Bep-Kororoti, héroe de los Kapayó

Escrito por Alejandra Almirón Cartier el 19 de Junio

Un brasilero llamado Joao Americo Peret estudió a los Kayapó en los años 50 y recogió una interesante historia que se transmite por tradición oral y, según ellos, en la misma lengua que hablaba el héroe protagonista, llamado Bep-Kororoti, que consta de ¡17 vocales! Y 16 consonantes. Reproduzco el texto a continuación:

“Nuestro pueblo vivía en una llanura muy lejos de aquí y desde donde podía verse la cordillera del Pukato-Ti, cuyas cimas estaban siempre ocultas por la niebla de la incertidumbre, y continúan estándolo hasta nuestros días. El Sol, cansado después de su larga caminata diaria, se recostó sobre el césped detrás del monte y Mem-Baba, el descubridor de todas las cosas, cubrió el cielo con su manto bordado de estrellas. Cuando cae una estrella, Memi-Keniti cruza el cielo, la recoge y la vuelve a colocar en su sitio. Esta es su función, es el eterno vigilante.

Un día, llegó a la aldea un visitante desconocido; se llamaba Bep-Kororoti [“Vengo del Universo”] y venía de la cordillera del Pukato-Ti. Vestía un “bo” [un extraño uniforme] que lo cubría de pies a cabeza. En la mano portaba un “cop”, arma que lanzaba rayos. Todos los de la aldea huyeron al monte aterrorizados, los hombres corrieron a proteger a mujeres y niños y algunos intentaron rechazar al intruso, pero sus armas eran insuficientes; cada vez que con ellas tocaban a Bep-Kororoti, caían inmediatamente derribados. El guerrero venido del cosmos se divertía al ver la fragilidad de sus adversarios. A fin de darles una demostración de su fuerza, alzó su “cop” y, apuntando sucesivamente a un árbol y una piedra, destruyó ambos. Todos comprendieron que Bep-Kororoti había querido demostrarles que no había venido a hacer la guerra.

Así, durante un buen tiempo, no hubo mayores problemas. Los guerreros más valientes de la tribu intentaron oponer resistencia, pero a la postre fueron viendo que Bep-Kororoti les estaba resultando cada vez más imprescindible, además, no molestaba a nadie. Poco a poco fueron sintiéndose atraídos por él. Su hermosura, la blancura resplandeciente de su piel, su afectuosidad y bondad para con todos fueron gradualmente cautivando a aquellas gentes. Todos fueron experimentando una sensación de seguridad y fueron haciéndose sus amigos.

Bep-Kororoti comenzó a tomar afición al manejo de nuestras armas y empezó a aprender el arte de la caza. Al final, sus progresos habían sido tan grandes que llegó a aventajar a los más diestros de la tribu y sobrepasaba en valor a los más valientes de los nuestros, y así fue como al poco tiempo Bep-Kororoti fue aceptado como guerrero de la tribu y una joven lo escogió como esposo y se casó con él. Tuvieron varios hijos y una hija a la que pusieron por nombre Nio-Pouti. Bep-Kororoti era más inteligente que los demás y pronto empezó a enseñar cosas desconocidas para aquellas gentes. Enseñó a los hombres a construir un “ng-obi”, esta asociación masculina con que hoy cuentan todos nuestros poblados [Escuela]. En ellas, los hombres relataban sus aventuras a los jóvenes y así ellos aprendían cómo debían comportarse ante los peligros e iban formando su criterio. La asociación masculina era en realidad una escuela y Bep-Kororoti su profesor.

En el “ng-obi” se hacían trabajos manuales y se perfeccionaban las armas, y todo se lo debíamos al gran guerrero del cosmos. Fue él quien fundó la “Gran Cámara” donde se discutían todos los asuntos de la tribu y así se logró una mejor organización, lo que facilitó la vida y el trabajo de todos. A menudo los jóvenes se resistían a ir al “ng-obi”. Entonces Bep-Kororoti se ponía su “bo” y salía en busca de los rebeldes obligándolos a cumplir con su deber. Cuando la caza se hacía difícil, Bep-Kororoti traía su “cop” y mataba los animales sin herirlos. Siempre el cazador tenía derecho a reservarse para sí la mejor presa, pero Bep-Kororoti, que no se alimentaba con la comida del poblado, sólo tomaba lo imprescindible para la alimentación de su familia. Sus amigos no compartían su opinión pero él no alteraba su forma de proceder.

