La muerte y los sueños en los wayuu

La muerte y los sueños en los wayuu

De los indios wayuu, también llamados guajiros por los blancos,
indígenas de Venezuela y Colombia.
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La vieja Sepaana se acerca renqueando. Su rostro, animado por una
sonrisa triste, luce maravillosamente arrugado. Lleva las huellas
indelebles de una pintura hecha con esporas de hongos: las mujeres
se la ponen en el rostro, como un antifaz, para protegerse del sol.
Anoche, Sepaana tuvo un sueño y viene a contárnoslo. Se sienta al
borde de una hamaca desocupada por un niño madrugador. El etnólogo
se instala junto a ella, en un banco de madera donde también coloca
su grabador. (…) Ella se presta sin ninguna reticencia a ese rito
que tantas veces vio cumplir a su finado esposo. Prolongarlo le
parece natural puesto que ya antes ha participado en él, contando
muchos mitos y relatos bajo el control autoritario del difunto.

He aquí mi sueño de anoche.
Iba por un camino estrecho.
Las pencas de las tunas se tupían a mi paso.
Me sentía miserable, estaba desesperada.
Daba vueltas, iba y venía.
Luego tomé por otro camino estrecho, muy estrecho.

Entonces me encontré con una boa tragavenado.
Quise huir, pasé al otro lado.
Enseguida me encontré con una kapaaniasü
y con muchas otras serpientes.
Estaba desesperada, caminaba muy de prisa.

Entonces vi un sinfín de cascabeles
que volvían la cabeza hacia mí.
Me eché hacia atrás para evitarlas.
Fstaba desesperada, me sentía miserable.
Cambié de rumbo y me encontré con una coral.
Venía hacia mí, quería morderme .
Me fui hacia otro lado,
por un camino muy estrecho.

Entonces me encontré con la mujer
de la serpiente jerui.
Movía el aire en torno a ella.
Cayó cerca de mí, y retrocedí.
Me encontré con su marido que iba a lanzarse sobre mí.
Corrí, penetré en un bosque de potolu.
Las espinas arañaban mis pies; estaba desesperada.
Pasé por un camino estrecho, más estrecho aún.

Entonces me encontré con un jaguar.
-Voy a morir por su culpa- me dije.
Tenía ojos inmensos y le grité:
– ¡Cuidado, papá, déjame pasar!
Pasé a su lado
Y encontré un camino aun más estrecho.
Caminé y me extravié.

Entonces llegué a una inmensa planicie.
Me encontré con perros que ladraban.
Estaba desesperada, me sentía miserable ante ellos.
Me jalaban por aquí, me jalaban por allá.
-¡Ayúdenme! ¡Socorro, abuelo!- grité.
Uno de los perros era mi abuelo.
Se fueron y seguí mi camino.

Después me encontré con un caballo desbocado,
un caballo rabioso. Corría por aquí y por allá.
Me metí dentro del tronco de un árbol muy grueso.
El caballo pasó cerca del árbol.
Pero surgió una mula
que iba abriendo el suelo con sus pezuñas,
dando coces y relinchando, y me agaché.

Después trepé hasta lo más alto de otro árbol.
y me escapé pasando de un árbol a otro.
Surgió un burro, y otras cosas.
Yo me alejé, huyendo de ellas.
Entonces trepé hasta lo más alto de un simaruba.
Al principio era de tamaño normal.
Pero se puso a crecer, a crecer. . .
Yo veía la tierra, veía una sierra.
Ahora estaba sola, perdida, lejos, muy lejos.
Me llevó hasta mi familia, hasta mi madre.
Allí me dejó caer, sola, lejos de todo.
– Es cierto, este árbol tiene poderes, es pülasü,
lo que dicen es cierto, sabe crecer-
dije al llegar a ese lugar llamado Ullipa’ut.

Ese fue el sueño que tuve anoche, mijito.
¡Está nuevecito!

Anuncia que se acerca el día de mi muerte.
Es un sueño para perderse, para tener problemas.
Es un sueño para irse, un sueño para morir.
¿Para qué otra cosa sería?

Este sueño exuberante, gran metáfora onírica que prepara para el
último viaje, es fácilmente descifrable desde el punto de vista de
la cultura wayuu. En él se hallan mezclados elementos míticos,
claves oníricas y referendas familiares que sugieren la desgracia y
la muerte.
En la oniromancia wayuu las serpientes simbolizan el enemigo y la
desgracia; el camino que se estrecha prefigura la agonía y la
muerte. El jaguar y los perros representan aquí a los antepasados
que emanan del más allá. Sepaana llama «papá» al primero porque su
padre, fallecido desde hace tiempo, era de un clan Uliana cuyo
animal totémico es el jaguar. Los perros amenazadores representan a
aquellos con los que pronto se volverá a juntar en la tierra de los
muertos, porque su abuelo por parte de madre era del clan Jayaliyuu,
asociado al perro. La furia del caballo y la de la mula sugieren la
violencia de la agonía y la angustia de la muerte. El episodio del
árbol que se pone a crecer y transporta muy lejos a quien se trepa
en él es un tema mítico muy conocido que remite a los orígenes. (…)
En su sueño, Sepaana se apropió de ese tema y lo adaptó: gracias al
árbol mágico, pudo llegar hasta Ullipa ‘ut, su tierra clánica, donde
están agrupados los restos de los antepasados de su matrilinaje, con
los que pronto se habrá de reunir.
Es el sueño conmovedor de una anciana al final de su vida… Pero se
sabe que los wayuu evocan la muerte constantemente y a cualquier
edad hasta en sus fórmulas de cortesía: en vísperas de una larga
ausencia, cuando se les dice: “Me voy”, muchos, desde los más
viejos, contestan según la discreta fórmula indígena: “Ya habré
muerto a tu regreso”.

Ocho años después, Sepaana seguía viva. Cuando la volví a interrogar
sobre sus sueños, la enfermedad y el chamanismo, me contó
otro “sueño para morir”…
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Del libro “Los practicantes del sueño. El chamanismo Wayuu”. Michel
Perrin. Monte Avila editores.