LA FARSA GUBERNAMENTAL

LA FARSA GUBERNAMENTAL

escribe: GUSTAVO FERNÁNDEZ
gustavofernandez@email.com

        “No se ha ocultado ningún informe de objetos voladores no identificados. Como director del NICAP, el mayor Donald Keyhoe ha recibido toda la información que está en manos de la Fuerza Aérea”.

Carta del brigadier general Joe Kelly, de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, al diputado Peter Freylinghuysen, 12 de setiembre de 1957.

        “Les aseguro que la Fuerza Aérea nunca intentó entregar a esa organización los archivos “únicamente para uso oficial.”

Carta del brigadier general Joe Kelly, al señor Richard May, ayudante del director del NICAP, 15 de noviembre de 1957.

    Vale comenzar con una advertencia al lector: si bien esta nota trata de investigaciones militares sobre OVNIs, no espere encontrar aquí sorprendentes e inéditas revelaciones, documentos expoliados de archivos oficiales apenas días atrás o alucinantes videos o fotografías de alienígenas sentados tête a tête con Reagan, Clinton, Yeltsin o Putin. Por el contrario, en ella vuelvo a hablar de encuestas oficiales archicomentadas en miles de artículos sobre el tema, todas de hace muchísimos años atrás. Pero con la novedad de obligarme a plantear reflexiones profundas y críticas que quizás (sólo quizás) a otros se les han pasado por alto. No otro es el mérito de este trabajo.

    En los últimos años, tanto a través de conferencias públicas, programas de radio y televisión, libros, revistas e información en Internet, venimos asistiendo a una proliferación de denuncias sobre extraños, ultrasecretísimos y a veces desconfiables “programas de investigación” que distintos gobiernos, pero especialmente el norteamericano, han venido desarrollando alrededor del tema de los OVNIs. “Majestic-12”, “Montauk”, “Cometa”, “Matrix” son sólo algunos de ellos, hasta puestos de moda en el argot popular a través de seriales televisivos y cómics.

    Ante semejante masa de información “liberada” o “filtrada”, y la pertinaz negativa que a su credibilidad oponen los estamentos oficiales consultados, uno, lícitamente, tiene derecho de hacerse algunos planteos: por ejemplo, suponer que nuestros gobiernos y fuerzas armadas “siempre” nos mienten, así que no es necesario reunir más pruebas de la existencia de esos proyectos porque seguramente tiene entidad precisamente por ser tan pertinazmente negados. Pero como posibilidad no es certeza, que “pudieran” haberlo hecho no significa lógicamente que así haya ocurrido, con lo cual todo queda en el discutible –y pantanoso– terreno de las creencias personales.

    Pero por otro lado, también podemos preguntarnos por qué necesariamente debemos creer estas historias a pie juntillas. Tal vez sus cultores sean un poco “conspiranoicos”, o crédulamente alimenten sólo el buen negocio de unos pocos que ganan sus dinerillos a costa de montar verdaderas superestructuras de la mentira. Porque aquí también, de los defensores de la existencia de estos “proyectos secretos” sólo podemos esperar argumentos y evidencias circunstanciales, no pruebas. Bob Lazar, Robert Dean, John Lear o Paul Bennewitz, para nombrar sólo unos pocos de los nombres en boga dentro de estas tesis de “ultrasecretos develados” son tan creíbles o poco creíbles en la justa proporción de nuestras expectativas previas sobre el tema.

    De ninguna manera estas reflexiones tratan de respaldar la tesis escéptica de que “aquí nada pasó”. Simplemente, enfocar el asunto desde otra perspectiva. Hace unos cuantos años, allá por 1975, cuando con mis incipientes diecisiete años de edad estaba escribiendo el que sería mi primer libro (publicado en el ’76 por la filial argentina de la editorial española “Dronte”, bajo el título de “Naves Extraterrestres Tripuladas”) me pregunté si no sería interesante, a la luz de las investigaciones militares de las que en aquél entonces se hablaba, analizar los resultados de las mismas para buscar sus puntos débiles. Hoy, veinticinco años después (nada menos) vuelvo a desempolvar ese trabajo, planteándome que si no podemos estar seguros de lo que ocurrió en el contexto de investigaciones ulteriores (reales o supuestas) que los mismos militares niegan haber realizado, por lo menos tenemos los resultados de aquellas que los mismos sí admiten públicamente haber encarado (como las que recibieron los nombres clave de “Sign”, “Grudge” y “BlueBook”). Y que si podemos demostrar en el análisis de las mismas que hubo manipulación de la información con fines aviesos, entonces, si bien ello no probaría específicamente las afirmaciones de “desinformación” de los hipotéticos proyectos subsiguientes, sí abonarían con firmeza la presunción de mala fe de los militares.