Pero, a medida que transcurrían los años, Bep-Kororoti comenzó a comportarse de un modo diferente. Empezó a eludir a los demás, quería permanecer en su choza. Cuando salía de su morada, se dirigía siempre a las montañas del Pukato-Ti, desde donde había venido. Pero un día no pudo resistir más su anhelo interior y abandonó el poblado. Reunió a su familia; sólo faltaba Nio-Pouti que andaba fuera del poblado. Partió precipitadamente. Pasaban los días y Bep-Kororoti no aparecía. Hasta que un día se presentó nuevamente en la plaza de la aldea y lanzó un terrible grito de guerra. Todos pensaron que se había vuelto loco y trataron de calmarlo, pero él se resistía a quienes pretendían acercársele. Bep-Kororoti no hizo uso de su arma, pero su cuerpo se estremecía y el que lo tocaba caía muerto. Uno tras otro iban cayendo los guerreros.

La lucha se prolongó durante días enteros ya que los guerreros derribados volvían a levantarse nuevamente y trataban de dominar a Bep-Kororoti. Lo persiguieron hasta la cumbre de la montaña. Y ahí sucedió algo tremendo que dejó a todos espantados. Bep-Kororoti volvió hasta los primeros contrafuertes de la cordillera. Con su “cop” destrozó todo lo que había a su alrededor. Cuando llegó a la cumbre de la cordillera, había reducido a polvo árboles y matorrales. Entonces se produjo una formidable explosión que conmovió toda la región y Bep-Kororoti desapareció en el aire en medio de nubes llameantes, humo y truenos. La tierra se había estremecido de tal manera que había hecho saltar hasta las raíces de las plantas y había arruinado los frutos silvestres; la selva desapareció de modo que la tribu empezó a sentir hambre.

Nio-Pouti, la hija de Bep-Kororoti que se había casado con un guerrero y había dado a luz un hijo, dijo a su marido que ella sabía donde podían hallar alimento para todo el pueblo, pero que debían acompañarla a la cordillera del Pukato-Ti. Ante los ruegos de Nio-Pouti su esposo cobró valor y las siguió hasta la región de Pukato-Ti. Al llegar, Nio-Pouti se dirigió a la región de Mem-Baba-Kent-Kre, donde buscó un árbol especial y se sentó en sus ramas con su hijo en la falda. Enseguida, pidió a su marido que tirara las ramas hacia abajo hasta que sus puntas tocasen el suelo. Cuando esto sucedió, se produjo una gran explosión y Nio-Pouti desapareció entre nubes, humo y polvo, rayos y truenos.

El esposo aguardó unos días, estaba desmoralizado y deseaba morir de hambre cuando de pronto oyó un estruendo y vio que el árbol estaba nuevamente en su lugar original. Su sorpresa era grande; ahí estaba de nuevo su mujer y con ella Bep-Kororoti, y traían grandes cestos llenos de alimentos que él jamás había visto. Después de algún tiempo, el hombre del cosmos volvió a sentarse en el árbol fantástico y ordenó otra vez flexionar las ramas hasta tocar el suelo. Se produjo una explosión y el árbol volvió a desaparecer en el aire. Nio-Pouti volvió con su marido al poblado y dio a conocer un mensaje de Bep-Kororoti: todos debían emigrar y erigir sus aldeas frente a Mem-Baba-Kent-Kre, lugar donde encontrarían alimento. Nio-Pouti agregó que debían guardar las semillas de frutos, legumbres y arbustos hasta la época lluviosa y sembrarlas entonces para tener una nueva cosecha. Así comenzó nuestra agricultura… Nuestro pueblo emigró al Pukato-Ti y allí vivió en paz; las chozas de nuestras aldeas se hicieron cada vez más numerosas y, desde las montañas, se las veía tocar el horizonte”.