otros mundos: el mudo espiritual y la muerte

COMPONENTES ENERGÉTICOS DEL SER HUMANO

    Nuestra aproximación al tema de la supervivencia post-mortem se estructura a partir de la composición de los procesos interenergéticos del hombre, ya que será precisamente tal potencial el que confirmará el objeto de nuestro estudio.

    Son dos los planos energéticos hacia los cuales enfocaremos nuestra atención: el meramente psíquico, y el llamado “campo bioenergético” o “bioplasmático”. Estas son las energías que nos sobreviven a la muerte.

    Como todos sabemos, este potencial energético no puede disiparse en la nada luego de la muerte biológica; esto contravendría inexorables leyes físicas que enseñan que todo se transforma en alguna otra cosa. Por lo tanto, debemos dar por supuesto que tal potencial sobreexiste al deceso. Pero consideremos por separado las naturalezas de estas energías.

    Los parapsicólogos afirmamos que la EnPsi (energía psíquica) activa fenómenos de naturaleza paranormal a través de mecanismos no físicos. Como sabemos, toda energía física, para ser tal, debe cumplir varios axiomas, entre ellos los de que la suma de los efectos debe ser igual a la suma de las causas, y que el cuadrado de su coeficiente debe ser inversamente proporcional a la distancia y el tiempo en que se manifiesta.

    Veamos un ejemplo para este caso. Enciendo un mechero de gas. Aproximo mi mano. Cuanto más la alejo, menos calor siento. La energía (calor) es inversamente proporcional a la distancia. Supongamos ahora que en ese mechero caliento la hoja de un cuchillo, hasta que se pone al rojo. Apago el mechero. Cuanto más tiempo pasa, menos calor irradia la hoja. En este caso, la energía es inversamente proporcional al tiempo.

    Con la energía psíquica, o EnPsi, ello no ocurre. Las experiencias demuestran que el índice de resultados es independiente de los sujetos de una experiencia. Así, en una práctica de telepatía, por ejemplo, los resultados son o altos o bajos, así medien dos metros o doscientos kilómetros entre ellos. Además, la existencia de los fenómenos de precognición (percepción de un hecho futuro) y postcognición (percepción del pasado, siempre sin el uso de los sentidos físicos) demuestra que la relación tiempo-EnPsi es inexistente.

    De ello podemos deducir que esa “energía” EnPsi se transforma, de alguna manera, luego de muerto el individuo. Si puede proyectarse al futuro, es porque es independiente de su entorno biológico.

    Ahora bien. Cuando el individuo muere, el potencial energético tiende a subsistir por las razones apuntadas. Lo que implica que las funciones psíquicas inherentes a tal carga también deben sobrevivir. Estas funciones, empero, si bien responden a interacciones estrictamente psicológicas, también se alimentan de estímulos y correspondencias fisiológicas, tal como las percepciones sensoriales, por ejemplo. Lo que equivale a decir que una mente privada de su entorno biológico (tal el caso de un “fantasma”) vería reducidos drásticamente sus mecanismos psíquicos. Se vería así expresado como una mente en estado de submeditación o, mejor aún, a ciertos estados sonambúlicos o propios del “dejá vù”. El fantasma, entonces, tendría una consciencia de sí mismo meramente crepuscular, similar a la imagen que de nosotros mismos tenemos en nuestras propias representaciones oníricas. Por ende, la “materialización” del fantasma (suponiendo que tal proceso sea posible, de acuerdo a lo que veremos más adelante) no será en función del reconocimiento de sí mismo (no se presentará como Fulano de Tal en alguna sesión mediúmnica) así como no se presentará vistiendo ropas de época o cubierto con un sudario. El proceso es muy distinto.

    La percepción del fantasma es consecuencia de la activación de la natural Potencialidad Parapsicológica del individuo, que en ciertos miembros de nuestra especie es mucho más sensible que en otros. Esta percepción es absolutamente inconsciente y, obviamente, para conocerla (es decir, para “darnos cuenta” que hay un fantasma), esa descarga proyectada desde el Inconsciente –asiento de aquella Potencialidad– deberá emerger al Consciente proceso que, por lógica, no puede cumplirse sin que esa información pase por el Preconsciente. Y, como todos sabemos, en éste se encuentran los Mecanismos de Defensa del Yo, “filtros” mentales que amparan la integridad de nuestro mundo volitivo psíquico evitando la saturación del mismo por una eventual masiva e incontrolable marea de información proveniente del Inconsciente.

    Entre otros, uno de los Mecanismos de Defensa del Yo es el de racionalización, vale decir, la tendencia natural e instintiva de explicar lo desconocido en términos de lo conocido. Así, el aparato psíquico proyectará la percepción fuera de nosotros (y aunque el mecanismo sea en un todo similar al de las alucinaciones meramente psicológicas, poco importa que el “fantasma” pueda ser visto por más de una persona simultáneamente, ya que la Parapsicología ha demostrado ampliamente que es posible telérgicamente (“tele”= lejos; “ergos”= energía) corporizar visualmente representaciones mentales ya sea por densificación ectocoloplasmática emitida por el sujeto, o bien por un proceso similar al de la proyección láser holográfica, empleando concentraciones gaseosas de la misma atmósfera del lugar), pero el “aspecto” que presenta el fantasma será la dramatización visual de:

a) las creencias previas del sujeto en cuanto a cómo debe ser un fantasma.
b) el propio recuerdo inconsciente de sí mismo que remane en el continuum psíquico del fantasma, transferido al sujeto percipiente por un mecanismo afín al de la telepatía.

    Este recuerdo indudablemente estará viciado por la paulatina destrucción del Self del propio muerto que, insisto, sólo arrastrará restos primarios de la mentalidad que lo caracterizara durante su vida biológica. En muchas formas tal residuo mental se asemeja a los “núcleos de personalidad fetal” que en el bebé en gestación identificara el doctor argentino Arnaldo Rascovsky, lo que devuelve credibilidad a la creencia popular de la ciclicidad de la vida del ser humano, que en el último tramo de su existencia adopta actitudes infantiloides. Por supuesto, tal presunción en lo subliminal de la personalidad psíquica del “fantasma” debe considerarse con flexibilidad, ya que dependería en buena forma de la evolución intelectual y/o espiritual que hubiera alcanzado en vida.

    Sin embargo, se impone una aclaración esencial: ¿cómo definir un “fantasma”?.

EROS Y THÁNATOSquiq

    Ya he descripto de qué está hecho un fantasma. Pero aún no hemos desarrollado una terminología válida para expresarnos y evitar así confusiones. Y adherimos aquí a la hipótesis del biólogo francés Jean Jacques Delpasse: sus “paquetes de memoria”.

    Delpasse se preguntó hasta qué punto la materia forma parte de la consciencia. Tal vez existirían “moléculas de memoria”, que a su vez integren “moléculas de consciencia energéticas”. La materia del cuerpo, sus proteínas, enzimas, sales, etcétera, pueden corromperse, pero la energía es capaz de sobrevivir a las estructuras moleculares disociadas. Esos “quantum” de consciencia, compatibles con la visión materialista del Universo que defienden hoy casi todos los físicos y biólogos, sobrevivirían en el Cosmos dejando incólume a la personalidad humana.

    Veamos cómo realizó Delpasse el experimento supremo que avalaría esta fascinante hipótesis. El neurólogo inglés Grey Walter habría descubierto que unos instantes antes de adoptar una decisión, el cerebro emite unos ritmos que él llamó “ondas inductoras”, capaces de ser amplificados para controlar una máquina. De ese modo, si nosotros tenemos intención de pulsar un botón para ponerla en movimiento, sería posible conectar a nuestras sienes electrodos que, recogiendo aquella señal inductora y mediante un circuito electrónico adecuado, pongan en marcha un motor unos milisegundos antes que nuestro dedo se apoye en el interruptor del arranque.

