Esencias y realidades

Atemporalidad

EL TODO Y LA NADA

Entre la esencia y las realidades ilusorias

Nunca hubo una “nada” en los confines del “Todo”. Ni confines. Nunca hubo un
“Dios” o “Energía” que “ocupara” un determinado “espacio”, más allá del
cual, un no-espacio fuera una “nada”. Es decir, lo que hubo siempre fue un
“Algo” no “situado” en un “espacio” con confines. Ese “Algo” no es el
opuesto de una “nada”: no tiene opuestos. El problema de las concepciones
filosóficas humanas ha sido tratar de dimensionar ese “Principio Creador”
desde una perspectiva dualista en la que “hubo un momento en que se puso a
crear”; “momento” que podría entenderse como “a partir de”, como si sólo
desde entonces el Principio Creador hubiera entrado en actividad luego de
una eternidad nula. Lo dualista está dado en estos razonamientos, en los
conceptos de “antes era quietud” – “después fue el movimiento”. El Principio
Creador es dimensionado a partir de la existencia de lo que conocemos como
Universo”, por el mero hecho de que es científicamente demostrable que el
Universo tuvo un principio que puede ser calculado en una determinada
cantidad de miles de millones de años terrestres. Por lo tanto, las
especulaciones teológicas plantean la noción de un Dios que entró en acción
a partir del momento en que el Universo pasó a existir. No hay un
planteamiento filosófico acerca de que durante toda la eternidad anterior al
Universo-Tiempo, ese Principio Creador tuviera una existencia y acción de
alguna forma que no tuviera nada que ver con tiempos, espacios y universos.
Se limita la búsqueda de la concepción de Dios a términos de “Creación”; es
decir, “Dios es Dios en tanto Creador”, y “Creador es Creador en tanto hay
materia-energía, tiempo-espacio”. La idea es que antes de la Creación, todo
era quietud… Como si ese Creador se hubiera pasado la eternidad
pre-universal dormido.

De la potencia al acto

Si nunca existió la Nada, porque siempre existió un “Algo”, pero hablamos de
un “Siempre” sin tiempo, esa eternidad pre-universal no debe ser entendida
en términos de tiempo. Eternidad no significa “mucho tiempo”, o “todo el
tiempo”, o “todos los tiempos de antes y después”; eternidad es no-tiempo. Y
no-tiempo no implica “quietud”, por oposición a que “tiempo” implique
“movimiento”. La perspectiva dualista de la visión humana pretende entender
la eternidad del no-tiempo, por oposición a la temporalidad. Entonces, “si
en el tiempo hay movimiento, en el no-tiempo, debe haber quietud”. Por lo
tanto, “el Creador estaba quieto antes de que existiera el tiempo”. Tenemos,
así, un Creador que nunca había hecho nada, hasta que hizo todo; un todo
que, por oposición a esa nada, concibe al espacio-tiempo como dimensión de
movimiento, en oposición a un no-espacio y no-tiempo como una no-dimensión;
una no-existencia; una nada. No es raro que, bajo esa visión, haya
científicos que especulen con que, de pronto, una partícula estática entró a
dinamizarse, y desde entonces, cuando estalló y comenzó el universo, es
cuando todo empezó a existir, incluso el tiempo. No le llaman “Dios” a esa
partícula o energía primordial, pero al final están de algún modo
divinizándola: le atribuyen la facultad de dar origen a todo lo que existe.

Ya sea una partícula o bien una energía gigantesca, el error de los
científicos y de los metafísicos consiste en pensar en términos de “muy
pequeño” y “muy grande”, respectivamente. Es decir, conceptos ligados a la
noción de “espacio”. Como el espacio tiene medida, el no-espacio suele ser
difícil de entender, ¿cómo imaginar lo que es el opuesto de lo que es grande
o pequeño, si no es ni grande ni pequeño; si no está “situado” de modo que
podamos medirlo?

