recuerdo del futuro

RECUERDOS DEL FUTURO

escribe BEATRIZ ONTANEDA PORTAL

ontporma@ec-red.com

    Se sorprendería de saber, estimado lector, la cantidad de descubrimientos científicos modernos que ya eran conocidos en la antigüedad, pero que por alguna desconocida razón, fueron olvidados para más tarde volver a ser redescubiertos. Demos un breve vistazo a algunos de estos hallazgos.

    Comencemos por los calendarios. Rose Marie Paz, presidenta del IPRI (Instituto Peruano de Relaciones Interplanetarias) señala que los antiguos peruanos poseían un sistema que dividía el tiempo en eras de 500 años llamadas Pachacutis, que significa en runa simi: cuando la tierra se da vuelta. La cuestión es que da la casualidad de que según los estudios de Remy Bruck (1818-1870), justamente cada 500 años se desplazan los meridianos magnéticos de la Tierra produciendo cambios sociales y políticos radicales, susceptibles de ser anticipados. ¿Cómo supieron los andinos de la existencia de estos ciclos, sin poseer instrumentos adecuados?

    Asimismo, los mayas elaboraron un calendario prácticamente perfecto. No sólo porque calcularon el año con 365 días, sino también porque pudieron predecir con exactitud los eclipses de sol y de luna de hasta nuestros días, entre otras cosas más. ¿Cómo lo hicieron?

    La luna siempre ha suscitado fantasías a lo largo de la Historia, nadie lo niega, pero cuando estas fantasías calzan estrictamente con la realidad, entonces escarapela el cuerpo a más de una mente rígida. Este es el caso del texto hindú Surya Siddahanta que contiene datos precisos como el perímetro terrestre y la distancia que nos separa de la luna. Además dice que nuestro satélite es un lugar sin luz propia, como igual advirtieran en el 2300 a.c. Chang Ngo y su marido el ingeniero Hou Yin, al referir que el sol es quien ilumina en verdad a la luna, pero que “este misterio de los dioses no debe ser impartido de modo indiscriminado”.

    En el libro Somnia del astrónomo alemán Kepler (1571-1630), se relata con lujo de detalles un viaje a la luna. ¿Ciencia ficción en el siglo XVII? Al respecto, el ex -investigador de la NASA, Otto Binder señala que es muy raro que dé gran cantidad de detalles científicos precisos como el impacto de la aceleración, la falta de peso del cuerpo en el espacio, la caída libre en órbita y la descripción de la vestimenta espacial necesaria. Igualmente, Cyrano de Bergerac (1619-1655) en su Histoire comique ou voyage dans luna narra un supuesto viaje lunar con unos detalles técnicos que también sorprenden.

    La luna negra es otro gran misterio actual. Los caldeos, que colocaron las bases de la astronomía-astrología de nuestra época, incluyen en sus cartas astrales a Lilith, la luna negra. Hasta hace poco se pensó que era un punto ficticio en el sistema solar, pero en 1997 fue descubierto un cuerpo oscuro que había sido asteroide pero que fue capturado por el magnetismo de la Tierra hace 100 mil años y de allí se convirtió en nuestra segunda luna. Mide 5 km y tiene órbita de herradura. Tal hallazgo se debe al equipo de Paul Wiegert del Departamento de Física y Astronomía de la Universidad de York, Canadá. ¿Cómo supieron los caldeos que poseíamos un segundo satélite, si recién ahora con la tecnología de punta se ha podido recién fotografiar a… Lilith?

    Los satélites de Marte son otro gran enigma. Oficialmente fueron descubiertos en 1877 por Asaph Hall. Sin embargo, ¿cómo es posible que un siglo antes el novelista irlandés Jonathan Swift (1667-1745) hablara de ellos en su libro Viajes de Gulliver, cuando es impensable verlos sin instrumentos ópticos adecuados?. Aquí el párrafo: “ciertos astrólogos… han descubierto dos…satélites que giran alrededor de Marte, siendo así que el más interior aparece distante del centro del planeta primario exactamente tres de sus diámetros, y el más exterior, cinco; el primero gira en el curso de diez horas y el último en el de veintiuna y media… lo que evidentemente demuestra que están gobernados por la misma ley de gravitación, que influye sobre los otros cuerpos celestes”. El escritor francés Voltaire (1694-1778) también menciona los dos satélites marcianos: cuando sus personajes en su libro Micromegas, salen de Júpiter y flanquean Marte que “según se sabe es cinco veces menor que nuestro diminuto planeta y vieron dos lunas que sirven a este planeta y que han escapado a las miradas de nuestros astrónomos. Me consta que el padre Castel escribiera de modo harto jocoso contra la existencia de estas dos lunas, pero yo me atengo a quienes razonan por analogía. Aquellos filósofos saben cuán difícil sería que Marte se contentara con menos de dos lunas”. ¿De dónde obtendrían tal información Swift y Voltaire? ¿De una tradición mantenida quizá en secreto? Recordemos que ya desde Grecia se hablaba de los satélites marcianos, conocimiento camuflado en el mito del carro de Marte que tira de dos caballos llamados Fobos (miedo) y Deimos (pánico). Al ser redescubiertos estos satélites se les puso los mismos nombres.