    Delpasse, excitado con los trabajos de Grey Walter descubre que, si a un enfermo se le educa para emitir tales ondas encefálicas y después de cierto tiempo fallece a causa de su cuadro clínico, tal señal sigue siendo generada aunque su vida se haya extinguido: incluso horas después de que su electroencefalograma aparezca plano, signo inequívoco de que el encéfalo ha cesado en su actividad.

    Delpasse habría demostrado así que las moléculas de la consciencia sobreviven a la descomposición del tejido nervioso, base biológica de nuestros procesos mentales. Que esos “quantum” de energía que codifican la memoria, el yo, la personalidad (en suma, la consciencia) aglutinados como un racimo de letras que portarían toda la información adquirida a lo largo de toda una vida –no otra cosa sería nuestra entidad consciente– podrían seguir insertos en el Universo perpetuando nuestra existencia, no como un espíritu adimensional incapaz de interaccionar con la materia y, por lo tanto, incompatible con nuestros modelos físicos, mucho mejor elaborados que esos ingenuos esquemas teológicos, sino como glóbulos de energía condensada: los “paquetes de memoria”.

    Pero analicemos ahora los mecanismos directrices del comportamiento fantasmal.

    En la vida psicológica del hombre común, sus conductas oscilan permanentemente entre los extremos del placer-displacer (dolor) a instancias de “ataque” y “huída”. El pendular anímico responde a la preeminencia, en esa esfera psíquica, de dos impulsos primarios: de Eros (dios griego del Amor y la Vida) y de Thanatos (ídem de la Muerte). Un impulso erótico nos empuja hacia la evolución, multiplicación, construcción, mientras que un impulso thanático lleva hacia la involución, la destrucción, el quietismo inercial. Un individuo erótico es aquel que busca siempre, por ejemplo, progresar, amando la vida, mientras que uno thanático gustará de la violencia, la destrucción, la muerte.

    Tales impulsos sobreviven en el paquete de memoria, y así tendremos fantasmas eróticos y fantasmas thanáticos. los primeros, movilizados por ese impulso, tenderán a continuar su evolución (lo que Jung llamaba Proceso de Individuación, el de realización y búsqueda de sí mismo, y del que sugestivamente comentara que “…aunque no culmine durante la vida biológica, puede completarse después de la muerte…”) ascendiendo, por decirlo de una manera asequible, a estados superiores de manifestación, “planos” superiores. En cambio, los thanáticos tenderán a adherirse a lo material por grado de bajo nivel evolutivo, y así serán los más habitualmente detectados.

    Tomemos un ejemplo típico. Supongamos que un individuo thanático (muy materialista, totalmente descreído en la vida después de la muerte) fallece repentinamente o a causa de una penosa enfermedad.

    Como no entiende la posibilidad de la vida después de la muerte, vale decir, de subsistencia psíquica luego de la destrucción orgánica, su “paquete de memoria” no asume que está muerto, y psicológicamente permanece “adherido” a los elementos físicos que constituyeron su entorno material durante su paso por este mundo. Esta adherencia psicológica sólo puede ser tal, pues el “paquete de memoria” es, por definición, “sólo” un estado de toma de consciencia. O “casi” consciencia, pues la consciencia no es más que los procesos mentales derivados en buena parte de la información que del mundo exterior llega a través de los sentidos físicos. Con la muerte, cesan las percepciones sensoriales y la corteza cerebral (donde se asientan los mecanismos neurológicos del pensamiento consciente) comienza a descomponerse, con lo cual es físicamente imposible el “darse cuenta” tal como lo conocemos. De donde el “paquete de memoria” percibe la realidad de esa forma crepuscular que mencionara anteriormente. Pero el mismo no dejará de actuar psíquicamente sobre otros humanos presentes.

    Tal “paquete de memoria thanático” tendrá de sí mismo la sensación de estado comatoso o sonambúlico, o algo similar a los estados hipnagógicos (inmediatamente antes de dormirnos) o hipnopómpicos (inmediatamente después de comenzar a despertarnos). En consecuencia, “ronda” aquello que permanece en su consciencia subliminal como última referencia espacio-temporal, el lugar donde reposan sus restos, o donde falleciera por enfermedad o accidente, su vivienda o sus seres queridos. A todos ellos los denominamos “puntos de anclaje”.

    Pero de pronto las cosas comienzan a cambiar. Para un “paquete de memoria” el tiempo no transcurre ya que el mismo, al no existir objetivamente, sólo es una sucesión de estados de toma de consciencia. Pero, pongamos por caso, sus seres amados en vida sí sienten el paso del tiempo; envejecen, cambian de domicilio o venden sus propiedades a terceros, rehacen sus vidas con otras personas. Y el “paquete de memoria thanático”, naturalmente perturbado por estos cambios en los cuales se observa totalmente desplazado –quizás con una carga crítica de angustia por la “indiferencia” con que su gente deambula a su alrededor, lo que amplifica la violencia fenomenológica– presiona mentalmente. En él sobrevivirá la natural Potencialidad Parapsicológica y será a través de las exteriorizaciones de la misma (telepatía, telekinesis) como aquél afectará a los vivos, produciendo la aparente percepción visual de los mismos, o bien “poltergeists” diversos en su entorno (palabra alemana que significa “duende burlón” y que debería ser reemplazada por la mucho más correcta expresión de “Psicokinesis Espontánea Recurrente” o P.E.R.

    Buceando ya en el tema de la reencarnación (sobre el cual volveremos oportunamente) este esquema teórico explicaría por qué estadísticamente “encarnan” con mayor probabilidad individuos de discutible catadura moral (sacerdotisas babilónicas, guerreros bárbaros, oscuros obispos medievales o sinuosos políticos decimonónicos). Esto podría explicarse porque un “paquete de memoria thanático” tendría una “velocidad de escape” inferior a los eróticos. La remanencia en un lugar físico específico del PMT podría incidir en la esfera psíquica de otros seres vivos que habiten ese entorno, y aquí deberé hacer un alto, pues la cuestión de la hipotética transmigración de las almas requerirá un acápite propio.

    Debemos también entender lo siguiente: puede llegar a ser muy difícil encontrar pruebas empíricas de su existencia (debiendo quizás conformarnos hoy por hoy con manejar evidencias y argumentos), por el sencillo hecho de que por ahora su naturaleza no es abordable con el método e instrumental de que dispone la ciencia; acostumbrada ésta a medir patrones y referencias físicas y energéticas, lo psíquico y espiritual no le es detectable y, por ello, no existe para muchos científicos. Esa es la razón por la que muchos académicos “duros” consideran que la mente es sólo una función del cerebro (en el sentido matemático de “función”: cantidad que varía respecto a y es dependiente de otra), y sin olvidar que los sistemas de investigación, químicos, ópticos, físicos, electrónicos, por maravillosos que parezcan no son, después de todo, más que una extensión de los sentidos del observador, y han sido diseñados en orden a detectar, por propia definición, aquello que es previamente considerado como posible por el investigador, y que además todo método físico de investigación sólo puede, por eso mismo, detectar lo físico. Entonces es lógico que un científico mecanicista-positivista, puesto a estudiar la naturaleza humana con elementos electrónicos, diga que el espíritu no existe simplemente porque él no lo ha encontrado por ninguna parte.