    Creo que es interesante comenzar por los Estados Unidos, más precisamente con la Fuerza Aérea de ese país. Por dos razones: (a) porque cronológicamente preceden cualquier otra investigación oficial realizada en el mundo, y (b) porque de las investigaciones encaradas, al menos en una de ellas dio a conocer periódicamente el resultado de sus investigaciones.

    Fue cuando en 1947, Kenneth Arnold avistó nueve platillos sobre el Monte Rainier (lo que dio comienzo a la “época contemporánea” de los OVNIs) el ATIC (Aerial Technical Intelligence Center, Servicio de Inteligencia Técnica Aérea) con asiento en la base aérea de Wrigth Patterson, Ohio, creó el Proyect Sign (“Proyecto Signo”) con el fin de estudiar las principales observaciones realizadas en el territorio de los EEUU. Esta comisión, integrada por militares y algunos científicos elevó, en 1948, un informe al Pentágono del que se sabe que en dicho informe se admitía la realidad física de los OVNIs y, más aún, se admitía como “muy probable” la posibilidad de que dichos objetos fuesen aparatos extraterrestres. Por lo visto, esto no le gustó al Pentágono, que cursó la orden al ATIC de disolver el Project Sign, y crear el Project Grudge (esto no puede ser casual: “grudge” significa “rencor” en inglés) cuya única misión (y esto surge invariablemente del análisis exhaustivo de sus comunicados e investigaciones supuestamente realizadas) era la de desvirtuar todo lo afirmado por el “Proyecto Signo”. La USAF (Fuerza Aérea de los Estados Unidos) era consciente de que a pesar de sus esfuerzos, parte de esa información había trascendido al público. Por lo tanto, el proyecto Rencor, encabezado por Donald H. Menzel, conocido astrofísico y desvirtuador del fenómeno OVNI se encargó de eliminar la información existente. En esta comisión intervenía, entre otros, el astrónomo Joseph Allen Hynek, quien (y es importante destacarlo) se retiró cuando advirtió el matiz negativo que tomaban las investigaciones. Posteriormente, Hynek fue uno de los principales investigadores de Estados Unidos. Fue entonces cuando al mayor de infantería (Re) Donald Keyhoe se le encargó una investigación para la revista “True”. En la misma, atacó públicamente a la USAF, de poseer información confidencial. Por ser Keyhoe una autoridad mundial en la materia, inmediatamente obtuvo el apoyo de cientos de investigadores y científicos del mundo entero, por lo que el Proyecto Rencor tuvo que emitir su primer informe. La orden del día, implícita pero implacable era… ¡No crean!. Lo único que importaba era recoger los informes y reducirlos a cualquier tipo de ilusión, callar los hechos que no podían explicarse y preparar una conferencia de prensa que convenciera a todo el mundo de la inexistencia de los platillos y lo absurdo de su idea. Sin embargo, y a pesar de todos los esfuerzos, los informes seguían afluyendo. Daba lo mismo; la Comisión no comprobaba nada, se limitaba a recoger los informes y los metía en cajones. El informe Grudge llegó con toda facilidad a las conclusiones que las altas esferas esperaban. Este informe admitía siempre un 23% de casos no identificados, pero la sección correspondiente a la parte psicológica se encargaba de eliminarlos.

    Los partidarios de la política del avestruz estaban tan convencidos de la eficacia de su sistema que pensaron enterrar los OVNIs enterrando los informes y publicando, el 27 de diciembre de 1951, un comunicado oficial que certificaba la inexistencia de los platillos volantes y anunciaba la disolución del Project Grudge, totalmente inútil ya.

    Tres días más tarde, y bajo el título de apéndice, aparecía un nuevo comunicado que desmentía totalmente al primero: “Será siempre imposible afirmar en forma absoluta que el objeto divisado no era un aparato interplanetario, un proyectil enemigo o cualquier otro objeto”.