Sin espacio, sin tiempo, sin antes, sin después; un Ser, una existencia, una
realidad que no tiene lógica, porque lo lógico hubiera sido el no-ser, la
nada. Es entendible que de haber existido una nada, nada existiría; lo que
cuesta entender es por qué existe todo, si de la nada no sale nada. Por lo
tanto es un todo que no “salió” ni de la nada ni de algo. No salió, no
comenzó; es. No creó “hacia afuera”; no hizo un espacio donde emanar energía
para que ese espacio “externo” existiera como universo. No creó “hacia
adentro”; es decir, un agujero dimensional donde volcar energía para crear
ese universo. No puede haber ni “adentro”, ni “afuera” en un Ser que no es
medible en términos de espacio. Por lo tanto, no estamos, como universo, en
“un lugar” fuera o dentro de ese Ser: no “estamos”: somos. La
temporalidad-espacialidad en la idea de “estar” es una sensación humana, de
mentes limitadas que no son manifestación, sino negación del ser. Por eso en
la sociedad materialista es más importante tener, estar y parecer, que ser.
Porque la sola conciencia del ser que somos, haría perder sentido a
posesiones, localizaciones y apariencias. La teología que pretende situar al
Ser fuera de nosotros, trascendente al universo, perdería todo sustento,
porque comprobaríamos la inmanencia divina en todas las cosas. Y esa
divinidad que está en todo lo que existe, es atemporal, no fue “creada”
porque “siempre” existió. No pudo haber un momento a partir del cual esa
esencia divina que somos empezó a “ser”, siempre fuimos.

Nosotros en la existencia

Pero “siempre” es otra palabra engañosa, porque es el opuesto de “nunca”: no
podría ser que nosotros “nunca” hubiéramos sido hasta que “fuimos”, porque
en tal caso el “nunca” debería haber comprendido al futuro también, pues no
puede haber un “nunca” que alguna vez termine, cuando lo que no era, empieza
a ser. Entonces, no podemos venir de un “nunca”; no podemos siquiera
“venir”: si encontrándonos en una dimensión temporal-espacial, procediéramos
de un Todo sin tiempo del cual nos separamos para estar aquí, no sería
cierto que éramos atemporales, porque lo atemporal no puede temporalizarse.
En otras palabras, nuestro ser, nuestro espíritu, sigue siendo atemporal; no
“vino” aquí desde donde “es”: nuestra mente no es otra cosa que una
proyección temporal en la cual nuestro espíritu no puede “estar”
circunscripto, limitado por variables de espacio-tiempo. Somos espíritus que
no estamos aquí, ni venimos de ninguna parte ni vamos a ninguna parte: sólo
movemos sondas materiales y mentales a través de campos dimensionales en
diversas escalas. No somos “nosotros” quienes nos movemos como sonsas, sino
nuestras mentes y cuerpos. La ilusión consiste en creer que somos esas
mentes y cuerpos, de la misma forma que con un casco y visor de realidad
virtual podemos creer que estamos donde nuestra tecnología cibernética lo
configure para que ilusoriamente nos creamos metidos en esa realidad
ficticia.

Realidades

Somos divinidades del no-tiempo; ésa es nuestra única realidad. Jugamos a la
realidad virtual donde perdemos el sentido de que no estamos aquí. De
pronto, algunos de nosotros despiertan algo de su conciencia bloqueada, y
donde hay una persona ven otra cosa; ven entidades del astral por todas
partes, se superponen dimensiones, y ya nada es lo que parece. Algunos se
dice que son esquizofrénicos, porque hablan con gente que “no existe”; pede
que ni siquiera estén viendo seres en el astral, y que sea tan sólo una
proyección mental, pero para el caso es lo mismo: las percepciones falsas de
esta realidad, o verdaderas de otra realidad, relativizan, en cualquier
caso, la absolutividad de que en estas dimensiones del tiempo-espacio haya
algo que “sea” objetivamente; hay cosas que unos las captan y otros no, o
que existen sólo en la mente de un único observador que cree verlas y en
realidad no están. O que en realidad sí están, pero sólo para un observador
entre cien que miran y no ven lo que también es realidad que para ellos no
existe. Lo cual es muy distinto de que no estén pudiendo ver lo que el
observador ve; no se trata de cien ciegos que no ven lo que hay, sino de
cien que no ven lo que efectivamente no existe, y que a su vez sí existe lo
que hay alguien que sí lo ve, porque es una realidad exclusiva suya, de la
cual nadie más puede participar. Una realidad que no está en el
tiempo-espacio colectivo, sino que es una proyección individual y subjetiva
del no-tiempo-no espacio del ser cuya sonda mental la observa.