    Pero debe necesariamente entenderse que si hemos de detectar cosas como el espíritu, la sobrevivencia del alma, etc., deberán crearse nuevos instrumentos concebidos específicamente con ese propósito; para detectar materiales radiactivos con un contador Geiger, por caso, fue necesario que antes se definiera en teoría la propia existencia de la radiactividad y recién a partir de su aceptación se diseñaron los equipos que permitieron descubrirla.

    En resumen, que los planteos de los científicos materialistas sólo hablan de su ignorancia. Dicho de otra manera: que no se pueda detectar no significa en absoluto que no exista.

LA “CONSCIENCIA” DE LA MATERIA

    Lord Carrington habla de una teoría asociativa en una concepción en conjunto del psiquismo humano, imbricada con el problema de la supervivencia.

    Según él, un espíritu humano consiste en percepciones (“sensa”), imágenes, grupo de imágenes, lo que en su término general se denominaría “psicones”, entidades inmateriales pero bien reales y existentes por sí, especie de átomos psíquicos ligados entre sí por lazos de asociación, como los físicos se ligan por lazos energéticos; en todo instante, el “campo de la consciencia” es el conjunto de estos “psicones” y de los “sensa” de origen más corporal.

    La “personalidad”, la “consciencia” es la estructura misma de este agrupamiento complejo, el sistema de fuerzas existentes entre estos psicones. No es nada que se sobreagregue, y lo esencial de esta “consciencia” reside, sin duda, en el grupo de “sensa” que emana del organismo, núcleo casi inmutable al que se le agregan los “sensa” e imágenes más permanentes, los de nuestra experiencia profunda y de nuestro ambiente familiar. La telepatía, justamente, es la entrada en relación con otro ser por intermedio de un “psicón” común a los dos. Y desarrollando esta hipótesis, Francois Gregoire amplía el decir de Carrington añadiendo: “En estas condiciones, el problema de la supervivencia es el de saber si un tal sistema de “psicones” es estable en las circunstancias que siguen a la muerte y más especialmente después del corte con los “psicones” de los “sensa” causados por estimulantes del mundo material”.

    Luego, no hay aquí razones para pensar que un tal sistema bien organizado –como es el caso de un adulto normal– no se conserve idéntico después de la desaparición del cuerpo, tal vez con un cierto número de nuevos “sensa” introducidos por el hecho de la propia muerte. Es incluso probable que deba ser difícil, al comienzo, darse cuenta de que se ha muerto; y de aquí el aspecto característico de tantas comunicaciones espiritistas, que precisan que el difunto no podía creer que había muerto.

    La Parapsicología tiene también –y muy particularmente– interesantes cosas que decir al respecto, basándose en asombrosos hechos de carácter paranormal perfectamente comprobados.

UN NOMBRE PARA NO OLVIDAR

    Los investigadores James Bedford y Walt Kesington se sintieron eufóricos al dar a conocer al mundo lo que ellos llamaron “efecto Delpasse”. Para explicar el experimento Delpasse, Bedford trata de plantear el problema del alma y su posterior supervivencia, de conciliar la ciencia y el idealismo dualista “volviendo la tortilla” y tirando la esponja como espiritualista. “Las ciencias biológicas –dice– han derrotado en todos los frentes a los creyentes en un “hálito vital” inmaterial. El descubrimiento del código genético, el ADN y las proteínas han revelado que la Bioquímica explica perfectamente la génesis de la vida sin necesidad de una actividad espiritual”.

    Recordando al español doctor Rodríguez Delgado, famoso por sus experiencias de estimulación cerebral, quien desde la Universidad de Yale llega a señalar que “el ser humano nace sin espíritu”, y el premio Nobel de biología Jacques Monod, cuya famosa obra “El azar y la necesidad” causó una fortísima conmoción en los medios religiosos y una airada repulsa por parte de la Iglesia, al concluir que la evolución de los seres vivos se debe al azar y no a factores teleológicos (causas trascendentes), Delpasse pudo responder hasta qué punto la materia forma parte de la consciencia. Recordemos que siguiendo los trabajos de Grey Walter, descubre que, si a un enfermo se le educa para emitir tales ondas encefálicas y después de cierto tiempo fallece a causa de su cuadro clínico, tal señal sigue siendo generada aunque su vida se haya extinguido, incluso horas después que su electroencefalograma aparezca plano, signo inequívoco de que el cerebro ha cesado en su actividad. Jean Jacques Delpasse habría demostrado así que las “moléculas de la consciencia” sobreviven a la descomposición del tejido nervioso, base biológica de nuestros procesos mentales.

¿QUÉ PASA CUANDO MORIMOS?

    ¿Dejamos de vivir, simplemente, sin nada más que nuestros restos mortales como señal de nuestro paso por la Tierra?. ¿Resucitamos luego, gracias a un Ser Supremo, si tenemos buenas notas en el Libro de la Vida?. ¿Volvemos como animales, como creen algunos hindúes, o tal vez como personas diferentes varias generaciones más tarde?.

    Estamos tan lejos de responder hoy a esta pregunta fundamental sobre la vida después de la muerte como hace miles de años, cuando por primera vez fue considerada por los antiguos. Pero hay mucha más gente común que ha estado a punto de morir y que ha contado milagrosas visiones de un mundo que está más allá, un mundo que resplandece de amor y comprensión, al que podemos llegar sólo mediante un emocionante viaje a través de un túnel o pasaje. En ese mundo somos asistidos por parientes fallecidos, bañados en gloriosa luz y gobernados por un Ser Supremo que guía a los recién llegados en una revisión de sus vidas pasadas antes de enviarlos nuevamente a la Tierra para vivir más tiempo.

    Al volver, las personas que “murieron” ya no son las mismas. Aprovechan la vida al máximo y expresan la creencia de que el amor y el conocimiento son las cosas más importantes, porque son las únicas que nos podemos llevar.

    En su primer libro (“La Vida después de la Vida”) el doctor Raymond Moody formuló muchas preguntas que no pudo responder y provocó la ira de algunos escépticos que juzgaron sin valor –en el campo de los “verdaderos” estudios científicos– los casos de varios cientos de personas. Muchos médicos sostuvieron que nunca habían oído hablar acerca de la experiencia cercana a la muerte (ECM), a pesar de haber resucitado a cientos de personas.

    Otros alegaron que era sólo una forma de enfermedad mental, como la esquizofrenia. Algunos dijeron que las ECM sólo les sucedían a personas extremadamente religiosas, mientras otros creyeron que era una forma de posesión diabólica. Algunos médicos dijeron que los niños nunca tienen estas experiencias, porque no han sido “contaminados culturalmente” como los adultos. Y otros dijeron que muy poca gente tienen ECMs como para que la experiencia tenga algún significado.

    Algunas personas se interesaron en seguir investigando este tema, y el trabajo realizado en las últimas dos décadas ha aclarado estas preguntas. Hemos podido atender a estas experiencias, y sus interrogantes subsiguientes, hechos por los que sienten que las experiencias cercanas a la muerte son algo más que una enfermedad mental o el juego de un cerebro que se engaña a sí mismo.

    Mucha gente no se da cuenta de que sus experiencias cercanas a la muerte tienen algo que ver con ésta. Se encuentran flotando sobre su cuerpo, mirándolo desde cierta distancia, y de repente sienten miedo o confusión. Se preguntan, con extrañeza, “¿cómo es que estoy aquí arriba mirándome allí abajo?”. En ese momento, puede que no reconozcan al cuerpo físico que están mirando como propio.

