El cancer es curable

EL CÁNCER ES CURABLE

escribe GABRIELLE ANDRIVET

    Fue el viernes 27 de enero de 1956, cuando el doctor Gaston Foucrier, en el “Hótel des Societés Savantes”, en París, nos aseguró que “el cáncer es curable”.

    Transcurrieron ya dos años, y sin embargo la cura del cáncer sigue siendo dudosa, y la psicosis que ha derivado de la propaganda en torno de las supuestas investigaciones, en todas partes, emprendidas por sabios no antropósofos, no han contribuído más que con argumentos.

    Este problema del cáncer tiene siempre a la humanidad ansiosa, “en la encrucijada de los caminos”. En el Japón, desde el momento que el doctor Shigeyasu Amano, director del Instituto de Investigaciones de virus de la Universidad de Kyoto, pretende que el cáncer es causado por un virus, y en consecuencia contagioso, su colega el doctor Nahakara, director del Instituto Japonés del Cáncer, ha expresado ciertas dudas en cuanto a la aplicación de la teoría del doctor Amano.

    En Villejuif, en el Instituto del Cáncer Gustave Roussy, en donde Anne de la Vallette estuvo en representación del periódico “L’Alliance du Monde”, se habló mucho del cáncer de los fumadores. Los médicos que interrogó acerca del problema, se mostraron particularmente circunspectos, pero en este centro de enseñanza y propaganda, al mismo tiempo que científico y hospitalario, se ha echado mano a “todo” para destruir esta célula que se reproduce al infinito.

    “Todo”, comprendiendo también los rayos Beta de desintegración atómica funcionando sobre 4 ó 500.000 voltios, precisa Anne de la Vallette en sus apuntes, aunque M. Parandel, biólogo de Crétiel, recientemente señaló las declaraciones de los profesores Faure, miembro del Instituto, y de Beclére: “El radio agrava el cáncer (Faure); “Radium y rayos X provocaron numerosas muertes entre los cancerosos”  (Beclére).

    M. Parandel, conversándonos sobre el film documental que se propone presentar en el Festival del film médico-quirúrgico de Cannes en junio próximo indica que este film no mostrará operaciones de cáncer, se basará solamente en las opiniones de profesores de cirugía, Hartman y Walsh, entre otras: “La operación de un cáncer es arriegada” (Hartman); “Un canceroso operado no es de manera alguna. Un noventa y cinco por ciento de los cancerosos operados reinciden más gravemente a menos que el enfermo siga el régimen anticanceroso eficaz, porque éste elimina los elementos que provocan y mantienen el cáncer”.

    Si retomamos la exposición de la doctrina antroposófica, nos vemos conducidos a constatar que “todo” no ha podido ser todavía emprendido en el Instituto del Cáncer Gustave Roussy, ni en el Instituto de Investigaciones sobre virus de la Universidad de Kyoto, ni en el Instituto Japonés del Cáncer, y que el biólogo Parandel, especialista en el equilibrio por la nutrición, abandona también las otras causas del cáncer sobre las que había ocupado nuestra atención hace dos años el doctor Gaston Foucrier en la Universidad Superior Libre de Ciencias Espirituales.

    El cáncer es una proliferación desordenada y anárquica de las células del organismo que se desmoronan en un punto absolutamente cualquiera. Durante décadas, todos los sabios del mundo, todos los médicos han tratado de resolver este problema del cáncer atacando la célula. Puesto que se trata de una proliferación celular, se ha dicho muy naturalmente: “Investiguemos porqué la célula se pone bruscamente a proliferar, sale del ritmo normal y termina en este tumor canceroso”.

    Se ha dicho, las investigaciones microscópicas, evidentemente, no dan más que imágenes muy fragmentarias de la verdad. Cuanto más nos sumergimos en lo infinitamente pequeño, tanto más se pierde de vista el conjunto de la cuestión.