Conocemos a alguien, hallamos un objeto que nadie vio donde pasaron cientos
de personas y lo levantamos. Y estamos muy seguros de que ese alguien y ese
objeto pueden ser vistos por cualquiera. O que mucho de lo que pensamos o
sabemos podremos decirlo a cualquiera y que cualquiera lo entienda. Y puede
suceder que nada de todo eso sea accesible a nadie más que nosotros. Que
para cualquier otra persona, nada de eso exista. Estamos muy convencidos de
la realidad de lo que experimentamos y conocemos. Pero puede que existan
ciertas realidades nuestras que no formen parte alguna de la realidad
colectiva. Si algunas de ellas fueran, por ejemplo, ideales de
transformación mundial, es posible que, llevadas a términos explicativos
para comunicarlas a los demás, sean consideradas por ellos como delrios de
un iluso que debería “bajar a la realidad”, poner “los pies sobre la
tierra”. Con el paso del tiempo, cuando comprobamos que esos ideales que
tuvimos no se cumplieron, creemos que efectivamente fuimos delirantes ilusos
fuera de la realidad. Pues sí, eso somos como esencias atemporales y
aespaciales: entes ajenos a esta realidad; no la dimensionamos
objetivamente, y por lo tanto la vemos como nos parece que es o que pueda
ser si la transformamos. Nadie verá las cosas como las vemos transformadas
en una realidad adonde la de aquí no regirá, y por lo tanto, las mentes
aferradas a la realidad de aquí se resistirán a tener una visión atemporal
en la que puedan, como nosotros, concebir que todo puede ser distinto de lo
que está siendo.

Un buen autor o promotor de propuestas de cambio social y planetario no será
alguien que maneje la atemporalidad, sino las secuencias temporales a las
que las mentes están ancladas. No se puede obtener adhesión y participación
de la gente con promesas de un paraíso en la Tierra que “ya existe” en la
atemporalidad, y que está situado en un futuro que es tan ilusorio como
nuestro presente. Porque el hambre que muchos tienen lo sienten demasiado
temporal y real para que en vez de hablarles del pan de hoy aquí, les hablen
del paraíso mundial de mañana en la atemporalidad que ya le está dando
existencia antes de ser en la materia.

Las urgencias de muchos no aceptan filosofías y metafísicas que no son su
realidad. Por lo tanto, un espíritu que esté logrando desbloquear la mente
física para que ésta sea capaz de crear realidades, no deberá pretender que
las conciencias de los demás cambien y, entonces sí, comprender que el mundo
puede cambiar. Los cambios deberán ser producidos yendo a contramarcha de
una sociedad que no creerá en los idealistas que los propongan. Porque serán
producidos no con palabras, sino con hechos, siendo que la gente debe creer
en los hechos y no en las palabras. Cuando muchos comprueben que la realidad
puede cambiar porque ya habrá hechos que así lo demuestren, entonces haber
carecido de las palabras en el momento de la difusión de los ideales no
habrá sido importante, porque de haber recibido esas palabras no las habrían
creído fundadas en algo posible.

