregas, sostenidas por la del Maestro de Galilea. De ello nos alimentamos. Creer en la Iglesia es creer que todos los que tras generaciones hemos intentado seguir a Jesús hemos creado un patrimonio compartido con nuestras entregas. Y que todo esto es indestructible, piedra fuerte que ni el peor de los males puede destruir
8)Y desde ahí te atreviste a una apuesta más nuclear y definitiva. Jesús: viste que crecías en ellos y ellos en ti, que tu presencia les hacía crecer. Pero también entreviste que sólo había una manera de lograr que esta presencia fuera definitiva: la muerte. Los acontecimientos violentos en tu contra, la más que probabilidad de que acabases violentamente fue la ocasión que aprovechaste para aquellas desposesión total que haría que los tuyos te recogieran para siempre: una muerte provocada por una fidelidad a la misión hasta el extremo haría que quedases en ellos como ninguna otra experiencia pudiese lograrlo.
Ello me hace preguntarme, nos hace preguntarnos, si, en coherencia con nuestra desposesión, desgaste, entrega en la misión, no habrá frutos que sólo nuestra muerte hará madurar, si no habrá una presencia en los otros, en ese patrimonio común, que sólo con mi muerte podré lograr. Pensar que hay algo de mí, algo de lo que soy que sólo puede comunicarse a través de mi muerte. Una irradiación a los demás, al mundo, a nosotros mismos que nunca lograré de otra manera. Sé que es un atrevimiento… pero me atrevo porque tú te atreviste.
Una entrega final, total, un fruto total en continuidad con lo que he sido y no como destrucción de lo que he sido. La entrega final unida a todas las anteriores.
Permitidme una comparación (que tiene, claro está, la limitación de todas las comparaciones): la muerte como esa clave de las cúpulas: es la última que se pone, sin las anteriores piedras no podría ponerse esta última. Pero luego sostiene a todas las demás. La muerte sostiene así toda nuestra vida, todo lo que hemos sido. Da razón última a toda la vida Muerte como palabra final de todo el relato de mi vida, clave para entenderlo y no sólo un abrupto final del libro.
9) Con todo lo dicho creo que entenderemos que sólo hay una manera de acoger y hacer nuestra la muerte: con una fe desnuda. Ante la muerte, más desnuda que nunca.
Y me refiero a una fe en nosotros, en uno mismo. Es fe en el fruto que somos y que vamos madurando. Fe en que no somos un mero devenir, una caña agitada por el viento, sino que existimos de verdad. Fe en que esa línea fundamental que veo en mi vida, esa misión, es lo que soy. Fe en la realidad misteriosa que soy. Y desnuda, porque la muerte me pone de manifiesto no soy más que esa realidad misteriosa. Nada más. Pero indestructiblemente eso.
Fe en Dios. No en el Dios que está detrás de la muerte, sino que Dios que me habita toda mi vida, que es el núcleo de ese misterio que soy. Eres ese Tú en mí, que en un cortejo que dura toda la vida nos vamos buscando. Tú que me has llamado a ser yo mismo. Quisiéramos que en el momento final de nuestra vida podamos decir: sé tú todo en mí, sin reservas, porque sólo así podré llegar a ser yo de verdad.
Fe en Dios que es pura y desnuda porque ya no caben más mediaciones, ni imaginaciones, ni medias tintas, ni siquiera palabras que puedan expresarla: sólo nos quedará la fe en ti.
En la muerte aprendemos que la desposesión de nuestra vida pide una totalidad insuperable. Ocasión para mostrar que nuestra apuesta por lo que somos no esconde trampa. Así podemos decir contigo, Jesús, maestro y compañero de camino, lo mismo que susurraste en la cruz después de una búsqueda humana insuperable: todo está cumplido. No queda nada ya que hacer, que dar, que desposeer, que entregar para llegar a ser uno mismo. El fruto está maduro y sólo queda de nosotros la fe desnuda, es decir: entonces ya somos lo que hemos estado buscando toda una vida, ya somos de Dios sin reservas: todo está cumplido. En mí, en lo que de mí queda en los otros, en lo que de mí queda en Dios… Todo esta cumplido.

TRES PREGUNTAS A CONTEMPLATIVOS.

TRES PREGUNTAS A CONTEMPLATIVOS.
Que no hay libro de instrucciones para ser hombre de fe en nuestro tiempo, hace tiempo que lo sabemos. Lo que sí tenemos a mano es la memoria de los empeños de otros por vivir en la verdad, una verdad que sólo puede ser precariamente alcanzada en la medida en que se la persigue, porque aún no la poseemos. Y no es poco que estemos alerta para que, en la medida de lo posible, podamos saborear eso que a ellos nos une y descubrimos misteriosamente en nosotros. Por eso convocamos en estas páginas de RUT a tres personas en quienes reconocemos una búsqueda sincera, búsqueda a la que se han dedicado con una constancia y seriedad sólo comparable a lo desapercibidos que pasan para la sociedad.

Aunque alguno de nuestros tres invitados no se reconoce como cristiano, en los tres apreciamos una vida que es consciente de sí misma, que ha cuidado el silencio y la reflexión; en los tres apreciamos que siguen intentando decir su propia palabra sobre la humanidad, sin pretender ir más allá de lo que sinceramente creen y modestamente viven. Por eso, nos atrevemos a presentarlos como contemplativos.

Sin haberlo pretendido, en esta entrevista por triplicado hemos reunido a dos hombres y una mujer cuya historia ha comenzado, ha pasado, o se desarrolla hoy en Cataluña. MONTSERRAT DE LA CRUZ (Barcelona, ¿1950?) es Carmelita Descalza en el Convento de La Inmaculada de Villarrobledo (Albacete). Durante años ha sido superiora de su comunidad y siempre ha estado dispuesta a la animación y el acompañamiento de otros. JOAN CARLES ELVIRA (Barcelona, 1956) es un monje Benedictino del Monasterio de Montserrat y se dedica, entre otras tareas, a coordinar la revista “Studia Monastica”. MANUEL GRANADOS (Granada, 1960), que se confiesa agnóstico, es profesor de guitarra flamenca en la Escuela de Música del Liceo de Barcelona. Su vigoroso espíritu humanista nos ha interesado tanto como su talante inquieto y dialogante. A estos amigos les planteamos tres preguntas.

1. La primera tiene que ver con el papel que las religiones puedan jugar en el enriquecimiento de lo humano. Bueno será que reflexionemos sobre ello, sin olvidar los pecados históricos de las religiones pero sin pretender que éstos las desautorizan y expulsan del diálogo sobre lo que hoy necesitamos para ser más humanos. Concretamente les preguntamos: ¿cómo ayuda lo religioso a ahondar y crecer en humanidad?.

2. En la segunda pregunta pedimos que se nos describa ese ahondamiento en la humanidad, o lo que es lo mismo: ¿cómo describirías el crecimiento espiritual?.  La estrecha relación que descubrimos entre estas dos preguntas pone en evidencia nuestra convicción de que se puede hablar de lo espiritual en sentido amplio, no específicamente religioso, y que esa espiritualidad “primaria”, tiene que ver con la búsqueda de la autenticidad humana.

3. Por último, y centrándonos ya en la tradición cristiana, pedimos a estos buscadores que compartan algún eco que haya tenido en ellos y en su itinerario ese Jesús siempre “perdido y hallado”: constantemente perdido en milenarias tradiciones pero una y otra vez hallado en el templo de la humanidad auténtica. Concretamente, les preguntamos: ¿Qué aspectos de la figura de Jesús de Nazaret crees que se han olvidado, o se han recalcado menos, y sin embargo a ti te han ayudado en tu vida y tu búsqueda?

Estos investigadores no nos ahorran nuestra investigación, pero sí pueden ayudarnos a reconocer algunos elementos de nuestro paisaje humano, social y religioso, elementos a los que quizá no habíamos puesto nombre aún.

Joan Carles Elvira. Monasterio de Montserrat.

1. Están más que probadas las posibles secuelas negativas de la religión. No obstante, ¿cómo ayuda lo religioso a ahondar y crecer en humanidad?

Existe un viejo adagio latino que reza así: corruptio optimi pessima (la corrupción de lo óptimo es pésima). La religión puede ser ocasión de lo mejor y de lo peor con respecto a lo humano. En el fondo, las personas, más que buenas o malas somos sobre todo ambiguas. Cuanto más se alza uno hacia lo mejor de sí mismo, más sutiles son las tentaciones que lo asaltan. Cuanta más luz irradia una persona, mayor es la sombra que proyecta su figura. La fe –la fe en Dios unida a la fe en uno mismo- nos permite avanzar a través de esa ambigüedad constitutiva, al no ahorrarnos es esfuerzo de la lucidez. La verdadera fe evita que acabemos evadiéndonos de la realidad, por más que nuestras autodefensas instintivas nos inciten a ello tan a menudo. Cuando vivimos de la fe, la conciencia de nuestra finitud no nos aplasta y podemos reconocer en paz que nunca vivimos aquello que habíamos deseado vivir. Pero precisamente la fe puede hacer de esa conciencia un estímulo par avanzar por nuestro camino. La fe, en definitiva, debería ayudar al creyente a vivir mejor su condición humana.

No tengo claro que el cristianismo sea una religión más entre las otras. Con esta afirmación no hago ningún juicio acerca de la superioridad o no del cristianismo desde el punto de vista religioso. Me pregunto únicamente si, a medida que la cultura moderna se universaliza, el atavismo religioso –se exprese como se exprese- inherente a la condición humana no sostendrá cada vez menos la fe en Jesús. Quizás entonces comience una nueva etapa de la misión de un cristianismo en vías de mutación: favorecer una búsqueda de Dios que tenga en la profundización de lo humano su punto de partida. ¿Cómo se concreta esto? Me parece que cada uno debe descubrirlo por sí mismo y para ello hay que prestar especial atención a los acontecimientos y a los encuentros personales que pueblan nuestra vida, pasada y presente. La palabra de Dios, convenientemente interpretada, puede aún ofrecernos valiosas pistas para esa búsqueda. Creo, sobre todo, que cuando alguien alcanza a vivir cercano a Jesús de Nazaret de una manera estable, la fe que deposita en él es factor de maduración humana por las llamadas y exigencias que comporta. Diría que el evangelio, meditado y orado a lo largo de una vida, no ayuda a ahondar y crecer en humanidad por la luz que nos viene de la humanidad misma de Jesús. Nos humanizamos cuando la alegría de las bienaventuranzas llega a sernos connatural, a fuerza de tantos momentos en los que aprendemos a amarlo todo con dolor callado.

2. ¿Cómo describirías el crecimiento espiritual? Ilústralo con etapas y momentos de crisis, si te es posible.