    En la antigüedad ya se sabía que la Tierra era redonda, muchísimo antes que Colón. En el Surya Siddhanta se dice que nuestro mundo: “en todos sitios de la esfera, los hombres creen que su lugar es arriba. Pero dado que se trata de una esfera en el vacío, ¿cómo puede haber un abajo y un arriba?

    También los mayas conocían la redondez de la Tierra. En el Popol-Vuh, sus crónicas, se dice: “la primera raza, capaz de todo conocimiento… que examinó los cuatro rincones del horizonte, los cuatro puntos del firmamento y los círculos redondos de la Tierra”.

    De igual forma, los griegos Tales de Mileto (640-548 a.c.) y Anaximandro de Samos (610-547) demostraron matemáticamente la redondez de la Tierra. Asimismo, lo que el astrónomo inglés Bailly descubrió recién en 1781, Plutarco ya lo decía en el III a.c.: “la Tierra gira en una circunsferencia oblicua (¿esa no es la eclíptica acaso?), en tanto que, al mismo tiempo, lo hace alrededor de su propio eje (¿el movimiento de rotación?)”. Los griegos recepcionaron el conocimiento antiguo de una forma maravillosa. Sería muy largo enumerar en este artículo todo lo que sabían, antes que las mentes brillantes de este tiempo. Así, Platón en su obra Timeo cita a un sabio egipcio que éste conocía de la existencia de unas piedras que caían del cielo. Irónicamente en el siglo XVIII, la Academia de Ciencias Francesa sentenció que era imposible que del cielo caigan piedras. Evidentemente, aún no conocían “oficialmente” a los meteoritos. En esa misma línea, los dogones, una tribu africana, conocían a la estrella Sirio, de la constelación del Can Mayor, que en realidad estaba constituida por tres estrellas juntas, cosa que recién se ha sabido en este siglo. Para mayor referencia léase el libro: El Zorro Pálido de los antropólogos franceses Graule y Dieterlen.

    Los egipcios, de otro lado, en los jeroglíficos de la pirámide de Sakara muestran a un profesor enseñando a sus alumnos que la Tierra era redonda. 20 siglos después, sin embargo, la ciencia había olvidado estos logros y afirmaba que la Tierra era plana. ¿Qué pasó? La investigadora Rose Marie Paz sostiene la teoría de que todo este conocimiento fue olvidado por la humanidad debido a la quema sistemática de las grandes bibliotecas del pasado. Citemos sólo algunas: la devastación de la Biblioteca de Alejandría que según se cuenta, albergaba libros de antes del diluvio universal. Como los mapas de Piri Reis. Dicha biblioteca fue quemada en parte por Julio César y posteriormente en el 390 d.c. fue vuelta a quemar por Omar, tercer califa del Islam, el cual utilizó millones de libros y papiros para calentar los baños públicos de Alejandría durante 6 meses.

    Otra delicia histórica: en el siglo III a.c. el emperador Shih Huang Ti, de la dinastía Chi, comenzó a incinerar todo libro histórico, científico y filosófico, y encima a los sabios los mandó construir la muralla china. Sólo hizo unas pocas excepciones con libros de medicina, agricultura y nigromancia. En el siglo XVI, el obispo de Yucatán, Diego de Landa, mandó quemar las antiguas crónicas mayas halladas en México y escritas en corteza de árbol.

    Otra perla: la Biblioteca de Persépolis fue destruida por Alejandro Magno. También la Biblioteca de Cártago fue arrasada por los romanos en el 464 a.c.  Asimismo, la Biblioteca romana y la de Constantinopla fueron aniquiladas por los bárbaros. Y la lista continúa. Es que los conquistadores buscan destruir la biblioteca de un pueblo para destruir la identidad de las generaciones que vienen y sojuzgarlas. Borrón y cuenta nueva. Por eso es que siempre se ensañan con las bibliotecas. Paz sostiene que es muy posible que la extirpación de idolatrías haya realizado lo mismo con la escritura de los incas, pues es muy sospechoso que se diga que el Imperio del Tahuantinsuyo no haya tenido escritura. Los quipus, los quilcas (escritura) y los tocapus, junto con los pallares serían sólo piezas disgregadas de un rompecabezas que se destruyó ex profeso para no interpretar el conjunto. Así, “se sabe por algunas crónicas que los incas llegaron a escribir sobre madera y oro. Lo primero fue destruido y lo segundo fundido para calmar su codicia”, manifiesta Paz.

    Perder la memoria nos condena a descubrir lo ya descubierto. Las paraciencias buscan rescatar esos conocimientos extraviados. Tildarlas de pseudociencias es un prejuicio. Mejor en vez de negarlas a rajatabla, ¿por qué no dejamos una puertita a la duda?