    Estos trabajos que se han llevado a cabo en todo el mundo por sabios eminentes, son trabajos que tienen una gran importancia, no es cuestión de disminuirlos. Se han clasificado a los cánceres tanto como ha sido posible hacerlo, pero todo el mundo sabe cuánto se ha obtenido, y que el progreso en materia terapéutica cancerosa no ha ido muy lejos, aunque la medicina antroposófica cura el cáncer desde hace más de treinta y cinco años.

    Los sabios antroposóficos, en vez de sumergirse en lo infinitamente pequeño, en lugar de buscar microscopios siempre más poderosos para procurar hallar el secreto de la célula cancerosa, los médicos antroposóficos, siguiendo la huella del fundador de la Antroposofía, Rudolf Steiner, han tomado desde atrás la cosa para verla mejor, y en lugar de considerar únicamente la célula, consideraron verdaderamente al individuo en su integridad. En suma, si para la medicina corriente la aparición de una célula cancerosa es el primer punto de una enfermedad cuya evolución es fatal, para los médicos antropósofos, la aparición de esta primera célula cancerosa es, al contrario, la fase terminal de un largo proceso.

    Para la ciencia, para la medicina, el cuerpo físico es único. No hay otra cosa que el cuerpo físico. Para la medicina antroposófica, el cuerpo físico no es otra cosa que el cuarto del organismo entero. Este cuerpo físico se encuentra englobado en otros tres cuerpos que son suprasensibles. Estos tres cuerpos son: el cuerpo etérico, el cuerpo astral y el “Yo”.

    El cuerpo etérico es el cuerpo de vida. El cuerpo físico no es nada sin el cuerpo etérico. La muerte no es más que la separación del cuerpo etérico del cuerpo físico. Este cuerpo etérico, que es desde luego el cuerpo de vida, es común igualmente en el animal y en la planta; lo posee el hombre como el animal y la planta. Todo lo que vive posee un cuerpo etérico.

    El cuerpo astral es el cuerpo de las sensaciones, el cuerpo de los sentimientos. Le da la sensibilidad al cuerpo de vida, cuerpo etérico. Nuestros dolores, nuestros goces, nuestras penas, residen en el cuerpo astral, nada absolutamente en el cerebro o los nervios.

    El “Yo”, cuarto cuerpo y tercer elemento supra-sensible, le da al hombre su individualidad, su personalidad. Es el elemento inmortal de la entidad humana.

    El cuerpo físico pasa. El cuerpo etérico se reabsorbe en el mundo etérico. El cuerpo astral se reabsorbe él mismo en el mundo astral. Pero el “Yo” queda eterno. Es el “Yo” que está allí de encarnación en encarnación, por el cual nosotros vivimos, por el cual hay una evolución.

    Entonces, si admitimos que existen estos tres cuerpos supra-sensibles, es decir que el cuerpo humano se encuentra constituído de cuatro elementos en vez de uno solo, parece muy evidente que el que no considerara más que el cuarto de una cosa no podrá conocer la cosa entera.

    Para explicar la existencia de estos cuatro cuerpos, es preciso tener en cuenta la evolución del universo entero. Es ir a buscar las cosas bien lejos, pero no habrá que olvidar que es partiendo de estas teorías, al parecer curiosas, que la medicina antroposófica ha encontrado, entre otras cosas, una terapéutica eficaz contra el cáncer.

    Si nosotros tenemos cuatro cuerpos en nosotros, de los cuales tres son supra-sensibles, lleva al hecho de que la Tierra –que nos parece muy sólida– no ha tenido siempre el paso que tiene en nuestros días. La Tierra, incluso, está en su cuarta metamorfosis.

    Al comienzo de la evolución, la Tierra estaba constituída únicamente de calor. La Física no reconoce el calor como materia. Dice que el calor es un estado de la materia, un estado de lo sólido, un estado de lo líquido, un estado de lo gaseoso. Pero la antroposofía enseña que el calor es una materia y la primera encarnación de nuestra Tierra –que se llamaba “el antiguo Saturno”– estaba compuesta únicamente de calor. Este “antiguo Saturno” no era simple, así porque así; era también complicado como nuestra Tierra actual. Sobre este “antiguo Saturno”, no se encontraba más que el germen del cuerpo físico; no había cuerpo etérico, ninguna otra cosa. Este germen del cuerpo físico, bien dispuesto, no tenía absolutamente nada de fácilmente imaginable. No había allí muros; no había allí árboles; no había allí más que Calor. Esta evolución saturniana, extremadamente larga, se ha terminado por una especie de desvanecimiento del planeta en el Cosmos de regreso al estado diferenciado.

