EXTRATERRESTRES EN MISIONES

EXTRATERRESTRES EN MISIONES

escribe GUSTAVO FERNÁNDEZ
gustavofernandez@email.com

    Este es el resultado de algunas investigaciones que llevé a cabo hace algunos años en esa provincia del norte argentino, siempre a la búsqueda de nuevos enigmas propuestos por el pasado. Un pasado que, en demasiadas ocasiones, se empeña en mostrarnos que la Historia no es tan clara ni tan simple como en el colegio, la escuela o la universidad quisieron hacérnoslo creer. Un pasado –el nuestro–  tan conectado con el mundo y el Universo que, por momentos, uno siente mareos ante el abismo de misterios que parece abrirse a nuestros pies. Para que resulte claro el hallazgo, debo primero hacer una introducción, trasladándome a miles de kilómetros: más precisamente, a China.

    Allí, en una región llamada Baian-Kara-Oula (que en algún tiempo perteneció a Mongolia) existen unas profundas cavernas donde, hace ya tiempo, los arqueólogos encontraron exactamente 716 discos de piedra, grandes, grabados y perforados en el medio. Nunca se supo para qué servían (lo cual no tendría nada de extraño, pues la arqueología está llena de lagunas como esa) y permanecieron muchos años olvidados del interés general, hasta que un nuevo descubrimiento sacudió a los científicos: al estudiarse los discos con magnetómetros (aparatos que registran campos magnéticos) se descubrió que los mismos, hace miles de años, presentaban lo que en Física se conoce como “paleomagnetismo”: estuvieron sometidos a intensísimos campos electromagnéticos artificiales. Además, si bien no puede aún descifrarse completamente, la disposición de las perforaciones en su superficie hace pensar en alguna clase de información transmitida por un método análogo al “sistema binario”. Codificación y exposición energética que no pudo haber sido producto de la precaria cultura china de su ignoto pasado. Surge, entonces, la pregunta: ¿quién?.

    Y ahora regresamos a la Argentina. En las famosas ruinas jesuíticas de San Ignacio, Misiones, existe un museo con algunos de los restos arqueológicos encontrados en las excavaciones. Junto a una pared observé, en una reciente visita, lo que muestra la fotografía, identificada por los estudiosos como una “rueda de molino” pues, según ellos, esta piedra, girando en posición horizontal sobre otra fija y lisa, trituraba los granos, convirtiéndolos en harina. Las muescas, según esa versión, eran para facilitar la molienda.

    Ante mi cara de escepticismo en cuanto a la forma de trabajar de la piedra, el encargado del museo, titubeando, me dijo entonces que “era posible” que la piedra rotara en posición vertical dentro de una cuba del mismo material, con un largo palo atravesado al que se ungían caballos que rotaban durante horas. Pero, en este caso –concluyó encogiéndose de hombros– las muescas de la superficie no servirían para nada. Y se alejó, un tanto molesto por mis aburridas preguntas, y yo me quedé, un tanto sorprendido por la ignorancia supina de los arqueólogos que saben “con toda seguridad” qué es un objeto… aun cuando no tienen la menor idea de cómo se emplea.

    Algo me intrigaba. Sin saber mucho de agricultura, el sentido común dice que si deseo moler granos y efectúo, a ese efecto, muescas sobre una rueda, las mismas deberían ser en sobrerrelieve y nunca excavadas, como ilustra la placa, pues esto último no sólo no contribuiría a la molienda sino que además la complicaría, pues una buena parte de esos granos se alojaría en esos huecos, escapando a la finalidad. Pero, además, el conjunto me recordaba algo. ¿Qué?. Pues, Baian-Kara-Oula.

    Obsérvese que el tamaño, la conformación y el grabado (en líneas y punteados dispuestos según un patrón) es el mismo. En cuanto al magnetismo, aún no se han realizado los estudios correspondientes, pero sugestivamente ya en esa ocasión advertí que mi reloj digital alternaba las cifras y mi máquina fotográfica electrónica sufría problemas cuando permanecí un largo rato junto al objeto.

    Si su naturaleza es la misma que la de los discos de piedra chinos, entonces, ¿porqué se los identifica con los jesuitas, constructores en la zona y en el siglo XVII de extensas misiones?. Simplemente, porque corresponden al mismo lugar geográfico y, para muchos arqueólogos, eso basta para fechar un hallazgo. Como es sabido, los restos arqueológicos de piedra no se pueden fechar con el conocido sistema del carbono 14 por lo que decir de cuándo son exige recurrir a otros medios, todos falibles. En la historia de esta ciencia hay confusiones de este tipo realmente cómicas, por ejemplo, cuando se pretendió que las famosas líneas de Nazca (Perú) correspondían a la misma cultura nazca alfarera cuyos objetos son desenterrados habitualmente en el lugar. Debieron pasar años para saber que las líneas son anteriores en siglos. Nada impide pensar que el disco misionero de piedra es, entonces, contemporáneo de los chinos. Lo que queda, por el momento, sin respuesta, es el enigma de quiénes y para qué los construyeron. Ciertamente, es posible que seres extraterrestres (de cuyas visitas remotas aún quedan recuerdos en la zona) hubieran instruído a indígenas especialmente inteligentes para fabricar esos elementos, quizás rústicas imitaciones de una tecnología mucho más avanzada para fines que, una vez cumplidos, hizo dejarlos en el lugar. Y si ustedes piensan que seres tan inteligentes como los extraterrestres no se valdrían de piedras para fabricar sus aparatos, piensen qué haría un hombre cosmopolita de este siglo perdido en la selva y sólo ayudado por indígenas: aplicaría sus modernos conocimientos (de construcción, medicina, mecánica, etc.) pero valiéndose de los escasos, primitivos y no manufacturados recursos del medio.

    Quién sabe. Quizás, cuando podamos traducir el código binario inscripto en su superficie, la historia de algún Robinson Crusoe interplanetario se devele definitivamente.