Estaciones de radio indigena-58

Es quizá en la simbología cristiana donde se recurre con mayor frecuencia a la figura del dragón para expresar la noción del ego, su tremendo poder y la terrible amenaza que supone para la vida humana. Y esta interpretación del dragón como materialización simbólica del ego cobra un especial relieve en las formulaciones doctrinales de la mística y el esoterismo cristianos, y sobre todo en los autores representativos de la llamada «Teosofía cristiana», que son los que dedican mayor atención al análisis y explicación de dicho simbolismo.
  Aclaremos, para evitar de antemano cualquier malentendido, que por «Teosofía cristiana» ha de entenderse -de acuerdo a su genuina significación etimológica: «Sabiduría de Dios»; a la vez Sabiduría acerca de Dios y Sabiduría recibida de Dios- aquella corriente místico-esotérica; que se desarrolla dentro de la tradición cristiana, tanto en clima protestante como católico, a partir del siglo XVl y que en modo alguno hay que confundir con el Teosofismo, aberración espiritualista de los tiempos modernos que usurpó el nombre de tan preclara rama tradicional de Occidente, al tiempo que desvirtuaba y adulteraba su doctrina.
  Para Jakob Bohme, al que sin lugar dudas se puede considerar como el más preclaro representante de la Teosofía Cristiana y una de las máximas figuras del esoterismo occidental, el dragón es el símbolo de lo que él llama Selbheit o Eigenheit, esto es, la egoidad, ipseidad o propia particularidad individual: “la falsa voluntad del yo particular”; “la propia voluntad” que se revela como una “potencia de la ira” y como “un fundamento de la mentira y la hostilidad”; “la voluntad falsa, figurada y desviada de la propia conveniencia”.

  Explicando el significado del dragón de siete cabezas sobre el que cabalga la prostituta babilónica, según el Apocalipsis, el filósofo teutónico dirá que dicho monstruo no representa sino “la voluntad propia y adánica” que se convierte en asesina y mata en el hombre la imanen divina. En una de sus típicas imágenes simbólicas, con las que pretende describir la experiencia del renacimiento interior. Bohme afirma que el “nuevo Adán”, el “hijo de la Virgen”, que marcha como forastero y peregrino por este mundo, se ve acechado por el “viejo Adán”, el cual alza su cabeza como “un feroz y horrible dragón que únicamente busca devorar”, arrojando por su boca agua y fuego para acabar con “la imagen de la Virgen”. La lucha con el dragón -escribe en una de sus Epístolas teosóficas-, es la lucha que Cristo y el Amor divino libran en la naturaleza del hombre contra el amor propio, contra esa voluntad del ego o “propio yo” que, al distanciarse de la Voluntad de Dios y pretender erigirse en centro independiente, enciende la Ira o Cólera divina, cuya propiedad es el luego devorador, o, lo que es lo mismo, “la angustia, la discordia y el conflicto”. Fue la búsqueda de sí mismo, el endiosamiento de la egoidad, lo que ocasionó la pérdida del Paraíso. Por ello -advierte Bohme-, para que el Paraíso vuelva a verdear y a fructificar en nosotros, para que se abra de nuevo las puertas de la inmortalidad y del Cielo divino que están grabadas en el microcosmos, “hay que matar de antemano al dragón”.

  William Law, siguiendo la senda trazada por el gran maestro teutónico, proclama asimismo que el fiery dragon (“dragón ígneo”) y la devouring beast (“bestia devoradora”) descritos de forma tan sobrecogedora en el Apocalipsis no son otra cosa que el yo, the self, en el cual está la fuente misma del pecado y la raíz de todos los males que acosan a la vida humana. “El orgullo, la persecución, la ira, el odio y la envidia son la esencia misma del dragón de fuego”. Todo hombre que nace en el mundo -dice el místico anglicano- “tiene dentro de sí todos los enemigos a los que ha de vencer”, pues en el propio ego está contenido “todo lo que el ser humano debe temer y odiar, resistir y evitar”. No hay otro dragón ni otro peligro que nos pueda amenazar -sostiene Law- que el que portamos dentro de nosotros. Es tu propio dragón, tu propia bestia o tu propio anticristo, “que vive en la sangre de tu propio corazón, el único que puede dañarte”. El dragón es, ni más ni menos, la “naturaleza humana caída”, lo que es tanto como decir, “el propio interés y la auto-exaltación”, “la codicia y sensualidad de cualquier clase”, la religión anti-divina que, gobernada por un ánimo mercantil y mundano, no va orientada más que a “gratificar el interés parcial de la carne y la sangre”.