    Una persona relató que, mientras estaba fuera del cuerpo, pasó por un pabellón del hospital del ejército y se asombró al ver cuántos jóvenes había con su mismo aspecto y edad, que se le parecían. En realidad estaba mirando todos esos cuerpos y preguntándose cuál sería el suyo.

    Otra persona que había estado en un terrible accidente, en el que había perdido dos de sus miembros, recordaba haberse quedado flotando sobre su cuerpo en la mesa de operaciones y haber sentido pena por ese ser mutilado. Después se dio cuenta que ese cuerpo era el suyo.

    A esta altura las personas con ECM sienten miedo, lo cual da lugar luego a una perfecta comprensión de lo que les está pasando. Pueden entender lo que los médicos y enfermos están tratando de decirse (aunque a menudo no tienen estudios formales de medicina) pero cuando tratan de hablar a los presentes, ninguno de éstos pueden verlos u oírlos. Pueden tratar de atraer la atención de los presentes tratando de tocarlos pero, cuando lo van a hacer, las manos atraviesan los brazos del otro como si allí no hubiera nada.

    Una mujer a quien Moody mismo resucitó describió haber visto que tenía un paro cardíaco; al rato de masajearle el pecho, dijo que mientras estaban tratando de poner en marcha nuevamente su corazón, ella se elevó sobre su cuerpo y miró hacia abajo. Se quedó detrás del médico, tratando de decirle que parara, que estaba bien donde y como estaba. Como no la oyera, trató de tomarle el brazo para impedir que le inyectara un líquido intravenoso. La mano lo atravesó.

    Después de tratar de comunicarse con los demás, las personas con ECM a menudo tienen un agrandamiento de su autoidentidad. Una de estas personas describió ese estado como “un momento en el que no se es la esposa de su esposo, ni la madre de sus hijos, ni la hija de sus padres. Se es completa y totalmente sí mismo”. Otra mujer dijo que sintió como si estuviera “cortando las cintas”, como la libertad que se da a un globo cuando se cortan las cuerdas. A esta altura el miedo se torna felicidad, así como comprensión.

    Mientras el paciente se halla aún en el cuerpo, puede haber intenso dolor. Pero cuando se “cortan las cintas”, hay una verdadera sensación de paz y ausencia de dolor. Pacientes que han sufrido un paro cardíaco dicen que el intenso dolor del ataque va de una agonía a un placer intenso. Algunos investigadores han teorizado que cuando el cerebro experimenta un dolor tan fuerte, libera un elemento químico de su producción (“endorfinas”) que aleja al dolor. Sin embargo, de ser verdad para todos los casos, no explica los síntomas de este fenómeno.

    Cerca del momento en que el médico dice “lo perdimos”, el paciente pasa por un cambio total de perspectiva. Siente que se va elevando y que ve su propio cuerpo abajo. La mayoría dice que, cuando esto ocurre, no son sólo un punto de consciencia. Parece que todavía tienen un tipo de cuerpo aún cuando están fuera de sus cuerpos físicos.

    Dicen que este cuerpo espiritual (¿o astral?) tiene una forma y contorno diferentes de los de su cuerpo físico. Aunque la mayoría no sabe explicar cómo es, o a qué se le parece, algunos dicen que es como una nube de colores o como un campo de energía. Una persona con ECM hace varios años dijo que estudió sus manos mientras se hallaba en ese estado y vio que estaban compuestas de luz, con diminutas estructuras en ellas. Pudo ver los delicados verticilos de sus impresiones digitales y tubos de luz en los brazos.

    La experiencia del túnel ocurre generalmente después de la separación del cuerpo. A esta altura, se abre ante el sujeto un portal o túnel y se siente impulsado a la oscuridad. Empieza a andar a través de ese espacio oscuro, y al final desemboca en una luz brillante.

    Algunos suben una escalera en vez de ir a través de un túnel. Una mujer cuenta que se encontraba con su hijo, que estaba muriendo de cáncer al pulmón. Una de las últimas cosas que dijo fue que veía una bella escalera en espiral que iba hacia arriba. La madre se tranquilizó mucho cuando él le dijo que pensaba subir esa escalera. Otros cuentan que han atravesado unas puertas hermosas, ornamentadas, que parecen símbolos del pasaje a otro reino. Algunos oyen un “juuusssshhhh” cuando entran al túnel. O, si no, oyen una vibración eléctrica o un zumbido.

    La experiencia del túnel no es algo que psiquiatras y parapsicólogos hayan descubierto. La pintura “Ascensión al Paraíso”, del siglo XV de Hyerónimus Bosch, describe visualmente esa experiencia. En primer plano, la gente se muere rodeada de seres espirituales que tratan de dirigir su atención hacia arriba. Pasan a través de un oscuro túnel y salen a una luz. A medida que entran en esta luz, se arrodillan reverentemente.

    En ocasiones se describe la experiencia del túnel como casi infinita a lo largo y ancho, y llena de luz. Existen muchas descripciones, pero el sentido de lo que ocurre sigue siendo el mismo: la persona atraviesa un pasadizo hacia una intensa luz.

    Una vez atravesado el túnel, la persona generalmente se encuentra con seres de luz. No compuestos por luz común, estos seres brillan con una luminiscencia bella e intensa que parece impregnarlo todo, llenando de amor al espectador. En verdad, una persona que pasó por esta experiencia dijo: “Se podría describir como “luz” o “amor” y significaría lo mismo”. Algunos dicen que es casi como empaparse en una lluvia de luz.

    También se describe a esta luz como mucho más brillante que cualquier cosa que conozcamos en la Tierra. Pero, aun así, a pesar de su brillante intensidad, no daña la vista. Es mas bien cálida, vibrante y vital.

    Además de una luz brillante y de parientes y amigos luminiscentes, algunos han descripto hermosas escenas pastoriles. Una mujer habló de una pradera llena de plantas, cada una de ellas con su propia luz interior. Ocasionalmente la gente ve hermosas ciudades de luz de un esplendor imposible de describir. En este estado, la comunicación no tiene lugar por medio de palabras sino de una manera telepática, no verbal, lo que resulta en una comprensión inmediata.

    Después de encontrarse con varios seres de luz, la persona generalmente conoce a un supremo ser de luz. Los que han sido educados en el cristianismo a menudo lo describen como Dios o Jesús. Los de otras religiones pueden llamarlo Buda o Alá. Otros han dicho que no es Dios ni Jesús, sino alguien igualmente santo. Quienquiera que sea, ese ser irradia amor y comprensión, tanto que muchos desean quedarse con él para siempre.

    Pero no pueden quedarse. A estas alturas el ser de luz generalmente les dice que deben volver a su cuerpo terreno. Pero, antes, el ser les hace examinar sus vidas.

    Durante este examen no hay un entorno físico. En lugar de ello hay una revisión a todo color, tridimensional, panorámica, de todo lo que uno ha hecho. Por lo común esto tiene lugar como si se tratara de otra persona y el tiempo no pasa tal como lo conocemos. Es como si toda la vida de una persona transcurriera en un momento.

    Las personas con ECM ven cada uno de sus actos y de inmediato perciben los efectos de cada uno de ellos en los demás durante la vida. En todo este proceso, el ser de luz está a su lado, preguntándoles cuánto de bueno han hecho con sus vidas. El ser les ayuda en esta revisión, poniendo en perspectiva los actos de sus vidas. Todos los que pasan por esto salen creyendo que lo más importante en la vida es el amor. Para la mayoría, la segunda cosa más importante es el conocimiento. Cuando vuelven, tienen sed de conocimiento.

