Crisis y renovación de la historia de las religiones

Mane, thezel, fares
MIRCEA ELIADE
Crisis y renovación de la historia de las religiones
El vuelo mágico
siruela, Madrid 19972ª, 187-188
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En cualquier caso, al historiador de las religiones el problema se le plantea de forma diferente, aunque no necesariamente en contradicción con las teologías de la cultura. El historiador de las religiones sabe que aquello a lo que se llama “cultura profana” es de aparición relativamente reciente en la historia del espíritu. Originariamente, toda creación cultural (útiles, instituciones, artes, ideologías, etc.) fue una expresión religiosa o tenía una justificación o una fuente religiosa. Esto no es siempre evidente para el no especialista, principalmente porque está habituado a concebir la religión bajo la forma que las sociedadeds occidentales o las grandes religiones de Asia le han hecho familiar. Se admiten que la danza, la poesía y la magia eran “religiosas” y, sin embargo, se tienen dificultades en reconocer que la alimenatción y la visa sexual, oimportantes actividades como cazar, pescar, cultivar la tierra, y loa útiles de trabajo asociados a ellas, participan igualmente de lo sagrado. Una de las dificultades más embarazosas para el historiador de las religiones es que, cuanto más se aproxima a los “orígenes”, mayor es la cantidad de “hechos religiosos” con los que se encuentra. Hasta tal punto que, en ciertos casos – en las sociedades arcaicas o prehistóricas, por ejemplo – nos preguntamos si hay algo que no esté o no haya estado relacionado con lo “sagrado”.
No tendría ningún sentido, porque no lleva a ninguna parte, querer desmitificar los comportamientos y las ideologías del homo religiosus mostrando, por ejemplo que se trata de proyecciones del inconsciente o “pantallas” construidas por razones sociales, económicas, politicas, etc. Tocamos aquí un problema que aparece con renovada fuerza en cada generación. No se trata de discutirlo en un par de líneas, y menoas aún cuando ya lo he hehcho en otras publicaciones {p. ej. Images et symboles, París 1952, págs. 13ss; Mythes et rêves et mystères, París 1957, págs. 10ss., 156ss; Méphistophélès et l’Androgyne, págs. 194ss}. Pero recordemos, por lo menos, un ejemplo: para algunas culturas arcaicas transmitidas, el poblado, el templo o la casa se encuentran en el centro del mundo. Carecería de todo sentido “desmitificar” esta creencia, captando la atención del lector sobre el hecho de que no existe el centro del mundo y de que, en cualquier caso, la de la multiplicidad de centros del mundo es una noción absurda, o incluso contradictoria. Por el contrario, sólo tomando esta cuestión en serio e intentando esclarecer todas su implicaciones cosmológicas, rituales y sociales se llega a comprender la situación existencial de un hombre que se cree situado en el centro del mundo. Todo su comportamiento, toda su comprensión dle mundo, todos los valores que otorga a la vida y a su propia existencia, surgen y se articulan en un sistema a partir de la creencia según la cual su casa o su poblado se hallan cerca del axis mundi.

Con este ejemplo he querido recordar que la desmitificación no puede servir a la hermenéutica. En consecuencia, cualquiera que sea la razón por la que en el pasado más lejano las actividades humanas han estado cargadas de valor religioso lo decisivo para el historiador de las religiones es el hecho de que estas actividades hayan tenido valor religioso. Lo cual quiere decir que el historiador de las religiones reconoce una unidad espiritual subyacente a la historia de la humanidad o, en otras palabras, que cuando estudia a los australianos, los indios védicos o cualquier otro grupo étnico o cultura, el historiador de las religiones no tiene el sentimiento de encontrarse en un mundo que le es radicalmente extraño. La unidad del género humano es, por supuesto, aceptada de facto por otras disciplinas como, por ejemplo la lingüística, la antropología y la sociología; pero el historiador de las religiones tiene el privilegio de captar esa unidad en viveles más elevados – o más profundos – y una tal experiencia es susceptible de enriquecerlo y cambiarlo. La historia es, por primera vez hoy, verdaderamente universal y, con ello, la cultura tiende hacia la globalidad. La historia del hombre, del paleolítico a nuestros días, está llamada a situarse en el centro de la educación humanista, independientemente de las interpretaciones locales o nacionales. En ese esfuerzo de la cultura por hacerse planetaria la historia de las religiones puede jugar un papel esencial; puede contribuir a la elaboración de una cultura de tipo universal