Entre lo cósmico y lo onírico

Muchas cosas no tenemos por qué decirlas; no pertenecen a realidades
colectivas o masivas. Por ejemplo, si tenemos algo de conciencia de nuestra
atemporalidad y divinidad, decirles a los evangélicos pentecostales que
“todos somos dioses”, es hacer un mal uso de esa conciencia, porque para
ellos Dios está afuera y nos teledirige. Para ellos el Padre Universal es
Dios; ignoran que hay millones de Padres Universales en millones de
universos esféricos que existen paralelamente a éste, y ninguno de esos
Creadores Universales es Dios; todos proceden de un Gran Creador que, a su
vez, tampoco es Dios. Porque todos los Creadores y cadenas de niveles de
Creadores son apenas manifestaciones cósmicas en tiempos y espacios, de
“Eso” que no tuvo Alfa ni Omega, ni localización, ni duración, y a lo cual
se le ha dado en llamar “Dios” para confundir queriendo simplificar, porque
al final hasta Jehová y el hacedor de este mundo se han autodenominado
“Dios”, y de hecho lo eran, pero dentro de la pluralidad de una palabra que
no había sido concebida para designar al UNO o el TODO, sino al carnaval de
deidades que desfilaron sobre la Tierra a lo largo de la historia. Para no
confundir y no simplificar, mantengamos cierta dificultad de definición,
pese a la cual tratemos de entender que los Creadores o Padres Universales
son insignificantes ante la magnitud de ese TODO, ese UNO atemporal, sin
principio ni fin, del cual es difícil precisar si somos “parte” como
“dioses” omnipotentes, porque a algo que es “UNO” no se lo puede concebir
como hecho de partes. Partes que, como dijimos, no son “salidas” de ese Ser,
porque no estamos fuera de Él (ni “situados” dentro de Él en algún “lugar”).
Posiblemente ni siquiera “estemos” en este Universo esférico galáctico
expansivo, y apenas tengamos aquí proyecciones mentales de lo que realmente
somos, y sea todo esto apenas un escenario ilusorio de realidad virtual
donde creemos que nos estamos moviendo. Incluso, cuando dormimos, creemos
que nos movemos en otro de los niveles ilusorios de esta realidad, y estamos
muy convencidos de que los sueños son algo que existe y donde tenemos
experiencias. Algo donde tan real es la cosa, que los habitantes de esa
realidad tratan con nosotros como entidades totalmente ajenas a nosotros,
como si tuvieran existencia autónoma.

Cuando soñamos, los seres que existen en nuestros sueños tienen vida propia;
podrán ser cambiantes conforme a nuestras mentes que los van adaptando, pero
existen por sí mismos como creaciones nuestras que se tornan independientes.
Puede que dejen de existir cuando nos despertamos, que reaparezcan volviendo
a existir en otros sueños, o que nunca más sepamos de ellos. Pero
concentrémonos tan sólo en un sueño, y en un determinado ser que vemos en el
sueño. Ese ser no puede ser deshecho por nuestra mente, porque desde que
ella lo creó, le da existencia autónoma. Si despertamos, esa existencia se
desvanece, porque ese ser autónomo depende de que la realidad en la que ha
sido creado se mantenga. Pero como los sueños son realidades fragmentarias,
como capítulos unitarios de una serie televisiva donde el héroe siempre
somos nosotros y los demás actores varían, ellos sólo existen mientras los
soñemos. Sólo que en vez de que les demos papeles para que los interpreten,
esos actores hacen lo que quieren; incluso lo que nos pueda disgustar o
desfavorecer. Pueden incluso matarnos. Pero llegado a ese extremo, o bien
despertamos, con lo que comprobamos que no hemos muerto más que en esa
realidad, pero no en ésta, o bien seguimos vivos dentro de ese sueño; no
podemos morir, o bien “morimos” siguiendo vivos, aunque estemos decapitados.
Si alguien nos mata en el sueño es porque tiene autonomía para existir sin
necesidad de la mente que lo sueña (al menos en teoría, por más que en la
práctica, al despertar el que sueña, el personaje del sueño se desvanezca).

Esa realidad mental en la que viven entidades, es como la realidad en la que
nuestro Yo mental es virtual. Una realidad que existe en una dimensión donde
creemos que estamos, fuera de la cual no existe esto que creemos que somos,
sino que existimos como realmente somos. Vista desde esa realidad por
nuestro verdadero ser, esta dimensión virtual puede tener millones de años
luz de tamaño y millones de galaxias de contenido, pero no por eso deja de
ser una proyección ilusoria con respecto a la atemporalidad a la que
nuestras esencias pertenecen.

Pero he aquí que hablar de “virtual” o “ilusorio” no significa hablar de
“irrealidades”: son realidades también, tan reales como la atemporalidad del
Increado; tan reales como la virtualidad de los sueños en los que creemos
estar, así como creemos estar aquí durante la vigilia, y si según estemos
despiertos o dormidos, o bien desde aquí o bien desde el sueño, vemos como
real al estado actual y como ajeno a nuestra realidad de ese momento o bien
al sueño o a la vigilia, entonces ni una cosa ni la otra pueden ser del todo
reales; sólo son reales en la relatividad de las dimensiones de
tiempo-espacio. Y el mundo onírico no es inmaterial y atemporal; es una
dimensión más de lo espacial y temporal; es algo donde todavía nuestro Yo
tiene identidad artificial, personalidad acorde con el plano de realidad del
mundo físico, de la vida y la conciencia social. Es un mundo paralelo a este
mundo, que constituimos mentalmente como complementario de éste, pero que
sigue siendo abismalmente aislado de la atemporalidad donde somos lo que
somos y no lo que en esta vida parecemos o nos creemos.