    Evidentemente, los que escribían el artículo se inclinaban favorablemente hacia la hipótesis extraterrestre. Aunque se anunciara que la comisión estaba disuelta e inoperante, no por ello dejó de existir. Se limitaba a ordenar los archivos y a amontonar en cajones los informes que seguían llegando.

    Pero los hechos seguían presionando. Se podía decretar que era ridículo creer en los platillos, hacer desistir a los pilotos de entregar informes en ese sentido, pero no se les podía prohibir vigilar el cielo, ver aparatos desconocidos y rendir informes sobre ellos. En efecto, ese es el primer deber de la aviación.

    En esta época de semi-adormecimiento, el capitán Ruppelt fue nombrado Oficial de Informaciones en el ATIC. Comprueba que las altas esferas son muy hostiles a los platillos, pero en el ATIC las opiniones siguen divididas. Después de algunos incidentes, la Comisión despliega algo más de actividad y se nombra al teniente Cunnings encargado de ella.

    Debido a una importante observación ocurrida el 1 de diciembre de 1952, en una base aérea donde se encontraban importantes personalidades, el general Cabell, Director del Servicio de Informaciones, tuvo que convocar a una conferencia de prensa. Interrogado en el punto en que se encontraban las investigaciones de la comisión, Cunnings “quemó sus naves” y reveló la forma en que se enterraban los informes.

    Hubo diferentes reacciones.

    El General, inmediatamente, dio orden de reanudar el trabajo, y Ruppelt reemplazó a Cunnings. En realidad, los sentimientos de Ruppelt eran contradictorios. Sospechaba que querían utilizarlo para una nueva campaña de camuflaje, pero la voluntad de renovación parecía sincera. Con verdadera pasión por su trabajo, Ruppelt estudió los nuevos informes y revisó los antiguos. Así nació el Project Blue Book (Proyecto Libro Azul).

    Había conseguido la ayuda de sabios eminentes. Además, una (para entonces) avanzada computadora a tarjetas perforadas le permitió formar un fichero ideal de informes que podía consultarse con la velocidad del rayo.
    La labor del Proyecto Libro Azul consistió fundamentalmente en la compilación de testimonios escritos, fotográficos y cinematográficos referidos a objetos no identificados, y en su explicación subsiguiente. Este último proceso comprendía: análisis y apreciación de los informes e inclusión de los objetos que se describen en cada informe dentro de categorías de identificación bien definidas.

    La tarea de evaluación era realizada por un equipo privado de técnicos y científicos, encabezados por Edward Condon y Robert Low, supervisados por la Fuerza Aérea. En cuanto a las categorías de identificación, el Libro Azul reconocía las siguientes:  Balones – Fenómenos atmosféricos – Aviones – Mistificaciones – Alucinaciones – Otros (pájaros, papeles) – Bólidos – Aparatos experimentales – Datos Insuficientes – No identificados o desconocidos.

    Según dejáramos expresado, la USAF ha hecho conocer regularmente mediante sucesivos comunicados de prensa, el resultado de sus investigaciones. En 1966, la farsa alcanza su punto álgido con la evaluación emitida por Condon, hecha en base de un presupuesto del orden de los quinientos mil dólares. Este informe se refería a los 354 casos norteamericanos de ese año. Para regocijo de quienes admitían la realidad del fenómeno OVNI, así se presentaban los resultados: Balones: 35 – Datos insuficientes: 123 – Aviones: 22 – No identificados: 3 – Mistificaciones: 55 – Alucinaciones: 18 – Otros: 50 – Bólidos: 15 – Aparatos experimentales 33.

    De esta tabla increíble publicada a los pocos días de que el equipo de Condon dictaminara que los OVNIs no existen y que no vale la pena seguir su investigación, se desprende que de la humilde cifra de 354 casos (en la Argentina ese año hubo más de mil) los únicamente explicables fueron 228 casos contra 126 que por distintas causas no tuvieron una explicación coherente ni convincente. Después de todo, la categoría de “Otros” es más que discutible, porque si la identificación debe ser válida lo es en primer lugar por contar con una categoría con cualidades propias. Sin embargo, el comunicado se ufana luego de que el porcentaje de no identificados (se refiere lógicamente a tres) era el más bajo de los últimos veinte años, y agrega finalmente que hasta principios de 1966, en los Estados Unidos se habían registrado 12.097 casos de OVNIs, 697 de los cuales resistieron los distintos análisis y fueron catalogados como “desconocidos”. En cuanto a los tres de 1966, reproduciendo textualmente el comunicado: “… hay que explicarlos a toda costa, porque nosotros no creemos en platillos volantes…”. Los comentarios sobran.

