Los niños occiosos (cuento quechua)

Tomado del libro Hijos de la Primavera: vida y palabras de los indios de América; F.C.E., México 1994 pág.186
Coordinador: Federico Navarrete Linares.
Adaptación: Gabriela Rábago.
Ilustrador: Felipe Dávalos.
Sucedió una vez, hace años y años. Una viuda tenía tres hijos y cuando llegó el tiempo en que había que barbechar la chacra les ordenó:

    Vayan a disponer la tierra y les dio alimento para cuando tuvieran hambre.

    Los ni˜os llegaron a la chacra, pero en lugar de trabajar pasaron el día jugando.

    Cuando regresaron a su casa, mintieron a su madre:

    -Hemos terminado el trabajo.

    Pasados algunos días, la viuda les dijo:

    De seguro el barbecho está lleno de terrones. Así que también hay que hacer ese trabajo: vayan a desterronar.

    Los ni˜os fueron a la chacra, pero en vez de romper los terrones, de nuevo pasaron el día jugando. Sólo detuvieron su diversión para comer lo que su madre les había preparado. Al atardecer regresaron a su casa.

    -Toda la chacra está desterronada -volvieron a mentir a su madre.

    Al llegar la época de la siembra, la viuda dijo:

    -Ahora vayan a sembrar la papa

    y les dio las papas que debían plantar y su fiambre para almorzar. En la chacra, los muchachos no sólo se pusieron a jugar como era su costumbre, sino que asaron parte de las papas que debían sembrar e hicieron watía. El res to de las papas las aventaron como piedras con su honda.

    -Todas las papas han quedado sembradas -le volvieron a mentir a su madre, mientras cenaban.

    Pasó el tiempo; la viuda imaginaba que la papa ya estaría crecida. “Las plantas deben estar necesitando que se les ponga m s tierra”, pensó. “También habría que desyerbar”. Y envió a sus hijos a la chacra con esos encargos; pero ellos, en lugar de aporcar y desyerbar, pasaron el día mir ando otras chacras. Por supuesto, comieron y jugaron. Al atardecer, estos ni˜os ociosos entraron en una chacra ajena y robaron algunas papas.

    -Te las hemos traído para que veas lo bien que está nuestra chacra -dijeron a su madre al mostrarle las papas robadas.

    La mujer estaba contenta, besó las papas y sirvió la cena a sus hijos. Unas semanas después, les dijo:

    -Ya casi no tenemos qué comer. Quisiera ir yo misma a sacar un poco de papa nueva, pero no sabría cómo distinguir nuestra chacra.

    -Es fácil, mamá -le dijeron-. Es la mejor de todas.

    Enga˜ada de esa manera, la mujer llegó a los sembradíos, miró las chacras y escogía la mejor. Y se puso a escarbar… Había ya cosechado un montón de papas cuando apareció un hombre y empez&oac ute; a darle empellones.

    -¿Con qué derecho escarbas en mi chacra? -decía el hombre.

    -Estás equivocado: ésta es la chacra que han sembrado mis hijos -respondió la viuda.

    -Así que tú eres la madre de esos muchachos ociosos y ladrones -dijo el hombre-. Entérate de que tus hijos no han sembrado ni una papa. Cada vez que han venido aquí, no han hecho más que jugar y jugar.

    La mujer regresó llorando a su casa. Estaba desesperada. Al ver a sus hijos los comenzó a castigar. Golpes iban, golpes venían. Les dio golpes tan fuertes que al hijo mayor le rompió una pierna, al mediano le hirió ; un ojo y al menor le arrancó los cabellos. Pero después, como sucede con todas las madres les tuvo compasión. Quiso darles algo de comer, sólo que ya no le quedaban papas, y les tuvo que dar de comer pedazos de su propia carn e.

    Pero a los hijos no se les pasó el rencor y no se quedaron con ella. Se fueron de la casa y se convirtieron en elementos da˜inos.

    -Yo seré la granizada -dijo el mayor.

    -Yo voy a ser la helada -dijo el mediano.

    -Yo seré el viento -dijo el menor.

    Y así ocurrió: iniciaron sus maldades sobre las chacras. Cayó una granizada desde el mediodía hasta la medianoche. Desde la medianoche hasta el amanecer cayó una helada terrible. Y pasado el amanecer, llegó el viento y sopló y sopló hasta que arrancó todo. Así en las chacras no quedó ni una sola papa y todo el pueblo pasó un hambre terrible.

    Los quechuas saben que se fue el origen de los enemigos de los sembradíos. Por eso dicen que la granizada es el hijo cojo que pisotea la tierra sin respetar nada; la helada es el hijo tuerto que cae donde sea, sin ver bien, hasta en lugares donde no hay sembradíos; el viento es el hijo menor, que sopla dondequiera sin temor a que se le enreden los cabellos, pues su madre se los arrancó.