leyenda tepehuana

Sahuatoba

SEGÚN la tradición, los tepehuanes conservaban el recuerdo del legendario diluvio universal. Dice la leyenda que antes de que aquel fenómeno aconteciera, el mundo estaba poblado por una humanidad sorprendentemente civilizada.
Algunos años antes del diluvio, una madrugada de estío, el cielo se cubría de densos y negros nubarrones quedando despejado solo un pequeño espacio del cielo en el que brillaba apaciblemente la estrella de la mañana.
El Dios del Rayo, que amaba locamente a la estrella, cruzó vertiginosamente los densos nubarrones llevando su atronada descarga hasta la estrella de la mañana. De aquel extraño beso de amor nació un hermoso niño a quien el Rayo con otra descarga condujo luego hacia la tierra depositándolo a la entrada de una caverna que existía en un elevadísimo picacho de la serranía. Una cierva recogió al niño, lo condujo al interior de la caverna y lo depositó en su lecho de zacate al lado de sus cervatillos. Esta cierva amamantó al niño, y un águila corpulenta que había hecho su nido en aquel picacho veló celosamente por la seguridad de aquel predestinado a formar en el mundo una nueva raza. La estrella de la mañana descendía frecuentemente transformada en mujer, acariciaba a su hijo, le traía alimentos y le daba sabios consejos comunicándole facultades maravillosas.
Aquel muchacho aprendió el lenguaje del torrente, de las flores, de los árboles, de las aves, las abejas y de todos los animales, y con poderoso magnetismo dominaba con solo la mirada a los animales feroces. Cruzaba las serranías, descendía al fondo de las profundidades de las quebradas con facilidad y rapidez sorprendentes.
Una mañana la estrella le advirtió que aquel día se iniciaría una tremenda catástrofe mundial que él debía presenciar con valor y serenidad. Y no amanecía aún cuando se inició la tormenta, que duró varias semanas culminando con violentas y terribles sacudidas de la
tierra. Los mares abandonaron los cauces y el niño, que se Llamó Sahuatoba (el eterno adolescente) tuvo en su derredor el océano encrespado, furioso, tremendo, cuyas enormes olas traían de acá para allá cadáveres humanos y de animales, árboles arrancados de cuajo, restos de materiales de casas, muebles, etc. El espectáculo que Sahuatoba presenciaba desde su enhiesto picacho era pavoroso, macabro.
La sierva que lo amantara murió de miedo en la caverna. Estaba solo, solo en un mundo devastado, en un mundo de agua, donde no había más tierra que su escueto picacho, ni más abrigo que su obscura caverna.
Pasaron días, meses, años, siglos tal vez, durante cuyo tiempo la estrella de la mañana y el Dios Rayo traían sustento al solitario. Las aguas bajaron paulatinamente hasta dejar visible la tierra. Pero tierra sin vegetación, cubierto de lodo, de restos humanos y de animales. Donde antes habían sido valles, cañadas, campiñas amenas, ahora se encontraban solo pantanos, lodazales inmundos. La tierra era intransitable y solo después de mucho tiempo pudo el “eterno adolescente” caminar sobre terreno medianamente firme. Todo era un páramo, un desierto de lodo que al fin se solidificó y pudo transitarse.
Una mañana de primavera, Sahuatoba, al salir de su caverna, recibió una grata sorpresa. Al pié de aquel risco había nacido una planta de lirio y esta ostentaba ya una hermosísima flor blanca en cuya corola temblaban cristalinas gotitas de rocío. Con avidez cortó aquella flor, que exhalaba un grato perfume y; Oh sorpresa. . . la flor se convirtió en una hermosa y linda mujer.
!Masadal. . . exclamó Sahuatoba. Y Masada fue el nombre de aquella mujer que su padre el Rayo y su madre la estrella de la mañana le dieron por compañera. Masada es palabra del tepehuan y significa “cielo”.
Y los dos se amaron desde luego, y vivieron uno para el otro. Sahuatoba, con su compañera expedicionó en distintas regiones en busca de un lugar más propicio para su vida. Vagaron por tierras muy lejanas de los cuatro puntos cardinales; pero no encontraron el lugar adecuado y la pareja regresó a su legendario picacho a donde llegó en una noche tormentosa y lóbrega.
