Discurso en seatle
Sealth (en lengua salish se pronunca See-at-la, Seattle) nació en 1786 y murió en 1866 y JAMÁS escribió carta alguna a presidente alguno, en esa época Franklin Pierce.
Fue bautizado por misioneros católicos franceses como Noah en 1838 porque estaban impresionados por su porte (medía 1.80) y su autoridad, pues era un Tyee, autoridad suprema en su tribu.
En 1854, el gobernador Isaac Stevens, conocido por su brutalidad contra los indios se presentó en la incipiente ciudad (hoy Seattle) y fue cuando Sealth dio su extraordinario discurso.
Un colono, Dr. Henry Smith, tomó nota del discurso y lo publicó recién 3 años después, en 1887, en un periódico local.
Durante más de un siglo, su discurso fue tomado como oración por su gente y fue en 1931 que volvió a ser publicado (basado íntegramente en el reportaje del Dr. Smith) por Clarence Bagley.
Otra versión, ya un poco mejorada fue publicada en 1969 por el poeta William Arrowsmith -que fue el que le agregó las dos últimas frases- pues profesaba los ideales contraculturales de los 60´s. La leyó en público durante un acto estudiantil el 22 de abril de 1970, en el Día de la Tierra.
Entre los muchos asistentes a esta lectura de Arrowsmith, estaba Ted Perry que creó la versión que todos conocemos en 1972 como texto para la banda sonora de la película Home, producida por un equipo con tendencias evangelistas, la Southern Baptist Television. De ahí en adelante se convirtió en leyenda. Ocurre que su trabajo o encargo era redactar un guión legendario sobre ecología y contaminación ambiental y el texto leído por Arrowsmith le vino de perlas. Los productores de la película, además, retocaron el texto con tintes cristianos, muy diferentes a lo que Sealth había dicho casi un siglo antes.
Miles de afiches o volantes con la ya denominada Carta de Seattle salieron en todas direcciones y jamás se detuvo la confusión.
En noviembre de 1972, la revista Enviromental Action publicó el nuevo texto, titulándolo Carta al presidente Pierce.
Poco después, esta versión fue adoptada en el Consejo Mundial de Iglesias y el pastor Bruce Kent la llamó casi un Quinto Evangelio.
En 1991, la ilustradora estadounidense Susan Jeffers convirtió esta carta en el libro Hermano Águila, Hermana Cielo y vendió millones de copias, que hoy están en las bibliotecas de todo EEUU.
La frase nuestro Dios es el mismo Dios la agregaron los bautistas, se queja Perry, hoy maestro de cine y teatro en Nueva Inglaterra.
TEXTO ORIGINAL DEL DISCURSO U ORACIÓN DE SEALTH
Publicada en el Seattle Sunday Star, el 29 octubre de 1887
Que el cielo que lloró lágrimas de compasión sobre mi pueblo durante siglos mudos, y que para nosotros luce como inmodificable y eterno, pueda cambiar. Hoy el día está bueno. Puede ser que mañana aparezca cubierto con nubes.
Mis palabras son como las estrellas que nunca cambian. En lo que Seattle diga, puede fundarse el Gran Cacique, Washington, con tanta certeza como puede hacerlo en el retorno del sol o de las estaciones.
El jefe blanco nos dice que el Gran Cacique Washington nos envía saludos de amistad y buena voluntad. Esto es gentil de su parte, pues sabemos que tiene poca necesidad de nuestra amistad a cambio. Mis gentes son pocas. Parecen árboles dispersos en una planicie barrida por la tormenta. El Gran y yo presumo- buen Cacique Blanco, nos manda decir que quiere comprar tierras nuestras pero que desea permitirnos la suficiente para que podamos vivir confortablemente. Sin duda, esto parece justo, y hasta generoso, pues el Hombre Piel Roja ya no tiene derechos que él necesite respetar, y la oferta podría ser sabia, también, pues ya no necesitamos un país tan extenso.
Hubo una época en la que nuestro pueblo cubría la tierra como las ondas con que un mar rizado por el viento cubre su fondo revestido de conchillas, pero esa época pasó hace mucho tiempo, y la grandeza de las tribus no pasa ahora de ser un recuerdo luctuoso.
No ostentaré ni lamentaré nuestra prematura decadencia, ni haré reproches a mis hermanos carapálidas por acelerarla, pues también nos cabe a nosotros una parte de la culpa.
La juventud es impulsiva. Cuando nuestros jóvenes se enfurecieron por una injusticia real o imaginaria, y desfiguraron sus rostros con pintura negra, ello denotó que sus corazones son negros, que a menudo son crueles e implacables, y que nuestros ancianos y ancianas no son capaces de refrenarlos.