Soñar o estar despiertos son dos niveles de realidad tan ajenos el uno como
el otro a la realidad en la que somos un Todo en el UNO, donde el otro y yo
somos lo mismo. Por eso cuando queremos trasladar aquí el concepto maya de
que “tú eres otro yo, yo soy otro tú”, no lo entendemos porque usamos la
mente física, el ego por el cual aquí nadie es otro yo; cada uno es cada
cual, distinto del otro, separado. Suena muy bonita la frase maya, pero no
es aplicable en los términos de nuestra personalidad. Suena muy bonito el
“te amo”, pero en realidad está queriendo decir “mi ego está a gusto con el
tuyo”. Perdidos en el espacio-tiempo, incapaces de amarnos permitiéndonos
ser, bloqueando nuestro ser nos relacionamos con egos que bloquean a su ser
y que sean reflejo de nuestros egos. ¿Qué somos realmente?, no nos importa;
como estamos, “está todo bien”: nosotros aquí, nuestro espíritu allá, el
Increado más allá… y eso es la vida. ¡Qué pobreza! La experiencia de la
vida en las galaxias bajó a un nivel de realidad que parece lamentable.

Dónde estamos

Sin embargo, ser ignorantes y haber sido capaces de amenazar la continuidad
de la vida en el planeta es algo que no podía haber sido evitable, desde que
la Totalidad comprende infinitas opciones de realidades, y ésta es una. Nos
preguntamos por qué justo a nosotros nos vino a tocar estar acá, entre
infinitas alternativas en las que podríamos haber sido y estado mejor (algo
así como “por qué a mí me tocó ser yo”). Algunos se preguntarán por qué
nacieron justo ahora, y no en siglo pasado o el que vendrá. Y quizá así haya
sido también y así será; quizá todos estamos aquí no por casualidad, sino
porque siempre estuvimos en todos los tiempos. ¿No estaremos también en
todas las realidades infinitas? ¿Nos tocó estar circunscriptos en esta
realidad de este universo, o desde la atemporalidad en la que nuestras
esencias existen, tenemos proyecciones como ésta en infinitas direcciones de
tiempos, espacios o de no-tiempos y no-espacios?

En fin; si es que no estamos aquí en realidad, sino que aquí apenas hay una
proyección nuestra a la que creemos que es nosotros, pero no por ser una
realidad virtual, deja de ser real, no porque esto no seamos nosotros, vamos
a dejar de vivir esta realidad. Tan pequeño es al final un universo, que,
después de todo, un átomo puede ser grandísimo; nuestras pequeñeces pueden,
entonces, ser tan inmensas que ponerse a escribir algo como esto o a
preparar un té, sentarse a mirar el paisaje o una dibujar, pueden ser
acciones grandiosas en vez de insignificancias.

El valor subjetivo de las cosas

Por lo tanto, vale lo mismo querer salvar al planeta que salvar a la gallina
del zorro que anda por ahí; vale lo mismo reforestar un bosque que plantar
un árbol en el jardín. Para el dueño del gallinero y el dueño del jardín, no
hay planeta ni hay bosque más importantes que la gallina o el arbolito. Y
ése es el mundo al cual nos estaremos dirigiendo los que queremos que la
humanidad cambie: un mundo donde predominan las personas que no ven más allá
de su entorno inmediato. Por lo tanto tenemos que pensar en términos de
entorno inmediato para hablarle a gente así: qué es lo que les estaremos
proponiendo para su vida cotidiana, y no para que ellos actúen localmente
pensando globalmente. Quizá les falte mucho para siquiera pensar localmente,
porque hasta pueden vivir tapados de basura sin que les moleste el mal olor.
Y olvidémonos de hablarles del ser y la nada, o del no-ser y del Todo, o de
todas estas cosas que compartimos entre nosotros los elitistas que podemos
por lo menos querer tratar de entenderlas, juntándonos entre nosotros al
margen de los ignorantes con los que perderíamos nuestro tiempo.

