LA AUTOPSIA DE UN EXTRATERRESTRE:

LA AUTOPSIA DE UN EXTRATERRESTRE:

SU DEFENSA

                                                                      Escribe GUSTAVO FERNÁNDEZ

            Es prácticamente innecesario, a esta altura de las circunstancias, ocupar un espacio tal vez más digno de mejores conceptos esbozando una introducción al tema planteado en el título. A caballo de los massmedia, es difícil suponer que exista alguna región del planeta medianamente civilizada que no haya oído la historia de un OVNI estrellado en la localidad norteamericana de Roswell en 1947 y la también supuesta autopsia efectuada sobre el cadáver de uno de sus tripulantes y que, filmada, soportó una autocensura de su autor por casi cincuenta años antes de ganar los circuitos comerciales televisivos.

            Introducción poco más que inoportuna a los alcances de este artículo ya que presupone en el lector un conocimiento aunque más no fuere circunstancial de los hechos, una observación tan siquiera casual del film y, lo que más me importa, un conocimiento somero de las críticas con las que se ha tratado de “demostrar” la impostura, el fraude que sería el mismo.

            De forma tal que dando por conocida la anécdota y visto el film centraré mis reflexiones en el análisis de las críticas que se le han hecho (si no tanto al episodio Roswell en sí, cuanto menos a esa autopsia) para discernir hasta qué punto la presunción de fraude que parece haber imbuido a la opinión pública merece tal respeto.

            Obviamente, he de comenzar desde una óptica muy regionalista, si se quiere, ya que no obran en mi poder testimonios directos de las refutaciones que clamorosamente pueden haberse levantado en otras latitudes; empero, sé que es tal el celo de quienes a partir de ahora consideraré mis contendientes intelectuales, que no me queda duda alguna de que, de haberlas en grado distinto o superlativo a las que aquí reflejo y que fueron esgrimidas en su momento por los escépticos locales, habrían sido puntillosamente recogidas y ventiladas por los mismos.

            Así que para los memoriosos, dirigiré su atención a cuatro realizaciones televisivas argentinas durante setiembre y octubre de 1995, a saber: dos puestas en el aire por el canal abierto Telefé que bajo la conducción de Fernando Bravo emitiera en su unitario “Siglo XX Cambalache”; y otros dos, por Canal 9 (hoy Canal Azul), en el ciclo “Memoria” y con la moderación de Samuel “Chiche” Gelblung. En ambos participaron, además de especialistas en ovnilogía (de intervención más bien pobre, debo decir) integrantes de un tal Centro Argentino para la Investigación y Refutación de las Pseudociencias (del que he hablado en otro lugar) y especialistas en efectos especiales, magos e ilusionistas convocados como “especialistas” para emitir su dictamen.

            En consecuencia, y para hacer más sintético y transparente este abordaje, lo que presentaré a continuación es un listado de las refutaciones aducidas, acompañada cada una de mi –si se me permite el neologismo– “contrarrefutación”. Por supuesto, la simple negación de las críticas no valida necesariamente la credibilidad de la película, pero cuanto menos reduce el problema al margen de una duda generosa, demostrando por otra parte la validez del viejo axioma de que una “prueba” nunca tiene valor por sí misma sino sólo inserta dentro de una hipótesis en proceso de verificación. De hecho, lo que yo puedo presentar como prueba de mis creencias podría ser empleado por un eventual contrincante como prueba de lo exactamente opuesto.

            Y, desde el vamos, dejar sentada una observación: a la par de importante que analizar las críticas es evaluar la fuente de las mismas. Es decir, quién lo dice y, en casos como éste, a qué eventuales intereses puede responder o a qué beneficios acceder por la presentación de las mismas. Lo que no es tan maquiavélico como podría pensarse: en el caso concreto de este film uno de los puntos que los escépticos remarcan (que aunque no invalide por sí mismo el tema en discusión arroja un pretendido manto de sospecha sobre la honestidad de sus difusores, lo que crea en la opinión pública una susceptible reserva) es la naturaleza “comercial” del mismo: en efecto, su  factótum Ray Santilli ha comercializado algunas decenas de copias en un valor millonario en dólares. Ahora bien, ¿eso necesariamente tiñe de sospecha el film?. ¿Asumirse como comerciante es sinónimo de deshonestidad y fraude?.

            Quienes conocemos el ambiente periodístico sabemos con qué liviandad se le endilga el mote de “comerciante” a quien se desea defenestrar por un supuesto lucro ilícito, y yo, que provengo de una familia de honestos comerciantes, pienso hasta qué medida no sería una experiencia interesante el someter a estos periodistas a unos años de administración de un comercio, experimentando los mil y un sinsabores de vivir el resultado directo de su trabajo e inversión de riesgo, para ver después a qué nivel de adjetivación queda reducido el término. Porque Santilli ganó una verdadera fortuna, es cierto, ¿pero no es exactamente eso lo que haría cualquiera de nosotros en caso de tener un material tan candente entre manos?. ¿O seremos tan ingenuos de creer que esos escépticos refutadores, aggiornados fiscales por decisión propia de los méritos o defectos ajenos, cederían con total altruismo ese material a los cenáculos científicos sin exigir nada a cambio?. No nos engañemos: detrás de esa aparente ansia de refutación objetiva, pueden esconderse también otros intereses: afán de notoriedad, viáticos gratis y artículos gráficos pagos –porque la opinión de un opositor siempre genera polémicas y eso reditúa en público– son sólo algunos de los beneficios que se me ocurren.