Entiendo por crecimiento espiritual aquel itinerario de fe que logra articular madurez humana y experiencia de Dios. A mi entender, la dimensión personal constituye el punto de partida de la experiencia espiritual. Todo itinerario de fe es siempre un asunto personal, aunque no individualista. Hay crecimiento espiritual cuando uno percibe determinadas llamadas que se traducen en la exigencia interior de un cambio de vida y en el descubrimiento de una nueva manera de ver las cosas. Por la respuesta de fidelidad que estas llamadas suscitan a lo largo de los años tomamos conciencia de la obra de Dios en nuestra existencia y, por extensión, en la de los demás. Esta toma de conciencia revela progresivamente la Presencia que nos habita y que es fundamento de la propia interioridad y de toda comunión interpersonal.
Un itinerario de estas características tiene su pedagogía específica, de la que podrían destacarse tres etapas fundamentales. En un principio se parte de la realidad personal asumida positivamente, como mejor base para iniciar un discernimiento sobre el camino a tomar. Sigue un periodo de integración que pasa por la purificación del corazón, sede del deseo, y por el aprendizaje de una autonomía abierta a la alteridad, cuando es su apertura el Tú divino y a los que le son encomendados el sujeto trasciende desde dentro su subjetividad si negarla. Sólo entonces, en un tercer momento, se atisba la meta del itinerario espiritual, que no es otra que la madurez de la persona centrada en Dios mediante una donación de sí sin reservas pero libremente asumida.

A las etapas de la vida espiritual corresponden otras tantas de crecimiento humano. Así, por ejemplo, la edad de la juventud tiene sus ritmos propios que conviene respetar. Hoy sabemos que, si no explicaciones causales, sí podemos evidenciar ciertas constantes que nos orientan acerca de tendencias verificables en muchos itinerarios personales. Normalmente uno de los momentos más significativos resulta ser el del acceso a la vida adulta, que se sitúa aproximadamente en torno a los cuarenta años. Su signo característico acostumbra a ser una crisis de realismo, cuando la identidad personal y el correspondiente proyecto vital no se armonizan bien con unos ideales venidos a menos. Llega entonces la hora de la verdad de una existencia humana y, bajo una perspectiva cristiana, la hora de la segunda conversión, el momento de la experiencia teologal, cuando nos sostenemos principalmente gracias a la fe, la esperanza y el amor desde una experiencia de Dios en la que la búsqueda de certezas inmediatas deja paso a la confianza radical.

Entre el momento de la juventud y el de la vida adulta media un espacio que, a mi juicio, es decisivo para el crecimiento espiritual. En ese periodo se ponen las bases de la personalidad, con sus raíces y equipamientos. También germinan entonces las semillas de no pocos fracasos que apuntan siempre en el horizonte de la vida humana. Mientras dura el ciclo expansivo de la juventud, nada mejor, pues, que potenciar de manera simultánea la búsqueda de Dios y un sano desarrollo personal. Se crece por esta vía cuando uno explora, desde sí mismo, nuevas síntesis entre lo humano y lo espiritual. Con el tiempo, sin embargo, llegará un momento de ruptura –el de la experiencia teologal-, ruptura que, en el caso del joven abierto a la fe, conviene no forzar antes de tiempo pero tampoco retrasar indefinidamente.
El crecimiento espiritual es siempre una delicada obra de discernimiento, cuyos rasgos más genuinos son la discreción y la paciencia de los lentos avances .

3. ¿Qué aspectos de la figura de Jesús de Nazaret crees que se han olvidado, o se han recalcado menos, y sin embargo a ti te han ayudado en tu vida y tu búsqueda?

Me limitaré a señalar un aspecto, el de la comunión que se llegó a establecer entre Jesús y sus discípulos. Una comunión que, a mi entender, era fruto tanto de lo que Jesús aportó a sus discípulos como de lo que éstos, a su vez, suscitaron en Jesús. Es a ese nivel como mejor se nos revela, a mi entender, lo esencial del cristianismo.
Para ilustrar lo que quiero decir intentemos aproximarnos a la experiencia de Jesús. Vista de manera global, su vida puede dividirse en dos periodos. El de los inicios, un tiempo de expansión, de éxito, en el que la palabra y la acción de Jesús llegan a las multitudes y provocan una reacción de entusiasmo colectivo. Un tiempo en el que todo parece confirmar las expectativas mesiánicas de un pueblo que no consigue levantar cabeza. Los discípulos participan también de esas mismas expectativas, pues, al igual que los demás judíos, viven de una herencia común. Jesús, sin embargo, descubre, no sin experimentar sus dudas, que de seguir por ese camino dejaría de ser fiel a su misión. Comienza entonces un segundo periodo en el que Jesús se niega a jugar el papel que le viene impuesto por el entorno. Inevitablemente, los enfrentamientos con los representantes del pueblo judío se hacen cada vez más fuertes y el abandono de las multitudes, más evidente. Incluso entre sus allegados se inician las deserciones. Jesús comprende que sus días están contados. Pese a todo, un grupo de discípulos permanece a su lado, a pesar del desconcierto que experimentan ante el comportamiento del Maestro –desconcierto que podemos entrever en numerosos pasajes del evangelio. No llegan a vislumbrar el alcance de lo que se avecina pero confían noblemente en quien les ha despertado a lo mejor de sí mismos, haciéndoles entrever la posibilidad de una existencia totalmente nueva. Nunca nadie como Jesús les había calado tan hondo… Es entonces cuando Jesús cambia de estrategia y se concentra en el reducido número que permanece a su lado. Jesús toma conciencia de la imposibilidad de la obra de Dios entre los hombres si o es desde la humildad y desde la pobreza de medios, e intenta transmitir este mensaje a sus discípulos más íntimos. Comprende que su presencia en ellos y en medio de ellos constituirá el verdadero fermento que prosiga la obra iniciada por él, cuando después de amarles hasta el extremo entregará su vida como última exigencia de su misión. Con el tiempo, nuevos discípulos se irán uniendo a esa comunidad originaria y el futuro quedará abierto. Se cumple de este modo la verdad del mensaje que anunciaban las parábolas: en lo pequeño y humilde se manifiesta eficazmente la obra salvadora de Dios. Reconocemos ahí toda la espiritualidad del “pequeño resto” que recorre la azarosa historia de Israel…

Es en las relaciones de persona a persona como Dios quiere hacerse presente a la humanidad. “Cuando dos o tres se reúnan en mi nombre, yo estaré en medio de ellos”. En Jesús somos revelación los unos para los otros. Crecemos en humanidad cuando nos damos a los otros, recibiendo de ellos, en ese don, lo que nosotros solos no llegaríamos a descubrir de nosotros mismos. Marcel Legaut ha puesto de relieve, con la finura humana y espiritual que le caracteriza, el alcance de esa comunión: “Todo induce a pensar que Jesús y sus discípulos conocieron ese alumbramiento recíproco. Jesús los reveló a sí mismos tanto más cuanto que por su parte se descubría progresivamente a sí mismo a través de su misión siempre más clara, imperiosa y original, abierta paulatinamente al infinito del hombre. Y tanto más recibió de ellos cuanto más les dio lo que justamente esperaban sin poderlo expresar o incluso sin ser conscientes de ello. Así, una comunidad de naturaleza absolutamente nueva se estableció entre Jesús y sus discípulos. Nació de lo que se engendraba en él para ellos y por ellos, y de lo que se desplegaba en ellos por él y para él. Esa comunidad ¿acaso no fue, de alguna manera, el origen de la importante intuición que hizo afirmar a Jesús su unión con Dios y con sus discípulos, y descubrir la básica identidad de ambas uniones? Esa comunidad ayudó intrínsecamente a la realización de Jesús y de su misión. Y luego, en el surco de esa primera comunidad, bajo su inspiración y en relación con ella, otras comunidades nacen constantemente, la renuevan y la perpetúan”. 

De este texto de Legaut destaco dos intuiciones que, a mi entender, dibujan perspectivas del cristianismo apenas exploradas, a no ser por la experiencia mística. La primera es la de la básica identidad entre la unión de Jesús con Dios y la de Jesús con sus discípulos. Así como Dios era para Jesús el padre que le engendraba en su ser de hijo, así Jesús es para sus discípulos el padre espiritual que los engendra a la fe y los transforma interiormente. De igual modo, así como Dios estaba presente en Jesús de una manera única, así Jesús se hace presente entre sus discípulos y es el fundamento de su comunión fraterna. La “resurrección” de Jesús cobra de ese modo contenido existencial para nosotros: Dios quiere hacérsenos presente a través de Jesús. Y segunda intuición: la comunión engendra una comunidad, crea la Iglesia. En esa comunión se da de igual modo reciprocidad: lo que sería imposible que se diese en solitario se alcanza gracias a la colaboración creativa de la comunidad. Me parece que a eso se refería Jesús cuando pidió a sus discípulos que se amaran los unos a los otros como él los había amado. Jesús se dio totalmente a sí mismo para que esa fraternidad fuese fermento de una humanidad que necesita de ella para llegar a su plenitud. En esa humanidad cumplida Dios se reconocerá para serlo todo en todos. Con palabras de Legaut: “Todo sucede como si Dios se buscara a través de un mundo al que intenta crear a su imagen para encontrarse en él de una manera nueva. Dios estaría ligado a la suerte de una creación que Él reemprende constantemente porque constantemente decae. Por ella y con ella, Dios se habría puesto en manos de los hombres. Entonces, la misión de Jesús consistiría en ir hasta el límite de sus fuerzas y de su luz con una perfección digna de la llamada divina, y en introducir así a sus discípulos en los caminos de la obra divino-humana de la que dependen tanto Dios como el hombre”. 

Montserrat de la Cruz. Carmelita Descalza. Villarrobledo. 

1. Están más que probadas las posibles secuelas negativas de la religión. No obstante, ¿cómo ayuda lo religioso a ahondar y crecer en humanidad?

Cuando la religión causa efectos negativos, es sencillamente porque se ha vivido mal, ya que “volver” a las Fuentes de la Espiritualidad, es la “salvación del mundo” y la plenitud de toda vida humana. Lo que la dimensión religiosa aporta al crecimiento y desarrollo del ser humano es dignidad y plenitud. Porque el ser humano, creado “a imagen y semejanza de Dios”, es demasiado grande para contentarse con cualquier cosa. La persona humana no es “una máquina productiva”, ni un sujeto que sólo aspire al éxito o al bienestar. Y sabemos que la superficialidad lleva al ser humano a un callejón sin salida. Cuando la persona está creada sobre todo, para cultivar el espíritu, acoger al misterio y, como fruto de esto, experimentar el gozo interior.

Una sociedad huérfana de salvación y de esperanza necesita muchas cosas, pero de lo que más tiene necesidad, aunque no lo sepa, es de personas orantes, espirituales, místicas. Porque para crecer, la persona debe adentrarse en su misterio y llegar al corazón de su vida. Lo dijo hace años el Vaticano II: «la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su creador».

El problema principal de toda persona, no es la religión, sino la vida, el vivir de una manera digna del ser humano. Y lo que está en la base de todo ser humano, es dar sentido a la propia existencia, actuar de manera responsable y caminar por la vida con esperanza.