Así ha sido siempre. Así ocurrió cuando el hombre blanco empezó a empujar a nuestros antecesores hacia el Oeste. Pero tengamos la esperanza de que las hostilidades entre nosotros jamás retornen. Tenemos todo para perder y nada para ganar.
Cierto es que la venganza, para nuestros bravos jóvenes, es considerada una victoria, aun al precio de sus propias vidas. Pero los ancianos que permanecen en sus casas en tiempos de guerra, y las ancianas que tienen hijos para perder, saben mejor la cosa.
Nuestro gran padre, Washington, pues supongo que ahora es también nuestro padre así como lo es de vosotros, puesto que George (se refiere al rey Jorge de Inglaterra) ha mudado sus fronteras hacia el Norte, digo, nos manda decir por su hijo quien, sin duda, es un gran jefe entre su gente- que si actuamos como él desea, va a protegernos.
Sus bravíos ejércitos serán para nosotros un erizado muro de fortaleza, y sus grandes buques de guerra llenarán nuestros puertos para que antiguos enemigos del Norte, los Simsiams y los Hydas, no aterroricen más a nuestras mujeres y a nuestros mayores. Entonces, él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos.
¿Pero esto podrá acontecer? Vuestro Dios ama a su pueblo y odia al mío. Envuelve amorosamente con sus poderosos brazos al hombre blanco y lo conduce así como un padre conduce a su hijo pequeño, pero se ha olvidado de sus hijos de piel roja.
Cada día hace que su pueblo se vuelva más fuerte y muy pronto ellos llenarán la tierra, mientras la marea de mi gente retrocede a gran velocidad y nunca refluirá de nuevo.
El Dios del hombre blanco no puede amar a sus hijos pieles rojas, pues si no los protegería. Parecen ser como huérfanos y no tienen hacia dónde procurar auxilio. Entonces ¿cómo es que podemos ser hermanos? ¿Cómo puede vuestro padre volverse nuestro padre y traernos prosperidad y estimular en nosotros sueños de una grandeza que regresa?
A nosotros, vuestro Dios nos parece parcial. El advino para el hombre blanco. Jamás Lo vimos: nunca siquiera escuchamos Su voz. Él le dio leyes al hombre blanco pero no tuvo palabra alguna para sus hijos pieles rojas cuyos rebosantes millones llenaban este vasto continente así como las estrellas llenan el firmamento.
No, somos dos razas diferentes y deberemos seguir así para siempre. Hay poco en común entre nosotros. Las cenizas de nuestros antepasados son sagradas, y su lugar final de reposo es el suelo consagrado; mientras vosotros deambuláis lejos de las tumbas de vuestros padres, aparentemente sin lamentarlo.
Vuestra religión fue escrita sobre tabletas de piedra por el dedo de hierro de un Dios iracundo, y con miedo de que vosotros lo olvidéis, el hombre de piel roja no podrá nunca recordarlo ni comprenderlo.
Nuestra religión consiste en las tradiciones de nuestros antecesores y en el sueño de nuestros ancianos, dada a ellos por el Gran Espíritu y las visiones de nuestros caciques, y está escrita en los corazones de nuestro pueblo.
Vuestros muertos dejan de amarles y de amar los hogares de su natalicio cuando traspasan los portales de la tumba. Deambulan lejos, más allá de las estrellas…pronto son olvidados, y jamás regresan.
Nuestros muertos nunca olvidan el hermoso mundo que les dio su ser. Siguen amando sus ríos sinuosos, sus grandes montañas y sus valles apartados, y siempre añoran con tierno afecto a los vivientes de corazón solitario, y a menudo regresan para visitarlos y reconfortarlos.
El día y la noche no pueden morar juntos. El hombre de piel roja jamás rehuyó la proximidad del hombre blanco, mientras las cambiantes brumas de las laderas de las montañas se esfuman ante el ardiente sol de la mañana.
Sin embargo, vuestra propuesta me parece justa y pienso que mi gente va a aceptarla y se retirará a la reservación que les ofrece, donde viviremos apartados y en paz, pues las palabras del Gran Jefe Blanco parecen ser la voz de la naturaleza hablándole a mi pueblo desde la espesa tiniebla que velozmente se acumula alrededor de ella como una densa neblina que flota tierra adentro desde el mar a medianoche. Importa muy poquito dónde pasaremos el resto de nuestras vidas, porque ya no somos muchos.
La noche del Indio promete ser oscura. Ninguna estrella brillante asoma sobre el horizonte. Vientos de voz triste gimen a la distancia. Alguna fea Némesis (justicia o venganza) de nuestra raza se encuentra en la huella del piel roja, y donde quiera que vaya escuchará con seguridad cómo se aproximan los pasos de la fuerza destructora y se preparará para encontrarse con su perdición, así como el gamo herido oye que se acercan los pasos del cazador. Algunas pocas lunas más, algunos pocos inviernos más, y ninguno de todos los poderosos huéspedes que alguna vez llenaron esta inmensa tierra y que ahora vagan en bandadas fragmentarias por las vastas soledades permanecerá para llorar sobre las tumbas de un pueblo alguna vez tan poderoso y tan esperanzado como el vuestro.