    Las principales críticas que pueden hacerse al proyecto Libro Azul son:

    1 – Afirmaciones como las reiteradas por la USAF sólo son válidas y justificadas si todas las observaciones estudiadas han obtenido una satisfactoria explicación, o bien si la fracción no identificada subsistente ofrece rasgos tales que en ningún momento permitan suponer siquiera que se trata de artefactos inteligentemente guiados. Vale decir, que deben encarararse por igual aspectos cuantitativos y cualitativos. Veamos los primeros:

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      a. Entre junio de 1947 y diciembre de 1963, fueron evaluados 12.097 casos, de los cuales el 8,1 % se caracterizaron como inexplicados. Dado que el número de casos sometidos a estudio no significa la totalidad de los ocurridos, y que su porcentaje, según la estimación de Ruppelt es de sólo un 10 %, podemos inferir con fundamento que la cantidad de apariciones inexplicables en Estados Unidos alcanza a varios millares. ¿Cuál será el número de visiones no identificadas en todo el mundo?. Cabe pensar que muy elevado, sin duda.
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      b. Consideremos ahora el aspecto cualitativo del problema; como se sabe, un caso se tiene por inexplicado o no identificado, cuando a pesar de existir todas aquellas informaciones juzgadas esenciales para llegar a una conclusión válida, las características del objeto son tales que no permiten asimilarse a ningún objeto o fenómeno conocido. Vemos, pues, con claridad, que inexplicado no es aquí rótulo de nuestra deficiencia informativa, sino categoría no susceptible de reducción ulterior. Por consiguiente, la proclamada creencia de la USAF de que aun tales casos podrían recibir solución de poseer datos más inmediatos, no es sino mera expresión de deseos y resulta además flagrantemente contradictoria ya que si la aparición se la clasifica de desconocida es porque, en efecto, se tienen todos los datos necesarios para su esclarecimiento, de otro modo, si hubiera déficit para la información, se la habría incluido en la categoría de “datos insuficientes”.

    2 – El segundo reparo que podría formularse a las investigaciones del ATIC, no concierne ya a la interpretación de los resultados, sino a los procedimientos de evaluación de los mismos.

    En efecto, éstos acusan importantes limitaciones y fallas que, cuando enfocamos exclusivamente nuestro análisis crítico sobre las conclusiones estadísticas, corren riesgo de pasar inadvertidas.

    Para empezar, notemos que la mayoría de los casos que figuran resueltos por el ATIC no han logrado una identificación neta y concluyente, y sólo han conjeturado una probable explicación, suponiendo que ciertos fenómenos y objetos familiares podrían, en determinadas circunstancias, mostrar las características atribuídas por los ocasionales testigos de OVNIs. Pero no ha probado, más allá de toda duda, que efectivamente tal cosa haya sucedido.

    No existe aquí pues explicación cierta sino mera presunción. Vale decir que, aun para aquellas observaciones que se tienen por aclaradas, subsiste un amplio margen de incertidumbre. Ella se expresa en la adopción de tres grados de probabilidad para cada categoría general de identificación: posible, probable y reconocido. Así, por ejemplo, el capitán Ruppelt destaca en su libro que durante el período 1947-1952 se identificaron como globos sonda un 18,51 % de las observaciones, pero sólo el 1,57 % correspondió a globos sonda reconocidos, mientras que los probables y los posibles significaban el 4,99 % y el 11,95 %, respectivamente.

    Por otra parte, como la USAF no proporciona en detalle el análisis de casos particulares, es imposible juzgar en detalle si el análisis es correcto y, en consecuencia, si los datos estadísticos publicados resultan siempre dignos de crédito.