La persona de hoy, como la de todos los tiempos, no puede acallar los interrogantes que le grita nuestra existencia. Sólo los espirituales -yo diría, y sin miedo, los místicos, los que acogen el misterio- nos enseñan a intuir el enigma del ser humano. Nacido para vivir y abocado a la muerte, buscando remedio a todo, y sin capacidad para remediarse a sí mismo; anhelando la verdad, y autoengañándose constantemente; reclamando la libertad y con miedo a disfrutar de ella… Y éstas no son situaciones extraordinarias, es la realidad cotidiana de cada jornada, que debe ser iluminada por la luz del Dios revelado en Jesucristo.
Sólo personas que vivan desde ahí aportarán salvación y esperanza a nuestro mundo.

2. ¿Cómo describirías el crecimiento espiritual? Ilústralo con etapas y momentos de crisis, si te es posible.

El crecimiento espiritual es un trabajo de “limpieza”, realizado en el corazón. Toda la corriente profética del Antiguo Testamento así lo proclama y predica, y Jesús, lleva a plenitud esta realidad salvadora.

Opta por la vida interior es entrar en un camino liberador de todas las conscientes o inconscientes esclavitudes que padecemos y nos acechan. Entrar en la Escuela del Evangelio es aprender a amar en libertad, y tener desde ahí una pertenencia fecunda en la Iglesia y con el mundo, si no exenta de conflictos, si cuajada de futuro. Y esto, porque el problema que resquebraja la libertad y superficializa nuestro vivir religioso está dentro del corazón humano.

Las crisis son necesarias en todo crecimiento humano y espiritual. Los apóstoles siguen a Jesús en un primer momento, dejando barcas, casa, familia…, después, viene la crisis y el desconcierto del viernes y del sábado. El Domingo, son “encontrados” por el Resucitado, es con esa experiencia cuando aprenden a amar, y el amor hace que se olviden de ellos mismos: …Señor, tu lo sabes todo, tú sabes que te quiero (Juan 21, 17).

Y sólo después de esa conversión, Jesús entrega “sus ovejas”, “su Reino”, y confirma a Pedro en su misión. Este proceso es válido para nuestro momento actual. Estamos, creo, los cristianos y los consagrados, demasiado preocupados de nosotros mismos. Nuestro momento histórico tiene sed de respuestas, y nosotros debemos buscar cómo mostrar a los demás el Evangelio, traducido en formas de vida.

3. ¿Qué aspectos de la figura de Jesús de Nazaret crees que se han olvidado, o se han recalcado menos, y sin embargo a ti te han ayudado en tu vida y tu búsqueda?
La “espiritualidad del seguimiento de Jesús” es mucho más que un texto o una página del Evangelio. Seguir a Jesús es optar por lo que él optó, y hacer el camino que Él hizo, que Él es. El seguimiento es “muerte” a una forma de vida… y resurrección a otra forma de ser. Cambiar de “lugar” teológica y socialmente.
Será porque el Señor me ha regalado la vocación de la vida contemplativa, pero creo que los momentos destacados de la vida de Jesús siempre se realizan en un “espacio” contemplativo. La oración es un hecho destacado en la vida de Jesús; un rasgo esencial que lleva al centro de su Evangelio. Por eso, la oración es un modo fundamental de seguir a Jesús, y de significar el ser de la Iglesia. Por eso, la oración se justifica a sí misma, es seguimiento de Jesús; y es servicio eclesial. El problema de la Iglesia es problema contemplativo místico.

Si por un imposible se quisiera borrar a Dios de la conciencia humana, la persona quedaría reducida a un proyecto inacabado. Y todos sabemos que detrás de cualquier tramo de nuestra historia personal, y como respuesta a nuestros interrogantes más hondos, siempre está Jesucristo, como el único Salvador. Un Salvador del que hoy muchos dudan, y al que no pocos han abandonado. Un Dios al que muchos buscan sin saberlo. Un Dios al que, como Pedro, he respondido en los momentos más críticos de mi vida: Señor ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna… (Juan 6, 68). Esta respuesta, más con el ser que con los labios, siempre se realiza en un momento contemplativo. Místico.

En mi afán por rescatar la palabra místico y misterio del lugar común donde se la quiere abandonar, debo recordar que en el Nuevo Testamento no tiene el significado que ordinariamente se le da en nuestro lenguaje. Solemos decir: “Es un misterio para mí. Me supera. No lo entiendo”; y si digo: “es un místico”, todavía es una expresión más ambigua, lejana y desconocida. Sin embargo, en el Nuevo Testamento su significado es distinto. El misterio, aunque nunca llegue a ser agotado completamente, puede ser conocido y sobre todo puede ser vivido gradualmente, y además desde la normalidad. Aunque requiera un proceso de formación y de crecimiento en la fe. Este proceso, nos lleva a una creciente comprensión de nosotros mismos, de la sociedad, de la historia y, por encima de todo, de Dios (Lucas 2,52).

La persona humana es un misterio también. Somos un misterio unos para otros. Pero lentamente, gradualmente, nos vamos revelando unos a otros, y cuanto más vivimos en relación de amistad, más crecemos y experimentamos el conocimiento. El misterio así vivido es fuente de gozo y liberación.

Manuel Granados
1.- Como describirías lo que es el crecimiento espiritual:

El crecimiento espiritual como cualquier otro tipo de crecimiento tiene que ver con la formación y el medio que te rodea, Nada te es ajeno, los seres y el medio físico que te envuelve en diferentes etapas de tu vida, te sensibilizan hacia unos sectores y sus pronunciamientos, y te alejan de otros. En realidad lo que existen son posicionamientos en muchos casos involuntarios. Dónde más se pone de relieve el crecimiento espiritual es en la etapa de la madurez, en  ella considero que se consolida una visión nueva de la realidad propiciada por las experiencias anteriores ahora asimiladas. Este pasado comprendido e interpretado es el que se convierte – siempre que se mantenga viva una actitud de búsqueda – en una llama encendida.

2.- Como  ayuda lo religioso a ahondar y crecer en humanidad:

Lo religioso que podríamos denominar ética y nunca liturgia ni ritual, te debe de ayudar a crecer en humanidad en la medida de los valores que promulgues o busques basándote en los preceptos tópicos de cada religión, desgraciadamente el binomio religioso-humanidad, al no tener contenido, te aleja de la realidad y en cambio si ayuda a crear una humanidad virtual.

3.- Aspectos de la figura de Jesús…

Jesús aporta una visión racional y equitativa de las cosas, del mundo y del hombre; proporciona dignidad al ser humano y a su vez una confianza radical en el prójimo, la cual le posibilita madurar y crecer.
Quiero destacar un perfil de Jesús que la instituciones religiosas han desacreditado, hablamos del Jesús más social y crítico con la religión.
La dignidad, la capacidad de lucha, el tesón en la búsqueda de un encuentro mejor entre los hombres no es por otra parte patrimonio de ese imaginario, se podría decir que la figura de Jesús sigue siendo importantísima pero entendiendo que otras muchas también lo son, lo fueron y lo serán. Por eso se puede hablar de búsquedas sin tener que recurrir a él y entender que hay otras en las que él es un eslabón indispensable.

RUBÉN CARRASCO: GUARDIÁN DE LOS SONIDOS DE LA ARGENTINA INDÍGENA

                                                                              Entrevista de Nicolás Adamo

                                                                              (con la participación de Esteban Ierardo)

                             

    Rubén Carrasco canta en varias lenguas indígenas, y toca toda la variedad de instrumentos étnicos de la Argentina. Ha grabado ya varias obras y, todos los años, recorre Europa con su música impregnada de sonidos ancestrales. Nació, se crió y educó en la Ciudad de Buenos Aires, pero es de origen indígena Calchaquí; origen que le procede de su abuela paterna Deonisia Sajoma Guaman. Su objetivo principal es ser guardián de los sonidos de la Argentina indígena. En este momento de Temakel, le presentamos un riquísimo diálogo con Carrasco que nos sumergirá en el mundo de los sonidos tradicionales de los diversos pueblos indígenas que generaron su música desde todos los puntos cardinales de la geografía argentina.

    Carrasco ha creado dos sitios webs. En  www.rubencarrasco.cjb.net podrán encontrarse con información sobre la obra musical de Rubén, con ejemplos de su música. Y  en  www.sinlimites.com.ar , que recomendamos fervientemente, encontrarán los principales mitos indígenas argentinos, y, en la sección:  www.sinlimites.com.ar/rubencarrasco/instrumentos.asp ,  hallarán una excelente exposición, con apoyatura fotográfica, de los instrumentos indígenas tradicionales como la quena, el erke, erquencho, las zampoñas, el antara, el sikus, la caja chayera, el serere, el kultrum, entre otros. 