    Esta primera encarnación ha sido seguida de una metamorfosis, llamada “el antiguo Sol”, en el curso de la cual al elemento Calor ha venido a añadirse el elemento Aire.

    En el “germen del cuerpo físico” ha venido a sumarse el germen del cuerpo etérico. Esta evolución ha sido, ella misma, extremadamente larga, entremadamente complicada. Todas las entidades espirituales cooperan entonces en la formación de este “antiguo Sol”, que no tiene nada que ver con el Sol habitual.

    Después tuvo lugar una nueva noche sísmica ante la tercera metamorfosis del planeta, que se ha llamado “la antigua Luna”, donde la condensación hizo un progreso más. Al calor del comienzo y al aire se añadió el Agua, tercer elemento. Y se completa el cuerpo físico. Al “germen del cuerpo físico” del “antiguo Saturno”, al cual se había agregado el “germen del cuerpo etérico” del “antiguo Sol”, ha venido a añadirse el germen del cuerpo astral, y el hombre, sobre este planeta llamado la “antigua Luna”, existía ya, mas bajo una forma muy especial: Calor-Aire-Agua: cuerpo físico, estado de germen, cuerpo etérico y cuerpo astral.

    Esta “antigua Luna” desapareció un día a su turno. Fue éste el fin de la Tierra, si se le puede decir a la que fue Luna. Después una nueva noche cósmica, esta fue la cuarta metamorfosis de la Tierra y entonces, esta vez, es la Tierra propiamente dicha, nuestra “Tierra”.

    Sobre esta Tierra, el hombre no va a venir a ser completo. Añadirá a los otros cuerpos, ya recibidos anticipadamente, el “Yo”. Y allí va a encontrarse en fin sobre la Tierra en posesión de su cuerpo físico, de su cuerpo etérico, de su cuerpo astral y de su “Yo”, cada una de estas intervenciones terrestres cuentan con una duración igual.

    Al comienzo del período terrestre, hubo recapitulación de las etapas pasadas, produciéndose todo como sobre el “antiguo Saturno”. No había más que Calor con el germen del cuerpo físico, pero la evolución se ha realizado muy rápida, todos los otros elementos, ya recibidos precedentemente, añadiéronse los unos a los otros. Y después, de condensaciones en condensaciones, la Tierra, un buen día, revistió el aspecto sólido que tiene actualmente.

    La primera fase terrestre, “antiguo Saturno”, “antiguo Sol”, “antigua Luna”, se divide en períodos:

– Período Polar, primer Período;
– Período Hiperboreano, del Aire con agregación del Calor del Período Polar;
– Período Lemuriano, donde el Agua se añade a los dos elementos precedentes.

    Este Período Lemuriano corresponde casi a la concepción científica de Kant-Laplace, y de esta famosa nebulosa original, la ciencia, que hace remontar solamente el mundo a esta nebulosa original, no tiene en cuenta otras tres metamorfosis precedentes de la Tierra.

    Después del Período Lemuriano, vino el Período Atlantiano, del que mucho se habló en literatura, el que ha entonces existido, en donde el hombre comienza a tener casi el paso que tiene en nuestros días, pero mucho menos adaptable. Este Período Atlantiano desaparece con el famoso diluvio. Y, a continuación, la Tierra pasa al Período Post-Atlantiano, en el cual se puede de nuevo contar cinco épocas de civilizaciones:

– Época proto-hindú, anterior a la fase hindú-histórica;
– Época proto-persiana, después egipto-caldeana, greco latina y actualmente, la nuestra.