    Law, que recoge la doctrina bohmiana de la pugna entre la Cólera y el Amor divinos, vuelve a insistir en la verdad fundamental de que la vida egótica se encuentra  del lado de la primera, por haber dado la espalda al segundo, al Amor que aplaca la Cólera. Sobre esta idea básica, elabora su doctrina de la naturaleza del ser humano, según la cual todo hombre porta en sí dos naturalezas hostiles y en continuo combate: por una parte, la naturaleza luminosa, unida al amor, la alegría y la gloria, y, frente a ella, la naturaleza tenebrosa, que porta consigo la ira, el fuego, la oscuridad y el mal de la vida creatural separada de Dios. De un lado, la semilla o sed de la vida celestial y divina, “el de Dios dentro de ti”, el Cristo interior, el Cordero de Dios que es “un poder redentor”; de otro, “la bestia de los placeres carnales, la serpiente de la astucia y del engaño, el dragón de la ira ardiente”  que rodea la semilla divina buscando asfixiarla, para evitar el nacimiento de Cristo del alma. He aquí, concluye Law, el gran combate y la gran prueba de la vida humana, en la que se decide si la victoria va a conseguirla el dragón ígneo y airado o la Luz y el Amor de Dios; si en el interior del hombre nacerá y  se impondrá “el reino del yo”, que es el reino del pecado, o “el Reino de Cristo”, que es el reino de la paz y del amor.      Reflexiones similares encontrarnos en Gichtel, otro eminente representante de la Teosofía alemana, el cual define a la egoidad o “voluntad propia” como “un dragón de enemistad que resiste a Dios en sus actos y su conducta toda”. El místico alemán, adoptando la terminología apocalíptica, emplea las expresiones “dragón rojo” y “dragón de ego” para referirse al ego, al que considera responsable dc la caída de los orígenes. En él, dice, está el dragón “contra el que debe luchar el hombre por la fuerza de Jesús”. Cuando la voluntad creatural se separa de la Voluntad divina, de su Luz y de su Amor que son el verdadero fundamento de toda vida creada, aquélla “se transforma en un dragón colérico, ígneo y exaltado”; pues, al separarse del Amor, abre el propio ser a la Cólera. Por eso, tenemos que combatir hasta el derramamiento de nuestra sangre contra “el dragón de la voluntad” que nos amenaza de muerte, y esforzarnos para dar muerte a la egoidad con la ayuda de Dios. Cuando la egoidad muere, afirma Gichtcl, “el dragón de fuego pierde su reino y su trono”. Entonces irrumpen la alegría y el contento en la vida del hombre porque ha sido derrotado un monstruo que ocultaba la Luz divina a uno mismo y a los demás. De nuevo queda expedito el camino que conduce al Paraíso y el vencedor en el combate santo podría “despertar a la prometida”, la Sophia o Sabiduría divina de la que nos separó la prevaricación egocéntrica. La Sophia celeste, termina diciendo Gichtel en un lenguaje que recuerda a los antiguos libros de caballería, coronará con los laureles de la victoria a quienes lucharon valerosamente movidos por el Amor y pondrá una guirnalda angélica “sobre la cabeza de todos sus fieles caballeros que vencieron en ellos al dragón del egoísmo, la Cólera de Dios”.

  En la misma idea insiste Gottfried Arnold, otro de los grandes exponentes de la doctrina sofiánica que tanto arraigo encontró en tierras teutónicas. Para Arnold, “el gran dragón”, ese dragón que siente un odio furibundo contra la Sophia divina y que procura por todos los medios destruir la correspondencia y comunidad del alma con la Mensajera celestial, no es otro que “el hombre viejo”. Por eso, asevera el místico protestante, para quienes deseen alcanzar la perfección y restablecer la unión con la Sophia, es indispensable “la renuncia a sí mismos”… No es posible el reencuentro con la Amada divina sin haber vencido antes al dragón que, desde dentro de nosotros mismos, se opone con todas sus fuerzas a tal encuentro.