  NA: ¿Cómo podrías describir el trabajo que realizás?
  RC: Estoy desarrollando una forma artística desde lo étnico de Argentina. En éste caso específicamente es la música. Pero incorporando la parte lingüística relacionada con lenguas vivas como el guaraní, el quichua argentino, el mapuche; y después lenguas muertas como son el ona, el tehuelche, el querándico, que sería la lengua original de la ciudad de Buenos Aires. Por lo tanto, trabajo con varios elementos que no se reducen a la música. Pero con respecto a lo estrictamente musical, desarrollo la música étnica desde los elementos que me propone la misma cultura, que son los instrumentos tradicionales.  Hasta el día de hoy hay datados 19 instrumentos, procedentes del noroeste, noreste, centro y Patagonia. Pero en realidad me identifico más al decir que soy un comunicador de la cultura aborigen argentina. Cuando yo hago un trabajo, una muestra musical o un concierto, desarrollo todo eso desde los instrumentos; cada uno con su sonido diferente. Los instrumentos tienen un poder evocativo tremendo. Y cuando uno se remite a la parte  lingüística, también se sigue abarcando todo el tema musical, porque las características fonéticas que tiene cada lengua, es una fuente sonora, musical, para explorar. Por ejemplo la forma de hablar de los mapuches.
A la piedra, ellos le dicen “cura”, pero la pronuncian haciendo un arrastre
de la lengua. Entonces, hablando rápido y diciendo muchas cosas hay una
música que suena. En el guaraní, utilizan mucho la eñe. En el caso del
quichua argentino, que todavía se habla en Santiago del Estero, ellos
pronuncian mucho la ye. Después también hay mezclas de palabras de habla hispana y quichua. Toda esa suma de elementos es lo que hace al trabajo que estoy desarrollando.
  NA: ¿Qué es lo que habría que transmitir de la cosmovisión indígena a nivel musical? ¿Cómo sería ese mundo indígena expresado a través de la música? ¿Cómo lo pensás si lo tuvieras que transmitir verbalmente?
  RC:  Cuando suena un instrumento étnico, ahí se está transmitiendo algo; ahí hay un sonido, un mensaje. Ya cuando suena un instrumento tiene una carga, ya sugiere algo. Y hay un punto en donde toda la especie humana de diferentes razas se encuentran en un lugar. Y la  música es el elemento más profundo que hay para relacionarse. Por ejemplo la trutruca, que es un instrumento mapuche, o el erke, que es andino. Tanto el erke como la trutruca pueden tener distintos tamaños. El erke (foto derecha) tiene un sonido más grave y misterioso con respecto a la trutruca, que tiene un sonido más agudo. Cuando estos dos instrumentos suenan, tienen reminiscencias con otros instrumentos del planeta. En el caso del erke y la trutruca, forman parte de los aerófonos gigantes del planeta, que son el Alp horn ( el Cuerno de Los Alpes que se ejecuta en Suiza y en Austria), las Trompetas Tibetanas y Digjeridoo de Australia. Estos tres instrumentos, junto con el erke andino y la trutruca patagónica que nombré antes, tienen la virtud de que cuando suenan tienen esa carga misteriosa y antigua. Además, son elementos de comunicación, sirven para la comunicación a larga distancia, utilizando el eco de las montañas. Aquí es donde coinciden todos estos instrumentos. La cosmogonía que proponen las músicas étnicas del mundo es el punto de
relación entre todas la razas que hay en la tierra porque te sumergen en el
mundo de la fantasía, de la mística. Y es en ese lugar donde todos somos
iguales. Aquí empiezan a surgir las creencias, empiezan a surgir las
leyendas, y casi todas tienen algo en común. Se trata de la relación que hay
entre todas las razas a través de lo místico. Para poner un ejemplo, puedo
comentar la leyenda de la declaración del universo de los Indios Pampa, que no se conoce mucho. Esta leyenda cuenta que Chachao y Gualicho eran dos hermanos que representaban el bien y el mal respectivamente. Entonces, una vez, el viejo Chachao baja a La Pampa  por la Vía Láctea, porque hasta ese momento la Vía Láctea pasaba por La Pampa. El planeta todavía estaba en un estado muy primitivo. Cuando Chachao llegó, se puso a hacer unos muñecos de barro con piernas y brazos; y con el mismo barro hizo animales como el ñandú y la llama. En un descuido, bajó su hermano, Gualicho, y sopló a los muñecos; y así estos cobraron vida. A partir de entonces, los muñecos serían los hombres y los animales. Esto coincide en el origen desde el barro, que está en casi todas las razas del mundo. Cuando se va al origen de la especie humana, lo primero que hay es el barro. Por lo tanto, este es un punto de relación entre todas las razas.
  NA: En el caso tuyo específicamente, cuando ejecutás tu música de inspiración indígena, ¿hay algún tipo de emoción o situación que quieras especialmente transmitir, o simplemente permitís que la música fluya?
  RC: Dejo que fluya todo directamente. Porque el acercamiento que tuve a la música fue muy intuitiva. Lo que sí reconozco es que a la hora de ejecutar, hay que estar con la antena muy encendida porque bajan cosas, suceden cosas. Muchas veces me pasa de estar ejecutando algo y a la vez estar llorando. Hay una emoción que aparece, y que escapa al control del raciocinio, o a la necesidad intelectual de explicar lo que está sucediendo. Ahí no se puede explicar nada; es algo que está o no está, sucede o no sucede. En mi caso, lo que me sucedió es que la música me surgió muy espontáneamente.
  NA: ¿Cómo se vive el hecho de ser un representante de la cultura indígena en un lugar como la ciudad, donde justamente lo indígena está totalmente olvidado?
  RC: El sentimiento es fuerte. Yo estoy convencido y tengo claro de que aquí hubo una cultura que se olvidó y se la dejó de lado por toda esta historia de la conquista. El argentino está todavía en pañales. Yo no estoy de acuerdo con esa frase que dice que “nosotros, los argentinos, bajamos de un barco”. Es decir, que todos los demás en América Latina tienen raíces, tienen orígenes, y los argentinos no. Con eso no estoy de acuerdo. El argentino tiene una prehistoria que data desde los 10.000 a.C. Empecemos desde ahí. Podemos hablar del desarrollo artístico, de la Cueva de Las Manos, de los sitios arqueológicos de Ampaitín, de las boleadoras de Chapadmalal, que van más allá de los 10.000 a.C. El Carbono 14 no les dio una fecha estimada. Es la reliquia arqueológica de Argentina más antigua. La clasificación es que pertenece al Cuaternario Inferior, o sea que va de 10.000 a.C. a 1.000.000 a.C. (dato extraído del volumen 1 de Historia Argentina de José María Rosa). Entonces si uno ya se pone hablar de elementos de su país, de su tierra, que pertenecen a momentos prehistóricos muy lejanos, es como que la historia argentina a partir de la llegada de los españoles empieza a caerse porque ya no tiene sustento. Los argentinos estamos mezclados, estamos fusionados. Y me parece que ya es hora de empezar a construir una realidad diferente, una historia diferente, y tomando mucho de la riqueza prehistórica que tenemos. Por eso es que yo no siento el peso de la ciudad, ya que tengo claro cuáles son los orígenes de nuestra tierra. Pero lamentablemente, la mayoría de los argentinos padecen de falta de memoria e identidad. Y también es cierto que, muchas veces, se plantea lo indígena desde una mirada un poco idealista como la contracara del hombre europeo sin dioses, el hombre europeo sin grandes pasiones y sin amor por la tierra.

  EI: ¿Creés que esta supuesta alternativa es así? ¿Pensás que los indígenas mantienen un vínculo real con la tierra? De ser así, ¿en qué consiste ése vínculo o de dónde procede?
  RC: El más vivo ejemplo que puedo citar del vínculo de los indígenas con su  tierra es el Niguillatúm, que es una ceremonia prehistórica de la comunidad mapuche. Ellos siguen practicándola hasta el día de hoy con sus reservas, porque normalmente, hasta la actualidad un blanco no puede tener acceso al Niguillatúm. Es una ceremonia sólo para ellos. Esto principalmente se debe a la destrucción que sufrieron las etnias en Argentina. Una primera destrucción fue cultural; y, después, la destrucción fue étnica. Por ejemplo, Julius Poper,  tuvo la misión de exterminar a la etnia ona en veinte años. Cuando él puso los pies en Tierra del Fuego, en la Patagonia Argentina, fue con el consentimiento del gobierno argentino que exterminó a los onas en alrededor de dos décadas. A éste hombre le encantaba posar con piezas humanas. Poper impuso la modalidad de una libra esterlina por cada seno o testículo y cincuenta centavos por las orejas de los niños. Luego esta modalidad se adoptó en  el continente cuando empezó el proceso de extermino de los tehuelches por parte de los ingleses, los irlandeses y algunos hidalgos como los Menendes Betis. El segundo de Poper era Mc Lenan, que fue el escocés genocida más famoso en la Argentina. Le decían “el chancho colorado”. Poper era el que daba las órdenes y las directivas, y Mc Lenan las llevaba a cabo. El exterminio se siguió practicando siempre. Por ejemplo en la época de la última dictadura militar (1976-1983), Videla y cia., contaminaban con virus de viruela a las comunidades indígenas del norte, las comunidades tobas y wichis con el fin de seguir “limpiando” el territorio argentino.
  EI: ¿Qué es lo más auténtico que todavía perdura en el indígena que tiene cierto contacto con el hombre blanco, si es que todavía hay una
perduración fuerte de las tradiciones ancestrales?
  RC: Me parece que perdura mucho el sentimiento místico que se expresa en la adoración a dioses como la Pachamama, Jelataschoz, Tubá, Nguenechén. Por otra parte, en la cultura andina, que uno puede encontrar en las quebradas del noroeste, se conservan mucho las tradiciones. La gente de las comunidades mantienen muy fuertes las creencias. La República Argentina hay que separarla en dos con el tema aborigen, es decir, de La Pampa para abajo y de La Pampa para arriba. Por ejemplo, una cosa es la cultura mapuche, la cultura tehuelche, la cultura pampa junto con el querándico, y otra cosa es la parte del norte. El último malón que tuvo el Gobierno Central de Buenos Aires fue en el norte en el año 1937, y lo ejecutó la etnia toba. Esto no tiene nada que ver con la Campaña del Desierto que fue cerca de 1870. Es decir que todavía a fines de la década del ´30, el gobierno argentino estaba en guerra con el indígena. A partir de ése último malón que fue vencido por el Ejército Argentino, la Argentina fue declarada liberada de la guerra con el indio. De ahí surgieron los nombres de algunas ciudades. Por ejemplo Reconquista, por la reconquista al indio; Resistencia, por la resistencia contra el indio. La etnia toba fue la más fuerte y la más aguerrida de la historia de las etnias indígenas argentinas, fue la más dura. Y como será de dura la etnia toba, que por ejemplo fue la primera etnia que consiguió la educación bilingüe oficial. Volviendo al tema de las tradiciones, en las pocas comunidades indígenas que quedan en la República Argentina, sean mapuches, wichis, tobas o guaraníes, todavía existe tirantez con el tema del cristianismo; todavía existe una tensión muy fuerte.
  NA: Rubén Carrasco, como un representante de la cultura aborigen, ¿qué maneras encuentra para que la gente que pertenece al mundo urbano le preste atención a lo que transmite, le dé importancia a lo que informa?
  RC: Me siento en condiciones de transmitir la cultura indígena porque soy
descendiente de indios; tengo un apellido indio muy característico. Pero a
la vez, también soy consciente de que soy porteño,  ya que nací en Buenos
Aires. Y por ende, gran parte de las cosas las veo como todos los porteños. Entonces, yo pienso desde el punto de vista de que soy porteño, de que nací, me crié y me eduqué en Buenos Aires. Y desde otro punto de vista, soy un descendiente de calchaquíes, nacido y educado en territorio querandí. Hay comunidades que hablan solamente sus lenguas, que no saben hablar español y no quieren aprender a hablarlo ya que no desean relacionarse con nadie que sea blanco y que hable otra lengua. Esta gente tiene que existir para conservar las raíces hasta la última instancia. Pero también tienen que existir aquellos indios que además de hablar mapuche, quichua o guarani también hablen inglés, francés, alemán, o lo que sea,  porque, caso contrario, es imposible enfrentarte al mundo. Yo todo esto lo vivo con mucha seguridad porque, a pesar de ser un ciudadano, mis raíces pertenecen a la cultura indígena.
  EI: Volviendo un poco al tema de la música. Al empezar la charla hablaste de los poderes evocativos de determinados instrumentos. ¿Cuáles son los instrumentos que tienen un poder evocativo muy singular que quizás se diferencian de los instrumentos a los que el oído blanco occidental está  habituado?
  RC: En la cultura del noroeste de Argentina está el erke, el erkencho, la
tarca, la antara, la caja, la quena. En la cultura noreste y norte, que
sería toba, mataco y guaraní, podemos encontrar el naseré, el sereré, el
coioc, el sistro, el nobike, el jelataschoz, etc. Ahora paso a nombrar los poderes evocativos de algunos instrumentos. Por ejemplo, el Kultrun (foto izquierda). El  Kultrun es un instrumento de percusión que por lo general es un instrumento femenino, porque lo ejecuta la machi, o sea, la mujer sacerdotisa de los mapuches. Y cada vez que lo ejecuta es por el tema de la rogativa, para pedir o rogar un bien. Por otra parte, la pifilca es un instrumento de madera finito que tiene un solo sonido. Este único sonido de la pifilca representa el grito que pega el ñandú en la Patagonia. ¿Por qué grita el ñandú? El ñandú es un pájaro que tiene crías. Las crías son unos pollos chiquitos. En la Patagonia hay juncos grandes y también hay fuertes vientos. Estos animalitos suelen perderse entre los juncos, y al perderse, esta especie corre el peligro de extinguirse.
Entonces la madre emite un chiflido similar al de la pifilca y, a lo lejos, se
escucha como un coro de chifliditos más agudos que son los pollos que están respondiendo. Así la madre tiene una ubicación espacial de dónde se encuentra cada uno de sus hijos, y va en su busca. Así es como se preserva esta especie.
    El pilolay, es un instrumento que tiene varios agujeritos al azar, no tiene afinación. Cuando se lo moja, suena mejor. Su sonido representa el rechiflar del viento entre las piedras y entre los juncos de la Patagonia, lugar donde el viento es eterno, no para jamás. La trutruca, en la cosmogonía mapuche, representa el trueno. En la Patagonia y en La Pampa, cuando en las noches de tormenta hay relámpagos y truenos poderosos, los indios creen que Chachao y Gualicho están discutiendo por aquel viejo problema que tuvieron en el inicio del mundo. Porque cuando vino Gualicho, y le hizo la broma a Chachao de darle vida a todos los muñecos de barro que éste último había creado, aparecieron los hombres. Chachao entonces se espantó. Y, acto seguido, agarró su hacha de piedra y cortó el camino de la Vía Láctea; y desde ese momento la Vía Láctea nunca más pasó por La Pampa. Y antes de cortar este camino, cuando
cobraron vida los animales y los hombres, el ñandú corrió por la Vía Láctea con la intención de irse a las alturas celestiales. Entonces el viejo
Chachao sacó las boleadoras que tenía, lo atrapó y lo bajó. Cortó el
camino de la Vía Láctea y se fue. Pero Gualicho quedó en La Pampa, y no pudo volver. La huella de aquel suceso histórico está en el cielo, en la Cruz del Sur. La Cruz del Sur es un grupo de cuatro estrellas que forman una cruz, de las cuales una está más abajo. Las tres estrellas de arriba son los tres dedos del ñandú, y la que está más abajo es el garrón de atrás de la pata del ñandú. Y abajo de la Cruz del Sur se hallan dos estrellas fuertes, que son el Alfa y Beta del Centauro. Esas dos estrellas son las marcas de las boleadoras que quedaron incrustadas ahí. Por lo tanto, la riqueza de la cultura aborigen argentina es tremenda.
  NA: ¿Y qué otros poderes encontrás dentro de la música indígena?
  RC: Los poderes curativos por ejemplo. Los onas curaban a los enfermos con cantos rituales, como una especie de “om”. Como no tenían instrumentos musicales, o mejor dicho, no se los ha encontrado, la manifestación musical de ellos era gutural. Y comúnmente las melodías tenían dos notas, una quinta y una octava. Por lo tanto, en la parte curativa hay otra forma mística de relación entre el mundo abstracto y el mundo concreto. En Brasil todavía hay muchos curanderos indios que están en el Amazonas, que preparan remedios con yerbas y raíces para curar a la gente, y en consecuencia se habla de que suceden cosas que se les llaman “milagrosas”. Ahí hay mucha práctica de los poderes curativos.