Entonces, de elitistas que somos, nos metemos tanto en nuestras convicciones
de realidades cuánticas, que nos alejamos del dueño del gallinero y del
jardín, y nos incapacitamos para descubrir y planificar de qué le vamos a
hablar a gente de ésa, conforme a lo que para ella tiene valor, y no
conforme a nuestros valores. Después nos preguntamos por qué no logramos
acelerar los cambios mundiales que preveíamos; por qué el calendario
gregoriano no se pudo cambiar por el de las Trece Lunas. Y nos damos cuenta
de que el elitismo en el que habíamos ingresado podía estar bien para una
realidad subjetiva, pero no para la realidad colectiva de la que nos
habíamos separado. De pronto las naves evacuadoras no vinieron con sus
comandantes a salvarnos, y seguíamos acá, en el mundo de los ignorantes e
incrédulos, porque nos creímos que si nos volvíamos distintos de ellos
íbamos a ser transportados a otra realidad. Queríamos irnos de ésta, en vez
de cambiarla. Entonces empezamos a entender que el Plan de Evacuación estaba
mal planteado, y que se trataba no ya de convertirse en los “elegidos” de
los extraterrestres para ir en las naves a otros mundos, sino en ser cada
uno elegido por sí mismo para seguir en este mundo, obrando cambios hacia
adentro y no pretendiendo que el mundo cambiara. Pero ahí fue cuando todo
volvió a fallar, al darnos cuenta de que las mantralizaciones y meditaciones
no nos hacían cambiar en nada; tan sólo nos pretendían hacernos sentir más
espirituales, pero volvíamos a nuestras relaciones con los demás y seguíamos
siendo los mismos intolerantes, egoístas y conflictuados.

En fin, todo el proceso de búsqueda interior terminó siendo de afirmación de
lo exterior, bajo apariencia espiritualoide. Habría sido más fácil no buscar
nada, no pretender espiritualización de nada, y ponerse a hacer cosas no
alejados de los ignorantes, sino entre ellos, es decir, sabiendo coexistir
con lo que para ellos tiene valor y que para nosotros no lo tiene, al menos
ahora si es que alguna vez sí lo tuvo a nuestro entender. Nos habíamos
alejado del fútbol porque “eso es cosa de ignorantes” (como nosotros cuando
éramos ignorantes que no habíamos accedido a la “iluminación”), y por lo
tanto no estábamos más allí para participar de la reunión de la Asociación
de Fútbol en la que directivos, árbitros, jugadores y aficionados buscaban
soluciones al problema de la violencia en el deporte. Como se supone que el
fútbol es cosa de ignorantes, entonces los iluminados que podrían resolver
los problemas allí, no están: en vez de quedarse a brindar servicio, se
fueron a meditar a la montaña.

Reflexiones en una fecha especial

Hoy, 25 de julio de 2003, es el día del no-tiempo del calendario maya de las
Trece Lunas. Realmente me había olvidado por completo de eso hasta hace un
rato, cuando ya llevaba como dos o tres horas escribiendo estas reflexiones.
Quizá mi forma de celebrarlo ha sido, inconscientemente, escribiendo esto y
no reuniéndome con los con gente espiritual a hacer rondas y participar en
ceremonias como en las que otras veces sí estuve para esta fecha. Quizá esto
de la atemporalidad del ser lo esté escribiendo en un día en el que no pocos
adherentes a la cuestión del calendario maya se estén preguntando todavía
qué es esto del día que no es del año que terminó ayer ni del que empieza
mañana; qué es esto del día del no-tiempo, si al final tan difícil es
siquiera entender lo que es el tiempo.

Si es que acaso he escrito esto porque haya recibido alguna influencia
cósmica o humana ligada a la fecha tan especial que mucha gente hoy celebra,
lo único que sé es que hoy, para mí, es un día como cualquier otro, pero que
si para muchos es motivo de festejo, que lo disfruten; algo de positivo le
estarán transmitiendo al mundo.

Comandante Clomro

Desde la nave mental Tiempo-Tierra 2003, y bla, bla, bla…

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