    No obstante, cuando los sucesos tuvieron extrema resonancia y llegaron a conmover a la opinión pública, el ATIC se vio forzado a hacer públicas sus declaraciones. Es lo que ocurrió en los casos del piloto Mantell o del aeropuerto nacional de Washington, entre varios otros.

    Ahora bien, estas explicaciones rara vez han sido convincentes como para eliminar, de modo definitivo, toda duda ajena. Por el contrario, algunas soluciones no parecen sólo rebuscadas sino también, en ocasiones, francamente inverosímiles. Un ejemplo de lo dicho puede observarse en este ejemplo que nos relata el mayor Keyhoe:

    Dos cuerpos de forma discoidal que evolucionaban con pronunciados giros sobre la base aérea de Muroc, California, fueron advertidos por un grupo de oficiales de la Fuerza Aérea. Se estimó su velocidad entre 480 y 640 km/h, y su altura de vuelo entre los 2.000 y los 2.400 metros.

    El subsiguiente análisis del ATIC identificó los objetos como balones de investigación metereológica. En este caso la explicación es notoriamente inconsistente porque los globos no se mueven en giros cerrados, y porque para la velocidad calculada se hubiera requerido un viento de 480 a 640 km/h, lo cual no sólo hubiera constado en el informe, sino que particularmente la base de Muroc y sus alrededores habrían desaparecido del mapa.
    3 – Finalmente, es manifiesto el empeño de la USAF por restar toda verosimilitud a la hipótesis que postula el origen espacial de los OVNIs. No otro propósito tenían sus enfáticas declaraciones, periódicamente ratificadas. Y a pesar de que públicamente la USAF declaró no proseguir las investigaciones, se sabe que por mediación de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, los trabajos continúan.

    Por esta causa parece más notoria la contradicción que significa mantener una investigación constante durante 21 años, con el consiguiente malgasto de tiempo, dinero (un presupuesto de doscientos millones de dólares por todo concepto en ese lapso) y personal militar, técnico y científico, cuando el problema, según propias palabras, no existe ni ha existido jamás.

    Aporta una reflexión interesante recordar lo ocurrido en enero de 1967, cuando una comisión de sabios se reunió durante dos días, presidida por H.P. Robertson, físico teórico del Instituto de Tecnología de Massachussets, para examinar una selección de informes facilitados por el Libro Azul. El número de estos informes fue reducidísimo (no pasó de una docena) pero sirvió para que los científicos dictaminaran:

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      a) que no había pruebas de ninguna acción hostil en el fenómeno OVNI.
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      b) que no existían pruebas de la presencia de aparatos de una potencia extranjera en ningfuno de los informes que les fueron sometidos.
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      c) recomendaban un programa educativo para informar al público de la naturaleza de los distintos fenómenos vistos en los cielos (meteoros, estelas de vapor, halos, globos, etc.) con el objetivo de eliminar el “aura de misterio” que “por desgracia” los OVNIs habían adquirido.

    Pero a estos tres puntos que no poseían (en orden al material en que se basó el estudio de la comisión) ni siquiera una pizca de lógica, se agregó un cuarto, hecho por recomendación de la CIA a través de sus representantes en las reuniones (¿qué diablos tenían que hacer tres hombres de la CIA en las mismas?). Estos caballeros propusieron que, como cuarto punto se iniciara un sistemático descrédito de los platillos volantes. Estos tres representantes eran el doctor H. Marshall Chadwell, Ralph L. Clark y Phillip G. Strong.

    El objetivo de este descrédito, según figura en el “Informe Robertson”, consultado y difundido por el desaparecido físico y ufólogo James Mc Donald, consistía en reducir el interés público por los platillos. ¿Por qué?

    Me he detenido en este episodio porque creo que el mismo invalida cierta corriente “racionalista” que en los últimos tiempos parece haber afectado a algunos colegas investigadores, en el sentido de suponer que el fenómeno OVNI (o buena parte del mismo) estuvo en realidad alentado y exagerado por los servicios de inteligencia norteamericanos o las fuerzas armadas de ese país, tanto con el propósito de crear una psicosis de temor cósmico en los contribuyentes que alentara mayores gastos presupuestarios en armamento, como una “tapadera” de experimentos de todo tipo, que permitiera derivar a supuestos alienígenas –y al descrédito que en la opinión pública de entonces eso conllevaba– toda indagación periodística que, caso contrario, pusiera a la luz tales investigaciones o desarrollos secretos. Porque si así hubiera sido, entonces a la CIA le hubiera convenido estimular el interés público por los OVNIs, no recomendar lo contrario.