  EI: Imaginemos que hay un dios que, entre los diversos instrumentos indígenas fundamentales que antes mencionaste, tiene que elegir uno en especial para que lo represente, ya sea por lo sutil, por lo poderoso de ese sonido, o por otra cosa. ¿Cuál te parece que sería ese instrumento que una divinidad, tal vez indígena, podría elegir y por qué?
  RC: Me parece que un instrumento que podría elegir sería el jelataschoz, o vulgarmente llamado arco musical. Este es un instrumento mataco-wichi, y es para los adentros. Porque para fuera casi no se escucha, pero cuando lo ejecutás, experimentas una sensación de que te sumerge en un mundo interior, y te atraviesa el cuerpo.  El poder del sonido aquí es muy fuerte. Al ejecutar el jelataschoz, su sonido te lleva a comunicarte con algo, interior, espiritual.

  EI: Este efecto de sonido que repercute y se proyecta por todo el cuerpo, por toda la masa ósea incluso, ¿podría tener un parentesco con esos sonidos bajos, también penetrantes del digjeridoo, un instrumento indígena australiano muy antiguo?
  RC: Sí. Lo que tiene el digjeridoo como particularidad es que para ejecutarlo, es necesario aprender la respiración continua, circular. Es decir, el instrumento debe sonar continuamente, sin pausa. Hay técnicas para hacerlo. Una es llenar un espacio de la boca para tener como reserva mientras que del otro espacio se expulsa el aire. Una vez que se acaba éste aire, se utiliza el recién cargado, y la parte que está vacía se vuelve a llenar, y así sucesivamente.
  NA: Según lo que antes mencionaste del arco musical, parece ser que tiene un efecto introspectivo. ¿Es el único instrumento que tiene ese poder?
  RC: No. También está el erke, que pertenece a la gama de los instrumentos andinos. O si no el naseré, que pertenece a la cultura guaraní. Este instrumento sirve para comunicarse con los pájaros. Al igual que el coioc, que es un instrumento de los tobas. Sus niños lo usan mucho para dialogar con los pájaros. Así se genera una forma de juego, donde en realidad se está desarrollando una forma de comunicación con el mundo animal. También los guaraníes, a través del naseré, se comunican con las aves. Aquí es donde se rompen las barreras que normalmente debe tener el ser humano. Aquí queda demostrado el poder que puede ejecutar el ser humano. El poder de la abstracción, el poder de la comunicación con lo diferente.
  NA: ¿Existe en Buenos Aires un público oyente de la música étnica?
  RC: Las pocas veces que me presenté en Buenos Aires, la gente quedó muy impactada. En Europa me sucedió lo mismo. Después de escuchar un concierto con toda esta gama de instrumentos y desarrollar un lenguaje musical con ellos, la gente no sabe bien si le gustó o no le gustó. Lo que sí saben es que nunca vieron algo así. Por ejemplo, los jóvenes europeos se entusiasman mucho con este tipo de cosas. Todo lo que sea misterioso y que escape a lo que conocen, para ellos es algo sublime.
  EI: ¿Eso significa que ellos puedan tener realmente un vínculo auténtico con lo que transmite esta música o es el puro amor por lo exótico?
  RC: Hay una fascinación por lo exótico, pero también hay otro lugar que pasa por la educación; los europeos son muy respetuosos. Además, Europa es el lugar de tránsito planetario más grande del mundo. Entonces, el público europeo está acostumbrado desde hace muchos años a recibir gente de todas partes; es gente muy abierta y bien predispuesta a recibir toda la cultura que proviene del exterior. Y el respeto que ellos tienen por los músicos procede de los juglares medievales. Los juglares eran las personas que servían como medios de comunicación entre una ciudad y otra de Europa. Mediante el canto y la ejecución del laud, el juglar informaba en el centro de la ciudad las noticias o novedades que habían ocurrido o estaban ocurriendo en otra ciudad. Los juglares eran los primeros comunicadores de todo lo que sucedía en el continente europeo.
  NA: ¿Podrías contar algún lugar de Argentina que posee un nombre debido a un hecho histórico vinculado con la conquista española de América indígena?
  RC: Cuando empezó la conquista, Pedro de Mendoza, uno de los primeros en desembarcar, se encontró con los querandíes, que eran los habitantes de la tierras donde hoy se levanta la Ciudad de Buenos Aires. Caespen, Derdian, Bagual y Telomiancondic fueron los cuatro caciques que destruyeron el primer asentamiento de la conquista de Argentina. Con ellos se inició el enfrentamiento entre el blanco dictador y el aborigen argentino. A raíz de la reacción de estos cuatro caciques, Telomiancondic desapareció. Cuando Telomiancondic fue secuestrado por los españoles, todavía no estaba avanzado el enfrentamiento, pero ya había rencillas entre ellos. Los españoles pactaron con los indios que le entregarían a Telomiancondic río adentro, en el Río Matanza. Cuando fueron los indios al encuentro para rescatar a Telomiancondic, los españoles los estaban esperando para aniquilarlos con los arcabuces y cañones. De ahí viene el nombre de La Matanza y del Río Matanza. La cuestión es que se produjo la gran matanza, y Telomiancondic desapareció. Para algunos historiadores, como Colazo (que se especializa en el tema querandí y en los indios de Buenos Aires), Telomiancondic es el primer desaparecido de la historia argentina, alrededor del 1540. Estamos hablando, al fin de cuentas, de cosas que tendría que saber todo ciudadano argentino.

LA ARCAICA SONORIDAD DEL DIDJERIDOO

                                                                           

                         

   

    El didjeridoo es un tubo de madera ahuecado de 2,5 metros. Su sonido es vísceral, su vibración puede expandirse con una baja frecuencia capaz de generar un fuerte efecto sobre nuestro sistema nervioso. El didjeridoo es quizá el instrumento musical más antiguo de la humanidad. Es originario de Australia. Su origen late entre los cristales de la mitología aborigen australiana. Aun hoy el mágico instrumento anima ceremonias sagradas de seres que danzan entre arcaicos ritmos y sobre las rojizas manos del desierto australiano. En este momento de Temakel, a través de las agudas corrientes sonoras del didjeridoo, nos remontaremos a sus principales mitos que explican su origen y hacia el posible simbolismo que aún pulsa dentro de su madera resonante. Y, desde ya, alentamos la escucha de esta sonoridad ancestral; para ello, abajo recomendamos algunas obras de David Hudson, uno de los principales difusores del sonido poderoso del didjeridoo.

     

      Para los pueblos aborígenes australianos, en el comienzo fue lo sagrado. En el comienzo fue el Tiempo de los Sueños, la época Tjukurpa. En aquel entonces, sobre la tierra sólo existía una vida inmóvil, una sustancia embrionaria enorme, translúcida, compuesta por una amalgama de seres irrealizados, pertenecientes a una especie animal o vegetal. Y entonces, “aquel que salió de la nada y existe por sí mismo”, el llamado Ser Supremo, esculpió en la masa informe un cuerpo, brazos, manos, piernas y una cabeza. Creó los seres capaces de sostenerse en pié.

     Durante el Tjukurpa todo fue creado:  montañas, valles, llanuras, corriente de agua. Nada existía antes de Tjukurpa. Y durante el Tiempo del Sueño, seres ancestrales en forma de humanos, animales y plantas viajaron a lo largo y ancho de la tierra y consumaron hechos esenciales de creación y destrucción. Los viajes de aquellos seres son recordados y celebrados aún. La memoria de aquellos periplos sagrados hoy perdura en la forma de accidentes geográficos como la montaña sagrada de Uluru.

    Y en aquella era del Tiempo de los sueños el Ser Supremo, la Gran Energía Sagrada,  difundió su esencia, su poder, en cada uno de los seres humanos, en cada uno de los animales, de las plantas y los minerales, en las estrellas y en el aire y en el agua. Luego, los Grandes Antepasados, criaturas gigantescas, terminaron por crear el mundo tal y como es ahora. Generaron vínculos entre los diferentes pueblos. Así, de norte a sur, de este a oeste, los parentescos creados tejieron una gigantesca telaraña cuyos hilos nos guían y protegen desde entonces.