Al amanecer del día siguiente salió Sahuatoba a dar su saludo habitual a la estrella de la mañana. De improviso advirtió que la pequeña pradera cercana a la entrada de la caverna estaba cuajada de lirios blancos. Despertó alegremente a Masada que lloró de emoción al contemplar la reaparición de la vegetación, y cortó una flor que se convirtió en una cierva. Sahuatoba lloró al recordar a la cierva que lo amamantara, y corto a su vez otra flor que se convirtió en venado.
Diariamente cortaba cada uno una flor dando origen a una pareja de animales de una especie.
Así surgieron los mamíferos, las aves, reptiles, peces, etc., etc., y el mundo se pobló.
Sahuatoba y Masada tuvieron siete hijos varones y siete mujeres, cuyas parejas dieron origen a siete razas, pues se diseminaron para ir a poblar distintas regiones.
La pareja fundadora expedicionaba frecuentemente por diversas comarcas visitando a sus descendientes, orientándolos con sus consejos en el aspecto social e inculcándoles una religión, el culto al sol, la luna, la estrella de la mañana, el rayo, el viento, la lluvia y a algunos animales como el águila y el venado.
De ciertos pasajes de esta tradición se infiere que Ouraba, hijo de Sahuatoba, guerrero esforzado e inteligente, fundó la tribu tepehuana que lo divinizó, como posteriormente divinizó a otros personajes que se distinguieron.
Pasados algunos siglos la patria de los Tepehuanes fue invadida por una poderosa muchedumbre (indudablemente la nación azteca) que obligó a los nativos a abandonar sus lares. Fueron los tepehuanes, como los coras y los huicholes a establecerse a una comarca ubicada entre los hoy Estados de Zacatecas y San Luis Potosí; pero habiéndose ausentado al poco tiempo los invasores y siendo árida e inclemente la comarca donde las tribus mencionadas se habían refugiado, regresaron a su antigua patria.
Los tepehuanes extendieron su poderío hasta San Andrés del Téul, de donde años después fueron desalojados por los zacatecos.
Pero diréis: ¿Qué fué de Sahuatoba y por qué vivió tanto tiempo?
El nombre de este personaje significa “el eterno adolescente” y en sentido religioso “El eterno deleite”. Según los tepehuanes, Sahuatoba vive todavía, en adolescencia perpetua y es visto por ellos frecuentemente en distintos parajes, entre una aureola radiante, dirigiendo subjetivamente los destinos de su raza. Muchos siglos después de que sus hijos se diseminaron y fundaron sus diversas nacionalidades, cuando sus sucesores tuvieron la convicción de que había muerto, se les apareció en un lugar llamado IxtlahuacánNopotlatalli, que quiere decir “llanos que están en medio de la tierra” y que en opinión del cronista Fray Antonio Tello, fue tal lugar el Valle de Súchil. Se les apareció en forma de niño por lo que le llamaron entonces Pitzintli o Tiopitzintli, de cuyo personaje hablaremos en otro lugar.
Cuenta la leyenda que mientras Sahuatoba permaneció en esta ocasión entre los indígenas, su esposa Masada, que se había quedado en el sitio donde vivieron, desapareció para siempre, pues que el Dios Rayo se enamoró de ella locamente, y no pudiendo hacerla su esposa por serlo de su hijo, encolerizado le envió una descarga lanzándola al espacio en donde se convirtió en la estrella de la tarde.
Cuando Sahuatoba regresó a su milenario hogar, no encontró a su mujer. La buscó en vano por todas partes; interrogó por ella a los montes, a las cascadas, al arroyuelo, a los árboles, a las flores, a los animales, con terrible desesperación; pero todos le contestaban solamente:
— Espera la caída de la tarde. Desde entonces, diariamente después que el sol se pone, el eterno adolescente, parado sobre el enorme risco que vió desarrollarse su vida, contempla a la estrella de la tarde, lleno de tristeza y de emoción, sintiendo, como un presentimiento, la creencia de que aquella estrella es su esposa, su Masada, a la que adoró y adora aún locamente.
Y la estrella de la tarde es también una diosa para estos indígenas, como lo es la estrella de la mañana. Esta última fue también venerada por los nahoas. Los toltecas le llamaban Tlahuizcalpanteutl y le erigieron una pirámide en Tula.

Manera de citar la fuente de consulta en tus trabajos:

Gámiz, Everardo (Segunda Edición, 1963). Leyendas Durangueñas. Consultado en mes, día, año en http://vicenteguerrero.iespana.es.