    Es interesante destacar que en esta misma época, la USAF decreta la regla AR-200/2, que multaba por diez mil dólares y de tres a diez años de prisión a todo oficial de alta graduación que diera a conocer públicamente información sobre casos “no identificados” por la Air Force, a menos que se comunicaran casos satisfactoriamente explicados. La pena a imponer a quien violara esta norma no se conocía públicamente hasta que un piloto militar, de quien por razones obvias no se suministró el nombre, la dio a conocer a un periodista del Star Leiger, de Nueva York.

    La situación no se perfilaba mejor en la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. En 1949, el diario Estrella Roja difundió un comunicado en el que se decía que los OVNIs eran alucinaciones derivadas de una psicosis de postguerra. En 1952, el astrónomo Zigel manifestó que los camaradas que decían haber visto OVNIs eran idiotas o unos mentirosos incorregibles.

    En 1957, el primero de mayo, las marchas conmemorativas del día de los trabajadores fueron interrumpidas para propalar un comunicado en el que se aseguraba que los OVNIs eran una propaganda capitalista con el fin de lograr que el pueblo pague cada vez más altos presupuestos militares. Sin embargo, luego del incidente del 21 de junio de 1961 sobre la base aérea de Ryllnek, la política rusa varió de tono.

    Se crea en Moscú el Instituto Nacional para el Estudio de los “Bludza” (expresión popular en ruso para OVNIs, mientras que “leutaýeski tárelki” equivale a nuestra “platillos volantes”) que contaba en su plana a conocidos científicos y muilitares, como los profesores Zigel, Kansantsev, etc. En el momento de mayor auge investigativo, el general Profiry Stolariov, Jefe del instituto, pronunció estas trascendentes palabras: “Podemos decir con seguridad que el “fenómeno OVNI” ha asumido un carácter global y, por lo tanto, requiere investigación global”.

    Sin embargo, a partir de 1969 y en extraña concomitancia con la política estadounidense, ambas superpotencias desestimaron al fenómeno. En Estados Unidos, el informe Condon intentó infructuosamente ponerle fin. En la URSS, un miembro de la Academia de Ciencias de Moscú, el físico Lev Artisimovich, al margen del Instituto de Stolariov, afirmó que los OVNIs no eran de ninguna manera elementos extraterrestres. Y como bien escribió un periodista por ese entonces: “…el fenómeno OVNI volvió a fojas cero. Hace 24 años, un alto jefe de la USAF afirmó que los OVNIs morirían de muerte natural. Como esto no ha ocurrido, los escépticos y los inquisidores de los gobiernos han tratado de asesinarlos. Pero el OVNI, al igual que el Ave Fénix, resurge siempre de sus cenizas…”.

    La política del avestruz no es la más conveniente. Si así fuera, seguiríamos condenados a ver y padecer la acción de objetos voladores no identificados controlados inteligentemente. El espacio aéreo será violado una y mil veces, los radares aéreos seguirán captando extraños blips y los automóviles se detendrán en los caminos por causas desconocidas. En los campos aparecerán nuevos anillos de pasto quemado, las torres de control de los aeropuertos tratarán de contactar con aviones misteriosos, los pilotos comerciales efectuarán insólitas maniobras para eludir la presunta imagen del planeta Venus, y algunos “científicos” intentarán demostrar desde el pizarrón o la charla televisiva que los OVNIs “no pueden existir”. Es posible, también, que a principios o mediados del año próximo nuevas oleadas de OVNIs nos sobrevuelen, y las evidencias aumenten siguiendo, tal vez, algún plan predeterminado para tornarse familiares con una frecuencia hábilmente dosificada. Entonces, como en 1962, ’65, ’68, ’73,  las fuerzas armadas no prestarán apoyo a los grupos privados y, ante el estupor general, algún radioastrónomo dirá que los OVNIs son psicosis colectiva, y algún periodista recalcitrante afirmará que los pastos quemados se deben a que a la gente le gusta entrentenerse en los picnics haciendo asados…