    El cuerpo no es entonces tan simple como lo es el aire; los organismos supra-sensibles, que nosotros poseemos, vienen de esta larga evolución de nuestro planeta.

    De esta manera, considerando todos estos hechos, la medicina antroposófica ha podido obtener los resultados ya indicados.

    Si se presta atención al cáncer propiamente dicho, es más fácil afirmar que el cáncer es una alteración que se sitúa entre el cuerpo etérico y el cuerpo físico.

    Cuando los sabios de laboratorio estudian la célula cancerosa al microscopio, tienen ellos en su campo de visión un organismo muerto; tienen un cuerpo físico que va a descomponerse muy pronto. A esta célula le falta el cuerpo etérico que es el que da vida a esta célula. Y ya nosotros vemos que el estudio de la muerte no dará la precisión sobre la vida, la enfermedad se sitúa en el cuadro de la vida.

    La ciencia nunca ha querido tomar en cuenta hasta entonces lo cualitativo; nunca tuvo en cuenta nada más que lo que se podía medir o pesar. Luego, si se reflexiona –estas son nociones científicas clásicas– que las células se renuevan, que cada siete años nuestro cuerpo es totalmente renovado, podrá verse que la materia en el cuerpo es lo que tiene menos importancia. Pero la forma permanece.

    Lo que los antropósofos llaman “la forma” es dada por el cuerpo etérico, el cuerpo de vida o el campo de las Fuerzas Formadoras. Cuando por una razón u otra se produce una alteración en la acción de esas Fuerzas, las células, que no son más tenues en el abandono por esas Fuerzas, se ponen a proliferar súbitamente y ya tenemos el cáncer.

    Hay grandes causas en la acción de una enfermedad cancerosa; la primera causa es interior y se remonta muy lejos, la segunda se la encuentra en las causas exteriores, las causas que nos rodean, y está allí toda la inmensa historia de la técnica.

    Se ha dicho que nosotros vamos de encarnación en encarnación. Una de las razones de estas encarnaciones, si no la esencial, es la de tender hacia una perfección siempre mayor. Luego nada se pierde. Una falta cometida en una vida precedente se paga en la vida siguiente. Y las faltas que se imprimieron por ejemplo en el cuerpo astral –puesto que el cuerpo astral es el cuerpo de las sensaciones– se propagarán, por intermedio de este cuerpo astral al cuerpo etérico y acusarán en una encarnación siguiente una debilidad del cuerpo etérico que permitirá el cáncer. He allí la primera causa interior.

    Para las causas exteriores, si sabemos que todas las metamorfosis han tenido por objeto poner en torno al hombre cosas que eran útiles para su vida, las plantas, los animales, etc., constatamos que el hombre ha creado otro reino –reino artificial– el reino de la técnica. Y esta técnica invadió todo: la farmacia, la alimentación, sin hablar mucho de otras cosas. Luego, todas estas cosas creadas por la técnica son artificiales. Y si éstas son artificiales, no son asimilables para el organismo humano. Por ejemplo, los colorantes. Los colorantes de la alimentación, esos colorantes sintéticos, no son absolutamente normales. Es anormal cuando absorbemos con nuestra alimentación colorantes como, por ejemplo, el colorante de la manteca. ¿Por qué se colora la manteca?. Esos colorantes son cancerígenos. Y así en toda la industria de la conserva. Y así también todas las impresiones que nos llegan del exterior son anormales: el ruido, el ruido exagerado, el cine, la televisión, entre otras. Tanto una representación teatral puede ser saludable para el organismo, tanto una representación artificial como un film puede ser maligno para el organismo. Y después, hay causas psíquicas. Por ejemplo, la mala educación del niño. Por mala educación no se entiende solamente las faltas cometidas por los padres en este campo, sino toda la educación en general.

    Para volver a ese famoso cuerpo etérico, que es entonces el cuerpo de vida, el cuerpo que nos hace crecer, el arquitecto del cuerpo físico, es una parte de este cuerpo etérico que se transforma en consecuencia en facultad de pensar. Si a un niño se le hace aprender a leer demasiado ligero, se le daña el cuerpo etérico y tendrá que soportar más tarde las consecuencias.

