Toda la sangre por una gota de libertad

En estos tiempos, cuando distintas disciplinas científicas vislumbran cada vez con mayor claridad las profundas raíces e implicaciones de las culturas indígenas en el origen cultural civilizada del mundo primigenia; al resto de la sociedad les produce pavor e incredulidad el observar cómo este pueblo, al que desean ver exterminado, fue durante muchos años el motor cultural de gran parte de lo que hoy son los estados de Michoacán, Jalisco, Colima, Guerrero, Guanajuato y San Luis Potosí. Quieren ver disuelta la sabiduría, que los “conquistadores” jamás pudieron llegar a acceder a la comprensión intelectual y vital de los orígenes del pueblo indígena de Michoacán.

    Los “vencedores” que escribieron parte de la historia del pueblo p’urhépecha prefieren apuntar sólo a la segunda parte de los acontecimientos, en la que a partir de las invasiones españolas a nuestro continente lingüístico y cultural fue brutalmente mutilado y reducido a esa mínima expresión que la intentaron llamarla malamente “Cultura Tarasca”. Minoración que continúa contra el pueblo cuyas reminiscencias apunta a las raíces del imperio Inca. Aquí en estas tierras este reinado se le conoció como P’urhépecha, palabra que traducido a la filosofía de los antiguos significa: viajeros de la eternidad.

    Como muchos otros pueblos indígenas de nuestro planeta, el p’urhépecha ha aprendido a ser extranjero en una tierra robada y gestionada por el invasor; ha aprendido, también, a refugiarse en el cosmos: zonas de refugio, reducto clandestino del pensamiento de los últimos supervivientes del masacrado Michoacán antiguo; ha tenido que asumir la explotación económica de un sistema que ha institucionalizado el robo como ley; en fin, se han acostumbrado a ser seres de segunda, con limitados derechos, han sido torturados, humillados y encarcelados por defender su mutilada identidad.

    Como otros pueblos indígenas, han aprendido también a luchar, inventando métodos originales de resistencia. Frente a la ocupación del territorio hemos trasladado la patria a la lengua (mucho más difícil de conquistar en términos de dominación material).

    Frente al analfabetismo impuesto a la población ha sido capaz de generar propios sistemas de aprendizaje. Frente a la alienación cultural han surgido redes autónomas de creación y comunicación cultural. Frente a la dominación económica, los p’urhépecha, pueblo comunitario, colectivista donde los haya, ha sido capaz de erigir un potente ejército de trabajo por seguir construyendo la culminación de ese viaje a la eternidad, y todo ello se realiza, según los adversarios, sobre una base que raya en la ilegalidad, ya que aquí la única legalidad es la del poder, a la que se adjudica además la categoría de única realidad. El mundo p’urhépecha, como ocurre con todas las culturas indígenas reprimidas por la soberbia y la avaricia del poder político, es, por tanto, un mundo clandestino, invisible, que “está pero no es”. Así los gobiernos, (federal, estatal y municipal), prefieren no vernos, y piensan que no existimos, resolviendo así su contradicción por la vía rápida del genocidio.

    Pues bien, el proyecto de Comunicación P’urhépecha Xiranhua (otra de las obras de ingeniería social de este pueblo singularmente creativo) es un órgano de expresión que de noviembre de 1996 a octubre de 1999, se convirtió en un “ser” real, es decir en una voz visible para el enemigo, ese mundo del pensamiento y del ser clandestino p’urépecha. Desde esta lengua milenaria, sencilla, diáfana y concisa, quizá con ecos del idioma sagrado de los Incas de Perú, que en la medida en que se habla, se escribe y se lee, desarma y alarma a nuestros enemigos, hasta las múltiples expresiones de creatividad de un mundo que se divierte, ama, lucha y trabaja, desde unas coordenadas radicalmente diferentes a las del poder dominante; todo ello se ha reflejado en este periódico y es por esto que podríamos definir a Xiranhua como el único periódico indígena de la República Mexicana, como lo dijo en su momento el premio novel de literatura Gabriel García Márquez, el periódico de un pueblo milenario, cansado de vivir en la clandestinidad y que exige el derecho a la existencia dentro de la realidad. La respuesta no ha podido ser más elocuente.

    Posee gran contenido semántico aquella famosa frase del tristemente celebre general Custer “el mejor indio, es el indio muerto”.  Profunda reflexión que confirma que les asustamos, que estamos más vivos, que somos más humanos y tenemos más futuro que su podrido sistema y su democrática violencia, y que nos necesitan, porque sin nosotros no pueden ser ellos, esfumándoseles ese sueño vaporoso que es ejercer el poder sobre México.

    Con nosotros los indígenas, sin embargo, no se puede transigir. Nuestra lucha no es sólo economista, el enfrentamiento es civilizado, no poseemos el mismo lenguaje ni la misma lógica que el poder soberbio, y por ello somos difícilmente controlables. O ellos o nosotros. Como dicen los hermanos del EZLN, “libertad o muerte”. No hay términos medios.

    Pues bien, Xiranhua ha sido vehículo de ese espíritu de la naturaleza viva, insurgente durante estos 3 años. Igual tiempo estuvo escondido, encerrado, refugiado en la selva urbana, pero el movimiento y pensamiento de los “mayores” o de los “viejos” reaccionó, se construyó nuevos proyectos, e incluso mejorando los anteriores. Y es que no pueden entender que los pueblos indígenas poseemos dos materias primas básicas que, inteligentemente explotadas, nos hacen invulnerables: el tiempo y la solidaridad intercomunitaria. ¡Xiranhua vive!

Comentarios y sugerencias a : xiranhua@hotmail.com