     Luego, antes de desaparecer, antes de que concluyera el Tiempo de los Sueños, cuando nacieron los hombres en su forma actual, les dijeron: “Este es vuestro país. Lo hemos creado para vosotros. Aquí viviréis y lo conservaréis tal como os lo entregamos. No lo dejaréis nunca, pues sois sus Guardianes. Sois los Guardianes de nuestra Creación.”

   Y luego del Tiempo del Sueño, nació el didjeridoo.

    El didjeridoo fue creado durante un latido imprecisable del pasado. Dos jóvenes adolescentes fueron raptadas por un gigante que deseaba convertirlas en sus esposas. Después de mucho tiempo, las muchachas pudieron escapar y regresaron a su tribu. El gigante estaba hambriento cuando descubrió lo que había ocurrido. Fue entonces a reclamar lo que consideraba su propiedad. Mientras tanto, las jóvenes de mayor edad de la tribu, hicieron una trampa para apresar al gigante. Cavaron un enorme pozo a lo largo del sendero que conducía a su hogar. El gigante, en su hambrienta prisa, cayó dentro del hoyo e inmediatamente fue ultimado por las lanzas de los cazadores que, cerca, permanecían escondidos. Antes de su muerte, el ser ciclópeo se enrolló en su pene. Parecía un puerco espín cuando comenzó a golpear su falo y a emitir un sorprende y zumbante sonido. Los cazadores de la tribu intentaron imitar este sonido. Sólo lo lograron cuando hallaron un largo palo hueco cuyo centro había sido comido por termitas.  Y al soplar un extremo del largo palo hueco descubrieron que podían emitir un sonido muy aproximado al que antes generaban el gigante atrapado. Entonces, nació el primer didjeridoo.

    Pero quizá una de las historias más difundidas acerca del origen del ancestral instrumento australiano sea aquella que asegura que, una vez, tres hombres acamparon durante una noche fría en el desierto. Uno de los viajeros le pidió a otro que colocara un leño en el fuego; éste dio unas vueltas alrededor y halló un palo, ahuecado en su interior. Al regresar descubrió que el madero se hallaba abarrotado de termitas en toda su extensión. El hombre no quería entonces arrojar la rama a la fogata porque entonces mataría a todas las termitas. Pero sus amigos le exigieron que entregara a las llamas el palo porque hacía mucho frío y era necesario generar calor. Así removió todas las termitas, las depositó en una de sus manos y las alojó luego dentro del leño. Después alzó la rama sobre sus labios y sopló fuertemente. Y las termitas que flotaban en el aire se convirtieron en las estrellas. Y el primer didjeridoo fue creado.

     El didjeridoo también se asocia con la mítica la Serpiente del Arco Iris, acaso la divinidad más antigua del planeta. El sagrado reptil de los siete colores jugó una parte importante en la creación deslizándose sobre la tierra, haciendo ríos y delineando los rasgos más distintivos del paisaje. En las ceremonias de los Gjun GGuwan el didjeriddo con su particular medida, unos 2,5 metros y medio, y representa a Yurlunggur, la Serpiente de Arco Iris.

    Otra historia ligada al didjeriddo y su creación dice que, en el comienzo, el Gran Espíritu Balame creó al hombre y la mujer, sobre quienes recayó la responsabilidad de crear a los pájaros y los animales terrestres. Creación que consumaron mediante el canto y el sonido mientras tocaban el didjeridoo.

  Esteban Ierardo

EL SONIDO MÍSTICO DEL MANTRA

EL SONIDO MÍSTICO DEL MANTRA

                                                                              Por Mircea Eliade

    Mircea Eliade es uno de los máximos historiadores de las religiones. Una de sus obras más trascendentes es El yoga. Inmortalidad y libertad; allí Mircea Eliade recorre los poderes de los sonidos místicos, que en la Antigua India o el Tibet se asocian con el término mantra. Aquí, en este nuevo momento de Temakel,  presentamos un fragmento de esa obra que nos estimulará a meditar en la naturaleza del sonido mántrico y su vínculo con la intuición de lo sagrado. 

EL SONIDO MÍSTICO DEL MANTRA

                                                                              Por Mircea Eliade

    El valor de los “sonidos místicos” se conocía desde los tiempos védicos. Desde el Yajurveda, OM, el mantra por excelencia, goza de un prestigio universal: se le ha identificado con brahman, con el veda, con todos los grandes dioses; Patañjalu consideraba que expresaba a Isvara. Y es inútil recordar las especulaciones sobre Vak (la palabra), sobre el valor creador de las formas rituales. Apuntemos solamente que en los Brahmana se encuentran ya algunos mantras tántricos. Pero es sobre todo el tantrismo, tanto budista como sivaista, el que elevó los mantras y los  dharani a la dignidad de un vehículo de salvación (mantrayana).

  Es importante distinguir varios aspectos de esta moda universal de la formula sagrada, moda que culminó por una parte, en las más altas  especulaciones sobre los “sonidos místicos” y, por otra parte, al molino de plegarias lamaístas. Ante todo debe considerarse el inevitable “éxito popular” de dicho método, la aparente facilidad de obtener la salvación o al, menos, de lograr merito, repitiendo mantra y dharani. No insistiremos en este fenómeno de vulgarización y degradación de una técnica espiritual; es bien conocido en la historia de las religiones y, en todo caso, no es un “éxito popular” el que puede brindarnos el secreto del mantrayana. El valor practico y la importancia filosófica de los mantra obedecen a dos tipos de hechos: en primer lugar, la función yóguica de los fenómenos, utilizados como “soportes” para la concentración; y, en seguida, la aportación tántrica: la elaboración de un sistema gnóstico y de una liturgia interiorizada al revalorizar las tradiciones arcaicas sobre “el sonido místico”.

  La dharani, literalmente, “la que sostiene o encierra”, servía ya en los tiempos védicos como soporte y defensa para la concentración (dhatrana); de ahí los otros nombres que recibe: kavaca y taksa, “protección”, “coraza”. Par los profanos, las dharani son talismanes: protegen contra los demonios, las enfermedades y los maleficios. En cambio para los ascetas, los yoguines, los contemplativos, las dharani se vuelven instrumentos de concentración, sea que acuerden al ritmo del pranayama, o sea que las repita mentalmente durante las fases de la respiración. A veces se adivina el sentido de alguna palabras mutiladas (amale, vimale, home, vame kale,eytc.) que expresan los conceptos de pureza, nieve, etc,  que sugiere el acto de desgarrar, de tallar, etc) pero en la mayoría de las casos se trata de fonemas extraños e ininteligibles: hrim, hram, hrum, phat, etc. Como es probable que las dharani se hayan utilizado durante meditaciones regidas por el pranayama, la invención fonética, forzosamente limitada a cierto número de sílabas, se compensaba con la profunda resonancia interior de esos  “sonidos místicos”. Sin importar cuál sea el origen histórico de las dharani, estas tenían ciertamente el valor de un lenguaje secreto, iniciatico. En efecto, esos sonidos solo revelaban su mensaje durante la meditación. Para el profano, las dharani permanecían inútiles: su “sentido” no pertenecía al lenguaje racional, aquel que sirve a la comunicación de las seculares. Una dharani, un mantra solo revelaban  su significación si se pronunciaban de acuerdo con las reglas y se asimilaban, es decir, se descubrían, “despertaban”. Este proceso se entenderá mejor cuando abordemos la metafísica que subyace al mantrayana.

  Los fonemas descubiertos durante la meditación expresa quizá estados de conciencia de estructura “cósmica”, difíciles de formular por medio de una terminología profana. En la época védica se conocía ya experiencias de este tipo, aunque los escasos documentos que nos las hayan transmitido se contentaban más bien con alusiones, en forma de imágenes y símbolos sobre todo. Nos encontramos ante una técnica espiritual netamente arcaica: ciertos “éxtasis cósmicos” de los chamanes se expresan mediante invenciones fonéticas ininteligibles que culminan a veces en la creación de un “lenguaje secreto”. Se trata, pues, de experiencias solidarias en cierto modo del descubrimiento del lenguaje y que, con ese regreso extático a una situación primordial, provocan el estallido de la conciencia diurna. Todo el esfuerzo del yoguin tántrico se emplea para “despertar” esa conciencia primordial y redescubrir la plenitud que precedió al lenguaje y la conciencia del tiempo. La tendencia hacia “un redescubrimiento del lenguaje” para revalorizar íntegramente la experiencia profana, se traduce en el tantrismo sobre todo por la utilización de los “léxicos secretos”.

  Las dharani, como los mantras, se aprenden  “de boca del maestro” (guruvaktratah); no se trata, pues, de fonemas pertenecientes al lenguaje profano o que puedan aprenderse de los libros: uno debe “recibirlos”. Pero una vez recibidos de la boca del maestro, los mantra tienen poderes ilimitados. Un texto tántrico de primer orden, como es el Saghanamala no vacila en afirmar: “¿Hay algo que no pueda realizarse con los mantra si se los aplica conforme a las reglas?”. Se puede incluso adquirir la condición de Buda. El mantra lokanatha, por ejemplo, puede absolver los mas grandes pecados y el mantra ekajata es tan poderoso que, en el momento mismo en que se pronuncia, el iniciado está a salvo de cualquier peligro y alcanza la santidad de Buda. Todos los siddhi sin excepción-desde el éxito en el amor hasta la realización de la salvación -se obtienen con esas fórmulas místicas. Aun la ciencia suprema puede obtenerse directamente, sin estudios, mediante la pronunciación adecuada de ciertos mantras. Sin embargo, la técnica no es fácil: la pronunciación está precedida por una purificación del pensamiento; el practicante debe concentrarse en cada una de las letras que componen el mantra, evitar la fatiga, etc.

  La eficiencia ilimitada de los mantras se debe al hecho de que son (o al menos pueden convertirse, mediante una recitación correcta) los “objetos” que representan. Cada dios, por ejemplo, y cada grado de santidad poseen un bijamantra, un “sonido-místico”, que su “semilla”, su “soporte”, es decir, su ser mismo. Al repetir, conforme a las reglas, ese bija-mantra el practicante se apropia de su esencia ontológica, se asimila de manera concreta e inmediata al dios, el estado de santidad, etc. Sucede incluso que una metafísica completa se concentre en un mantra. …Podía dominarse toda la metafísica prajnaparamita murmurando la sílaba pram.