            Así que veamos cuáles son las “refutaciones” que se le oponen al film y nuestra (creemos) oportuna objeción a las mismas:

–  “Si la historia fuera real y las autoridades norteamericanas hubieran querido detenerlo, ya lo habrían hecho, no llegando las cosas a este punto”.

¿Y quién dice que ya no lo han hecho?. ¿O acaso no puede considerarse propio de una campaña de “debunking” (quique ¡significado opuesto! DEBUNK=familiar, decir la verdad, desmitificar) la aparición de tantos grupos de “escépticos racionalistas” que cuentan con sugestivos fondos para viajar, recibir y distribuir información, editar publicaciones, etcétera?. Por otra parte, si el “detener” la historia hubiera consistido en acallar, pacífica o violentamente, a los testigos, la historia negra saldría a la luz tarde o temprano, ratificando así las sospechas iniciales de certeza. Hay algo mucho más efectivo de cara a la opinión pública que acallar: ridiculizar.

–  “Oportunamente tuvo difusión mundial un informe de investigadores norteamericanos refutando el film”.

        Sí, pero, ¿cuándo tuvo difusión?. El día siguiente a su televisación mundial. Y fuera del hecho sospechoso de que las agencias noticiosas propalaron el cable de un “informe descalificador” sin aclarar puntualmente en qué consistía esa descalificación, el hecho de que salga a la luz el día después es extraño. ¿Acaso terminaron los “especialistas” su informe contra reloj y no llegaron a tiempo para alertar a la opinión pública del fraude que se les iba a “vender”?. Si lo tuvieron unos días antes, entonces, ¿por qué no lo difundieron?.
        De existir ese informe, se me ocurre que no lo hicieron –otra vez– por intereses creados (algo así como no abortar con una mano el negocio que hace la otra) pero, realmente, de haber sucedido esto, ninguna seriedad puede inspirarnos un equipo de “investigadores científicos” que se prestan a un juego de negociaciones monetarias.

– “La autopsia es desprolija, no pudiéndose aceptar que forenses procedan de esta manera”.

        Yo tengo la convicción de que se trató en realidad de una autopsia clandestina, efectuada por algún “grupo de tareas” autónomo dentro de la estructura militar norteamericana, con “zona libre” para operar (recordar en este sentido las propias tristes experiencias en nuestro país durante la última dictadura militar) posiblemente en busca de información específica que no les obligara a guardar las formas protocolares; a fin de cuentas, tendrían otros tres cadáveres de reserva. Tal vez se trataba de médicos militares, con escasa experiencia patológica pero amplias atribuciones jerárquicas. Tengo la presunción de que la “sala” era en realidad el interior de un camión adaptado a tales efectos, y la ausencia de radiólogos, odontólogos y otros, apunta precisamente a reforzar la clandestinidad de la autopsia.

– La mediocre técnica empleada (camilla inadecuada, forma de emplear el instrumental inapropiada –como tomar las tijeras entre el dedo pulgar y el índice en vez de hacerlo entre el pulgar y el medio–) apunta a señalar el fraude.

        Es cierto que la tijera es tomada incorrectamente (eso lo advertí hasta yo mismo, que no soy médico) pero aquí opongo un razonamiento que creo que invalida toda refutación posterior: en un “negocio” de semejante magnitud, ¿no contemplaría Santilli, si de truco se tratara, deslizar algunos miles de dólares a algún cirujano o forense para que guardando el anonimato viera el film un par de veces y señalara los errores?. Si las películas de ficción cuidan hasta el hartazgo los detalles, ¿no lo iban a cuidar en un producto que va a tratar de hacerse pasar como real?. ¿Podría ser Santilli tan hábil para negociar, convencer a las grandes corporaciones televisivas y tan torpe a la hora de las facturas técnicas?.

–  “El corte inicial de la autopsia (en “Y” o “copa de champaña”) está totalmente en desuso”.

        Pues ése es el punto. Si la técnica fuera “reciente”, entonces desconfiaríamos. Pero como estamos hablando de una autopsia de más de cincuenta años, es lógico esperar algunas técnicas “hoy en desuso”.

– El famoso cordón del teléfono.

        La propia General Electric ya aclaró este punto: el cordón helicoidal –o “en resorte”– existía desde 1937. Bien es que aún era “poco usual”, pero convengamos en que el lugar de la autopsia es un lugar “poco usual”.