¿Pero por qué deberíamos afligirnos? ¿Por qué debo yo murmurar sobre la suerte de mi pueblo? Las tribus están hechas de individuos y no son mejores de lo que ellos son. Los hombres vienen y van como las olas del mar. Una lágrima, una mortaja, un funeral, y se van de nuestros anhelantes ojos para siempre.
Hasta el hombre blanco, cuyo Dios caminó y conversó con él, de amigo a amigo, no está eximido de este futuro común. Tal vez seamos hermanos, después de todo. Ya lo veremos.
Estudiaremos vuestra propuesta, y cuando tomemos una decisión, la comunicaremos. Pero en caso de que la aceptemos, aquí y ahora establezco esta primera condición: que no se nos negará el privilegio, sin ser molestados, de visitar a voluntad las tumbas de nuestros antecesores y amigos. Cada porción de este país es sagrada para mi pueblo. Cada colina, cada valle, cada llanura y cada arboleda ha sido reverenciada por algún recuerdo afectuoso o por alguna experiencia triste de mi tribu.
Hasta las rocas que parecen yacer como idiotas mientras se achicharran bajo el sol a lo largo de las costas del mar con solemne grandeza, se estremecen con recuerdos de eventos pasados conectados con el destino de mi pueblo, y el mismísimo polvo bajo vuestros pies responde más amorosamente a nuestras pisadas que a las vuestras, porque son las cenizas de nuestros antepasados, y nuestros pies descalzos están conscientes del roce benévolo, pues el suelo está enriquecido con la vida de nuestros parientes.
Los difuntos guerreros, las afables madres, las muchachas de corazón alegre, y los niños que vivieron y se regocijaron aquí, y cuyos nombres propios ahora se olvidaron, todavía aman estas soledades, y su honda rapidez en el crepúsculo crece sombríamente con la presencia de espíritus morenos.
Y cuando el último piel roja haya sucumbido en la tierra y su memoria entre los hombres blancos se haya vuelto un mito, estas costas tendrán enjambres de los invisibles muertos de mi tribu, y cuando los hijos de vuestros hijos se crean solos en el campo, en la tienda, en los negocios, por los caminos o en el silencio de los bosques, no estarán solos. En ningún lugar de la tierra hay sitio alguno dedicado a la soledad. De noche, cuando las calles de vuestras ciudades y aldeas estén silenciosas y piensen que están desiertas, se hallarán atestadas por huéspedes que regresan, los que alguna vez colmaron y todavía aman esta hermosa tierra. El hombre blanco jamás estará solo. Dejemos que sea justo y trate bondadosamente a mi pueblo, pues los muertos no son impotentes…
¿Muertos, dije? No existe la muerte: se trata apenas de un cambio de mundos…
De: -Satori– (Mensaje original)
Carta enviada por el jefe de la tribu “Suwuamish” del noreste de los EEUU en 1885 al presidente Franklin en respuesta a la oferta de compra de sus tierras.
El gran jefe de Washington manda palabras, quiere comprar nuestras tierras. El gran jefe también manda palabras de amistad y bienaventuranzas. Esto es amable de su parte, puesto que nosotros sabemos que él tiene muy poca necesidad de nuestra amistad. Pero tendremos en cuenta su oferta, porque estamos seguros de que si no obramos así, el hombre blanco vendrá con sus pistolas y tomará nuestras tierras. El gran jefe de Washington puede contar con la palabra del gran jefe Seattle, como pueden nuestros hermanos blancos contar con el retorno de las estaciones. Mis palabras son como las estrellas, nada ocultan.
¿Cómo se puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esta idea es extraña para mi pueblo. Si hasta ahora no somos dueños de la frescura del aire o del resplandor del agua, ¿cómo nos lo pueden ustedes comprar? Nosotros decidiremos en nuestro tiempo. Cada parte de esta tierra es sagrada para mi gente. Cada brillante espina de pino, cada orilla arenosa, cada rincón del oscuro bosque, cada claro y zumbador insecto, es sagrado en la memoria y experiencia de mi gente.
Nosotros sabemos que el hombre blanco no entiende nuestras costumbres. Para él, una porción de tierra es lo mismo que otra, porque él es un extraño que viene en la noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemigo, y cuando él la ha conquistado sigue adelante. él deja las tumbas de sus padres atrás, y no le importa. Así, las tumbas de sus padres y los derechos de nacimiento de sus hijos son olvidados. Su apetito devorará la tierra y dejará detrás un desierto.
