LA PARAPSICOLOGÍA ANTE LA PSICOSIS SENIL

LA PARAPSICOLOGÍA ANTE LA PSICOSIS SENIL
escribe JOSÉ H. GRASSO

(publicado en “LA CONCIENCIA – revista espiritista”; Nº 163, setiembre-octubre de 1958)

    Debemos reconocer que ante los trastornos del anciano, la llamada psicosis senil ocupa el más elevado porcentaje; no obstante, en Clínica Psiquiátrica, según afirmaba Kraepelin, ella constituye el campo más oscuro. Generalmente esas alteraciones psíquicas comienzan a manifestarse marcadamente después de los cincuenta años y caracteriza a los individuos afectados por un estado melancólico delirante con intervalos esporádicos de accesos hipomaníacos.

    Dentro de la psicosis del anciano, impropiamente llamada por algunos geriatras “de involución” (como si la involución fisiológica coexistente fuera el sine qua non de aquélla), debemos involucrar ciertos delirios con atrofia e hipertrofia del yo, alteraciones de la memoria anterógrada y a la misma demencia senil (no confundir con la demencia orgánica, asociada ésta a lesiones de los vasos cerebrales: “hialinosis de Scholz”).

    Para indagar en la patogenia de este trastorno psiquiátrico, debemos analizar los tres siguientes factores etiológicos; según la opinión de destacados especialistas:

1) La psicosis senil es consecuencia o signo acompañante de procesos somáticos de involución.

2) Es ella una reacción psíquica general ante trastornos psicofísicos ocasionados por la misma involución, y

3) Es una reacción psicógena y psicológicamente justificada en el anciano, ante la vida social y particular.

    Entre los sostenedores del primer factor citaremos a E. Blueuler que veía en la involución senil del cerebro la etiopatogenia de la decadencia psíquica, pero la práctica nos ha demostrado que la causa de la psicosis senil se evade de la primera hipótesis. Citaremos, entre miles, estudiados por eminentes investigadores, el caso referido por Metchnikoff. Se trata de una mujer de 106 años: la señora Robineau; grave era su decrepitud, todos sus dientes habían caído, salvo uno, la piel seca y transparente dejaba entrever las venas, los tendones y hasta los huesos. ciega de un ojo, el sentido del olfato y el gusto, atrofiados; la sordera era total para los sonidos agudos y ligera para los graves. Su andar era penoso, la centenaria no podía hacer más que unos pocos pasos consecutivos. En compensación, el espíritu y la afectividad se conservaban inalterables.

    Presentamos también el caso del señor Lincoln, nonagenario, examinado por Benedict y Root. El hecho de presentar un ojo velado por una catarata; anemia y leucopenia, hemoglobina (70 %), espesamiento de las arteriolas de la retina y con la función renal considerablemente alterada, no le impedía poseer una inteligencia lúcida.

    Agreguemos los casos referidos por el doctor Gustave Geley (en su obra “Del Inconsciente al Conciente”): personas sorprendidas por la muerte en pleno goce de sus facultades mentales, en quienes la autopsia reveló la presencia de cerebros completamente atrofiados, reducidos a una papilla de pus.

    En el análisis del segundo factor, en que los signos de involución psíquicos se presentan como consecuencia de vicisitudes emotivas o acompañantes de mutaciones corporales, Walthard, Wiesel y Mathes lo refieren in extenso al climaterio femenino, no mencionando qué peso ejerce aquél en el individuo endropáusico.

    No cabe duda que en la menopausia de la mujer hay síntomas de reacción psíquica ante la involución fisiológica del ovario. Observamos entonces, ciertas apariciones paranoicas y psicosis depresivas, siendo el objeto de ellas, por lo general, el marido o los hijos, menoscabando la fidelidad del primero y la buena conducta de los segundos respectivamente.

    Los tratamientos hormonoterápicos y psicoterápicos consuetudinarios nos ofrecen sólo un escaso número que responde positivamente. Luego, digamos que la andropausia (masculina) se produce más lenta y solapadamente que la desaparición de los ciclos en la mujer, esto en lo que respecta a la reacción motivada por la involución física; en cuanto a las paranoias del anciano el medio familiar no es el que más gravita como factor predisponente de esas alteraciones psíquicas.

    Por último, nos resta tratar el tercer factor, que quiere explicar los signos psíquicos del anciano como reacciones determinadas por las experiencias vividas.

    Se encuentra aquél con su profesión llegada a un máximo, ha ofrecido a las necesidades familiares el summun de su trabajo, las exigencias de sus hijos son mayores, comprende que no ha alcanzado lo que anhelaba desde joven. Entonces la sed de honores lo impulsa a cambiar de profesión o iniciarse en otras actividades.

