La Imaginación y el Uso de los Símbolos

Libro: Verdades Secretas expuestas a la evidencia
Autor: Elémire Zolla
Capitulo: Los Usos de la Imaginación

La Imaginación y el Uso de los Símbolos
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En ciertas tribus casi extinguidas, sobre todo de la América
septentrional, todos estaban ocupados primordialmente por los
sueños. Fin esencial de la vida era el ensueño iniciático, en el
cual se llegaba a ver al guardián, el arquetipo de la propia
existencia. Ninguna otra cosa contaba. Después de la suma
experiencia onírica, obtenida a veces a costa de ascesis,
sufrimientos, invocaciones, la imaginación permanecía centrada en la
figura revelada de lo alto. El hombre se convertía en el animal, la
nube o el trueno de su revelación privada. Era su arma, que debía
tallar en la madera, clavar en la proa de la barca o sobre el
fastigio de su casa, tatuar sobre el cuerpo, grabar sobre el
prendedor o sobre el anillo, hacer descollar sobre el casco; se
elevaba su himno marchando hacia la batalla, esperando la muerte.
Fantasear habría sido inimaginable. Dúctil y fuerte era la
imaginación, que se flexionaba, como la muñeca del espadachín, y se
convertía en un instrumento de conocimiento, como la yema de los
dedos del médico.

Colmo de la aflicción era una vida sin visiones; entonces no quedaba
más que impetrar a los más afortunados la participación en sus
sueños. Los sabios soñaban para el pueblo entero y disponían sus
sueños en forma de espectáculos; de este acto de caridad tomó su
origen el teatro.

La caballería de Occidente, el ciclo del Grial, muestran ya un mundo
en el cual sólo los ermitaños tienen acceso al mundo de las
revelaciones oníricas. Quien deseaba participar en sus santos sueños
se convertía en caballero andante. Partía en un viaje sin meta
alguna, pero dedicándose en el camino a reparar los entuertos.
Cuando sentía que la búsqueda había completado un ciclo, confiaba su
relato a un ermitaño, quien la interpretaba, lo mismo que un adivino
un sueño: la trataba como un sueño. Cada episodio se convertía en
símbolo.

Sir Thomas Malory ofrece numerosos ejemplos de la transfiguración
simbólica con la cual los ermitaños transformaban las contrariedades
del caballero en sueños teofánicos. Si el caballero se había topado
con un castillo de malvados y liberado a sus pobres prisioneras, el
ermitaño lo interpretaba como símbolo del descenso a los infiernos o
de la bajada de Cristo al limbo para liberar a los patriarcas del
lazo de la muerte. Recordando, imaginando de nuevo sus gestas a esta
luz, el caballero sentía, se volvía, divino.

Ha desaparecido la idea de una vida simbólica, semejante a un tapiz
tejido por fuerzas invisibles, en la cual uno se mueve olfateando
significados en las coincidencias, percibiendo premoniciones y
enseñanzas en los acontecimientos cotidianos. Sin embargo, de cuando
en cuando, la gran poesía atiza de nuevo la llama, redescubre el
pathos de una vida inspirada, de ensueño.

El ápice de una experiencia así se alcanza cuando un hombre se
libera de sí mismo hasta el punto de convertir cuerpo y alma en
puros materiales de una representación simbólica. ¿Cómo explicar hoy
que algunos, de vuelta de una experiencia de total extinción,
pudieran incluso decidir usar su vida, con la cual no estaban ya
identificados, para poner en escena un espectáculo caritativo, para
ofrecer un mito de salvación?

El Salvador es aquel que hace de su vida una representación sacra,
cuyo fin no es dispensar riquezas, prosperidad o alivio del
sufrimiento, sino enseñar el arte de la liberación. Pero un hombre
que esté muerto en vida puede usar el cuerpo y el alma incluso para
una meta menor. Un ejemplo impresionante de esta concepción, en las
Escrituras que fueron de Occidente, es el profeta Oseas. “Cuando el
Señór comenzó a hablar a Oseas, el Señor dijo: ‘Ve y tómate una
mujer dada a la prostitución y engendra prole de prostitución, pues
la tierra se prostituye traicionado al Señor'”. Oseas se consagra a
personificar la alegoría, desposa a una prostituta y la charada
llega al ápice sarcástico y deliberado del horror cuando Oseas
recibe de Dios otra instrucción: ‘Ve y ama a la mujer que, aunque
amada por su marido, es adúltera, como Dios ama a los hijos de
Israel y ellos se vuelven a dioses extranjeros’. Todo se realiza
como en sueños, sólo “para que las profecías se cumplan”.

Empresa pedagógica casi imposible sería explicar a mentes
occidentales u occidentalizadas cómo, desde una altura espiritual,
la vida se convierte de cualquier modo en un sueño dentro de un
sueño. Sabiendo que todo, incluida la percepción, es fruto de
sueños, se deja de buscar la verdad en sus formulaciones o en sus
símbolos.

Las cosmogonías, las vidas de salvadores y profetas, las tradiciones
sagradas que atraviesan los siglos, las guerras santas, los cultivos
rituales del suelo, las cazas sagradas, los amores simbólicos, los
comercios y las artes transfiguradas se convierten, no en verdad,
sino en instrumentos para comprender la verdad. Son historias en las
cuales conviene invertir imaginación, poner de nuevo fe en el fin de
la liberación.

La verdad es el fin de la historia sagrada, lo mismo que la victoria
es el fin de la espada. La historia sagrada en sí misma es un
ensueño, pero un ensueño más próximo a la verdad que el de la vida
cotidiana, aunque esté certificada en los anales públicos, visada
por el sello de tres o más testigos, que cualquier buen abogado
sabría poner en duda con los viejos trucos de su oficio.

No sólo los santos, sino también los sabios según el mundo lanzan
historias no para contar lo que de hecho ocurrió, sino en vista de
lo que le puede acontecer al alma una vez que se vea enredada en las
implicaciones, en las sugerencias ocultas de la historia.

El sentido de una historia, para hombres prácticos como los santos o
los expertos en arrojar encantamientos sobre la sociedad, no estriba
en su conformidad con los hechos, sino en las evocaciones que
suscita dentro del cuerpo sutil, soñante, de los hombres.

Hoy en día, las historias sagradas y anagógicas son rechazadas como
inverificables por la misma gente que cotidianamente se deja burlar
por los fabricantes de imágenes políticas, por los productores de
publicidad. Quien desdeña la historia sagrada está subyugado por las
quimeras predigeridas que las pantallas le escupen continuamente en
la mente inerte, y llama realidad concreta a las quimeras que
inconscientemente absorbe y proyecta a su vez sobre el mundo
exterior. Respecto a la verdad, alguien así tampoco podrá desear
nunca saber algo, puesto que ignora el mundo de la imaginación
verdadera.

La imaginación anagógica es hoy ignota; sin embargo, todo está
enraizado en la imaginación. Quien no sepa usar las imágenes según
anagogía estará a merced de quien se las fabrica, será un fantoche
en manos del titiritero.