    Para muchos, la ECM es tan agradable que no desean volver, y a menudo se enojan con los médicos por volverlos a la vida. Un médico amigo de Moody descubrió la ECM cuando resucitó a un hombre; éste, entonces, se puso a gritarle por no haberlo dejado en “ese lugar brillante y hermoso”. Puede que una persona con ECM actúe así, pero el enojo dura poco. Algo después de una semana, se sienten felices de haber vuelto. Aunque extrañan ese estado de felicidad, se alegran de tener la oportunidad de seguir viviendo.

    Muchas personas con ECM sienten que se les ofreció elegir entre volver o no. El que hace este ofrecimiento puede ser el ser de luz o un pariente que ha muerto. Algunos dicen que se hubieran quedado si no hubieran tenido a nadie en la Tierra. Por lo general dicen que quieren volver porque tienen hijos que cuidar, o porque sus esposas/os o padres los extrañarían.

    Los que han pasado por una ECM dicen también que el tiempo se condensa enormemente. Lo describen como “estar en la eternidad”. Al preguntársele sobre la duración de la experiencia, una mujer dijo: “Podría decirse que duró un segundo o diez mil años: nada cambiaría al decirlo de una u otra manera”.

    Mis propias investigaciones y reflexiones en tanatología, especialmente en la investigación en el terreno de “paquetes de memoria” me hacen sentir confiables semejantes descripciones. Analicémoslo.

    Cuando hablábamos de los procesos inmediatos posteriores al deceso, decíamos que se supone una pérdida de la función consciente, primero por el cese de actividad cortical, luego por el rápido descenso irrigatorio de los hemisferios cerebrales y finalmente por el comienzo del proceso putrefactorio de los tejidos nerviosos. Señalábamos que la consciencia, es decir la capacidad de observar, analizar, verbalizar, deducir, o sea el “darse cuenta” es producto de la información que a partir de los sentidos estimula zonas de la corteza cerebral así como de las interacciones que se producen allí. Si yo “tomo consciencia” de que alguien me está mirando, es porque me “doy cuenta”. Para “darme cuenta” debo “percibir” –con los sentidos– y enviar ese dato al cerebro. Pero tras la muerte, el córtex comienza a deteriorarse. Los nervios ya no transmiten información al cerebro. No puedo, entonces, elaborar “tomas de consciencia”. No puedo, en principio, “darme cuenta de”. Por ello decíamos que la percepción de sí mismo de un paquete de memoria debe ser similar al estado sonambúlico o de duermevela, donde es más lo inconsciente aquello que actúa que lo consciente.

    Y el tiempo no es más que, después de todo, una sucesión de estados de toma de consciencia. “Me doy cuenta” de que al día le sigue la noche y a ésta el día, que a la primavera le sigue el verano y a éste el otoño, que envejezco, que mis hijos crecen. A ese proceso de transformación de la naturaleza que llamo “tiempo” lo divido en segmentos para hacerlo comprensible y medible (segundo/hora/día/año). Pero si no hay una consciencia que perciba esos procesos, no hay tiempo, en el sentido que le damos habitualmente y mucho menos la segmentación adoptada que, después de todo, es simplemente ad hoc. Es como la vieja pregunta de nuestras clases de Filosofía: “Si en un bosque donde no hay seres humanos ni animales repentinamente cae un árbol, ¿habrá ruido?”. Algunos dirán que sí porque, pese a todo, el árbol crujirá ineluctablemente al caer. Otros sotendrán que no, pues no hay oídos para escucharlo. Y ciertamente no habrá “ruido” como epifenómeno acústico, pero sí habrá ondas desplazándose en el aire. En el ejemplo que planteara, no hay tiempo como lo conocemos; hay procesos, y sólo procesos, de transformación.

    Eso explica cómo, alterado el estado de consciencia, se altera la percepción del “tiempo”. Si estamos en una conferencia aburridísima, una hora parecerán tres. Si está interesante, el tiempo se nos irá volando. Una hora es una hora, pero la percepción cambia así cambia nuestro subjetivo estado mental. En los sueños vivimos paso a paso acontecimientos que en vigilia ocuparían horas, en unos pocos minutos. Así que es lógico esperar que un “paquete de memoria”, sin percepciones conscientes, no aprecie el paso del tiempo, y que para él treinta o cuarenta años sea tan indiferente como unos pocos minutos. Muchas veces (y esto lo hemos observado estudiando psicofonías) el “paquete de memoria” no parece asimilar el largo tiempo ocurrido desde su deceso, y esto es coincidente con los testimonios de ECM que al respecto señaláramos antes.

    Existe un elemento común a todas las ECMs: transforman a quienes las tuvieron. Después de estudiar veinte años a personas con ECM, Moody nunca encontró a ninguna que no hubiera sufrido una transformación muy profunda y positiva como resultado de la experiencia.

    Con esto no se quiere decir que una ECM hace que un individuo se vuelva un optimista almibarado y acrítico. Por cierto, aunque se torne más positivo y agradable (sobre todo si no era demasiado agradable antes de la ECM) también lo lleva a un compromiso activo con el mundo. Lo ayuda a resolver los aspectos desagradables de la realidad de una manera menos emocional y con una mente más clara, lo cual es algo nuevo para él.

    Aunque a las ECMs se les conoce en Psicología como “casos de crisis”, no tienen los efectos negativos de otros traumas. Por ejemplo: una mala experiencia en combate puede dejar a la persona “fijada” en ese punto en el tiempo. Muchos veteranos de guerra y ex combatientes, por ejemplo, vuelven a vivir las horribles escenas de destrucción y muerte que presenciaron en la guerra hace ya años.

    Una ECM es una experiencia de crisis, tanto como un choque o un desastre de la naturaleza –en verdad, a menudo las ECMs son provocadas por uno de estos últimos–. Sólo que en vez de quedarse emocionalmente fijadas, las personas con ECM responden tomando una actitud positiva en sus vidas. Algunos dicen que es la paz que sobreviene después de saber que hay vida después de la muerte. Otros piensan que el exponerse a un ser más elevado conduce a una especie de iluminación.

    Una investigación sobre el poder de transformación de una ECM proviene del ya fallecido doctor Charles Flynn, sociólogo de la Universidad de Miami, Estados Unidos. Él examinó los datos recogidos en veintiún cuestionarios suministrados por Kenneth Ring, el notable investigador de ECM, para ver específicamente en qué habían cambiado las personas con ECM. Encontró que, por sobre todo, éstas tenían más interés por los demás después de esa experiencia. También creían más que antes en la vida después de la muerte –obvio– y le tenían menos miedo.

    “¿Has aprendido a amar?”, es la pregunta que casi todas las personas con ECM tienen que enfrentar durante la experiencia. Al volver, dicen que el amor es lo más importante en la vida. Muchos dicen que es por eso que estamos aquí. La mayoría asevera que ésta es la marca de la felicidad y la realización, y que otros valores palidecen a su lado.
 
