Comer con todo el cuerpo
Comer con todo el cuerpo
Comer con todo el cuerpo consiste, simplemente, en alimentarse con conciencia y puede hacerse cada día con mínimo esfuerzo y máximo resultado. Es un proceso gradual que incluye cinco de los hábitos básicos y más poderosos que pueden practicarse. Es posible hacerlo bajo cualquier tipo de dieta o ante cualquier clase de problema que se tenga con la alimentación. Comer con todo el cuerpo es efectivo porque ayuda a sortear las trampas mentales y nos lleva de regreso a una de las más importantes fuentes de transformación: el cuerpo.
El organismo es fuente vital de información nutricional por una simple razón: no miente. Brinda información precisa. Si nuestro cuerpo tiene un brazo roto sentimos dolor, si está en la cima del placer sentimos éxtasis. Cuando está exhausto por el ejercicio sentimos cansancio, si tiene hambre nos ordena comer. Cuando está saciado no nos dirá que no comamos, pero lo hará la mente. El cuerpo informa todas esas sensaciones, pero la mente responde a través de sus hábitos y condicionamientos.
En vez de esperar a una crisis de salud, invitémonos a prestar atención a nuestro organismo, cultivemos la sabiduría del cuerpo ahora y aprendamos a trabajar con los cambios que ocurren día a día. Permítamonos practicar estos cinco ejercicios, al menos por una semana, y nuestra relación con el alimento se transformará. Notaremos que estos cambios se reflejan en todo lo que hacemos.
Primer paso:
Que comer sea una decisión consciente
Antes de poner algo en la boca preguntémonos.
¿Tengo hambre?
¿Este alimento dará satisfacción al hambre?
¿Qué cosa me nutriría realmente en este momento?
¿Elijo comer?
Una vez planteadas estas preguntas tomemos la decisión. Y recordemos: sea cual fuere la opción, aceptémosla por completo. Si optamos por comer, hágamoslo sin resistencia ni castigo.
Segundo paso:
Preguntar a nuestro cuerpo qué desea
Antes de tomar cualquier alimento sentémonos, cerremos los ojos, respiremos profundamente y vacíemonos de expectativas. Con una mente tranquila y relajada, preguntemos a nuestro cuerpo qué quisiera comer y solicítele que sea específico. Permitamos conectarnos con la sabiduría instintiva del organismo, la parte nuestra que sabe intuitivamente qué resultaría más nutritivo.
Nos sorprenderemos ante las respuestas, o tal vez sintamos que simplemente son correctas. Si queda alguna duda en mente, tan sólo dejémosla estar. Confiemos en que mediante la experimentación entramos en un proceso de aprendizaje, en el que cometeremos algunos errores y tendremos algunos éxitos.
Tercer paso:
Comer con conciencia
Encontremos un momento en que no estemos apurados y podamos dejar de lado las obligaciones. Permanezcamos solos. Cocinemos nosotros mismos una comida que nos dé placer comer. Luego llevemos el alimento a un lugar cómodo donde nada nos distraiga. Sentémonos con la espalda derecha. Permitamos que los ojos se cierren. Respiremos profundamente, dos o tres veces. Cuando nos hayamos relajado, abrámolos y miremos los alimentos. Reconozcamos nuestro deseo de comerlos. Olamos, maravillémonos con ellos, y recién entonces comamos.
Conviene tomar nota de todas las sensaciones en nuestro cuerpo. Percibir la comida en la boca y la lengua. Escuchar el sonido de la masticación. Seguir el camino de los alimentos mientras se deslizan por la garganta. ¿En qué momento desaparecen de mi conciencia? ¿Soy capaz de sentir, momento a momento, los cambios desde la excitación hasta la relajación y anticipación mientras ingiero las comidas? ¿Como lenta y deliberadamente? También conviene no hacer nada durante siete minutos, excepto sumergirnos en la relación entre uno y los alimentos. Es probable que surjan algunos problemas y emociones mientras comemos (miedo, excitación, deseos, confusión, aburrimiento). En cuanto los percibamos, dejémolos pasar. Regresemos a la comida. Entreguémonos en un 100 por ciento a la experiencia de alimentarnos.
Cuarto paso:
Prestar atención a la retroalimentación
Sentémonos tranquilamente luego de la comida. Realicemos diez minutos de respiración lenta y profunda.
¿Presté atención mientras comía?
¿El alimento me satisfizo?
¿Comía demasiado?
¿Lo haría en forma distinta la próxima vez?
¿Más lentamente, más rápidamente?
¿Comería más alimentos?
¿Menos?
¿Otros?
¿Comí demasiado?
¿Me siento pesado?
¿Tengo hambre todavía?
¿Qué faltaría para completar mi comida?
Se sugiere experimentar la sensación de tener alimentos en el cuerpo.
¿Soy capaz de percibir los efectos de la comida en algún sitio en particular: estómago, intestinos, garganta, ojos, senos, lengua, dientes? Puede que tengamos un sentimiento cálido y de satisfacción. Podemos sentirnos ansiosos o flojos.
Registremos toda información que nos llegue y tomemos nota. Si no estamos contentos con lo que sentimos o el modo en que comimos, tratemos de no castigarnos. Relajémonos. Usemos la experiencia como maestra, como método para mejorar las cosas la próxima vez.
Quinto paso:
Soltar la comida
Conscientemente practiquemos el soltar los alimentos. Preguntémonos: ¿qué viene ahora? Y comencemos una nueva actividad. Cuanto más dedicados estemos a una nueva acción, menos vagará nuestra mente hacia la comida. Si tenemos tiempo libre y falta de actividades estructuradas a continuación de una comida, preguntémonos:
¿qué cosa me atraparía por completo en este momento?,
¿qué puedo hacer que sea útil y divertido?
Una vez percibido el feedback proveniente de los alimentos, démonos tiempo para permanecer en él. Celebremos, escuchemos música, charlemos con amigos, miremos por la ventana, leamos un libro, o simplemente respiremos.
En un nivel más profundo esto no sólo representa reconocimiento del cambio sino, de alguna manera, el acto de asimilación. Los nutrientes se absorben a nivel celular y el intercambio continúa a nivel social.
¿Notó alguna vez que la gente se vuelve reflexiva luego de comer? ¿Cómo un bebé lloroso se torna feliz?
¿Cómo las parejas se abren el uno al otro? y
¿cómo los parientes, durante una cena en las vacaciones, se vuelven menos odiosos?
Después de comer, uno ya no es el mismo.