    Estas manifestaciones comienzan a aparecer hacia los 50 años, instante en que la conciencia egocéntrica se destaca con precocidad. Mas, en las postrimerías de los 60 años ese egocentrismo desaparece ocupando su lugar una conciencia altruística y religiosa, como así lo afirmaba Gesse.

    La mujer se encuentra en la cincuentena aislada del contacto de sus hijos, que ya no necesitan esa atención maternal como sucedía en la infancia, observa al hijo menor y no puede comprender que sea el último.

    Podríamos enumerar muchas otras circunstancias presentes en la vida del anciano y que obrarían como estímulos que harían reaccionar su psiquismo. Para refutar el terfcer factor digamos que a diario observamos casos de longevos que, no obstante haber pasado choques emocionales intensos, que han vivido circunstancias más depresivas que las citadas; los estados de angustia, depresión psíquica, nerviosismo, amnesia, etc., no se presentan.

    Un último interrogante de la psiquiatría, el más nefasto, lo ofrece la ya citada demencia senil, en que el anciano se vuelve pueril, pierde su pudor, su memoria para los recuerdos recientes (amnesia parcial), profiere gritos en todo momento, desea contraer enlace con personas de mucha menor edad, comete atentados sexuales y cae en gatismo. Pensar que al lado de estas graves expresiones de las psicopatología de la vejez podemos colocar como antítesis, a grandes personalidades que en una edad muy avanzada produjeron obras intelectuales imperecederas: Miguel Ángel, escribiendo sonetos a los 79 años; Goethe, concluyendo el “Fausto” a los 82; Stradivarius y Amati, fabricando violines en plena vejez, tenían 93 y 98 años respectivamente al morir; Galileo, realizando importantes descubrimientos después de los 70 años, Tolstoi, escribiendo novelas en su ancianidad, que prolongóse hasta los 84 años. ¡Cuántos problemas, cuántas conjeturas y cuántos interrogantes reverberan en las mentes de los psiquiatras, geriatras y gerontólogos al emprender la investigación del psiquismo senil!.

    Vemos ahora, a continuación, el aporte que ofrece la parapsicología en la interpretación y terapia preventiva o curativa de esos aberrantes estados de conciencia.

    La metapsicología, en su faz experimental puede provocar el mismo cuadro psíquico que suele observarse en psicología anormal. Estos fenómenos nos ponen frente a subpersonalidades, fruto del psiquismo inferior o cerebral, con sus acostumbrados accesos paranoicos, sus ordinarios delirios melancólicos, hipomanía, angustia, nerviosismo, etc.

    Contrastando con ello y ya en el ejercicio del psiquismo superior o subconciente, observamos la aparición de relámpagos de lucidez, inspiración genial y fenómenos supranormales que ponen en evidencia la inmensa diferencia existente entre ambas psiquis.

    El automatismo del inferior, con su sugestibilidad exaltada, nos presenta personalidades que mucho tienen de común con estados anormales ordinarios (mímica, lenguaje, postura, etc.), mientras, en la experimentación del subconciente o superior la genialidad manifiesta, nos permite identificarlo con las mentalidades de los anormales superiores.

    Para resumir, digamos que se entiende por conciencia normal, el producto de la colaboración de ambos psiquismos siendo el subconciente el que desempeña el papel de director y centralizador. Precisamente es en el anciano, con un subconciente saturado de recuerdos actuales y palingenésicos donde un trauma que hiera su exquisita excitabilidad psíquica, producirá la descentralización de ambos.

    Las experiencias parapsicológicas de A. de Rochas, Q. López Gómez, Melchor y Farré, Wieckland, Ignacio Ferreira y otros, corroboran lo expresado anteriormente y nos demuestran además cientos de casos radicalmente curados de psicosis senil, neurosis, esquizofrenia, paranoia, manía depresiva, casos inexplicables de psicología normal y anormal en que la parapsicología enseña que las mal denominadas “curas no ortodoxas” por aquellos que las ignoran, son tan científicas y dignas de estudio como las otras terapéuticas, porque se inician en los más altos principios de la fisiología humana.

    Es deber de los gerontólogos entonces, incluir en la terapia preventiva de la psicosis senil, el empleo de las armas que nos dona la ciencia parapsicológica: hipnosis por agnetismo y conocimiento racional del ser subconciente, llave maestra que guarda los secretos más insondables de la mente humana.

    La terapéutica curativa, en manos de geriatras y psiquiatras formados en los cánones de esta ciencia, realizará verdaderas incursiones explorativas en el sombrío psiquismo del demente senil.

    Admitamos entonces, con Richet, que la humanidad doliente espera el día en que la ciencia parapsicológica se dirija en el sentido de mitigar sus males, el día de: “La Grande Esperanza”.