  Empero, no se trata de un “resumen”  de la prajnaparamita, sino de la asimilación directa y global de la “Verdad del Vacío Universal” (sunyata) bajo la forma de una “Diosa”. Porque el Cosmos entero, con todos sus dioses, sus planes y sus modos de ser, se manifiesta en cierto número de mantra; el Universo es sonoro, de la misma forma en que es cromático, formal, sustancial, etc. Un mantra es un “símbolo” en el sentido arcaico del término: es al mismo tiempo la “realidad” simbolizada y el “signo” que simboliza. Existe una “correspondencia” oculta entre, por una parte, las letras y las sílabas  “místicas” (las matrka, “las madres”, y los bija, las semillas”) y los órganos sutiles del cuerpo humano, y por otra parte entre estos órganos y las fuerzas divinas latentes o manifiestas en el Cosmos. Al trabajar sobre un “símbolo” se “despiertan” todas las fuerzas que le corresponden a todos los niveles del ser, entre el mantrayana y la iconografía, por ejemplo, hay una perfecta correspondencia; porque a cada plano y a cada grado de santidad corresponden una imagen, un color y una letras especiales. Al meditar en el color o el sonido “místico” que lo representa, se penetra en cierta modalidad del ser, uno absorbe o se incorpora un estado yóguico, un dios, etc. Los “soportes” son homologables; se puede partir de cualquier soporte, empleando cualquier “vehículo (imágenes, mantrayana,etc.) para asimilarse la modalidad ontológica o la manifestación divina que se desea adquirir. Entre sus planos múltiples hay continuidad, pero una continuidad mística, es decir, que solo puede realizarse en algunos “centros”.  El Cosmos, tal como se revela en la concepción tántrica, es una vasto tejido de las fuerzas mágicas y las mismas fuerzas pueden despertarse u organizarse en el cuerpo humano mediante las técnicas de la fisiología mísitca.

  Cuando Vasubandhu decía, en su tratado Bodhisattvabhumi que el verdadero sentido de los mantras reside en su falta de significación y que, al meditar en esas no-significación, se llega a comprender la irrealidad ontológica del Universo, traducía en función de su propia filosofía una experiencia cuyo valor profundo se le escapaba o le interesaba mucho. Porque, si bien es cierto que la repetición de los mantra anulaba la “realidad” del mundo profano, no es más que un primer paso del espíritu, indispensable para desembocar en una realidad más profunda. Toda repetición indefinida conduce a la destrucción del lenguaje; en algunas tradiciones místicas, esa destrucción parece ser las condición para las experiencias posteriores. (*)

(*) Fuente: Mircea Eliade, El yoga. Inmortalidad y libertad, México, Fondo de Cultura económica, pp.160-163.

UN HECHICERO DE LOS SONIDOS

 

 

Entrevista a Hermeto Pascoal (*)

Por Diego Oscar Ramos

Hermeto Pascoal, el feérico hechicero de los sonidos

 

  Nadie puede ser llamado músico con tanta justicia como el brasileño Hermeto Pascoal. Admirado tanto por músicos de la talla de Astor Piazzolla o Miles Davis, al “albino loco” no le basta con su capacidad de tocar con excelencia los instrumentos más variados, él puede hacer música con cualquier elemento. No sólo convirtió en instrumentos a pavas, frascos o tubos, incluso ha incluido en sus discos – con asombrosa musicalidad – sonidos de cerdos o papagayos, de una variada fauna con la que asegura poder comunicarse. Su música abarca estilos como la bossa, el forró nordestino, el free jazz, el baión, la música clásica y hasta el tango, pero hay en esa amplitud un trasfondo extramusical: en su exploración de nuevos sonidos se esconde la búsqueda de la unidad elemental.
“Yo logré que mi música sea universal, porque abarca todas las corrientes, todos los estilos. Un día todas las religiones se van a juntar y vamos a ver que hay un solo dios que nos rige, va a ser en un futuro lejano, pero la música ya está haciendo que eso suceda, por el placer que genera”, afirma seguro Hermeto Pascoal, que no deja de repetir que “todo es música”, como ya decía  John Cage, uno de los primeros músicos occidentales que percibió la importancia de los sonidos más allá de la estructura que los contiene.
Hermeto está todo el tiempo atento a los sonidos que lo rodean: “la música está en todos los contextos, yo me inspiro más, un ochenta por ciento en lo cotidiano, en las otras cosas más que en la música en sí, ya que está dentro de mí, no me puedo preocupar por ella, porque es parte de mi alma, entonces yo nací con la música, no tengo que saber, sólo la siento”.
La sabe sentir en un relato de fútbol que armoniza, en silbatos infantiles con los que interpreta a Paganini en su último show porteño o en la misma voz de su entrevistador, todos pueden ser músicos para el brasilero si saben escuchar. “Pero hay un prejuicio muy grande, como si las personas para serlo tuvieran que tocar un instrumento, ¿qué es eso?”, se pregunta molesto, firme en su combate contra la idea del artista como alguien diferente de los demás: “En Brasil intentaron hacer eso conmigo, trataron de elitizar mi trabajo y jamás lo consiguieron”, responde enérgico.
El hechicero de los sonidos parece lograr con cada nuevo elemento sonoro que incorpora, otro trazo en el mapa de la unidad.

(*)  El encuentro con Hermeto Pascoal fue en 1998, también para La Contumancia, aunque fuese publicado parcialmente en la revista Uno Mismo. Hablar y ser abrazado por Hermeto fue una experiencia cercana al hechizo, uno podría estar horas junto a él, sólo sintiendo en el cuerpo la belleza musical de su presencia y de su hablar enérgico y movedizo, saltando entre ideas, recuerdos y esas imágenes que transmite de todo lo que ve, constantemente, bien más allá de lo que miran sus ojos pequeños y limitados.

  Diego Oscar Ramos, nuevo y entusiasta colaborador de Temakel, comparte  con nosotros también una muy valiosa entrevista con el músico argentino Pedro Aznar y al grupo teatral de El Periférico de Objetos.

UN HECHICERO DE LOS SONIDOS

Entrevista a Hermeto Pascoal (*)

– ¿Qué sentido le da a descubrir otros sonidos?

– Para mí es como respirar siempre aire nuevo, el sonido es como el aire o como el agua, que

siempre están renovándose.

Hermeto deja de hablar, se acerca un vaso con agua y construye con sus gárgaras una extensa

melodía, como lo hace en sus conciertos, cuando en sus típicos pasos de comedia quiere

convencer que el líquido es para refrescar su garganta.

– El vaso es un instrumento nuevo, bien barato, es algo informal y bonito, en los conciertos lo

estoy usando y todos quedan locos.

– El público se sorprende porque no espera escuchar música de un elemento así. Lo que hace es

trabajar sobre lo imprevisible, un valor no muy frecuentado en la música popular.

– Nadie lo espera.

Y ahí está la importancia, a mí me gusta sorprender y eso es lo que la música tiene que tener

siempre, la sorpresa. Cuando respirás no premeditás la cantidad de aire que vas a tomar, la

adrenalina del cuerpo siempre está variando, la música es también así, por eso es maravillosa.

Su pensamiento llega hasta los indígenas del Amazonas y se pregunta por qué no hicieron nunca

música con agua: “Ellos vivieron dentro del agua, comieron sus peces, pero nunca tocaron con ella

y Hermeto Pascoal lo hace, pero claro, no necesitaban hacerlo porque ya lo hacían: cuando uno

nada ya hace sonido y todo eso es música”.

Peste de música ruin

Aunque es uno de los músicos brasileros más respetados, el reconocimiento no se refleja en la

difusión de su música: “Toco muy poco en Brasil, en la mayoría de los lugares no tengo

oportunidad, los teatros, todo está tomado por las músicas ruines que le dan dinero inmediato a las

grabadoras”. “Toda esta época – juzga – es muy mala para la cultura, hay muchos grandes

músicos y compositores, pero abunda la música descartable, pasajera como la lluvia de

verano”.”Así como en el Brasil hay una ley que sólo permite la propaganda de cigarrillos en

televisión después de la medianoche, la música mala debería ser tocada después de esa hora”, dice

con un descontento que le sugiere su idea más radical: “Si existe el crimen en la Tierra para el

cuerpo, ¿por qué no existe para el alma?, creo que tiene que haber un castigo para la música mala”.

Aunque nadie que lo conozca llegaría a esa conclusión, le gusta aclarar que su crítica a la

indiferencia de las discográficas multinacionales hacia su trabajo no se basa en un problema de

dinero: “Gano el suficiente como para sobrevivir, para comprar mis instrumentos, sé que si quisiera

hacerme rico con la música lo haría en un mes, pero la música se volvería pobre y no quiero eso,

quiero hacerme cada vez más rico espiritualmente, con música buena y creatividad”.

Los viajes astrales de Hermeto

– Mucha gente te llama brujo, hechicero.

– Eso fue por una periodista, Ana María Baiana, que me llamó el brujo de los sonidos, entonces

cuando lo ví por primera vez en el diario me asusté, porque cuando era chico decían que había un

brujo que se llevaba las niños y les pegaba. Cuando hablé con ella me dijo: “Vos sos brujo, tenés

magia con tu música”. Yo quedé con miedo de que el público no lo entendiera, porque eso no pasa

por el entendimiento, es para sentir, finalmente todo el mundo gustó de esa creatividad de la

periodista.

– Los shamanes viajan a otros niveles de realidad y vuelven con información para su gente, muchas

veces en música ¿Dónde viaja Hermeto?

– A veces estoy estudiando un instrumento y siento que estoy tocando con músicos que ya conocí

en la Tierra, siento la presencia de músicos que volvieron, porque nadie se va, siempre se vuelve.

Pero siento más la presencia de personas vivas que no conozco y cuando las veo personalmente

me acuerdo de ellas, pero no suelo decírselo porque va a enloquecer, no va a creer en eso.

Hermeto en primera persona

Música uniendo más que las religiones

Soy de Lagoa da Canoa, una ciudad pequeña de Arapiraca, en el estado de Alagoa, en el nordeste

brasilero, donde viví hasta los 14 años de edad. Allá mi cabeza estaba muy en contacto con sus

animales, con el agua, los árboles, la tierra, el campo, mi formación se dio allá, después conocí un

mundo todo. Hoy llamo a mi música universal, porque abarca todas las corrientes musicales, todos

los estilos. Y así como un día en un futuro muy lejano todas las religiones se van a juntar y vamos

a ver que hay un sólo Dios que nos rige, la música está haciendo que eso suceda ahora y hasta más

rápido, la unión por la música a través del placer que genera.

Todo es música

Todo el mundo es músico, pero se creó un preconcepto muy grande, por el que las personas para

ser músicos tienen que tocar un instrumento ¿Qué es eso? Para mí todo es música, todo el mundo

es todo, todo es todo el mundo y todo es sonido para mí. Yo fotografío todo para la música, me

inspiro un 80 % en lo cotidiano, en las otras cosas, porque la música ya está dentro de mí, no me

puedo preocupar porque ya es parte de mi alma. Para mí descubrir nuevos sonidos es respirar

siempre aire nuevo, comparo mucho al sonido con el aire, con el agua, que pasan renovándose

siempre. Cuando respiramos no premeditamos la cantidad de aire que tomamos y la música es así

también, y es maravillosa por eso.

La música está en todos los contextos, todo es música. No podemos separar nada, sólo podemos

separar las cosas ruines, las cosas buenas tienen que estar juntas, y lo que existe hoy en día en el

mundo son las separaciones de más. Eso no quiere decir que las cosas sean iguales, cada uno

presenta cosas diferentes para poder unirlas y juntarlas.