…A William Blake, el gran poeta y pintor visionario inglés, debemos una de las más sugestivas formulaciones de la imagen dracónica dcl ego, que él nos muestra envuelta en su compleja constelación de símbolos y alegorías, no siempre fáciles de comprender o de interpretar. Para Blake, la egoidad o yoidad se identifica con Satanás, que es una misma cosa con “el Espectro” del ser humano, con el Dragón y “el Gusano de la tierra”. El autor de Cielo e Infierno se refiere con insistencia a lo que él llama “la Gran Egoidad Satán”, que predica el materialismo y se autoproclama Dios exigiendo sumisión absoluta de todo y de todos, señalando que su meta no es otra que “matar a la Humanidad divina”, asfixiar el germen sobrenatural y eterno latente en el ser humano. Le da también a veces el nombre de Caos (Chaos), término que aplica de manera especial a “la mente confusa del hombre sin visión”, es decir, privado de esa visión lúcida que dan la verdad y el amor. Por eso esa egoidad caótica, que es el egoísmo larvado e innato con que nacemos, no puede ser considerado en modo alguno como la esencia de la Humanidad, sino que más bien se opone a ella: al desarrollarse se convierte en “el Espectro”, que es el Satán de uno mismo, “el poder devorador”, “el pólipo de la muerte”. Ese Earth-worm, dragón o gusano de la tierra, que es el ego-satán crece hasta convertirse en una “serpiente marcada”, la cual va convirtiéndose en un venenoso dragón alado.

  Junto a la serpiente y el gusano, el dragón ocupa un puesto relevante en la iconografía de William Blake, figurando con profusión en dibujos, acuarelas y grabados. Acaso la más representativa de sus imaginativas ilustraciones sobre el dragón sea el grabado The Old Dragon (“El Viejo Dragón”), en el que la bestia infernal aparece con forma humana, cual ogro o gigante con siete cabezas, varias de ellas femeninas, y con una larga y poderosa cola de saurio o reptil que llega hasta el cielo. En dicho grabado, por la fusión de lo humano y lo bestial, podemos ver una excelente plasmación de la idea del ego-dragón: en su mano derecha el gigante adragonado detenta un cetro, símbolo de esa majestad suprema que el ego ilegítimamente se arroga, mientras que en la mano izquierda porta una espada, emblema de la violencia en que el ego basa su existencia. En el pensamiento y la obra de Blake, la egoidad se perfila por tanto como el dragón que amenaza la existencia del hombre sobre la tierra.
  …Podemos, pues, concluir que en le dragón es el símbolo del ego como potencia entenebrecedora, separadora y disociadora. En ese monstruo deforme se halla simbolizado Satán, el Inicuo, el maligno, el Separador, el enemigo de Dios, del hombre y del cosmos; el agente de la muerte, que se enfrenta a la vida. Es el símbolo de la fuerza negativa, viciosa o pecaminosa que, actuando desde el interior mismo del alma, aleja al hombre de sí mismo y de su Raíz, de su Principio y Fin, entregándole a las potencias del mal con toda su consecuencias desgarradoras.

    La misma fuerza antihumana y antidivina que, según la doctrina cristiana, ocasionó la caída de Adán, el primer hombre. Es interesante, a este respecto, constatar que, en algunas obras de arte medievales, el momento de la caída del primer hombre, o sea, del “pecado original”, es representado reproduciendo, junto a la figura más usual de la serpiente tentadora, un pequeño dragón que acecha a espaldas de Adán, como puede verse, por ejemplo, en los relieves románicos de la Bemwardstür o “Puerta de San Bernward”. en la catedral de Hildesheim. (*)

(*) Fuente: Antonio Medrano, La lucha con el dragón. La tiranía del ego y la gesta heroica interior, Madrid, Ediciones Yatay, 1999.

Ilustraciones (de arriba hacia abajo): 1: Fuente de San Jorge y el dragón en el Patio de los Naranjos de Palau de la Generalitat, en Barcelona. Foto de Jordi Bedmar para portada de La lucha contra el dragón, obra de la que procede el texto de este item; 2: San Jorge matando al dragón en versión de Alberto Durero; 3: Imagen de mujer y dragón de William Blake.