Mexico surrealista: Tomando fotos

¡Extraaa, el extraaa!

Con los mexicanos pasa una cosa muy curiosa a la hora de tomar fotografías: todos se quieren hacer los chistositos. Desde poner los clásicos “cuernos” con la mano, empujar al de adelante, adoptar posición de luchador, abrir la boca como si nos hubieran robado un jugoso jitomate o hacer los ojos en blanco. Es más: hasta sacar una fotografía de boda o de XV años es una graciosada inconsciente, porque nadie en su sano juicio se iría a un estudio fotográfico a tomarse una foto simulando estar en las selvas de Costa Rica (aunque el propio estudio esté en medio de la Ciudad de México).

Bueno, pero todo lo contrario pasa al tomar un video casero: en vez de hacer graciosadas, la gente se pone muy quieta, viéndose unos a otros y apenas saludando a la cámara ¿cuántas veces no ha pasado el camarógrafo a nuestra mesa en una boda, y nosotros no atinamos más que alzar la copa (o el vaso con refresco)? Es más: ni siquiera hablamos y todos se quedan como tiesos -como si con eso el video ya no nos tomara-.

Es por eso que he pensado que el mayor producto que podría exportar México son los extras para películas o programas de televisión: ustedes saben, esas personas que aparecen en escena, pero en último plano, nada más para rellenar. Y es que si al ver una cámara nos quedamos quietos ¿qué mejor trabajo que el de pasar desapercibido?

Ser Extra (así, con mayúsculas) debe ser un arte: debes de ser lo más insignificante posible para no robar cámara al personaje principal, pero debes de ser lo suficiente notable para que el director de escena no te sustituya por un mueble. Hay programas con extras notables: ahí está el Chavo del ocho, en las escenas de la escuelita en donde además del Ñoño, la Chilindrina o la Popis, siempre había algunos alumnos en las sillas de atrás… ¿Cómo era posible que esos alumnos se rotaran y los principales se quedaran eternamente en el salón de clases? Perdónenme, pero qué burro era Quico entonces.

Otro programa con extras memorables era el de “La secretaria” con Pompín Iglesias. Acá era lo mismo: aparte de las secretarias principales había tres mujeres atrás que nunca levantaban la vista y cuya única chamba era la de darle a la máquina olivetti sin preguntar. ¿O qué me dicen de los programas que filman en la calle y que tienen a la bola de babosos atrás viendo cómo se hacen las escenas? Es el efecto estatua, ya lo dije.

Así que ¿por qué no hacer una escuela de extras? Podrían dar clases de cómo sostener una conversación interesantísima pero que a final de cuentas nadie va a pelar, o cómo caminar por la calle para que parezca natural, o resistir la tentación de voltear a donde se ve una cámara de televisión ¡Sería un éxito!