    Estas Fuerzas etéricas, en el niño que ha hecho su crecimiento normal, son liberadas en Fuerzas de pensamiento, y en posibilidades por ejemplo artísticas.

    Si a un niño por una razón u otra, no se le permite desenvolver una actividad artística que le habría producido placer, este cuerpo etérico, que le hubiera servido para una manifestación, supongamos musical, es como atacado en el interior del cuerpo y es igualmente una causa de acción del cáncer. Estas fuerzas etéricas, que no sirven más en la edificación del cuerpo, que no encontraron una utilización igualmente normal en una actividad artística, tornan en círculo –y así puede decirse– en un rincón del organismo y un buen día salen, y como el etérico tiene por misión el hacer la vida, edificar células, de manera ciega, el cáncer nace allí en ese momento. Si esta alteración se produce al nivel del hígado, son las células hepáticas que proliferarán sin cesar y se asiste a la eclosión de un cáncer de hígado.

    El fundador de la antroposofía ha dicho un día a algún investigador de los comienzos: “añadid una gota de sangre en una solución, por ejemplo de cloruro de cobre, haced cristalizar esta solución, y lo etérico de la sangre se imprimirá en la cristalización”. Es oportuno decir que lo etérico reside en lo general en los líquidos, el astral en el aire y el “Yo” en el calor. Entonces, si los sabios antropósofos toman una solución de cloruro de cobre y le añaden unas gotas de sangre del enfermo, si en seguida, hacen cristalizar este cloruro de cobre lentamente, cuidando que no haya sacudidas, dentro de las condiciones de calor y de higrometría, las Fuerzas etéricas de la sangre darán su impresión en la solución, puesto que lo etérico está en él, dentro del líquido. La cristalización se hace, y de golpe ella está hecha. Y, en aquél momento, los cristales del cloruro de cobre se arreglan dando una imagen absolutamente completa de todas las alteraciones que existen en el organismo. Así es posible encontrar todos los órganos enfermos sin poder hacer diagnósticos diferenciales, pero el cáncer está descubierto y sobre todo la tendencia del cáncer. Y este examen de laboratorio es conocido en la Suiza alemana desde hace más de treinta años. He aquí entonces un primer aporte de la medicina antroposófica que no es el menor. El rastreo posible y precoz del cáncer, y de manera absoluta.

    Descubierto el cáncer de manera precisa, es igualmente a los sabios antropósofos, enteramente posible curarlo porque el fundador de este Movimiento les ha dado los medios de hacerlo.

    El remedio del cáncer es el muérdago. Pero la cosa no es sencilla. No basta coger algunas ramas de muérdago y comerlas para prevenirse contra el cáncer. La manipulación del muérdago que terminó en un remedio muy conocido demanda muchas precauciones. La recolección del muérdago se hace de cierta manera y cuando se ha obtenido el líquido a partir de las bayas, de las hojas y de los troncos del muérdago, es necesario trabajar de una manera muy especial.

    Recordemos al respecto que Rudolf Steiner, el fundador de la Antroposofía, había dado, cuando explicó que el muérdago curaría el cáncer, los detalles siguientes:

    “Vosotros debéis trabajar este líquido de cierta manera, debéis ponerlo en una máquina que girará a un cierto número de vueltas por minuto”. Había dado las dimensiones de la máquina y ese detalle técnico del número de vueltas. Y bien, en la época, la cosa había sido absolutamente irrealizable. Los más grandes ingenieros del momento fueron puestos al corriente de los datos del problema y declararon al mismo insoluble. Si hubiera sido construída una máquina de esa manera habría explotado. Los partidarios de Steiner estaban enloquecidos y los adversarios gozaban de contento. Luego el problema era insoluble simplemente porque la industria siderúrgica no estaba todavía en condiciones de fabricar aceros suficientemente sólidos. Algunos años más tarde, la máquina era realizable y la misma gira actualmente desde hace más de treinta años…