La vista de sus ciudades duele a los ojos del hombre piel roja. Pero tal vez es porque el hombre piel roja es un salvaje y no entiende. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades de los hombres blancos. Ningún lugar para escuchar las hojas en la primavera o el zumbido de las alas de los insectos. Pero tal vez es porque yo soy un salvaje y no entiendo, y el ruido parece insultarme los oídos. Yo me pregunto: ¿Qué queda de la vida si el hombre no puede escuchar el hermoso grito del pájaro nocturno, o los argumentos de las ranas alrededor de un lago al atardecer? El indio prefiere el suave sonido del viento cabalgando sobre la superficie de un lago, y el olor del mismo viento lavado por la lluvia del mediodía o impregnado por la fragancia de los pinos. El aire es valioso para el piel roja. Porque todas las cosas comparten la misma respiración, las bestias, los árboles y el hombre. El hombre blanco parece que no notara el aire que respira. Como un hombre que está muriendo durante muchos días, él es indiferente a su pestilencia.
Si yo decido aceptar, pondré una condición: el hombre blanco deberá tratar a las bestias de esta tierra como hermanos. Yo soy un salvaje y no entiendo ningún otro camino. He visto miles de búfalos pudriéndose en las praderas, abandonados por el hombre blanco que pasaba en el tren y los mataba por deporte. Yo soy un salvaje y no entiendo como el ferrocarril puede ser más importante que los búfalos que nosotros matamos sólo para sobrevivir. ¿Qué será del hombre sin los animales? Si todos los animales desaparecieran, el hombre moriría de una gran soledad espiritual, porque cualquier cosa que le pase a los animales también le pasa al hombre. Todas las cosas está relacionadas. Todo lo que hiere a la tierra, herirá también a los hijos de la tierra. Nuestros hijos han visto a sus padres humillados en la derrota. Nuestros guerreros han sentido la vergüenza. Y después de la derrota convierten sus días en tristezas y ensucian sus cuerpos con comidas y bebidas fuertes.
Importa muy poco el lugar donde pasemos el resto de nuestros días. No quedan muchos. Unas pocas horas más, unos pocos inviernos más, y ninguno de los hijos de las grandes tribus que una vez existieron sobre esta tierra o que anduvieron en pequeñas bandas por los bosques, quedarán para lamentarse ante las tumbas de una gente que un día fue poderosa y tan llena de esperanza. Una cosa sabemos nosotros y el hombre blanco puede un día descubrirla: nuestro Dios es el mismo Dios. Usted puede pensar ahora que usted es dueño de él , así como usted desea hacerse dueño de nuestra tierra. Pero usted no puede. él es el Dios del hombre y su compasión es igual para el hombre blanco que para el piel roja. Esta tierra es preciosa para él, y hacerle daño a la tierra es amontonar desprecio al su creador.
Los blancos también pasarán, tal vez más rápidos que otras tribus. Continúe ensuciando su cama y algún día terminará durmiendo sobre su propio desperdicio. Cuando los búfalos sean todos sacrificados, y los caballos salvajes amansados todos, y los secretos rincones de los bosques se llenen con el olor de muchos hombres ( y las vistas de las montañas se llenes de esposas habladoras), ¿dónde estará el matorral? Desaparecido. ¿Dónde estará el águila? Desaparecida. Es decir, adiós a lo que crece, adiós a lo veloz, adiós a la caza. Será el fin de la vida y el comienzo de la supervivencia.
Nosotros tal vez lo entenderíamos si supiéramos lo que el hombre blanco sueña, qué esperanzas les describe a sus niños en las noches largas del invierno, con qué visiones le queman su mente para que ellos puedan desear el mañana. Pero nosotros somos salvajes. Los sueños del hombre blanco están ocultos para nosotros, y porque están escondidos, nosotros iremos por nuestro propio camino. Si nosotros aceptamos, será para asegurar la reserva que nos han prometido. Allí tal vez podamos vivir los pocos días que nos quedan, como es nuestro deseo.
Cuando el último piel roja haya desaparecido de la tierra y su memoria sea solamente la sombra de una nube cruzando la pradera, estas costas y estas praderas aún contendrán los espíritus de mi gente; porque ellos aman esta tierra como el recién nacido ama el latido del corazón de su madre. Si nosotros vendemos a ustedes nuestra tierra, ámenla como nosotros la hemos amado. Cuídenla, como nosotros la hemos cuidado. Retengan en sus mentes la memoria de la tierra tal y como se la entregamos.
Y con todas sus fuerzas, con todas sus ganas, consérvenla para sus hijos, ámenla así como Dios nos ama a todos. Una cosa sabemos: nuestro Dios es el mismo Dios de ustedes, esta tierra es preciosa para él. Y el hombre blanco no puede estar excluido de un destino común.