    Me quedé algunos minutos con los dedos inmóviles sobre el teclado al releer lo que acabo de escribir, pues no pude evitar rememorar una anécdota personal que viene precisamente a tono con esto del amor. Hace unos años, dictaba yo una conferencia sobre vida después de la muerte en una ciudad de provincia cuando, en el debate con que generalmente cierro mis charlas, debatí, ora amigablemente, ora con sarcasmo, con un joven (estudiante de medicina, creo) escéptico “convicto y confeso”, según sus propios decires. Y recuerdo que –fueron palabras de él– esto del amor al volver a la vida, y esa actitud amorosa que decían quienes habían tenido ECM como el aprendizaje más preclaro, le parecían a él, cuanto menos, “cursi”. Es decir; ridículo, sensiblero, en el mejor de los casos una tibia apología pseudorreligiosa para la cual sólo me faltaba ilustrarlo con angelitos tocando trompetas y pétalos de rosa sembrando el camino. Dijo unas cuantas cosas más, entre ellas que le extrañaba que un tipo “inteligente” como yo, en vez de defender mi teoría con datos científicos, insistiera en darle importancia a esas “tonterías de vieja”. Como que la vida después de la muerte sería creíble si la describiéramos sesudamente en términos cuasitécnicos, pero perdía credibilidad ante semejante bocanada de amor al prójimo. No recuerdo muy al detalle lo que le contesté, sólo sé que fue suficiente para que se levantara y se fuera. Pero recuerdo, sí, en detalle, que me quedé pensando, como ahora, que si después de todo la verdadera, la primera y última razón de ser, del estar en el cosmos, fuera el amor, ¿qué culpa tiene éste que la ciencia no pueda pesarlo, medirlo, destriparlo?. Y que un estudiante de ciencias considerara “cursi y pueril” hablar de amor, sólo dice –y mucho– que enciclopedismo poco tiene que ver con conocimiento y nada con sabiduría, y qué lejos estaba a veces la inteligencia de la bondad. A propósito: ¿notaron ustedes cuánta gente hay que se molesta si le decimos que no es inteligente, pero cuán poca lo hace –y en ocasiones asiente maliciosamente– si en cambio le decimos que no es buena?.

    Un hombre de negocios, que a los 62 años tuvo una ECM durante un paro cardíaco, hizo una elocuente descripción de este sentimiento: “Lo primero que vi al despertar en el hospital fue una flor, y lloré. Créase o no, nunca había visto realmente una flor hasta que volví de la muerte. Lo más grande que aprendí al morir fue que todos somos parte de un universo grande y viviente. Si creemos que podemos herir a otra persona o ser viviente sin herirnos a nosotros mismos, estamos tristemente equivocados”.

    Muchas personas con ECM adquieren también un renovado respeto por el conocimiento. Algunos dicen que esto es por la revisión que hicieron de sus vidas. Según otros, el ser de luz les dijo que no se deja de aprender cuando se muere, que el conocimiento es algo que se lleva con uno. Otros describen un reino completo del más allá dedicado a la apasionada búsqueda del conocimiento. Una mujer describió ese lugar como una gran universidad, donde la gente se halla absorbida en profundas conversaciones acerca del mundo a su alrededor. Otro hombre lo describió como un estado de consciencia en el que cualquier cosa que uno quiera se halla a su disposición. Si uno piensa en algo que quiere aprender, esto se le aparece a uno para estudiarlo. Dijo que era casi como si la información estuviera disponible en “haces” de pensamiento.

    Esta breve pero profunda experiencia de aprendizaje ha cambiado la vida de muchos con ECM. El corto tiempo en que se vieron expuestos a la posibilidad de aprender en profundidad les dio más sed de conocimiento al volver al cuerpo. A menudo, los que han tenido esta experiencia se lanzan a nuevas carreras, o toman una nueva dirección en sus estudios. Nadie, sin embargo, ha buscado el conocimiento por el conocimiento mismo. Mas bien, creen que éste es importante sólo si contribuye a la integridad personal. Una vez más, entra en juego un sentido de conexión. El conocimiento es bueno si ayuda a la integridad de algo.

    En consecuencia, todas las personas con ECM se sienten más responsables que antres por el curso de sus vidas. También se vuelven agudamente sensitivas respecto de las consecuencias inmediatas y mediatas de sus actos. Probablemente esto se deba al examen de sus vidas, con esa cualidad impersonal que les permite examinarlas objetivamente. Esta revisión les deja ver sus vidas como en una pantalla de cine. Con frecuencia se emocionan ante las acciones que contemplan –no sólo las propias, sino también las de otros– y pueden ver cómo se conectan actos aparentemente inconexos y ser testigos de lo “correcto” o “incorrecto” con mucha claridad.

    Igualmente, la frase “sentido de urgencia” aparece repetidamente siempre que se habla con personas con ECM. En general se refieren a la brevedad y fragilidad de sus propias vidas. Pero a menudo expresan un sentido de urgencia acerca de un mundo en el que inmensos poderes destructivos se hallan en manos de simples seres humanos.

    Estos factores parecen mantener en un profundo estado de aprecio por la vida a los que han pasado por una ECM. Después de ésta, se inclinan a declarar que la vida es preciosa, que lo que cuentan son las “pequeñas cosas” y que hay que vivir la vida al máximo.

    La ECM casi siempre lleva a una curiosidad espiritual. Muchos con ECM estudian y aceptan las enseñanzas espirituales de grandes pensadores religiosos. Sin embargo, esto no significa que se transformen en puntales de la iglesia del barrio. Al contrario: tienden a abandonar las doctrinas religiosas. Un hombre que había estudiado en un seminario antes de tener una ECM hizo una relación muy precisa: “El médico me dijo que había “muerto” durante la operación. Pero yo le dije que había llegado a la vida. En esa visión vi qué tonto y engreído era yo con toda esa teología, despreciando a quienquiera que no fuese miembro de mi congregación o no adhiriera a las mismas creencias teológicas que yo. Conozco mucha gente que se va a sorprender cuando se de cuenta de que al Señor no le interesa la teología. En realidad, parece que Él se divierte con eso, pues no estaba para nada interesado en mi Iglesia. Quería saber qué había en mi corazón, no en mi cabeza”.

SÍNDROME DEL REINGRESO

    Así han denominado varios investigadores a la readaptación normal al mundo de los vivos. En 1895, Moody comenzó una práctica a este respecto, estrictamente espiritual, cuando advirtió que la gente que tenía experiencias espirituales poco comunes tenía problemas en hacerlas parte de su vida.

    Por ejemplo: a menudo a los demás no les interesa escuchar nada sobre las experiencias de las personas con ECM. Se molestan por esto e incluso tal vez piensan que el otro está loco. Aunque parezca asombroso, cuando se trata de enfrentarse a esta experiencia las personas con ECM reciben poco apoyo de parte del cónyuge o familia. A menudo los marcados cambios en la personalidad que acompañan a la ECM provocan tensión en el entorno.

    Se ha intentado explicar de muchas maneras las ECM, describiéndolas como algo distinto de lo espiritual o de las visiones del otro mundo. Varias teorías –teológicas, médicas y psicológicas– tratan de explicarlas como un fenómeno físico y mental que tiene que ver más con una disfunción del cerebro que con una aventura del espíritu.

    Pero hay algunos obstáculos en contra de esas teorías: ¿Cómo es que una persona con ECM puede dar un informe tan elaborado y lleno de detalles sobre la resucitación, explicando en su totalidad lo que los médicos hacían para volverlos a la vida?. ¿Cómo es que tanta gente puede explicar lo que estaba pasando en otras habitaciones del hospital mientras sus cuerpos estaban en la sala de operaciones?.

    Entre los que han tratado de explicar la “experiencia del túnel” como un recuerdo sobrante de la experiencia de nacer se encontraba nada menos que Carl Sagan, el renombrado astrónomo mediático. El hecho de que todo el mundo experimente el nacimiento explicaría por qué las ECM son similares, ya sea que le ocurran a un budista o a un cristiano. Pugnando por salir del vientre materno, la mayoría de nosotros ha tenido la experiencia de ser tironeado hacia un mundo colorido y brillante por gente contenta de vernos.