– Inseguridad en los operadores.

        Esta crítica fue formulada por un médico cirujano forense que, adujo, alguien convocado para este trabajo debería cuidar cuanto menos tener algunas miles de autopsias ya en su carrera. Al margen de las consideraciones hechas párrafos atrás: ¿cómo estaría ese mismo forense si, de buenas a primeras, le tocara hacer la autopsia de un extraterrestre?.

– Faltan tomas de muestras

    También faltan rollos de película.

– Fuera de foco en los primeros planos.

        Evidentemente, quien dijo esto no ha operado una cámara Bell & Howell embutido dentro de un traje contra radiaciones o agentes virósicos. Como cualquier operador de cámara sabe, no es tan fácil hacer foco sobre la marcha, en movimiento, con un cristal cubriendo el rostro y las manos incómodas con guantes, además del hecho de que  la Bell & Howell además de –obvio– no contar con “autofocus” también impide tomar primeros planos cercanos.

        A despecho de otras tonterías (como la afirmación de que se detectaron “ciento ochenta y siete errores”, pero siempre se habla de los mismos siete u ocho) y el hecho de que los refutadores parecen más empeñados en hacerse promoción que en analizar objetivamente el tema (un tal Ferdinando da Vinci sumó, a la pedantería de sus decires, el papelón de escenificar una “pseudo autopsia” donde el muñeco reafirmaba su condición de tal y acentuaba por simple comparación la presunción de realidad del otro), recordando esas emisiones televisivas surge una necesaria reflexión: habiendo sido Telefé quien tuvo la primicia para esta parte del Cono Sur, con los derechos de televisación y sabiendo que su competidor, Canal 9, no se destaca precisamente por la falta de sensacionalismo periodístico (aún recuerdo algunas cómicas y antológicas notas del desaparecido periodista José de Zer en ese canal, en busca de duendes y fantasmas), es evidente que la emisión de “Memoria”, más que un intento de clarificación fue la “vendetta” esperable de un imperio contra otro, de una corporación despechada por la pérdida de una primicia que necesariamente debía dar nota sobre la misma pero sin llevar más laureles a las arcas de la competencia. Qué mejor entonces que su destrucción sistemática. A partir de argumentos endebles.

        Porque la misma afirmación de los escépticos en el sentido de que “cualquiera de ellos, con medios y tiempo, podría hacer lo mismo” además de una exhibición de escasa modestia y poca verosimilitud (lo demostrarían luego en la mediocre y chapucera pseudo autopsia) no demuestra absolutamente nada: a fin de cuentas los expertos en trucos especiales pueden presentar en el cine accidentes de aviones monstruosamente convincentes lo que no es impedimento, por desgracia, para que los accidentes de aviones también ocurran en la vida real.

        Y dos pensamientos acuden ahora a mi mente: uno, preguntarme por qué tantos colegas ufólogos, a los que considero honestos, serios y reflexivos, se han sumado graciosamente a esta ola mundial de opinión despectiva respecto a esta autopsia. Es como que el slogan de moda es: “lo de Roswell ocurrió, sí, pero la autopsia es un fraude”. Ciertamente no creo que tengan otras objeciones que hacerle que las mismas que he señalado hasta aquí y en muchos casos –por lo menos con algunos que he conversado personalmente– ni siquiera eso. Y concluyo que se trata de una “inercia” intelectual, la necesidad de adoptar inconcientemente una tesitura que parece más seria y “científica” ante los ojos de los demás. Creo que no es más que una involuntaria y freudiana demanda de aceptación.

        En segundo lugar, pienso que si “ellos” –está bien, es sólo un juego de mi imaginación– desde algún lugar observan ese rechazo generalizado a la credibilidad de la autopsia (cuando parece que, al mismo tiempo pocos, muy pocos, hemos sentido pena sólo ante la posibilidad de que ese pobre ser sí haya venido a encontrar el final de sus días aquí), pienso, decía, que muy bien podrían tomarlo como otro indicio más de nuestra inmadurez. ¿Por qué acaso no cabe pensar que la masiva negación, incluso de muchos “fanáticos”, y en la mayoría de los casos sin una teoría coherente, no es más que una expresión intelectualizada del rechazo involuntario a la prueba más contundentre de que ellos ya están aquí?.  ¿Y si sólo se tratara de un colectivo mecanismo de negación?. Tengo la extraña sensación de que el grito silencioso de la gente en el sentido de “¡No!. ¡No puede ser!” (y-de-alguna-manera-tengo-que-justificarme) es una vez más el prehistórico y arquetípico horror a lo Desconocido.

        Lo único que surge cristalinamente de este fárrago, seguramente, es que algunos escépticos no aceptarían la presencia de un extraterrestre ni aunque éste descendiera de su nave frente a ellos, ya que siempre daría lugar, si no a la presunción de fraude, sí a la de conspiración paranoide…