Comunicación extrasensorial

Yo viajo con la música, a veces estoy estudiando un instrumento y siento que estoy tocando con

músicos que ya conocí en la tierra, que volvieron, porque nadie se va, pero siento más la presencia

de personas que viven. Cuando las conozco personalmente me acuerdo de esas ellas, no suelo

decírselo porque van a enloquecer, no van a creer en eso, pero es muy fácil explicarlo: nadie

controla los pensamientos, uno no los para, no se pueden parar. Uno va dejando pasar las cosas y

cuando llega una buena la procuramos pasar al pensamiento paralelo, que es como funciona la

computadora. Tenemos varias en nuestra mente, si todo el mundo supiese usar la mente como yo

sé no precisaría de la computadora.

La otra visión

Yo con mis ojos no llego muy bien, pero tengo otra visión, que es la del sentir. Cuando estoy

tocando en el escenario llego al público, no por mis ojos, esta visión es pequeña, yo consigo ver

con otra visión, con mi pensamiento, consigo ver a todo el mundo mucho más. Veo el cuerpo

como una casquinha, una cosa finita, pero con el aura muy grande, veo otras fisonomías, que

cambian en cada persona, todos somos muy ricos, porque si no fuésemos así el cuerpo no

aguantaría el peso de la energía del alma, por eso tiene que saber cambiar, hay cosas que cambian

muy rápido en el cuerpo que nadie ve, los ectoplasmas por ejemplo, como hojas de papel salen del

cuerpo, la fotografía está inspirada en eso, cada imagen nuestra no dura ni segundos. Y yo siento

todas estas cosas mientras toco.

Comunicarse con los animales

Hace muchos años hice un trabajo muy lindo, maravilloso, con un periodista argentino que vivía en

Alemania, fue una especie de desafío para la televisión alemana, que se grabó en el zoológico de

San Pablo. Este periodista me dijo: “Dicen que usted se comunica con los animales, que conversa

con ellos”. Yo le dije: “Converso y toco con todos ellos, incluso con los que todavía no conocí”.

Sé como tocar para los animales, porque cada región del instrumento, cada escala se conecta con

la vibración energética del animal, a través de mi energía, claro, tiene que haber una energía mutua.

Los animales son tan sensibles como nosotros, quien habla de ellos peyorativamente es más animal

que los propios animales.

El primer encuentro que tuve fue con un avestruz, grande, enorme. Cuando la vi llegó el médico del

zoo diciendo “esa avestruz no se levanta más, ella ya está muy viejita”. Ahí le hablé: “ella no precisa

levantarse, se va a levantar si quiere, pero necesita escuchar música, nunca escuchó en su vida

alguien tocando para ella”. Ahí empecé a tocar flauta traversa para ella, que estaba lejos, en el

fondo de la jaula. La miraba, hacía una nota y la miraba nuevamente para ver su reacción. Di la

primera nota, la segunda, la tercera, nada, la cuarta, la quinta, la sexta. Fui buscando y ella levantó

un poco la cabeza, ahí era hora de tocar en la región en la que ella sintió alguna cosa. Ahí hable

para el médico: “Tal vez hasta se levante”, y él dijo: “No se va a levantar, no puede”. Comencé a

tocar y levantó primero las piernas y después se levantó totalmente mientras yo repetía aquel tema

para ella. Salió de allá, el médico estaba totalmente emocionado, ella vino y me acariciaba la cabeza

con su maravillosa sensibilidad, el médico me quería empujar y salí tocando con ella que me

seguía, hasta que ya no pudo por el límite de la cerca, pero hubiera podido llevarla donde quisiese

a través de la música.

Eso fue el comienzo. Después fui a tocar con los periquitos, comencé a tocar para ellos y ellos

vinieron todos casi encima de mí. El mismo sistema que use con el avestruz lo usé con los patos,

sentir su reacción, comencé a tocar y no precisé hacer un tema, sólo sonidos con el flautín pícolo,

bien finitos, ellos vinieron e hicieron un círculo, una media luna, dejaron a los chicos que les tiraban

comida y vinieron como si yo estuviera en un escenario. Toqué el tiempo que quise, después paré

la intensidad y como si me dijeran “Chau Hermeto” se fueron dispersando y volvieron a comer con

los chicos. Fue una tarde, un día inolvidable para mí. Yo quería tocar con un león y no me

dejaron, tenían miedo, pero creo que el día que me escuche un león va a llorar.

LA REPETICIÓN SUFÍ DEL SONIDO DIVINO

LA REPETICIÓN SUFÍ DEL SONIDO DIVINO 

   

    El sufismo es el ala mística del islam. Como toda mística, su propósito esencial es la fusión del místico con la divinidad venerada e invocada. Una forma privilegiada de invocación de lo divino para los sufíes es la repetición de la oración «No hay más dios que Dios” un cierto número de veces diarias: 5.000 o 10.000, incluso más, pues el muríd, el adepto sufí, cree que “su corazón, como las demás partes de su cuerpo, está sometida a la herrumbre de los átomos. Cuando la lengua pronuncia esta fórmula de negación-afirmación, el corazón se purifica de la herrumbre y alcanza el estado de vigilancia y, más allá, el de la contemplación de Dios”. En este momento de Temakel, sobre  Músicas de Viaje Sonoros y el poder del sonido, le presentamos un comentario sobre la técnica mística del dikr, la repetición de la invocación divina, antes mencionada. Un nuevo ejemplo de las potencias del sonido, de su capacidad para acercar al humano hacia la sutil médula del ser y lo trascendente. 

E.I

Introducción al sufismo, El Tasawwuf y la espiritualidad islámica.

Por Christian Bonaud

  . ..Todo el camino es dikr. La realización no consiste, en efecto, en producir o en efectuar algo que no hubiese existido antes: la realización es, muy al contrario, adquirir conciencia de lo que siempre ha existido y que nunca ha dejado de existir a pesar de la ilusión y el olvido. La realización no es otra cosa que una anámnesis, un volver a recordar aquello de lo que éramos conscientes a raíz del pacto primordial, un retorno a nuestro origen espiritual primero. A partir de ahí, todo lo que favorece o suscita este volver a recordar es igualmente dikr: la lectura o la recitación del Corán, con mayor razón si es meditada, es dikr por excelencia, puesto que es verdaderamente comunión con el Verbo divino revelado; la meditación de la doctrina que emana de ello y de las enseñanzas de los maestros espirituales es dikr, igual que la meditación sobre la muerte o sobre los demás signos-símbolos de Dios; la búsqueda de la propia realidad íntima es también dikr, pues, según un hadiit: «Quien se conoce a sí mismo conoce a su Señor…».

      Sin embargo, una práctica propia de los sufíes se designa más específicamente con ese nombre de dikr. Conforme a la exhortación coránica: “¡Acordaos de Mí, Yo me acordaré de vosotros!» (cor. 2:152),
todos los musulmanes tienen la costumbre de citar frecuentemente la sahada o fórmulas de glorificación y de alabanzas, o también de recitar letanias (awrad) llenando así su vida de un recuerdo de Dios constante. mente renovado. El sufí, por su parte, quiere alcanzar un dikr permanente y va, pues, a esforzarse en practicar una constante mención de un nombre divino -las más de las veces Alá- o de la sahada.

    Esta mención, este dikr y propio del sufí, se hace ante todo con la lengua, pero esto no es sino una etapa, pues el dikr debe llegar a impregnar el ser hasta el punto de que el corazón pueda mantenerlo sin cesar, cualquiera que sea la actividad practicada e incluso durante el sueño.

  Una técnica del dikr
  Para alcanzar el estadio de la muraqaba, el muríd debe pronunciar con la lengua la fórmula de negación-afirmación: «No hay más dios que Dios, cierto número de veces diarias: 5.000 o 10.000, incluso más, pues su corazón como las demás partes de su cuerpo, está sometida a la herrumbre de los átomos. Cuando la lengua pronuncia esta fórmula de negación-afirmación, el corazón se purifica de la herrumbre y alcanza el estado de vigilancia y, más allá, el de la contemplación de Dios. Al pronunciar la fórmula de negación-afirmación, el muríd debe dirigir sus pensamientos hacia  la noble sentencia siguiente: «Oh Dios, tú eres el objeto de mis aspiraciones y tu satisfacción es lo que yo deseo», porque estas palabras refuerzan la significación de la fórmula negativa-afirmativa y conceden al corazón del que realiza el dikr el misterio de la unicidad de Dios, hasta el punto de que en su mirada desaparece la existencia del mundo y no subsiste más que la existencia de Dios Unico.

    Durante el dikr, el muríd debe conservar en su corazón la comprensión exacta de la significación de la fórmula negativa-afirmativa, pues si el corazón está enteramente lleno de ella, podrían penetrar en él pensamientos exteriores, y entonces el corazón no alcanzaría el fin del dikr, a saber, su comunión con  el objeto del dikr. La protección del contra todo pensamiento exterior, aunque fuese durante una hora, es una gran acción para los adeptos de la tariqa. Durante el dikr, la retención de la respiración debe preservar la presencia de Dios en el corazón del adepto. Algunos piensan que el muríd debe mantener la presencia en su corazón en todo tiempo, pero esto corresponde al estadio de la  muraqaba.

  El murid debe detenerse de vez en cuando e intentar conocer qué momento ha pasado en presencia y qué otro en el olvido. Cuando el olvido llega, debe apartarlo diciendo: ” Perdóname, oh Dios”, y debe volver sus pensamientos hacia Dios y concentrarse en El. La vida de un hombre que no observa sus obligaciones en lo referente al dikr de Dios y el cumplimiento de las plegarias resulta insignificante y se hunde en los pecados y el olvido. El conocimiento de los momentos del tiempo y su preservación de todo lo contrario a Dios y la constancia en el cumplimiento de las plegarias, están entre las más altas cualidades de un murid.

    Durante el dikr el murid debe retener su aliento y pronuncia la fórmula negativa-afirmativa un número impar de veces: tres, cinco, siete, etc., hasta veintiuna, durante cada respiración. Cuando el rnuríd alcance el estadio en que pueda pronunciar un número impar dado de la fórmula en un solo  aliento, debe considerar el resultado. Si obtiene algún resultado, tanto mejor, pero si no obtiene resultado alguno, entonces es a causa de algunas faltas a las reglas. El murid debe volver a empezar, esforzándose por observar rigurosamente todas las reglas escritas.

      Del mismo modo, el que penetra en este camino debe observar su corazón durante el dikr a fin de protegerlo del olvido y de los pensamientos exteriores, pues mientras que subsiste en él un pensamiento exterior, el corazón no puede presentarse ante el objeto del recuerdo (Dios), incluso aunque se acuerde de Dios durante toda la vida. Mientras que si el murid vigila su corazón y lo dirige enteramente hacia el Único, entonces se realiza en él el aniquilamiento de sí mismo en Dios; alcanza entonces el estadio en el que no siente ni su propia existencia ni la existencia de cualquier otro salvo del Creador, y cuando haya alcanzado este estadio, entonces todo se habrá cumplido. (*)

(*) Fuente: Christian Bonaud, Introducción al sufismo, El Tasawwuf y la espiritualidad islámica, Barcelona, Paidos, pp.48-52.

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