    No es extraño que Sagan relacionara el nacimiento con la muerte. En su best-seller “El cerebro de Broca: reflexiones sobre el romance de la ciencia”, Sagan escribe: “Hasta donde pueda imaginar, la única alternativa es que cada ser humano sin excepción, ya ha compartido una experiencia como la de esos viajeros que vuelven del país de la muerte: la sensación de volar; el salir de la oscuridad hacia la luz; la experiencia en la que, al menos en algunas veces, se puede percibir débilmente alguna figura heroica bañada en gloria y esplendor. Existe sólo una experiencia común que se iguala a esta descripción. Se llama nacimiento”.

    El doctor Carl Becker, profesor de Filosofía en la Universidad de Hawai, examinó la investigación pediátrica para determinar exactamente cuánto sabe un niño al nacer y cuánto puede recordar de la experiencia. Su conclusión es que los bebés no recuerdan haber nacido y no poseen la facultad de retener esa experiencia en el cerebro. Becker afirma que la percepción infantil es demasiado deficiente como para ver lo que pasa durante el nacimiento.

    Otro argumento, apoyado por ciertos estudios, es que los chicos tienen poca memoria para formas o diseños. Y como sus cerebros no están bien desarrollados y no han sido expuestos a la vida fuera del vientre materno, tienen poca capacidad para codificar lo que ven.

    Una nota final para la teoría de Sagan: la mayor parte de las veces la experiencia del túnel implica un rápido pasaje hacia una luz al final del túnel. En la experiencia real de nacer, el rostro del niño se aprieta contra las paredes del canal. Los bebés no están mirando hacia una luz que se acerca, como sugiere la teoría de Sagan. A medida que se ven empujados hacia su entrada al mundo, no pueden ver nada.

    Algunos han denominado la experiencia del túnel la “entrada al otro mundo”, y por lo común se la describe como la sensación que se tiene al acelerar a través de un túnel hacia un punto de luz al final que se va haciendo cada vez más grande. Algunos investigadores creen que la experiencia del túnel se debe a la reacción del cerebro al creciente nivel de dióxido de carbono (CO2) en la sangre. Este gas es un subproducto del metabolismo del cuerpo: se aspira oxígeno y se exhala aire que contiene un nivel más elevado de CO2. Cuando una persona deja de respirar por un ataque al corazón o una lesión grave, el nivel de CO2 en la sangre se eleva rápidamente. Cuando el nivel se eleva demasiado, los tejidos empiezan a morir.

    Como la inhalación de CO2 se usó mucho en los años ’50 como una forma de psicoterapia, sus síntomas son conocidos y han sido experimentados por una respetable cantidad de pacientes. Los estudios de esta terapia anticuada describen la experiencia como un viaje por un túnel o como un estar rodeado de luces brillantes. La información es que la inhalación de CO2 está acompañada por cosas como seres de luz y revisiones de la vida. Casi podríamos aceptar la causa de la experiencia del túnel como la presencia de demasiado CO2 (lo que seguiría sin explicar las “clarividencias” de ese momento) si no fuera por la investigación del doctor Michael Sabom, cardiólogo de Atlanta, Estados Unidos. En algunos casos, Sabom midió el nivel de oxígeno de pacientes en el mismo momento de sus ECM y encontró que dicho nivel era superior al normal. En todo caso, el hallazgo de Sabom demuestra la necesidad de continuar las investigaciones.

    Algunos postulan que las ECM son solamente alucinaciones, hechos mentales producidos por el estrés, falta de oxígeno o, en algunos casos, drogas. Sin embargo, uno de los argumentos más fuertes en contra de la ECM como alucinación es su aparición en pacientes cuyos electroencefalogramas (EEG) son completamente planos.

    El EEG mide la actividad eléctrica del cerebro, registrándola mediante unas líneas inscriptas en una tira de papel. Estas líneas suben y bajan en respuesta a la actividad eléctrica del cerebro cuando la persona piensa, sueña, habla o hace virtualmente cualquier cosa. Si el cerebro muere, el EEG produce líneas planas, lo que implica que el cerebro es incapaz de pensar o actuar. Un EEG plano es en la actualidad la definición legal de la muerte en muchos países.

    Pero hay muchos casos en que gente con un EEG plano ha tenido ECM. Por supuesto, vivieron para contarlas. Sólo el mero número de esta gente indica que, al menos con algunos, las ECM han ocurrido cuando estaban técnicamente muertos. Si hubieran sido alucinaciones, se habrían visto reflejadas en el EEG.

    Deberíamos decir que los EEG no son siempre la medida exacta de la vida del cerebro. Algunas veces, éste puede estar vivo a un nivel tan bajo que el EEG no registra ninguna actividad. Del mismo modo existe una multitud de fenómenos científicos fascinantes acerca de los que el público lego nunca oyó hablar. Entre ellos están las alucinaciones autoscópicas. Algunos escépticos han sostenido que las experiencias fuera del cuerpo que han descripto las personas con ECM no son nada más que eso. Pero hay una gran diferencia entre las dos. Una alucinación autoscópica es una proyección de la propia imagen en el propio espacio visual, de modo que uno se “ve” a sí mismo del modo en que vería a otro. Esta experiencia algunas veces está relacionada con fuertes dolores de cabeza y epilepsia.

    En general, una persona ve sólo su propio torso. Pero en ocasiones, la gente da cuenta de haberse visto todo el cuerpo. Muy a menudo la imagen parodia los movimientos de la persona que está viviendo la experiencia autoscópica. Por lo común, se la describe como una imagen transparente y por razones totalmente desconcertantes para nosotros, el fenómeno ocurre generalmente durante el ocaso. Abraham Lincoln dijo haber tenido tal experiencia en la Casa Blanca. Una noche estaba sentado en un sofá y vio una imagen completa de sí mismo, como si se estuviera mirando en un espejo. Imposible decir qué efecto tendría hoy un informe como éste desde la Casa Blanca.

    Moody fue testigo directo de un caso semejante con una víctima de un ataque de apoplejía que atendió en un hospital. Le dijo que el primer síntoma de la enfermedad le vino mientras estaba sentado durante una cena y empezó a sentir dolores de cabeza. No pensó mucho en ello hasta que levantó los ojos y se vio a sí mismo entrando en la habitación. Tenía puesto un traje con una flor en el ojal, y se disponía a sentarse y pasar un buen rato.

    Estos fenómenos existen y son ampliamente conocidos. Pero son muy distintos de las experiencias fuera del cuerpo (EFC, en literatura angloparlante se las llama OOBE: out of body experience) que suceden durante las ECM. En la EFC típica, la persona dice tener su punto de vista fuera del cuerpo físico. Y que ve su cuerpo desde cierta distancia. No ve al cuerpo como transparente, sino sólido, como en la vida real. Asimismo, habla de un centro de consciencia localizado fuera del cuerpo físico.

    En una alucinación autoscópica la consciencia está dentro del propio cuerpo, igual que en la experiencia del lector al leer estas líneas. El punto de vista de una EFC es diferente, además, en otros sentidos. Por ejemplo, las personas con EFC frecuentemente afirman que andan a su alrededor y pueden describir con precisión lo que sucede en lugares que sus cuerpos no están ocupando. Puesto que la perspectiva en las alucinaciones autoscópicas son desde el cuerpo físico, este fenómeno no permite viajar.

    Algunos creen que las ECM configuran un mecanismo de la mente para poder enfrentarnos con nuestra peor realidad, la muerte. De acuerdo con esto, lo siniestro de la situación lleva a la mente a engañarse a sí misma y hacerse creer que está en una situación mejor. He aquí una versión simplificada de esta teoría:

– Hay dos maneras de responder a un peligro. Si podemos hacer algo físicamente para cambiar la situación –apartarnos de un automóvil que nos va a atropellar– lo hacemos. Si no podemos hacer nada –si el coche nos atropella– entonces la mente debe volverse hacia adentro para poder manejar el problema. Hace esto disociándose de la situación, y en algunos casos creando un mundo de fantasía.

– Aunque la fantasía pueda parecer una manera pasiva de enfrentar un problema como el de ser atropellado por un auto, puede ser lo mejor que podemos hacer; puesto que una situación de vida o muerte es dolorosa o paralizante, estamos demasiado afligidos como para tomar medidas físicas contra el dolor.

– Para conservar energía y mantener el cuerpo en funcionamiento, la mente se desliza más profundamente en su cómoda fantasía. Esto nos permite poner fuera de foco al extremo dolor, y hacer que el cuerpo se relaje un poco para manejar mejor sus problemas internos.

– En el dolor, el cerebro fabrica los llamados opiatos cerebrales, o endorfinas, que son cerca de treinta veces más poderosas que la morfina. Podemos llegar a sentir sus relajantes efectos después de una sesión de vigoroso ejercicio. Son la causa de la deliciosa sensación conocida como el “high” del corredor. Pero en el caso de ser atropellado el cerebro fabrica mucho más de esta sustancia que en el caso del corredor. entonces, la disociación y la fantasía se hacen mucho más intensas. Empiezan a pasar cosas raras. Uno cree dejar el cuerpo. O quizás se encuentra volando por un túnel a velocidades supersónicas hacia una luz brillante. Puede que veamos a nuestros abuelos muertos o a otros parientes fallecidos. Puede que nos salude un magnífico ser de luz y que nos lleve a un examen de nuestra vida. Tal vez querríamos quedarnos en este “cielo”, pero el ser de luz dirá que es hora de volver. En instantes –no sabemos cuánto tiempo, realmente– sentimos como si nos “aspiraran” hacia el cuerpo.

– Volvemos cambiados al cuerpo real. Esta experiencia provocada por una droga producida por el cerebro nos ha cambiado. Nos ha hecho ver el mundo de otra manera. Se puede pensar en este episodio como un avizoramiento de la vida en el más allá. Pero algunos investigadores piensan simplemente que acabamos de ver nuestro “último cuento antes de dormir”.

    Esta teoría es muy prolija. Pero no explica las ECM. En primer lugar, no sabemos de ninguna investigación que relacione las endorfinas con alucinaciones u otros fenómenos visuales. Sin embargo, sí sabemos que los corredores de fondo y otros atletas en deportes de resistencia producen una extraordinaria cantidad de endorfinas cuando se entrenan o compiten. Con frecuencia se sienten eufóricos después de una intensa ejercitación. Pero no conozco ningún caso de atletas de resistencia que hayan informado de elementos de las ECM, a menos que se hayan casi muerto durante el ejercicio. El último cuento antes de dormir tampoco explica las experiencias fuera del cuerpo en las que se describen objetos y acontecimientos con toda exactitud desde fuera del cuerpo.

    Puede que aquellos que no se sienten capaces de enfrentar un rápido acercamiento de la muerte la nieguen creando la fantasía de que sobreviven. Esta es una forma de realización de deseos. Es defensiva por naturaleza porque pretende defendernos de la aniquilación total. El más obvio argumento en contra de esto es que todas las personas con ECM básicamente tienen la misma experiencia. Si fuera simplemente una realización de deseos, los informes de ECM serían todos distintos, sin nada en común.

    Otra dificultad de esta explicación es que una defensa psicológica como la realización de deseos mantiene el status quo, ya que la psiquis quiere permanecer intacta. Una experiencia cercana a la muerte es muy diferente por el hecho de que representa un descubrimiento. En vez de mantener a la gente como era, las hace enfrentar la vida de un modo que nunca hicieron antes.

    Después de la ECM, la gente se enfrenta a sus verdades personales de manera profunda. Y esto le hace feliz. Al revés de la expresión de deseos que se conoce como “soñar despiertos”, que nos alivia temporalmente respecto del mundo, la ECM es una plataforma de lanzamiento hacia un cambio que durará toda la vida.

    Por más de treinta años, el doctor Moody ha trabajado en la vanguardia de la investigación de las ECM. A lo largo de sus estudios, ha escuchado los relatos de miles de personas sobre sus viajes profundamente personales hacia… ¿dónde?. ¿Al mundo del “más allá”?. ¿Al “cielo” que le enseñaron en su religión?. ¿A la región del cerebro que se revela sólo en momentos de desesperación?.

    Hemos hablado con muchos investigadores en ECM acerca de sus trabajos. La mayoría cree en lo profundo de su corazón que las ECM son una percepción de la vida después de la vida. Pero como científicos, aún no han conseguido la “prueba científica” de que una parte de uno sigue viviendo después que nuestro ser físico muere. Entretanto, seguimos tratando de contestar de una manera científica la desconcertante pregunta: ¿qué pasa cuando morimos?.

    No sabemos si la ciencia podrá alguna vez responder esta pregunta. Puede ser considerada desde casi todos los ángulos, pero la respuesta nunca será completa. Incluso si la ECM fuera duplicada en un laboratorio, ¿después qué?. La ciencia oiría otra vez la historia de un viaje que no se puede verificar.

    A menudo me preguntan si creo que las ECM constituyen evidencia de vida después de la muerte. Mi respuesta es que sí. Son varias las cosas que me hacen aseverar esto con total convicción. Una es la experiencia fuera del cuerpo, en las que las personas describen detalladamente los intentos de salvarle la vida. Lo que más me impresiona respecto de las ECM son los enormes cambios de personalidad que se producen en la gente. La realidad y poder de las ECM queda demostrada por la transformación total de quienes tienen la experiencia. Basado en tal examen, estoy convencido de que las personas con ECM llegan a visitar el más allá, y a pasar brevemente a esa otra realidad.

    Carl Jung resumió este sentir sobre la sobrevivencia a la muerte en una carta escrita en 1944. Es especialmente significativo puesto que el mismo Jung, justo unos meses antes de escribir la carta, había tenido una ECM durante un ataque al corazón. “Lo que sucede después de la muerte es tan inexpresablemente glorioso que nuestras imaginaciones y sentimientos no bastan para formarnos siquiera un concepto aproximado de ello” (…) “Tarde o temprano, todos los muertos se transforman en lo que también somos. Pero en esta realidad, sabemos poco y nada acerca de ese modo de ser. ¿Y qué sabremos aún de esta tierra después que muramos?. La disolución en la eternidad de nuestra forma inserta en el tiempo no hace que se pierda su significado. Mas bien, lo pequeño se conoce a sí mismo como parte del todo”.

PORQUÉ LOS CIENTÍFICOS SE RESISTEN A INVESTIGAR LA VIDA DESPUÉS DE LA MUERTE

    Hay dos características principales fácilmente discernibles en la literatura actualmente existente en el mercado en torno al tema de la sobrevivencia a la muerte. Por un lado, el hecho de que la misma consiste en una recopilación más o menos confiable –según el caso– de anécdotas que abonarían tal hipótesis, enfoque éste que si bien puede resultar interesante para abrevar en las fuentes que motivan estudios como el presente, no es menos cierto que responde a un interés más consumista del gran público, generalmente reacio a sumergirse en elucubraciones más o menos complicadas.

    La segunda característica observable, es que si bien muchos de esos t